Centro de Perugia
El piso de Raffaele se había convertido en un refugio provisional para Amanda, que veía la lluvia caer desde la ventana y pensaba en todo lo ocurrido. La veinteañera estadounidense trataba de ubicarlo todo y aceptar lo que había, pero no era fácil. Su compañera de piso había muerto apuñalada en la habitación contigua a la suya y sólo de casualidad no se había encontrado allí, junto a ella, pues el plan de peli y pizza con Raffaele bien pudo no darse. ¿Y si hubieran hecho otra cosa, cada uno por su parte, y ella hubiera vuelto a su casa para encontrarse con un asesino o grupo de asesinos? O si hubiera dormido allí, en compañía de un silencioso cadáver descuartizado. ¿Cómo sería eso si ya era duro pensar que había merodeado por allí y hasta se había duchado en semejantes circunstancias? Lo que estaba claro era que tenía mucho que agradecerle a su enamorado. ¡Y sólo hacía una semana que se conocían! Pero el plan de tranquis de esa noche había sido un salvavidas que la sacó muy a tiempo de esa casa de los horrores. Un piso compartido que se había transformado en matadero y, lo que era peor, ni siquiera habían encontrado aún a los responsables.
Los vamos a encontrar, le aseguró la jefa de la Brigada de Homicidios de Perugia.
¿Los vamos? ¿Es que ha sido un grupo de gente?
Es lo más probable, respondió la inspectora, que se mostró un tanto a la defensiva ante la pregunta. Tal vez necesitemos tiempo, eso sí, pero ante todo es muy importante que nos facilitéis el mínimo dato que recordéis y que pueda llevarnos a algún sitio.
Amanda asintió, aunque no había mucho más que pudiera aportar. ¿Qué podía saber ella? Su único mérito era haber dado la voz de alarma que dio lugar al descubrimiento del cadáver, pero no podía ofrecerles mucho más. Y esto a pesar de sus esfuerzos por colaborar y las reuniones constantes con la Policía, que la llamaban a diario para enseñarle fotos diversas y preguntarle cosas.
Mantente disponible en todo momento, por favor, le habían pedido desde el principio. Te vamos a necesitar bastante en los próximos días, ¿de acuerdo? Y cualquier cosa que se te ocurra, que pueda ayudarnos en la investigación, no dudes en comentárnosla de inmediato. Lo que sea. Aunque te parezca cualquier bobada.
La normalidad de clases y fiesta, después de lo ocurrido, se vio bastante afectada, pero a nadie afectó tanto como a Amanda por obvias razones. Para la veinteañera estadounidense, la vida tras el evento se convirtió en la continuación de esa atmósfera rara y lúgubre que empezó con el descubrimiento del cuerpo de Meredith. Para empezar, sus tres compañeras se habían quedado sin casa y Amanda pasó a vivir al piso de Raffaele, que por fortuna vivía solo. Eran las ventajas de tener novio y uno de buena familia, además, con pasta suficiente como para no tener que compartir piso con nadie. En esa situación, lo que menos le apetecía era volver a su casa a descansar y tener que contestar más preguntas y soportar el escrutinio de nadie, como ya le ocurría con cierta recurrencia en la Universidad.
Comisaría de Perugia
¿Qué se sabe del tema, Amanda? ¿Tienes alguna sospecha?
No, yo no sé nada, contestaba, con la naturalidad que caracterizaba su carácter de yanqui con orígenes germánicos. Y os agradecería que dejaseis el tema, por favor. Era mi compañera de piso y todo esto es una locura para mí.
De hecho, la Policía le había insistido en que no comentase nada con nadie sin consultar antes con ellos, para evitar intoxicaciones y no torpedear ninguna posible vía de investigación: silence and secrecy. Y ella había cooperado en todo momento, por supuesto, como persona más cercana a la víctima en todos los sentidos. En especial, en el aspecto fundamental del hallazgo del cadáver.
Sentimos molestarte otra vez, se disculpaban, pero ella no tenía problema alguno en colaborar. Todo lo contrario.
Llamad las veces que haga falta, por favor, que no pasa nada. Lo único que quiero es que encontréis cuanto antes al que haya hecho esto.
Y así lo intentaban ellos, claro, la Policía y sus superiores judiciales y políticos. Y con una prisa que sólo podía compararse a la que sentiría sin duda la familia de Meredith: británicos de clase media que se encontraban ya en el país, padres y hermanos, todos destrozados por lo ocurrido. Pero las fuerzas de la Ley implicadas en la investigación, por la cuenta que les traía, también estaban interesados en darle una rápida y contundente solución a ese problema. Un asunto de trascendencia internacional, ni más ni menos. Y el fiscal era el primero que presionaba a sus hombres, los agentes de la Comisaría de Perugia, que eran los encargados de resolver ese gran caso en su jurisdicción. Una responsabilidad que le quedaba grande al Comisario, eso estaba claro, a juzgar por los litros de sudor que derramaba a todas horas y su mirada perdida.
Hay una cosa que no entiendo, jefe. Si ahí arriba tienen tanta prisa, ¿por qué no llaman a los Carabineros?
El Comisario le devolvió una mirada atravesada a Canessa, a medias entre el descontento y la autodefensa.
¡Y yo qué sé! De todos modos, ¿quién soy para llamar a nadie? Aquí el que manda es el Fiscal, le explicó, antes de volver a desaparecer tras la puerta. Unas ausencias que repetía de forma constante en esos días mientras era relevado, en su posición de liderazgo habitual, por un Fiscal que aparecía en este caso como un dios. Un hombre en edad de jubilarse, grueso y de aspecto afable, con un largo y polémico pasado como jefe de investigaciones judiciales en su Perugia natal, ciudad que conocía a la perfección.
¿Para qué involucrar a los Carabineros si ustedes conocen mejor que nadie la zona? Ellos ya nos están apoyando desde el flanco más importante, explicaba el fiscal: la información que ya tienen y la que van recabando. ¿De acuerdo? Yo mismo estoy en contacto permanente con ellos. Y una pregunta que se me ocurre, señores: ¿puede haber casos relacionados? Si no estoy mal, tuvieron ustedes un asesinato parecido hace poco en Perugia, ¿no es cierto? Una chica del Este que apareció en la cuneta. Y creo que usted estaba llevando el caso, añadió, al volverse hacia Canessa.
Así es, señor Fiscal, pero dudo mucho que tenga algo que ver con esto. La víctima ejercía la prostitución callejera y, bueno, al menos hasta ahora, la hipótesis más probable es que se trate de un crimen de trata. Realizado por los mismos proxenetas que la explotaban. Ésa es la hipótesis de trabajo principal y no tenemos otra.
Pero tampoco lo sabemos a ciencia cierta, ¿no es cierto? Y esto podría ser un tema serial, quién sabe, por parte de cualquier banda de tarados. Y el móvil podría ser sexual, añadió, cuando había evidencias de que así podía ser en ambos casos. ¿Qué le hace descartar a usted que no haya de ser otro tipo de asesino como, por ejemplo, algún cliente de la víctima?
Nada tan concreto, pero en ese caso me parece raro que ninguna compañera de calle de la víctima se haya animado a denunciar siquiera su desaparición o a dar cualquiera explicación sobre ella, explicó Canessa, con ese gesto de resignación tan típico de los italianos. Eso nos lleva a pensar que están encubriendo a los autores por miedo. Y este silencio un poco omertoso, unido a que los asesinos actuaron probablemente en grupo, parece descartar que se trate del típico cliente solitario de estos servicios.
Así y todo, deberíamos descartar cualquier hipótesis de manera definitiva para poder avanzar,le aconsejó el Fiscal, como si Canessa necesitara ese tipo de directrices. Por de pronto, la utilización de cuchillos y el ataque en grupo son componentes en común, así como sin duda lo es el sexo. Porque el sexo, en este caso de la Meredith, es un aspecto seguro del crimen: la chica ha sido violada, estoy convencido, luego no hay que descartar que el verdadero móvil sea sexual.
A Canessa le parecía que el Fiscal iba muy rápido, pero tal vez pensara en voz alta sin más. En todo caso, todo el proceso de autopsia no estaba terminado aún y había análisis importantes en curso, pero no era poco lo que ya tenían por delante para trabajar.
¿Qué hay de la piedra para romper la ventana? No parece un dato que abunde en esa línea de un serial killer, sino más bien un método clásico de chorizos a domicilio, para averiguar si hay alguien en casa antes de arriesgarse a forzar la entrada y robar. Un simple robo que termina mal porque al final se encuentran con gente en casa y, entonces, se produce la lucha y una agresión, con lo que el móvil principal ya no sería sexual. Y aquí ya hemos tenido más casos parecidos de robos con escalo, con el método de la piedra, creo, aunque yo no suelo investigarlos.
Canessa advirtió un silencio extraño y miradas llenas de incomodidad, al apuntar esto último, pero lo atribuyó a que a ningún policía o fiscal le gusta presumir de que los delitos en su jurisdicción puedan estar descontrolados. Y el de Meredith no era un caso normal. El prestigio de Perugia y su Policía, como garante de la paz y seguridad para sus ciudadanos, había sido arrebatado y permanecería en suspenso hasta que algún culpable apareciera. Y era posible que ni siquiera después de eso se pudiera recuperar lo perdido, claro, pero de momento la presión se concentraba en ese paso primero que suponía arrestar a alguien. Ese poder decirle a la gente: sí, ha sido un suceso terrible, pero ya tenemos a los culpables y son éstos. Y era un apremio que sufrían, en primer lugar, el Comisario y ante todo el Fiscal Manzini, a quien por otra parte no le temblaba el pulso a la hora de enfrentarse a los medios. Ni siquiera cuando más le agobiaban con sus preguntas.
Nada me gustaría más que tener a los culpables y decirles: “han sido éstos”. Nada me gustaría más, insistía, con la seguridad de quien ha llevado ya muchos casos importantes. Cuando podamos decirlo, lo diremos.
Y había verdadera prisa por decirlo. Demasiada prisa, tal vez, para lo que supone un trabajo policial bien hecho. Y de entre todos los investigadores como eran, en la Comisaría de Perugia, a la que más se le notaban esas ganas de cerrar el caso era a la Jefa de la Brigada de Homicidios: Mónica Napoleoni. Una mujer algo más joven que Canessa, en sus cuarenta y pocos. Una auténtica MILF etrusca, en el papel de polizonte femenino, que no destacaba precisamente por ser la trabajadora más proactiva de la comisaría y, de hecho, era una auténtica enchufada, pero que en este caso se mostraba más que impaciente por apretar el acelerador. Por darle carpetazo a un asunto que era incómodo cuando menos, para todos, y del cual dependían muchas cosas.
Esa parejita tiene algo que ver con todo esto, razonaba el Fiscal, que se refería a la jovencita Amanda y su italiano noviete. Y hay muchos motivos importantes para pensarlo, pienso, si consideramos los siguientes hechos contrastados:
- Esos dos fueron los primeros en llegar a la escena del crimen y ella vivía en la casa, de hecho, siendo la que más relación tenía con Meredith. Y pienso que la chica retrasó bastante esa llamada a la Policía: ¿quién no llama en el acto a la Poli si ve tantas cosas raras en su casa, como las gotas de sangre por el suelo o la caca en el baño?
- Por otra parte, la casa estaba demasiado ordenada y no faltaba nada, lo que a mí no me cuadra con un robo sin más. Y las escasas pertenencias que se llevaron, de Meredith precisamente, parecen indicar más un intento de simular un robo. Entonces, ¿quién se tomaría estas molestias si no fuera alguien cercano a la víctima?
- También taparon a la víctima con un edredón, tras su asesinato: un gesto nimio que podría pasar desapercibido, pero que a mí se me antoja como de última piedad hacia la difunta y, si se me permite, un gesto de chica en un piso de chicas.
- Por otro lado, la falta de heridas de defensa importantes, en un ataque con cuchillos, me lleva a pensar en que la víctima fue inmovilizada, lo que nos puede llevar al intento de algún tipo de agresión o abuso sexual: y ahí encajaría la presencia del novio de Amanda, claro, que es el primero al que la chica avisa en la situación.
- Y los mensajes entre Amanda y su jefe del bar, ese señor congoleño, sobre que “se verían más tarde”, antes de apagarse los móviles de Amanda y su novio, es para mí lo más sospechoso de todo: tengamos en cuenta que no habían apagado el móvil en todo el mes pasado, luego, ¿no les parece raro? Y hay un matrimonio que testificó haberse chocado, literalmente, con un hombre negro que parecía huir de algo, justo en las proximidades del escenario del crimen. Ahí abajo, de hecho, en el paseo.
Pero no había un acuerdo total ni mucho menos en cuanto a la forma de proceder a continuación. Lo lógico sería, como ya hacían de hecho, continuar con su observación continua de tales sospechosos. Con sus teléfonos pinchados, para intentar cogerlos en cualquier error o indiscreción que confirmase su participación o que pudiera involucrar a otros. Sin embargo, Mónica Napoleoni congregaba a los más acelerados en torno a su figura de mujer fatal. Y cuando el Fiscal no estaba presente, se diría, su espíritu de inquisidor con prisas se encarnaba en ella en el acto.
El Fiscal tiene razón. Esa perejita y el congoleño tienen algo que ver con todo esto. Por tanto, yo abogo por la inmediata detención de todos estos sospechosos. Así podremos apretarles las tuercas un poco a todos y contraponer sus testimonios, en interrogatorios separados, a ver qué dice cada uno. ¿Para qué esperar más sí ya tenemos pruebas suficientes?
¿Suficientes? Canessa se echó a reír sin querer y recibió, en el acto, la mirada con puñales de la inspectora Napoleoni.
¿Te hace gracia o qué?
No, mujer, no te enfades. Lo que pasa es que no creo que tengamos tantas pruebas como afirmas ni de coña.
Ah, ¿no? ¿Y qué más quieres, chico? ¡Lo único que nos falta es una confesión y la vamos a conseguir en cuanto la detengamos!
Bueno, bueno. Creo que eso lo deberíamos que decidir entre todos, dijo el Inspector Jefe, que sólo se encontraba por debajo del Comisario y el Fiscal en la jerarquía. Así repartimos la responsabilidad, ¿no os parece? Y yo sí estoy de acuerdo con Canessa en lo de esperar un poco: ¿para qué tanta prisa si podemos seguirles y observarles un poco más? Ninguno de ellos es delincuente profesional, luego parece evidente que pueden cometer muchos más errores todavía. Yo, desde luego, esperaría a ver qué sale.
A Canessa le llamó la atención ese método tan democrático y ese dejar las cosas un poco en el aire, por parte del inspector jefe, aunque era obvio que no estaban ante un caso normal y que cualquier equivocación podía desembocar en desastre. Y ésa era una de las razones por las que todos se encontraban tan nerviosos, aun sin expresar exactamente por qué, si bien había un ambiente de acuerdo tácito entre todos: había que resolver aquello cuanto antes y de forma tan espectacular como exigía la presión de los medios. Y no tanto en busca de medallas, al fin, como para evitar el ridículo y acaso algo mucho peor.
Yo creo que no deberíamos tener tanta prisa, insistió el Inspector Jefe. Más que nada porque estamos en los primeros días y pueden salir más cosas, tanto en contra como a favor. Por lo tanto, vamos a darnos unos días más y a ver qué ocurre. ¿De acuerdo? Ésta es mi opinión. Y veamos si son estos chavales, pienso, porque si de verdad han sido ellos cometerán algún error importante. ¡No son más que unos veinteañeros que no saben ni dónde están pinados!
Casi todos los presentes asintieron y Napoleoni se sometió, como subalterna suya que era, aunque se notaba que persistía esa urgencia suya por cerrar el tema cuanto antes. Y el mayor misterio del caso, para Canessa, no era tanto el crimen en sí y su autoría como saber hasta qué punto y qué personas estaban implicadas en ese acuerdo por cerrar el asunto a toda prisa.
Harry Potter y su pelirroja novieta, pensaba Canessa. ¿Los asesinos de la uni mataron a su compi de piso en una orgía que salió mal? A mí me cuesta creerlo, pero veo que debo ser una auténtica minoría aquí. ¿De verdad hay tanta prisa por cerrar este tema, aunque sea con semejante castillo de naipes?
Una situación que a él le recordaba al papel del capitán Dudley Smith, en LA Confidential, pues asistía a lo que parecía una auténtica conjura policial para encontrar al sospechoso habitual que lo había hecho todo y, por lo menos, distraer un tanto a los medios y sacarles de otras posibles tramas criminales más serias, que estaban anidadas desde hacía demasiado tiempo en Perugia. Algunas de ellas tan inconfesables como, por ejemplo, los envalentonados matarifes de prostitutas. Casos tan impunes como el de esa última víctima, una chica del Este sin identificar, que también fue apuñalada hasta la muerte, pero de la cual nadie parecía querer ocuparse todavía.