El año que viene se cumple el 20 aniversario de una de las demostraciones más claras y crueles de lo que es el Nuevo Orden Mundial y en concreto en España. Un crimen atroz y cobarde del que si algo tenemos claro es que el Estado ha puesto toda la preocupación del mundo y todos los medios para poder silenciar y tapar correctamente. Por esto queremos adelantarnos y hablar con Michael Boor sobre su libro del 11M.
El libro del 11M de Michael Boor
En mi ensayo de Ya sólo queda morir, que recoge los hechos previos que explican la masacre, pero también el ataque en sí y su posteridad, he intentado explicar de la forma más amena y clara posible a los lectores lo que pasó, aunque sin meterme en las profundidades de un poder real internacional que no conozco. Por eso me tengo que conformar un poco con los personajes patrios, que conforman un nutrido y variado elenco de asturianos, moritos, políticos varios, periodistas, etarras, policías de diferentes cuerpos y rangos, etc.
Al ser tantos personajes y tan variados se me ha ocurrido explicarlos aquí un poco más, lo que creo que puede ayudar a los señores lectores a entender un poco mejor de qué va esta historia, si bien todos éstos no son sino peones de otros más poderosos que están por mucho más arriba.
Un Jefe de Estado olvidado en el 11M y un Presidente acusado de asesino
Juan Carlos I. El jefe del Estado del tiempo en que ocurrió la situación es probablemente el gran olvidado de todo el maremagno político que supuso el 11M. Sin embargo, si lo pensamos bien, no tiene mucho sentido que precisamente el jefe del Estado no tenga nada que ver con lo que pasó prácticamente todas las instituciones de ese Estado quedaron manchadas. Es por ello que en el libro recojo anécdotas y situaciones que son mucho más que ficción y que explicarían la curiosa relación que tiene este personaje con éste y otros varios sucesos tristes y nunca justificados de nuestra reciente historia.
José María Aznar. El Presidente del Gobierno saliente, cuando ocurrió el 11M, también tiene mucho que decir sobre lo que pasó. Y es que es el personaje central de toda esta trama política, buenísimo para unos y asesino genocida para otros, pero la verdad sobre este señor tal vez discurra por el camino del medio.
Lo que está clarísimo es que el presidente del Gobierno tampoco pudo ser ajeno a todo lo que sucedió antes y después del atentado, si bien es muy probable que no tenga tanto que ver con lo que pasó ese día en particular. Por la sencilla razón de que se la dieron con queso y se dedicaron a chantajearlo a mansalva con el atentado y la inquietante posibilidad de otros nuevos ataques terroristas que llevasen a él y su gente. Pero, ¿cómo es posible que el Presidente y su entorno mantuvieran una actitud tan pasiva y dócil con los verdaderos terroristas del 11M? Pues esto es así porque los encaminamientos previos de lo que luego sería el 11M fueron creados y difundidos por ese Gobierno de Aznar. Es por ello que el encubrimiento posterior tiene la firma de muchas personas que ejercían responsabilidad en la Seguridad del Estado por aquellos días. No digamos el Presidente del Gobierno, quien sólo debería estar por debajo del Jefe del Estado.
El Ministro del Interior merece aquí otra mención aparte por su posición de mando en la que poco puede mandar, en realidad, estrechado entre el Presidente y sus inmediatos subalternos de la Seguridad del Estado. Es el contraste entre personas que son católicos convencidos y las cosas que hacen luego cuando están en la política, que es bastante particular. Un conflicto moral que comparten por igual los dos sucesivos ministros del Interior que tuvieron algo que ver con lo sucedido en el 11M, Mayor Oreja y Acebes, aunque sin olvidarnos de que Mariano Rajoy también ejerció de ministro del Interior por un breve tiempo en esta época.
La guerra sucia contra el terrorismo tiene por fuerza que ser sucia cuando empieza en una especie de guerra civil entre distintos participantes en esta especie de mafia extraña que llamamos Estado. ¿Podrá un ministro del Interior católico, convencido de esos ideales religiosos, dominar semejante banda de políticos y polizontes que sólo funcionar con prácticas terroristas?
El Secretario de Estado para la Seguridad y el Director del CNI en el 11M
El Secretario de Estado para la Seguridad es, en esta historia, un personaje peculiar, mucho menos plano que su jefe directo, está por lógica metido mucho más en el fango de esta presunta lucha contra el crimen y el terrorismo. Además de eso, por pura invención mía, lo relaciono con una hermosa amante veinteañera a la que tiene contratada como acompañante clandestina, pero de la cual está ciegamente enamorado. Sin duda un drama que se debe repetir bastante en esos círculos del poder en los que el dinero no lo puede comprar todo, mucho menos el amor, aunque si se puede comprar bastante sexo: uno de los vicios más esclavizantes para toda esta gente que trabaja para el poder. Su origen vasco lo sitúa mucho más en el lodo y la sangre de lo que el mismo está haciendo, para empezar, con las piezas de ajedrez que maneja desde las alturas del poder madrileño.
El director del CNI es otro personaje que está metido de lleno en la batalla de la cloaca. A las órdenes directas del anterior, sin embargo, su relación estrechísima con el jefe del Estado, que es quien lo ha impuesto, lo convierte en un personaje dual que desde el principio comparte su lealtad por el presidente con la que tiene que sentir por su verdadero patrocinador imperial: Juan Carlos de Borbón.
Se trata de una persona que tiene sobre sus hombros la gran responsabilidad de adelantarse a los acontecimientos. De monitorizar las situaciones que se van presentando para la seguridad nacional. Supeditado al Gobierno, sin embargo, como decíamos, mantiene su lealtad visceral como vasallo de Juan Carlos. ¿Cómo podrá terminar bien una historia tan peculiar?
Su nombre en clave era Carlos: otro de esos soldados desconocidos de la cloaca
Carlos es un personaje ficticio, pero basado en la declaración no oficial del confidente de la Guardia Civil Mario Gascón Aranda. Es un nombre en clave que nos lleva a un personaje que, si no existió como Carlos, se llamaría Pancracio, pero hace falta siempre que existan estos alfiles que muevan a los verdaderos peones. Y uno de estos alfiles es Carlos, que no ostenta precisamente un cargo demasiado alto en la Policía Nacional, pero que al igual que el subcomisario Amedo y los GAL se ve impulsado por sus jefes directos políticos. Con poderes atribuidos que le colocan a la altura de altos oficiales de la Guardia Civil o sus propios superiores de la Policía Nacional.
Carlos se mueve con desparpajo por los ambientes más bajos del crimen organizado, donde recluta a sus peones para que luego le sirvan a él para supuestamente luchar contra los malos. Contra los más malos de todos, que son los terroristas, si bien no puede ocultar en ningún momento que su principal fidelidad es al partido del gobierno que lo ha colocado ahí. Fascinado con su propia participación en algo tan importante, humano como es, no duda en mostrarse como el personaje visceral y despiadado que puede enviar a la muerte a los peones que ya no tienen que vivir más, lo que le acarrea terribles pesadillas por las noches.
El Comisario de Avilés es uno de los personajes más interesantes de la historia. Por un lado, se perfila como ese funcionario super fiel a la policía y al Estado, convencido patriota que combina muy bien su vocación política y policial. Al contrario que esos superiores suyos, que ven la película un poco de lejos o no sienten mucho apego por sus peones, el comisario llega prácticamente a apadrinar como a un hijo al agente estrella del Cuerpo Nacional de Policía. El agente asturiano apodado Pípol. Un muchacho que tiene la edad aproximada que tendría en ese momento su propio hijo, muerto en muy desgraciadas circunstancias cuando todavía era joven.
Para mí, es una de las figuras más humanas de toda la obra. Ese policía de vieja escuela que está verdaderamente preocupado por cumplir con su deber y en concreto con su responsabilidad en la llamada Misión Norte: una forma de referirse a la extraña misión de cloacas en la que todos estos personajes referidos están implicados más o menos directamente y que va a rematar, como parece cada vez más evidente según va avanzando el relato, en un atentado atribuible a ETA que va a ser explotado propagandísticamente por el Estado.
El relato se va haciendo más mundano y vulgar conforme los personajes bajan en categoría económica y social. Ahora les tocaría el turno a los verdaderos peones básicos que en forma de colaboradores policiales aparecen en situaciones que a veces son kafkianas.
Los tapados de la Guardia Civil en el 11M
Tal vez uno de los más sobresalientes sea el propio Mario Gascón Aranda, colaborador de primera de la Guardia Civil, que es quien nos ha contado muchas cosas sobre cómo funciona este extraño mundo de las cloacas. Estaríamos ante uno de los protagonistas de esta historia del 11M que han pasado más desapercibidos. Y me refiero a esta historia falsa, inventada por las propias cloacas policiales y políticas para hacernos creer en un teatro de operaciones etarra en el norte que luego va a tener su consecuencia directa en un atentado en la capital.
Este colaborador policial militaba en las filas de la UCO, Unidad de Investigación de élite de la Guardia Civil en todos los posibles temas criminales salvo terrorismo, precisamente. Pues bien. Este señor habría estado en contacto directo con todos los que luego fueron acusados todos con relación a esta falsa historia etarra moruna de bajos fondos que nada tiene que ver con las explosiones del 11M. Sus aventuras en el mundo del hampa y las cloacas policiales, sin embargo, son bastante reales, y al haber contado muchas cosas es como podemos figurarnos cómo funciona ese submundo. Además, según su propio relato, él mismo habría estado en contacto directo con algunos de los personajes más significativos en esta historia.
Uno de ellos es Rafa Zouhier, también colaborador de primera de la Guardia Civil. En este caso, estaríamos hablando de un marroquí criado en España que servía a las fuerzas de seguridad como informante cuando menos. En la cárcel de Asturias conocería por supuesta casualidad a un asturiano cuyo apodo, Pípol, daría a su vez nombre a una operación policial en esa región del Norte cuyo objetivo primordial era de nuevo manchar a ETA con una posible operación terrorista de gran envergadura en Madrid.
Pero es que los propios terroristas estaban de acuerdo en esto. ¿Cómo, si no, se entiende que participen con tanto desparpajo en operaciones propagandística tan claras como las que estaba llevando a cabo la administración del Partido Popular en los años 2000? La negociación definitiva con ETA que luego se hizo, inmediatamente después, y que el Partido Popular ha mantenido intacta, probablemente sea la clave de este comportamiento tan sospechoso y esa colaboración tan profunda entre el PP y la ETA en estos años. Se llevaban tan bien porque se necesitaban y por eso colaboraron en todo y siguieron colaborando, antes y después de la masacre madrileña.
Los personajes de Asturias: los falsos mineros y el veterano de guerra del puticlub
Todo esto esconde un mundo de corrupción política y policial muy profundo. Y aquí es donde podríamos conectar con otro de estos personajes asturianos importantes en toda esta historia.
El aludido agente Pípol era un chico muy joven que había pasado por los Paracaidistas del Ejército antes de ser seleccionado para esta difícil misión que le esperaba. Un hombre reservado y frío para su edad, la responsabilidad que le encomendaron en la Misión Norte no era cualquier cosa. Tener que estar haciendo tratos con miembros de la mafia y relacionándose con criminales organizados y hasta con terroristas, lo que fuera para armar una especie de escenario que luego reventaría en lo que conocimos como 11M.
Su colaborador más directo y de confianza, a primera vista, podría ser otro joven asturiano, enfermo mental, cuyo apellido ha pasado a la historia del 11M sin tener nada que ver directamente con este asunto. Estamos hablando de José Emilio Suárez Trashorras. Ambos constituirían una pareja terrible que frecuentaba los garitos más sórdidos de Asturias y dedicándose siempre a unos tejemanejes rarísimos con coches y drogas que, sin embargo, pasaban milagrosamente desapercibidos para la Policía y la Guardia Civil. Y tal era su impunidad que ya todo el mundo a su alrededor tenía que conocer por fuerza que se trataba de dos confidentes, cuando menos, de estas fuerzas policiales.
Francisco Javier Lavandera es otra persona que ha colaborado bastante con las fuerzas de seguridad, pero no tenemos tan claro que es fuera a cambio de una nómina como con los demás que estamos aquí comentando. Más bien parece que no. Y hay que hacer notar que estamos ante un veterano del Ejército que fue mercenario en África y minero, él sí, durante muchísimos años, al contrario que Trashorras o Pípol, quienes prácticamente jamás pisaron una verdadera mina. La historia de este otro personaje del libro comienza cuando los infiltrados asturianos anteriormente aludidos, que frecuentaban el puticlub en el que él estaba de puerta, le intentan enredar para que participe en una historia extrañísima de vender explosivos a mafiosos e incluso a los etarras. Una historia extraña que yo cuento tal y como está publicada mil veces y el propio Lavandera resume perfectamente.
Si tenemos que creer su versión, estaríamos hablando de un choque de trenes entre los infiltrados policiales del Estado y un honrado portero de discotecas que se niega a entrar en negocios turbios y los denuncia ante la Policía de Gijón. Su versión de los hechos siempre me pareció muy verosímil y creo que fue utilizado desde el principio, precisamente, para poner de manifiesto adrede que existía una red de supuestos mineros asturianos que estaban dispuestos hasta a vender dinamita a los etarras.
Los etarras del 11M y el Chino que unía a los mineros asturianos con los terroristas vascos y los moritos
Salimos de Asturias para irnos a la provincia cercana de Vizcaya y pasando por encima de una región como la mía, la taifa montañesa, que no es menos importante en esta historia cuando se elige como la inevitable ruta logística para todos estos tránsitos de dinamita y terroristas. Y también para realizar por aquí algunos atentados muy significativos en los años previos al 11M. Por ejemplo, uno en particular, realizado en el centro turístico de Santander en 2002 y en el que se usaron 35 kilos de alguna dinamita que nunca se específico, pero que incomprensiblemente causó un agujero en el forjado de un aparcamiento que no era posible realizar si se trataba de este explosivo. ¿Estaban, tal vez, probando con tiempo el explosivo militar que luego iban a utilizar en el 11M para reventar algunos vagones?
Ahora hablaremos de un etarra muy joven que no parece demasiado cómodo con la trayectoria delictiva en ETA y de chivato que está llevando. La presión que ejercen sobre él Carlos, ese polizonte todopoderoso que antes hemos comentado, y, ante todo, los pesados antecedentes penales que carga sobre su espalda, lo han convertido básicamente en un esclavo y marioneta de la Policía. Aquí vemos a una persona débil, que ha entrado en este submundo de los etarras por el entorno y los amigos, pero que ahora se ve incapaz de escapar de las garras del Estado al que quería combatir. Una policía que parece más interesada el mantenerlo en activo y no detener nunca a nadie, obligándolo en cambio a seguir deambulando con los comandos de aquí para allá. En que está harto de todo y que ya sólo piensa en escapar de la vida en la que él mismo se ha metido. Este chico se llama Egoitz y está basado en un personaje real, pero no es el único etarra que aparece con voz propia en la obra. También hay un tal Urko que será protagonista de una historia terrible, a su vez, pero siempre en relación con las cloacas policiales que quieren manejar todos los asuntos según sus directrices políticas.
Tampoco podemos olvidarnos de otro curioso personaje que está más que nada centrado en la zona de Vascongadas. Uno de los personajes más apasionantes de la historia reciente de España, pero que sin embargo ha pasado sin pena ni gloria por las páginas de los periódicos y otros medios de comunicación. Se trata de Jamal Ahmidán, alias El Chino, un personaje muy curioso que tiene la vocación policial de ser el enlace entre este mundo de los mineros y los etarras del Norte con el mundo de los moritos de Madrid. ¿Cómo es posible que semejante conector del submundo criminal pasara desapercibido para las Fuerzas de Seguridad? Como es lógico, nunca pasó desapercibido, sino que se trataba de un agente en toda regla de estas cloacas de las que estamos hablando. De hecho, en su famoso viaje final a través de la nieve, justo antes del 11M, la palabra Carlos le permitió zafarse de varios controles policiales para poder llegar a Madrid con los presuntos explosivos que iban a estallar en unos trenes. Ésta es, al menos, la rocambolesca historieta que nos han contado y que ha detallado Mario Gascón Aranda: otro agente del Estado dispuesto a mentir por la patria en cualquier momento.
Estamos hablando también aquí de un personaje muy joven, pero con un delatado historial delictivo, aunque con poca relación siempre con el terrorismo. Un traficante de más o menos alto standing, aunque en realidad tiene la peculiaridad de dedicarse más a espiar a los etarras y a todo el mundo para informar a Carlos de todo lo que está sucediendo en las distintas áreas de trabajo que le van encomendando. Un personaje venal que sólo piensa en salir adelante y enriquecerse en un mundo final en el que la Policía le tiene apadrinado, lo que despierta recelos en todo ese ambiente y en los propios moritos de Madrid para empezar. ¿Qué hace semejante elemento yendo a la mezquita como si fuera un creyente más? Pero su elevado nivel económico hace que muchos de sus paisanos se quieran inmiscuir en sus negocios turbios, a pesar de que el encargado de la mezquita lo desprecie por ser cocainómano, bebedor y delincuente.
Como este moro hable, la hemos cagado
A partir de aquí, entraríamos de lleno ya en el submundo fantasmal de los moritos famosos de Lavapiés, a los que se ha intentado atribuir tanta responsabilidad en el complot del 11M. Y el más protagónico es, para mí, uno de los escasos supervivientes de esta historia moruna. El encargado de la mezquita que comentábamos antes, apodado por la Policía Imán Cartagena, se hizo famoso en su día por haber sido el único superviviente de la farsa de Leganés.
Si hubiera ido allí cuando me dijo la Policía, manifestó durante el juicio, hubiera sido el octavo suicida de Leganés.
Tremendo testimonio el de esta persona, que no se cansó durante toda su declaración en el juicio de acusar a los que habían sido sus controladores policiales contra su voluntad.
Convirtieron mi vida en un infierno, aseguró, mientras relataba sus distintas aventuras forzadas con personajes tampoco de fiar para él como el propio Chino o el Tunecino Serhane. Pero este también joven marroquí no parecía tener ningún interés especial en obedecer las órdenes insistentes de estos señores de la Policía española, que según su relato le obligaron todo el tiempo a realizar distintas misiones mal pagadas como espía. Y todo ello para que al final, siempre según su testimonio, alguien de muy alto nivel en la Policía Nacional decidiera que este moro sabía demasiado.
Como este moro hable, la hemos cagado.
Esto le oyó decir a uno de estos jerarcas de la Policía Nacional antes de que la invitasen a ir al piso de Leganés en el que tantos paisanos suyos aparecieron luego suicidados. La famosa farsa de Leganés y sus suicidas morunos. Personajes en los que me detengo un poco menos porque no puedo tampoco conocer demasiados detalles sobre sus vidas y milagros, pero que definitivamente formaban una banda heterogénea de inmigrantes ilegales sin demasiadas perspectivas de llegar ni siquiera a fin de mes.
El argelino al que dejaron escapar de la Audiencia Nacional para que pudiera estallar la Audiencia Nacional
Y aquí entramos en uno de los principales de estos moritos, supuestamente yihadistas, pero que definitivamente tenía un pasado como terrorista peligroso. Allekema Lamari. Un argelino que había militado en una conocida banda terrorista internacional y que había sido detenido en España antes de que luego lo dejasen en libertad de forma muy extraña en la Audiencia Nacional. Y aquí viene una de esas escenas de mi cuento que me parecen especialmente entretenidas y curiosas es otro choque de trenes entre personas ingenuas, como el Imán Cartagena, otros dos moritos que tenían relaciones evidentes con las Fuerzas de Seguridad del Estado. Y no precisamente relaciones forzosas, hasta donde sabemos, o por lo menos no en el caso del Chino.
Lamari es otro de los personajes más misteriosos de la historia reciente de España, con una incomprensible falta de interés por parte de los periodistas de investigación de este país. Una extraña vida que se apagó súbitamente, según nos cuentan, en ese suicidio masivo y prefabricado de Leganés, pero en realidad todo esto nos debe parecer más una operación en toda regla por parte de nuestras cloacas patrias. Porque la contradictoria versión moruna-etarra que nos cuentan no tiene ni pies ni cabeza.
También es muy reseñable el papel lamentable y a veces cómico de Serhane el Tunecino. Otro personaje muy misterioso que pasó mejor vida cuando sus controladores policiales decidieron que ya había cumplido con la patria. También quiero aclarar que su naturaleza de ludópata impenitente es un invento mío que nada tiene que ver con ninguna realidad contrastada, pero la falta de información que tenemos sobre algunos personajes fundamentales, de esta falsa historia del 11M, me lleva a adornar el relato con algunas arandelas. Anécdotas sin importancia que puedan ser ilustrativas de las miserias humanas que caracterizan al personal de la cloaca y, en general, al género humano.
Las aventuras de todos estos jóvenes magrebíes y su relación con las Fuerzas de Seguridad españolas no pudieron terminar peor para ellos. Son otras víctimas olvidadas de esta historia que tiene su origen y final en una cosa que llamamos las cloacas del Estado. Por eso resulta todavía más apasionante el estudio de unos inmigrantes buscavidas que fueron enrolados por la propia Policía en una falsa trama de falsos terroristas, aunque sabemos por su propio testimonio que uno de ellos al menos no tenía ni el más mínimo interés en participar en esta historia de ninguna manera. De hecho, al Imán Cartagena casi le cuesta la vida el seguir, a su pesar, las instrucciones de estos controladores policiales.
Jamal Zougam fue el primero y solitario detenido en el 11M
Casi nos olvidábamos del gran olvidado de todo este asunto. Y no es para menos, porque se trata del gran inocente en una historia en la que la gran mayoría de los implicados tiene algo que ver de alguna manera con lo que al final pasó. Sin embargo, eso no quita para que haya aquí protagonistas a los que han hecho la vida imposible para nada y por nada. Simplemente para distraer al populacho y perpetrar una ficción de justicia que en este caso concreto resulta en una astracanada total y en la mayor crueldad.
Aquí tenemos a un montón de gente, en España, preocupada por liberar cuanto antes al condenado en Estados Unidos Pablo Ibar. Una persona que, como mínimo, era un delincuente violento en el momento de su detención, por más que los medios no hayan querido blanquear el currículum de este joven de origen vasco que fue condenado a muerte en los Estados Unidos.
Por el contrario, el caso mucho más mediático de este marroquí afincado en España y condenado por un crimen que no cometió parece que no tiene tanto interés. Estamos hablando de Jamal Zougam, que fue el primero y solitario detenido en el 11M entre el momento de los atentados y las elecciones. La verdad es que pasó un montón de tiempo antes de que se empezaran a hacer otras detenciones de posibles culpables, todos ellos con vínculos directos con las fuerzas de seguridad, pero eso no es el caso de este marroquí. Un emprendedor que tenía su propio negocio, una novia con la que pensaba casarse y toda una vida por vivir que quedó truncada cuando las cloacas de este estado miserable decidieron que les hacía falta un inocente total para que se sacrificara por el pueblo. La que hiciera las veces de rehén de todas las instituciones y grupos de poder que están completados en haber matado a doscientos y pico españoles en unos trenes por un interés meramente político.
Fernando Múgica Goñi, veterano periodista y maestro de periodistas
Tampoco me quiero olvidar de otro grande, probablemente el gran héroe de esta historia, que es quien más nos ha contado sobre la verdad que está escondida tras la cáscara del huevo. Se trata de Fernando Múgica Goñi, veterano periodista y maestro de periodistas, que realizó una investigación relámpago entre los atentados y prácticamente el día en que los socialistas tomaron posesión del cargo sobre una escalera de cadáveres.
Sus agujeros negros del 11M fueron el principio y siguen siendo la columna vertebral de una investigación en la que ya planteó todos los puntos flacos de la versión oficial en un tiempo récord. Y apuntaba también desde el principio a las posibles soluciones de todos esos agujeros negros que quieren que sigan siendo negros. El mismo color que tiene el corazón de los que han matado y encubierto.
Fernando Múgica Goñi no estuvo del todo solo en esta lucha solitaria. En Asturias hizo un amigo muy especial en Francisco Javier Lavandera, el único verdadero minero de toda esta historia, pero que ocupaba aquí el lugar de un testigo incómodo que sigue manteniendo la tesis original de la versión oficial: que sus paisanos Pípol y Trashorras tenían contactos directos con miembros de ETA y no de ninguna organización terrorista inexistente y que sólo puede existir de verdad en la funcionarial mente de todos los que han encubierto este crimen con una película de mal gusto.
Se enfrentó a un Estado que cada vez tiene menos de Derecho y puso contra las cuerdas un juicio amañado
Tampoco sería lógico olvidarse de otro de los grandes héroes del 11M. Un auténtico león en el juicio de la Casa de Campo, Gerardo Turiel, también asturiano y maestro de abogados, al tomar el caso imposible de Suárez Trashorras tomó una cruz que era casi imposible de llevar adelante. Se enfrentó a un Estado que cada vez tiene menos de Derecho y puso contra las cuerdas un juicio amañado, cuyas pruebas y declaraciones tenían que haber dado pie a otra nueva causa contra los verdaderos encubridores y autores. Pero ya sabemos todos lo que pasa cuando el partido está de verdad amañado y el árbitro está comprado. No hay mucho que se pueda hacer. En especial cuando a la gente no le importa un c* lo que hagan con ellos. Mientras sean otros los que van a la trena o salen volando no pasa nada.