El Santísima Trinidad (oficialmente Nuestra Señora de la Santísima Trinidad) fue un navío español de 120 cañones en un principio, ampliados hasta 140 con posterioridad. La dotación artillera inicial tras la reforma de 1803 era de 136 piezas, incrementada a 140 poco antes de la batalla de Trafalgar con el embarque de cuatro obuses de a cuatro libras. Esto dejó su dotación artillera en 32 piezas de a 36 libras, 34 de a 24, 36 de a 12, 12 de a 8, 16 obuses de a 24, 4 de a 4 y 6 esmeriles. Fue el barco más grande y artillado de su tiempo y el único buque con cuatro puentes del mundo.
Fue el navío más grande de su época, por lo que recibía el apodo de El Escorial de los mares
Fue el navío más grande de su época, por lo que recibía el apodo de El Escorial de los mares, y fue uno de los pocos navíos de línea de cuatro puentes que existieron. Fue una maravilla del ingenio y el valor humanos que cruzó los mares de todo el mundo durante años con una mortífera carga a bordo. Casi ciento cincuenta cañones capaces de sembrar la auténtica muerte y destrucción en torno a su enorme y a la vez esbelta figura. Fue creado en los astilleros de La Habana, una de las principales bases militares del imperio español, y preparado para resistir el ataque simultáneo de tantísimos barcos británicos y de otras naciones que se estaban botando en ese momento, en esa época penúltima del esplendor español en los mares del mundo.
Su inigualable capacidad de fuego, sin embargo, no desanimaba del todo a las flotas enemigas, que pudieron haberlo apresado muchos años antes de Trafalgar, como veremos ahora, cuando las batallas en el mar eran a muerte por heridas o ahogamiento de los náufragos. Y el poderío de la artillería de la época conseguía traspasar el armazón de estos cascarones por todas partes, produciendo heridos y mutilados a un ritmo que espantaba al más pintado.
Participó en la captura de un convoy inglés de 55 buques
En julio de 1779, España declaró la guerra a Gran Bretaña junto a Francia en apoyo a las colonias norteamericanas en su Guerra de la Independencia. El Santísima Trinidad fue el buque insignia de la flota española y tomó parte en las operaciones en el canal de la Mancha a finales del verano de ese año. En 1780, participó en la captura de un convoy inglés de 55 buques. En 1782 fue incorporado a la escuadra del Mediterráneo y participó en la batalla del cabo Espartel. En 1797, en la batalla del Cabo de San Vicente, fue desarbolado, y pudo salvarse de ser capturado cuando ya se había rendido gracias a la intervención del navío Infante don Pelayo bajo el mando del capitán de navío Cayetano Valdés, que acudió en auxilio del Santísima Trinidad y consiguió salvarlo de un apresamiento por parte de las fuerzas británicas, llegando incluso a amenazar con dispararle si no volvía a izar el pabellón.
El Pelayo se interpuso en la línea de fuego enemiga, con lo cual consiguió dar tiempo para que se fueran incorporando otros navíos españoles que acudieron al mismo lugar y provocaron la retirada de las fuerzas británicas. Y ahora podría resultar fácil ensalzar el valor o la cobardía de unos u otros, marinos españoles todos, pero yo creo que las cosas se ven diferentes desde la cubierta o en los puentes artillados donde se recibía estopa por un tubo. No debía ser nada fácil estar en el pellejo de esos hombres. Lo que está claro es que el juicio de la Historia sólo puede ser magnánimo con un buque que cumplió con su deber de defender a España y a los españoles de ambos hemisferios, inclusive en misiones muy complicadas que incluían el cruce del Charco con todo lo que eso debía suponer en la época. Y como testimonio del sacrificio de tantos hombres valientes y del propio barco queda para la posteridad el hecho de que en su última misión de guerra, tras ser apresado, se fue a pique como consecuencia del duro castigo recibido en la batalla de Trafalgar. Y lo más penoso de todo es que lo hizo con 80 almas de guerreros españoles que habían sobrevivido a la batalla en sí, pero que se encontraban heridos tras su valiente desempeño.
Símbolo del final del poderío español en los mares
Se le recuerda, sobre todo, por su trágico final en la batalla de Trafalgar (21 de octubre de 1805). Estuvo en aquella ocasión bajo las órdenes del jefe de escuadra Baltasar Hidalgo de Cisneros, y con Francisco Javier de Uriarte y Borja como capitán de bandera. Tras una dura lucha fue capturado por los ingleses en muy malas condiciones, con más de 200 muertos y 100 heridos. Los ingleses pusieron todo su empeño en salvarlo y llevarlo al puerto inglés de Gibraltar, siendo remolcado por las fragatas HMS Naiad y HMS Phoebe. Sin embargo, finalmente se hundiría el 24 de octubre a unas 25 o 28 millas al sur de Cádiz, llevándose consigo a 80 heridos que estaban en su interior.
Símbolo del final del poderío español en los mares, la mayor arma de guerra de su época permanece ahora en el fondo del mar. Sus piezas de artillería fueron extraídas e instaladas en la entrada del Panteón de Marinos Ilustres situado en la Escuela de Suboficiales de la Armada, en San Fernando (Cádiz).
Esos buques hundidos siguen perteneciendo a España
La guerra se había vuelto feroz a ambos lados del Atlántico y en otros lugares. El imperio español sufría el continuo asalto de las naciones enemigas, también en tiempo de paz, muchas veces bajo la máscara de la bandera pirata que les servía para atacarnos con la mayor impunidad del mundo. Y así se produjeron tan desastrosas como la del famoso buque español San José, que estalló en aguas de lo que hoy es Colombia. Una tragedia que se originó cuando los asaltantes británicos consiguieron colocar un pepinazo directo en el polvorín del buque español, con lo que se consiguió una explosión brutal que llegó las vidas de los seiscientos marinos que lo tripulaban. Un desastre sin paliativos que, sin embargo, privó a los atacantes del suculento botín hasta fechas recientes, cuando una nueva hornada de piratas se está dedicando a saquear los barcos hundidos en altamar con valiosos cargamentos de oro y otros materiales de tipo artístico y demás.
Esos buques hundidos siguen perteneciendo a España, como cualquier otro mercante de hoy en día o navío de guerra que haya navegado con el pabellón de nuestro país. Pero el Estado colombiano ha iniciado hace tiempo una verdadera batalla legal por la posesión del barco y lo que contiene, ya que en ese momento era Colombia parte del territorio nacional de España y el barco se ha hundido en esas aguas. Una causa de debate interesante, pero hay que partir de la base de que Colombia se separó de España hace exactamente dos años, por lo que no tiene sentido que ahora ese Estado quiera apropiarse restos de un barco con bandera española y tripulación española. Todo eso pertenecía a lo que entonces se llamaba la corona española, de la cual nuestro Estado actual es heredero.
Como podemos ver, las mercancías que se traían de América en buques españoles siguen siendo a causa de expolio y luchas internacionales. Pero lo que a nadie del poder parece importarle son las seiscientas almas que quedaron para siempre sumergidas en las aguas donde encontraron una cruel muerte.