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Home Cultura

II – YA SÓLO QUEDA MORIR

by Redacción
06/08/2025
in Cultura, Literatura, Política, Ya sólo queda morir
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II – YA SÓLO QUEDA MORIR
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1999

¿Hasta dónde llegaría el Estado para conseguir sus objetivos?

  1. ¿A que ya no soy tan cabrón, de repente?

24 de diciembre de 1999. Cárcel de Villabona, Asturias.

Jamal Ahmidan. Alias: “Mowgli”[1]. Nacido en Tetuán en 1970. De profesión… ¿Ratero? ¿De qué trabajabas en Marruecos? Porque allí sí trabajáis, ¿eh, cabrones? ¡En tu país no hay ayuditas sociales, claro, para que os podáis tocar bien los cojones!

La ficha policial del sujeto no dejaba lugar a la duda: el Inspector no estaba sentado, precisamente, ante a un inmigrante modélico.

Soy albañil, pero no encuentro trabajo. No tengo papeles y claro… Igual usted puede ayudarme a conseguirlos…

¡Sí, claro, faltaría más, es lo menos que podemos hacer por un cabrón como tú! ¿Y qué más quiere el señor, eh, a lo mejor una negra que le abanique?

Bueno, respondió el detenido, con una pícara sonrisa de chino: ¡eso no estaría mal!

El Inspector no le rió la gracia. Eran muchos años aguantando a tipejos así y la verdad, como se suele decir, empezaba a estar hasta los cojones.

¡Enséñame los brazos, anda! Pero, vamos a ver, ¿tú a quién quieres engañar? ¿Albañil, tú…? ¿Con estas manitas de mariquita? ¡No me toques los huevos!

Su cautivo le respondió con la misma sonrisa indolente, a sabiendas de que no podía ir mucho más allá. De hecho, por el momento, el tal Mowgli ya había ido muy lejos.

¡A mí no me hace gracia, me oyes! Los delitos que pesan sobre ti no son para hacer bromas, amigo: “agresión grave a Funcionario Policial, en el Centro de Internamiento de Extranjeros de Moratalaz, en Madrid, de donde escapó…” ¿Usando un spray sobre sus ojos? ¡Hace falta ser hijo de puta! Y todo esto “después de haber amenazado al Director del Centro con insultos y coacciones varias, dirigidas al mismísimo teléfono de su despacho…”

¡Nos tenía ahí encerrados como a ratas, Inspector! Y yo no soy un delincuente, ¿sabe?

¡No, hombre, por Dios! ¡Tú eres un honrado albañil que viene a España a ganarse la vida! Es una pena que tengas que ir a la cárcel unos añitos y que luego te demos una patada, para que vuelvas a tu país de mierda… Qué injusticia, ¿verdad? ¿Ya no dices nada?

El marroquí, en efecto, callaba: se sabía culpable y condenado, asumía lo que le esperaba, así que estaba tranquilo en cierto sentido. Su actitud insolente contrastaba con su físico, más bien pequeño y delicado, aunque la cara de malo no se la quitaba ni el Diablo. Cara de chino malo, además, que le recordaba a un personaje de Tintín, aunque dudaba de que aquél fuera siquiera la mitad de cafre. Incluso contra sí mismo, como atestiguaban las fotos, en las cuales se apreciaban los chinazos que se había causado en sus periodos carcelarios: unas feas rajaduras, en brazos y torso, que servían a los internos para visitar la enfermería o el hospital. Sin embargo, en esa ocasión, su atención médica había sido una estratagema del propio Inspector Jefe, que atrajo hasta allí al morito para hablar con él.

Mira, vamos a hacer una cosa: yo puedo hacer que se paralice todo tu procedimiento y que no pises la cárcel, incluso que no seas expulsado del país. ¿Qué te parece? ¿A que ya no soy tan cabrón, de repente?

¿De verdad haría usted eso?

El Inspector se reclinó en su asiento: de ser un inquisidor e hijo de puta había pasado a ser, a los ojos de ese cabronazo, una especie de Profeta reencarnado.

Digamos que es posible que tenga un trabajo en vista, ya ves: ¡puedo hacer de ti un ciudadano ejemplar! Todo un reto para un delincuente como tú, pero soy un hombre de Fe y entonces creo en los milagros…

¿Qué tengo que hacer?

Nada que no hayas hecho antes, no te preocupes, ¡no necesitas estudiar una carrera! De momento, irás a la cárcel: unos meses tienes que estar, después de la que has armado, pero te sacaré en cuanto pueda y empezarás a trabajar desde el primer día. Y ahí adentro quiero que te dediques a espiar a diestro y siniestro, ¿entendido? Que hagas cuantos contactos puedas y en particular en dos terrenos que a mí me interesan mucho: narcotraficantes y terroristas. ¿Crees que podrás hacerlo?

Eso está hecho, jefe. ¿Y qué hay cuando salga? ¿Seguiré trabajando para usted?

¡No tan rápido! Veamos, primero, si vales para el puesto. De momento, utilizaremos tu paso por la cárcel para que hagas esos amigos que te he dicho y cuando te saque del trullo, que será pronto, te mandaré a Bilbao para que tomes posesión de una plaza de venta[2]. Y una vez allí, desde luego, tu funcionamiento sería el mismo: te dedicas a espiar para nosotros, me controlas el cotarro y yo te sigo cuidando, para que puedas traficar a gusto sin que nadie te moleste. Yo creo que no está mal el trato, ¿verdad?

¡Para nada, jefe, está cojonudo! ¡Ya sabía yo que nos llevaríamos de puta madre, hombre, lo vi desde que entré por la puerta!

El marroquí hizo ademán de estrechar su mano, pero el Inspector hizo caso omiso y le taladró con la mirada.

Tu lealtad ha de ser conmigo, “Mowgli”: con nadie más. Y si me defraudas, ya sabes lo que hay, dijo el Inspector, que se abrió la americana para mostrarle la pistolera. Aquí no hay segundas oportunidades, que yo también tengo un spray cojonudo para esos ojillos tuyos de chinorris. ¿Entiendes lo que quiero decir?

No sé arrepentirá.

Así lo espero, dijo el Inspector, que esta vez sí alargó la mano hacia su recién bautizado confidente. Por cierto, me llamo “Carlos[3]”, mintió, cuando se trataba de un alias profesional. Ahora te llevarán al calabozo y de ahí pasarás al Juez y a la cárcel, ¿vale? Ya hablaré yo con la Fiscal, para que sepa que vas de mi parte. Y a partir de entonces, amigo, empezaremos a trabajar.

Mowgli abandonó muy campante esa sala de interrogatorio, bien camuflada junto a la enfermería. El marroquí acababa de engrosar las nutridas filas de sus informantes-maleantes, pero Carlos nunca disponía de personal suficiente en las calles, los ojos y oídos de la Policía Nacional. Como pez gordo en la Comisaría General de Información, cerebro orgánico del Cuerpo de Policía, conocía bien la elevada rotación laboral de los confidentes. Unos caían en acto de servicio, otros dejaban de interesar y en su mayoría acababan quemados: detectados por los delincuentes a los que espiaban e inutilizados.

La ficha policial del sujeto no dejaba lugar a la duda: el Inspector no estaba sentado, precisamente, ante a un inmigrante modélico… Cara de chino malo (la de “Mowgli”) que le recordaba a un personaje de Tintín, aunque dudaba de que aquél fuera siquiera la mitad de cafre.

Necesito ver a uno más, dijo el Inspector, a solas ahora con el Director de la Prisión. Tráeme al etarra Jon Gurruchaga, por favor. Y con ése nos vamos, ¿no? Que es Navidad.

Marchando una de ETA, respondió el Director, que procedió a comunicar la orden a sus subalternos. Como casi cualquiera funcionario, el Director se encontraba sometido a sus órdenes estrictas, inclusive el más estricto de los silencios. No era aconsejable que nadie, salvo los justos, conocieran la identidad de los infiltrados de la Policía. Y el mecanismo que seguían era simple: se llevaba al interno a la enfermería, para una supuesta revisión, y ahí era dejado a merced del Inspector Jefe. Un tipo que en cuanto a físico se refiere era el típico polizonte, ancho de espaldas y con manos callosas de dar tortas, pero no desprovisto de una inteligencia atrevida. Cualidades que todo Gobierno había valorado, y aunque su fama de duro le precedía no se consideraba un abusón.

Si con éste terminamos, yo me despido ya. Le deseo feliz Navidad, dijo el Director, que le estrechó la mano con energía. También quería felicitarles por la Operación del otro día, Inspector: lo de esos etarras de las furgonetas. ¡Habéis evitado una auténtica catástrofe!

Así es, compañero. Pillamos a esos cabrones en el último minuto, ¿verdad? ¡Y siempre será mejor daros trabajo a Instituciones Penitenciarias, vive Dios, antes que a los forenses!

Ministerio del Interior, Centro de Madrid.

Señor Ministro: los periodistas han llegado.

Jaime apuró su café y pasó a la Sala de Prensa, en esta ocasión, rodeado por la Plana Mayor de la Benemérita. Su traje oscuro contrastaba con el intenso verdor de las casacas que le rodeaban, todos pletóricos por las noticias triunfales que traían.

Estamos hablando de dos furgonetas cargadas con 1.700 kilos de explosivos y de un coche lanzadera, que abría camino, para evitar los controles en su ruta hacia el objetivo: Madrid. Una auténtica “caravana de la muerte» que se completa con el hallazgo de un zulo, repleto de armas, en un monte de Álava. Mis felicitaciones, pues, a la Guardia Civil, por haber evitado que se desvelara la última incógnita: ¿cuántos muertos y heridos? Si hace tres días dije que la Guardia Civil le había hecho un regalo de Navidad, al pueblo español, con la localización de la primera furgoneta-bomba, hoy puedo decir que también nos han hecho un magnífico regalo de Reyes con este zulo.

Era muy cierto que la fecha no podía ser más señalada: justo el día de Nochebuena, parecía mentira, se efectuaba el recuento final de la Operación. Ésa que pudo bien pudo terminar en un recuento de muertos. ¿Y qué peor cara podían mostrar los terroristas que ser descubiertos, tras el fin unilateral de una tregua, en la preparación de semejante salvajada? ¡Y encima de todo en Navidad! Como era de esperar, por su parte, el Gobierno estaba dispuesto a usar esta odiosidad. Explotarla de cara a las muy cercanas Elecciones. Y es que no hay propaganda mejor que un enemigo despiadado.

Son ellos quienes han roto la tregua, recordó el Ministro. El Gobierno ha sabido ser generoso en el acercamiento de presos y otras cuestiones, pero está claro que ETA y su mundo no quieren dialogar nada: quieren imponer su voluntad por la fuerza. Por el terror más descarnado. Y este Gobierno no se lo va a consentir.

El Ministro tenía razones muy personales para estar satisfecho, objetivo como había sido de esos mafiosos. No hacía ni cinco años que intentaron atentar contra su jefe, el hoy Presidente, después de liquidar a su antecesor en el liderazgo del PP Vasco: el valeroso Gregorio Ordóñez. La muerte había rodeado en su carrera política del Ministro y ahora ahí estaba, al frente de esa Lucha y en el mejor momento conocido: porque no corrían buenos tiempos para la banda. La liberación del secuestrado Ortega Lara y su torpe represalia, el cruel asesinato de Miguel Ángel Blanco, les habían hecho seria mella moral[4]. Y por si fuera poco, con esos recientes planes de bombardear Madrid, en plenas fechas navideñas, no iban a mejorar su popularidad. Ni siquiera ante su público más acérrimo, en sus feudos vascongados, ni en la Izquierda radical de todas partes: la gente estaba cada día más harta de violencia y en primer lugar los presos de la banda, que languidecían en muy largas penas. Muchos de ellos estaban en proceso de arrepentirse, pero, de manera inexplicable, el terror de esta gente no cesaba.

Los detenidos, intervino un periodista: ¿eran los mismos comandos que iban a colocar esos artefactos o se trata de correos? Simples conductores, tal vez, que llevarían las furgonetas-bomba hasta Madrid.

No eran simples correos, respondió el Ministro, que no estaba dispuesto a que nadie restase un ápice de gloria a su Operación. Es más que probable que se tratase de los mismos ejecutores materiales, los detenidos, para la Masacre que tenían prevista en Madrid.

Luego dan por hecho que no iba a haber aviso, ¿no es cierto? Que iba a ser un atentado indiscriminado, a lo mejor, por la cantidad de explosivo a utilizar.

El Ministro se encogió de hombros, aunque conociera de sobra la respuesta correcta: en toda Guerra hay que cuidar la Propaganda.

En unas fechas tan concretas como la Navidad, cuando las calles de Madrid están más concurridas de lo normal, esa cantidad de explosivo puede producir unos efectos inimaginables. De todas maneras, ningún atentado se resuelve en dos días y debemos dar tiempo, por tanto, a los investigadores de la Guardia Civil y la Justicia.

Señor Ministro: con todo el respeto que me merece la Policía, pero… ¿No ha sido demasiado torpe la actuación de los terroristas? El dejarse sorprender en un control de Tráfico rutinario, aun con un coche lanzadera por delante… O el hallazgo de ese zulo, de manera tan casual…

Pues, hombre, ¿qué quiere que yo le diga? Yo puedo responder por la actuación de los miembros de las Fuerzas de Seguridad, no por los errores de los terroristas. Y en efecto, creo yo, algo habrán tenido que ver estos señores que me acompañan en el fracaso de esos planes, ¿no le parece? ¡Los terroristas no preparan un atentado para que les cojan!

Salvo éstos, reflexionó, que salen ya de casa con la baliza del CNI puesta. ¡Como buen político que era, máxime del Ministerio más cloaquil por excelencia, el Ministro sabía mentir como el que más! ¿Cómo contarles la verdadera naturaleza de tales detenidos? Carne de cañón que nuestros infiltrados en la banda nos sirven en bandeja, eso son, como parte de atentados que nosotros mismos controlamos… ¡Así de fácil! Y las Elecciones que tendrán lugar de aquí a unos meses, por supuesto, tienen mucho que ver con la situación. Una obviedad que el Ministro no se iba a dejar en el tintero, por supuesto, pero siempre achacando ese torcido interés a los terroristas.

Señores: ETA está herida e intentará matar antes de las Elecciones, por lo que no debemos bajar la guardia. Nuestras Fuerzas de Seguridad seguirán su tarea, con el apoyo de todos los ciudadanos de bien, porque debemos estar unidos contra esta amenaza común. Y pido también, por supuesto, la Unidad sin fisuras de todos los partidos democráticos. Muchas gracias.

El Ministro se levantó de la mesa, seguido por un cortejo de uniformes verdes y tricornios. También iba con ellos el Secretario de Estado, desde luego, como coordinador en la sombra de toda esa Operación. ¿Y quién mejor que un arrepentido del PNV para gestionar, en primera línea, la Lucha contra el terrorismo de ETA? No en vano se había ganado el puesto, tras su tránsfuga periplo, por haberles servido de infiltrado en el Gobierno Vasco: fue él quien alertó al entonces Candidato a Ministro, antes del fallido Atentado contra Alday, del peligro que se cernía sobre ellos.

Ahora, en cambio, esa batuta la llevamos nosotros, reflexionó el Ministro. Para esto eran los nuevos jerarcas del Estado. Y no sólo en la Lucha Antiterrorista sino en casos de otra índole, como el de Alcácer, cuyo archivo manejamos también ahora.

No en vano se le había sentado delante, hacía no tanto, el padre de una de las niñas con su amigo periodista. Y habían traído consigo pruebas irrefutables de la culpabilidad de los autores, en su mayoría tan políticos como él mismo, pero el Ministro había cerrado ese cajón.

¡Es lo que tiene sentarse en esta poltrona! O pelear por ella, desde la oposición. Los escándalos están para administrarse, de cara a la opinión pública, como bien hicimos en su día con los GAL. Pero lo de Alcácer es otro cantar…

La caravana de la muerte: ¿hasta dónde está dispuesto a llegar el Estado para conseguir sus objetivos?

Cárcel de Villabona, Asturias.

Zorionak[5], Jon.

Eta urte berri on[6]…

La disimulada oficinita, anexa a la enfermería de la Prisión, era un lugar idóneo para reunirse con los confidentes. Internos que aliviaban su condena con peculiares trabajos para la comunidad, como era el caso de Jon: un joven preso de ETA al que captaron como informante tras su detención, a principios de ese mismo año, por colaboración con banda armada. Y les informaba desde la cárcel, para empezar, donde cumplía prisión preventiva.

¿Qué va a pasar ahora conmigo? Os he dado ya lo que queríais, ¿no? Todo un comando en bandeja, y habéis impedido el Atentado…

Es cierto, reconoció el Inspector, que como controlador de confidentes sabía lo importante que resultaban los estímulos positivos. Funcionaban bien con el personal a su cargo, sus subalternos, pero no menos con esos infiltrados a los que tanto necesitaba. Y no era Jon el único as en su baraja, pero Carlos les necesitaba a todos. Al guipuzcoano, pero también al morito que acababa de reclutar, esa misma mañana, para aprovechar mejor ese viaje a Asturias. Por deformación profesional, al Inspector le resultaban todos la misma escoria.

¿Y entonces, qué? ¿Me vais a soltar ya?

El Inspector sonrió. Lo bueno de tener de chivato a un presidiario, aparte de que no hace falta pagarle tanto, es que no es factible que te traicione: después de todo, la libertad es el bien más preciado del hombre y para Jon, estaba claro, ese don dependía de su criterio como Policía. No de ningún Juez.

Soltarle, dice… ¿Se lo has pedido a los Reyes? Ya sabes que a Asturias no viene el Olenchero[7], le contestó, mientras alcanzaba al muchacho un escueto documento judicial. ¿Sabes qué es esto, no? Tu billete de vuelta a Guipúzcoa, pero no te lo tomes como un punto y final: apenas vuelvas a casa empezarás a trabajar de inmediato, ¿de acuerdo? En el primer comando en que te integren. Y no hagas mucho caso de lo dice ahí Su Señoría, eso de prohibido abandonar el Territorio Español y tal… ¡Al fin y al cabo, tú eres de ETA y esa Frontera nuestra te la tiene que sudar! Si los tuyos te mandan pa Francia, no lo dudes: ahí te vas.

Su joven adlátere se reclinó en su silla, sin dejar esa pose indolente. Estaba claro que ETA había terminado para él, en realidad, desde el momento en que aceptó colaborar para la Policía. Y entonces Jon ya no quería seguir con aquello, ni en un sentido ni en su contrario, pero se encontraba atrapado entre la espada y la pared. Como traidor a ETA, a los compañeros de los que informaba, la noticia de su deserción significaría la muerte: Carlos podía entregarle a los suyos cuando quisiera y si su gente se enterase de su nueva naturaleza como topo, aunque lo hiciera obligado por la Policía, su condena podía inmediata.

¿Cómo me van a readmitir, eh, después de la redada que habéis hecho? Lo normal es que desconfíen de todo el mundo, “Carlos”, ahora más que nunca, y yo ya he pasado por vuestras manos…

No tienen otra, Jon, créeme: les hace falta gente, sobre todo ahora. Y además tú no tienes que pensar por ellos. Simplemente déjate caer por los bares otra vez, como si nada, que vean que has vuelto y a esperar. Lo lógico es que ellos mismos te llamen de nuevo a filas, pero no más para hacer de recadero o gamberro. ¡Una vez fichado ya no les vales para la “borroka” y esas tonterías, no, eso para ti se acabó! Ahora te espera el paso grande, tu ascenso en los comandos ilegales, que es donde te quiero ver. ¿Me has entendido?

El ingenuo guipuzcoano asintió, con su rostro perlado de acné. Podría ser su propio hijo mayor, pensó Carlos, en sólo unos años más, pero el caso es que ahí estaba Jon: preso de su propio derrotero, ése que emprendió al quemar su primer autobús en San Sebastián, pero sobre todo al meterse de lleno en el comando Donosti.

Sólo eres otro niñato asustado, pensó el Inspector. Otro payaso batasuno, sin huevos para pudrirte en la cárcel por tu puta Euskal-Herría…

Carlos gustaba de presumir, ante sus superiores, de que contaba con más etarras a sus órdenes que la propia Cúpula de la banda. ¿Para qué tenerles a cuerpo de rey en la trena, con todos los gastos pagados, cuando se podía jugar con ellos en libertad? Como cuando adormecen a un león, en los documentales, y luego le sueltan para ver a dónde va, o qué hace. Y sobre todo, para ver dónde están los demás leones. Pues bien, aquello era lo mismo pero con ratas. Y las había de diversos pelajes.

¿Qué pasa si me descubren?

Eso ya depende de lo tonto que seas, Jon, pero no deberían. Piensa que tu paso por la cárcel les convencerá de que eres un tío de fiar, comprometido con la causa. ¡Tú no tienes que hacer nada, joder, no hace falta que te diga cómo funciona esto! Ellos, los de la Cúpula, saben antes que nadie cómo están las cosas y ya te digo: necesitan gente, ante todo. Y andan como locos para reemplazar sus comandos y hacerse con recursos, también, que es lo que tú vas a facilitarles. Así que tú sólo espera a que te tanteen y cuando lo hagan, ya sabes, no les digas que sí enseguida. Desmárcate de sus intentos de reengancharte, hazte el interesante y en último término les sueltas carnaza: ese contacto que has hecho en la trena, un morito muy majo que te puede facilitar hachís y coches robados. Porque de todo esto necesitan, también, y nuestro moro se lo puede proporcionar.

Sí, el “Mowgli”, pero estamos en las mismas: ¿se van a fiar de un moro al que he conocido en la cárcel?

Carlos se echó a reír.

¡Pareces una mujer, colega, deja de buscarle las vueltas a todo! Se van a fiar, no lo dudes, precisamente porque le has conocido en el talego. Y la lógica dice que nuestros infiltrados, como ahora eres tú, no pasáis por la jaula. Pero ya ves que sí y de hecho nos has ayudado bastante, desde la celda, aunque en adelante lo harás más aún. Y por supuesto tendrás tu sueldo, ahora sí, por cuenta de los fondos reservados. ¡Para que seas un “chacurra[8]” pero de verdad! Y una vez de vuelta en “la empresa[9]”, cuando hayas recuperado su confianza, pasaremos a la segunda parte del plan…

Jon asintió, no muy convencido, aunque sin duda contento de volver a casa. Estaba atrapado y lo único que quería, después de criarse en el lado de los abusones, era no ser él ahora la víctima. ¡Cómo no! Nuestro cerebro más primario es el reptiliano y los primeros mamíferos, de los que desciende la estirpe humana, fueron ratas. Unos animales dañinos y huidizos, que sirven de comida para cualquier depredador que se precie, pero que a su vez depredan a otros cuando pueden. Criaturas más pequeñas e indefensas, como demostraron los que se cebaron con las niñas de Alcácer: Carlos vivió todo aquello y sabía que su caso nunca se resolvió. Antes bien lo disfrazaron, de mala manera, detrás de dos tontos[10] como el que ahora tenía delante. Siempre hay dos tontos que pagan por los demás.

Y para prueba, pensó, ese comando que acaba de caer en nuestras manos. Se creían muy listos pero estaban seguidos, desde el principio, gracias a soplones como éste que tengo aquí. Hasta sus jefes trabajan para nosotros. ¡Pobres imbéciles! ¡Se pasan la vida haciéndosela imposible al vecino y luego, qué cosas, resulta que se arrepienten al entrar en el trullo!

El ingenuo guipuzcoano (Jon) asintió, con su rostro perlado de acné. Podría ser su propio hijo mayor, pensó “Carlos”, en sólo unos años más. “Sólo eres otro niñato asustado”, pensó el Inspector. “Otro payaso batasuno, sin huevos para pudrirte en la cárcel…”

Por propia experiencia, el Inspector sabía que muchos de los iniciados en ETA querían volver sobre sus pasos. Escapar de esa secta en la que se habían iniciado, muchas veces demasiado jóvenes, pero nunca es tarea fácil abandonar una mafia. Sólo un pequeño porcentaje de los jóvenes vascos respondían al llamamiento a filas de ETA y menos aún, pasados sus primeros encontronazos con la Policía, estaban dispuestos a perseverar. Hacía falta un nivel de psicopatía especial para aguantar aquello, pero no era desde luego el caso de Jon: condenado por su pertenencia a un comando, en el que cooperó como estructura de apoyo, se había encontrado en la tesitura de venderse a la Poli o pudrirse entre rejas unos años. Y eligió lo segundo, una decisión que no tenía ya vuelta atrás, sobre todo tras esa exitosa Operación navideña. Triunfo policial del que ese día daba cuenta el Ministro, precisamente, y en el cual todo un comando había caído. La banda sufría así otro serio zarpazo y todo para que el bueno de Jon, pero también otros confidentes que tenían en la banda, pudieran comerse el turrón con amachu[11]: las treinta monedas de Judas.

Tengo que irme, dijo Carlos, que se levantó de la silla sin ocultar su pistolera. Como había hecho con el moro Mowgli hacía un tiempo, por qué no, tampoco estaba de más recordarle a este otro topo la realidad: que su vida pendía de un hilo, también, por el lado bueno de la Ley.

¿Qué hay de mí? ¿Puedo irme ya?

¿Irte de este balneario? ¿No tienes miedo al “efecto 2000[12]”? Aquí estás más seguro, piénsalo, que en la cárcel no hay ordenadores…

Su chivato no le rió la gracia, el rostro contraído en una mueca de incomprensión. En otro tiempo de su carrera, cuando sobraban los comandos en la calle, hubieran interrogado a ese mequetrefe según la vieja usanza: a tortazo limpio hasta sacarle, en tiempo récord, hasta el último gramo de información. Pero los tiempos habían cambiado y ahora usaban a estos niñatos a destajo, en cuanto se dejaban un poco, de tal manera que tenían ya en nómina a la mitad de la banda.

¡No sé, Jon, tú mismo! Creo que el menú de la trena mejora bastante en Nochebuena, pero seguro que tu amachu cocinará de muerte, ¿no? Yo desde luego me largo, que a mí también me esperan en casa para cenar. Nos veremos en San Sebastián, la próxima vez, y ya sabes cómo encontrarme. ¿Tienes dinero para el tren?

Su confidente se encogió de hombros y el Inspector, sin dejar sus aires de chulapo, le lanzó un enrollado fajito de billetes.

Mejor en tren, Jon, que es más seguro que ir en furgoneta: ¡ya has visto que siempre las pillamos!

Ministerio del Interior, Centro de Madrid.

Muchas gracias por su atención, señores, y muy felices Fiestas a todos, se despidió el Ministro, al abandonar por fin la sala de Prensa. A su lado, fiel escudero de cloacas, su Secretario de Estado le acompañaba de camino a la cafetería.

Muy buena comparecencia, Jaime. Directo y a la cabeza, como decía mi abuelo.

Su paisano y lugarteniente principal sacaba pecho, como el que más, por tan exitosa Operación. Una redada antiterrorista que al cabo se restringía a un par de furgonetas, sí, y un zulo perdido en el monte, pero se había evitado un Gran Atentado y con detenciones incluidas. Victoria policial que se fundaba en el paciente trabajo de los investigadores, unos controladores de confidentes que a su vez recibían la información de éstos, en primera persona, cuando ellos sólo podían darla: topos en ETA como él mismo fue, en sus tiempos de cacique peneuvista, antes de pasarse con armas y pertrechos a los de Alday.

Esta Operación mejorará nuestros resultados, ya lo verás, de cara a las Elecciones: nos consolidamos como el Gobierno que más duro le ha dado a ETA…

El Ministro asintió, no tan convencido con su análisis. ¿Hasta qué punto habrían impresionado a la Prensa, a la Opinión Pública, con la desarticulación de ese Gran Atentado previsto? No se hacía demasiadas ilusiones. Estaba claro que sin sangre de por medio, en una dosis escandalosa, la Sociedad no reaccionaría de forma tan dócil como se esperaba. ¿Cómo se azuzó si no al pueblo yanqui contra España, en 1898, sino con un Gran y sangriento Atentado[13]? ¿Cómo a ir a la Segunda Guerra Mundial sino por esa otra buscada Agresión, el Día de la Infamia en Pearl Harbour? Los mandos de la Benemérita estaban más que acostumbrados a esto, el interés caprichoso de la Sociedad, que sólo reacciona en momentos puntuales de conmoción.

Olvídese, señor Ministro: sin el impacto de determinadas situaciones trágicas, como el Secuestro de Miguel Ángel Blanco o el de las niñas de Alcácer… O la Masacre del Hipercor de Barcelona… El pueblo no se moviliza así como así. ¡Los éxitos de las Fuerzas de Seguridad pasan desapercibidos, pero no así las desgracias consumadas! Ésas que no conseguimos evitar.

¡Bueno, hombre! Confíe usted en la bondad del honrado pueblo Español, Coronel, que la mayoría valora el trabajo de su Policía. Me hablaba usted de un secuestro que salió mal, el de Miguel Ángel, pero veníamos de liberar a Ortega Lara. Y eso sí salió de maravilla, gracias a Dios. Gracias a ustedes.

Esta evidente debilidad del pueblo lo hacía maleable, en manos del Estado, pero también para otros Poderes más oscuros. Ésos que actúan por las afueras de su Soberanía, siempre sin mostrar una faz, y esto sí que era preocupante para el Ministro: ¡cualquier cosa que saliera por la tele se convertía, de inmediato, en real para las Masas! Nada nuevo bajo el sol para las personas que dominan Occidente y Hollywood, para empezar. ¡Si destruían Nueva York delante de una cámara de televisión, aunque fuera ridículo su relato de los hechos, casi nadie se molestaría en comprobarlo! Creerían la primera versión que les presentasen, como de costumbre. Y si vieran aviones, claro, será que en verdad hubo aviones en el asunto… Y si vieran moros, por supuesto, será que todo lo hicieron unos moros. Las niñas de Alcácer, sin ir más lejos, aparecieron de verdad en el Palacio de La Zarzuela, pero esto no significa que hubieran muerto ahí: significaba que fueron depositadas en ese lugar, a posteriori, para asegurarse la complicidad de la Monarquía y de todo el Estado como tal. Una maniobra que corroboró la versión oficial, después, cuando fue tan notorio que el Estado las hizo reaparecer en otro sitio. Y así fue que se encontraron esos cuerpos, de forma oficial, en la famosa fosa valenciana. Y la gente creyó que estuvieron siempre enterradas ahí, por qué no, cuando fue la primera versión que se les dio. Porque casi nadie discute, no de entrada, una primera versión de los hechos. Así ocurrió, también, con el Caso Anabel Segura y su propia versión de los hechos: un cuento chino destinado a tapar lo que era su secuestro y tormento[14].

Dios quiera que el tiempo de los grandes atentados haya pasado ya, dijo el Ministro, que apuraba su café junto a esos distinguidos tricornios: por desgracia, Coronel, como usted ha dicho muy bien, la tentación de que masacres como la de Hipercor se repitan está basada en su éxito. Una efectividad que los terroristas conocen mejor que nadie.

Lo ocurrido en Omagh hace un año es la prueba, señor Ministro: el honor no es la divisa de los que mandan… ¡Claro está, desde luego, con excepciones como la suya!

El lapsus del Coronel hizo reír a sus compañeros de verde, pero no a un Ministro que lo recibió con cinismo:

Los que mandan, dice… ¿Acaso estoy yo entre ellos?

Como buenos veteranos que eran, a la vuelta de todo, los oficiales que le rodeaban se echaron a reír, ahora ya sin cortapisas: ¿pintaba algo un Ministro, en Occidente, por muy de Interior que fuera? Si había un Cambio esencial entre el Franquismo y la Democracia era ése, sin lugar a dudas: que los que ejercían el Poder Político ya no pertenecían a la casta privilegiada, la de verdad, que son quienes toman las decisiones. Una diferencia sustancial con el anterior Régimen, de muy profundas consecuencias. Y es que ahora dependían del consenso, del Pacto constante entre las diversas familias políticas, pero sobre todo de los omnipresentes intereses extranjeros. Como había pasado en Omagh.

Qué triste nombre, ¿no es cierto? Omagh… Alcácer… La palabra infamia no describe el significado estos nombres, ya malditos para siempre. Es como en la Biblia: Sodoma y Gomorra, sí, pero también Hiroshima y Nagasaki. O Guernica. Hay nombres que no los levanta ya nadie…

¡Mucho menos Omagh, demasiado reciente en el recuerdo! Como bien apuntaba el Coronel, un lugar que pasó a la Historia Mundial de la infamia: en esta pequeña localidad norirlandesa, apenas unos meses después de los Acuerdos de Paz de Viernes Santo, un coche-bomba explotó a deshora. ¡Docenas de inocentes murieron y la Sociedad entera, confiada como siempre, no entendió de qué iba el asunto!

¿Por qué esa masacre, se preguntaron, justo cuando ya se había firmado la Paz?

Lo cierto era que extrañas circunstancias habían rodeado el Atentado, desde el principio, manchando a las Fuerzas de Seguridad con la sospecha. Con la duda de por qué no se había impedido una situación que al final, según demostraban tantos datos, sí manejaban de antemano. Los confidentes en la banda habían alertado del riesgo inminente de atentado, luego, ¿por qué no se evitó? Incluso se acusaba a la Policía de haber evacuado a las víctimas, precisamente, en la dirección contraria a la que debieron: ¡derechos hacia el coche-bomba que convertiría esa calle de Omagh, por culpa de tantos fallos concatenados, en un verdadero infierno!Y la pregunta que muchos fontaneros de esas cloacas se hacían, incluso el Ministro, resultaba más que inquietante:

¿Hasta dónde está dispuesto a llegar el Estado para conseguir sus objetivos[15]?


[1] Más conocido por el Chino. Este alias de Mowgli le fue impuesto por José Emilio Suárez Mazorras, según el propio testimonio de éste, y escojo Mowgly por simplificar: como explicaba Fernando Múgica, Jamal Ahmidán el Chino era el hombre de las mil caras… Y nombres…

[2] Se refiere a un área en que poder comerciar con droga y hacer otras trapisondas asociadas.

[3] Se trata de un personaje policial ficticio, en gran medida, al que bauticé por una única referencia sobre un misterioso Carlos: un potentado de la Seguridad del Estado que levanta un control policial, en el que el Chino había sido supuestamente detenido, en el Puerto de El Escudo. Todo esto según el testimonio de un colaborador policial tan interesante, pero a la vez intoxicador, como es Mario Rascón Arganda.

[4] Ambos casos resultaron impactantes para la Sociedad Española de su tiempo. Ortega Lara fue un asunto que acabó bien, a pesar del largo y cruel cautiverio del que fue víctima. Miguel Ángel Blanco, por desgracia, fue ejecutado a las pocas horas de haber sido secuestrado.

[5] Feliz Navidad, Egoitz (nombre), en vascuence.

[6] Y próspero año nuevo, en vascuence.

[7] El Papá Noel vasco, un carbonero que reparte regalos a los niños en Navidad.

[8] Término despectivo usado por ETA para referirse a la Policía y sus colaboradores. Literalmente significa perros.

[9] Así se conoce a ETA en su entorno social.

[10] El homosexual Anglés como violador de niñas y el mentiroso compulsivo Ricart como testigo de esa mentira. Ambas circunstancias demostradas por informes psicológicos policiales de antes del Secuestro.

[11] Mamá en vascuence.

[12] Un temido y por entonces cacareado miedo, convertido en leyenda urbana, cuando se temía que el cambio del primer dígito del año (del 1 al 2) pudiera producir un caos informático a nivel mundial.

[13] El Atentado de Falsa Bandera del acorazado USS Maine, en la Bahía de Santiago de Cuba, es uno de los más notorios autoatentados de la Historia. Este acto criminal de Washington sirvió para emprender una Guerra injusta contra España y arrebatarnos Puerto Rico, Cuba y Filipinas, entre otras Provincias legítimas.

[14] El mismo investigador del Caso Alcácer lo dijo muy claro: “de Anabel no me dejan hablar”, pero tenía el sumario del Caso en su poder y nos contó algunas cosas, como que vivió no menos de seis meses tras su Secuestro. En opinión del que escribe, debido a lo que supuso este Evento y su cercanía con el Caso Alcácer, no es sino (sobre todo) un aviso a navegantes para que todos cumplieran el Pacto alcanzado con las tres niñas. Y si alguien se decidía a traicionarlo, como demostraban con el Secuestro de Anabel, llegarían hasta a la urbanización más cara de España para secuestrar a la hija de quien fuera.

[15] Miguel Ángel Rodríguez, ex Portavoz del Gobierno Alday, se hace una pregunta parecida en su novela La trama Gladio.

Redacción

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