Historia de la Cuesta de la Atalaya: la gran torre de vigilancia de Santander
En el Padrón de Estados de 1772, se menciona la ubicación «Fuera de la Puerta de Santa Clara, subiendo a San Sebastián», identificando así el acceso al otro lado de la huerta de las monjas clarisas, en dirección a la cumbre de la loma norte de la ciudad. Ya en 1710, esta denominación aparecía en el primer nomenclátor conocido. A finales del siglo XVIII, el mariscal Pignatelli habilitó el camino para facilitar la comunicación entre el recinto y las dos Pueblas, como parte del sistema defensivo que había establecido.
A lo largo de la loma, desde Pronillo hasta el Alto de Miranda, se extendía un camino estratégico. Frente a los actuales pabellones del Este del cuartel de la guarnición, el Real Consulado de Mar y Tierra erigió una atalaya, lo que dio nombre a la empinada subida. Este apelativo apareció por primera vez de manera oficial en el nomenclátor de 1845, aunque todavía en 1837 la cuesta era conocida como «Subida a San Sebastián», denominación que comprendía toda la zona al norte de Tantín.
La Puerta de Santa Clara
El Camino de la Atalaya fue históricamente la vía principal utilizada por los campesinos que, viniendo del otro lado de la colina, accedían primero a la villa y luego a la ciudad a través de la Puerta de Santa Clara. A pesar del paso del tiempo, la cuesta, siempre bulliciosa, ha mantenido su trazado original en los planos oficiales. Desde el oriente, confluyen en ella las calles Tantín, San Celedonio, San Sebastián y María Cristina, mientras que desde el poniente, lo hacen San Celedonio, la entrada al barrio José María de Pereda y Vista Alegre.
Durante el incendio de 1941, las llamas avanzaron sobre las manzanas del Este, deteniéndose en Tantín, donde en la mañana de la tercera jornada se realizaron cortafuegos con dinamita para frenar su propagación loma arriba.
La Calle Canalejas, en honor a un gran presidente asesinado
El Paseo Viejo de Miranda no tomó su nombre actual hasta el 24 de enero de 1913, en memoria de José Canalejas, jefe político y presidente del Gobierno asesinado en la Puerta del Sol de Madrid en un atentado perpetrado por el anarquista Manuel Pardiñas.
Inicialmente, el 20 de noviembre de 1912, se propuso otorgar este nombre a la calle Atarazanas, aunque finalmente se decidió asignárselo al Paseo Viejo de Miranda. Curiosamente, el propio Pardiñas (asesino del gran Canalejas) había desembarcado en Santander el 22 de enero de 1912, procedente de La Habana en el trasatlántico La Champagne. Según un reportaje publicado en El Comercio de Gijón, durante la travesía hizo contacto con otro anarquista y permaneció en Santander unos ocho días, tiempo en el que, al parecer, estableció una relación con la hija del dueño de la casa de huéspedes donde se alojó. Se marchó con ella a Madrid, donde cometió el atentado.
Las investigaciones policiales revelaron que Pardiñas cobró un cheque del Banco de La Habana en el Banco Mercantil de Santander. Además, entabló contacto con un viejo tipógrafo santanderino, conocido por sus ideas anarquistas, quien le garantizó el cobro del cheque. En sus declaraciones, este tipógrafo afirmó que Pardiñas había embarcado hacia La Habana desde Santander más de veinte años antes, facilitado por otro correligionario suyo llamado Vicente García, que llegó desde Londres expresamente para ayudarle.
Historia y desarrollo del Paseo de Miranda
En 1848, el periódico El Despertador Montañés hacía referencia al Camino del Sardinero, mencionando un trazado que pasaba por Miranda. En esa misma publicación se presentó otro proyecto alternativo:
«Se habla del camino del Sardinero desde el Muelle por Miranda. El Despertador tiene otro proyecto: partir del extremo norte del Muelle, formar una conexión con la calle de la Nueva Población, atravesar la manzana de Regules y Botín, y seguir en línea recta hasta las rocas más salientes del prado de don Juan José de la Colina…»
El trazado propuesto coincidía en gran medida con el que, en 1863, fue finalmente aprobado: una vía que, partiendo del extremo este de Hernán Cortés, atravesaba la escollera y el gasómetro (ubicado en la actual entrada a Tetuán) y, bordeando la loma, llegaba hasta el Alto de los Mártires, conectando finalmente con el Sardinero. Con el tiempo, esta vía se fue reformando para adaptarse a las necesidades urbanísticas y del tráfico.
En la margen izquierda del Paseo Viejo de Miranda se instalaron diversas fábricas y comercios que marcaron la historia de la zona:
- Fábrica de Jabones «La Rosario», propiedad de la familia Pereda. El novelista José María de Pereda llegó a presidir su Consejo de Administración.
- «Cirages Français», popularmente conocida como la «Fábrica del Betún», famosa por su marca Eclipse.
- «Parasolerie Français», especializada en la fabricación de paraguas, ubicada en la cumbre del paseo.
- Una fábrica de barnices y pinturas, también de origen francés.
En 1911, las Religiosas Bernardas construyeron su residencia e iglesia en la zona, mientras que los Escolapios se establecieron en la finca de Castanedo, al inicio de la cuesta.
José Canalejas y Méndez (1854-1912) fue una destacada figura política española. A los 27 años, fue elegido diputado a Cortes, y a lo largo de su carrera desempeñó varios cargos ministeriales en distintos gobiernos. También se fue a luchar a Cuba como un pobre soldado español más, siendo condecorado y ganando una gran experiencia de guerra que no fue aprovechada por el resto de políticos en la madre patria. Alcanzó la presidencia del Congreso de los Diputados y llegó a ser jefe del Gobierno. Su trayectoria quedó trágicamente interrumpida el 12 de noviembre de 1912, cuando fue asesinado en la Puerta del Sol de Madrid por el anarquista Manuel Pardiñas, mientras observaba el escaparate de la librería San Martín. Su muerte marcó un punto de inflexión en la política española y tuvo un gran impacto en la sociedad de la época.
Historia de la Calle Guevara
En sus orígenes, esta vía era conocida simplemente como el Callejón del Can, nombre con el que figuró en todas las relaciones oficiales hasta el 30 de mayo de 1900, cuando adoptó su actual denominación de Calle Guevara.
Ya en 1883 existía un proyecto para construir una calle recta a media ladera, conectando Río de la Pila con Cisneros. Esta iniciativa tomó impulso en 1897, cuando el Ayuntamiento adquirió los terrenos del Callejón del Can con el fin de edificar el parque de bomberos municipales y los servicios de Limpieza Pública. El edificio resultante, ubicado en una esquina, comenzó a definir la futura alineación de la calle Arrabal, una disposición que incluso la Compañía Telefónica respetó al construir en aquellos terrenos. La apertura de la Calle Guevara avanzó en varias etapas. Con la construcción de la Escuela Industrial, la calle se extendió hasta Sevilla, donde se detenía por la presencia de la finca «La Barbera». Tras su expropiación, se facilitó la conexión con Sánchez Silva. En 1912, el Ayuntamiento ya preveía la importancia de esta vía, destacando en una moción su papel fundamental para mejorar el acceso a la Escuela Industrial y facilitar la circulación en la ciudad.

Un ejemplo claro de «una oportunidad urbanística perdida»
Con la Reconstrucción tras el incendio de 1941, el nombre de Guevara se extendió a toda la vía, desde Río de la Pila hasta Francisco de Quevedo, absorbiendo el tramo norte de la antigua Calle Padilla. Finalmente, en 1937, se completó la apertura total hasta la Plaza de la Leña, enlazando con Los Acebedos en su cruce con Cervantes. El proyecto original de esta arteria tenía una ambición aún mayor. El arquitecto Atilano Rodríguez propuso en su momento una calle que, partiendo del Alto de Miranda, dividiera en dos mitades la ladera sobre la que se asienta la ciudad y llegara hasta la Plaza de Numancia. Sin embargo, la burocracia y las limitaciones de la época restringieron su ejecución. Con el tiempo, la creciente altura de los edificios en sus flancos limitó aún más su potencial, convirtiéndola en un ejemplo claro de «una oportunidad urbanística perdida».
La calle lleva el nombre de Fray Antonio de Guevara, quien, según sus propias palabras, nació en la casa de los Guevara de Treceño (provincia de Santander) a finales del siglo XV. Perteneciente a la Orden Franciscana, fue un destacado predicador y cronista de Carlos V, a quien acompañó en sus viajes por Alemania. Además, llegó a ser obispo de Guadix y Mondoñedo, dejando un importante legado en la historia eclesiástica y literaria española.
Historia de la Calle Hernán Cortés
A lo largo de su historia, muchas calles de Santander han experimentado ampliaciones y fusiones con otras vías, dando lugar a denominaciones múltiples. Esta práctica fue habitual desde finales del siglo XVIII hasta mediados del siglo XX, cuando el urbanismo de la ciudad se desarrolló siguiendo esquemas rectilíneos basados en regla y cartabón, especialmente en las zonas ganadas a la bahía. Siguiendo este patrón de crecimiento urbano, en 1949 el Ayuntamiento de Santander implementó una reunificación de calles, asignando un único nombre a aquellas que contaban con dos, tres o incluso cuatro denominaciones distintas. Este cambio, aunque buscaba una mejor orientación en el servicio público, supuso la desaparición de nombres históricos arraigados en la vida local.
Una de las arterias afectadas por esta reorganización fue la Calle Hernán Cortés, que en el acuerdo municipal de 1949 absorbió los nombres de Wad Ras, Velasco y General Espartero, en el tramo comprendido entre San José y Casimiro Sainz. Cabe destacar que el nombre de General Espartero había sido concedido en 1865, cuando se solicitó oficialmente para la calle formada por los nuevos edificios levantados en la escollera de Molnedo, en su parte sur.
La calle recibió su denominación actual en 1845, dentro de las regulaciones establecidas por la Ley de Ayuntamientos de ese año. Fue el arquitecto Chávarri quien registró el nombre del conquistador de México, Hernán Cortés. Sin embargo, esta vía ha experimentado varios cambios de nombre a lo largo del tiempo:
La calle Bonifaz
En 1862, el tramo comprendido entre la Plaza de Isabel II y la calle San Emeterio (hoy Lope de Vega) fue bautizado como San Matías. Posteriormente, tras la Revolución de 1868, este tramo fue renombrado como Bonifaz, aunque más adelante se restituyó el nombre de Espartero. Además de los nombres oficiales, la calle también ha sido conocida popularmente con otras denominaciones. Los tramos más antiguos recibieron nombres según las construcciones más representativas del momento: «Arcos de Dóriga» y «Arcos de Botín» eran las denominaciones del tramo que llegaba hasta la Plaza de la Libertad. También se usaba el nombre «Arcos de Acha», en referencia a una edificación de Acha, quien en 1804 recibió autorización para reforzar los cimientos de su casa, la primera del lugar en contar con arcos. En 1815, Dóriga construyó su vivienda con esta misma estructura, consolidando su nombre como el predominante en la zona durante muchos años.
Estas características arquitectónicas respondían a la normativa urbanística de la época, que establecía que las edificaciones alrededor de la Plaza Nueva debían contar con soportales y arcos. La Calle Hernán Cortés es, por tanto, una arteria de gran importancia histórica en Santander, no sólo por su papel en el desarrollo urbano de la ciudad, sino también por las múltiples transformaciones que ha experimentado a lo largo de los siglos.
Jesús de Monasterio y la Alameda
Disponía el Ayuntamiento (año 1798) «cerrar la Alameda en términos que no puedan transitar bueyes ni carros». Cuando la ciudad comenzó a extenderse hacia el Oeste, quedó al hilo del camino principal llamado «de Becedo», un espacio que poco a poco fue convirtiéndose en Alameda, con plantaciones de chopos y álamos; una urbanización medio urbana, medio rural, conservada por aquella zona durante bastantes años. La gente comenzó a llamarla «Alameda Primera» para distinguirla de la «Segunda» —mucho más al poniente, que comenzó a tomar forma en 1833, desde el Juego de Pelota y Reenganche hasta la «tercera caseta» (Cuatro Caminos).
Sufrió frecuentes transformaciones con el paso de los años y a medida que las necesidades de la población exigían reformas en las alineaciones del considerado Ensanche de la ciudad. Con la demolición de la muralla y la creación de barrios como el de la Florida, donde funcionó una fábrica de cervezas conocida por «la corralada de Zuloaga», la Alameda se convirtió en uno de los lugares preferidos para el paseo de las gentes elegantes, hasta que el Muelle comenzó a cobrar nueva fisonomía a finales del siglo XIX y comienzos del XX.
La Alameda Primera: su historia y su transformación
Existen dos descripciones interesantes sobre el carácter de la Alameda Primera, que en algún período de tiempo también se llamó «de los Bancos», debido a la gran cantidad de ellos que había junto a las fachadas de sus casas, de dos o tres plantas. Lejos quedaban ya los días en que, al final de esta Alameda, los barrileros fabricaban tabales y toneles para la salazón y las harinas, trabajos que realizaban al aire libre.
Enrique Menéndez Pelayo, con motivo de una reforma acogida con poco agrado por los tradicionalistas, escribía en 1885:
«A pesar de tener tan cerca de su casa un paseo tan ameno, seguía la corriente de las preferencias públicas hacia el Muelle. La Alameda estaba para mí como para mis hermanos de ‘fashion’, de sobra. Al leer la noticia fue cuando se apoderó de mí la nostalgia de la Alameda. Nunca hasta entonces comprendí yo lo que la quería, como les sucede en las novelas a las niñas que tienen un primo que de repente se marcha a cruzar los mares. Empezó entonces a parecerme más hermosa, más cómoda que nunca. Y eso que comprendo que no lo es. Ya no servía para pasear, pero yo la guardaba como guardan los niños esos muñecos descabezados que tampoco sirven para jugar…»
José María de Pereda evocaba sus recuerdos de infancia en la Alameda
Por su parte, José María de Pereda, evocaba sus recuerdos de infancia en la Alameda:
«… Ese paseo, de ramas abajo, de punta a punta, de lado a lado, lo sabía yo de corrido desde que andaba en la escuela; porque quizá no ha germinado desde entonces un pensamiento en mi cabeza, desde los más pueriles hasta los más trascendentales para mi vida, que no le tuviera yo asociado en la memoria con algo de lo que allí se ha destruido…»
Añadía detalles sobre la vida en la Alameda:
«Junto a la fuente, peleas de gallos todos los días de fiesta por la mañana; tenían poquísimos devotos. Aquel árbol, el cuarto entrando por la calle de Burgos, se llamaba ‘el de la piedra’ porque se veía parte de una bien gorda embutida en el cuello de su raíz, o mejor dicho, a medio deglutir por la corteza que poco a poco la iba envolviendo…»
«Hasta aquel banco llegaba todas las tardes el tambor de los reenganchados, tocando a lista cuando éstos tuvieron su cuartel en la calle de Burgos, en la casa cuyo portal ocupó después el famoso ‘tío Vega’, sacamuelas y barbero de nota, pero mejor redoblante…»
La Alameda Primera era un lugar de encuentro para todas las generaciones:
- Los elegantes, a media tarde, de paso hacia la Alameda Segunda y de vuelta al anochecer.
- Los niños, a todas horas.
- Los ancianos, en los momentos más cómodos para tomar el sol en invierno y la sombra en verano.
De Alameda Primera a «Jesús de Monasterio»
Desde 1903, la Alameda Primera pasó a denominarse «Jesús de Monasterio». Durante las primeras décadas del siglo XX, allí se celebraba la verbena de San Juan y existía una fuente de buena agua, a la que se descendía por varios escalones de piedra.
En 1949, la Alameda sufrió una radical transformación:
- La calzada que la bordeaba por el norte, utilizada principalmente para los comercios, fue suprimida y agregada al paseo.
- Otra franja de varios metros de ancho se añadió por el sur, ampliando la calle Burgos.
- En su extremo oeste, se estableció una isla ajardinada, alineada con Florida e Isabel la Católica, frente al Gran Cinema, para mejorar la circulación.
- Se construyó una pérgola de piedra a lo largo de la Alameda.
Este fue el lugar elegido por los ancianos de la ciudad para pasar sus días, convirtiéndose en un símbolo del carácter humano y social de Santander.
El nombre de Jesús de Monasterio en la ciudad
El nombre de Jesús de Monasterio no se limitó a la Alameda. Durante la remodelación de la zona, la calzada que bordeaba por el sur —llamada anteriormente Calle de Burgos— fue absorbida por Monasterio tras la Guerra Civil. Durante el conflicto, esta vía había llevado el título de «Avenida de Rusia», que se prolongaba hasta la Avenida de Alfonso XIII (entonces denominada «de Galán y García Hernández»).
La calle estuvo pavimentada junto a los tinglados de Becedo, en un área donde destacaban dos solares vacíos:
- El «Pabellón Narbón», un popular teatro y cine al aire libre.
- La «Sala Narbón», un cinematógrafo elegante donde se proyectaban películas de Rodolfo Valentino, Greta Garbo y otras estrellas del Hollywood clásico.
El solar del Pabellón Narbón tenía un destino especial: sería el futuro emplazamiento de la Iglesia de San Francisco, cuya primera piedra fue colocada por Alfonso XIII.
Gutiérrez Solana y su visión de la Alameda Primera
El pintor Gutiérrez Solana describió con precisión y nostalgia la Alameda Primera en sus primeros años del siglo XX:
«Luego cruzamos la Alameda Primera: es una hermosa calle, ancha, con andén en el centro, que tiene bancos y árboles a derecha e izquierda; en este momento un timbre repiquetea sin cesar: es el cinematógrafo Narbón que llama al público, pues va a empezar una nueva película de series. Algunos acompañantes del muerto [Solana va en un entierro], se separan sigilosamente como si le hicieran una nueva traición y se dirigen al cine…»
Describe también el ambiente de la zona:
«A la terminación de la Alameda Primera hay unas casas bajas de enormes portales, fábricas de pan; se respira un vaho muy caliente de olor a masa; se ven dentro burros cargados con cuévanos llenos de libretas; una mujer pone un pie en un poyo de piedra del portal para subirse al burro y, después de acomodarse en las ancas, con un vergajo arrea al burro. Luego entramos en la Alameda Segunda…»
«Hemos llegado al fin: aquí se despide el duelo…»