Hablamos de reparación de fachadas en Guadalajara y nos vamos a un antiguo y olvidado lugar de nuestra larga Historia alcarreña. Caraca es la antigua ciudad romana que resurge en las tierras de la Alcarria. Hasta el próximo 7 de septiembre, el Museo Provincial de Guadalajara alberga una exposición única que presenta los hallazgos más destacados obtenidos en las excavaciones del yacimiento arqueológico de Caraca, ubicado en las inmediaciones del municipio de Driebes. Desde el año 2017, un equipo de arqueólogos ha estado trabajando en este enclave con el objetivo de sacar a la luz los secretos de una ciudad romana que permaneció oculta durante siglos a orillas del río Tajo.
Fachadas en Guadalajara de origen romano: el yacimiento de Caraca
Situada en el cerro conocido como la Virgen de la Muela, Caraca representa la única ciudad romana conocida en el actual territorio de la provincia de Guadalajara. Las investigaciones arqueológicas comenzaron de manera intensiva en 2016, tras décadas de búsqueda impulsadas por investigadores como Juan Manuel Abascal y Jorge Sánchez en los años ochenta, quienes ya habían señalado la posibilidad de que esta antigua urbe se encontrara en la zona de Driebes.
En la imagen, detalle de la ciudad romana de Alcalá de Henares, que sigue viva hoy en día y manteniendo su antiguo aspecto con soportales con columnas. Una buena manera de saber cómo sería Caraca en tiempos de gloria es acercarse a este tipo de urbes aún en funcionamiento.

La utilización de tecnologías avanzadas como el georradar y los drones permitió finalmente confirmar la existencia de restos estructurales significativos, lo que supuso un hito para la arqueología provincial. Emilio Gamo, conservador del Museo Arqueológico Nacional y director de las excavaciones, subraya la importancia de este hallazgo como un referente histórico de la presencia romana en el interior peninsular.

En el vasto y complejo entramado urbano del Imperio romano, la conservación y reparación de edificios era una necesidad constante. Las fachadas, como elemento visible y simbólico de cualquier estructura arquitectónica, ocupaban un lugar central en los trabajos de mantenimiento. Ya fueran viviendas privadas, edificios públicos, templos o termas, las fachadas no solo cumplían una función estructural y decorativa, sino que también proyectaban poder, riqueza y prestigio. Por esta razón, los romanos dedicaron atención y recursos a su restauración y embellecimiento siempre que el paso del tiempo, los desastres naturales o el uso continuado provocaban su deterioro.
Caraca es una ciudad romana perdida en la Alcarria
Bajo el título «Caraca. La ciudad perdida», la exposición abierta en el Museo Provincial de Guadalajara ofrece al público la posibilidad de contemplar de cerca numerosos objetos extraídos durante las distintas campañas arqueológicas. Entre todas las piezas exhibidas, destaca el célebre Tesoro de Driebes, descubierto en 1945, compuesto por cerca de 1.500 piezas de plata con un peso total de casi 14 kilos. Estas joyas, cuya datación se sitúa en torno al siglo III a. C., muestran claros signos de influencia cartaginesa.
Además de su indudable valor artístico y económico, este tesoro ha sido clave para reforzar la teoría de que en esta región se produjo la Batalla del Tajo, en la que el estratega cartaginés Aníbal Barca habría vencido a las tropas romanas en el año 220 a. C. Las evidencias arqueológicas y geológicas halladas en los alrededores apoyan esta hipótesis, según señalan los expertos que participan en el proyecto.
Una ciudad sobre un oppidum carpetano
Antes de transformarse en ciudad romana, Caraca surgió sobre un antiguo oppidum carpetano, es decir, un poblado fortificado de grandes dimensiones perteneciente a un pueblo prerromano. La evolución urbanística del enclave refleja cómo los romanos aprovecharon estructuras anteriores para expandirse en la Península Ibérica.

Las investigaciones también han permitido reconstruir virtualmente algunas edificaciones, como las termas públicas, basándose en los resultados de la campaña de excavación de 2018. Estas representaciones digitales, junto con vídeos, ilustraciones y paneles informativos, enriquecen la experiencia del visitante y facilitan la comprensión del contexto histórico. El interés arqueológico de la zona no se limita a la época romana. En el yacimiento se han encontrado vestigios que abarcan desde el Paleolítico hasta la Edad del Bronce, lo que lo convierte en un punto clave para el estudio de la evolución de las comunidades humanas en el centro de la península ibérica. El propio Gamo destaca la relevancia de Caraca como un ejemplo único de continuidad histórica y transformación cultural a lo largo de los siglos.
Tras la decadencia de la ciudad romana, que comenzó a finales del siglo II a. C., el lugar fue reutilizado durante la época visigoda, como demuestra la necrópolis datada entre los siglos VI y VII d. C., que se encuentra sobre lo que fue un barrio periférico del oppidum original. Precisamente en esta área, según los investigadores, fue escondido el Tesoro de Driebes.
El futuro de Caraca: nuevas excavaciones en 2025
Aunque los resultados presentados en la exposición corresponden a las primeras fases de excavación, el trabajo en Caraca continúa. Gracias a la colaboración entre la Diputación de Guadalajara y el Ayuntamiento de Driebes, se ha programado una nueva campaña arqueológica para el verano de 2025, centrada en la mencionada necrópolis visigoda.
Además, para acercar estos descubrimientos a la ciudadanía, se organizará una jornada de puertas abiertas el próximo 21 de agosto, con visitas guiadas al yacimiento a las 10:00 y a las 19:00 horas. Este tipo de actividades de divulgación forman parte del compromiso del equipo investigador con la educación y la participación pública. Más allá de los hallazgos materiales, Emilio Gamo insiste en la importancia de la arqueología como vehículo para comprender las dinámicas sociales, económicas y políticas del pasado. “Aunque las circunstancias sean distintas, los desafíos a los que se enfrentaron las comunidades antiguas guardan similitudes con los de hoy: adaptación al entorno, tensiones sociales o problemas de organización”, afirma el arqueólogo.
Por ello, recalca la necesidad de conservar, estudiar y compartir este patrimonio, que no pertenece solo a los especialistas, sino a toda la sociedad. Entender cómo vivieron nuestros antepasados ayuda también a reflexionar sobre el presente.

IOtra fachada desaparecida en la España produnda.
Las flechas señalan una entrada interior, no la exterior. Porque, como vemos, la fachada está destruida.
«Lo voglio morto» (Lo quiero muerto).
El Alquián (Almería).
Las reparaciones de las fachadas respondían no sólo a cuestiones estructurales, sino también estéticas
Las técnicas de reparación de fachadas en el mundo romano eran sorprendentemente avanzadas y, en muchos casos, sofisticadas. Los constructores y artesanos romanos disponían de conocimientos técnicos en el uso de materiales como el opus caementicium (hormigón romano), el opus latericium (ladrillo) y el opus incertum (piedras dispuestas de forma irregular). Cuando una fachada presentaba grietas, desprendimientos o pérdida de estabilidad, se procedía a consolidarla mediante morteros de cal, refuerzo de los muros con nuevas capas de ladrillo o piedra, o incluso la incorporación de contrafuertes si era necesario.
En las casas particulares, especialmente en las domus de clases pudientes, las reparaciones de las fachadas respondían no sólo a cuestiones estructurales, sino también estéticas. La pintura mural era una parte esencial de la decoración exterior, especialmente en ciudades como Pompeya y Herculano, donde se conservan ejemplos impresionantes. Cuando estas pinturas se dañaban por la intemperie, se restauraban o se repintaban siguiendo los estilos de moda del momento. En ocasiones, los propietarios aprovechaban las reparaciones para cambiar completamente el diseño visual de la fachada, incorporando nuevos frescos, inscripciones o decoraciones en estuco.
En los edificios públicos, como basílicas, termas, teatros o templos, la reparación de fachadas estaba a menudo financiada por el Estado o por ciudadanos adinerados que deseaban ganarse el favor del pueblo. Los emperadores también patrocinaban grandes campañas de restauración como medio de propaganda política. Las inscripciones conmemorativas, conocidas como tituli, solían colocarse en las fachadas restauradas para dejar constancia del benefactor y del año de la intervención. Así, la reparación de un edificio no solo servía a su función práctica, sino que reforzaba el orden social y político del Imperio.
Estos funcionarios velaban por la seguridad cuando las fachadas amenazaban ruina
Las ciudades romanas disponían de normas urbanísticas estrictas. En muchas de ellas, especialmente en Roma, existían aediles, magistrados encargados del mantenimiento de la infraestructura urbana, incluida la supervisión de las reparaciones de edificios. Estos funcionarios velaban por la seguridad de las calles, ordenando reparaciones cuando las fachadas amenazaban ruina o representaban un peligro para los transeúntes. La ley romana incluso permitía que el Estado interviniera en propiedades privadas si sus condiciones ponían en riesgo la comunidad.
Además de la reparación física, la limpieza y el mantenimiento de la fachada también formaban parte del cuidado continuo del edificio. Los romanos prestaban atención a la limpieza de estatuas, la reposición de azulejos o mosaicos decorativos, y la renovación de letreros e inscripciones. En áreas comerciales, como tabernas o talleres, era común repintar los anuncios y los grafitis informativos que decoraban las fachadas para mantener su legibilidad. Los terremotos, frecuentes en ciertas regiones del Imperio como Campania o Asia Menor, obligaban a menudo a realizar reconstrucciones de emergencia. En estos casos, las reparaciones de fachadas no eran simples tareas de mantenimiento, sino verdaderos proyectos de restauración arquitectónica. La rapidez con la que algunas ciudades lograban reconstruir sus edificios demuestra la capacidad técnica y organizativa del mundo romano en materia de rehabilitación urbana.
La reparación de fachadas en el mundo romano no era un asunto menor ni marginal. Formaba parte esencial del cuidado de las ciudades y reflejaba tanto el nivel técnico alcanzado por los romanos como la importancia que concedían al prestigio visual de sus construcciones. Ya fuera por motivos estéticos, religiosos, políticos o de seguridad, los romanos supieron mantener vivas sus fachadas, prolongando así la vida útil de sus edificios y consolidando su legado arquitectónico, que aún hoy nos sigue impresionando.
Una olvidada puerta romana que salió de nuevo a la luz en Inglaterra
Dos imágenes: una muestra el cruce parcialmente excavado del Vallum en Benwell en 1934, y otra es una reconstrucción de cómo pudo haber sido en su época.
Ubicación: Newcastle-upon-Tyne, Inglaterra.
📷 Fotografía del cruce del Vallum, tomada durante la excavación en 1934, donde se observa en el centro un bloque de cornisa reutilizado como base giratoria de una de las hojas del portón que controlaba el cruce. Es probable que este bloque proviniera del propio portón. (Fuente: Archaeologia Aeliana, 4.ª serie, n.º 11, 1934)
📷 Dibujo reconstructivo del portón a mitad del paso sobre el Vallum, el cual controlaba el acceso a la zona militar entre el Vallum y el Muro de Adriano. Es posible que el arco estuviera decorado de forma más elaborada de lo que aquí se muestra. © Historic England (ilustración de Frank Gardiner)
Ambas imágenes son cortesía de English Heritage.
La reconstrucción mostrada no debe interpretarse como completamente precisa; su objetivo es simplemente ofrecer una idea visual de cómo pudo haber sido.
El Vallum es una obra de ingeniería en tierra que recorre casi toda la longitud de los 73 millas (117 km) del Muro de Adriano, situado en lo que hoy es el norte de Inglaterra. Está ubicado al sur, por detrás del muro, y en su mayor parte corre en paralelo a él. Esta estructura consistía en un foso de fondo plano de seis metros de ancho y tres metros de profundidad, flanqueado a ambos lados por un terraplén de tierra de dos metros de altura, los cuales se ubicaban a unos nueve metros del borde del foso (imagen en los comentarios). Además, existía un tercer montículo, llamado «marginal», al sur del foso. La función exacta del Vallum sigue siendo objeto de debate, aunque muchos especialistas creen que servía para delimitar la parte trasera de la zona militar, restringiendo así el acceso a ciertos puntos de cruce.
Según el historiador Sheppard Frere:
«No era un sistema defensivo estrictamente militar, ya que el foso no tiene forma militar, ni los terraplenes simétricos son defensivos; además, el Vallum no toma en cuenta el terreno elevado. Más bien, se trata de una barrera y una línea de demarcación que define la parte trasera de la zona del Muro y evita la entrada excepto en puntos establecidos.»
El Vallum sólo podía cruzarse a través de ciertos pasos construidos en los fuertes y los «milecastles» (pequeños fortines) a lo largo del muro. Algunos —posiblemente todos— estos pasos contaban con portones que controlaban el acceso a la zona militar. Este es uno de esos accesos. El paso en este lugar era de piedra y llevaba la calzada romana a través del Vallum hasta el fuerte romano de Benwell (Condercum).