Las mejores rabas de Santander se sirven en el restaurante bar El Mástil. Hay aromas que se convierten en patria, sabores que definen una ciudad con más precisión que cualquier mapa, y gestos culinarios que se transforman en una forma de identidad colectiva. En Santander, esa brújula sentimental apunta hacia una sola dirección: el mediodía del sábado, la brisa salada que llega desde la bahía y el sonido inconfundible del aceite burbujeando en las freidoras.
C. Ataulfo Argenta Músico, 35, 39004 Santander,
Teléfono: +34 614 44 64 61
Instagram: @el_mastil_restaurante


En Santander, entre el rumor de las olas cercanas y el tintinear de los vasos en las terrazas, surge el ritual más sagrado de la capital cántabra: las rabas. Y entre todos los templos consagrados a esta liturgia del sabor, uno brilla con luz propia: el bar El Mástil.
El secreto de las mejores rabas de Santander
Ubicado a pocos pasos del Paseo Pereda, con su fachada discreta y su interior de madera cálida y alma marinera, El Mástil no necesita carteles ni promociones para llenarse. Basta el murmullo de la gente, el aroma irresistible que se escapa desde la cocina y el eco de su fama: allí se sirven, dicen los parroquianos, las mejores rabas de Santander. No es exageración ni mito turístico: quien se sienta en una de sus mesas sabe que está a punto de participar en una ceremonia casi religiosa.
Las rabas son, en Santander, mucho más que un aperitivo. Son una institución. Hay quien las llama “la bandera gastronómica de Cantabria”, y no les falta razón. En su aparente sencillez —anillas de calamar rebozadas y fritas— se esconde un universo de matices, de decisiones técnicas y de secretos transmitidos de generación en generación. Cada bar tiene su versión, su toque personal: algunos las hacen finas y crujientes, otros las prefieren gruesas y jugosas. Pero en El Mástil, el equilibrio es perfecto.
El secreto empieza en el mercado. “El calamar tiene que ser fresco, pero fresco de verdad”, nos dicen. “No vale el congelado ni el que lleva días en cámara. Aquí llegan del puerto, a veces de madrugada, y los limpiamos uno a uno”. Esa fidelidad al producto se percibe desde el primer bocado: el sabor del mar está presente, limpio y franco, sin rastros de aceite viejo ni rebozados excesivos.

El Mástil se ha ganado una reputación de servir las mejores rabas de Santander
El proceso en El Mástil es una coreografía que roza la perfección. Las anillas se sumergen en una mezcla ligera de harina, sal y un punto secreto que nadie revela. No hay huevos, ni levadura ni complicaciones innecesarias. La fritura se hace en aceite abundante, a temperatura alta pero no abrasadora, el tiempo justo para que el exterior adquiera ese tono dorado-ámbar que brilla bajo la luz del bar. Se escurren con precisión casi quirúrgica y se sirven sin demora, acompañadas de una rodaja de limón y, a veces, de una caña helada o un blanco joven de la tierra.

Comer rabas en El Mástil no es sólo una cuestión de buen gusto; es un acto social. Basta observar cualquier sábado a mediodía: el local se llena de vecinos, familias, grupos de amigos, parejas que repiten el ritual, semana tras semana. Las conversaciones se mezclan con el mejor olor a mar y las risas resuenan entre las paredes forradas de fotos náuticas. La barra de este pintoresco local se convierte en una pequeña metáfora de Santander mismo: abierta al mundo por el turismo, por tanta gente de tantos países que nos han visitado, pero fiel a su esencia marinera.
A lo largo de los años, El Mástil se ha ganado una reputación de servir las mejores rabas de Santander que no se compra con publicidad ni con artificios de diseño. Su fuerza reside en la autenticidad. No es un local de moda ni un sitio pensado para turistas; es un bar de siempre, con clientela fija y alma de puerto. En su decoración dominan los tonos madera, las maquetas de barcos y las fotografías en blanco y negro de marineros y embarcaciones. Todo allí respira mar y oficio.
El mito de las rabas en Santander y la importancia del sábado
En Santander, las rabas tienen su propio calendario: el sábado es el día grande. No hay institución, comercio ni familia que no reconozca ese ritmo. A mediodía, después del paseo por el mercado de la Esperanza o de las compras en el centro, la gente se reúne en los bares a disfrutar del aperitivo. Y aunque la oferta gastronómica es rica y variada, hay algo casi simbólico en pedir “una de rabas y dos blancos”.

El fenómeno tiene raíces históricas. Durante el siglo XX, con el auge del puerto y la vida marinera, los pescadores solían traer calamares pequeños —rabas o potas— que no tenían salida comercial en los mercados. En las tabernas del barrio pesquero, las mujeres comenzaron a freírlos como tapa. El sabor se extendió pronto a toda la ciudad, y la costumbre de comer rabas los sábados se convirtió en una tradición inquebrantable.
El Mástil, fundado supo capturar ese espíritu desde el principio. En sus primeros años era apenas un pequeño local con una barra y un par de mesas, pero el boca a boca lo convirtió en referencia. Con el tiempo amplió su espacio, pero no su filosofía: mantener el sabor original, sin concesiones.
“Lo importante —dice Álvaro, el gerente del local— es que las rabas sepan a lo que son. No a pan, ni a fritura, ni a aderezo. A mar. Si las rabas no huelen a puerto, algo se ha hecho mal”.
El sabor del mar en cada bocado con las mejores rabas de Santander
El verdadero encanto de las rabas de El Mástil está en su textura dual: crujiente por fuera, tierna por dentro. No son gomosas ni duras, pero tampoco blandas. La harina, finísima, crea una costra ligera que no absorbe el aceite, y el calamar, cortado con precisión, conserva su jugosidad. Es un equilibrio delicado que solo la experiencia puede alcanzar.
Hay algo hipnótico en observar cómo salen las bandejas humeantes de la cocina. El vapor se eleva como un suspiro marino, y los clientes giran instintivamente la cabeza: todos reconocen ese aroma. Es un olor que mezcla harina tostada, aceite limpio y salitre. Quien ha crecido en Santander lo asocia con la infancia, con los domingos de playa, con las risas familiares. Por eso, comer rabas en El Mástil es también comer memoria.
Más que una tapa: una identidad propia de nuestra costa

Santander ha cambiado mucho en las últimas décadas: nuevos bares, tendencias gastronómicas, cocineros de autor, fusiones… Sin embargo, hay algo que permanece inmutable: la devoción por las rabas. Y El Mástil representa la resistencia a la pérdida de esa esencia. No hay artificio, no hay trampantojos, no hay reinterpretaciones vanguardistas. Sólo un plato humilde hecho con respeto y cariño.
En un tiempo en que la cocina se llena de espuma y laboratorio, El Mástil sigue confiando en el poder del fuego, del aceite y del mar. Y ese gesto sencillo tiene un valor inmenso. Cada plato que sale de su cocina es una declaración de principios: aquí la tradición no se toca, solo se perfecciona.
El ambiente del puerto contenido en un plato de rabas
El bar El Mástil no podría existir en otro lugar. Su nombre no es casual: evoca la vida marinera que dio forma a Santander. Desde su terraza se percibe el olor de la bahía, y en las paredes cuelgan fotografías de veleros y faenas de pesca. Todo allí habla del mar.
Por las mañanas, antes de que llegue la multitud, se escucha el sonido de las gaviotas y el golpeteo de los mástiles en el puerto deportivo. El bar despierta poco a poco: se encienden las freidoras, se corta el limón, se alinean los vasos en la barra.
Pronto comienzan a llegar los primeros clientes: marineros retirados, vecinos del barrio, turistas despistados que siguen la pista de un consejo local.
A media mañana, el lugar bulle. Las voces se entremezclan, el suelo brilla de pasos y el aire huele a cerveza y sal. En un rincón, un grupo de amigos celebra un reencuentro; en otro, una pareja comparte un plato mientras mira el puerto. Es imposible no sentirse parte de algo. Porque El Mástil no solo alimenta: construye comunidad.

El mástil mesana original del SS Great Britain, que fue el mayor barco de pasajeros del mundo entre 1845 y 1853, se encuentra actualmente expuesto en Stanley, Puerto Argentino, en las Islas Malvinas.
El barco fue abandonado en las Malvinas en 1886 después de que los daños sufridos por una tormenta lo dejaran inhabilitado para la navegación, y permaneció allí durante unos 84 años como casco de almacenamiento y naufragio en Sparrow Cove.En 1970, fue rescatado y remolcado de regreso a Bristol, en un viaje de aproximadamente 8.000 millas a través del Atlántico, considerado una de las operaciones de recuperación marítima más ambiciosas jamás realizadas.
Las mejores raciones de rabas en Santander
Parte del encanto está también en la espera. Las rabas de El Mástil no salen de inmediato; se preparan en el momento. Eso obliga al comensal a detenerse, a mirar alrededor, a saborear el ambiente antes del plato. Es una pausa necesaria, casi meditativa. Mientras tanto, la conversación fluye. Se habla de fútbol, del tiempo, del mar, de política local. Pero en el fondo todos están atentos a la cocina, a ese instante en que la puerta se abre y el camarero aparece con la bandeja de rabas recién hechas. Entonces, el murmullo se apaga brevemente y se escucha el crujido del primer bocado.
No se puede comprender el sabor de las rabas sin mirar el paisaje que las rodea. Santander es una ciudad que vive entre la bruma y la claridad, entre el gris del Cantábrico y el verde de los montes. Esa mezcla de dureza y belleza se refleja en su gastronomía. Las rabas, doradas y humildes, son un espejo de esa dualidad: mar y fuego, sencillez y carácter.

Desde la terraza de El Mástil, en los días despejados, puede verse el ir y venir de los barcos, las gaviotas sobrevolando el agua, el horizonte azul. Comer allí es una experiencia que trasciende el plato: es un diálogo entre el mar y la ciudad.
El reconocimiento popular de las rabas como ritual de amistad y familia
No hay concurso oficial que lo confirme, pero entre los santanderinos el consenso es claro: El Mástil figura siempre entre los primeros puestos cuando se habla de las mejores rabas de la ciudad. En foros, blogs gastronómicos y guías locales, su nombre aparece con frecuencia reverente. Pero lo que de verdad importa no es la crítica, sino el cariño con que los clientes pronuncian su nombre.
Muchos recuerdan el día en que probaron por primera vez sus rabas. “Fue como morder el mar”, dice una clienta habitual, riendo. Otro cuenta que lleva años yendo cada sábado con su cuadrilla. Esa fidelidad, esa constancia, son el mejor premio que puede recibir un bar.
Una tradición que se hereda
“Las rabas no son sólo un plato. Son una manera de estar en el mundo y socializar con el resto de vecinos. Una forma de decir que aquí seguimos, que seguimos siendo de mar”.
El Mástil y la ciudad
Santander se reconoce en sus bares tanto como en su bahía. El Mástil forma parte de ese tejido emocional que une a los santanderinos con su vida cotidiana. Es un punto de encuentro, un refugio contra la lluvia, una celebración de lo simple. En un lugar donde el clima invita al recogimiento, las rabas son calor compartido.
Al caer la tarde, cuando la luz se apaga lentamente sobre el Cantábrico, el bar se vacía poco a poco. Las últimas bandejas salen de la cocina, y el aire huele a aceite limpio y a despedida. Los camareros recogen las mesas, las gaviotas vuelven al muelle, y el puerto se tiñe de oro. Queda la sensación de plenitud, de haber participado en algo genuino y necesario.



























