Gustaba de montar a sus criadas. Ahora será él montado.
Quien nada tenga, que nada tema.
Víctor se echó a reír ante esa amenaza, pintada en la pared de sus establos, justo enfrente de la fachada de la Casa. El Señor apenas venía de dormir con sus concubinas, dos a la vez, como era su costumbre de privilegiado. Y nada parecía turbar su ánimo tras semejante terapia de relajación y descanso.
Tratan de amedrentarme, ¿no es cierto? ¿De verdad creen que es tan fácil? Ya veremos quién monta a quién. De momento, a mí no me han montado nunca.
Guárdate, Señor, que siempre hay una primera vez para todo, dijo Mayordomo. Y esta casa está llena de enemigos, de traidores que comen de tu mano, pero que te odian. Recuerda que los bárbaros siempre necesitan de traidores que les abran las puertas[1].
Para ti, todos son enemigos. ¿No te parece? ¡Pero si no fueras tan cruel, joder, a lo mejor no nos tendrían tanto rencor! Y no creas que no se me oculta la verdad: que esta advertencia va dirigida a mí y en los establos precisamente. Porque a mí me recuerda a eso que decía mi padre sobre los hijos ilegítimos: “que haya nacido en noble establo no quiere decir que sea un purasangre”.
Liberato, claro, resolvió Mayordomo. Eso sí lo tenía claro. ¿Quién si no?
Pues sí. No hay nada más terco en esta vida que un bastardo que se cree con derecho a heredar.
Pues es por esto, Señor, que debiéramos cuidarnos de quién duerme en la Casa. Mejor dicho, a quién dejamos dormir adentro, siquiera una noche más.
¡Habla claro, hombre! ¿A quién quieres llevar ahora a tu mazmorra?
Al Cazador, desde luego. Él es el peor de todos, aunque finja ser un corderito. El más peligroso. Al fin y al cabo, es hermano del otro.
Eugenio no tiene la culpa de lo que haga su hermano, respondió Víctor. Es un empleado bueno y fiel. Lo que pasa es que tú le odias, no sé por qué, pero yo le debo mucho.
Y él a ti. A esta Casa, en la que nunca le ha faltado de nada y siempre se le consintió todo. Pero todo el mundo sabe que las peores traiciones vienen, a menudo, de quienes más nos deben.
Víctor meneó la cabeza.
¡Le debo mi vida, joder! ¿Cómo quieres que lo castigue y sólo por tus sospechas? Olvídate de eso.
Señor: que le debas la vida no quiere decir que pongas el cuello, sin más, si descubres que él te lo va a rebanar. Él sabe que le estás agradecido y en esta confianza ha basado su osadía. Tu deferencia hacia él ha dado alas a su ambición, la cual lleva a cabo sin prisas.
¿Qué quieres decir?
Quiero decir que en la otra jornada cazó algo más que un jabalí, mi Señor.
¡Habla claro de una puta vez!
No es fácil decir esto, pero tampoco puedo ocultártelo por más tiempo. Cazador persigue a la Señora y… Bueno… Creo que podría decirse que ya se cobró su pieza.
Hablas con gran seguridad, Mayordomo, pero la acusación es grave. Demasiado como para no estar fundada.
Yo lo he visto.
Ah, ¿sí? Y, ¿qué has visto? ¿Acaso dudas de la virtud de mi hermana?
No, Señor, jamás se me ocurriría. La Señora se merece todo el respeto y la confianza que pones en ella, pero creo que hasta la virtud más fuerte puede ser corrompida con mentiras. Y hasta violada con la fuerza, también, si no basta con eso.
Víctor rechinó sus dientes. No sabía si enfadarse por la acusación a tan válido lugarteniente o a su hermana, pero él también se temía esa posible traición debido a la relación furtiva que los dos mantenían.
Se empieza por dejar que monten el caballo de uno y acaban montando a tu hermana y a quien haga falta. Eso está claro. Lo que sea con tal de salirse cada cual con la suya.
Bueno, no sólo es eso. También está el asunto de sus padres. Hay cosas que no se olvidan, Señor.
A Víctor le invadieron la mente, de pronto, imágenes fugaces de una joven mujer. Una morena exótica, de rizosa cabellera negra, que tenía por dueño a su autoritario progenitor: su padre, claro, el General Asturio. Y había otro hombre de por medio, el también fallecido padre de Eugenio, quien pagó muy caro el hacerle la competencia a un alguien. Pero Víctor meneó la cabeza.
Eso pasó hace mucho tiempo. Los pecados de mi padre no habrán de perseguirme a mí, ¿no es cierto? ¡Bastante tengo con los míos!
El General Asturio fue un gran Señor, pero tienes que intentar ver todo esto desde el rencor de Eugenio. Ya sabes que corre por ahí ese rumor estúpido de que tu padre mató al suyo.
Sí, lo sé. Y tal vez no sea tan estúpido ese rumor, por lo que tengo entendido, pero lo importante aquí no es eso. Mi padre está muerto, ¿no? Pues descanse en paz. Y entonces, ¿crees que piensa aún en vengarse? ¡Eso sería como si yo me vengara de él por lo que me hace el cabrón de su hermano!
De tal palo, tal astilla, mi Señor, o al menos eso se dice. Y si el padre de Cazador era un rebelde, mucho más lo es su medio hermano. Y entre uno y otro, Patrón, está el hijo y el hermanastro de ambos: Cazador. Te lo digo porque su nombre salió en el último interrogatorio que le hicimos a un bagauda.
Víctor suspiró, a sabiendas de que todo eso tenía cierto sentido. El peor enemigo de la Casa, su hermanastro Liberato, también era hermanastro de Eugenio. Y éste nunca había renegado de su hermano, aunque les ayudase a perseguir a esos rebeldes, pero el Señor le necesitaba también por eso: como una especie de espía, a caballo entre esos dos mundos, aunque no había que fiarse de nadie. Y también por eso no terminaba de cortar de raíz los furtivos devaneos entre Eugenio y Serena, consciente de que era más interesante no enfrentarse a esos dos y darles falsas esperanzas, aunque era un engaño que no podía durar eternamente.
Tienes razón en eso. No hay que confiarse, por muy leal que sea, y aquí hay mucho en juego. En las bagaudas abundan los antiguos siervos y no pocos amos han caído en sus manos. Y eso, como te puedes imaginar, lo tengo muy presente, pero le vigilaremos de cerca.
El Señor contempló un momento su hacienda, ahora desde una de sus cuatro imponentes torres. La Casa era un auténtico castillo y casi una pequeña ciudad, por sus proporciones. Y la visión de los contornos desde arriba era perfecta, por lo inmenso de esa llanura, que a él por entero correspondía. Porque sólo muy lejos podían otearse, entre unas colinas boscosas, los principios de la hacienda de Cornelio, aunque había por el medio unos campos en disputa entre ambos. Pero los señores siempre encuentran la manera de arreglarse, aunque sea de momento, siempre de acuerdo en mantener a raya a sus vasallos. Y en especial, a los peores de éstos, que eran los bagaudas: pastores y campesinos que, huidos al monte por despecho, desafiaban su poder y patrimonio. Y se ocultaban en las no lejanas montañas, al Norte. Seguras guaridas a la que acudían, en especial, cuando los propios colonos les advertían que la gente de sus señores marchaba contra ellos.
Todo lo hemos hecho bien, como era correcto, desde que mis ancestros levantaron esta Casa, decía Víctor. Y eligieron el sitio ideal, cerca de la carretera, aunque no tanto como para atraer la codicia de otros bandidos: los malos viajeros y las tropas, que son más comunes que los bagaudas. Y edificaron cerca de un río, también, como es el fértil Nubis[2], pero no tanto que sus crecidas amenazaran la Casa. Y en un valle abierto, con horizontes amplios, pero resguardado del calor y las ventiscas. Todo en un delicado equilibrio, como recomiendan los sabios.
Lo único que sobra aquí son las bagaudas, pero ya los castraremos a todos, dijo el Mayordomo. Y se volvió a sus hombres, desde la atalaya. ¿A qué esperáis para borrar esas sandeces? ¡Si no hay pintura, joder, echad cal encima!
Una mujer mayor que pasaba, al ver la amenaza escrita en la pared, se entretuvo en intentar leerla, aunque era improbable que pudiera. En los Campos Palentinos, fuera de las ciudades, la mayoría de la población balbuceaba un latín mestizo, que mezclaba muchas palabras de su dialecto nativo. Una lengua bárbara, semejante a la de vascones o cántabros, cuando al cabo eran todos parientes.
Cuando el amo duerme, comentó, el siervo pasa la noche en vela.
Ten cuidado, mujer, dijo el Mayordomo. ¡No sea que la pases tú en vela, en la calle, junto a los perros!
Para lo que se avecina, Patrón, a lo mejor sí es bueno estar afuera, aunque se pase frío.
¡Muy bien, tú lo has querido! ¡Echadla de aquí! Y dejad que pruebe la libertad, si tanto la quiere, dijo Víctor. Aquí no se admiten adivinaciones sin preguntar y de poco nos aprovecha una boca tan inútil en esta Casa. ¡Fuera con ella!
Dicho y hecho, los mozos tomaron a la mujer en vilo y la sacaron de malas maneras, afuera de la huerta, pero Serena no tardó en aparecer. Siempre aparecía tras los excesos de furia de su hermano, como antes hacía en los tiempos de su padre. Y la envió a una de tantas aldeas de los contornos, con algo de comida, para que fuera mejor acogida por los colonos. Como hacía con tantos menesterosos y proscritos, cada día más abundantes por los campos. Y Eugenio vio el espectáculo desde lejos, ocupado en una ronda de vigilancia. Pero no era habitual que Víctor se comportase así, pues tenía una merecida fama de clemente, y es que los ánimos en la Casa andaban revueltos. Y no por esas travesuras, como la pintada. Pues las noticias que llegaban por los caminos, sobre los avances del Usurpador en las vecinas Galias, eran para echarse a temblar. Y las bagaudas se aprovechaban del pánico para atraer descontentos hacia ellos, que engrosaran sus filas y les abrieran las puertas de las haciendas. De hecho, Eugenio sospechaba que Víctor le mantenía allí, también, como comodín frente a lo que pudiera pasar. Un seguro de vida último para el caso de que las cosas fueran tan mal, en algún momento, que pudiera hasta caer en manos de Liberato. Un hermanastro que compartían, Señor y vasallo, pero que sólo estaba unido de verdad a Eugenio. Y unido en la distancia, claro, porque la cabeza de Liberato tenía un precio, por lo que sus visitas a la hacienda eran tan furtivas como fugaces.
Este hermano mío nunca entendió que la gente se queja de gusto, pensaba Eugenio. Si de verdad les dolieran las ofensas, o la miseria en que viven a veces, se harían respetar más y no se dejarían pisotear.
Él mismo lo había comprobado en sus carnes: lo sometidos y temerosos que eran. En una ocasión, por ejemplo, fue a quejarse al Patrón en nombre de más servidores de la Casa, por las bajas raciones que recibían en un año de más carestía, aunque a él mismo no le faltase de nada, pero se encontró con que en el último momento todos le desertaron hasta dejarle solo. Y con tal decepción por su parte que hasta el propio Víctor se echó a reír.
¿Ves lo que te digo siempre? Tienes que reconocer que la mayoría de éstos no son para irse a una guerra con ellos, ¿o no? Pero dice mucho de ti que te atrevas a dar la cara, así que no te preocupes. A mí me vale con que aprendas la lección: no se puede uno fiar de estos alborotadores, así que no vuelvas a jugártela por cosas que no valen la pena.

*Liberato era hermanastro de Eugenio, por parte de madre, pero también de Víctor y Serena: porque era hijo ilegítimo del General Asturio con la madre de Eugenio. Huyó de la Casa hacía tiempo y rondaba la finca de Víctor y otros señores, para incitarles a la rebelión. Liberato es un nombre que tiene su origen en la palabra “liberto”, o esclavo liberado. Pero Liberato no era su nombre real de cuna, sino un mote que la madre de Serena le había puesto en una señal de desprecio. Pues entendía que había nacido esclavo y que la predilección de su marido por la madre de ellos lo había liberado. Pero el interesado no se mostró nunca ofendido por semejante alias y, con el tiempo, supo utilizarlo en su favor para ganarse la simpatía de la mayoría humilde, muchos de los cuales eran auténticos libertos.*
[1] La frase original de Carrero Blanco era que los comunistas, como los bárbaros, necesitan de traidores que les abran las puertas. Una frase que se refiere, en concreto, a este periodo de caída del Imperio.
[2] El Carrión, fecundo río.
[1] La frase original de Carrero Blanco era que los comunistas, como los bárbaros, necesitan de traidores que les abran las puertas. Una frase que se refiere, en concreto, a este periodo de caída del Imperio.
[2] El Carrión, fecundo río.
[3] Non est ad astra mollis e terris via. Séneca.
[4] Monja romana al servicio de Vesta.