Se ha hablado mucho de cómo era la vida espartana de los cántabros y las guerras que sostuvieron con Roma antes de su conquista, pero no tanto de las relaciones de relativa colaboración y paz que mantuvieron durante siglos tras esa colonización por la fuerza de hace dos mil años. La verdad es que siempre fue una relación turbulenta, muy al estilo de lo que pasa hoy con rusos y chechenos, con distintos periodos en los que se vivió la guerra total y los acuerdos de paz que a veces se firman en un cementerio.
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Las Guerras de Chechenia y las Guerras Cántabras tienen muchos puntos en común
Para empezar, estamos hablando de pueblos muy reducidos que se enfrentan a superpotencias, logrando humillarlas en una táctica de guerrillas que funciona muy bien cuando la moral de los defensores es alta.
El terreno jugó, asimismo, un importante papel a favor de los defensores, pues tanto chechenos como cántabros y astures contaron con la ventaja de su territorio de altos montes y valles angostos. Un terreno de batalla muy poco favorable para ejércitos de mucho bagaje y armas pesadas, tales como podían ser las legiones o las tropas acorazadas de la Federación Rusa.
También los cántabros, como los chechenos, suponían una amenaza a la hora de ser capaces de desestabilizar a todos los países limítrofes y, en concreto, los chechenos representaban un mal ejemplo para la población musulmana de la Federación Rusa: si Chechenia se separaba de Rusia, con sus ricos recursos petrolíferos, otras repúblicas de la zona podían hacer lo mismo o verse afectadas por los eficaces y motivados guerrilleros chechenos.
Esto siempre ha sido una excusa buenísima para atacar a cualquier país sobre el que hay intereses en juego: nos ha atacado a nosotros o a nuestros aliados, es la cantinela de siempre, que siempre viene bien tener un casus belli justifique la brutal guerra en cualquier tiempo.
¿La excusa de guerra más conocida de la historia? La destrucción de Troya por causa de un ataque de cuernos de un rey griego, claro. Una de tantas mentiras de Estado para justificar la barbarie de una guerra imperialista y depredadora, tanto contra otra potencia como para saquear a mansalva a un reducido e indefenso pueblo que se les ponga por delante. Y los yanquis han sido los verdaderos maestros en la propaganda de guerra y las mentiras para declarar conflictos (11S, Pearl Harbour, falso atentado del USS Maine, etc).
Boris Yeltsin también pensó que acabaría de un plumazo con las diminutas guerrillas chechenas
Chechenos y cántabros, rusos y romanos, también tienen en común que la superpotencia desafiada siempre tiene que poner toda la carne en el asador, aunque sea al final de una serie de desastres. Pero la victoria tiene que llegar. Porque al igual que pasó con Augusto en Cantabria, hace dos mil años, Boris Yeltsin también pensó que un asalto masivo de su poderoso ejército acabaría de un plumazo con las diminutas guerrillas chechenas. Un craso error que pagarían caro, él y miles de soldados rusos que cayeron como moscas por ese exceso de confianza.
Y lo mismo le sucedió a Augusto con esos cántabros y astures a los que planeó aplastar en un ataque masivo de varias legiones, que entraron por todas partes, ocupando este montañoso país, pero que fueron derrotadas muchísimas veces por pequeños contingentes cántabros y llevadas a la desesperación.
En el occidente estaba ya en paz casi toda Hispania, excepto la parte de la Citerior, pegada a los riscos del extremo del Pirineo, acariciados por el océano. Aquí se agitaban dos pueblos muy poderosos, los cántabros y los astures, no sometidos al Imperio (Lucio Anneo Floro, historiador romano del siglo II).
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Los cántabros y astures mantenían una práctica de depredación contra «los aliados del pueblo romano»
En un primer momento, los cántabros se dedicaban a saquear los territorios más ricos del norte de la Meseta, donde vivían sus vecinos celtíberos. Otras veces, sin embargo, se aliaban con esos vecinos para atacar juntos a Roma, pero esas alianzas cambiantes se terminaron cuando esos pueblos celtíberos del norte de la meseta fueron definitivamente aplastados por las legiones. Y así fue como astures y cántabros quedaron completamente rodeados, curiosamente en un frente muy similar al que luego se les presentó a las fuerzas gubernamentales del Ejército del Norte en la Guerra Civil Española: toda la franja de la cornisa cantábrica quedó completamente rodeada por las legiones de Octavio Augusto, exactamente igual que sucedería en la guerra civil del treinta y seis, cuando las fuerzas de Franco sometieron a asedio todo el norte industrial de España.
Y lo mismo pasaba con las fuerzas chechenas que, al intentar independizarse de la Federación Rusa tras la caída de la URSS, desafiarían a un ejército muy dotado y mucho más numeroso que el suyo. Pero una más alta motivación de los defensores chechenos y su perfecto conocimiento del terreno, en combinación con la falta de previsión de las tropas rusas, produjeron como resultado una guerra larga y sangrienta para las dos partes.
En un primer asalto, debido a la potencia y el número de los ejércitos que les invadían, chechenos y cántabros se vieron copados por la superioridad enemiga y tuvieron que ceder prácticamente todo su territorio habitable y productivo, retirándose sus guerrillas a las partes más inaccesibles de las montañas, pero asumiendo la guerra como perdida. Por el momento.
No hay nada peor para un gran ejército como el exceso de confianza
Sin embargo, no hay nada peor para un gran ejército que el exceso de confianza. Y esto pasó tanto entre los soldados rusos como los legionarios de Augusto, que en ambos casos se sentaron sobre las ruinas enemigas pensando que el trabajo mayor ya estaba hecho. Pero nada más lejos de la realidad.
Los chechenos no tardaron en volver, para intentar recuperar su capital, embolsando a los superiores fuerzas federales rusas que la ocupaban en una maniobra sorprendente que conmovió al mundo, pero, sobre todo, al presidente Yeltsin, que fue humillado ante todo el pueblo ruso y la comunidad internacional.
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Y algo muy parecido a esa batalla de Grozny y la terminación, tan destructiva, que tuvo esa primera guerra chechena, se vivió también en Cantabria y Asturias, si bien éstos últimos decidieron adaptarse más pronto a su suerte. Porque los cántabros estaban mucho menos dispuestos a aceptar el destino cruel de los derrotados y máxime cuando ellos eran los campeones de la guerra en toda Europa occidental. Los más mercenarios de todos, que habían participado en todas las posibles guerras de España y el Mediterráneo, luego no podían acostumbrarse a ser ahora ellos dominados por otros.
Mujeres y niños que mataban a sus familias para evitar que cayeran para siempre en la esclavitud
Durante unos años pareció que este orgulloso pueblo aceptaba su destino bajo el yugo romano, hasta tal punto que se ofrecieron para colaborar con las tropas romanas con avituallamientos que les querían regalar. Y el gobernador militar de ese entonces, al que los cántabros tomaron por un hombre débil, aceptó con mucho gusto y envió algunas fuerzas para recoger esos víveres que tanta falta le harían, pero todo era una trampa y esos soldados fueron asesinados a traición por los cántabros. Porque la guerrilla actúa así, en Cantabria o en Irak, sin contemplaciones de ningún tipo, pues se parte desde el principio con una gran desventaja que no se puede compensar de ninguna manera.
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La venganza de ese gobernador romano al que creyeron débil no se hizo esperar. Y las legiones actuaron como todo ejército de una gran potencia cuando se ve desafiado: destruyendo valle tras valle y pueblo tras pueblo con total impunidad y sin asomo de misericordia con los civiles ni con nadie. Un castigo tan despiadado que los cántabros, al igual que los chechenos de los noventa, tuvieron que renunciar a la guerra por el bien de su propio pueblo.
Por cierto. En este punto de sus aventuras los cántabros tuvieron que despedirse de sus aliados de toda la vida, los astures, que quedaron completamente desguazados por las legiones romanas de su zona. En adelante, estos chechenos españoles tendrían que vérselas con Roma en completa soledad, además de aceptar las bestiales bajas que ya habían sufrido en tanto conflicto seguido y en su propio territorio. Pero los cántabros se habían creído y siguieron creyendo, en nuevas rebeliones armadas, que aún contaban con fuerzas para seguir poniendo en jaque al César y sus legiones.
Las consecuencias fueron tremendas: escenas de barbarie y heroísmo se repitieron por todo el país cántabro, incluso con mujeres y niños que mataban a sus familias para evitar que cayeran para siempre en la esclavitud y con todo lo que eso suponía: violaciones constantes, trabajos forzados y otras humillaciones que los cántabros y astures no estaban dispuestos desde un principio a tolerar. De ahí que llegasen a suicidarse, antes de caer prisioneros, quemando primero sus poblados fortificados para que nada pudiera quedar de provecho para los enemigos. Unas escenas dantescas que impresionaron mucho a los soldados romanos de todo el imperio que vivieron todo esto.
Un estrés postraumático que ha acompañado siempre a los ejércitos de todo el mundo, como les pasó también a los soldados de la Federación Rusa que vivieron las atrocidades de la guerra de Chechenia. Unas experiencias que marcan para toda la vida y que han sido muy bien resumidas en un libro llamado «La guerra más cruel«.
Un «famoso bandolero español» llamado Corocotta
Entre todas las peripecias de esa primera guerra cántabra contra el César, que fue sólo el inicio de una serie de guerras más larga, destacó el ejemplo de un líder guerrillero al estilo del Empecinado o de Dudayev, legendario caudillo checheno de los noventa. Se trataba de un «famoso bandolero español» llamado Corocotta, probablemente cántabro o astur, que atacó con muchísimo éxito a los romanos en muchos sitios diferentes. Y hasta tal punto resultó molesto que el propio César Augusto se ofreció a pagar una suma millonaria al que trajera su cabeza a su tienda, fuera romano o cántabro, pero al final resultó que fue el propio Corocotta quien se presentó ante él para cobrar. Una anécdota tan simpática y demostrativa de tanto valor que César le pagó con gusto y no permitió que nadie le atacara.
Los pueblos montañeses siempre han sido muy imaginativos y sacrificados, en especial cuando tienen enemigos cerca que constituyen imperios enormes. El propio Estrabón alababa las características históricas del cántabro medio, que se mostraba como un ser estoico y determinado, capaz de salir adelante en las más duras circunstancias.
Muchos años después de su derrota se rebelaron de forma coordinada y mataron a sus amos
La verdad es que los cántabros sufrieron un auténtico genocidio por su negativa adaptarse al modo de vida romano, el cual solía empezar obligando a los conquistados a someterse como prácticamente esclavos. De hecho, tras primera conquista en el año veintiséis antes de Cristo vino una insurrección generalizada. Una curiosísima revolución internacional que fue iniciada por los cántabros que habían sido vendidos como esclavos, en lugares distantes del Imperio. Unos expatriados por la fuerza que, siguiendo una extraña consigna que tal vez tuviera que ver con la astronomía, muchos años después de su derrota se rebelaron de forma coordinada y mataron a sus amos, regresando por todos los caminos que llevaban de vuelta a Cantabria.
Una vez allí, convencieron a sus paisanos de que era necesario volver a tomar las armas y rebelarse, procediendo de inmediato a atacar a las legiones estacionadas en su territorio. Las mismas que les habían conquistado antes y que todavía permanecían por allí, para asegurarse de que no había más levantamientos como ése, pero fracasaron tan estrepitosamente que llegaron a perder sus estandartes: las famosas águilas sagradas de las legiones romanas fueron perdidas a manos de los rebeldes cántabros, que les obligaron a retirarse a sus campamentos en medio de una gran vergüenza nacional.
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El emperador Octavio Augusto ordenó entonces a su top general que se desplazara a la zona
Cansado de tanto disgusto con un mismo pueblo, al que no conseguía domar, el emperador Octavio Augusto ordenó entonces a su top general que se desplazara a la zona y tomase el mando de esas legiones: el gran general Agripa fue el responsable de acabar de una vez con las revueltas cántabras, pero lo que se encontró al llegar al país fue una serie de campamentos llenos de legionarios derrotados y agotados. Unas tropas de ocupación que, al igual que pasó con las tropas rusas en Chechenia, en la primera guerra de ese país, vivían en un estado de apatía y desmoralización generalizada. Los soldados romanos no querían combatir y el general Agripa se dispuso a castigarlos por ello con las más brutales medidas disciplinarias, entre las que se encontraba la decimación: matar a uno de cada diez soldados de las unidades más rebeldes o que peor se desempeñasen.
Y lo mismo le sucedió a Augusto con esos cántabros y astures a los que planeó aplastar en un ataque masivo de varias legiones, que entraron por todas partes, ocupando este montañoso país, pero que fueron derrotadas muchísimas veces por pequeños contingentes y llevadas a la desesperación.
Agripa era capaz también de castigar a los cántabros que cayeran en sus manos y nunca mejor dicho: muchísimas manos derechas fueron amputadas para impedir que esos potenciales enemigos pudieran tomar las armas, al igual que ya habían hecho otros generales en Celtiberia. Por ejemplo, en la guerra de Numancia. También se arrasaron valles enteros y se quemaron aldeas hasta que esos invencibles cántabros tuvieron que resignarse a la rendición.
Los cántabros tuvieron que someterse a Agripa, que regresó a Roma para no celebrar su triunfo
Como garantía de que cumplían el pacto se destruyeron de nuevo los castros fortificados en los que vivían estos montañeses, condición previa para una rendición con pocas condiciones. Algo parecido a lo que vivieron los chechenos cuando en la práctica ganaron la guerra a la Federación Rusa, pero no sin sufrir la completa devastación de todo el territorio productivo y las ciudades y pueblos donde vivía su gente.
Porque ni los cántabros ni los chechenos ni ningún pueblo del mundo pueden vivir sin comer y sin unas condiciones mínimas para sus familias, por muy guerreros que sean. Como se puede apreciar en las imágenes que nos llegan de la Invasión yanqui de Irak o de la guerra de Ucrania, pero también en esta foto aérea de un barrio devastado por el conflicto de Chechenia.
Los cántabros tuvieron que someterse a Agripa, que regresó a Roma para no celebrar un triunfo con el que el emperador le agasajaba: el veterano general volvía a casa demasiado impactado por las imágenes de horror y la sangre que había derramado en la guerra de Cantabria, tanto del enemigo como de sus propias legiones, a las que tuvo que castigar con muchísimas ejecuciones sumarias.
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Los cántabros estuvieron en las tropas de Pompeyo contra César
Los contingentes de soldados cántabros, antes de luchar directamente contra Roma en sus propias fronteras, eran ya conocidos por su capacidad de combate. En una ocasión, por ejemplo, bastó que se corriera el rumor de que llegaban los cántabros a caballo para que las legiones que asediaban Numancia salieran corriendo y fueran perseguidas por los propios numantinos, que los rodearon y derrotaron en su propio campamento.
Esto dio lugar a una negociación desesperada con los numantinos, por parte del derrotado general romano, que llegó a ser entregado a esos enemigos por el Senado como señal de que no aceptaban un arreglo tan vergonzoso. Porque las potencias nunca se han casado con nadie y menos con pueblos a los que pueden aplastar y avasallar con más o menos esfuerzo.
La trayectoria militar de los soldados cántabros, como empleados de otros ejércitos, se parece a la que puedan tener los propios chechenos a la hora de pelear en contra o a favor de la propia Federación Rusa. Los cántabros estuvieron en las tropas de Pompeyo contra César, junto a otros continentes del norte de España, igual que sirvieron antes a las órdenes de Aníbal contra Roma. Al final, podría decirse, tenían mala suerte para elegir el bando siempre perdedor, pero eran mercenarios que a la vez peleaban en guerras ajenas según sus intereses tribales o nacionales.
Más difícil que hacer que un cántabro volviera las espaldas
Lucano, al narrar la muerte de un valeroso centurión, dice de él que «se hubiera sentido dichoso si en el combate le hubieran vuelto la espalda el duro ibero, el cántabro con sus armas cortas o el teutón con sus armas largas». Y también había un refrán en Roma que decía que algo era más difícil que hacer que un cántabro volviera las espaldas, lógicamente para huir.
«El cántabro, insensible ante el frío, el calor y el hambre, se lleva antes que nadie la palma en toda clase de trabajos. Increíble amor a su pueblo! Cuando la inútil edad senil comienza a encanecerle pone fin a sus años, ya no aptos para la guerra, envenenándose con el tejo. Para él es imposible vivir sin la guerra, pues toda la razón de su vida la pone en las armas, considerando un castigo vivir para la paz».
Para ellos era una vergüenza vivir para la paz y no poder ayudar a sus paisanos en las distintas campañas militares. Como dijo el historiador Floro: «El cántabro era el más bravo, el primero y el más pertinaz en las rebeliones». Y así lo demostraron en muchísimos conflictos hasta su derrota final, de forma paralela a lo que vivió el pueblo checheno en los noventa, alternando el sufrimiento civil y la destrucción de su país con los pequeños pero grandes éxitos militares contra una superpotencia.
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Lo importante es morir con las botas puestas y esa gente dio ejemplo
La descripción que han hecho de los antiguos cántabros quienes los conocieron ha llevado a muchos a pensar que pudieron servir de inspiración para las historias de Conan y su pueblo cimerio, famosos por su fuerza legendaria y su capacidad de resistir ante el más potente imperio de los aquilonios. Sin embargo, como demostraron los cántabros cuando se retiraron con sus familias al monte Vindio, tras haber sido derrotados en campo abierto, ninguna montaña puede ser el hogar para un gran pueblo ni dar de comer a nadie por mucho tiempo. De hecho, la frase de los cántabros de que antes llegarían las olas del mar a esas cumbres que las legiones romanas, al final, se demostró equivocada: al igual que habían hecho antes en Numancia, las legiones pusieron sitio a ese monte y rindieron por hambre a esos guerrilleros y su población civil. Y tuvieron que rendirse.
Las escenas más dantescas de la resistencia de cántabra se produjeron cuando al ser crucificados, como ocurrió realmente en la verdadera historia de Espartaco, los derrotados cantaron himnos de victoria: porque lo importante es morir con las botas puestas y esa gente dio un ejemplo inmortal de honor y patriotismo.
Al mismo tiempo, la desesperada resistencia llevó al suicidio colectivo de muchísimos cántabros en sus propios castros fortificados, que incendiaron previamente en escenas terribles que luego se repetirían en otros conflictos armados. Por ejemplo, cuando muchísimos alemanes del Este se suicidaron al asumir que las fuerzas bolcheviques se acercaban a ellos con su corolario de brutalidades de todo tipo. En este sentido, es famoso el suicidio colectivo de la ciudad alemana de Demmin, donde miles de familias alemanas pusieron fin a sus vidas antes que someterse a los atropellos del vencedor.
Ningún patriota va a aceptar que se continúe la lucha a costa del sufrimiento de su pueblo
También los chechenos tuvieron que asumir en cierto momento que habían sido derrotados, aunque a lo mejor no tanto en el campo de batalla propiamente dicho, pero ningún patriota va a aceptar que se continúe la lucha a costa del sufrimiento constante de su pueblo y sin una posibilidad grande de victoria. De hecho, tras iniciar ellos mismos la Segunda Guerra chechena, en un nuevo intento de volver a humillar a los rusos en su territorio y expulsarlos, al final terminaron dando gracias a Putin por no haberles exterminado con una más eficaz y brutal estrategia de guerra. Y de entonces en adelante, en mutua cooperación, las autoridades chechenas y rusas han trabajado juntas y participado unidas en todo tipo de conflictos. Inclusive en la actual guerra de Ucrania, en la cual ha habido fuerzas chechenas en primera línea desde el principio. Porque todas las superpotencias van a utilizar a mansalva a los pueblos y amasarlos o devastarlos literalmente si les conviene: nada se puede interponer en el camino descarnado y práctico de un gran imperio.
Contratar a los cántabros como mercenarios para combatir
El genocidio de Agripa contra los cántabros no fue el final de nada. Ni de las ansias independentistas de este pueblo indómito ni tampoco de la determinación romana por llegar a una paz definitiva en el norte de España. Y la solución fue tan efectiva que tal vez el César se preguntó cómo no se le había ocurrido antes: contratar a los cántabros como mercenarios para combatir contra los rebeldes británicos y germánicos, pero también los lejanos judíos, que molestaban constantemente en las fronteras del imperio. Unas tropas que además de ser valientes y determinadas estaban acostumbradas a ese clima frío y lluvioso del norte de Europa que tanto enfermaban a los soldados mediterráneos.
El propio Estrabón se mostró sorprendido de cómo esos feroces cántabros, que antes devastaban las tierras de los aliados del Pueblo Romano, se dedicaban ahora a mover esas mismas armas contra los enemigos de ese pueblo y del César. Y la cooperación no terminó ahí, sino que muchísimos cántabros y astures se dedicaron a muchos trabajos donde eran especialistas por toda España. Por ejemplo, un minero cántabro llamado Paterno falleció en unas minas de Jaén a la edad de veinte años. Porque el sacrificado cántabro siempre estaba acostumbrado a los más duros trabajos y penalidades, eterno inmigrante debido a la pobreza de su tierra de origen, igual que el resto de los pueblos del norte de España.
Muchísimos mercenarios vascones, gallegos, celtíberos, astures y cántabros engrosaron las tropas regulares que peleaban en primera línea contra los germanos y otros pueblos enemigos de Roma, pero también llegaron a ser legionarios romanos con «pasaporte» de ciudadanos. Y aquí viene la historia de un soldado cántabro de Julióbriga, Cayo Estabilio Materno, que se alistó voluntariamente en la Legión Séptima Gemela Hispana en tiempos de Adriano con diecisiete años de edad. Por aquel entonces, era la única Legión que se encontraba en España, no lejos de las minas de oro más valiosas del Imperio situadas entre las antiguas Galicia y Asturias. Una legión de élite que tampoco se situaba muy lejos de lo que podían volver a ser cántabros y astures rebeldes, dispuestos a volver a tomar las armas en cualquier momento igual que los chechenos en su país.
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Un soldado cántabro de Juliobriga murió en lo que hoy es Argelia
Sin embargo, la relativa calma del norte de España dio pie a que la Legión Séptima tuviera que mandar muchas tropas a otros puntos del Imperio donde había más graves problemas. Y así fue como este soldado cántabro de Juliobriga fue a parar a una ciudad de lo que hoy es Argelia, Lambaesis, dónde murió con treinta años y sus hermanos le enterraron.
Otros muchos soldados fueron a parar a sitios de frontera, como un tal Cántabro Viroto, cuya lápida funeraria le representa como un soldado de caballería en los límites del Rin. Y también se encontró en Palestina un diploma muy curioso de jubilación para un montón de soldados que después de cumplir su larguísimo servicio militar, al servicio del César, recibían todos los papeles de cualquier ciudadano romano y la recompensa largamente esperada. Pues bien, entre esas tropas, aparte de lusitanos y otros soldados españoles y de otras nacionalidades se encontraba un batallón de cántabros que también sirvieron a Roma en esa frontera oriental.
Por cierto: en ese diploma se especifica que sólo se pueden beneficiar los soldados que hayan merecido su paga después de tantos años de servicio y que pueden casarse legalmente, pero nunca con un hombre, sino «siempre que sea uno con una».
Los cántabros fueron de nuevo conquistados, en esta ocasión por los godos
Eran los tiempos dorados del Imperio, cuando las legiones eran capaces de defender una de las comunidades humanas más exitosas y enormes que ha habido en la historia, pero los pueblos denominados bárbaros fueron refinando cada vez más su capacidad militar mientras la decadencia de Roma se hacía cada vez más evidente. Y la debilidad del poder romano se manifestó también, otra vez, en Cantabria, de donde el César se resistía a retirar las pocas unidades militares que quedaban en la retaguardia de la pacífica España. Una señal de que los cántabros, verdaderamente, nunca dejaron de luchar por su independencia, la cual retomaron con la caída del Imperio, dedicándose de inmediato a saquear otra vez a los pueblos del norte de la Meseta. Lo que hoy serían las provincias de León, Palencia y Burgos, defendidas después por los godos, repitiéndose la masiva guerra de conquista que tuvo que lanzar el rey Leovigildo para evitar tales actos de pillaje y destrucción contra su reino.
Los cántabros fueron de nuevo conquistados, en esta ocasión por los godos, pero no antes de que el misionero riojano más famoso, San Millán de la Cogolla, pronosticara el final de su rebelión con unas palabras que a los caudillos cántabros resultaron amenazantes:
Convertíos al cristianismo y dejad de atacar a vuestros vecinos o la espada vengadora del rey vendrá por vosotros y os cortará la cabeza, les advirtió, tras haber sido iluminado en un sueño profético. Pero los cántabros se rieron de él, confiados en que podrían detener al más poderoso ejército godo en sus montañas. Igual que los chechenos, dos mil años después, pensaron que podían hacer con la Federación Rusa, ignorantes siempre de que una superpotencia siempre va a pegar más fuerte y en más sitios. Y la estrategia de la guerrilla no puede evitar que los ataques indiscriminados se ceben contra la población civil y los centros de producción que alimentan a esa guerrilla.
Tal y como había pronosticado San Millán, que intentó en vano convertir al cristianismo a los jefes cántabros, los godos se presentaron por allí y ocuparon por la fuerza todo el territorio y fundaron el ducado de Cantabria. Precisamente, el único territorio de todo su reino que nunca fue parte de Al Andalus, aunque sufrió muchísimos ataques por parte de los siguientes invasores que habían de venir a dominar España: las fuerzas de ese nuevo imperio que se situaba entre la Península Ibérica y Marruecos, la gran potencia de Al-Andalus, que sustituyó a los godos y romanos en el dominio de España y el Estrecho de Gibraltar.
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En Peña Amaya se ha peleado siempre contra todo invasor de España
Con el nuevo amo de España vinieron nuevas batallas y nuevas derrotas para los cántabros, mezcladas con heroicas victorias, pero de nuevo vieron arder su capital por enésima vez: el impresionante castro de Peña Amaya, en lo que hoy es Burgos, fue incendiado sucesivamente por los romanos, los bárbaros del norte que invadieron España y luego los norteafricanos. Una excursión muy bonita que recomendamos a todo el mundo, pues es impresionante observar esta gran mole de roca por la que pasa a menudo el lobo y donde se encuentran las ruinas de la fortaleza más épica de la Independencia Española de todas las épocas. Y es que en Peña Amaya se ha peleado siempre a muerte contra todo invasor que ha llegado hasta el norte de España, aunque hemos de decir que con poca fortuna para los defensores. Porque no hay bastión ni muralla que pueda contener todo el tiempo a una potencia decidida y con superiores Fuerzas Armadas.
En esta última ocasión, sin embargo, los bárbaros astures y cántabros se unieron ya para siempre con el resto de los españoles. Y lo hicieron en un objetivo común de resistir el poderío de esa gran superpotencia que pretendía sojuzgarlos: ahí es donde empieza el final del pueblo cántabro y astur como tales y el inicio verdadero de una nueva nación, con la reconquista como camino en común para dar luego el salto a América y otros lugares del mundo. Son los comienzos de los reinos de León y Castilla, como embriones de lo que luego sería la nación más poderosa y moderna de todo el mundo.
Como se dice en una peña que labró un amigo mío y que se encuentra a orillas del Saja, cerca de Mazcuerras: aquí empieza esa cosa enorme que se llama España.