Este próximo día 12 de abril de 2024 se hacen 100 años del atraco más famoso y absurdo de toda la Historia de España.
Recuerdo con mucha viveza cuando fui al museo de Cera de Madrid hace muchos años. Lo que nunca olvidaré serán las escenas terroríficas de un asalto muy violento a un tren y sus no menos mortales consecuencias. Se trataba del ya centenario asalto al expreso de Andalucía, en abril de 1924, cuando una distópica película de serie B se hizo realidad ante la pasmada audiencia de millones de españoles sorprendidos por el nivel de violencia y también de pocas luces que demostraron los autores.
La versión que ha permanecido hasta nuestros días nos dice que la masacre en que terminó el asalto al Expreso de Andalucía nunca debió de haberse dado, ya que los ingenuos y a la vez brutales perpetradores tuvieron un fallo en su organización del golpe, la de pretender sedar pacíficamente a los funcionarios de Correos y esto desató la violencia. Sin embargo, según mi análisis de la situación me resulta un poco difícil quererme todo eso debido a los factores que vamos a contar a continuación.
El Asalto al tren Correo de Andalucía, conocido también como Asalto al tren Expreso de Andalucía, acaparó titulares en todos los periódicos durante los meses de abril y mayo de 1924, ya después de consolidada la instauración del Directorio Militar liderado por el general Miguel Primo de Rivera. Este suceso destacó por la participación de varios individuos, entre ellos aquellos que en la época se denominaban «señoritos», y por la brutalidad del crimen que resultó en dos personas asesinadas, además de un suicidio y ejecuciones sumarias posteriores.
Pero vamos a empezar por el principio.
El principal instigador de este acontecimiento fue José María Sánchez Navarrete, hijo de un teniente coronel de la Guardia Civil, quien en aquel entonces no tenía un empleo estable y se dedicaba a la vida nocturna, acumulando deudas por juegos de azar, como era tan frecuente en esos tiempos. José María conoció a José Donday, un friki cubano con quien entabló una relación amorosa, y juntos concibieron la idea de cometer un robo en el tren correo de Andalucía para solventar sus problemas financieros. Ambos provenían de familias acomodadas y se les consideraba «señoritos». José María estimaba un botín de un millón de pesetas de la época. Sin embargo, ninguno de los dos era hábil en acciones delictivas y necesitaban la ayuda de alguien más experimentado.
José María Sánchez Navarrete y José Donday, dos «señoritos» con problemas financieros
Así, José María contactó a Honorio Sánchez Molina, dueño de una fonda en la calle Infantas, quien también enfrentaba problemas financieros debido a su afición por los juegos de azar y la vida nocturna. Aunque interesado en la propuesta, Honorio no se sentía cómodo uniéndose solo a dos «señoritos», que sospechaba mantenían una relación homosexual, por lo que invitó a un amigo suyo, Antonio Teruel, quien también tenía problemas económicos y quería brindarle una vida mejor a su esposa. La banda ya tenía cuatro integrantes, pero Antonio, que fabricaba jaulas para pájaros, no quería aventurarse solo con dos señoritos y un conocido poco confiable como Honorio. Por ello, trajo consigo a Francisco Piqueras, alias Paco el Fonda, un individuo poco recomendable con deudas pendientes.
En las fotos, el Fonda y el Pildorita: dos buscavidas de orígenes sociales diferentes, con unos modus operandi muy diferentes, pero miembros los dos de la banda de descerebrados que llevaron a cabo del brutal y absurdo asalto al Expreso de Andalucía en 1924:
El asalto al tren Correo de Andalucía fue planificado por José María Sánchez Navarrete y José Donday, dos «señoritos» con problemas financieros, quienes reclutaron a Honorio Sánchez Molina y a Antonio Teruel, así como a Francisco Piqueras, para llevar a cabo el atraco. Reunidos los cinco delincuentes, algunos presuntos y otros ya implicados en la trama, José María Sánchez Navarrete, el cerebro detrás del plan, expuso su estrategia definitiva, confiando en su simplicidad de diseño y ejecución. Para asegurar aún más el éxito, persuadió y reclutó a Ángel Ors, un empleado del correo del Expreso conocido por su gran fortaleza física y con quien mantenía una buena relación, desde los tiempos en que Sánchez trabajaba en el ferrocarril.
Donday se fundió el dinero para el narcótico en la misma tarde antes del asalto
Honorio, por su parte, se excusó de participar en el asalto alegando compromisos relacionados con su negocio y decidió esperar en Madrid mientras el resto de la banda llevaba a cabo el plan de Sánchez Navarrete. Al final del día, si pensaba que con esto se iba a librar de las consecuencias fatales de la historia, por no coger ni siquiera el tren, estaba muy equivocado: en unos pocos días, estaría ya muerto. Y no sería el único.
El plan implicaba que Navarrete y Ors, con la ayuda de los otros dos delincuentes, Antonio Teruel y Paco el Fonda, subieran al tren para ejecutar el robo. Mientras tanto, José Donday, apodado el Pildorita por su adicción a los fármacos, tenía la tarea de conseguir vino narcotizado para dormir a los empleados del correo, incluido Ors, así como a su compañero esa noche, Santos Lozano, y preparar la fuga después del atraco. Sin embargo, las cosas no salieron como se esperaba. Donday perdió el dinero destinado a comprar el narcótico en un juego de azar, la misma tarde antes del asalto, debido a su adicción al juego. Consciente de su falta, les ofreció a sus cómplices una botella de coñac o vino que había conseguido.
Los tres cómplices llegaron al tren expreso de Andalucía en la estación de Aranjuez, habiendo viajado desde Madrid en otro tren. Era Viernes de Dolores, el 11 de abril de 1924. Al encontrar la puerta del vagón correo averiada, Ors les abrió la ventana para permitirles la entrada. Mientras tanto, Donday se desplazó hasta Alcázar de San Juan en un taxi con chófer, donde los esperaba para cenar. Dentro del vagón, José María saludó a los dos empleados de Correos que conocía, presentando a Teruel y al Fonda como amigos suyos. Intentó sedar a Ors y Lozano con las copas proporcionadas por Donday, esperando que se durmieran rápidamente para poder llevar a cabo el robo sin contratiempos. Sin embargo, la bebida carecía del narcótico esperado y los empleados no mostraban signos de somnolencia. Teruel y el Fonda, nerviosos por la situación, atacaron violentamente a los empleados con una tenaza, mientras Navarrete observaba sorprendido. Lozano fue asesinado rápidamente, pero Ors, resistente, se enfrentó a los atracadores en defensa propia. A pesar de los golpes recibidos, este fortachón no caía, por lo que Teruel finalmente le disparó a bocajarro, acabando con su vida. Una vez muertos los empleados, los delincuentes abrieron las sacas, pero el botín obtenido fue escaso: muchísimo menos de la astronómica cantidad que esperaban.
Navarrete cuestionó la actuación violenta de sus cómplices, pero ya era tarde
Navarrete cuestionó la actuación violenta de sus cómplices, pero ellos argumentaron (con mucha lógica) que no podían dejar testigos vivos. Abandonaron el tren en la Estación de Alcázar de San Juan, donde Donday los esperaba con un taxi alquilado, su segundo error. Aunque desconfiaron del conductor, optaron por no hacerle daño. La oscuridad de la noche les permitió pasar desapercibidos, evitando posiblemente una confrontación. Mientras tanto, en la siguiente estación, el empleado de correos notó la falta de luz en el vagón y al no recibir respuesta, alertó a la estación de Córdoba. Allí descubrieron los cuerpos de los empleados. Las autoridades iniciaron rápidamente las investigaciones, y para la madrugada del 12 de abril, la policía de Madrid estaba al tanto del suceso y comenzaba a investigar.
Los miembros de la banda, como ya habíamos visto, dejaron un rastro evidente de su paso. Fueron avistados por testigos que levantaron sospechas sobre el extraño grupo: dos aparentes «señoritos» acompañados de dos individuos del bajo mundo. La policía pronto llegó al domicilio de Antonio Teruel, donde encontraron parte del botín y detuvieron a su esposa, quien no tenía conocimiento de los crímenes. Teruel, acorralado y desesperado, se suicidó de un disparo en la sien después de dejar una carta a su esposa explicando la situación. Sánchez Navarrete fue detenido en su propia casa, frente a la incredulidad de su padre, un teniente coronel de la Guardia Civil. Paco el Fonda fue capturado en un tren con destino a Portugal, de forma muy absurda por su parte, mientras que Honorio Sánchez, quien no participó en el asalto, fue arrestado en una finca familiar donde se escondía. José Donday huyó del país y se entregó en la embajada española en París, siendo posteriormente extraditado para enfrentar el juicio como cómplice: el único que no iría al garrote de todos ellos.
El gobierno del dictador Primo de Rivera, decidido a mantener el orden a cualquier costo, no tuvo contemplaciones. Los cuatro supervivientes fueron sometidos a un consejo de guerra sumarísimo el 7 de mayo, pocas semanas después de los hechos. Tres de ellos, incluyendo a Sánchez Navarrete, Honorio Sánchez Molina y Paco el Fonda, fueron condenados a muerte por robo agravado y doble homicidio. Durante el juicio, intentaron cargar la culpa en el fallecido Antonio Teruel, pero no lograron convencer al tribunal. José Donday recibió una sentencia de 20 años de prisión. A pesar de que Sánchez Molina no participó directamente en los crímenes, fue acusado de ser el instigador por el fiscal, aunque en realidad había sido Sánchez Navarrete.
Los condenados fueron ejecutados mediante el antiguo método del garrote vil
Los condenados fueron ejecutados mediante el antiguo método del garrote vil, con sólo uno de ellos, Paco el Fonda, manteniendo la dignidad hasta el final ante la perspectiva de la muerte. Una de las cosas que más llama la atención de este golpe del Expreso de Andalucía es la influencia del juego ilegal en toda la situación. Todos tienen un denominador común de asuntos pendientes con el juego y de ludopatía, desde los más señoritos a los más violentos del grupo. Y de todos ellos, al que más se le nota todo esto es Dunday, alias Pildorita, pues su cadena de errores tendrá una gran repercusión en el resultado final de una auténtica debacle entre los atracadores.
Para empezar, se puede decir que las deudas eran en esta época un problema gordísimo, en verdad, porque no se acudía al sistema financiero cuando uno tenía necesidades económicas, sino a prestamistas privados que se aseguraban muy bien de que iban a cobrar a posteriori. Negocio muy mafioso éste de los préstamos a incómodos plazos que ha quedado muy bien reflejado en películas como El Padrino o Goodfellas. Como de costumbre, el crimen organizado provee de todo lo que el público reclama y que no es muy legal o muy accesible por las buenas. Por lo tanto, acudir a estos prestamistas mafiosos no sólo tenía el inconveniente de los incómodos plazos, sino también las indudables represalias para el que no pagaba los préstamos cuando tocaba. Y todos estos involucrados en el asalto al Expreso de Andalucía se movían en este ambiente de jugadores y apuestas, con las correspondientes deudas que irían acumulando y que serían impagables para gente que no tenía un modus vivendi normal.
Pildorita era el más notorio de todos estos ludópatas
Como decíamos, Pildorita era el más notorio de todos estos ludópatas, ya que fue incapaz de contenerse en sus apuestas sobre el tapete hasta el último momento y se fundía absolutamente todo lo que recibía en un tiempo cortísimo. Esto constituyó una de las razones del fatal desenlace con dos muertos en el asalto al tren, ya que tenía que haber comprado un narcótico para dormir a esos oficiales de Correos y se lo gastó todo en apuestas. Por lo tanto, su plan de narcotizar y dormir a estos trabajadores de Correos quedó todavía más en entredicho o, mejor dicho, en un imposible. Y eso que ya era un plan descabellado y absurdo de por sí.
Por si fuera poco, aparte de que se le ocurre la brillante idea de ir a buscar a sus compinches con un taxi, cosa que no piensa ni el que asó la manteca, cuando huye a Francia también se funde toda la pasta y no sé si incluso parte del botín que tenía que guardar de sus compañeros. Es decir: estaban tan enfermos por el vicio que ni discurrían las cosas más mínimas y se ponían en riesgo hasta de ser por sus propios compañeros de batalla. Gente del mundo del crimen como los dos esbirros de los que se rodearon en el asalto directo al tren y a los que Navarrete vio matar sin asomo de piedad a los dos inocentes funcionarios de correos que había en el vagón del botín.
Caer en deudas de juego significaba a medias un riesgo vital y un escándalo
Caer en deudas de juego significaba a medias un riesgo vital y un escándalo. En esa época se tenía mucho en cuenta la fama y el honor, lo que no siempre tenía la misma interpretación según quién fuera el defensor de dicha fama. Es decir: para o un miembro del bajo mundo, sin oficio ni beneficio y perfectamente imputable para la Ley de Vagos y Maleantes, el honor podía constituir el hecho de que nadie le pudiera reclamar las deudas por las malas ni hacerle ofensas, aunque se lo mereciera. Pero para una persona de cierto estatus social era un escándalo y una deshonra de por sí, en un mundo en el que todos se conocían, que cualquiera te pudiera reclamar deudas de cualquier tipo y hacerte acusaciones de esa índole.
Por distintas vías, pero con un único propósito de hacerse con dinero fácil para a continuación dilapidarlo, fácilmente, en un tapete de juegos, todos estos personajes se embarcaron en un plan que en realidad era absurdo, porque los supuestamente narcotizados funcionarios de Correos podían cantar cuando despertasen de su siesta y denunciar en primer lugar a Navarrete en cuanto los inspectores a las órdenes del Directorio Militar les apretasen un poco las tuercas. No tenía ningún sentido dejarlos vivos después de una historia como ésa y que pudieran denunciar a Navarrete y, tirando del hilo de este excompañero, a todos sus compinches en la faena.
Todo esto me lleva a pensar que en realidad no hubo ninguna intención original de no matar a los funcionarios de Correos en ningún momento y que todo ese tema del narcótico era una excusa, que igual se empleó para justificar el asalto como un robo sin violencia proyectado que salió mal. En este sentido, la tesis del narcótico de pildorita podría servir como refuerzo de esa versión de un asalto pacífico tan estúpida. Es que no tiene sentido.
Pildorita aportaría ese elemento inocente de la sedación para disfrazar un plan que sí o sí iba a acabar en asesinatos
En realidad, todo es un absurdo y empezando por la auténtica imbecilidad de ir a buscar a tus compinches en un coche con chófer. ¿A quién se le ocurre hacer eso? Y siempre tenemos a Pildorita como eje central de todas estas tonterías auténticas: precisamente, al final de todo, el único que sobrevivió. Este hombre mostraba todos los aspectos que eran estigmatizados en su época: era homosexual declarado, adicto a las drogas, jugador compulsivo y, según se dice, afectado por diversas enfermedades de transmisión sexual. Su participación en sucesos tan violentos como el Asalto al tren Correo de Andalucía plantea interrogantes sobre su papel en el plan y sus motivaciones. El hecho de que los perpetradores confiaran en un chófer para llevarlos a encontrarse con sus cómplices indica una falta de discreción y precaución que son necesarias en un plan tan arriesgado como este. ¿Se sentían confiados desde el principio porque sabían que no iba a haber testigos de su estancia en el tren? Si fuera así, el asunto tenía que haber terminado en sangre desde el principio y Navarrete habría engañado a su amigo y excompañero Ors, con promesas de botín, mientras que Pildorita aportaría ese elemento inocente de la sedación para disfrazar un plan que sí o sí iba a acabar en asesinatos.
El misterio reside en si Pildorita estaba consciente de que la sedación de los empleados del correo era una excusa desde el principio, ya que los testigos podrían haber denunciado el crimen una vez despiertos. Esto sugiere la posibilidad de que el plan del narcótico fuera falso desde el inicio, lo que plantea dudas sobre las verdaderas intenciones asesinas de los perpetradores y la naturaleza de su verdadera participación en el asalto.
En primer lugar, todo ese rollo de que iban a narcotizar a los funcionarios de Correos presentes y que incluso había uno de ellos que estaba compinchado con la banda, en mi opinión, es más falso que un billete de seis euros. Todo eso lo sabemos porque ellos nos lo han contado y precisamente el único superviviente que quedó de la situación, el apodado Pildorita, era el encargado de fabricar el brebaje somnífero. Y era un personaje de lo más extraño y estrambótico, ludópata y cernedor como pocos, no le importaba lo que la gente pensara de él y podemos llegar a la conclusión de que se podría inventar cualquier historia.
Además, fue Pildorita quien tuvo la brillante idea de ir a buscar a sus compinches en un coche que se contrató con chófer incluido. Es decir: otro testigo más que habría que eliminar si el plan hubiera salido bien y los funcionarios de Correos hubieran seguido su viaje en el tren de Andalucía, dormidos pero vivos. Sin embargo, lo único que puedo pensar es que esta gente, como ya sabían de antemano que sus testigos y víctimas del tren no iban a cantar, porque iban a matarlos, no había ningún problema en ir a buscar a nadie con un coche. Porque el chófer no podría dar muchas señales de cómo eran estos tipos tan extraños, divididos en dos parejas que no tenían nada que ver, los unos con los otros, pero que no pagaban con tarjeta de crédito ni se movían con teléfono móvil ni tenían nada que les hubiera podido identificar en ningún momento.
El financiador y organizador último de toda la operación: otro hombre de negocios y ludópata
Lo que puso a la policía en la pista fue, según consta, el extraño comportamiento de algunos de ellos después del golpe. Esto levantó la justificación en personas tan importantísimas para la seguridad ciudadana de esos días como eran los serenos, que además conocían a todo el mundo en los distintos barrios y se fijaban mucho en a dónde iba cada recién llegado que no identificaban. Los testimonios combinados de unos serenos de Madrid con el chófer, también de Madrid, llevaron rápidamente a la policía a unas pistas definitivas sobre los dos verdaderos asesinos. Paco el Fonda y Antonio Teruel.
Desde ese hilo conductor llegarían a los verdaderos inductores y autores intelectuales del tema. Navarrete, el Pildorita y el financiador y organizador último de toda la operación: otro hombre de negocios y ludópata llamado Honorio, establecido por la zona de Atocha.
En realidad, pienso yo, sin la labor secreta y discreta de los serenos madrileños, que apenas se llevaron ninguna recompensa por su importante delación, es muy probable que la situación no se hubiera podido resolver y mucho menos tan rápido. Porque el plan sí había salido bien, en realidad, cuando no habían dejado testigos en un vagón en el que habían entrado de forma irregular y sin que nadie los viera salvo los funcionarios de Correos a los que luego matarían. Lo de ir en un taxi con chófer no hubiera podido conducir nunca, sin más pistas que conectarán con eso, a unos autores que se perdían entre el paisaje madrileño de cientos de miles de personas anónimas. Pero la pista de los serenos fue definitiva.
Si hubieran dejado vivir a los funcionarios de Correos, desde un principio, los interrogatorios que hubiera habido a continuación, por parte de las fuerzas de seguridad, les hubieran obligado al confesar hasta los pecados de antes de la Primera Comunión. Es muy difícil que no hubieran contado que conocían, como mínimo, a un ex compañero como era Navarrete, el cual les infundió la confianza de dejarles pasar a todos en el vagón más delicado de todos: precisamente donde se podría encontrar un botín de entre varias decenas de miles de pesetas a un millón o más. Tengamos en cuenta que en esta época todo el mundo cobraba en metálico y hay que mandar el dinero físicamente por medios físicos como el tren, lo que suponía que los trenes correo eran unos botines andantes fenomenales y no sólo en el Salvaje Oeste.