Ante el éxito del artículo que publicamos sobre la historia de Santander con Playmobil vamos a hacer algo parecido con la historia de nuestra amada capital.
Guía cultural en Madrid nos ofrece la historia de la capital con Playmobil

Aunque el nombre de Madrid tal como lo conocemos aparece por primera vez en época musulmana, el territorio que ocupa la actual ciudad estuvo habitado desde tiempos muy remotos. Las evidencias arqueológicas encontradas en diversos puntos de la Comunidad de Madrid revelan la presencia humana ya en la prehistoria, con asentamientos paleolíticos en zonas como el valle del Manzanares, donde se han hallado herramientas líticas y restos óseos.
En la Edad del Bronce y la Edad del Hierro, la región fue habitada por diversos pueblos prerromanos, en especial por los carpetanos, un grupo íbero-celta que se extendía por el centro de la península. Aunque no se han identificado grandes núcleos urbanos carpetanos en el actual casco urbano madrileño, se cree que existían pequeños poblados dispersos en zonas elevadas y cercanas a fuentes de agua. Estos pueblos practicaban la ganadería, la agricultura y mantenían intercambios comerciales con otros pueblos del interior y del sur peninsular.
Con la llegada de los romanos en el siglo II a.C., la región central de Hispania pasó a formar parte de la provincia Tarraconense y, más tarde, de la Cartaginense. Aunque Madrid como ciudad no existía, el área estaba bajo la influencia de grandes núcleos romanos como Complutum (actual Alcalá de Henares) y Toletum (Toledo). En lo que hoy es Madrid, el legado romano puede rastrearse en restos arqueológicos menores: tramos de calzadas, villas rurales (como la de Villaverde Bajo), mosaicos, monedas y utensilios cotidianos.
La región fue atravesada por vías secundarias que conectaban los distintos asentamientos y contribuían al control administrativo del imperio. Aunque Madrid no fue una ciudad romana propiamente dicha, su ubicación —ya entonces estratégica— empezaba a consolidarse como un punto de paso entre los distintos territorios del centro peninsular.


Aunque la actual ciudad de Madrid no fue un gran núcleo urbano durante el periodo romano, su ubicación geográfica en el centro de la península ibérica la situaba en un lugar de paso importante entre las grandes ciudades del imperio. Las vías romanas —auténticas autopistas de la antigüedad— recorrían todo el territorio hispano, y varias de ellas atravesaban o bordeaban lo que hoy conocemos como la Comunidad de Madrid.
Estas rutas no solo eran fundamentales para el transporte de tropas, mercancías y correspondencia oficial, sino que también conectaban poblaciones, fomentaban el comercio y facilitaban el control político y militar del vasto territorio del Imperio Romano.
Tras la caída del Imperio romano en el siglo V, la zona quedó bajo control de los visigodos, quienes establecieron su capital en Toledo. Durante este periodo, el área de Madrid siguió siendo rural, pero algunas de las villas romanas continuaron habitadas y transformadas. Se han encontrado restos visigodos como sarcófagos y fragmentos cerámicos que indican la presencia de pequeñas comunidades cristianas en la zona.


La ciudad de Madrid como tal tiene su origen en una fortaleza de Al-Andalus cuyo objetivo militar era defender el corazón del califato de Córdoba de los ataques de los cristianos del norte y también controlar a la rebelde Toledo, donde la población cristiana local se había sublevado varias veces contra el poder establecido en la capital del Guadalquivir.
El origen documentado de Madrid se remonta al siglo IX, cuando el emir Muhammad I de Córdoba ordenó la construcción de una fortaleza en una zona estratégica del centro de la península. Este enclave, conocido como Mayrit, fue fundado alrededor del año 860 con la finalidad de proteger el corazón de Andalucía y Toledo, entonces una importante ciudad musulmana, de los avances cristianos del norte. El nombre Mayrit, del árabe Majrit, hace referencia a las aguas subterráneas o manantiales que abundaban en la zona.
Este asentamiento se desarrolló en torno a una alcazaba (fortaleza), ubicada en el lugar que hoy ocupa el Palacio Real. La población, aunque modesta, estaba compuesta por agricultores, artesanos y soldados. Durante la etapa musulmana, Mayrit fue una ciudad menor dentro del Al-Ándalus, pero su posición en el centro de la península ibérica la hacía relevante desde el punto de vista militar.
Hoy en día, pasear por las calles del Madrid de los Austrias es adentrarse en uno de los periodos más fascinantes de la historia de la ciudad. Aunque muchas construcciones han desaparecido o han sido reformadas, la estructura básica del casco histórico aún conserva su huella.
Zonas como la calle Mayor, la Plaza de la Villa, el entorno del Mercado de San Miguel, y el Viaducto de Segovia mantienen ese aire del viejo Madrid imperial. El actual Palacio Real, que ocupa el lugar del antiguo Alcázar, sigue siendo un símbolo de la monarquía, y frente a él se encuentra la Catedral de la Almudena, en el mismo lugar donde antiguamente se situaba la iglesia medieval dedicada a la Virgen patrona de la ciudad.


Durante la Reconquista, como norma general, no se mataba al enemigo derrotado ni se le expulsaba necesariamente, sino que se sometía a la gran mayoría de la población a un nuevo dominio que podía ser de los reyes de Al Andalus o de los reinos cristianos. La población sometida tenía que pagar un impuesto especial para poder disfrutar de la famosa tolerancia de las Tres Culturas y todo eso. Un mito que ha llegado hasta nuestros días y que a duras penas puede esconder la verdad incómoda de que esas tres culturas y religiones se toleraban y se soportaban, pero en una coexistencia complicada. Pero el hecho innegable es que hoy en día podemos disfrutar de esta Historia tan rica que ha llegado a nosotros en forma de nombres de lugares, leyendas, edificios, arte, etc.
El propio Cid Campeador llegó a realizar incursiones importantes por la zona que hoy en día sería la región de Madrid y devastó la provincia de Toledo en una maniobra intimidante contra las autoridades de Al Andalus en esta disputada frontera, que ya el Reino de León había atacado y saqueado previamente. El rey Alfonso VI fue el que se apoderó oficialmente de la ciudad, que vivió su época de máxima expansión medieval con los cristianos castellanos, mientras que los moriscos tuvieron que irse a vivir a la zona exterior que todavía hoy conserva nombre están evocadores como Puerta de Moros y barrio de la Morería.


Como decíamos, en 1085 el rey Alfonso VI de León y Castilla conquistó Madrid, durante su campaña para recuperar Toledo, marcando así la incorporación de la ciudad a los reinos cristianos. Tras la reconquista, la ciudad comenzó a adquirir importancia como plaza defensiva y núcleo de repoblación.
La Plaza Mayor de Madrid siempre fue un lugar de encuentro y un cruce de caminos muy importantes desde muy antiguo, pero no siempre estuvo cerrada ni cubierta. En realidad, se trataba de un mercado informal situado a las afueras de los muros madrileños que defendían la villa, ya que cualquier intercambio comercial que se realizara allí estaba exento de los impuestos que había que pagar en el interior del recinto amurallado.


A pesar de su tamaño, su ubicación geográfica continuaba siendo un punto a favor. El paso constante de reyes y tropas convirtió a Madrid en un lugar de tránsito frecuente, lo que influyó en su posterior designación como capital. Al ser un lugar tan bien ubicado y transitado se crearon muchas ventas o posadas, por todos los accesos a la ciudad, de tal manera que ahora es un topónimo muy común en Madrid: Ventas, Ventorro, Ventillo, etc.
Durante la Edad Media, Madrid fue creciendo lentamente. Recibió privilegios reales, como el fuero de 1202, que regulaba la vida municipal. Se construyeron iglesias, conventos y un pequeño pero relevante castillo en el lugar donde hoy se encuentra el Palacio Real. También en esta época se produce un notable crecimiento demográfico, aunque la ciudad seguía siendo relativamente modesta frente a otras urbes como Toledo o Segovia.


La casa de San Isidro todavía conserva el pozo del gran milagro del santo y patrón de Madrid, que es también un icono desde antiguo del trabajo en el campo de los campesinos y de la religiosidad de estas personas. En este Museo de San Isidro también veremos muchas cosas interesantes de la historia de Madrid y además resumidas de una forma muy fácil de ver y disfrutar. No os lo podéis perder.
La gran abundancia de ríos y pozos por todas partes hizo que los musulmanes llamarán a este lugar Magerit, que significa sitio con abundancia de arroyos. Algunos de los nombres de estos cursos de agua todavía se conservan en calles como Leganitos o calle del Arenal.


Durante los siglos XVI y XVII, Madrid fue el epicentro del Siglo de Oro español, un periodo de florecimiento cultural y artístico sin precedentes. En esta época vivieron y trabajaron en la ciudad figuras como Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Calderón de la Barca y Diego Velázquez. El Teatro del Corral de la Cruz y el Corral del Príncipe eran centros de cultura popular. La vida cortesana y el ambiente bohemio coexistían en un Madrid lleno de contrastes.
Cervantes era de Alcalá de Henares, al noreste de la región y no muy lejos de la capital, aunque sus protagonistas más famosos eran de tierras manchegas.
El Madrid de los Austrias fue una ciudad de grandes contrastes: la riqueza de los palacios nobiliarios coexistía con los barrios marginales, donde se concentraban mendigos, pícaros, soldados sin paga, mujeres sin recursos y prostitutas. Fue también la ciudad de Lope de Vega, Quevedo y Góngora, quienes retrataron magistralmente esa convivencia entre el esplendor cortesano y la miseria popular.
En ese contexto, Madrid se convirtió en el epicentro de la literatura del Siglo de Oro, con un ambiente cultural riquísimo que incluía teatros públicos como el Corral de la Cruz y el Corral del Príncipe.
El verdadero punto de inflexión para la historia de Madrid llegó en 1561, cuando el rey Felipe II decidió trasladar la corte desde Valladolid. Esta decisión, aparentemente administrativa, fue el comienzo de la transformación radical de la ciudad. Madrid pasó a ser la sede permanente de la monarquía y, por tanto, del poder político, administrativo y económico del vasto Imperio español.
La ciudad, que hasta entonces había sido de tamaño mediano, se vio desbordada por la llegada de nobles, funcionarios, diplomáticos y comerciantes. Se construyeron nuevos edificios administrativos y palacios, mientras que el entorno urbano se expandió de forma caótica para dar cabida a la creciente población. Madrid no fue nunca oficialmente declarada capital, pero desde ese momento y hasta hoy, ha desempeñado ese papel de forma continuada.


La expresión “Madrid de los Austrias” se refiere tanto al periodo histórico (siglos XVI y XVII) como al conjunto de construcciones y trazados urbanos desarrollados durante el reinado de los Habsburgo españoles, desde Carlos I hasta Carlos II.
Con la llegada de la corte en 1561, Madrid experimentó un rápido crecimiento demográfico y urbanístico. La ciudad pasó de ser una villa modesta a convertirse en un centro administrativo, diplomático y cultural, con miles de funcionarios, embajadores, religiosos, soldados y comerciantes instalándose en ella.
A diferencia de otras capitales europeas, Madrid no fue rediseñada completamente cuando se convirtió en capital. Creció de forma caótica y desordenada, sobre todo durante los primeros años, con calles estrechas, sin pavimentar y problemas de saneamiento. Sin embargo, la presencia constante de la monarquía y la nobleza provocó la construcción de edificios emblemáticos y espacios urbanos de gran importancia.
La elección de Madrid como capital de la monarquía en 1561 por Felipe II marcó un punto de inflexión histórico para una ciudad que, hasta entonces, había sido solo una villa más dentro del Reino de Castilla. A partir de ese momento, Madrid se convirtió en el centro político del imperio más extenso de su época, y su fisonomía urbana, social y cultural cambió radicalmente. En ese contexto, el Alcázar de Madrid fue el símbolo más visible del poder real, mientras que la ciudad comenzó a transformarse bajo la influencia de la Casa de Austria (o los Austrias españoles).
Cuando Felipe II trasladó la corte a Madrid en 1561, decidió instalar su residencia en el viejo Alcázar. Este edificio medieval fue profundamente remodelado para adaptarlo a las necesidades de una corte permanente. Las reformas —que se prolongaron durante décadas— buscaron transformar la antigua fortaleza en un palacio renacentista, sin destruir completamente sus estructuras anteriores.


El nuevo Alcázar incluía salas de audiencia, salones oficiales, apartamentos reales, jardines interiores y una gran capilla. También se almacenaban en él los archivos y tesoros reales. Sin embargo, su aspecto seguía siendo algo irregular y austero, con una mezcla de estilos góticos, mudéjares y renacentistas que reflejaban su larga evolución histórica.
El trágico incendio de 1734
El Alcázar de Madrid fue residencia oficial de los reyes españoles durante casi 200 años, desde Felipe II hasta Felipe V. Pero en la noche del 24 de diciembre de 1734, durante el reinado del primer Borbón, se declaró un incendio que arrasó el edificio casi por completo. El fuego se prolongó durante varios días, y se perdieron no solo las estructuras del Alcázar, sino también obras maestras del arte, muebles, documentos y archivos históricos de gran valor. Entre los cuadros destruidos se encontraba una versión original de La expulsión de los moriscos de Velázquez. Sobre las ruinas del viejo Alcázar, el rey Felipe V ordenó la construcción del actual Palacio Real de Madrid, un edificio de estilo barroco que sería mucho más monumental y acorde con el gusto francés borbónico.
La Inquisición instaló en la Plaza Mayor de Madrid una de sus principales sedes para los autos de fe. También ahí se realizaban las ejecuciones públicas al principio.
El Madrid de los Austrias fue una ciudad de grandes contrastes: la riqueza de los palacios nobiliarios coexistía con los barrios marginales, donde se concentraban mendigos, pícaros, soldados sin paga, mujeres sin recursos y prostitutas. Fue también la ciudad de Lope de Vega, Quevedo y Góngora, quienes retrataron magistralmente esa convivencia entre el esplendor cortesano y la miseria popular.
En ese contexto, Madrid se convirtió en el epicentro de la literatura del Siglo de Oro, con un ambiente cultural riquísimo que incluía teatros públicos como el Corral de la Cruz y el Corral del Príncipe.
Los bandidos pululaban por las afueras de la ciudad, por todos los caminos, y luego venían a Madrid a celebrar sus golpes y esconderse en las famosas cuevas de la Plaza Mayor y otros escondrijos. Uno de los más famosos fue Luis Candelas, quien se convirtió en un personaje carismático.


Con la llegada de los Borbones en el siglo XVIII, especialmente durante los reinados de Felipe V, Fernando VI y Carlos III, Madrid experimentó un proceso de modernización significativo. Inspirados por el modelo ilustrado francés, los nuevos monarcas impulsaron reformas urbanas, sanitarias y administrativas que cambiaron la cara de la ciudad. De todos modos, las tradiciones de la ciudad todavía permanecieron por varias generaciones, hasta que la masiva inmigración de a partir del siglo XX terminaron de configurar la actual capital cosmopolita y un poco desarraigada en ese sentido.
Carlos III, conocido como el «mejor alcalde de Madrid», fue quien más transformaciones promovió, aunque hubo más transformaciones importantes antes y después de su llegada. Bajo su mandato se construyeron edificios emblemáticos como el Museo del Prado (inicialmente concebido como Gabinete de Ciencias Naturales), la Puerta de Alcalá, el Jardín Botánico y el Paseo del Prado. Además, se mejoraron las infraestructuras básicas como el alumbrado público, los sistemas de alcantarillado y las fuentes de agua potable.


El siglo XIX fue un periodo de inestabilidad política en toda España y Madrid no fue ajena a ello. La ciudad fue escenario de numerosos acontecimientos clave, como el levantamiento del 2 de mayo de 1808 contra las tropas napoleónicas, una fecha que marcó profundamente la conciencia madrileña. La brutal represión francesa y la posterior Guerra de Independencia dejaron una ciudad devastada.
Tras la expulsión de los franceses, Madrid vivió una etapa de transformaciones constantes. La ciudad creció hacia el este y el sur, se derribaron murallas medievales y se urbanizaron nuevos barrios. La llegada del ferrocarril en la década de 1850, con estaciones como Atocha y Príncipe Pío, fue otro paso fundamental en su desarrollo.
En esta época, Madrid comenzó a parecerse más a una capital europea moderna. Se impulsó también la vida cultural y académica con la fundación de instituciones como la Real Academia Española o la Biblioteca Nacional. Sin embargo, la desigualdad social seguía siendo enorme y el contraste entre los barrios aristocráticos y los más humildes era muy acusado.


El desarrollo industrial se concentró, principalmente, en el sur de Madrid. Barrios como Legazpi, Usera, Villaverde, Arganzuela y Vallecas fueron testigos del auge de fábricas, almacenes, talleres y naves industriales. Esta concentración se debía a la mayor disponibilidad de suelo, la cercanía al río Manzanares (útil para el transporte y el agua) y las conexiones ferroviarias. Con la industrialización llegó también una nueva clase social: el proletariado urbano, compuesto por miles de trabajadores procedentes de zonas rurales que migraron en busca de empleo. Estos barrios obreros crecieron de forma rápida y muchas veces caótica, con falta de servicios básicos, viviendas precarias y alta densidad de población.
Durante la segunda mitad del siglo, Madrid se vio envuelta en los vaivenes políticos del país: la Revolución de 1868, la Primera República (1873), la restauración borbónica (1874) y la creciente agitación social. A pesar del caos, se consolidaron instituciones importantes, se mejoró la red de transportes y se comenzó a proyectar el ensanche de la ciudad, al estilo de lo que ya se hacía en París o Barcelona.


Durante la primera mitad del siglo XIX, Madrid seguía siendo, en gran medida, una ciudad centrada en los servicios, la administración y el aparato estatal. Su condición de capital de España, sede de ministerios, del gobierno y de la Corte, determinaba su estructura económica: abundaban los trabajadores públicos, la nobleza cortesana, el pequeño comercio y los servicios domésticos.
Sin embargo, el proceso de reformas liberales, las desamortizaciones y la llegada de capital privado abrieron la puerta a la inversión industrial. También influyó la mejora de las infraestructuras de transporte, especialmente con la llegada del ferrocarril, que conectó Madrid con las principales regiones productivas del país.
El auge industrial trajo consigo cambios profundos en la vida madrileña. Aparecieron las primeras organizaciones obreras, sindicatos y sociedades de ayuda mutua. Se organizaron huelgas, protestas y reivindicaciones laborales. También surgieron nuevas formas de ocio popular: cafés, tabernas, cines, y más adelante, casas del pueblo y ateneos obreros. Además, la necesidad de contar con trabajadores cualificados llevó a la creación de escuelas técnicas e institutos laborales, impulsados tanto por el Estado como por patronos ilustrados o por movimientos sindicales.


Madrid fue también escenario de varios crímenes tremendos en esta última etapa de su Historia: el crimen de Fuencarral, el del Capitán Sánchez, el de los niños del Canal, el asalto al Expreso de Andalucía, el 11M y un montón de magnicidios como el de Prim, Canalejas, Dato o Carrero Blanco, además de los intentos frustrados contra Franco y Alfonso XIII entre otros.
El auge de la prensa trajo consigo un mayor seguimiento de estos eventos por parte de las clases populares y altas, con una más marcada politización de la gente.

El siglo XX comenzó con Madrid como una ciudad ya consolidada pero todavía muy desigual. La modernización tecnológica avanzaba: tranvías, electricidad, telégrafo… pero la desigualdad entre clases se mantenía. Durante la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) se realizaron algunas obras públicas, pero no se resolvieron los problemas estructurales.
En la Segunda República (1931-1936), Madrid fue un hervidero político y cultural. Fue sede de importantes reformas, debates parlamentarios y movimientos obreros. Sin embargo, la Guerra Civil (1936-1939) golpeó duramente a la ciudad. Madrid resistió largos meses los asedios nacionales, convirtiéndose en símbolo del comunismo internacional. La ciudad sufrió bombardeos, hambre, represión gubernamental y una fractura social profunda que se tradujo en maltratos sistemáticos contra cualquiera que no comulgara con el golpista gobierno frentepopulista, mal llamado republicano y demócrata.
La Guerra Civil convirtió a la capital en un infierno de bombardeos, combates y asesinatos masivos como los de Paracuellos. El Gobierno del Frente Popular al completo huyó de la ciudad mientras ordenaba a soldados y civiles «resistir al fascismo». Y animaron a sus milicianos y fuerzas «del orden» a arrestar y reprimir duramente a sus presuntos enemigos.
Con la victoria de Franco, Madrid se convirtió en capital del régimen. La dictadura impulsó un modelo de desarrollo centralizado en la capital, que trajo consigo un gran crecimiento económico y poblacional en las décadas de 1950 y 1960. Se construyeron grandes avenidas, barrios obreros, polígonos industriales y las bases de una infraestructura moderna.


Durante los años 80, Madrid vivió una efervescencia cultural sin precedentes conocida como la Movida madrileña: un movimiento artístico, musical y social que reflejaba el ansia de libertad tras décadas de represión. Esta etapa marcó un nuevo espíritu urbano y cosmopolita, aunque la delincuencia y la droga trajeron de cabeza a todos los españoles y en especial a los que vivíamos en grandes capitales como Madrid.
El esfuerzo de esas últimas generaciones del siglo XX trajo consigo una mejora de los servicios públicos, el transporte (con la expansión del metro y las nuevas líneas de cercanías), la sanidad y la educación.
Ya en el siglo XXI, Madrid ha consolidado su papel como una de las principales capitales europeas. Su economía es dinámica, basada en servicios, turismo, cultura, tecnología e innovación. Es sede de organismos internacionales, grandes empresas y eventos globales.
En los últimos años, se ha potenciado el urbanismo sostenible, el transporte público y la recuperación de espacios verdes. Proyectos como Madrid Río, la ampliación del metro y la remodelación de zonas como Gran Vía o Plaza de España, han dado nueva vida al corazón de la ciudad.
Madrid es hoy un cruce de caminos, una ciudad donde conviven tradición y modernidad, historia y vanguardia, y donde el espíritu abierto, resiliente y acogedor de sus gentes sigue siendo el verdadero motor de su identidad.
