Comisaría de Perugia
La detención de Amanda y Raffaele fue como la crónica de una muerte anunciada, aunque no se llegó hasta allí sin pasar por ciertos capítulos previos de colaboración.
O esta tía es imbécil o nos toma a nosotros por imbéciles, decía Napoleoni. ¡Se tiene que estar dando cuenta de que vamos a por ella, joder, que la estamos preguntando demasiadas cosas!
La madre de Amanda le dijo hoy por el teléfono que escapara de Italia y se refugiara en la casa de sus hermanos en Alemania, ¿puedes creerlo? ¡Estos yanquis todavía no se han enterado de lo que es la Unión Europea! ¿Qué se han creído? ¡Ni aunque se fuera nadando a Yanquilandia podría librarse de que la echásemos mano, vaya, con que mucho menos al otro lado de los Alpes!
Si no se va es mejor para ella, OK, pero ya tenemos ese consejo de su madre como potencial indicio. Hay que apuntar bien el dato para dárselo a la prensa o al Juez, si hace falta: cualquier intento de huida es un indicio muy serio de culpabilidad y nos puede valer que su madre se lo haya recomendado, porque tal vez ella sí sepa algo más.
Es improbable que una cría le vaya a contar a su madre que fue ella la que mató a su compañera de piso, opinó Canessa. Si sacamos eso a la luz, la verdad, no creo que nos ayude a reforzar esta hipótesis que ha sido ella. ¡Ah, mira! Por ahí vienen.
La estudiante acudió a la Comisaría, como tantas tardes después de clase, con su mochila al hombro. Y otra vez venía con su italiano novio de la mano y se sentaron en el vestíbulo, tras esquivar a la prensa de afuera, en espera de que alguien de ellos los atendiera. Pero los polis los dejaron un rato en observación, sin ser ellos detectados, mientras ultimaban los detalles de la emboscada que les habían preparado.
Qué rara es esta tipa, comentaba Napoleoni. ¿Qué cojones está haciendo?
Amanda se estiraba al estilo yoga, en su espera, sentada con Raffaele y sin considerar quién podía juzgarla por tal cosa. La mirada ida de ambos, por otra parte, hacía pensar que habían seguido con el fumeteo de hierba todos esos días y, de hecho, nunca ocultaron esta circunstancia a la Policía.
Lo primero es separarlos. Uno a cada punta de la Comisaría, dijo el Inspector Jefe, que se acercó a la pareja sin detenerse a saludar. Raffaele: ven por aquí.
El tono autoritario del policía sobresaltó un poco a la pareja, que no se esperaba ese cambio de actitud hacia ellos. Y se despidieron con una mirada, sin pensar que acaso nunca más volverían a verse. Antes bien, Amanda sacó un cuaderno de la mochila y se puso a leer, pero no pasó mucho tiempo hasta que dos agentes se sentaron a su lado.
¿Puedes dejarnos un momento tu móvil, por favor? Tenemos que mirar unas cosas.
Sí, claro.
Uno de ellos desapareció con el teléfono por el pasillo mientras el otro agente, al que no había visto hasta entonces, se metía con ella en una oficina donde había muchas fotos sobre una mesa. Y a Amanda se le erizó el vello al comprobar, con una sencilla mirada, que no eran el tipo de fotos más comunes que le habían mostrado hasta entonces: fotos de estudiantes, más que nada, otras veces de criminales, para ver si podía reconocer a alguien o acordarse de algún detalle.
Siéntate, por favor. ¿Qué te parecen estas fotos? ¿Ves todo normal?
La pregunta en sí era lo más tremendo de todo cuando era muy obvio que nada en las fotos era normal. ¿Cómo podía serlo si había sangre por todas partes? Y es que en ellas podía verse la habitación de Meredith desde distintos ángulos y, en ocasiones, también asomaba algún detalle de su cadáver. ¿Qué clase de broma macabra era ésa?
No os entiendo, acertó a decir, presa de un creciente terror. ¿Cómo va a ser nada normal si está ahí toda esa sangre? ¡No creo que eso sea muy normal!
Sólo te estamos preguntando, ¿vale? Tú limítate a contestar. Es importante.
OK…
Pero no eran preguntas como otras veces, más sencillas de contestar y concretas, sino que había en ellas una no disimulada intención de acusar y coaccionar.
Sabes que si no nos dices la verdad va a ser mucho peor, ¿verdad?
No sé qué más queréis que diga. Os he contado todo lo que podía saber. Llevo días así.
Pero no es suficiente. Debe ser que no recuerdas, Amanda, que tienes amnesia. ¿Por qué no hablas de una vez? ¡No eres más que una estúpida niñata que no entiende la situación! ¡Dinos de una vez lo que sabes y sin tapar a nadie, coño! ¿No ves que a nadie le importas? ¿Qué hiciste con Patrick esa noche y dónde estuvisteis?
Patrick era su jefe congoleño, dueño del bar donde Amanda trabajaba algunas noches. ¿A qué venía eso ahora?
No estuve con Patrick esa noche, ¿OK? Ya os lo he dicho.
¡Mientes, joder, clamó un inspector! Y la golpeó en la cabeza con el teléfono móvil, eso sí, sin fuerza, antes de mostrarle el mensaje en el que se leía lo que para ellos era una evidencia: “Chividiamo dopo”, ¿eh? ¿Eso le decías al criminal de tu jefe, “nos vemos luego”? Pero, vernos luego, ¿para qué?
¡Para nada, joder, si estaba con Raffaele en su casa!
¡Los cojones! ¡Estuvisteis fumando hierba como dos yonquis, lo habéis reconocido desde el principio, así que no es de extrañar que no recuerdes una puta mierda!
¡Intento recordar! ¿De acuerdo?
¡Pues de eso te estamos hablando, joder, de eso se trata! De que recuerdes de una puta vez qué pasó esa noche y qué le hicisteis a esa pobre chica. Porque sabemos la verdad, en realidad lo sabemos todo, pero queremos que nos cuentes cada detalle. Todo lo que sabes y no has contado todavía. Así que deja de joder, por favor. Por tu propio bien. Y deja de encubrir a ese cabronazo de tu jefe.
No hay nada que no os haya contado, respondió ella, justo antes de recibir una ligera bofetada. No una cachetada en plan fuerte, no, pero sí una cachetada que conseguía el doble efecto de intimidar. De reducirla en todos los aspectos, con la intención de doblegarla, para lo cual ayudaban tantas horas seguidas de vigilia y preguntas sin pausa.
Mira, he oído que te gusta escribir, ¿no es cierto? Pues escucha lo que te digo: en adelante, si no te comportas como esperamos de ti, te vas a dedicar a escribir cuentos de cómo te jodemos nosotros con la cárcel. ¿Te enteras?
¡No podéis hacer eso! ¿Por qué?
¿Cómo que por qué? Eso pregúntaselo a las princesitas de la mafia que vas a encontrar en prisión: esas honradas y simpáticas nigerianas, albanesas, yonquis de todos los colores. Todas ellas te van a decir lo inocentes que son. Y todas ellas te van a querer meter el dedo en el chochito, ¿sabes? Ahí dentro no abundan las blaquitas de ojos azules.
Si existe algo molesto para un policía, Juez o Fiscal son las mentiras. Porque las escuchan todo el tiempo y por la menor de las tonterías, muchas veces sin razón, en constantes e inútiles intentos por salir de un problema, evitarse problemas por chivarse o simplemente en un deseo de encubrir a otros. Y ésa es una de las razones por las cuales estos gremios responden con tanta contundencia a ese tipo de actitudes: por el mismo cansancio que supone estar escuchando siempre lo mismo y de tomarles con tal frecuencia por idiotas. Un arte muy complicado de interpretación que a esos dos imberbes, si en verdad eran culpables, se les daba bastante bien. Porque fueron a por Raffaele también.
Sólo porque te la estés follando no significa que tengas que tapar sus locuras de psicópata. ¿Por qué la sigues protegiendo? ¿De qué te vale que esté buena si luego te vas a la cárcel sin ella, eh?
Yo no estoy protegiendo a nadie, respondía Raffaele.
Ya sabemos que eres el típico friki que no ha visto una tía en su vida, pero este tema es muy gordo, ¿no lo ves? ¿No te das cuenta de que si la intentas tapar te vas a ir al carajo como ella? ¿Es que no sabes lo que hacen en la cárcel a los violadores y asesinos de mujeres?
Por la forma de hablar de esos agentes, Raffaele intuyó que no menos de la mitad de ellos eran de fuera de Perugia. Y a todos ellos, al parecer, les interesaban muchísimo las intimidades sexuales de su reciente novia.
Si supieran que hace una semana era virgen, pensó, sin poder evitar una sonrisa.
¡Mira cómo se ríe, el cabronazo! ¿Te hace mucha gracia o qué? ¡No sé para qué coño defiendes tanto a tu “novia” si ella se está follando a otro! ¿Sabías que se está follando al negrazo ese todos los días?
¿Cómo?
¡No me jodas, hombre, el negro ése del pub! ¡Su jefe! ¡Si es que pareces tonto, chaval, con todo el porno que ves en tu ordenador! ¿Es que no sabes que a las tías les pone un montón que las folle un negro o su jefe? ¡Pues ella lo tiene todo en uno, joder!
No me vais a volver contra ella con todas estas tonterías, ¿de acuerdo?
Dinos qué hace en la cama, anda, lo que le gusta a esta desgraciada. La va en sexo duro, ¿no es cierto? ¿O es que no te la has follado?
No creo que eso sea tan importante.
Eres un mierda.
Las horas pasaron en silencio en la Comisaría, sin nada que hacer entre uno y otro interrogatorio, que a pesar de ser inmediatos dejaban pausas muy largas entre ellos. Potenciales descansos para Amanda que, sin embargo, apenas se recostaba para dormir un poco sobre sus codos, en esa fría mesa de oficina, era de nuevo obligada a atender a otra nueva pareja de investigadores.
¿Vas a contarnos ya lo que sabes o nos vas a tener aquí hasta mañana?
¿Qué hora sería? Era difícil saberlo ahí dentro, aislada y sin una triste ventana por la que ver el exterior, pero debía ser muy tarde. Demasiado tarde o acaso muy pronto, según se viera, y se acordó de cuando un profesor les explicó que los centros comerciales carecen de ventanas por eso: para que la gente pierda la noción del tiempo y pasen más tiempo adentro, con el correspondiente consumo extra que eso supone. Y también se fijó en que esa estancia de la comisaría era bastante sobria y aséptica. Demasiado aséptica. Definitivamente no era una estancia normal por eso. Y al pasear su mirada por los rincones desiertos de la sala, que era bastante pequeña, además, reparó en una atareada araña que se movía por su red, y que al fijarse mejor resultó que era una mosca. Una presa que cuanto más se revolvía, en esa trampa pegajosa, más se quedaba prendida y atrapada. Toda una alegoría de cómo se sentía en ese momento, pese a toda su intención de colaborar, pero era ya obvio para ella que sus intentos de ayudar a la Policía parecían haber resultado en un suicidio. Y lo peor era que había arrastrado consigo a Raffaele, el pobre, cuando apenas sí había tenido alguna relación con Meredith.
Y pensar que le conozco hace sólo una semana…
Pero era una semana que se estaba haciendo demasiado larga para Raffaele.
¡Venga, tío, no me jodas! ¿De verdad vas a joder tu vida por una puta yanqui de mierda? Mira lo que te digo: sabemos que fue tu novieta con el otro hijo de puta del negro, ¿vale? Por lo tanto, deja de hacer el imbécil o irás a la trena con él, con el puto negro que se folla a tu novia, pero no con ella. ¿te das cuenta? ¡Te irás con él, para que encima de todo te dé por detrás en las duchas, capullo! Piénsalo.
El cerebro de Raffaele también estaba siendo puesto a prueba y tenía que pensar muy rápido. Era evidente que le estaban indisponiendo contra ella para que pudiera comprometerla, pero la lógica le decía que si hacía eso se iba a comprometer él también. Por la sencilla razón de que habían estado juntos toda la noche, claro, luego no podía caer en esa trampa.
Eso que me estáis diciendo no importa para lo que haya pasado o dejado de pasar, ¿vale? Me habéis preguntado si estaba conmigo y estaba conmigo, dormimos juntos en mi casa y ya está. ¡No sé qué más queréis que os diga!
Queremos que nos digas la verdad: tú no has podido estar con ella mientras estaba matando a esa pobre chica en su casa, claro está, a no ser que estuvierais juntos. ¿Es eso lo que nos quieres decir?
¡Por supuesto que no!
Entonces, amigo, deja de hacer el capullo porque te estás complicando para nada. ¿No lo ves? ¡Reconoce la verdad y ya está, joder!
He dicho en todo momento la verdad: ella estuvo conmigo, cenamos y vimos una película y luego nos fuimos a dormir. ¡Yo ya no sé más!
¡OK! ¡Muy bien, Casanova! Os fuisteis a dormir y entonces, ¿qué hizo ella? ¡Largarse a hacer el cabrón con su jefe! ¿Te enteras? ¿O puedes afirmar que sabías que estaba ahí en tus sueños? ¿Eres sonámbulo o qué?
Bueno, no sé… Eso no lo había pensado, reconoció, con la sombra de la sospecha a las puertas de su mente. ¿De verdad sería tan zorra de haberse ido por ahí, con el negro ese, y liarle luego en semejante follón por la cara? Por lo poco que la conocía, dudaba muchísimo que esa chica tan jovial pudiera ser tan psicópata. Pero era mejor puntualizar ciertos términos de esas afirmaciones que le hacían, pensó, con el poco pensamiento que le quedaba: cuando yo dormía no podría asegurar si estaba o no en mi casa, claro. ¿Cómo podría?
Aislada en otra oficina, Amanda empezaba a sentirse como la víctima de una violación en grupo. Ese temor atávico que tienen todas las mujeres a ser forzadas y que se hacía mucho más duro si se consideraba la participación de varios agresores, por turnos, como estaba viviendo ella en esos momentos. Y la perspectiva de que algo así se pudiera hacer real en la cárcel, que cada vez veía más cerca, resultaba una auténtica tortura en su mente. Y todo ello, ¿por qué? ¿Para qué le hacían nada de esto si no tenía nada que ver? ¿Qué pruebas podían tener?
Tenemos noticias para ti, listilla, le dijo un inspector, que entró en la sala para arrojar sobre la mesa un par de folios escritos ante ella. ¿Quieres que te resuma lo que pone o llevas bien el italiano? ¡Lee! Tu noviete dice que no estabas con él en esa noche, ¿qué te parece? ¡Yo diría que al final te vas a ir sola a donde tienes que ir y te va a estar bien, por estar encubriendo a gentuza!
Pero… ¿Cómo es posible? ¡Si dormí con él toda la noche!
¡Bueno, anda, deja de lloriquear! Te repito que no queremos nada de ti, dijo otro policía. Otro más en la serie interminable de agentes que iban y venían, algunos con más suavidad que otros en sus planteamientos. Sólo buscamos al desgraciado que ha hecho esta salvajada a tu compañera y sabemos que lo estás encubriendo. ¿Por qué no colaboras? ¿Es que no ves que si estás encubriendo a alguien te puedes comprometer?
¿A quién? ¡Si estoy colaborando desde el principio!
A nosotros no nos puedes engañar. ¡Ya es hora de que dejes de encubrir a ese cabrón y sólo porque te ha dado un trabajo de mierda en su bar! Esto es mucho más importante, ¿no te das cuenta? ¿Eres tonta o qué te pasa?
Pero, ¿de quién me estáis hablando? ¿De Patrick? ¿Otra vez Patrick?
¡Efectivamente, Patrick, eso es! ¿Ves cómo te estabas haciendo la tonta? ¡Pero sabes desde el principio a dónde queremos llegar! ¡A ese cabrón de tu jefe, a Patrick, que es el verdadero asesino de Meredith!
¡No, no lo sé! ¡Yo no sé nada de Patrick en cuanto a esto se refiere!
Si le sigues encubriendo va a ser mucho peor, ¿te enteras? ¡Tenemos los mensajes que os mandasteis esa noche y con eso nos basta para implicarte, así que empieza a contarlo todo de una santa vez! ¡Coño!
Ya os he dicho todo lo que sabía, ¿de acuerdo? ¿Por qué no me dejáis en paz? ¡He dicho que quiero hablar con un abogado, por favor! Ya está bien…
Si tienes miedo de Patrick, no has de preocuparte, intervino otro agente. Un hombre de mediana edad que bien podría ser su padre y que posó su fuerte mano en el hombro de Amanda. Nosotros nos ocuparemos de ese cerdo, ¿de acuerdo? Para que no pueda volver a hacer daño a ninguna otra chica. Nunca más.
Pero, ¿qué puedo decir yo? ¡Si estáis tan seguros de todo eso, joder, id vosotros a detenerlo! ¿Por qué tengo que contaros lo que no sé?
La veinteañera estadounidense se puso a llorar, ahora ya sin consuelo, y los agentes le dieron un respiro mientras entraba en la sala una mujer. Una señora en sus cuarenta y muchos o más que no parecía policía, por su forma de expresarse, y que empezó a hablarle en inglés para variar.
Mira, Amanda, soy la traductora. Estamos aquí para ayudarte, ¿de acuerdo? No tienes nada que temer, le aseguró, pero enseguida volvió a pasar otra pareja de agentes de paisano.
Vamos a probar de otra manera, ¿vale? Para que puedas recordar mejor. Si hubieras estado con él esa noche, cuéntanos, ¿cómo hubiera sido todo?
Pero si yo no estaba allí, cuando pasó todo, ¿qué más da lo que yo pueda imaginar?
¿Por qué no haces alguna maldita cosa de las que te decimos y dejas ya de joder? ¿Es que no ves que no nos estás ayudando? Y entonces, ¿qué quieres que pensemos? ¿Que no tuviste nada que ver o que estás tapando algo?
Es mejor que lo hagas como dicen, propuso la traductora. Lo que te están comentando es un buen ejercicio para recordar, ¿sabes? Hay veces que cuando ocurre una experiencia muy traumática perdemos la memoria a corto plazo. A mí me ocurrió, por ejemplo, con un accidente que tuve montando a caballo: me rompí la pierna y perdí el conocimiento y cuando desperté, pasado un buen rato, no recordaba nada de lo que había sucedido. Tal vez te haya pasado a ti lo mismo, ¿no crees?
No, no lo creía, pero el bombardeo era tan intenso que acabó por ceder a sus pretensiones y empezó a divagar sobre qué habría ocurrido si ella hubiera estado presente. Y siempre incluyendo a Patrick de por medio, en la ecuación, cuando de eso exactamente se trataba: de acusar a ese pobre hombre, eso querían, por encima de cualquier otra cosa, lo que le hacía suponer que ya tenían otros datos importantes para afirmarlo.
Estoy en casa con él, empezó a decir, mientras su imaginación volaba hacia esa casa que tanto había querido. Esa casa de estudiantes que había representado para ella, durante cinco intensas semanas, toda la aventura y felicidad que siempre deseó y que nunca tuvo. No en la cercana compañía de sus padres, sin poder disfrutar de lo que era una verdadera libertad. Hemos llegado a la casa y Patrick entra conmigo.
Y también está Meredith, completó la inspectora. ¿Verdad?
Sí, desde luego. También está ella. Y él se mete en el cuarto de ella, de Meredith.
Una araña que pasaba por el techo, de considerable tamaño, le intentó avisar de que no siguiera con eso. Que cerrase el pico y pidiera un abogado, o que hiciera cualquier cosa que se le ocurriese para ganar tiempo, pero que no verbalizara fantasías que sólo existían en su imaginación. Y los agentes en presencia se dieron cuenta, aunque disimularon, sin tampoco tomar represalias contra la araña. Porque no querían sacar a Amanda de ese estado de hipnosis en el que habían logrado inducirla, por fin, a base de una coacción bastante fuerte y sostenida.
Muy bien, Amanda, sigue. ¿Qué ocurre? ¿La está tratando mal verdad? ¿La está haciendo daño?
Sí. Se oyen gritos. Gritos muy fuertes. La está haciendo daño.
Está gritando, ¿verdad? Es lógico. Y tú, ¿qué estás haciendo, mientras?
Me tapo los oídos. No quiero oír cómo la están matando. Me tapo los oídos y me siento en un rincón. Estoy asustada y bloqueada y espero que todo pase.
En ese instante, la presión acumulada pareció disiparse y Amanda percibió cierta tranquilidad en el ambiente, por fin, que agradeció bastante. Le ofrecieron un té con galletas y lo agradeció mucho más, pues llevaba toda la noche sin beber ni comer ni poder ir al baño. Un abuso total que llevó a su rendición, física y mental, pero estaba cansada de luchar y enseguida firmó su declaración.
¿Puedo irme ya a mi casa?
A la casa de Raffaele, quería decir, y en efecto la dejaron marchar, pero no a su casa como esperaba. Antes que eso, la subieron a un coche sin informarla de a dónde marchaban y con las esposas puestas.
¿A dónde vamos?
¿No lo sabes? Te mandan a la Casa Circundante, le informó el policía. Es la prisión provincial de mujeres.
¿Cómo? Pero… ¡No puede ser! ¡Necesito ver a un abogado ahora mismo!
Ahora no va a poder ser, señorita, pero tranquila. Hoy mismo podrás ver a uno. Seguro.
Amanda ya no tenía fuerzas para seguir luchando. Se encontraba destruida a nivel físico y psicológico y el sueño la vencía, con el traqueteo del coche patrulla. Y sólo entonces advirtió que era de día y que había pasado toda una noche bajo esa tortura, pero no podía pensar más. Estaba agotada y no podía hacer más, no por ahora, así que se reclinó contra la ventanilla y se durmió.