Ésta es la historia de Pere, un guacamayo que nunca conoció el significado de la palabra libertad porque nació ya cautivo, muy lejos de la selva virgen y vibrante en la que debió nacer, claro está, si no hubiera sido porque otros decidieron por él su destino: Pere tenía que ser convertido en una mascota para alegrar lejanos hogares y se acabó. Y quién sabe si acaso su propia madre no fue también una expatriada que vivió y hasta vio la luz en una jaula, pero en todo caso él tampoco la recordaba.
Los loros son una familia de aves muy sociables e inteligentes que disfrutan mucho con la compañía de los demás y, especialmente, con la de otros congéneres de su especie.
Sin embargo, nuestro protagonista tuvo una vida inconexa de varias jaulas y dueños por los que fue pasando, a lo largo de los años, incluso sufriendo la rotura definitiva de un ala que nunca pudo estrenar, en el cielo abierto al que debió pertenecer, en esa jungla de sus antepasados que nunca pudo conocer.
Acostumbrado al cautiverio y a no ver nunca a ningún miembro de su especie, sin embargo, Pere nunca pudo saber tampoco lo que era el significado de la palabra libertad ni de lo que era una verdadera familia y ni tan siquiera fue capaz de comprender nunca que había otros guacamayos, como él, con los que podía haber crecido, al aire libre o en una jaula. Porque los recuerdos de una posible infancia con sus hermanos, en una nidada de la que luego fueron separados, no podían existir en un ejemplar adulto, aislado de por vida y que llevaba una larga existencia de mero presente, sin pasado vivido y en una soledad en la que no era ni mínimamente consciente de lo solo que estaba.
Un ser amoroso por naturaleza, sin embargo, no puede dejar de ser cariñoso y de dar y recibir cariño, por lo que Pere consideraba a los humanos que se acercaban a él como sus potenciales amigos y familiares. Sin darse cuenta o no querer fijarse o no poder entender que ellos no tenían pico ni plumas y que no se parecían en absolutamente nada a él, pero eso tampoco le importaba.
Su última dueña, María, más cariñosa y sensible para ciertas cosas, que a lo mejor pasan desapercibidas para los demás, se empeñó en mimar hasta el extremo a un ser que ya era amante de por sí y que esperaba siempre lo mismo de las criaturas que lo rodeaban. Y así fue que esta chica le ponía constantemente un teléfono móvil junto a la jaula en el que podía ver y oír a otros guacamayos como él. Vídeos que al ingenuo Pere se le antojaban la realidad, claro, con el disfrute verdadero que esto suponía para él.
¡Qué agradable sorpresa y qué descubrimiento tan grande el saber por fin que existían otros seres como él mismo a los que era capaz de entender y admirar y hasta amar! Con especial ilusión en el caso de una ejemplar hembra que aparecía ante él en un vídeo que su dueña le dejaba puesto, una y otra vez, hasta que la batería se agotaba o hasta que su dueña decidía que ya era hora de descansar un poco de tanto graznido y aleteo. La jungla es un mundo muy ruidoso y nuestro amigo pertenecía a ese ecosistema inagotable, musical, en el que no existe la palabra silencio.
Pero al día siguiente volvía a poder ver a esos amigos de su especie y a esa hembrita tan hermosa y divertida. Un bucle de felicidad que nunca terminaba y en el que no era capaz de comprender que todo aquello no era otra cosa que un vídeo y que esos otros loros no podían verlo a él, empezando por su platónica amada.
Y estaréis pensando: pero, de todos modos, ¿cómo era capaz de enamorarse de una imagen y de un sonido en el que no había ningún contacto físico posible? Pues es que nada de eso había de todas formas para Pere, en lo que se refiere a su vida diaria y al contacto inexistente con otros miembros de su especie y, por tanto, no podía extrañar lo que nunca había conocido. Por lo tanto, no le resultaba tan difícil conformarse con mucho más de lo que estaba acostumbrado a recibir.
Pasó el tiempo. Era difícil saber cuánto tiempo para una criatura tan enfocada en el presente. Tan desprovista de recuerdos del pasado como de proyectos para el futuro. ¿Y quién quería otra cosa que el presente si podía disfrutar de la compañía de sus amados amigos y, en concreto, de su amada alma gemela, que era ni más ni menos que la otra pieza del puzzle que le faltaba para completar su propio yo?
Cantar y reír juntos se convirtió en un pasatiempo frecuente y en mucho más que eso. Fue el único tiempo de su vida en el que realmente Pere pudo ser él mismo y disfrutar de algo tan obvio para el resto de las criaturas como es la compañía de otros miembros de tu especie y, en concreto, de esa princesa a la que supo distinguir desde el principio y de la que estuvo enamorado desde un principio.
¡Cuánto ignoraba el paso del tiempo nuestro pobre amigo! La edad más que madura ya se abatía sobre él y en el tiempo en que otros loros de su especie ya son conscientes de que no pueden seguir el ritmo del resto de la bandada, ni escapar con la misma facilidad de los abundantes peligros de la selva, este guacamayo acababa de comprender algo tan simple como que no estaba solo en el mundo. En pocas palabras, acababa de aprender lo que era ser un loro cuando ya le tocaba irse despidiendo de todo eso, más bien, y aceptar que la tierra nos llama a todos un buen día. Y así había pasado sus días en la inconsciencia de no poder compararse con nadie de su verdadero mundo y completamente aislado de cualquier otra realidad que no fuera su jaula y la solitaria habitación en la que estuviera en cada momento. Pero ni siquiera el vuelo cercano de otros pájaros que sí eran libres podía abstraerle de su triste y aislada realidad cuando por fin conoció lo que eran los miembros de una especie maravillosa, que él desconocía, y a la que por supuesto que pertenecía sin saberlo.
Esa felicidad y esa inquietud que le produjo el poder ver en una pantalla a otros ejemplares de su colorida especie y, por encima de todo, a su gran amor, a la que podía mirar a través de las rejas de su prisión, se convirtió en otro periodo de tiempo que resultó mucho más corto que los anteriores y que, por desgracia, estaba igualmente destinado a terminar.
Tal vez su dueña se cansó de escuchar siempre lo mismo y pensó que poniéndole otros vídeos sería igualmente feliz su pobre guacamayo. O tal vez el vídeo fue desactivado o pasó cualquier cosa, pero el caso es que ese vídeo en el que salía esa hembra tan especial dejó de aparecer ante sus ojos con esa asiduidad a la que se había acostumbrado sin querer. ¡Ay! ¡Qué fácil es acostumbrarse a lo bueno y qué difícil es separarse de lo que tanto hemos amado!
El caso es que nuestro loro tampoco volvió a ser igual desde entonces. Esa llama que se había encendido en su solitario corazón se volvió a apagar con la misma rapidez con la que había llegado esa última ilusión a los días postreros de su vida. Todo había sido un sueño y los sueños se acaban, a veces demasiado rápido, como también se acabaron las ganas de vivir para nuestro campeón.
Su dueña no entendía sus constantes ruegos sonoros para volver a ver, a través de esa mágica ventana que era para él la pantalla, a sus entrañables amigos y a su amada. Y ella apenas percibió que su amada mascota no necesitaba cualquier vídeo para entretenerse, ni siquiera cuando había guacamayos en él, sino que era el vídeo en el que salía su amiga íntima todo lo que él buscaba y lo que extrañaba por encima de todo. Aquello era una muy leve distracción y el más pobre consuelo en comparación con lo que había vivido con esos compañeros, tan imposibles de olvidar, con ella siempre en el centro de sus sueños. Una ilusión en la que no podía ni imaginar algo tan complejo para un animal como que ese documental tan antiguo se había rodado hacía décadas y que ninguno de esos simpáticos congéneres seguiría con vida ya.
¡Qué poco podía imaginar que todo eso no era más que un documental antiguo y que su joven princesa hacía mucho tiempo que había pasado a mejor vida, devorada por la misma selva que la engendró! Tal vez, incluso, antes de que él mismo naciera en cautividad y, desde luego, mucho antes de que Pere pudiera ver ningún vídeo en el que ella empezase a alegrarle tanto la vida, aunque fuera por poco tiempo y ya mucho después del efímero paso por la Tierra de esa hermosa hembra de guacamayo.
Incapaz de reaccionar ante tal desgracia, pero muy capaz de sufrir lo indecible por tan injusta separación, nuestro cariñoso Pere entró en una depresión de la que ya nunca pudo salir. Además de todo, como comentábamos, la edad también empezaba a hacer mella en sus propias plumas y huesos. Y nuestro amigo ya no tenía ilusión por seguir esperando a su dueña ni por ver a los pájaros que iban y venían, volando a su alrededor, ni por las visitas que recibían en la casa y que siempre pasaban por él, siendo el rey como era de la casa. Pero era un rey viejo y esclavo y siempre falto de lo que más le había gustado en la vida, por lo que ningún anónimo plebeyo se hubiera nunca cambiado por él.
Sus ganas de vivir y su tardío descubrimiento de su propia juventud y del sentido de la vida, de todo cuanto es importante para cualquier ser que siente y padece, habían llegado demasiado tarde
Ni siquiera le hacía tanta ilusión ver a otros guacamayos en la pantalla, pues él quería verla a ella por encima de todo. Su tan fiel corazón se había quedado trabado en el agradable bucle de ese vídeo que ya nunca pudo volver a ver. En ese ser perfecto y amado y deseado que ya nunca más pudo volver a disfrutar y cómo no, porque eso creía él, hasta ahí llegaron tantos momentos compartidos con ella.
Incapaz de renunciar a su sueño ni de comprender que todo había sido una mentira, una ilusión, el desdichado Pere siguió enganchado a esa promesa de volver a verla, atento a cualquier pequeño gesto de su dueña y, sobre todo, de cualquier movimiento que realizase con un teléfono móvil, pero todo eso resultó ser una promesa tan vacía y tan falsa como falso había sido todo desde el principio. Su propia vida había sido una gran falsedad. Una mentira. Y nadie se lo explicó nunca para que pudiera ni siquiera entenderlo. ¿Tanto mejor?
Pere no volvió a ser el mismo, por más que no se cansara de esperar la reposición de ese video inolvidable. Pero su canto se volvió triste y apagado hasta que un buen día se apagó del todo y con él, como si nunca hubieran existido, esa ilusión y esa promesa de felicidad que de repente se desvaneció sin previo aviso.
Y así fue que una criatura que estaba destinada a volar, pero que nunca pudo probar eso, ni pudo echar de menos un ala que se rompió un buen día, porque tampoco la había utilizado, sí pudo sentir lo que era un corazón roto que esperó hasta el último día ese regreso de una enamorada, con la cual nunca pudo estar y con la que nunca estuvo. Toda su vida había sido una mentira y una ilusión imposible de realizar, pero la cuestión es que él nunca fue consciente de nada de eso.
Desde afuera, si lo piensas, parecería una burla de sí mismo, pero, ¿quién puede afirmar o negar que la felicidad que había sentido en esos breves momentos de su vida había sido verdadera, por mucho que estuviera basada en una auténtica falsedad? ¿No era acaso real su nostalgia, cuando saboreaba con amargor esos nunca olvidados instantes?




























