Alfonso II el Casto es, probablemente, el símbolo más carismático y uno de los pilares de la consolidación del Reino de Asturias. Un gran rey que amplió el territorio en el que los cristianos pudieran vivir en libertad en España, cosa que hizo desde el embrión que creó su bisabuelo Pelayo en Covadonga y siempre rodeado de enemigos. Un Estado tan pequeñito que apenas podría hacer mucho contra las hordas concentradas de todo el resto de lo que ahora es España y que entonces se llamaba Al Ándalus.
Este rey sufrió todas las posibles desgracias de un monarca cristiano de esa época tan turbulenta y complicada. Para empezar, uno de esos golpes de Estado de los que no se libra ni el jefe de la tribu más pequeña, y que lo obligó a exiliarse en tierras de la familia de su madre en Álava. También es curioso que fue criado en un monasterio, lo que tiene una importancia muy grande en su desarrollo como estadista inicio del Camino de Santiago que empieza con él. Atacado infinidad de veces por las hordas de Al Ándalus, sin embargo, no se dejó a milanar ni siquiera cuando la capital de su minúsculo reino fue saqueada final de agarrarlo a él mismo y terminar de una vez con un rey que se mostraba tan desafiante con Córdoba y el poder musulmán en España.
Pero también hubo muchos éxitos, en una vida y un reinado tan largos, como cuando completamente un ejército de Al Ándalus que venía de saquear su propia capital. También llegó tan lejos en sus expediciones de castigo contra el enemigo que llegó a saquear Lisboa, que por entonces era la Al-Ándalus profunda. Una vida de aventuras y heroísmo que mezcla al guerrero con el poderoso místico que fue Casto y con el mecenas que patrocinó la construcción y reconstrucción en Asturias de tantos templos y monasterios, por unos dominios del reino que él afianzó y amplió en medio de tantos peligros.