En julio de 1999 se conmemoraron tres décadas del legendario Woodstock, aquel evento que atrajo a cientos de miles de personas bajo el lema del amor y la paz. Sin embargo, en esta ocasión, las cosas tomaron un rumbo diametralmente opuesto. Lo que prometía ser una celebración inolvidable de música y convivencia terminó marcado por el caos: problemas de logística, condiciones inhumanas, incendios, agresiones, violaciones y, lamentablemente, hasta una muerte.
Una promesa ambiciosa que terminó en tragedia
El plan inicial era impresionante: tres días con las mejores bandas del momento, dos escenarios funcionando simultáneamente, una enorme zona de camping, un hangar para raves nocturnas y seguridad privada a gran escala. El lugar elegido fue una antigua base aérea en Rome, Nueva York, lo que parecía asegurar espacio suficiente y un control estricto del acceso al recinto. Pero lo que parecía una fórmula para el éxito pronto mostró sus grietas.
Woodstock 99: hambre, calor y violencia
La organización, liderada por Michael Lang, el creador del Woodstock original, buscaba revivir la magia del evento de 1969. Sin embargo, los desafíos logísticos se multiplicaron. Durante tres días, los asistentes enfrentaron hambre, sed y temperaturas sofocantes, mientras los precios de la comida y el agua alcanzaban cifras exorbitantes. La base aérea, con amplias áreas de asfalto, hizo que el calor se volviera insoportable, convirtiendo el lugar en un auténtico infierno.
El festival también estuvo marcado por la violencia y los desmanes. Los guardias de seguridad, denominados irónicamente «Patrulla de la Paz», carecían de entrenamiento adecuado, y muchos simplemente buscaban disfrutar del evento como cualquier asistente. Esto dejó el recinto prácticamente desprotegido, lo que facilitó robos, peleas y descontrol. Hasta se registraron violaciones grupales.
Un elenco musical explosivo y una audiencia desafiante
El cartel de artistas fue uno de los más atractivos de la época, con nombres como Metallica, Limp Bizkit, Red Hot Chili Peppers, Korn y Rage Against the Machine. Sin embargo, la energía agresiva de estos géneros atrajo a un público combativo, muy diferente al del Woodstock original. Esto creó una atmósfera tensa y conflictiva, que estalló en varios momentos durante el evento.
La búsqueda de maximizar ganancias fue evidente en cada decisión. La venta de entradas fue masiva, con 250,000 boletos vendidos, y los organizadores confiaban en que el recinto sería inexpugnable para quienes intentaran colarse. Sin embargo, al llegar el segundo día, se estimó que 400,000 personas habían ingresado, muchas de ellas burlando las medidas de seguridad.
La publicidad, liderada por MTV, promovía el festival como una experiencia única, y la transmisión en vivo, ofrecida en pay-per-view por 60 dólares, mostraba cada momento sin censura: peleas, consumo de drogas y actos de desenfreno. No obstante, el evento estuvo lejos de cumplir con las expectativas. La reducción de servicios básicos, como la limpieza y el suministro de alimentos, y los recortes en personal de seguridad agravaron aún más la situación.
El 22 de julio de 1999 se abrieron las puertas del festival, y las primeras horas prometían revivir el espíritu de los años 60. Las carreteras se llenaron de coches, y el lugar, decorado con paneles pintados al estilo psicodélico, parecía dar la bienvenida a los asistentes. Sin embargo, la realidad pronto mostró su rostro más oscuro: un festival desbordado, un público descontento y una organización incapaz de contener el caos que se avecinaba.
Woodstock 99 pasaría a la historia, pero no como un homenaje al espíritu hippie, sino como uno de los desastres más grandes en la historia de la música.
La entrada: una sorpresa desagradable
Desde el inicio, los espectadores de Woodstock 99 se toparon con una sorpresa incómoda. Aunque podían ingresar con carpas, bolsas de dormir y hasta drogas, cualquier alimento o bebida que llevaran era confiscado en la entrada. La única opción para hidratarse y alimentarse era comprar dentro del recinto, donde los precios eran exorbitantes.
Los organizadores, Michael Lang y John Scher, se mostraban optimistas al ver que no había lluvias en el pronóstico. Sin embargo, los días resultaron ser más calurosos de lo previsto. El sábado se registró la temperatura más alta del año, y el sol, reflejándose en las pistas de aterrizaje de la base aérea, convirtió el lugar en un horno. El recinto carecía de espacios para refugiarse del calor, lo que agravó la situación.
Con el calor intenso, la necesidad de agua aumentó drásticamente, pero el costo de una pequeña botella de agua mineral era de 4 dólares, una cifra altísima para la época. El descontento comenzó a crecer entre los asistentes.
Una inauguración prometedora, pero problemas al acecho
El viernes, el legendario James Brown dio inicio a los conciertos, y aunque todo parecía transcurrir sin mayores inconvenientes, los primeros problemas organizativos empezaron a aparecer. Los recortes en servicios básicos, realizados por los organizadores en su afán de maximizar ganancias, pronto se hicieron evidentes.
Aunque los asistentes aún no percibían el caos que se gestaba, el ambiente festivo con alcohol, drogas y desnudez daba la impresión de que todo estaba en su lugar. Sin embargo, las instalaciones no estaban preparadas para la magnitud del evento. Las largas filas para acceder a los baños y duchas llevaron a algunos a romper cañerías, dejando que el agua se esparciera por todo el lugar.
El daño a las cañerías generó barro mezclado con agua y desechos humanos, ya que los baños quedaron inutilizables en pocas horas debido al exceso de uso. Mientras algunos asistentes conscientes evitaban acercarse a la zona, otros, sin saberlo, se revolcaban en el lodo insalubre.
La noche del viernes tuvo su momento culminante con la presentación de Korn. La multitud se convirtió en una masa ondulante de cuerpos, donde algunos surfearon sobre la ola humana, mientras otros eran empujados o atendidos por lesiones. Las agresiones también estuvieron presentes y se supo que una joven fue abusada en medio del show. ¿Cómo pueden llegar a pasar estas cosas?
Un amanecer sombrío y un calor implacable
Cuando amaneció, los restos del primer día eran evidentes: basura por doquier, personas tiradas en el suelo, muchas de ellas desnudas, y un fuerte hedor impregnando el ambiente. A pesar de todo, los conciertos retomaron a las 11 de la mañana. Sin embargo, el calor sofocante alcanzó su punto máximo, con temperaturas superiores a los 42 grados. Las largas filas para comprar agua bajo el inclemente sol exasperaron a la multitud, y más de mil personas sufrieron deshidratación.
La noche del sábado, Limp Bizkit subió al escenario frente a casi 400,000 asistentes. Fred Durst, el carismático líder de la banda, avivó la energía desenfrenada del público. La multitud, frenética, obedecía cada palabra y movimiento del cantante, lo que llevó a que se formaran pogos en casi todos los rincones del recinto. La enfermería no dio abasto con los heridos: desmayados, insolados, fracturados e incluso algunos con conmociones cerebrales.
Más tarde, durante la actuación de Metallica, la tragedia se hizo presente. Un espectador falleció por un colapso cardíaco, marcando un punto crítico en un festival que ya mostraba los peores lados de la desorganización y el exceso. La sensación de impunidad se extendió como una mancha imborrable. El aire de desastre se apoderó del festival y no lo abandonó más. La multitud, desbordada y desquiciada, parecía un volcán a punto de estallar. Era evidente que aquello no podía terminar bien.
Fred Durst cumplió con el papel por el que lo habían contratado: encendió a la multitud en un frenesí caótico. Aunque milagrosamente todo pareció mantenerse bajo control, hubo roturas, ataques a la torre de sonido y numerosos abusos que más tarde salieron a la luz. Pero el show continuó.
La víctima reciente de una violación grupal
Esa madrugada, mientras Fatboy Slim hacía vibrar a los asistentes en la rave del hangar, el caos alcanzó un nuevo nivel. Una camioneta irrumpió en el lugar, poniendo en peligro la vida de los presentes. Dentro del vehículo, una imagen desgarradora: una adolescente de 15 años, desnuda y víctima reciente de una violación grupal.
A medida que avanzaba la madrugada del tercer día, muchos decidieron marcharse. Habían visto y soportado demasiado. Mientras tanto, los organizadores insistían en que no había habido incidentes significativos, subestimando la gravedad de los problemas logísticos y el estado de la multitud. Los asistentes, que habían pagado más de 150 dólares por sus entradas, enfrentaban una realidad desoladora: sin servicios básicos, ni baños utilizables, ni agua suficiente. Los precios de los pocos suministros disponibles continuaron escalando; una botella de agua llegó a costar 10 dólares.
El rumor de un artista sorpresa recorrió el festival como un rayo. Se mencionaban nombres como los Rolling Stones, Prince, Guns N’ Roses o incluso Michael Jackson. Pero el verdadero número central eran los Red Hot Chili Peppers. Flea subió al escenario completamente desnudo, con una media cubriendo su entrepierna, aunque no por mucho tiempo.
Saquear tiendas, incendiar tráileres y forzar cajeros automáticos
Michael Lang tuvo entonces una idea que se convertiría en una de las decisiones más desafortunadas en la historia del rock: repartir 100,000 velas para ser encendidas durante la interpretación de **»Under the Bridge»**. El gesto pretendía ser un homenaje a las víctimas de la masacre de Columbine y un llamado contra la violencia armada.
Inicialmente, el espectáculo de las velas iluminando la multitud fue conmovedor. Pero pronto un gran incendio se desató en el fondo del predio. Los organizadores interrumpieron el show y pidieron a Anthony Kiedis que calmara a la multitud. El cantante se negó, argumentando que no era un profeta. En lugar de eso, la banda regresó al escenario y tocó «Fire», de Jimi Hendrix. Fue la chispa que encendió la mecha.
Cientos de fogatas comenzaron a arder, alimentadas por todo lo que estuviera al alcance: carteles, estructuras, basura. El caos se propagó. Los espectadores, enfurecidos porque el número sorpresa nunca apareció, comenzaron a derribar y saquear tiendas, incendiar tráileres y forzar cajeros automáticos. El cielo nocturno, teñido de un naranja ominoso por los incendios, reflejaba el estado del festival: un auténtico infierno.
El apocalipsis al amanecer en Woodstock 99
Con el amanecer llegó la devastación: construcciones y vehículos calcinados, montañas de basura, rastros de sangre, excrementos inundando grandes áreas, y cuerpos exhaustos tirados en el suelo. La visión era la de un escenario postapocalíptico.
Días después, comenzaron a conocerse denuncias de agresiones sexuales y violaciones. La reencarnación de Woodstock en 1999 terminó siendo el antítesis del espíritu de paz y amor que definió al festival original.
La música había cambiado, y también la sociedad. Lo que prometía ser una celebración del rock y la juventud se transformó en un símbolo de descuido, rabia y violencia. Woodstock 99 dejó un legado oscuro, manchado por la ambición desmedida y la incapacidad de comprender la verdadera esencia de lo que debería haber sido.