Todavía era de noche en Perugia, aunque empezase a clarear entre las colinas del horizonte, cuando varios coches de policía se aproximaron a un humilde edificio de viviendas y lo rodearon. El Comisario en persona lideraba ese equipo de intervención rápida, como solía ser su costumbre, aunque no era necesario ningún despliegue especial para detener a un barman en la casa en que vivía con su familia. Sin embargo, el obeso Jefe de la Policía de Perugia había recuperado de forma notoria su fuerza de ánimo, perdida por completo cuando la tenaza de la prensa y sus superiores puso bajo asedio su ciudad y su Comisaría. Ahora, en cambio, recuperada su confianza con la doble declaración de Amanda y Raffaele, tenía unos sospechosos que presentar a la prensa y nadie en su entorno dudó un minuto en efectuar todas las detenciones esa misma noche. Cosa que tampoco era tan difícil cuando se trataba de tres pobres pringaos de menos de 25 años que no iban a plantear, por de pronto, ninguna resistencia de ningún tipo. Y sólo les faltaba el tercero, el jefe congoleño de Amanda, al que tenían ya rodeado en su portal.
Voy a ir llamando a la prensa, dijo el Fiscal, que no se perdía un detalle de lo que sucedía en sus dominios. ¡A ver si así dejan de dar el coñazo con ese rollo que tienen de que “estos huevones de Perugia todavía no saben nada”!
Por otro lado, los compañeros de Canessa estaban muy contentos de poder hacerlo todo sin ninguna participación de la Policía de élite en Italia, que eran los Carabineros. Una autocomplacencia que al inspector le hacía gracia, pues se preguntaba qué pasaría si ese barman solitario hubiera sido una banda de peligrosos albaneses o de marroquíes. Porque ahí no hubieran marchado tan felices a la batalla, sin ninguna ayuda de ese Cuerpo nacional, aunque de momento era bonito poder creerse su propia historia. Y, sin embargo, pensaba el veterano inspector, esto también tenía el reverso de que tendrían que comerse solos el marrón, o los marrones que aparecieran, si unas detenciones tan rápidas resultaban equivocadas y se demostraba.
¡Abre la puerta, Patrick! ¡Somos la Policía!
¿Cómo?
¡Abre o tiramos la puerta!
El aterrorizado inmigrante africano, que regentaba un popular pub del centro de Perugia, nunca se hubiera esperado que le dieran así los buenos días. El tipo trabajaba la noche y dormía en las mañanas, por lo que fue detenido en paños menores mientras su mujer preparaba a los críos para ir al colegio. Y no fue informado de nada en el asalto, ni siquiera de qué se le acusaba, como tampoco lo fue en el breve viaje a Comisaría y las intensas horas posteriores.
Pero, ¿qué he hecho? ¿Por qué me habéis detenido?
Lo sabes perfectamente, así que empieza a contarnos tú o va a ser mucho peor, le espetó Canessa, con su expresión más sombría, convertido en uno de esos tantos inquisidores como estaban de guardia. Y es que esas sesiones interminables de interrogatorios no habían parado desde la tarde anterior.
Pero, ¡si yo no sé nada! ¿Qué pasa conmigo?
¿Dónde estuviste en la noche de Halloween?
¡En mi bar, claro! ¿Dónde iba a estar, si yo trabajo en la noche?
Pues por eso te hemos traído, amigo: por lo bien que trabajas en las noches. ¿Qué tipo de relación tienes tú con Amanda? ¿Por qué os mensajeasteis en la noche de Halloween? ¿Cuándo y dónde os encontrasteis?
Al igual que en el caso de Amanda, como en cualquier otro interrogatorio policial, se trataba de noquear al sospechoso sin darle tiempo de reaccionar. Una pregunta tras otra. Y con amenazas salteadas que fueran introduciendo, en la mente del detenido, la idea terrible de que iba a pagar por lo que ellos y él ya sabían. Y poniendo en contradicción los testimonios de unos y otros, eso siempre, para indisponer a los posibles cómplices entre sí.
Amanda nos ha confirmado que eres tú, pero nosotros creemos que fue ella. Ayúdanos a demostrar que fue esa zorra asesina y te dejaremos libre… O tendrás que comerte tú lo de esa cría.
Extrarradio de Perugia
El caso de Meredith o de Amanda, como parecía ser para la prensa, seguía con la deriva más surrealista que pudiera tener, aunque mucho más asentado de lo que Canessa creyó en su momento. Sin embargo, muy al contrario de la tónica general de su Comisaría, nada eso no interesaba tanto al inspector como el otro caso que se traía entre manos: el laberinto de Ludmila ni siquiera tenía un comienzo estable sobre el que empezar a trabajar y esto era aún peor. Porque todas las opciones estaban sobre la mesa y no había ni una maldita pista.
Ludmila. Era difícil que pudiera olvidarla.
Y tampoco hacía falta acudir a ninguna base de datos para identificarla, como pronto se ocuparían de recordarle. De hecho, esa misma tarde, al pasar por la zona más típica de las prostitutas, por si pudiera enterarse de algo referente a sus casos, eso fue justo lo que pasó cuando una de esas chicas se acercó a su coche de paisano con disimulo.
¿Qué se sabe de Kate?
No lo sé. Dímelo tú, contestó Canessa.
Dime tú, mejor, insistió la chica, con una sonrisa sardónica. La conocías perfectamente, no te hagas el distraído. Y eres poli y de los que investigan a fondo las cosas, ¿verdad? ¿Por qué no seguís con el tema?
Canessa aguantó como pudo esa embestida. ¿Acaso le intentaba chantajear?
Seguimos como se puede, pero la verdad es que no hay mucha información. ¿Por qué no me cuentas tú algo?
En realidad, con respecto a ese caso, el inspector se encontraba inmerso en una huida hacia delante. Era ya muy tarde para reconocer que sí conocía a esa chica, pero podría ser mucho peor si alguien se enteraba sin que él lo hubiera contado primero. ¿Qué podía hacer? Pero no tardaron en aparecer estos primeros síntomas claros de que no iba a poder mantenerse al margen de ese tabú, por mucho que quisiera evitarlo. Y esa compañera de Tatiana, no más Ludmila, era la confirmación definitiva de esta realidad.
A vosotros sólo os importa lo de la chica ésa, la inglesa, pero tú sabes que mi amiga estaba primero y no te ha importado una mierda.
Eran palabras muy duras, aunque reales, de parte de otra chica muy cercana a su víctima: Ludmila o, mejor dicho, Tatiana. Una chica no tan desconocida para Canessa y cuyo caso, a su pesar, había llegado a un auténtico callejón sin salida.
Mira, Lidia: si crees que no me importa lo que le ha pasado a tu amiga estás equivocada. Y no te confundas en nada, por favor: todos los casos que entran en Comisaría, y más si son asesinatos, se intentan resolver hasta el final.
Ya, claro. Y voy yo y me lo creo, ¿no? ¡Lo de mi amiga estaba antes y no habéis hecho absolutamente nada, pero luego matan a una inglesa con dinero y os ponéis las pilas que no veas!
Canessa empezaba a perder la paciencia, pero mostró una sonrisa sardónica.
No tienes ni idea de lo que estás hablando, amiga. ¡Ni idea!
Ah, ¿no? Sé que tú te veías con ella y te la follabas cuando querías, sin pagar, Y, por cierto, es una falta de respeto que la llaméis Ludmila cuando esa chica tenía nombre, ¿vale? Se llamaba Ekaterina. Kate, para los amigos. Y tú lo sabes mejor que nadie.
¡Y tú también lo sabes! ¿De acuerdo? ¡Así que deja de joderme con eso!
La atractiva joven pareció decrecer ante su dedo acusador y con razón, apartándose del coche como si fuera a agredirla. Pero, ¿quién mejor que ella iba a saber cosas sobre su amiga? ¿Habría sido ella quien remitió esa nota al periódico local? Era bastante probable que así fuera, pero Canessa debía moverse con cuidado en la protección de sus fuentes: si la preguntaba por eso estaría informándola a ella y no al revés, que era de lo que se trataba, poniendo en peligro a la persona que de verdad hubiera escrito eso. ¿Cómo podía saber que Lidia no estaba actuando como agente provocador, de parte de los asesinos de su amiga, para tantear lo que sabía o no y cómo iba la progresión del caso? La realidad era que el tema de Meredith había sembrado el pánico entre gente acostumbrada a matar a mujeres y tirar sus cuerpos por ahí, puesto que ahora había muchos focos sobre esa zona concreta y eso afectaba al trasfondo criminal.
Lidia se echó a llorar, pero Canessa no se dejó ablandar por eso. Conocía bien las tácticas de ese mundillo y cómo utilizaban todas las argucias del mundo para llevar el agua a su molino. ¿Cómo podía fiarse de ella, por muy amiga que fuera de Kate, si estaba tan metida en una organización criminal? Aunque fuera por la fuerza, claro, como era el caso de todas esas pobres mujeres, pero muchas de ellas mantenían vínculos incluso afectivos con sus jefes. Con los mismos animales que las lanzaban a la calle para hacer el trabajo sucio. Una calle que el inspector no dejaba de otear, siempre alerta por si pudiera acudir algún proxeneta.
No sé quién te crees que eres para leerme la cartilla, continuó, aunque bajó el tono para que otra gente alrededor no pudiera escucharle. ¿Crees que no quiero avanzar con el caso? ¡Demuéstramelo! Dame algún dato que pueda utilizar y te aseguro que iré hasta el final con todo esto, ¿de acuerdo? Palabra de italiano o de albanés, si la crees mejor.
Como cabía esperar, sin embargo, esa joven se alejó de su coche y le dio la espalda, rumbo a su puesto junto a las demás. Y Canessa miró por enésima vez en torno, precavido, pero no le hacía falta ver a nadie sospechoso para saber que le estaban vigilando. Eso lo podía sentir. La mafia nunca dormía y, de hecho, vio un potente coche arrancar a varios metros del suyo. El típico cochazo de albanés o marroquí con dinero, obtenido a costa de las lágrimas de esas muchachas, aunque en realidad podía ser de cualquier cliente que se iba.