Cada vez se demandan más los tratamientos de Medicina Estética en Cantabria: un fenómeno mundial, pero nada nuevo en la Historia como vamos a ver. Sin ir más lejos, se ha hablado mucho de los tratamientos de belleza que usaba Cleopatra y como conseguía conquistar para Egipto y para ella a los más grandes emperadores romanos de su momento, de los cuales dependía tanto su país. Lo de que se bañaba en leche de burra, por ejemplo, es uno de estos supuestos tratamientos. Y es que los cuidados de belleza nunca han estado asociados a la pobreza, precisamente, a esas clases sociales más trabajadoras y humildes, hasta que en tiempos recientes se ha logrado que la clase media pueda acceder a estos tratamientos que siempre estuvieron vinculados a la élite gobernante. El ajuar de las personas acomodadas era ilimitado en comparación con el casi inexistente lote de pertenencias que podemos encontrar, en el mejor de los casos, en las humildes cabañas donde vivía la mayoría empobrecida de nuestros antepasados.
Tratamientos de medicina estética en Cantabria a lo largo de la Historia
El cuidado estético y la imagen van asociados a un nivel de vida alto y nunca antes en la historia los trabajadores normales que formamos parte de la mayoría podíamos permitirnos tratamientos que ahora están al alcance de nuestra mano. Incluso existe financiación disponible para tratamientos de medicina estética en Cantabria y otro tipo de atención médica relacionada con nuestro aspecto exterior.
Además de todo, hemos mejorado en cuanto a las la ciencia médica nos puede ofrecer también en este campo. Es decir: en tiempos remotos, operarse de algo que hoy es tan sencillo como unas cataratas podría suponer una ceguera total o incluso la muerte en demasiados casos. Sin embargo, sí que sabemos que determinadas personas de la nobleza y gente con dinero disponible tenían ese acceso vital a médicos e incluso cirujanos. Existe por ejemplo la anécdota curiosa de Enrique V de Inglaterra, un poderoso rey que fue admirado por Shakespeare, cuyo alias para toda su vida fue Arrow Head, debido a que una flecha enemiga traspasó su cabeza durante una campaña contra los enemigos de su padre el rey en Gales.
Pues bien: hoy en día sabemos que pudo sobrevivir a una herida tan complicada y que la flecha fue extraída de su cráneo sin producirle la muerte ni graves problemas de salud, de tal forma que pudo ser el protagonista de la famosa batalla de Agincourt años más tarde. También sabemos que servidores más empobrecidos de estas dinastías reales y nobiliarias tenían parecido acceso a cirujanos y tratamientos médicos que a lo mejor no estaban a disposición de la gente común campesina que no tenían una relación directa con el poder. Hay varios ejemplos de esto también en la historia de Inglaterra, pues hace unos años se encontró una fosa común donde guerreros profesionales fueron intervenidos quirúrgicamente de heridas terribles en su cara de las que pudieron sobrevivir para seguir peleando hasta su muerte efectiva en sus últimas batallas. En este caso, hablaríamos de la batalla de Towton, en el norte de Inglaterra, donde una fosa común encontrada nos presenta los terribles efectos de la lucha cuerpo a cuerpo de la época: caras destrozadas y cráneos hendidos de guerreros que sin embargo lograron sobrevivir a sus heridas para seguir peleando en la guerra y morir años después.
El cráneo de ‘Yllana’ se encuentra en excelente estado, conservando incluso toda su dentadura, algo inusual para su tiempo. Su ubicación en un cementerio junto a la antigua Iglesia de los Cuerpos Santos de Santander sugiere que pertenecía a la clase alta de la sociedad santanderina de finales del siglo XII, según explican los arqueólogos. La datación precisa del enterramiento fue posible gracias a un estudio realizado por un laboratorio estadounidense, mientras que el análisis antropológico, llevado a cabo por la médico forense Silvia Carnicero, permitió conocer detalles sobre su salud, sexo y edad.
El rostro de una mujer santanderina del siglo XII ha sido reconstruido digitalmente a partir de un cráneo encontrado en el yacimiento arqueológico de la calle Los Azogues, en Santander. Los especialistas han determinado que pertenecía a una joven de entre 20 y 30 años, probablemente de la clase alta de la época. La excavación, a cargo de los arqueólogos Lino Mantecón y Javier Marcos Martínez, permitió descubrir el cuerpo y el cráneo de esta mujer, a la que se ha nombrado ‘Yllana’. Este nombre hace referencia a una mujer mencionada en documentos del Archivo Catedralicio de Santander, vinculada con la necrópolis del siglo XIV. El hallazgo se produjo en una tumba profunda y muy bien conservada, lo que ha facilitado su estudio. Con esta información, se digitalizó el cráneo mediante un escáner láser de última generación, y el especialista en reconstrucción facial forense, Cícero Moraes, se encargó de crear una recreación tridimensional del rostro de ‘Yllana’. El resultado es una representación muy precisa de cómo podría haber sido su apariencia, complementada con vestimenta histórica. Basándose en el arte románico y en estudios sobre indumentaria del siglo XII, se ha recreado un atuendo con tocado y túnica talar, acorde al contexto social y cultural de la época.
Cirugía maxilofacial en Cantabria
Esta mujer podría ser la prueba de las diferencias sociales a la hora de acceder a tratamientos de todo tipo y también de medicina estética en Cantabria, que sería limitadísima en esa época. Por la zona en la que fue enterrada, en pleno corazón de la entonces pequeñísima Santander, así como por su excelente estado de salud en general, previo a su muerte, reflejado en el impecable estado de sus dientes, parece lógico que se trataba de una joven de cierta posición social. Su perfecta dentadura definitivamente no era, con toda seguridad, la regla general de una sociedad volcada a la pesca y la caza de la ballena en alta mar, con todo el desgaste físico y los riesgos que eso implicaba. De hecho, todavía en tiempos recientes como son los finales del siglo XIX, José María de Pereda se hacía eco de la escasa preocupación por la imagen que tenían incluso los chavales en edad de ligar. Ni siquiera se tomaban la molestia de bañarse, en muchos casos, preocupados como estaban por sobrevivir en una economía de subsistencia que era muy dura especialmente para las clases más bajas.
En el centro de Santander, sin embargo, bajo el promontorio rocoso de Somorrostro, donde ahora se encuentra la Catedral, los romanos que pasaron por aquí sí mostraron un camino de higiene pública y de cuidado de las personas en su más mínima apariencia. Las termas de la Catedral de Santander son la demostración de esto. Un espacio de higiene y bienestar que también era un club social donde con toda probabilidad se prestaba atención a este culto a la imagen y al cuerpo que a veces es un poco necesario si no caemos en excesos. Es decir: nuestra apariencia física o externa podría no ser lo más importante de una persona, pero tampoco es lo menos importante.
Los hombres antiguos tenían que trabajar muy duro en el campo o en el mar y en la guerra y los que no eran artesanos que también tenían una vida laboral intensa con sus propias manos. Con todo el desgaste físico que eso suponía y el envejecimiento que podemos comprobar todavía hoy que ese modo de vida produce en las personas que viven, por ejemplo, en la mayoría de lugares del Tercer Mundo. Las mujeres del pasado en Europa, por ejemplo, también trabajaban como leonas en lo mismo que los hombres, aunque las más privilegiadas tenían el derecho poco común de dedicarse a las tareas de la casa como gobernantas, sin tantos sacrificios como los varones, aunque tenían un deber primordial en formar familias y casarse con los hombres que los correspondientes patriarcas aprobasen. En este sentido y hasta hace bien poco, en realidad, la mujer en general tenía una obsesión con encontrar un marido que fuera del agrado de su parentela y, a poder ser, de ella misma. En este objetivo tenía que contar en primer lugar con su propia belleza física, lo que le permitiría ser más independiente a la hora de elegir entre sus pretendientes y casi siempre sin salirse de los márgenes que imponía el patriarcado de la época. La propia vanidad natural de sentirse más bellas y queridas las impulsaba a utilizar todos los remedios naturales de la época que estaban a su alcance.
Hasta tal punto llegaba esta obsesión generalizada por los tratamientos de belleza que en la antigua Roma hubo un intento por parte del emperador Tiberio de limitar todo eso y se encontró con que era imposible sin cargarse la economía entera. Este mismo emperador tuvo que enfrentarse en persona a los temidos cántabros de la época junto a su tío, Octavio Augusto, como oficial de las tropas romanas. Unos antepasados de nosotros que no eran precisamente unos hedonistas y que se cepillaban los dientes con orines de caballo. ¡Qué asco! Gente muy ruda que vivía al modo más natural y salvaje en la salvaje Cantabria y sin preocuparse lo más mínimo por su aspecto exterior ni otra cosa que no fuera el trabajo y la guerra. Qué contraste con la civilizada y vanidosa Roma, que agotaba los productos de belleza que llegaban por la interminable ruta de la seda y las especias y siempre exigía más.
También los hombres se preocupaban mucho por su aspecto exterior
También los hombres y no sólo en la antigua Grecia y Roma se preocupaban mucho por su aspecto exterior. Prueba de ello eran los gimnasios que había por todas las ciudades del mundo mediterráneo, hasta las más pequeñas, donde casi siempre existían termas donde también aplicaban tratamientos de belleza para los varones. Todo el mundo quería parecer más hermoso y más joven de lo que eran, por lo que vemos que no es una manía actual de nadie sino que es algo que va en la psique del ser humano. Las mismas preocupaciones tenían ellos que nosotros y otra cosa era que se las pudieran permitir, ya que la mayoría silenciosa del planeta de entonces y de ahora tenían y tienen verdaderos problemas para subsistir y costearse sus necesidades más básicas. En realidad, todos los filósofos estoicos como Séneca o Platón y otros repudiaban ese estilo de vida urbanita, en el que la gente se preocupaba por cosas banales que no tenían nada que ver con los ideales profundos de la patria o del trabajo, o con las tradiciones espartanas de toda la vida. Para ellos, que un hombre se perfumara era un símbolo innegable de ser un amanerado y eso merecía su desprecio. El propio emperador Vespasiano, estoico donde los hubiera, le quitó de pronto un cargo a un hombre al que le acababa de dárselo por la sencilla razón de que pudo oler su perfume cuando se reunió con él.
También los musulmanes que invadieron la península en el siglo octavo mantuvieron esta dicotomía de los romanos entre las bondades de la civilización y el desprecio por todo lo que fuera superfluo. El gran general andalusí Almanzor ordenó cerrar todos los baños públicos que había en el imperio de Al Andalus para evitar que sus hombres se ablandasen con el uso frecuente de los baños. Por el contrario, en todos los cuarteles romanos y hasta en los más alejados había baños y gimnasios para que pudieran cuidarse y entretenerse los soldados de Roma. Y también los había en Al Andalus y por eso tuvieron que ordenar cerrarlos en alguna ocasión, llevados por ese frenesí puritano de evitar que los guerreros tuvieran distracciones que pudieran rebajar su espíritu de lucha y sufrimiento.
Las mujeres que se cuidaban demasiado eran consideradas de toda la vida como personas frívolas que buscaban ligues fuera del cauce amoroso natural que era tradicionalmente el matrimonio. Por otro lado, los varones que hacían lo mismo siempre fueron tratados como algo mucho peor dentro de los cánones de la época, pues se suponía que los hombres no tenían ni siquiera que preocuparse por nada de eso a no ser que fuesen «invertidos» y hasta unos viciosos sexuales que intentaban atraer la atención de otros varones o que incluso se prostituían. Los versos del poeta español y romano Marcial, de la época de los Césares, nos recuerdan que esos estereotipos funcionaban con toda naturalidad en tiempos remotos, incluso al margen de que hubiera bastante misoginia y homofobia en el ambiente: ser banal en una época de supervivencia se consideraba muy incorrecto.
Un correcto tratamiento de Medicina Estética sí puede suponer un mayor bienestar del paciente
Por fortuna, todos estos mitos tan dañinos sobre las personas que deseaban resultar más atractivas se han ido quitando de la mentalidad colectiva con el tiempo y la gente se ha acostumbrado más a una naturalidad en estos tratamientos de belleza que incluso pueden ser médicos. Que en una mayoría de casos deberían ser supervisados por un médico cuando se puede comprometer la salud de la persona. Está demostrado que una correcta apreciación y un diagnóstico y tratamiento acertado con un médico especialista, en estos tratamientos de medicina estética y cirugía plástica o facial, conducen a una mayor felicidad del paciente sin poner en compromiso su salud. Sin poner en entredicho los propios deseos del paciente a la hora de percibirse a sí mismo mejor y sin incurrir en prácticas indebidas por querer acudir a gente aventurera y temeraria que se dedican a ofrecer tratamientos que deberían involucrar a médicos desde el primer momento.
Como regla general, en una época de auténtica subsistencia y con pocos recursos científicos, la gente no se aventuraba demasiado a recurrir a tratamientos invasivos que se los podían llevar por delante. Hoy en día, los tratamientos de medicina estética y hasta la cirugía implicada muestran unos riesgos que son risorios, extremadamente bajos, cuando acudimos a un médico especialista de verdad. Por lo tanto, lo que hoy en día son intervenciones sin importancia ninguna, en esa época tan diferente resultaban muy intimidantes para personas que solamente acudían al médico cuando ya era inevitable. Mucho más cuando había que aplicar cirugía y aquí hemos explicado algunos casos extremos en los que sí o sí se la tenía que jugar con una operación a vida o muerte.
Un desfile de mozas y mozos en edad de casarse en Santander
El estilo de vida urbanita a veces hace que sea un poco difícil conocer a alguien especial. Esto no pasa tanto en los pueblos, donde la gente se conoce y se trata con más naturalidad y frecuencia, pero en las ciudades pasa muchísimo. Y ya hace tiempo que Santander fue un gran puerto y una ciudad importante y esto motivó, al parecer, que los tatarabuelos del que escribe organizasen en su céntrico chalet una especie de first dates victoriano con jóvenes en edad de casarse. En las fotos salta a la vista la inocencia de esta época. La ilusión con la que iban a hacerse fotos, lo que era un lujo todavía por entonces, y la actitud distinguida de personas que están en una edad muy joven para los cánones actuales, pero que por entonces ya formaban familias y tenían responsabilidades de adultos al cien por cien.
Tratamientos de medicina estética en Cantabria
Por lo tanto, lo de acudir a tratamientos de medicina estética en Cantabria o cualquier otro lugar en esos tiempos complicados estaría muy limitado a los escasos recursos médicos disponibles. Y muchos tratamientos que hoy en día son sencillos y habituales no se podían ni siquiera practicar. No hay más que ver los retratos y las estatuas que representan a la gente poderosa de la época, con defectos que hoy en día serían fáciles de corregir, pero que eran por entonces imposibles de abordar.