Era el punto más caliente de toda la Guerra Fría
En los primeros años de la década de los 60 el nuevo equilibrio estratégico nuclear, entre las dos grandes superpotencias y sus bloques de aliados, sufrió varias pruebas de fuego. Escaladas de tensión que estuvieron a punto de desembocar en un conflicto de proporciones nunca vistas hasta entonces. La posesión de armamento nuclear por ambas partes hacía que una posible guerra total pudiera desembocar, después de cualquiera de estas escaladas, en un intercambio de golpes nucleares de consecuencias apocalípticas. No sólo para los contendientes, sino para el planeta entero.
Una de estas crisis se dio en Berlín en 1961. La antigua capital de Alemania, dividida en zonas de control por las cuatro potencias ocupantes, era el nudo gordiano de todas las divergencias entre loa antiguos aliados, ahora sí convertidos en enemigos irreconciliables. Era el punto más caliente de toda la Guerra Fría, donde todas las crisis a gran escala tenían siempre su próximo y más imprevisible escenario. La razón era que Berlín occidental, el puesto más avanzado y rodeado del bloque OTAN, se encontraba totalmente inmerso en territorio enemigo. Tenía además un valor incalculable para los alemanes de la República Federal. En caso de guerra abierta los soviéticos se apresurarían en ocupar la ciudad, tras barrer a su rodeada guarnición, hecho que el gobierno de Bonn nunca iba a tolerar y que arrastraría a Alemania y la OTAN en pleno a la guerra. A emprender una campaña militar por la liberación de Berlín.
Controla Europa y controlarás el mundo
El efecto dominó consiguiente resultaría sin duda en la III Guerra Mundial, pero el compromiso de EEUU con sus aliados era firme. Como decía Jruchev: “Berlín es los testículos de Occidente. Cuando quiero hacer gritar a Occidente aprieto en Berlín”. Kennedy por su parte, fiel al compromiso de EE.UU con Alemania Occidental y sus berlineses, afirmó en un famoso discurso en la ciudad: «ich bin ein Berliner (soy un berlinés)”. Una determinación aliada que quedó demostrada con el puente aéreo que salvó a la ciudad del bloqueo por tierra que le impuso la Unión Soviética. Hay una cita de Ken Follet que explica muy bien el valor que tiene Berlin en el juego geoestratégico: «controla Berlín y controlarás Alemania, controla Alemania y controlarás Europa, controla Europa y controlarás el mundo«.
La jefatura de la OTAN quería probar la resolución de los soviéticos
En este contexto de lucha mundial entre bloques, con Alemania y su capital como epicentro, se produce uno de los episodios más peligrosos y a la vez más desconocidos de toda la Guerra Fría. En 1961 Berlín fue el escenario de los últimos días de los acuerdos de Postdam, según los cuales la capital alemana se dividía en zonas de ocupación de tránsito libre para los diplomáticos aliados. Las discusiones entre soviéticos y occidentales van a terminar este status quo para siempre, con el muro famoso como gato que colmó el vaso. En este tiempo el muro de Berlín, auténtico símbolo de la confrontación entre bloques y del comunismo, apenas llevaba unas semanas en pie. La jefatura de la OTAN quería probar la resolución de los soviéticos y no tardaría en presentarse la oportunidad. Un diplomático americano quiso ir al teatro en la zona de influencia soviética, administrada por el gobierno títere de la Alemania Democrática oriental. Al llegar al puesto de control de la zona soviética los funcionarios de Alemania del Este, sin duda bajo órdenes de Moscú, bloquearon su paso. Era aquél un acceso a Berlín oriental bajo administración americana, el conocido con el nombre de Checkpoint Charlie, que como todos los demás estaba vigilado por fuerzas de la OTAN. Ante el abuso de los que le negaban el paso el diplomático occidental alegó su derecho a circular libremente por la ciudad, conforme a los tratados firmados sobre la administración de las zonas de ocupación.
La mierda está a punto de tocar el ventilador
Informados del incidente los americanos decidieron no achantarse, demostrar allí mismo que eran los soviéticos quienes estaban detrás de estas maniobras y no sus títeres alemanes. Estaban dirigidos por un enviado especial de Kennedy, un general retirado llamado Lucius D. Clay. Decididos a mostrar firmeza Clay envió a la policía militar, con la misión de escoltar al diplomático hasta el teatro, movimiento que recibió su correspondiente contestación por parte de los soviéticos. Éstos se presentaron en Checkpoint Charlie con fuerzas acorazadas, lo que causó una gran alarma entre las tropas aliadas y los mismos berlineses, que asistían al desencuentro con una mezcla de sorpresa y temor. El jefe del puesto de control llamó directamente al Gobierno de EE.UU: «¡la mierda está a punto de tocar el ventilador, Dios mío, han traído tanques!»
Por todo el mundo las fuerzas militares de ambos bandos se estaban movilizando
La situación se calentaba por momentos cuando también los americanos trajeron sus propios tanques, helicópteros y soldados que apuntaron directamente, desde el lado occidental de la calle, a sus rivales del lado soviético. Por todo el mundo las fuerzas militares de ambos bandos se estaban movilizando, para empezar las cruciales jefaturas de armas estratégicas, todos estaban en alerta máxima en espera de las órdenes pertinentes. El problema podía salirse de todo control si alguien efectuaba el más mínimo movimiento, los tanques se encontraban frente a frente a apenas unas decenas de metros, pero ya los teléfonos estaban trabajando al más alto nivel. Los jefes hablaron y se llegó a un acuerdo que desbloqueó tan peligroso pulso. Kennedy comunicó a Jruchev que para que ningún bando perdiera prestigio, al tener que iniciar la retirada de forma unilateral, ordenase a sus tanques retroceder una cierta distancia. Justo después, los norteamericanos harían lo mismo y de esta manera se podrían retirar ambos bandos sin verse afectado su honor.
Un intercambio de balas que podía degenerar en otro tipo de intercambio
Era una solución de compromiso que evitó lo que nadie quería: un intercambio de balas que podía degenerar, en muy poco tiempo, en otro tipo de intercambio a más gran escala. Sería casi imposible detener un conflicto de estas características o limitarlo al escenario de Berlín. Los alemanes occidentales exigirían a su gobierno que acudiese en ayuda de sus paisanos de la antigua capital, sin contar que las tropas aliadas que defendían la ciudad serian derrotadas pronto y sin remedio. De inmediato los ejércitos de uno y otro bando cruzarían el Telón de Acero, con miles de tanques y soldados y por si esto fuera poco estaba previsto en los planes de preguerra que Alemania, Checoslovaquia y Polonia quedarían devastadas en el primer asalto nuclear. El problema de las escaladas de tensión era que resultaría imposible pararlas, una vez sobrepasados ciertos límites con el uso de la fuerza, y sus consecuencias iban a ser irreversibles. Tampoco era aceptable para una superpotencia aparecer como débil ante ninguna provocación, lo cual sólo animaría a sus enemigos y rebajaría la confianza de aliados y neutrales.
No es una bonita solución, pero es mil veces mejor un muro que una guerra
En este caso, Kennedy se conformó con el muro: “no es una bonita solución, pero es mil veces mejor un muro que una guerra”. Por otro lado, la resolución del general americano Clay y de dos famosos líderes alemanes, Brandt (alcalde de Berlín Oeste) y Adenauer (canciller de la RFA), fue muy valorada por los alemanes cuya seguridad dependía de ellos. En todas las crisis que los soviéticos plantearon con Berlín la OTAN reaccionó con una mezcla de astucia, diplomacia y firmeza política y militar. No permitieron que Berlín fuera enteramente ocupada, lo que fue de una enorme importancia para lograr el derrumbe de la URSS y la reunificación de Alemania.
Octubre de 1961 en Berlín
La diplomacia de los dos grandes líderes de ambos lados evitó un auténtico desastre, pero hubo muchos más desencuentros graves a lo largo del extenso periodo de Guerra Fría. Los mismos contendientes de esta crisis tan desconocida volverían a enfrentarse en un año exactamente, Kennedy y Jruchev, en un episodio de tensión más duradero y peligroso como fue el de los misiles cubanos. De nuevo, la diplomacia al más alto nivel tuvo su importantísimo papel, con la ayuda extra de un Papa que se involucró en la mediación de forma crucial, y de nuevo se llegó a una negociación privada entre ambos líderes que llevó a una solución definitiva. En no pocas de estas crisis las propias fuerzas armadas de ambos bandos, menos dispuestas a la diplomacia que a defender la posición de su régimen en tal o cual asunto, fueron factores desequilibrantes en torno a los grandes jefes. En la crisis de los misiles cubanos, sin ir más lejos, tanto el presidente de EE.UU como el premier soviético se vieron presionados por sus generales para no mostrar debilidad. Para no perder terreno en ninguno de los frentes, a nivel mundial, en una guerra sin fin donde todo estaba permitido menos apuntar directamente a tu adversario: en octubre de 1961, en Berlín, rebasaron peligrosamente este límite.
La única duda que nos queda de este incidente es obvia: ¿pudo el indignado diplomático americano asistir al teatro al fin?