Extrarradio de Perugia
El cuerpo de Ludmila fue encontrado por una pareja que había parado, según ellos, a hacer fotos de ese florido campo cercano a Perugia, pero el inspector Canessa nunca les creyó. Su instinto de policía le hacía detectar las mentiras con facilidad y enseguida se convenció de que esos dos se habían detenido en la cuneta para echar un polvo, aunque al cabo poco importaba eso. Lo que llamaba la atención era la anécdota macabra de que la parejita fuera a pasar un buen rato y se encontrasen con eso, ni más ni menos: el cadáver acuchillado de una mujer joven ahí tirado, pudriéndose al sol entre la hierba y matas de flores. No debía de ser una experiencia muy agradable y tampoco lo fue para él, que llevaba ya unos cuantos levantamientos de cuerpos semejantes, aunque por alguna razón éste le resultó más impactante.
Te estás haciendo viejo y, por tanto, sensiblero, se dijo. ¡Ni que fuera la primera puta que dejan por ahí tirada, en cualquier cuneta!
La verdad era no se trataba de la primera vez que pasaba algo así. En los últimos años, varios casos similares se habían registrado y siempre con víctimas que eran chicas extranjeras dedicadas a la prostitución. Forzadas a la prostitución, mejor dicho, en la mayoría de los casos. Y no eran crímenes fáciles de resolver, desde luego, por mucho que se supiera la clase de bestias que estaban detrás y hasta la probable identidad de los mismos.
Ahora las flores crecerán con más belleza, pensó el inspector, inspirado por la tristeza del suceso. ¿Inspirado más de la cuenta? Pobre muchacha.
La cercana Perugia, monumental ciudad de provincias, turísticas y estudiantil, ignoraba el drama horrendo que se estaba desarrollando justo la entrada de la ciudad. Salvo por el espectáculo que siempre suponía la instalación de un cordón policial, con el correspondiente acompañamiento de coches oficiales y agentes, la noticia pasaría inadvertida salvo para los curiosos que pasaran por allí en ese momento y observaran lo que en verdad era un triste protocolo. El inspector al cargo no ignoraba la triste realidad de que este suceso no merecería más que unas disimuladas líneas en la prensa local. Mientras este tipo de faenas no afectasen a la verdadera tranquilidad de los ciudadanos de bien, los que vivian en el centro de Perugia y la campiña circundante, los problemas que aquejaban al terreno intermedio de la periferia inmediata de la ciudad eran asunto de otros. Ni siquiera existían, en realidad. Después de todo, la víctima es una prostituta y no es ni siquiera de aquí, luego, para qué preocuparse? Una lágrima recorrería a los surcos de sus ya veteranas mejillas, pero nadie se daría cuenta, esperaba, para preguntarle por qué en esa ocasión y no en tantísimos sucesos de este tipo. Lo único que podían pensar los compañeros era que se estaba amariconando.
Me pregunto qué clase de enfermo puede ser capaz de hacer algo así, decía su compañero. Demasiado nuevo en el trabajo para haberse deshumanizado aún, asistía a la escena del crimen como el novato inocente que era.
Resultaba casi imposible no intuir lo que había pasado desde principio, puesto que había tantas situaciones parecidas de mujeres esclavizadas. Y muchas de ellas acababan como ésta, tiradas en una cuneta o despedazadas en un contenedor. Pero no era un asunto que preocupase tanto a la audiencia en general, puesto que eran en su mayoría extranjeras pobres. Personas muy anónimas que en verdad sólo preocupaban a sus familias, que por su parte se veían incapaces de reaccionar frente a algo así y a tantos cientos de kilómetros de sus casas. Tanto por ignorancia como por incapacidad económica, que era el principal motor de esas chicas para dejar sus casas y lanzarse a la aventura de emigrar. Y como se decía en una famosa película sobre el tema, Promesas del Este:
Las esclavas dan a luz esclavas.
Y a nadie le importan los esclavos. Una realidad que se hacía evidente por la manera tan impune de dejar tales cuerpos tirados por ahí, con la clara intención de que otros asistieran al drama. Pero no la sociedad en sí, que ni siquiera se interesaba tanto por estos acontecimientos: el público para tales demostraciones de fuerza eran los miembros del mundo del hampa y no otros. Para que no olvidasen nunca que había unos jefes y unas normas.
La mafia[1] tiene dinero para palas, dijo Canessa, en clara referencia a que no se habían molestado mucho en enterrar a su víctima. Lo que quieren es intimidar a las demás, para que trabajen sin rechistar y no se les pase por la cabeza escapar de ellos.
¿A quién se le iba a ocurrir? Semejante advertencia podía pasar desapercibida para la mayoría silenciosa en Perugia, en toda Italia, pero no para las más interesadas en captar un mensaje que era en exclusiva para las mujeres que explotaban. Una advertencia clara y rotunda que enseguida pasarían a comentar, apenas se sacase el tema a la luz, aunque era probable que ya mucho antes echasen de menos a una compañera de oficio:
Si no queréis acabar como esa chica, ya sabéis: más trabajar y menos tocar los cojones. Y a la que trate de marcharse o se vaya con el cuento a la Policía… ¡Pobre de ella! En nuestra Ley pone muy claro lo que hay que hacer en esos casos.
Una Ley despiadada, nunca escrita ni descrita del todo, que mezclaba conceptos más propios de los mafiosos con el ancestral código albanés del Kakun. Y se aplicaba por igual a propios y extraños, aunque con más asiduidad en el opaco submundo de los delincuentes. Una dimensión aparte, con sus propias leyes y castigos definidos, que aplicaban sus propios jueces y sin posibilidad alguna de defensa.
Seguro que “el Ganadero” tiene algo que ver con esto. Me apuesto el cuello, dijo Canessa, con más rabia de la que cabía esperar en un frío investigador.
¿”El Ganadero”? Su joven compañero lo miró con extrañeza. Pero, el cabrón éste, ¿no se supone que estaba de vuelta en Albania?
Se supone. En todo caso, su mano es larga y no tiene por qué hacerlo él. Esté donde esté, no lo dudes, seguro que es él quien da las últimas órdenes. Por lo menos, en cuanto a Perugia y toda la zona se refiere: es su territorio.
Si algo estaba claro era que esas órdenes habían sido brutales, pues la chica había sido apalizada y violada antes de morir. Y luego fue rematada con cuchillos, claro. Porque los tiros tienen un aura de cierta piedad con el destinatario, que muere enseguida y de forma más mecánica. Ese no hacer sufrir en vano del que carecen por completo las puñaladas, método arcaico y más eficaz para aterrorizar al personal. Aunque en este caso, tal vez, la intención era también hacerlo pasar por un asesinato pasional o casual. Un amante celoso o un cliente pasado de todo, pero su experiencia policial le indicaba desde el principio otro tipo de móvil: un ajuste de cuentas en el mundo de la trata de blancas, centrado como siempre en la víctima, a la que debieron identificar con una informante o ladrona.
¿Cómo estás tan seguro? Tal vez quisiera tan solo escapar, ¿no? Simplemente eso. Y por eso la mataron, propuso su ayudante, como si huir fuera de esos verdugos fuera algo que se pudiera hacer simplemente, pero Canessa negó con la cabeza.
Puede ser, pero no lo creo. ¿Escapar sin más, sin ayuda? Ellas son inmigrantes ilegales en el país y tienen miedo de moverse por ahí solas, sin nadie en el país que las ayude. Además, saben las consecuencias de salirse de sus circuitos sin permiso: luego lo pueden pagar sus familiares, en sus países de origen, y casi ninguna está dispuesta a pasar por ese riesgo. Las deudas, en la mafia, se pagan sí o sí, aunque estés a miles de kilómetros de la pocilga tercermundista de la que saliste.
Y había varias maneras de lograr esa fidelidad, por supuesto. Por ejemplo, introducir a sus víctimas en el consumo de drogas, que conseguían anular su voluntad y hacerlas dependientes de su materia prima, la que ellos vendían, de tal manera que muchas acababan trabajando prácticamente para pagarse la dosis. Y si llegaban a deteriorarse demasiado, hasta el punto de no ser atractivas para los clientes, enseguida las despedían o las ponían a mover su mercancía en los puntos de venta de los suburbios. Pero nunca dejaban de agredirlas, eso no, mientras estuvieran bajo el ordeno y mando de esos abusones sin escrúpulos.
Lo primero es identificarla, pero de eso ya se va a encargar la Científica, explicaba Canessa. Y es que tenía a su mando a un novato, recién salido de la Academia, que se encontraba en pleno bautismo de fuego con este descubrimiento tan atroz. Por lo tanto, mientras ellos trabajan en lo suyo, a nosotros nos toca recorrer los sitios de putas. Nunca se sabe: tal vez consigamos información antes que ellos, aunque lo dudo. Es difícil que la gente se moje cuando ha pasado una cosa así.
¿Crees que podremos resolverlo?
Espera, que saco mi bola de cristal, respondió Canessa, con toda la seriedad de su veteranía. ¡Pues espero que sí lo podamos resolver, claro, pero no sé! Es más, si te digo la verdad, lo dudo muchísimo. Lo que sí te puedo decir es que identificar a estas personas, ya de por sí, muchas veces ya es un triunfo, así que imagínate lo que puede ser aclarar este tema. Son ajustes de cuentas entre ellos, ¿entiendes? Ya sabes: la omertá.
No sé a qué esperamos para ir a por esos cerdos, clamó ese compañero, demasiado joven para entender algunas cosas. Pero es que ese mensaje destinado a las chicas del submundo, a todo el mundo del hampa en general, se podía entender igual de bien desde el punto de vista de cualquier investigador. Ya fuera policía, periodista o amateur, daba lo mismo: todos entenderían como la principal amenaza esa impunidad con la que se había hecho eso y no tanto el crimen en sí. Y eran cosas que uno reflexionaba más cuando le tocaba recorrer la escena de un crimen o el levantamiento de un cadáver. ¿Por qué nadie hacía NADA para evitar muertes tan evitables? Y la mayoría silenciosa era tan culpable como la minoría ejecutora y cómplice. Porque no se veía un gran interés por parte de los medios, de la sociedad en general, a la hora de divulgar y resolver estas cosas.
Víctimas tan anónimas que nadie las echaba en falta, a menudo, porque sus familias se encontraban muy lejos. En los países de origen de esta pura mercancía humana, que podían ser los más diversos que uno pudiera encontrar en el mapa. Países africanos o sudamericanos, cuyos nombres siempre se repetían, pero también y, sobre todo, del bendito Este de Europa. Y éste era el caso de esta pobre chica, eso seguro, tanto por sus facciones como por la escasa información personal sobre ella que pudieron encontrar en su bolso: una estampa de un icono ortodoxo que se había caído de su cartera, sustraída por los asesinos para dificultar la identificación del cadáver. Y la Virgen del icono le devolvió a Canessa una mirada llena de ternura.
Es muy bonita. Como debió de ser esta muchacha, reconoció. Un agnóstico de toda la vida que, sin embargo, había crecido en un hogar católico, como católica era toda Umbría e Italia entera. Me pregunto qué Virgen será ésta, puesto que sólo aparecen caracteres cirílicos… ¡En fin! Habrá que preguntar al rumano, concluyó, su confidente del Este favorito, sin dejar de mirar a esa pobre chiquilla del Este. Un angelito de pelo rubio y ojos azules como el cielo que ahora miraba sin poder verlo.
[1] Aquí nos vamos a referir a mafia en general más que a la Mafia, en concreto, que es el crimen organizado propio de Sicilia.