Via della Pergola, Perugia
¿Quiénes son? ¿Amigos de la víctima?
Esa chica era su compañera de piso, señor fiscal. Y esa otra, también, señaló un inspector, perteneciente a la Policía de Perugia. Es norteamericana y fue la que encontró el cadáver o, mejor dicho, una de las que estaban cuando los compañeros de la Policía Postal tiraron la puerta abajo y la encontraron. La cosa es que ella fue la primera en llegar después de haber sucedido los hechos y su novio, que es el chico ése de la bufanda amarilla, fue quien llamó a la Policía.
Ya veo, ya. Pero la Policía Postal se había presentado por aquí un poco antes, ¿verdad?
Eso es. En la casa de al lado, informó el agente, que señaló hacia una bonita casa cercana que sólo podía pertenecer a gente de pasta. Habían denunciado que unos móviles aparecieron en su jardín y resultó que uno de ellos era de la víctima y el otro de una compañera, que es esa chica italiana de ahí. Pero hay otra casualidad, digamos.
El Fiscal se hacía una idea del caso a toda la velocidad que le era posible. Apenas llegó a la escena del crimen, el oficial de más alto rango de los carabineros saludó con aire marcial y le anunció que ya se iban. Que se iba a ocupar la Policía provincial de Perugia. Y el Fiscal asintió y los vio marchar, eran el mejor cuerpo policial de toda Italia, pero no estaban llamados a tomar parte en la investigación de un caso que ya había conmocionado a la ciudad y a toda la provincia.
Por favor, señor Fiscal, le indicó un miembro de la policía científica, con un traje aséptico entre sus manos. Era hora de adentrarse en la casa de los horrores y ya sabía, por actuaciones anteriores, la clase de escenario desagradable que se iba a encontrar.
Vamos allá, resolvió, al asomarse al estrecho pasillo y avanzar hasta el final, puesto que la habitación de Meredith era la última según entrabas en la casa. Una vieja casa de campo que había sido reconvertida en dos pisos para estudiantes, separados según su sexo, y aprovechados al máximo en cuanto al máximo número de habitaciones posible.
Es el cuarto del fondo a la izquierda.
Los miembros de la Policía Científica se hicieron a un lado para que el Fiscal pudiera moverse por la estancia con comodidad, pues eran huecos muy pequeños y él estaba bastante gordo.
Señor, ten piedad, musitó, ya situado frente al cuerpo.
La pobre Meredith yacía en el suelo en medio de un gran desorden y con manchas de sangre por todas partes. Inclusive se notaba con facilidad que se había desarrollado una lucha con el agresor, puesto que había rastros muy visibles de sangre esparcida con los dedos por el armario y las paredes.
Pobre chiquilla, pensó el Fiscal, mientras levantaba con mucho cuidado el edredón que cubría de forma piadosa a la víctima. Y ésta le devolvió una mirada de pescado congelado, con los ojos muy abiertos y un tono pálido en sus facciones, llenas de vida hacía sólo unas horas. No en vano había perdido casi toda su sangre en poco tiempo y se había formado un gran charco reseco debajo de ella.
¿La han encontrado así? ¿Con el edredón puesto de esta manera?
Los especialistas asintieron, desde sus propias escafandras blancas, mientras el Fiscal meditó este dato en silencio: no era muy normal que un asesino despiadado se tomara siquiera esa pequeña molestia con una víctima a la que no conocía.
Aquí rompieron la ventana, indicaron esos agentes de la Científica. Y el Fiscal desanduvo sus pasos para volver a la entrada, donde se situaban las habitaciones de las dos chicas italianas. Y en una de ellas se encontraba la piedra que usaron para romper el cristal, tirada en el suelo entre prendas de ropa femeninas, en lo que parecía ser un viejo truco para asegurarse de que nadie estaba en casa.
Por lo tanto, tenemos aquí una posible vía de entrada, dijo el Fiscal, que se asomó a ese segundo piso para comprobar si la altura permitiría escalar a los agresores por la fachada. Y es que se trataba de la típica casa construida en la ladera de un monte, con ese segundo piso a la altura del nivel más alto y la posibilidad de acceder a los dos pisos de forma directa desde la calle. El asunto era que esa fachada concreta se orientaba a la pared más alta de la casa y había dos pisos de altura desde la calle.
Esto está un poco alto para que nadie subiera por aquí, ¿no? En todo caso, la puerta principal es una vía de acceso mucho más probable en todo caso y tengo entendido que la puerta cierra mal, ¿no es cierto?
En efecto, señor Fiscal. Necesita ser ajustada, corroboraron los de Científica, que pasaron al cuarto más espacioso de la italiana junto al Fiscal. El tema de la piedra es importante, en cualquier caso, porque parece indicar que fueron intrusos. Gente ajena a la casa y a la víctima.
Eso parece, sí. Eso parece, respondió, cada vez más convencido de que las apariencias pueden ser muy engañosas y más si se ha producido un crimen.
Centro de Perugia
Las campanas de las iglesias y esa niebla tenaz, que había invadido todo el entorno campestre de Perugia, le daban a la ciudad un ambiente lóbrego. Muy literario, en verdad. Estaba a punto de anochecer y la Comisaría se había vaciado de gente con mucha calma, agobiados por la prensa y la presión generalizada que suponía un caso tan espectacular. Tan inesperado.
Tu caso tendrá que esperar, “Ludmila”: han matado a alguien más importante que tú y ahora estás en “stand by”, pero no te preocupes. Yo no me olvido de ti.
Canessa se sentía asqueado con la hipocresía de la sociedad. De sí mismo, también, por sus propios prejuicios, que se veían aumentados por el descarnado trabajo policial que realizaba. Pero, ¿de verdad valía más la vida de una estudiante británica que la de una prostituta ucraniana, muerta y descuartizada por la peor clase de alimañas? Y todo ello ante la mirada estúpida y cómplice de toda la ciudad y el país, que preferían mirar a otro lado mientras pasaban estas cosas. Otra tragedia casi peor que había ocurrido la semana anterior y que aún se investigaba, pero a nadie parecía importarle lo más mínimo. ¿La razón?
Era una prostituta. Así de claro. Ella se lo habría buscado o, en todo caso, pertenecía a un mundo en el que ese tipo de cosas son las normales. Pero no así la pobre Meredith, claro, otra víctima del horror, pero en su caso perteneciente a la nice people. La gente normal a la que no deberían pasarle ese tipo de cosas. Y como se decía en su novela favorita de Agatha Christie, Diez negritos, la muerte no era para ella. Como había reflexionado Vera Claythorne, protagonista del cuento y su personaje favorito:
La muerte era… Para la otra gente.
Canessa pensaba estas cosas mientras pasaba frente a la Universidad, una de tantas sedes de sus hermosas facultades, donde la cosmopolita juventud de Perugia se mostraba tan caprichosa y despreocupada como de costumbre. Con ese rollito estudiantil que se añadía a la circunstancia de estar hablando de gente muy joven y, por lo general, sin ninguna responsabilidad de nada. Y no importaba mucho cuáles fueran sus supuestas ideas sociales o políticas: pijos o progres, en realidad, daba lo mismo, puesto que la mayoría vivía su realidad y el idealismo de sus pajas mentales. Por ejemplo, los más revolucionarios llevarían siempre sus camisetas del Che Guevara, sin afectarles mucho lo que pudiera estar pasando alrededor. Ellos, con su camiseta del Che Guevara hasta el fin del mundo. Y seguirían con su vida igual, por qué no, aunque estuvieran descuartizando a una pobre chica a pocos metros de donde se encontraban. No les importaba. Ellos seguirían con sus cervezas y sus historias y proclamando los derechos de la mujer y del inmigrante.