Publicamos este extracto de un relato sobre el verdadero Bergoglio, que nos lo presenta desde el nada aventurado prisma de que este hombre pudiera ser, ni más ni menos, que un infiltrado en la Iglesia de los globalistas que gobiernan el mundo. Y de todo corazón esperamos que os guste, pero que ante todo pueda abrir alguna puerta en la mente de quienes no se cuestionan que estos personajes de la élite puedan tener cierta trastienda oscura. Su título es Lei è in Cielo (Ella está en el Cielo), por una frase textual que este señor Papa le dijo al hermano de la desaparecida adolescente Emanuela Orlandi, ciudadana vaticana de 15 años secuestrada en Roma en mayo de 1983.
Un relato sobre el misterio de Emanuela Orlandi y la información sobre ella que pudiera tener Bergoglio
A Bergoglio no le tomó por sorpresa su elección como Sumo Pontífice, pues ya hacía muchos años que había confesado en su entorno íntimo que ése era su destino inexorable. Pero lo que no podía esperar este hombre, a pesar de estar tan informado, era la cantidad de asuntos turbios heredados y por venir que iban a tener en él su rostro más visible. Como aquella mañana de primavera en que se le acercó una cara más que conocida frente a cuya aparición ya estaba avisado: se trataba de Pietro Orlandi, el hermano de la pequeña ciudadana vaticana que fue raptada en el año 83 para extorsionar sin piedad a la cabeza de la Iglesia. Sin embargo, como dicen en Colombia, soldado prevenido no muere en guerra. Y el bueno de Bergoglio ya tenía preparada una respuesta categórica.
Lei è in Cielo, le espetó, a ese bravo hermano, según se acercaba a él entre el gentío, personas anónimas que mostraban signos de reconocer una cara tan mediática en Italia.
¿Cómo ha dicho?
Ese pobre hombre se quedó clavado en el sitio y no era para menos. Resultaba prácticamente la única noticia que recibía sobre el paradero de su hermana en treinta años de agónica desesperación y la primera cosa que le contaban, de parte de una fuente tan fiable como el Papa, era que Emanuela estaba ni más ni menos que en el Cielo. ¿Cómo tragarse semejante noticia?
Lei è in Cielo, repitió el Sumo Pontífice, cargado de razones y sin la más mínima duda sobre el paradero final de una joven que había traído de cabeza a toda la Curia romana durante tantísimos años. Que seguía siendo una espada de Damocles para el Vaticano incluso muerta, ya que los organizadores de su rapto y desaparición seguían jugando la partida con tan poderoso as en su manga. Ni más ni menos que unos restos óseos que eran lo único que quedaba de una pobre chiquilla a la que el mundo entero había buscado sin éxito durante décadas.
Pero… Santo Padre…
El cortejo papal impidió que el confundido hermano pudiera seguir tan surrealista conversación. Y Bergoglio siguió adelante con su trayecto hacia el altar mayor de la basílica de San Pedro, situado a escasos pero muy poblados metros. Una auténtica alegoría de lo que importaba una chiquilla de clase media cuyos huesos hacía tiempo que se habían secado del todo.
Muy bien, Jorge. No está mal para el sucesor de un tipo que negó tres veces a nuestro Señor Jesucristo: tú, por lo menos, le has dicho la verdad a ese pobre hombre. ¡Ya verás cómo ahora se me vuelve esto en contra y empieza a despotricar sobre mí también, como ya ha hecho con mis dos antecesores más próximos, pero no importa! Para eso estamos aquí.
Y es que el afligido hermano ya había estallado contra los dos papas que tuvieron que lidiar con el asunto de Emanuela Orlandi desde el principio y que habían sido, hasta la fecha, Juan Pablo II y Benedicto XVI. Y su razonamiento era simple: ¿cómo era posible que en el Vaticano se preocupasen tan poco por lo sucedido con una de sus escasas ciudadanas, raptada a plena luz del día a la edad de quince años? Desde esa fecha infausta, todo habían sido enigmas y ocultismo de cara a la calle con mil teorías, a cuál más disparatada: que si la habían recluido a la fuerza en un monasterio en no sé dónde, que si estaba enterrada en la sepultura de un mafioso romano a pocos metros de donde fue raptada, que si la mafia búlgara soviética de los Lobos Grises la mantenían presa como moneda de cambio política…
Esta última teoría fue creada y aireada por el propio Vaticano en sí, que de esta manera conseguía explicar lo inexplicable: el chantaje de Estado tan tremendo que estaban sufriendo y que no podían hacer público por la sencilla razón de que los chantajistas tenían fuertes bazas contra la cabeza de la Iglesia. Porque eso era un chantaje, claro, y por eso la gente prefiere pagar antes que ver cómo estalla el escándalo que se pretende evitar. La diferencia era que en este caso no era dinero lo que querían los secuestradores, que contaban con una potencia económica capaz de absorber la Iglesia Católica entera varias veces.
Ésta fue una de las primeras advertencias que tuvo, apenas pisó Roma como Cardenal papable, ya que había un montón de periodistas vaticanistas siempre a la caza del más mínimo desliz por parte de cualquier incauto del entorno del Sumo Pontífice.
A muchos de estos molestos “investigadores” les hemos prohibido la entrada aquí, le indicaron, para prepararle sobre lo difícil que resultaba para ellos lidiar con algunas personas como el hermano de esta muchacha. ¡El tal Pietro la tiene tomada con nosotros y se debe pensar que la tenemos por aquí escondida debajo de alguna mesa, claro, por aquí dentro debe de estar!
Pero, ¿por qué no contar la verdad y ya está? Si esto es asunto del terrorismo internacional, como dijo Juan Pablo II, ¿qué tenemos que ocultar nosotros?
Bergoglio intentó que no se le notara que se estaba haciendo el ingenuo, pues sus verdaderos patrocinadores lo mantenían muy informado de todo lo que sucedía en el Vaticano y fuera de él, pero le gustaba ver la cara de ese pobre cardenal explicando lo que no se podía explicar de ninguna manera.
¡Sí, eso es, muy buena idea! ¡Abrimos el armario en el que otros nos han metido los esqueletos y esperamos a que la prensa nos ponga la casa patas arriba! Para eso nos prepararon la trampa primero, desde luego. Porque usted ya sabe que por aquel tiempo había tramas de orgías y cosas de éstas en Roma, organizadas por gente de la política y la diplomacia, y que desgraciadamente había religiosos implicados de por medio. Gente de cierta responsabilidad dentro de la Curia, demasiado cercanos al Papa como para hacer como que aquí una pasado nada o que el Santo Padre no ha tenido nada que ver.
Bergoglio sonrió, decidido a ser malo hasta el final, aunque ya era bastante malo que los medios de comunicación se dedicasen a poner todo el foco mundial en las investigaciones que pretendían encontrar ciertos huesos en ciertas tumbas del Vaticano.
Me resulta curioso que refiera usted todo esto en pasado cuando estamos hablando de cosas que podrían seguir sucediendo también en el presente. De lo contrario, si fueran sólo escándalos de nuestros predecesores, ¿por qué preocupa tanto por aquí que alguien quiera remover los huesos de ciertas tumbas?
¡Por el amor de Dios, Jorge, no se haga usted tan pendejo, como dicen por su tierra! Usted sabe que de una manera u otra estamos en manos de esta gente, le explicó ese cardenal, utilizando esta expresión genérica (esta gente) para no referirse de forma directa a los todopoderosos mafiosos que les estaban extorsionando desde hacía demasiados años.
Tan poderosos que no se les puede nombrar, pensó Bergoglio, como si fueran el mismísimo Jehová cuyo nombre es impronunciable.
Una gente que, como decíamos, no quería dinero de ellos, puesto que ya tenían el suficiente como para comprar el mundo entero. Una gente a la que no podían denunciar públicamente, puesto que eran los mismos que estaban sosteniendo de varias maneras las guerras que el Vaticano mantenía abiertas en sitios tan candentes como Polonia. Una gente que, además, explotaba hábilmente los vicios de una parte de la casta dirigente de la Iglesia que no se privaba de nada. Ni siquiera de escandalizar a los más jovencitos o incluso a niños.
El día en que esto reviente, querido Jorge, ya le puedes decir adiós a todo este tinglado que tenemos montado aquí desde hace 2.000 años. Lo que no pudieron hacer los bárbaros o las hordas islamistas o soviéticas lo va a conseguir el insepulto cadáver de una chiquilla de quince años. Todo ello, claro está, con el apoyo irresistible de la artillería mediática de esta gente…
Esta gente, en efecto, se mostraban de lo más efectivos a la hora de organizar trampas y chantajes de Estado. Y el secuestro de esta cría no fue cosa de un día concreto y hubo muchos avisos que preconizaron el chantaje del siglo. Extraños mensajes de advertencia que se cruzaban los compañeros de los servicios secretos y en los que se alertaba, como se dice en el lenguaje cursi que utilizan de puertas para afuera, sobre el más que probable secuestro de una joven relacionada directamente con el Vaticano. Y se barajaron varios posibles objetivos entre los que se encontraba, para empezar, la adolescente hija de uno de los mandos de la Guardia Suiza. Sin embargo, como por todos es sabido, perro no come perro y los servicios secretos se tientan mucho la ropa de atacar directamente y de forma tan dura a compañeros de armas de otros cuerpos. Al contrario que en el caso de las mafias, que a veces se lían la manta a la cabeza con sus vendettas, los habitantes de la Cloaca siempre se mantienen las formas por muchas rivalidades que haya. Y para marcarse el terreno ya tienen tácticas como la que emplearon hacía unos años, en el mismo centro de Roma, cuando vengadores no identificados vaciaron cargadores enteros de armas diversas sobre los coches oficiales del Servicio Secreto Vaticano. Pero secuestrar a la hija pequeña de un colega de Cloaca es otro tema muy diferente, en especial cuando el final de la chica iba a ser tan horrible.
Aquello fue una verdadera conjura vaticana y lo único que estaba claro era que al final algún pringado se iba a comer el desaguisado, que es lo que suele pasar. Y, como es lógico, ningún miembro de la guardia pretoriana se iba a ver tocado por el sacrificio humano correspondiente. No si tenemos a mano al secretario del Papa, que es un auténtico pringado y que lógicamente no se enteró ni de lo que se estaba comentando en esas salas de armas. ¿Cómo iba a saber él que el jefe de la Guardia Suiza no dejaba salir de casa a su hija ni para ir a la escuela? Y es que alguien del entorno del Papa se iba a tener que joder, en pocas palabras. Iba a tener que sacrificarse por el bien de la Iglesia y sus dirigentes, que no estaban dispuestos a renunciar a su prestigio ni mucho menos a dejar que sus ocultos patrocinadores les retirasen su necesario apoyo. No cuando tenían tantos follones pendientes como la caída del Telón de Acero que aprisionaba a la propia patria del Papa de entonces, Juan Pablo II. Y el triunfo definitivo de esa guerra a muerte dependía de las armas, los medios y la política occidentales, en cuyas manos estaba entregada por entero la dirección de la Iglesia Católica. Y Bergoglio estaba encantado de que sus jefes fueran tan todopoderosos y omniscientes, por supuesto.
¿Qué más podemos hacer, querido colega? ¡El Vaticano siempre dependió de poderes externos! De los ejércitos occidentales como el de Carlomagno o los Reyes Católicos o los lombardos… ¡Qué sé yo! Si esta gente, como tú los llamas, nos ofrecen protección a cambio de nuestra lealtad, en ciertas reformas que son inevitables… A nivel de ONU, de LGTBI, de muchas cosas… ¡Pues no nos queda otra que cooperar! ¡Rebelarnos contra ellos sería un suicidio!