Miguel de Cervera ha investigado la mortalidad de los montañeses de hace cien y más años, en la época de mayor apogeo y trasiego comercial y social por el puerto de Santander. En uno de los capítulos de su libro, Los cuatro naufragios del Capitán (Miguel de Cervera, 623191492) el autor reflexiona sobre el amor en tiempos de la sífilis: un periodo marcado por una enfermedad que hacía estragos, especialmente entre los que tenían frecuentes relaciones sexuales con varias parejas y sus propias parejas. Ya a mediados del siglo XIX constaba como una de las causas de inutilidad para el servicio militar obligatorio padecer de una sífilis general, antigua y rebelde a todos los remedios. Y la prensa estaba llena de anuncios de médicos, verdaderos o presuntos, que aseguraban poder lidiar con tan graves problemas: máxime en un puerto tan activo como Santander, donde la multitud de viajeros y de garitos de entretenimiento de todo tipo, inclusive de prostitución, concentraban una potencial clientela desesperada por estos tratamientos.
Mientras Alfonso XIII reinaba en el Palacio de la Magdalena, en el centro de Santander imperaba la corrupción de un mafioso comisario al que solamente el decidido valor de un marino periodista, Teodosio Ruiz González, respaldado por el pueblo, pudo expulsar de la ciudad. Una victoria increíble que llegó a buen puerto tras denunciar de forma constante los tejemanejes de este comisario con proxenetas, chorizos y explotadores de la ludopatía. Sin embargo, la forzada marcha de este jefe de policía corrupto de Santander trajo aparejada una verdadera guerra local, en el mundo de los bajos fondos santanderinos, cuando ese justiciero popular que había expulsado al polizonte entró en competición directa y mortal con un mafioso cubano que llegó a la ciudad. Un auténtico buscavidas dispuesto a todo para disputarle el primer puesto a Teodosio Ruiz en el control de los garitos de juego y prostitución. La relajación de las costumbres victorianas, en este periodo, así como el mayor trasiego que nunca de marinos y pasajeros, produjeron un aumento de este tipo de infecciones y patologías sexuales en Santander, que no tenían un tratamiento efectivo a finales del siglo XIX. Las páginas de la prensa de la época rebosan de anuncios donde se asegura que los enfermos de muchas patologías que hoy no son problemáticas, pero que lo eran por entonces, encontrarían remedios maravillosos en manos de médicos y hasta farmacéuticos o simples emprendedores de droguerías.
¿De qué morían los santanderinos de hace un siglo y pico?
Las causas de muerte eran variadas y llama la atención la elevada mortandad infantil, incluso en el momento de venir al mundo. Pocos morían “de viejos” en medio de una gran variedad de causas de defunción que eran naturales y frecuentes para la época y entre las que resaltan las más inconfesables, que solían amargar a los pacientes y atormentarlos también en un plano moral: las enfermedades venéreas.
Pero no todo eran problemas de cintura para abajo. En un mes de marzo de los primeros años de 1900, en Santander, murieron 195 personas, de las que 16 lo hicieron en el claustro materno. 30 bebés de menos de 5 meses murieron. ¡77 bebés de hasta 3 años! Es decir: más de un tercio de santanderinos murieron con menos de 3 años de edad. Otros 10 murieron entre los 3 y los 6 años. Otro más de 6 a 13 años y otros 4 entre los 13 y los 20 años. 6 más murieron entre los 20 y los 25 años. 21 personas murieron entre 25 y 40 años. Otros 20 de entre 40 y 60 años. Otros 24 entre los 60 y los 80 años y sólo 2 de más de 80 años, que habrían nacido sobre el tiempo de la Guerra de los Franceses o poco después.
4 murieron de viruela, 8 de sarampión, 2 de angina y laringitis diftérica, 4 de fiebres puerpuerales, 1 de disentería, 1 de sífilis y otro de otra enfermedad infecciosa y contagiosa. 16 más cayeron por enfermedades circulatorias y 103 por las del aparato respiratorio, que se consolida como la gran fuente de mortandad de este tiempo. 29 fallecieron por patologías digestivas, 3 por afecciones urinarias, 1 del sistema locomotor, 11 del cerebro espinal, 3 de enfermedades mentales y otra más por accidente.
El Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria (Mupac) mostró recientemente lo que podría ser el primer y más antiguo vestigio de sífilis encontrado en el norte de España. Se trata de un cráneo de un individuo adulto joven, posiblemente masculino, descubierto en la necrópolis cercana al Monasterio de Santa María de Fresno del Río, en Campoo de Suso. La investigadora Silvia Carnicero Cáceres ha presentado el estudio que está llevando a cabo sobre estos restos, que se encuentran revueltos y descontextualizados de su inhumación original. Estos restos han sido datados entre los siglos XV y XVII y existe un debate científico en torno a su origen y procedencia, según se ha informado. Este descubrimiento arqueológico tiene su relevancia en la comprensión de la historia de la sífilis en la región del norte de España. Pero la pesadilla de esta silenciosa enfermedad tan solo estaba empezando en esos siglos posteriores a su presunta traída desde América por parte de los marinos que cruzaron el Atlántico y que eran españoles, sobre todo, entre otros europeos latinos: la mayor frecuencia y volumen de los viajes transoceánicos produjo una globalización más fuerte de estos problemas de salud contagiosos.
En la imagen, el Niño Jesús (ni más ni menos) castiga a los pecadores con la sífilis.
A 10 años de que empezar a la masacre sin sentido de la Primera Guerra Mundial, la adormilada ciudad que había elegido Alfonso XIII como sede de su corte veraniega vivía con pasión las aventuras de un condotiero local como Teodosio Ruiz González. Sus constantes desencuentros y batallas a auténticos palazos o en los juzgados de la ciudad tenían en vilo a los santanderinos, los cuales seguían todas estas cosas en directo o en las constantes publicaciones de periódicos satíricos en los que Teodosio fustigaba a toda la trama de corrupción y delincuencia organizada. Pero él no era ajeno a una situación en la que quería convertirse en una especie de protector, al más puro estilo del Padrino en Little Italy, cuando Don Vito se transforma en el paternalista defensor de sus paisanos en Nueva York. Todo ello sin perjuicio de cobrar la correspondiente cuota mensual por sus servicios como señor feudal de toda esta gente. Distintos mafiosos y chorizos profesionales se juntaban en Santander para explotar negocios tan turbios como la trata de blancas y la trata de blancos, que involucraba a chicos muy jóvenes en la prostitución masculina o gay. Las complicadas medidas sanitarias y de profilaxis de la época producían estragos entre estas víctimas de la trata y sus “clientes” y Teodosio se quejaba, con gran sensibilidad por su parte, de lo tabú de esta situación con una sentencia muy apropiada: “¡cuánta miseria!”
Mujeres y chicos que ejercían la prostitución en Santander en condiciones lamentables
Es muy probable que mi antepasado, el Capitán de la Marina Mercante, Teodosio Ruiz, alias “el Piloto”, tuviera la sífilis en Santander al final de sus días. Tengo varios indicios en los datos de la época que apuntan en esta dirección, inclusive un comportamiento kamikaze por parte del enfermo, que enfermo estaba de algo contagioso, lo que podría corresponderse con una demencia que suele acompañar ciertas fases avanzadas de la sífilis. O que pega también con la actitud de un hombre que sabe que tiene las horas y sus fuerzas contadas y que no mira tanto los peligros que corre, como le ocurrió sin duda al dictador Trujillo antes de su mortal atentado. También advierto una solidaridad muy poco frecuente en sus referencias a mujeres y chicos que ejercían la prostitución en Santander, en condiciones lamentables de falta de higiene y de desprotección. Lo que está claro es que adquirió una enfermedad típica de marinos de la época en sus largos y solitarios viajes por al ancho Atlántico y la más terrible de la época, por sus efectos a corto y largo plazo, era la sífilis.
En estos tiempos, la gente vivía aterrorizada por la posibilidad de contagiarse de estas enfermedades venéreas, que no eran ajenas a las personas con hogares funcionales y sin vicios carnales: un marido o esposa desleal podían traer a casa el problema que tú no te habías buscado en la calle y la salud no miente. Si tienes una enfermedad de transmisión sexual, al final del día, en algún sitio la has tenido que adquirir y esto supone un problema extra a la hora de que la gente reconozca la realidad de lo que tiene y se ponga en tratamiento, incluso con el riesgo añadido de poder seguir contagiando a su pareja o parejas. Pero esto es más un problema de salud que tiene que pasar por encima de cualquier otra consideración de tipo moral o afectivo.
Una noche con Venus y toda una vida con Mercurio
En estos tiempos no existía el SIDA, pero si había una enfermedad que al final del día era mucho peor y que no tenía ningún tipo de tratamiento posible ni de esperanza. ¿Sabes lo que decían los primeros afectados europeos sobre la sífilis? Una noche con Venus y toda una vida con Mercurio, ya que se les ocurrió la brillante idea de tratarse este mal con un remedio a base de mercurio puro que era todavía peor. Y es que Venus es la diosa del amor de los romanos, la griega Afrodita, la cual nace de una concha que da nombre al apelativo de enfermedades venéreas.
En un aparte del libro de Los cuatro naufragios del Capitán se puede leer lo siguiente:
El doctor especialista en venéreas le debía dinero perdido en la mesa de juego, por lo que lo atendía gratis y no le cobraba los preparados “milagrosos” que él mismo fabricaba en su casa de forma artesanal. Pero Teodosio no recurría a él porque no le cobrara, sino porque este médico aplicaba un nuevo y esperanzador método para curar el “morbo francés”. “Una noche con Venus, una vida con Mercurio”, le había comentado el médico, después de haberse confirmado el diagnóstico durante la misma travesía última desde América. En el mismo barco. Sin embargo, la novedad de esta profilaxis se centraba en el uso aberrante del arsénico, a más de los emplastos, ingesta de píldoras y vapores de mercurio, cuya sudoración despedía un ligero aroma a frutas.
¿Sabías que ya que Jack el Destripador, según una de las múltiples teorías absurdas, sería un cliente de prostitutas de Londres que habría adquirido la sífilis?
El desgraciado se querría vengar a posteriori de un gremio que le había arruinado la vida, según él. Y es que contraer la sífilis equivalía a una sentencia de muerte a más corto o largo plazo y no siempre provenía el problema de una aventura sexual, sino que se podía transmitir la enfermedad al concebir hijos. No en vano, el doctor Morales de Santander era partidario de seguir la tendencia europea eugenésica de intentar impedir que las personas con este tipo de problemas diversos o taras pudieran seguir adelante con la procreación, condenando a su estirpe a ser también ellos unos degenerados. Era la forma de pensar atávica, en una época en la que no había pronósticos muy científicos para la mayoría de las cosas ni mucho menos una solución médica, con lo que se trataba de impedir que estos males fueran tan mayoritarios.