Por Miguel de Cervera.
Investigar un posible asesinato ya es un reto en sí mismo, pero intentar resolverlo cuando han transcurrido miles de años desde que ocurrió, parece directamente imposible. Y sin embargo, eso es lo que nos plantean unos restos humanos hallados en Cantabria: un cráneo con signos evidentes de violencia, perteneciente a un joven de la Edad del Cobre, mucho antes de que Homero relatara la guerra de Troya y cuando Europa apenas daba sus primeros pasos en la civilización. Nos encontramos, por tanto, ante un misterio de “la noche de los tiempos”. Una civilización europea que vivió sus primeras guerras modernas, digamos, con grandes ejércitos implicados y armamento muy avanzado para la época. Con fosas comunes en las que los supervivientes o sus servidores enterraron en melé a los que no tuvieron la suerte de salir vivos de la batalla.

El caso comienza con el descubrimiento de un cráneo que muestra un hundimiento brutal, una herida que habla de un ataque directo. Lo sorprendente es que este individuo consiguió sobrevivir a la agresión y vivió lo suficiente como para que el hueso cicatrizara antes de morir, aunque muy probablemente tuvo una existencia precaria debido a esta presión en su cerebro en ese tiempo, más bien corto, que todavía le quedaba de vida.
El hallazgo de restos humanos en una cueva en Solórzano
Los restos pertenecen a un varón de entre 25 y 30 años que vivió en el tránsito del Calcolítico a la Edad del Cobre. El esqueleto apareció en una cueva del municipio de Solórzano, muy cerca de Laredo, en condiciones de conservación excelentes. Algunos de los huesos presentan huellas de fuego, aunque los expertos consideran que esto no implica que el cadáver fuera quemado, sino que probablemente se deba a hogueras posteriores realizadas en la cueva por pastores u otros visitantes.
Quiero aprovechar estas líneas para rendir homenaje a quienes contribuyeron a abrir el camino en estas exploraciones: mi profesor Peter Smith, del grupo de expedicionarios británicos que recorrieron el valle de Matienzo y alrededores, y también al espeleólogo inglés Ellis Gilles Barker, fallecido hace 36 años en un accidente durante uno de estos trabajos científicos.
Una lesión mortal que no lo mató
El estado del cráneo es tan bueno que permite conocer no sólo la salud dental del joven, sino también estudiar con detalle la herida: un hundimiento claro en la parte superior de la cabeza. Los médicos y arqueólogos que lo han analizado coinciden en que este tipo de traumatismos suelen causar daños irreversibles: convulsiones epilépticas, alteraciones motoras y graves secuelas neurológicas debidas a la presión sobre la corteza cerebral. Es decir: sobreviviría, sí, pero con las secuelas de por vida que además, casi al 100%, no le ayudarían a gozar de una vida tan larga.
La forma de la herida sugiere el impacto de un arma contundente. Nuestros ancestros vivían en un mundo violento, donde las disputas a menudo terminaban con golpes de hachas, mazas o lanzas. Lo extraordinario es que este hombre no murió en el acto: el hueso muestra una cicatrización casi completa, lo que significa que sobrevivió meses o incluso años tras el ataque. En una época sin medicina ni cirugía, resistir un golpe así fue una proeza, pero nadie que tenga un mínimo de conocimientos de Medicina apostaría nada por la salud a medio plazo de este pobre hombre.

Paralelismos con otros hallazgos de batallas campales en la Prehistoria ibérica
Vamos a hablar aquí de varios temas en los cuales la introducción era este hallazgo de los restos de un varón en una cueva de Cantabria que sufrió como mínimo un intento de asesinato en serio, del cual sobrevivió, aunque con un golpe en la cabeza que le debió dejar secuelas para siempre.
También veremos que esto de los golpes en los cráneos en la época prehistórica no eran hechos aislados y que incluso podían ser evidencias de auténticas batallas campales entre ejércitos que luchaban hasta la muerte, como ocurrió en una localidad alavesa que podría ser el primer escenario conocido de una guerra en el continente europeo.
En este sentido, viajaremos también al norte de Alemania, donde se libró las orillas de un río una de las más grandes y primeras batallas de la prehistoria en Europa. Y comentaremos las teorías que hay al respecto.
Todo esto nos llevará a una conclusión mucho más importante que lo que es simplemente la guerra en sí. Porque la capacidad de mover grandes ejércitos va indiscutiblemente solapada a otros temas de Estado como la construcción y el mantenimiento de puentes que eran fundamentales para las rutas comerciales. Incluso en tiempos tan remotos.
Una violencia frecuente en las sociedades prehistóricas
Esto no es un caso aislado. En un dolmen de Navarra apareció otro cráneo con una fractura severa en el que también hubo supervivencia. Lo mismo se observó en restos medievales hallados en Álava, en la iglesia de San Roque en Acevedo. El ejemplo de Solórzano encaja en esa misma línea: testimonios de una violencia frecuente en las sociedades prehistóricas. Con escaramuzas que serían mucho más comunes que los grandes enfrentamientos a nivel regional, en cuanto a la Península o la propia Europa se refiere, entre mayores o menores masas de hombres armados con todo tipo de lanzas, porras y hasta proyectiles arrojadizos.

Como vemos en este detalle de la ilustración maravillosa de Amaia Torres Piñeiro, sobre estas batallas prehistóricas en el Norte, el aspecto que debieron ofrecer los conflictos de estos rudos antepasados nuestros se debería parecer bastante a una batalla campal seria entre hooligans, con la diferencia de que aquí nadie pararía la lucha ni llamaría a la Policía. La pelea era a muerte y las fosas comunes colmadas de restos de hombres jóvenes, a veces rodeados de lo que parecen ser civiles, avalan esta tesis de guerras totales entre clanes que seguramente eran más que eso.
La zona montuosa en torno a conocidos puertos turísticos de Laredo o Santoña ofrecía numerosas cuevas habitables o utilizables como sepulturas. Aún hoy algunas se emplean como fresqueras o refugio de ganado. El valle de Solórzano y Hazas de Cesto, fértil y bien regado, proporcionaba pastos, caza y pesca. Sin embargo, los recursos nunca eran abundantes en estos tiempos y esa escasez pudo haber sido el motivo de enfrentamientos, como el que acabó marcando el destino de este joven. Recordemos que esta zona y todo el Norte en general, incluso después de haberse introducido aquí los cultivos americanos como las patatas o el maíz, fueron territorios de muchísima emigración hacia América y otros lugares, en tiempos muy recientes, precisamente por esta escasez de comida y de todo.
¿Estamos ante conflictos constantes, en estas épocas tan pasadas, basados en conflictos económicos por el control de los valles fértiles?
Los británicos que exploraron Matienzo localizaron otra cavidad cercana, con restos de oso y otros animales, a la que llamaron Pit Nut Cave. Muy próximas se encuentran las cuevas funerarias de Moros de Hazas y Hoyo de la Ribera, donde se descubrieron ajuares como dientes de jabalí. Todo ello muestra que estas comunidades usaban las cuevas como espacios funerarios protegidos, fáciles de sellar contra depredadores.
En la imagen, un oso cavernario procedente de esta zona oriental de la región montañesa, desde siempre dotada de tantas cuevas.

Descripción del cráneo de la Cueva de los Tornos

El cráneo de Solórzano conserva seis dientes en sus alvéolos (14, 15, 16, 17, 27 y 28), mientras que otros fueron hallados sueltos en la cavidad. Todos presentan un desgaste intenso, indicio de una dieta dura y abrasiva. Aunque la cara sufrió fracturas tras la muerte, pudo ser reconstruida.
En la foto, otro cráneo masacrado en otro conflicto prehistórico en Europa, en este caso de la batalla campal «internacional» del Valle de Tollense, en Alemania.
Las medidas craneales son de 182 mm de longitud máxima y 135 mm de anchura, con un índice de 74,17, lo que define una morfología dolicocéfala (alargada). El entorno donde apareció —una ladera inclinada hacia el noreste, dentro del valle de Solórzano— es hoy un paisaje transformado por la agricultura: prados de siega en el fondo y eucaliptales en las cotas más altas. Pero en estas épocas pasadas, como es lógico, la agricultura y ganadería serían mucho más importantes en medio de una economía de subsistencia en la que predominaba una violencia continua y latente: la aristocracia guerrera pelearía a menudo en guerras entre clanes, más o menos masivas, mientras mantenían su poder tiránico sobre la mayoría social de semi-esclavos que trabajaban el campo o las minas para ellos y los servían.
Flechas clavadas en huesos: testimonios físicos de la innovación militar que supuso el poder arrojar proyectiles precisos y mortales. De nuevo estamos ante un resto humano de la batalla medieval de Tollense. Una de tantas personas implicadas que no sobrevivieron.

Una época marcada por la violencia
Las pruebas acumuladas en la arqueología cántabra y vasca dejan claro que la prehistoria no fue una edad idílica, como a menudo se nos quiere vender desde el relato oficial. Más allá del arte rupestre y la domesticación de animales existía un contexto de choques armados constantes. Las comunidades vivían bajo la amenaza de agresiones de otros clanes vecinos e incluso otras poblaciones más lejanas, que de vez en cuando migraban hacia otros territorios con el propósito de conquistar y colonizar. Por eso es que los habitantes de la Península comenzaron a agruparse en castros fortificados, buscando seguridad en el número y en las elevaciones del terreno.
El Museo Arqueológico de Cantabria conserva una gran colección de armas antiguas procedentes de Matienzo y alrededores, prueba de que la violencia estructurada era parte esencial de la vida. La lucha cuerpo a cuerpo y la guerra organizada son tan antiguas como la cooperación humana y esta violencia siempre establece las normas de convivencia, ahora mismo con otros estilos y formas, pero en estas épocas pasadas se utilizaba la agresión física de la forma más cotidiana y más natural.
Evidencias de conflicto prehistórico a gran escala
Un reciente estudio publicado en la revista Scientific Reports revela que parte de las marcas presentes en los restos óseos de más de 300 individuos hallados en el yacimiento de San Juan ante Portam Latinam, en Laguardia (Álava), fechado en torno a hace 5.000 años, podrían corresponder a víctimas de un periodo de enfrentamientos bélicos. Este episodio habría tenido lugar más de un milenio antes del que hasta ahora se consideraba el conflicto de gran escala más antiguo documentado en Europa.
La investigación, encabezada por Teresa Fernández Crespo, especialista de la Universidad de Valladolid, pone de manifiesto que la elevada proporción de varones afectados, junto con la cantidad significativa de huesos con señales de violencia, apuntan a que aquellas lesiones no fueron fruto de accidentes aislados, sino de una etapa de enfrentamientos que pudo prolongarse durante varios meses o años (algunas heridas habían cicatrizado). En el proyecto colaboraron también la Universidad de Aix-Marsella (Francia), la Universidad de Cantabria, la Universidad del País Vasco y la Universidad de Oxford (Reino Unido).
Ilustraciones: Amaia Torres Piñeiro.
Comisariado: Teresa Fernández Crespo y Javier Ordoño Daubagna
Exposición: “Huesos y paradigmas rotos” del museo arqueológico de Álava, BIBAT.


Un hallazgo en el País Vasco ha revolucionado nuestra visión de este periodo. En Laguardia (Álava), en el yacimiento de San Juan ante Portam Latinam, se recuperaron restos de 338 individuos con abundantes señales de violencia. La investigación dirigida por Teresa Fernández Crespo (Universidad de Valladolid) y publicada en Scientific Reports determinó que un 23,1 % de los cuerpos tenía fracturas y un 10,1 % heridas mortales sin cicatrizar.
La mayoría de los caídos en el combate eran varones jóvenes y junto a ellos se recuperaron 52 puntas de flecha, 36 de ellas con impacto. Todo indica que no se trató de un episodio aislado, sino de un conflicto prolongado en el tiempo, posiblemente meses de combates. Este descubrimiento adelanta en más de un milenio el inicio de la guerra organizada en Europa, situándola en torno a hace 5.000 años, en pleno Neolítico final.


Además, restos hallados en cuevas cercanas muestran heridas antiguas y recientes, lo que implica que algunos combatientes participaron en múltiples batallas antes de morir. Europa, por tanto, conoció guerras extensas mucho antes de lo que se creía: la Prehistoria no fue tan ajena a la violencia humana contra otros humanos y se desvanece el relato de sociedades armónicas que siempre intentaban colaborar.
Poca igualdad a la hora de ir a combatir y morir reventado
La realidad es de una fuerte competencia por el territorio y una jerarquización de la sociedad a base de violencia, en la cual una aristocracia muy bien armada tenía todas las de ganar. En el mismo yacimiento se recuperaron, además, 52 puntas de flecha talladas en sílex, de las cuales, según estudios previos, 36 mostraban claros indicios de haber sido utilizadas en combate. Los investigadores determinaron que un 23,1 % de los individuos analizados presentaba traumatismos óseos, y que un 10,1 % sufría heridas que no llegaron a cicatrizar. Estos valores resultan notablemente más altos que los registrados de manera habitual para comunidades del Neolítico, en las que las estimaciones oscilan entre un 7-17 % y un 2-5 %, respectivamente.
Asimismo, se constató que el 74,1 % de las heridas recientes y el 70 % de las que mostraban señales de cicatrización afectaban a varones adolescentes o adultos. Esta sobrerrepresentación masculina contrasta con lo documentado en otros enclaves neolíticos europeos interpretados como escenarios de masacre, donde las diferencias por sexo no eran tan marcadas como en este yacimiento. En todo caso, como pasa en todos los conflictos, los hombres serían protagonistas de las agresiones físicas como tales y las mujeres de las violaciones, pero los huesos sólo nos permiten afirmar esta primera situación, sin dejar de demostrarse en los restos que algunas hembras también eran asesinadas en batallas de este tipo, como ocurrió en el enfrentamiento de Tollense.
Los movimientos migratorios dentro del continente, agrupados en culturas según el tipo de vasijas que realizaban, chocaban entre sí y tendrían también sus propios conflictos internos en las distintas etnias. En el conjunto de víctimas de la batalla del Tollense había diversos orígenes implicados, señal de

Una Prehistoria no tan idílica como nos han contado
Al igual que las víctimas de San Juan ante Portam Latinam, el joven de la cueva de Solórzano murió hace miles de años, pero su cráneo conserva la memoria de una agresión brutal y de una supervivencia asombrosa que no constituía un caso aislado. Su historia se entrelaza con la de otros hallazgos que demuestran que la prehistoria fue tan violenta como fascinante, un tiempo donde la vida pendía de un hilo y la guerra pudo haber comenzado mucho antes de lo que creíamos.
Cantabria y el País Vasco nos ofrecen hoy, a través de sus cuevas, no sólo testigos mudos de la dureza de aquella época, sino también ventanas honestas a un pasado que, aunque remoto, sigue hablándonos con fuerza sobre la fragilidad y la locura de la naturaleza humana. Y en los mismos campos en los que ahora vivimos o turisteamos o paseamos sin más.
Ilustraciones: Amaia Torres Piñeiro.
Comisariado: Teresa Fernández Crespo y Javier Ordoño Daubagna
Exposición: “Huesos y paradigmas rotos” del museo arqueológico de Álava, BIBAT.


¿Cuántos de estos soldados prehistóricos estaban allí, realmente, porque querían estar combatiendo a esos enemigos, y no obligados por otros guerreros más fuertes que los implicaban en sus proyectos bélicos? El número asombroso de muertos, para la época, parece indicar que se trataba de conflictos masivos, en los que civiles de la época se verían obligados a participar a las órdenes de los profesionales de la guerra de entonces, que eran los que ejercían el mando y poseían las armas mejores.
El elevado porcentaje de heridas que lograron cicatrizar en estas batallas indica que la confrontación no fue un episodio puntual, sino que se mantuvo durante un periodo prolongado, posiblemente de varios meses. Los investigadores señalan que, aunque no es posible determinar con certeza las causas de la disputa, existen diversas hipótesis. Entre ellas, destacan las tensiones sociales y culturales que pudieron surgir entre comunidades distintas que habitaban la región en los últimos momentos del Neolítico.
“Hasta ahora no se había documentado en Europa un caso del Neolítico con tantos individuos implicados en un episodio violento. La violencia ha estado presente desde los inicios de la humanidad, pero en este caso observamos un número muy elevado de participantes —en su mayoría hombres— y una duración prolongada del enfrentamiento. Esto representa un cambio significativo, tanto en la intensidad como en la forma de ejercer la violencia entre grupos”, señala Fernández Crespo.
La primera guerra conocida en Europa tuvo lugar al norte de Alemania
Una de las grandísimas batallas prehistóricas de esta época fue la que tuvo lugar a orillas del río Tollense, en el norte de Alemania. Un encuentro masivo de ejércitos muy avanzados y numerosos para la época que, por alguna razón, chocaron aquí, sin que pueda saberse al cien por cien la causa o tal vez conjunto de causas que llevaron a tantísimos hombres armados a pelear hasta la muerte. Sin embargo, no estamos faltos de teorías y la más probable es que por aquí pasaba una ruta comercial importante, tal vez de los valiosos minerales que permitían la fabricación de herramientas y armas. Un tema esencial en esta época en que los metales estaban ya siendo, desde hacía mucho tiempo, tan esenciales para la vida económica y política: es justamente la Edad del Bronce y este metal seguramente era lo más fundamental que se podía obtener y comerciar.
No existen pruebas concluyentes que detallen la participación de civiles no combatientes en la batalla del valle de Tollense. Sin embargo, el hallazgo de restos humanos pertenecientes a hombres, mujeres y niños, en un mismo lugar de masacre, apunta a que pudo tratarse de una matanza a gran escala, en la que también se vieron implicados algunos individuos indefensos. De ahí la tesis de que población civil hubiera quedado atrapada en el enfrentamiento, de manera accidental, tal vez en el contexto de una emboscada a una caravana comercial.
El enfrentamiento se sitúa en pleno siglo XIII a. C., en el norte de la actual Alemania, y está considerado el campo de batalla más antiguo identificado en Europa. Los cálculos de los especialistas apuntan a la participación de unos 4.000 combatientes, una cifra que refleja un nivel de organización social sorprendentemente complejo para la época, con estructuras de Estado capaces de movilizar ejércitos numerosos y disciplinados.
No es de extrañar, por tanto, que nuestros antepasados empezaran a construir sus casas en lugares elevados y fortificados, donde poder vivir más o menos tranquilos en un mundo tan violento.

Los estudios de ADN e isótopos aplicados a los restos óseos revelan que los individuos implicados en la matanza procedían de distintas regiones, lo cual refuerza la idea de que en el conflicto participaron personas de distintos orígenes, quizás desplazadas por motivos comerciales o migratorios. Los cuerpos habrían sido arrastrados o arrojados al río tras el saqueo, lo que explicaría la presencia de mujeres y niños entre los restos, ya que se trata de una fosa común en la que guerreros y civiles se encuentran entremezclados. Esto ha dado lugar a que se pensara que se trataba de una caravana o ejército en marcha que fue atacado por otro, produciéndose víctimas colaterales. El paso de un río sería el lugar ideal tanto para una defensa desesperada como para un ataque bien organizado, en el momento delicado de cruzarlo, con arqueros que lanzarían sus flechas por encima del cauce mientras sus compañeros se mataban a golpes por delante de ellos.
Se sabe que en este lugar había un puente, algo raro para la época que nos habla del trasiego importante que tenía lugar por aquí. Una infraestructura complicada de hacer en este tiempo y que recibía mantenimiento adecuado. Y esto implica, al igual que la movilización de ejércitos grandes que tuvo lugar aquí, la presencia responsable y continua de algún tipo de Estado, capaz de ejercer esa responsabilidad en la conservación de los caminos y de dar protección a los que transitaban por ellos.
Tal vez estamos hablando de una ruta comercial que varios grupos de la aristocracia guerrera europea querían controlar y se encontraron aquí, en un fatal choque armado, en el cual se decidió la posesión de esta importante línea de comunicaciones. También es un misterio el por qué hubo tantos civiles aquí enterrados, junto a los guerreros, barajándose posibilidades diversas, como que podrían ser los acompañamientos de servidores o incluso familiares de uno u otro grupo armado. Si así fuera, al ser gente muy leal a los caídos, tal vez no merecía la pena reducirlos a la esclavitud o llevarlos consigo para que retrasasen una marcha que a lo mejor tenía que ser más rápida. En cualquier caso, toda esta masa de civiles indefensos fue ejecutada y enterrada junto a los guerreros muertos y derrotados, lo que indica que no hubo piedad para ellos tampoco y se prefirió esta solución final antes que aprovecharse más de ellos y tratar de llevárselos como esclavos.
Lo que está claro es que hubo en esta batalla un elevado número de guerreros con experiencia previa, como queda demostrado por las heridas cicatrizadas que se han encontrado en muchos cuerpos: guerreros curtidos que sabían el nivel de violencia al que se exponían y estaban dispuestos a repetir.

El hecho de que no aparecieran tantas espadas no se tiene en cuenta cuando sí han aparecido tantos cortes y golpes realizados con armas afiladas, que seguramente eran espadas, así como tantas puntas de flecha clavadas en ellos. En la foto podemos ver una punta de flecha clavada en un cráneo.
Las hipótesis principales de la Batalla del Tolense
En el campo de batalla se halló un conjunto de puntas de flecha que llamaron la atención no sólo por la variedad de sus formas, sino también por la diversidad de materiales empleados en su elaboración. Algunas fueron talladas en sílex o en diferentes tipos de piedra, mientras que otras estaban confeccionadas en bronce. Junto a ellas aparecieron también restos de espadas y bastones de madera.

El armamento de la Batalla del Tollense sería el equivalente actual a un conflicto en el que se utilicen fusiles de asalto y granadas y también escopetas de caza y pistolas de bajo calibre, tal y como puede pasar en un enfrentamiento moderno en las favelas de Brasil o en una defensa desesperada de una posición por parte de civiles que se enfrentan a profesionales. ¿Sería esto lo que ocurrió en ese puente sobre el río Tollense?
Las hipótesis principales de la Batalla del Tolense son:
Un enfrentamiento armado entre dos bloques de guerreros que involucraron a civiles mal armados: el motivo sería el control del puente y la ruta comercial o del territorio circundante.
Una defensa a ultranza del puente por parte de población y guerreros locales que intentaron contener a unos invasores más fuertes que ellos.
Un asalto masivo y criminal contra una caravana de comerciantes que hacían su ruta hacia cualquier lugar y fueron masacrados aquí para robarles.

¿Habría algún tipo de estrategia militar en estos encuentros de «holligans» con bates de madera y espadas de bronce? En la imagen vemos una recreación de los dos ejércitos luchando sobre el propio río.
El tiempo de las guerras de Troya y del faraón Ramsés II y los hititas
Hay otro rasgo curioso de este campo de batalla y es que hubo fallecidos en el combate que dejaron sus huesos allí para siempre sin ser que inmediatamente despojados de todo por los vencedores. Esto es un comportamiento extraño teniendo en cuenta que en estas épocas y toda la vida se ha saqueado al enemigo muerto, así como a los propios compañeros caídos, pero hay una explicación más que probable: que estos derrotados y muertos cayeron sin vida en las aguas del río y allí fueron inalcanzables para unos ganadores supervivientes que a lo mejor tampoco tenían muchas ganas de ponerse a bucear o que ni siquiera tenían tiempo que perder por esas vecindades. Y es que cabe la posibilidad de que uno de estos grupos fuera verdaderamente extranjero en estas tierras y estuviera por allí de paso, sin muchas ganas de pararse por el camino y tener potenciales problemas con la población local que no había caído en batalla. También hay que tener en cuenta que la logística de estos tiempos era mínima y los ejércitos se movían constantemente en busca de refugio y comida.
Hay que aclarar también que ciertos «lumbreras» no tienen razón en decir que la gran mayoría de los fallecidos eran sin duda civiles y comerciantes, simplemente porque no se encontraron tantas armas en sus tumbas. ¿Será posible que no les llegue el conocimiento para darse cuenta de que los saqueos en la guerra, como ya hemos comentado, empiezan con las armas que se pueden arrebatar al enemigo caído?

Por cierto: en estos mismos años tuvo lugar la batalla de Qadesh entre el faraón Ramsés II y los hititas, lo que equivalió a una verdadera guerra mundial en Oriente Próximo, con dudoso ganador. Pero es más que evidente que estas civilizaciones de Egipto o de los hititas de la actual Siria y alrededores estaban mucho más avanzadas que los bestias montaraces de la batalla del Tollense. Dos mundos a muy diferente nivel de desarrollo que apenas se rozaban entre sí.
Estamos hablando de los tiempos de la guerra de Troya y de Ramsés II
La Europa atlántica de aquel tiempo era un continente virgen sin apenas rastros visibles de civilización humana por ningún sitio ni mucho menos carreteras ni vías férreas ni nada. Como mucho había unos caminos rudimentarios, pero que servían a las caravanas para comerciar de un lado para otro, y a lo mejor algún puente de vez en cuando para superar un río que se encontraba en medio de esas rutas importantes. Y a lo mejor algún poblado apenas visible encima de alguna colina y ya está. Eso era todo.
En la poco fértil Europa Atlántica y húmeda del Norte, que empieza más o menos al norte de la cornisa cantábrica y los Pirineos, la economía de subsistencia era el ambiente en el que se movían nuestros antepasados y la posesión de los pastos y tierras de cultivos bien regadas de ríos debía de ser ya de por sí el motivo fundamental de casi todas las peleas por el territorio, pero aquí estaríamos hablando de una lucha mucho más dura por un objetivo estratégico tan importante como el trasiego del metal que por entonces podía manejarse y que era el bronce.
Estamos hablando de los tiempos de la guerra de Troya y de Ramsés II, pero en el norte y Occidente de Europa se vivía de una forma mucho más primitiva y las culturas fenicia o griega o tartésica no habían llegado hasta aquí, por lo que se puede hablar perfectamente de un tipo de sociedad y de guerra prehistóricas.
La verdad es que da un poco de risa contemplar las diferencias entre estos hooligans centroeuropeos y un Ramsés II que sale de Egipto con cientos o miles de carros de guerra para ir a luchar una guerra mundial en Oriente Medio contra los hititas que se estaban anexionando a sus aliados de la zona de Líbano y Siria. Pero también podemos comparar la no menos moderna guerra con carros y desembarco incluidos en Troya, una guerra europea también, con estos enfrentamientos con bates de béisbol de la Europa del Norte y también de la zona del País Vasco.
Se han hecho películas sobre Ulises y Aquiles en Troya y el sacrificio de Héctor a las puertas de su ciudad, así como también se ha hablado mucho de Ramsés II y de sus guerras imperiales a vida o muerte contra hititas o contra los llamados Pueblos del Mar, pero poco o nada se ha dicho al respecto de las cruentas guerras entre los comparativamente atrasados pueblos del norte de Europa.
La planificación de una guerra a gran escala viene originada por intereses económicos a gran escala
La planificación de una guerra a gran escala solamente puede venir originada por intereses económicos a gran escala. La posesión de las rutas comerciales que suministraban a la civilización de entonces con el necesario metal era tan importante como el control de los territorios agrícolas que suministraban alimento y estas dos cosas se protegían con la máxima fuerza. Como hacen hoy en día la superpotencias con sus rutas de abastecimiento y con sus propios territorios, asegurándose siempre de que tienen fuerzas armadas capaces de defender lo que tienen y también de garantizar el ministro de Petróleo y de otras riquezas y materias primas que son fundamentales para sus economías.
Las batallas de San Juan antem portam y del río Tollense demuestran que esas estructuras de Estado, organizadas y previsoras, fueron capaces no solamente de armar ejércitos potentes y movilizarlos por el continente europeo, sino también de integrar ese territorio continental con infraestructuras tan necesarias como los puentes, en los cuales no puede haber comercio ni actividad económica o militar de ningún tipo.
Estamos hablando del nacimiento de la civilización europea como tal, la más importante de toda la humanidad, aunque en esos momentos íbamos con bastante retraso con respecto a países que hoy parecen de Segunda División, como Egipto o Irak.
El Sistema de los Cuatro Valles y la Bóveda Astral
Volvemos un momento a esta zona de Cantabria oriental en la que empezamos nuestro relato y en la que tantos restos de estas épocas pasadas podemos encontrar. Las cuevas también ofrecían a estos ancestros nuestros la posibilidad de dormir seguros, como en los castros fortificados, ante posibles ataques de animales o de bandas de enemigos al acecho.

La comarca de Matienzo no sólo guarda testimonios de violencia de tiempos tan remotos, entre los pobres humanos, también joyas geológicas de enorme valor. En el Sistema de los Cuatro Valles, que se extiende bajo Matienzo, Riaño, Llueva y Secadura, se encuentra la majestuosa Bóveda Astral o Astradome: una cavidad de 30 metros de diámetro y 101 metros de altura.
Fue explorada en 1975 por la expedición británica M.U.S.S., que recorrió más de 7.000 metros de galerías. Tres años después, con ayuda de un globo de helio, midieron la altura exacta de la cúpula. El acceso más sencillo es hoy la entrada artificial Giant Panda, que sustituye al antiguo paso por la Cueva de la Hoyuca.
El recorrido hacia la Bóveda atraviesa galerías inundadas, meandros estrechos y pasos bajos, hasta desembocar en una sala monumental cuya acústica es sobrecogedora. El eco en ese espacio natural transmite una sensación difícil de describir y convierte al Astradome en una experiencia única para los espeleólogos.