Queridos hermanos hospitalarios. Hoy estamos de luto por el fallecimiento de uno de nuestros compañeros, mi tío Pedro Luis Rodríguez Gallo. Aunque hacía mucho que no venía a las peregrinaciones, nos acordamos especialmente de él por ser el hermano de mi padre, Jesús, y cuñado de mi madre Guadalupe, así como sobrino de una de las fundadoras de nuestra Hospitalidad de Santander: Leíto Rodríguez Herrero. También era hijo, por supuesto, de mis abuelos Eugenio Carlos y Nené, a los que muchos también conocisteis en muchísimas peregrinaciones a Lourdes. Y estuvo viniendo a varios años cuando era bastante joven, como se puede apreciar en la foto. Una experiencia de la que siempre guardó muy buen recuerdo toda la vida, siendo además un cristiano convencido y practicante en todo lo que hacía en la vida.
Quiero simplemente ser honesto conmigo mismo al escribir todo esto, pero también representar los sentimientos de muchos familiares y amigos que te adoraban. Espero no quedarme corto, aunque es imposible resumir una vida de tantos trabajos y preocupaciones por los demás y de amor.
Querido tito. Gracias por el ejemplo y el cariño que nos has dado a todos a lo largo de tu larga y preciosa vida. Gracias por parecerte tanto a tus padres y haber sido un referente de la familia, de la religión, de la responsabilidad laboral y de tantas cosas importantes que tanto has representado en todos estos años de vida muy aprovechada para hacer el bien y repartir amor y buen ejemplo a tu alrededor. Doy gracias a Dios de que ya puedas descansar tranquilo y en paz y reunirte con nuestros familiares difuntos, tú que eras tan familiar y tenías siempre esa sensibilidad especial bajo una carcasa de aparente piel de piedra, pero es que todos sabíamos que eras un buenazo. La mezcla perfecta de carácter fuerte y corazón de carne, que sentía y padecía. Un alma noble y justiciera en el interior de una armadura de guerrero estoico, capaz de dormir en una cama de piedra, es imposible ser más recto que tú en tu obrar cotidiano. La verdad es que yo mismo puedo decir que heredé en vida por haberte tenido tan próximo por tanto tiempo y en una edad en la que fuiste fundamental para mí. Hay que ser agradecidos con lo que Dios nos da y la mayor bendición es tener una familia que nos quiere, nos protege y nos enseña.
Como te decía la abuela: ¡Ay, Pedrín, tú lo arreglas todo! Y tanto.
Los pésames se agradecen mucho, pero cuando quieres a alguien no tienes por qué dejar de pensar en esa persona ni tampoco tienes que olvidar nada si todo ha sido bueno. Yo no tengo por qué pasar página si el libro me gusta y prefiero recrearme en los buenos ejemplos y en los dulces momentos, que han sido casi todos. Además, tú eras así, siempre centrado en lo bueno: no cabía en ti ni el rencor ni la envidia ni ningún pensamiento ruin de ninguna clase y nos enseñabas a seguir el más simple camino de no darle importancia a las cosas que no la merecen. Y aunque a veces te podías enfadar, casi siempre con razón (por lo menos, en mi caso), luego se te pasaba y actuabas como si nada hubiera pasado.
También quería resaltar aquí tu magnífica ética del trabajo y tu sana ambición de lograr todo lo que tú sabías que con tu honestidad y tu capacidad merecías. Más de fiar que nadie, tu vocación era «saber lo que estabas haciendo» y aportar al equipo, ser valorado en la empresa y dar ejemplo. Siempre fue muy notable y reconocido tu éxito en el mundo de la gestión de las empresas desde muy joven y, como me dijiste en una ocasión, si tuvieras que elegir un momento dulce en ese aspecto, la mejor época fue cuando te destinaron a Estados Unidos. Un país que tanto quisiste y del que guardabas grandes recuerdos. También viviste muchas aventuras en Turquía y Chipre, sobre todo, aunque has viajado por todo el mundo y en todas partes tuviste excelentes experiencias, si bien está claro que Arabia Saudita no era precisamente tu lugar favorito. De hecho, muchos de tus amigos eran esas personas que compartieron contigo tantas horas de desempeño en el trabajo y fuiste muy cosmopolita a la hora de relacionarte y muy valorado siempre, no me extraña, porque con todo el mundo fuiste siempre igual de honesto, cercano y afable. No cabía ni un gramo de falsedad en ti ni de egoísmo y mejorabas el ambiente con tu sola presencia, sin querer aparentar nada, siempre aportando soluciones y unidad. Así te ganabas a todo el mundo aun sin pretenderlo. Por ejemplo, me acuerdo siempre de esa secretaria tan simpática que tenías en Madrid, no recuerdo su nombre, que tanto te quería y admiraba, y se notaba, pues he sido testigo de estas cosas con tantos compañeros y empleados que tuviste, ya que además no te creías superior a nadie y te relacionabas con todo el mundo con la mayor naturalidad. Porque para ti lo económico no significaba nada, absolutamente nada, mientras que la familia y los amigos lo eran absolutamente todo. La misión que desempeñabas. Por ejemplo, cuando trabajabas en el ámbito de la educación universitaria, te complacías si en ese afán tu empresa conseguía la excelencia académica y los alumnos recibían lo que sus padres buscaban con tantos sacrificios. Por el contrario, cuando algún alumno la liaba demasiado, lo comentabas con la amargura de quien hubiera sido un padre excelente y podía ponerse en esos zapatos. Porque te dolías por esos señores a los que no conocías, pero cuyos sentimientos podías comprender perfectamente y de ahí la preocupación que siempre mostraste, toda la vida, por tus sobrinos, en cuyo desarrollo personal estabas tan implicado. Siempre con la modestia que te caracterizaba, pero con esa sensibilidad que demostrabas en cada detalle, aunque aparentases ser tan duro, que lo tenías que ser por los demás, porque eras el sostén de muchas cosas, pero es que en el fondo eras un bendito y tu ausencia es por ello más difícil de rellenar. Yo diría que va a ser imposible.
Tampoco es un tema menor en ti el patriotismo, que entendías de una forma racional como el bien común de todos los españoles, sin estridencias y afianzado en los valores cristianos que siempre fueron los propios de nuestra familia. Y es un aspecto de tu personalidad y tu vida que no quiero dejar atrás, porque era notorio en los que te conocíamos que te preocupaba España muchísimo y más en la deriva en la que estamos inmersos desde hace demasiado tiempo. Una situación en la que los propios españoles tenemos responsabilidad directa y tú lo achacaste en gran medida al abandono de las tradiciones y de la religión por gran parte de nuestros paisanos. El relativismo moral y el pasar de todo que están de moda hoy en día no iban contigo.
Tú que viviste Lourdes en tu propia casa, con mi difunta tía Isabel, dando ejemplo hasta el final de sacrificio y compromiso de amor. Y siempre un marido ejemplar en tus dos matrimonios, en los cuales fuiste un pilar del hogar que creaste y en el que nos cobijabas a toda la familia cuando hiciera falta. Como decía tu mujer, Maryam: he sido afortunada de haber conocido a Pedro, que me quiere tanto. Y con los amigos fuiste entrañable. Tú que siempre cuidaste de todos nosotros y te echaste a la espalda los problemas de mucha gente a los que amaste con tu ejemplo y con esa seguridad especial que siempre aportabas. Tú que fuiste un jefe respetado y querido por tus compañeros y subalternos y que tanto te costaba despedir a la gente que nunca, aunque tuvieras que hacerlo como obligación, despediste a nadie a tu cargo. Tú que fuiste un súper tío con funciones paternales para tus sobrinos, con vocación de padre total, ya que tenías tanto cariño para repartir. Tú que fuiste un ejemplo de hijo y de hermano y de primo y de esposo y de amigo y de currante y de todo. Tú que viviste el Evangelio cada día, en todo lo que hacías y pensabas, ahora vas también tú a la Estancia del Padre, adonde de todos esperamos ir un día y volver a vernos todos juntos, sentados todos en la mesa del Señor.
De todo lo que se pueda decir de ti me quedo con las palabras de un familiar nuestro, Nacho, quien recordaba lo mucho que te has parecido siempre a tu padre, que fue un santo, aunque yo añadiría que también tenías todas las virtudes de mi querida y no menos santa abuela. El maridaje perfecto para crear un ser humano tan perfecto y buenísimo como tú eras.
Te quiero, tito. Tú sabes que te quiero mucho, que siempre te he querido y siempre te querré. Escribo todo esto con la nostalgia de quien ha vivido una bendición tan enorme como ha sido conocerte, amarte y ser amado por ti, así como también me confieso feliz y agradecido de que vayas camino del Paraíso. Seguro que te encuentras las puertas abiertas. Saluda a los abuelitos y a los tíos de Asturias de mi parte y ruega por nosotros. Ruega por nuestro querido país, también, al que tanto adorabas y que tanto te preocupaba. ¡Gracias por tanto, padre 2! ¡Gracias! ¡Aleluya!
Miguel.