Omar Suárez se dirigió confiado hacia el helicóptero personal de Sosa


Omar Suárez se dirigió confiado hacia el helicóptero personal de Sosa, siguiendo a los dos lugartenientes de su poderoso contacto en Bolivia y sin saber que estaba siguiendo también un último camino hacia la muerte.
Hay que ir en coche, le explicó uno de estos jefes de sicarios, que competían entre sí por tener el aspecto más temible. Pero esta información no le encajaba a Omar Suárez para nada.
¿De verdad? Juraría que no estaba tan lejos, respondió, acercándose al lujoso todoterreno al que le estaban conduciendo los hombres de Sosa, pero ahí vino una nueva sorpresa cuando estos sicarios no le invitaron a entrar al coche ni mucho menos le abrieron la puerta para que pasara.
¿Quiénes se creen estos personajes que soy yo? ¿Es que su jefe no les ha explicado que gracias a mi iban a vender un montón de kilos en la mejor plaza del mundo?
Y ya estaba abriendo el mismo la puerta de atrás para meterse en el todoterreno cuando el otro jefe de sicarios, no menos intimidante que su compañero, se la cerró de golpe antes de que se pudiera subir.
Los chivatos van atrás, le explicó, pero atrás del coche mismo.
¿A qué viene esto, amigo? ¿Me estás diciendo chivato?
Pero ese ese tipo ni siquiera se dignó en contestarle y se subió al coche después de haber dado una última consigna a los suyos con respecto a cómo tenía que viajar el invitado.
Ya sabéis, muchachos. Los perros tienen que viajar atados. Y no le quitaremos la cuerda cuando despeguemos, claro, no vaya a ser que se caiga. Pero antes de irnos vamos a darle una vuelta completa por la finca, para que conozca mejor la hacienda del patrón y aprenda que aquí no se viene a espiar a nadie.
El plantear una chulesca resistencia de narcotraficante con galones en las hombreras no le ayud para nada, sino que antes bien provocó la inmediata golpiza en la cual también fue atado de manos a la parte trasera del todoterreno justo antes de que arrancará sin ningún miramiento. Y el trayecto hasta el helicóptero, en realidad corto, lo realizó a medias volando y a medias tragándose el polvo del camino, arrastrado como si fuera un arado. Y tan perjudicado llegó al selvático helipuerto que tuvieron que ayudarle a subirse a la cabina, eso sí, a puras patadas en el culo y puñetazos, como los que ya llevaba recibiendo desde que esos matones empezaron a cumplir las órdenes de Sosa.
Es hora de ponerte el cinturón de seguridad, para que viajes más seguro, le dijo uno de esos lugartenientes del narco boliviano, mientras le colocaba una fuerte soga alrededor del cuello. Y ahora te voy a dar el tiempo que tardamos en tomar altura para que me cuentes exactamente para quién estás informando.
¡Yo no estoy informando a nadie!
Pero sus negativas eran siempre acogidas con más golpes en la cara, ahora ya en pleno vuelo.
¿Está ese jefe tuyo, Frank López, también metido en la nómina de la policía? ¡Contesta!
Pero Omar no soltaba prenda o no sabía la respuesta que podía dar a cosas que a lo mejor no podía ni contestar. Y los golpes seguían lloviendo a cada rato, como si tuvieran prisa por llegar a conclusiones concretas en ese interrogatorio que no fueran todo negativas.
Te voy a dar una última oportunidad para que me digas la verdad antes de que te saque por los aires de una patada en el culo, maldito chivato. Dinos si está metido también tu jefe o tu simpático compañero, que se ha quedado abajo con nuestro patrón. ¿Están ellos también metidos a chivatos?
Por toda respuesta, medio desmayado tras la golpiza y después de haber sido arrastrado con un coche, Omar Suárez escupió sangre por la portezuela abierta del helicóptero, a sabiendas de que no tardaría él mismo en salir por allí. Y no tardaron en asomarlo al exterior por la fuerza, siempre con la soga atada al cuello y esta vez señalando al lugar exacto en el que estaban Sosa y Tony Montana, a varias docenas de metros por debajo.
¿Ves a mi patrón ahí abajo, perro? ¿Estás seguro de que no quieres reconocer la verdad?
Pero Omar se encontraba ya al borde de su propia resistencia física y mental. ¿Qué podía decir cuando ya la muerte lo rondaba? Apenas podía contestar unos quejidos muy lastimosos cuando de pronto, sin más previo aviso, ese mismo esbirro de Sosa lo lanzó cuán largo era por la portezuela del helicóptero en un último grito de horror por parte de la víctima.
¡Bueno, ya está bien! ¡Ya es hora de que te vayas al carajo, sapo! ¡Saluda a Satanás de nuestra parte!
El crujido espantoso que se produjo al romperse el cuello de Omar quedó soterrado bajo el estruendo de las hélices del rotor, que regresó por donde había venido en ese viaje falso hacia Santa Cruz.