2000
Va siendo el momento de ajustarles las cuentas a todos

Los enemigos de uno no sólo están fuera de casa.
29 de febrero de 2000[1]. Cárcel de Villabona, Asturias.
El día más extraño del calendario, sólo vivible cada cuatro años, no afectaba para nada a Mowgli. Para él, ese 29 de febrero era el día de su liberación. Y apenas salió del presidio, un coche le esperaba en la puerta: un miembro de su banda de paisanos, que resultó ser su hermano, al volante de un robado Clío.
Nos vamos pa Madrid, ¿no, hermano?
Sí, pero no directos. Antes, vamos a pasar por Santander: he quedado allí con esta gente, pero primero haremos otra paradita donde tú ya sabes.
Solícito como siempre, por la cuenta que le traía, su hermano le transportó al club de alterne más próximo. Uno de ésos que no cierran por las mañanas, cuando también hay emergencias, pero no se entretuvieron demasiado. El aire puro del campo les envolvía, en ese puti de cuneta, pero nada más placentero que saborear la tan deseada cerveza. Un dulce aperitivo para otros placeres más inconfesables.
Ya era hora, pensó, al deslizar por su gaznate ese dorado elixir. Como musulmán le estaba vedado, claro, pero también el trapicheo y otras actividades habituales. A fin de cuentas, por qué no, cada uno vive su Fe como le sale de los cojones.
Vamos al tema, resolvió, al agarrar por la mano a una de esas señoritas. ¡Eres más fea que mi abuela, pero no importa! Tienes dos buenas tetas, ¿sabes? Y boca de chuparla como una campeona…
Mowgli vio que ella no sonreía ya, herida en su autoestima, pero es que él lo prefería así. Como se hacía con los toros, gustaba de rejonear primero a su presa: el cabreo de la damisela en cuestión y a ser posible su resistencia, ésa era la actitud que más le agradaba en la cama. ¡Las ganas ya las ponía él, y de sobrado, cuando no duró ni cinco minutos en acción!
¡Oye, Jabir, acaba ya! ¡Que nos esperan en Santander, joder, date prisa!
Al otro lado de la puerta, en el cuartucho contiguo al suyo, su no exconvicto hermano no guardaba tanto apetito sexual. Así y todo, agobiado por su urgencia salió, siempre a las órdenes de un hermano que era más que eso, aunque a la hora de la verdad el jefe de todos era Carlos. Y esa mañana había prisa de verdad, por la cita apalabrada con un cliente, que era el más importante que tenían.
¡Ya conduzco yo, cabrón, que tú vas pisando huevos! Es que eres lento para todo, hermano, hasta para follar… ¡Seguro que esa puta tuya se había dormido ya, de puro aburrimiento!
Mowgli se sentó al volante y arrancó, rumbo a Santander. La carretera obligaba a un tráfico lento, sin embargo, que limitaba bastante la potencia de ese sustraído Clío: una bucólica ruta entre pueblos de carretera, bosques y praderíos, con tiempo eso sí para admirarlos.
Nos va a adelantar un caracol… ¡Me pregunto por qué cojones no habrán terminado la Autovía, joder, en este puñetero tramo! Siempre que vengo a Asturias es la misma historia…
Llevaban ya un rato de viaje cuando un mensaje llegó a su móvil, pero su hermano no entendía muy bien el español. Sin soltar el volante, en plena caravana, Mowgli consultó el SMS en ese móvil de empresa.
Déjame ver… Es Jon… Dice que pasemos de ir a Santander, que al final “no juega el Racing”… Que vayamos a Burgos, mejor. ¡Pero, bueno, esta gente de qué va! ¿Por qué me cambian así los planes?
¿Qué más te da, dijo su hermano, si al cabo tienes que pasar por allí? Por Burgos, digo. ¿No se supone que vamos a Madrid?
El traficante asintió, no muy convencido, aunque lo cierto era que el estrés le venía de esa cita como tal. Venderles cualquier cosa a los etarras le suponía, recién salido de prisión, como ir a trabajar de resaca. Sobre todo, cuando ni siquiera tenía claro lo que iban a necesitar, ni dónde los vería ni nada. Resultaban los delincuentes más buscados del país y su paranoia, y venía aleccionado de la cárcel, llegaba a su clímax cuando trataban con extraños.
Dice Jon que vayamos por El Escudo, que por allí nos esperan.
Era uno de los etarras que conoció en prisión, en Asturias. Un chico algo tímido, aunque majete, unos años más joven que él. A Mowgli le había resultado más accesible que sus compañeros y fue su principal enlace con la ETA, desde la cárcel, que el muchacho abandonó en Navidades.
San Pedro… De… Esca… ¿No te dijeron aquí? ¡Mira! ¡Ahí está!
Un poco más adelante, junto a la cuneta, la grácil figura de Jon se recortó bajo el sol de mediodía. Y al reconocerles en la calzada, el joven etarra les hizo indicaciones para que se metieran por una discreta vereda. Acompañado siempre de su hermano, Mowgli salió del coche y los dos exconvictos, compañeros de chabolo, se abrazaron.
¡Aúpa, “Mowgli”! ¿Qué tal sienta la libertad? Dejad el coche aquí, pues, que ya me lo llevo yo puesto. Y os dejo el nuestro en prenda, ¿vale? No hay problema porque está legal. Ya hablarás con mis jefes y eso, para lo del dinero.
¡Lo que tú digas, joder! El cliente siempre manda…
Yo no soy nadie, ya sabes: ¡cumplo órdenes, nada más! Bueno, gallo, ahí os dejo el carro. Bajadlo a donde os digan mis jefes, ¿vale? Yo marcho ya, no sea que aparezcan los “picoletos[2]”. ¡No vemos, eh!
Como alma que lleva el Diablo, el guipuzcoano agarró el Clío y tomó el sentido inverso, de vuelta hacia el Norte. Y los dos moritos quedaron allí, de pie junto a ese coche de relevo, que sí tenía dueño y debía ser devuelto.
Y ahora, hermano, ¿a dónde vamos?
¡Yo qué sé! Lo único que necesitaban estos tíos, de momento, era un coche. Y el par de planchas de “chocolate” que nos pidieron. Habrá que esperar a que nos llamen…
Tampoco era mal sitio para ello. El paisaje en torno resultaba increíble, digno de una película del Oeste. Los buitres planeaban sobre esos cañones rocosos, al fondo de los cuales se emplazaba un bonito pueblo ribereño. Una tierra perdida entre Santander, Bilbao y Burgos: el silencio hecho valle y sólo se divisaba, en medio de tanta soledad, a una pareja de caminantes que caminaba hacia ellos por la cuneta.
Parque Nacional de Doñana. Huelva, Andalucía.
Un eco de disparos ayudó al Embajador a orientarse, perdido en la infinita dehesa, y divisó a lo lejos el cortejo real. Un puesto de tiro bien oculto entre los árboles, cual observatorio militar avanzado.
Ahí está el Jefe.
Entre el elenco de pasatiempos de la élite, y en concreto los confesables, Su Majestad se deleitaba sobre todo en la caza. Sin duda el momento más oportuno para abordarle, en pleno ejercicio de relajación, siendo como era un jefe de carácter áspero. Y es que su proverbial campechanía se disipaba, en un momento, a la menor contrariedad, aunque fuera de eso resultaba bastante accesible y simpático. Sobre todo, con sus más leales y eficientes cortesanos, como el propio Jaume se consideraba. Su Cargo de Embajador en Marruecos, la Diplomacia más complicada para el Estado, demostraba de hecho la confianza y los apoyos de los que gozaba el mallorquín. Para empezar, en la Jefatura misma de dicho Estado, que le recibía ahora con la sonrisa y la escopeta puesta.
¡Hombre, Jaume, aquí estás! ¿Te habías perdido o qué?
El gigantón Monarca se adelantó, entre su cinegético acompañamiento, con el arma aún humeante por el reciente disparo. Y se fundió con su Embajador en un abrazo, como era costumbre, mientras un ayudante recargaba la escopeta de su Señor.
Estáis tan camuflados que es difícil encontrarle, Majestad. ¡Hacía tiempo que no daba tantas vueltas!
Pues que sepas que te estaba probando. ¡En lo que te tengo preparado no te me puedes despistar!
El mallorquín contuvo la respiración. Sabía o, mejor dicho, intuía que el Rey le iba a hacer un anuncio importante. Algo relacionado con su desempeño, o incluso su futuro profesional, cuando eran buenos amigos pero no se veían tanto. Y entonces, por algo le habría hecho llamar, cuando Su Majestad no solía separar estas dos circunstancias: lo personal y lo estatal, siempre cargado con la nación entera a las espaldas. Y en un gesto que su cortejo comprendió, sin mediar más palabras, sus acompañantes rompieron filas y les dejaron a solas en el puesto, aunque no sin cederle a él otra arma.
Prepárate, Jaume: nos van a soltar una piara entera y quiero ver qué tal andas de puntería. ¡Supongo que habrás practicado lo tuyo con las marroquíes, eh, cabrón!
El Embajador rió. Si algo tenía de bueno ir a cazar con el Rey era esto, que uno no se iba con las manos vacías: sus cortesanos de turno se ocuparían de ponerle por delante cuantas presas fuera menester, delante de las narices, para que pudiera descargar a gusto y sin pérdida de tiempo. Una cortesana efectividad que no se limitaba a la caza, como todo el mundo sabía, sino que se extendía a otras facetas más clandestinas.
¿Qué tal mi amigo el Sultán?
Sin novedad en el Alcázar[3], mi General. Los moros están a lo suyo, como siempre: farrucos, pero tranquilos, en el fondo, por la cuenta que les tiene. ¡Otra cosa es que nos confiemos, claro, y nos hagan alguna jugarreta cualquier día! Porque el problema, como siempre, viene del otro lado de los Pirineos: Francia sigue instigando a nuestros amigos marroquíes a presionar con Ceuta, Melilla y demás reclamaciones. Y ya sabe usted que Alday no les pasa ni una, empezando por los franceses…
El Rey asintió, a su lado, sentados los dos en sillas de campaña. Con el arma en la mano y la visera, enfundado en su ropa de camuflaje, Su Majestad oteaba la llanura.
Majestad: ya hemos soltado, se oyó por la radio. Y el Embajador imitó a su Señor al ponerse en pie, él también, dispuestos a abatir cuantos jabalíes se pusieran a tiro.
Llevas mucho tiempo en la Frontera, Jaume, y creo que estás preparado para llevar el Mando directo de las tropas. ¿Estás listo para ser General?
Por un momento, el Diplomático malloquín se quedó sin palabras. ¿A qué se refería el Jefe? El Embajador no pertenecía al Estamento Militar y por tanto no podía ser General, de ninguna manera, luego tal ofrecimiento sólo podía significar una cosa.
Estoy preparado para servir a España y a mi Rey, respondió, en diplomática pero sincera contestación. Y sin soltar por supuesto el arma, ni dejar de apuntarla al infinito. Jaume ya adivinaba que tal Cargo tenía que referirse, por narices, a una Institución a la que ya estaba muy ligado de por sí.
¿Tienes alguna idea de a qué me refiero? ¡Piensa que te estoy sometiendo a examen!
¡Pues sí, hombre, alguna sospecha tengo! Porque si he de ser General sin haber pasado por la Academia, como usted o mi buen padre… Ni entrar a un Gobierno a cuyo partido no pertenezco… Las opciones no son tantas.
El Rey no contestó a eso, sino que se puso en guardia. Arma en ristre, apuntó en la lejanía a unas figuras veloces que cruzaron en tromba la dehesa. Sombras fugaces que atravesaban esa llanura desarbolada, frente a la cual se emboscaban ellos, y que sirvieron de objetivo para sus disparos. Y acababan de descargar las armas cuando otras figuras, sin que el Embajador pudiera advertirlas, surgieron a su espalda con otras escopetas: fieles escuderos de su Señor, con las armas ya cargadas, para que pudieran continuar sin pausa la matanza.
¡Rápido, Jaume, que se nos van, clamó el Rey, al efectuar otra descarga sobre sus presas! Unos jabalíes que de momento habían salido bien librados, pues sortearon todos sus disparos y se perdieron tras un monte cercano. El tiro al pato había fracasado, se diría, pero entonces se escucharon ladridos: un clamor de rehalas rugientes que espantaron a los jabalíes, de nuevo, hacia el mismo flanco por el que acababan de llegar. De nuevo al retortero de las escopetas reales que les apuntaban, ocultas en la floresta, y esta vez no dispuestas a fallar.
¡Ahí vuelven! ¡Apunta, Jaume, que esta vez sí!
Por su parte, el Embajador no lo tenía tan claro. Y es que junto a los jabalíes, pisándoles los talones y hasta revueltos con ellos, venían a la carrera los perros de las rehalas. Disparar en esas condiciones significaría, incluso para el tirador más avezado, incurrir en el riesgo de herirlos sin querer, pero vio que el Rey disparaba y él no podía ser menos.
¡Bingo, exclamó el Monarca, cuando al fin vieron caer a un jabalí! ¡Iguálame eso, Jaume, que ese guarro es mío!
El Embajador no contestó, inmerso como estaba en su duelo personal con los marranos. Hubiera jurado que esa presa abatida era suya, pero no iba a disputársela a su Señor y aún quedaban muchos otros objetivos. ¡Cómo se dolió al ver retorcerse a un can, en el matorral, herido sin duda por los disparos! Y no fue el único. Tal granizada de tiros tenía por fuerza que encontrar destinatarios y otros dos jabalíes rodaron, entre la polvareda de tantos disparos y patas.
¡Magnífico! Creo que esto es un buen augurio, dijo el Rey, que no parecía afectado por el perro herido. Una víctima colateral que se retorcía entre los matojos, junto al también agonizante jabalí. Unidos ambos por un mismo y fatal destino, pero en el caso del marrano no iba a durar mucho más. Remátalo tú, anda. Para eso eres el invitado.
Como buen mandado que era, antes que invitado, el Embajador apuntó su escopeta y acabó de una vez con el jabalí. A su lado, sin embargo, la agonía del can proseguía en espera de ser examinado, pero la cosa no tenía buena pinta.
La herida no es de muerte, dijo el rehalero real, pero el pobre ya no sirve.
Entonces no tiene sentido alargar lo inevitable, respondió el Rey, que le remató con un disparo de gracia. Un momento dramático que sirvió al Monarca, sin embargo, para extraer una oportuna moraleja.
Algunos deben caer para que se puedan conseguir las cosas, es ley de vida. No se puede comer pollo sin matar a la gallina.
El perro quedó inmóvil, tras su corta pero intensa agonía, y el mallorquín le dirigió una última mirada de lástima. Rematarlo hubiera sido un gesto caritativo si no fuera porque su herida tendría arreglo, pero es que no iba a servir más para la caza y se le había declarado inútil. Lo había dado todo por servir a su amo y éste se lo agradecía así, al cabo, de esa manera cruel. Tampoco iba a derramar ninguna lágrima. Una vez cumplida su misión, toda vez que estaba quemado, el Jefe lo dejaba atrás como una colilla que arrojas sin más. Sin mirar ni a dónde cae. Pero sus reflexiones quedaron interrumpidas cuando el Monarca le tomó por el brazo y le alejó un tanto de los demás, con gesto natural: el momento había llegado.
Ya sabes que no me gusta andarme por las ramas, Jaume, así que seré directo. Hasta ahora has colaborado con el CNI desde tu Embajada, tan difícil, y el resultado ha sido muy bueno y es justo que asumas más Responsabilidad. Y entonces, quiero pedirte que seas el Director del CNI. Es un Puesto demasiado importante como para dejarlo en manos de cualquiera y me niego en redondo a autorizar a candidatos de otros. Por lo tanto, quiero que seas tú. ¿Aceptas?
Por supuesto. Es un honor, Majestad, y en cualquier caso estoy siempre a sus órdenes.
¿Habéis oído? Esto sí es un servidor del Estado y un español como Dios manda, clamó el Monarca, al volverse al resto de la comitiva. ¡Siempre dispuesto a servir a su Rey, no como tantos rebeldes!
Sus acompañantes sonrieron, sin saber de qué asuntos trataban. Había entre ellos amigos íntimos del Rey, miembros de su escolta y hasta meros ayudantes cinegéticos, ocupados todos en recopilar los frutos de la jornada. Perros y jabalíes fueron subidos en las rancheras y todos juntos abandonaron el campo, con el Embajador haciendo de real chófer. Tras su periodo de servicio en Marruecos, la Embajada más estratégica para España, había llegado al máximo de esa Carrera Diplomática. Y ahora una nueva aventura empezaba, sin duda mucho más interesante, cuando ya no iba a ser otro mandado del CNI sino su jefe: el Cargo más importante para la Seguridad Nacional al que se podía llegar, claro estaba, sin ser miembro del Gobierno.
Como Director del CNI, tu deber será informar al Gobierno y a mi Casa, como hacías hasta ahora en como Embajador, pero es importante que recuerdes siempre la prioridad: el Jefe del Estado soy yo y a mí me debes el Puesto. No te olvides.
Por supuesto, Majestad.
La ranchera que conducía el mallorquín, con el Rey de copiloto, recorría esas sendas como parte de un convoy mayor. A un extremo y a otro del mismo, incluso desde el cielo, la seguridad personal del Monarca no abandonaba a su principal.
Como ya sabrás, estamos embarcados en una serie de operaciones a Muy Alto Nivel. Una Guerra pura y dura en la que estoy metido hasta el cuello, como es lógico, por lo que es muy importante contar con gente de fiar. Por eso te he elegido.
Y yo se lo agradezco, Majestad. De verdad que sí.
Los enemigos de uno no sólo están fuera de casa, Jaume. Y justo los que te deberían ser más leales son los que más quieren joderte, muchas veces, y estoy cansado de aguantar a desagradecidos y rebeldes. En mi tarea uno debe ser radical si no quiere que le crezcan los enanos, ¿entiendes? Y entonces, llega un punto en que no distingues matices: o se está conmigo o se está contra mí. Porque ya lo decía Jesús: “no sólo el que diga `Señor, Señor´, se salvará”. Sobre todo, si se dedican a darme puñaladas por la espalda.
Yo estoy con usted, Majestad. Sin lugar a dudas.
Lo sé, respondió el Rey, sentado junto a él mientras el todoterreno seguía su avance, casi campo a través. ¡Uno se daba cuenta de lo grande que era España en esas soledades, unas planicies inabarcables que se perdían en el horizonte! Las últimas luces del día herían las tinieblas del campo, que se agrandaban a la sombra de las arboledas. Ésas que no darían ya abrigo a toda una piara de jabalíes, sacrificada para divertimento del cortejo real. Alcornoques y castaños que no se cuadraban, al paso del Rey de las Españas, como si hubieran visto pasar a muchos jerarcas en sus largas vidas.
Los de Alday están cogiendo mucho impulso, Jaume. Es indudable que van a arrasar en las próximas Elecciones, y es de esperar que copen todas las Instituciones, como ya pasó con González, pero no voy a permitir que tengan el control absoluto de todo. No del CNI, para empezar. Y tú vas a ser mi gran paladín en esta lucha, ¿comprendes? Algo así como mi Cid.
¿Un buen vasallo para tan mal Señor? ¿A eso se refiere?
El Monarca se volvió hacia él en silencio, en pleno proceso de pillar el chiste, antes de estallar en una campechana carcajada.
¡Anda, Jaume, no seas cabrón! Si fuera tan malo como dicen, y con tanto hijo de puta suelto, no hubiera durado estos veinticinco años en el Cargo. ¡Y lo que te rondaré, morena! Porque pienso superar al Caudillo, si Dios me da salud, y tú estarás a mi derecha.
Por supuesto, Majestad. Como siempre.
No mucho después llegaron al lugar de reunión, el típico complejo de caza en el que ya una multitud se había congregado. Allí pasarían la noche, también, como continuación de esa provechosa jornada. Los jabalíes les esperaban ya en el suelo, alineados para la foto de rigor, incluso con linces amaestrados que tenían por allí de mascotas, pero el ya Director tenía puesta su cabeza en su próximo desafío. Un carrerón de servicio al Estado que había llegado a su tope, cuando era casi imposible ascender más que eso en España, pero era para Occidente como tal que trabajaba: un cortijo mundial mucho más grande, al cabo, que las meras provincias ibéricas. Un Imperio Internacional que gobernaban, manu militari, Servicios de Inteligencia como el CNI que iba a dirigir en adelante. El auténtico cerebro de la Seguridad Nacional, que los de Alday habían remodelado, pero que seguía al fin en las Bribónicas manos del verdadero muñidor del Régimen: Juan Mario I el Campechano. Un Jerarca que no toleraba rivalidades y menos en su coto real, que era sobre todo la Derecha española, de la cual había surgido al fin un Líder carismático: Julián María Alday López. Y el Rey le odiaba a muerte por ello.
Pero el tipo ha sobrevivido para llegar, pensó el Embajador, que tenía siempre presente aquel escandaloso Atentado. Una Operación del CNI que falló, hacía cinco años, con el consiguiente refuerzo del objetivo: ése al que ahora llamaban Presidente y que no gozaba, precisamente, de las reales simpatías del verdadero Jefe de todos.
No me fío de él, le confesó el Rey, en otro aparte por el entorno de esa finca. Y no pienso dejarle hacer y deshacer y pasar por encima de mí, incluso, cuando le salga de los cojones. A “Bigotitos” se le está subiendo el éxito a la cabeza, Jaume, pero aquí el Jefe de Estado soy yo. Y quiero que le tengas controlado.
El hasta entonces Embajador asintió, buen conocedor de ese divorcio soterrado. El Régimen salido de la Transición era reciente aún y no todos los límites estaban definidos, por ejemplo, en lo que atañía a la Jefatura y el Gobierno del Estado. Y uno de los principales desencuentros entre el Presidente de turno y el Monarca había sido, en concreto, el pago de unas nóminas secretas, que el CNI había asumido sin problema hasta la fecha: los sobornos que con cargo a los fondos reservados se destinaban a comprar silencios, de amantes reales y de otros testigos incómodos, y que resultaban en cuantiosas sumas por ser un Rey tan cachondo. Pero apenas llegado al Poder, hacía cuatro años, el austero Alday se había negado a consentir que tales pagos salieran más de las arcas públicas: un desplante que había dolido al Bribón, sobre todo, porque resultaba en detrimento de su fortuna personal.
¡La gran comparación entre ambos se establecía en su doble intento de asesinato, cinco años atrás! Una tentativa muy real en el caso de Alday, que se salvó por auténtica intervención divina, mientras que a Campechano nunca nadie intentó matarle.
El problema es el de siempre, Jaume: al principio todo son sonrisas y muy bien, Su Majestad, pero llega un punto en que todos los presidentes se olvidan de que me lo deben todo a mí. ¿Entiendes? Y entonces, quieren marginarme de la toma de decisiones y hasta darme alguna patadita, pero no se lo voy a consentir. ¡Si conseguí deshacerme de Suárez y llegar a entenderme con González, en los años jodidos, este capillitas no va a venir a marcarme ahora el paso! Y tú serás mi hombre de confianza en ese Gobierno porque, además, se avecinan importantes acontecimientos. A Nivel Internacional, incluso.
Sí, lo sé. Pero estaremos preparados.
Desde luego, respondió el Monarca, que palmeó con cordialidad la rodilla de su querido escudero. Y ahora, si no te parece mal, creo que es momento de pasar a otro tipo de cacería. ¿No te parece? Y ya ves cómo pinta el harén real, luego dime la que te gusta y te la subes al cuarto. Sin más preámbulos. ¡Tampoco se pueden a quejar, digo yo! Eres de los tíos más elegantes y chulos del Reino, Jaume, y créeme que ellas se han dado cuenta. Las conozco bien.
Gracias, Majestad.
El Rey apuró su copa mientras el hasta entonces Embajador dirigía, con disimulo, una enésima mirada a las mesas contiguas. Allí las bellas amigas de su Jefe alternaban con otros cortesanos y, pese a encontrarse en una finca campestre, habían traído sus vestiditos para la ocasión. Siempre dispuestas a estar encantadoras para su Señor, pero también para conquistar a los posibles amigos de éste. ¿Por qué no a él mismo, que para eso se ganaba el favor real con su importante trabajo? Había que reconocer que el Jefe tenía buen gusto para divertirse y resultaba dadivoso, con sus más fieles, a la hora de compartir con ellos tales prebendas.
Después de todo, pensó el mallorquín, ¿qué mejor manera de celebrar un ascenso? ¡No le puedo hacer ese feo a Su Majestad!
Juan Mario I, “el Campechano” (izquierda y abajo). Un Jerarca que no toleraba rivalidades y menos en su coto real, que era sobre todo la Derecha española, de la cual había surgido al fin un Líder carismático: Julián María Alday López (a la derecha). Y el Rey le odiaba a muerte por ello.
San Pedro de Escalada. Puerto de El Escudo, Burgos.
Mowgli vació otra lata de cerveza y la arrojó a la cuneta. Oscurecía ya sobre el hermoso paisaje que tenían enfrente, por todas partes, con esos barrancos y cañones que les rodeaban. En cierta manera recordaba a su Marruecos de origen, sobre todo, por lo seco de la vegetación.
Hay que volver por aquí, Jabir, pero con la familia. Hacer una barbacoa, por ejemplo. ¡A ver si nos dicen ya algo del coche, estos capullos de la ETA, porque si no salimos pa Madrid y allí se lo dejo!
Los dos magrebíes empezaban a impacientarse. Mowgli llevaba demasiado tiempo sin ver a la familia, en especial a su hijo, pero el trabajo de confidente no conoce horarios. Y en espera de esa llamada, entregada ya su mercancía, no desconfiaron de esa pareja que paseaba por la cuneta. ¡La sorpresa fue mayúscula cuando sacaron las armas, al pasar junto a ellos, y sin mediar palabra les encañonaron! En un abrir y cerrar de ojos les desarmaron y les obligaron a entrar en el coche, donde fueron engrilletados a conciencia. Por un momento, a Mowgli le pareció que se trataba de policías, pero muy pronto descubrió que no: esos profesionales hablaban en dialecto entre ellos, y uno que había aprendido a reconocer. ¡Maniatados en el asiento de atrás, a merced de esos asaltantes, los dos hermanos se miraron con terror! Y mientras la chica quedaba de guardia, fuera del coche, el otro se sentó ante ellos en la cabina: sin dejar de apuntarles con su pistola, no se inmutó cuando un tercer tipo se introdujo en el habitáculo. Un hombre encapuchado, al contrario que sus compañeros, que dejó que el otro tomara la iniciativa.
Bueno, amigo: ahora toca hablar en serio, advirtió, mientras acercaba su pistola al rostro de Mowgli. Quiero que me digas, exactamente, para quién coño trabajas.
Las primeras vaguedades del marroquí, que se resistía a confesar su verdadera identidad, no debieron convencer a esos dos. Y la pistola de su interrogador se situó todavía más cerca de su boca, como signo evidente de su impaciencia.
¡Somos de ETA y hemos venido a ejecutarte, cabrón! Porque sabemos que eres un “chacurra” de mierda, tú y toda tu pandilla de marroquíes… ¿A quién queríais engañar?
¡¡Te aseguro que no!! ¡¡Sólo somos traficantes!! ¿¿Vale?? ¡¡Y ladrones de coches, también, pero no policías!! ¡¡Si vengo de la cárcel, acabo de salir…!! ¡¡Y conozco a Jon, joder, y a Joseba!!
Los dos marroquíes temblaban, en esa hora suprema, y Mowgli advirtió que su hermano incluso lloraba. Un intenso olor a meada llenó el habitáculo y el infiltrado deseó, con todas sus fuerzas, que no fuera suya. ¡Una autopsia digna es lo último que se pierde!
No te creo. ¡Sé que andas con ese tal “Carlos”, un hijo de puta de Información! Viene mucho por mi barrio, ¿vale? Y te he visto con él, así que no trates de negarlo. ¡¡Trabajáis juntos, maricón, dime la verdad!!
Para animarles a ser sinceros, con notoria impaciencia, el encapuchado empezó a golpearles. El coche se movió por la fuerza de los puñetazos, y ya habían recibido varios cuando su hermano empezó a cantar. Y admitió lo de Carlos, entre sollozos, con tal que cesara ese tormento. Más que por los golpes, que ya era bastante, derrumbado al ver la muerte tan de cerca.
Estoy decepcionado, afirmó el de la capucha, que habló así por primera vez. Y su voz no le resultó tan desconocida a Mowgli, aunque su incertidumbre no iba a durar mucho más: sin más tardanza, en medio de una risotada, se despojó de su embozo para mostrarle un rostro familiar.
¡”Carlos”!
¡El mismo que viste y calza! Estábamos siguiendo al etarra ése, el tal Jon, y al verte aparecer decidí probarte. No has estado tan mal, afirmó, mientras sacaba un abultado sobre del anorak. Aquí hay dinero, ¿vale? Lo suficiente para que vayas tirando, pero no te acomodes: voy a necesitar muchos más coches y pronto, ¿estamos? No sólo los etarras precisan de material, así que manos a la obra. Y dile a tu hermano que eche esos pantalones a lavar. ¡Agur!
Los dos policías abandonaron el coche y lo último que oyeron fue su carcajada, poco antes de verles pasar en dos rápidos coches. Los dos hermanos se habían quedado ahí clavados, como dos idiotas, acostumbrados como estaban a atemorizar a todo el mundo.
¡Sal del coche, cabrón, que hueles a mierda que flipas! ¿Te has cagado o qué?
Una llamada que esperaban entró, en ese momento, y Mowgli descolgó. Sin resuello aún, por el susto, y empapado en frío sudor. Era Egoit.
¡Aúpa, “Mowgli”! ¡Muy bueno el Clío éste, pues, no veas cómo tira! A ver, que dicen los colegas que lleves nuestro carro al primer pueblo que encuentres, que sea ya por Vizcaya, y mandamos a alguien a buscarlo. Dejas las llaves debajo y listo, ¿vale?
Na, deja, que entonces no tengo cómo volver. Iré a Bilbao, si les viene mejor, y allí mismo me llevo otro coche puesto. Y diles que, si pueden pagarme hoy mismo, que mejor, porque acabo de salir del trullo, añadió, mientras guardaba en su chaqueta el abultado sobre de Carlos.
“Carlos” nunca disponía de personal suficiente en las calles, los ojos y oídos de la Policía Nacional. Como pez gordo en la Comisaría General de Información, cerebro orgánico del Cuerpo de Policía, conocía bien la elevada rotación laboral de los confidentes. (A la izquierda, “Mowgli” o “el Chino”, y a la derecha, Jon)
2. No tengo nada que devolver.
Palacio de La Moncloa, Madrid.
Los marroquíes… Siempre los marroquíes.
Es lo que hay en todas partes, Presidente: ¿con quién va uno a tener problemas si no es con los vecinos?
Ya, pero a veces pienso que el Estrecho podría ser más ancho, bromeó. Y también los Pirineos, por supuesto. ¡Viviríamos más tranquilos!
El Consejo de Ministros rió, en pleno, la gracia de su jefe. Un Presidente que recordaba a Franco y no sólo por su apariencia física, bajito y bigotudo, sino porque ese cuerpo reducido guardaba una tozuda determinación. Nadie le había regalado nada y el primero en reconocerlo, y admirarlo, era el nuevo Director del CNI a su servicio. Invitado estrella a esa reunión, el hombre más informado del país resultaba sin embargo un outsider: el único de los presentes que no tenía carné de partido, aupado hasta allí por el Jefe de Estado en persona. Una naturaleza apolítica que le había valido el Cargo, de la mano del Rey, como el primer civil jamás al Mando del CNI.
¡Qué le voy a contar, Presidente! Su abuelo fue Embajador en Marruecos muchos años antes que yo, recordó el Director,que acabo de dejar ese estratégico Cargo. Un guiño de complicidad que hizo sonreír a Alday, orgulloso como estaba de la trayectoria política de su familia. Y como les decía, señores, sobre nuestras relaciones diplomáticas con nuestros vecinos… No hace falta remarcar que estamos en un momento delicado, en lo que respecta a Francia y Marruecos.
Lo tengo asumido. Y, sin embargo, si queremos hacer algo grande, no hay otra: tenemos que pisar algunos callos… ¡Chirac y Mohammed van en un mismo pack, eso todos lo sabemos, pero yo no estoy dispuesto a que nos hagan la pinza! Ni mucho menos voy a seguir pactando con estos jenízaros del PNV y CiU para gobernar, si puedo evitarlo, así que si las encuestas nos dan la razón va a ser el momento de ajustarles las cuentas a todos. ¡Ya está bien de tener a España en un puño, dentro y fuera de sus Fronteras! Ese rollo se les va a acabar…
Esperemos que sí. Después de todo, si hemos salido indemnes del “efecto 2000[4]”, creo que también sobreviviremos a esto…
El chiste del Director tuvo éxito. El clima en general era distendido, en ausencia de grandes dificultades para la nación. La Economía iba como un tiro, la gente podía pagar con desahogo su hipoteca y no había amenazas graves a la vista, aunque las reuniones del Gobierno contaban a menudo con la presencia del CNI. Porque todo Ejecutivo necesita de la mejor Inteligencia a su alcance, y no sólo frente a potenciales amenazas exteriores: también y sobre todo es preciso conocer, antes de nada, los movimientos de los enemigos internos del país. Y en España pintaban mucho los sectores separatistas, minoritarios a nivel nacional pero decisivos en el siempre inestable juego político.
Presidente: acerca de los partidos nacionalistas, catalanes y vascos, le he manifestado muchas veces nuestra opinión como Servicio de Inteligencia. Estos cuatro años hemos retrocedido mucho, en este sentido, debido a que ustedes necesitaban de ese apoyo para gobernar… Y todos reconocemos que se les han hecho demasiadas concesiones, como se jactan los propios señores del PNV: “le hemos sacado más a Alday, en estos cuatro años, que a Felipe González en trece”.
No teníamos más remedio, Director, eso ya lo sabe: era ceder o dejar que nos retirasen su apoyo, dijo Delano. Un lugarteniente de Alday que había dejado de lado sus funciones ministeriales para ocuparse, con todo vigor, de esa nueva Campaña Electoral. Las Elecciones del 96 no nos dieron una mayoría clara, una situación que si Dios quiere está a punto de terminar.
Y yo lo espero de corazón, es lo que quería decirle: que gane quien gane estas Elecciones, ustedes o el PSOE, lo haga con una mayoría suficiente como para no depender de estos señores. España necesita estabilidad como país, pero los asuntos políticos se salen de las competencias del Centro de Inteligencia. La amenaza exterior a España es lo que más me preocupa, en todo momento. Y ni la Generalidad ni el Gobierno Vasco disponen de tanques, pero Rabat sí puede hacernos alguna jugarreta importante, en sitios concretos, luego ésta es para mí la prioridad.
La prioridad es todo, respondió el Presidente. La prioridad es que no nos jodan más. Ninguno de esos maleantes.
Todos los presentes rieron y Alday se acomodó en su sillón. Ése por el que tanto había luchado, durante años, en durísima pugna contra Felipe González y otros. Algunos de ellos, rivales menores, aunque más próximos, por ser de su propio partido… Y en especial uno, del tamaño ciclópeo de Mario Conde, claro está, en sus pasados días de gloria.
Por supuesto que todos los riesgos son importantes, Presidente, pero estará conmigo en que no es lo mismo el Sultán que la Generalidad…
Pues mire usted, ¿qué quiere que le diga? Yo no veo esa diferencia que usted me hace: separatistas, Francia y Marruecos constituyen el Eje del Mal para este país. Y yo los veo como un todo, porque nunca debemos minusvalorar que el peor enemigo es el que tiene uno en su casa. España ha de combatir todas esas amenazas, una por una y empezando por casa. Ésa es nuestra Misión y no tenemos otra, señores. No hay enemigo pequeño.
El Director del CNI no pudo contener una sonrisa franca: la cabezonería de Alday tenía una gran ventaja, como era que uno siempre sabía a qué atenerse con él. Podría gustar más o menos, pero no era determinación ni patriotismo lo que le faltaba. Y sobre todo, cosa rara en un Político, estaba siempre dispuesto a mantenerse fiel a lo que decía, cuando además era lo mismo que pensaba.
Ya ha oído la respuesta, para el bueno de Mohamed y sus amigos, dijo el Ministro de Defensa: “lo que hacemos en la vida tiene su eco en la Eternidad[5]”.
Todos rieron la ocurrencia, pero el Director del CNI estaba preocupado de verdad.
Los marroquíes son árabes, Presidente: adictos al regateo. Nadie está diciendo que usted y Mohamed tengan que ser los mejores amigos, pero me piden mi opinión y yo se la doy. Mantener la fiesta en paz, aunque sea difícil, es todo lo que buscamos con nuestros vecinos y en particular con Marruecos.
Mapa de las amenazas principales para el Estado Español.
El Presidente negó con la cabeza, en sutil pero decidido movimiento.
¿Cómo puede uno llevarse bien con quien está todo el tiempo perdonándonos la vida? Todo lo que toca a nuestra relación es un motivo para sacarnos tajada y si no, amenaza… Y si no, rompo la cuerda por aquí… Y si no, rompo por allá… ¡Es un chantaje permanente!
Felipe lo que hacía era decirles que sí a todo, reírles un poco la gracia y ya está: ¡luego hacía lo que él quería, pero de momento les dejaba contentos! Lo que se llama tener cadera…
Alday se encogió de hombros: no quería imitar al expresidente en casi nada, tenía su propio estilo y le funcionaba. A decir verdad, y ahí estaban los datos, mucho mejor que a su simpático antecesor en el Cargo.
Es cierto que carezco de esa habilidad de beduino o de cadera, como lo usted lo llama, pero no me importa. Yo no sé lo que es tener cadera: sé lo que es conocer las normas del juego y cumplirlas. Felipe y yo somos muy distintos, pero al cabo es siempre la misma situación: ¿para qué andarnos por cerros de Úbeda? Detrás del Sultán está Francia y su postura paternalista hacia Marruecos. Históricamente sólo nos han respaldado, en el Estrecho, cuando les ha interesado. ¡Y a partir de ahí, todas las patadas del mundo para echarnos de su parcela! Para tenernos en vilo a todas horas …
El Director se encogió de hombros, campechano como el Rey que le patrocinaba. Un carácter que le había facilitado su imparable ascenso, hacia esas Alturas del Poder, y al igual que al Presidente no se lo habían puesto en bandeja. Pese a provenir de un buen pedigrí estatal, el mallorquín Director se había ganado los galones, y entre otros cargos en la Embajada más complicada para España: la de Marruecos.
Es el juego de la Diplomacia, Presidente: Jruchev decía que cuando quería estrujarle los huevos a EE.UU usaba Berlín. ¡Chirac sabe que contra nosotros tiene Ceuta, Melilla y las Canarias! Y lo usará siempre que salga algún tema a negociar.
Que haga lo que quiera, me da igual: ya le dije al señor Chirac lo que pensaba de sus amenazas. Y antes que a él, a Hassan y a Mohammed. ¡Si todavía piensan que me voy a arrugar es que no me conocen! Y espero que quien venga detrás, sea quien sea, mantenga esta postura de no ceder ante todos. Que cedan los demás, para variar, pero no España.
Este último comentario tenía un claro destinatario: Rodolfo Delano se perfilaba como el probable futuro Presidente, claro estaba, si nada se torcía en esa imparable Era Política. Y es que no todo había sido un camino de rosas. Muchos presentes en esa mesa, pero de modo especial Alday, habían visto de cerca los tiros y las bombas. Y habían asistido a demasiados velatorios como para no apreciar lo que muchos conocían, sin conocerlo, como el precio del Poder. Y no sólo antes de ganar La Moncloa. Hacía escasas semanas que asistieron en pleno al entierro, en Bilbao, del simpático Líder del Partido Socialista Vasco: Fernando Buesa[6] murió en la Universidad donde trabajaba, como su escolta, al pasar junto a un coche-bomba. Porque la Guerra persistía donde siempre, con Vascongadas como epicentro del Frente Interior, pero los mayores desafíos vienen siempre de afuera. Y como nuevo Presidente, Alday había sido sometido a prueba, por parte de sus nunca amistosos vecinos. De hecho, no hacía mucho que el Presidente de Francia, cansado de ver que su presión contra España no funcionaba, le había espetado una advertencia más directa:
Vais a tener que empezar a devolverlo todo.
Ante esta clara amenaza, que se refería por supuesto a las plazas de España en África, Alday no se arrugó:
No tengo nada que devolver.
¡Tenía gracia que lo dijera el Presidente de Francia, una Potencia que conservaba auténticas colonias por todo el Mundo! Pero este juego de la Diplomacia, como bien decía el Director del CNI, tiene poco que ver con ningún Derecho Internacional. Tiene que ver con la Fuerza, tal y como dejó dicho Pascal:
La Fuerza sin Justicia es tiránica y la Justicia, sin Fuerza que la respalde, ridícula. Una máxima que el Presidente aplicaba, por su parte, también al pie de la letra.
¡Si Francia quiere seguir usando a Marruecos para presionarnos, allá ellos! Nosotros tenemos el apoyo de la gente del Sáhara y de Argelia, además de un Ejército mucho mejor que el suyo… Por lo tanto, no voy a ceder cuando la sartén por el mango la tiene España. ¡Si Mohamed quiere Guerra, que lo diga, que ya veremos quién gana!
Alday (en el centro) se acomodó en su sillón. Ése por el que tanto había luchado, durante años, en durísima pugna contra Felipe González (a la izquierda) y otros. Algunos de ellos, rivales menores, aunque más próximos, por ser de su propio partido… Y en especial uno, del tamaño ciclópeo de Mario Conde (a la derecha), claro está, en sus pasados días de gloria.
- No es más que un registro.
13 de marzo de 2000[7]. Calle Tribulete, Centro de Madrid.
Ese lunes de primavera no resultaba tan especial, pero Jamal Zougam ignoraba que su vida ya había cambiado para siempre. Lo último que escuchó en la radio antes de apagarla, y cerrar la persiana de su negocio, fue de nuevo esa gran noticia:
El Centro-Derecha ha logrado, en las Elecciones de ayer, su mejor resultado histórico: el PP ha obtenido 183 escaños, 27 más que en 1996. Su Líder, Julián María Alday, continuará al frente del Gobierno con absoluta comodidad, sin necesidad de ser apoyado por los partidos nacionalistas. El Coordinador de Campaña del PP, Rodolfo Delano, anunciaba con satisfacción la «amplia victoria». Por el contrario, el Presidente de la Generalidad de Cataluña, Jordi Pujol, se lamentaba anoche de su pérdida de influencia en Madrid: «es evidente que ya no somos decisivos para formar Gobierno». A las afueras de la Sede del PP de Génova, en Madrid, una multitud de militantes celebraba su victoria con este grito: “Pujol, enano, habla castellano”.
Este último comentario hizo sonreír a Jamal. Como inmigrante que era, vivía bastante ajeno a los avatares políticos de un país que no era el suyo de nacimiento. ¿Qué le importaba a él la victoria de Alday, el lacayo de Bush y los sionistas? A sus ojos, todos los partidos eran iguales. Porque el PSOE no dejaba de ser como el Sultán de Marruecos, defensores de los árabes sólo de boquilla: a la hora de la verdad, se postraban como eunucos ante Israel y la Banca Internacional.
Mapa político (partidista) de España, tras las Elecciones Generales de 2000.
En verde y amarillo, las provincias controladas directamente por los partidos separatistas (vascos y catalanes, respectivamente). En rojo, las que controlaba el PSOE, en alianza con tales partidos, tal y como sucedía en el caso concreto del Ayuntamiento de San Sebastián. Y en azul, las provincias que controlaba el PP. Como se puede observar, la victoria del Partido Popular en 2000 fue arrolladora. Lejos quedaba la “victoria amarga” de cuatro años antes, en las Elecciones del 96, cuando tuvieron que pactar con los partidos más separatistas para poder gobernar, al igual que el PSOE antes que ellos.
Jamal Zougam era un tipo de evidentes rasgos magrebíes, con los labios carnosos y el pelo ensortijado. Pasaba por otro inmigrante entre tantos, en el barrio de Lavapiés, y nadie dudaría de su exitosa integración en la Sociedad: los negocios le iban bien y la familia ahorraba lo que podía, compartiendo el comerciante un humilde piso con su madre y hermanos. La tienda la tenía también compartida, con socios de su misma nacionalidad, siendo su hermanastro uno de ellos.
¡Socorro! ¡Mi bolso!
Jamal acababa de bajar la persiana de su negocio. Y apenas se dio la vuelta, para volverse hacia quien gritaba, dos chavales pasaron por sus flancos como dos rayos. Y sintió la tentación de perseguirles, por ser evidente la situación, pero todo ocurrió muy rápido y no se decidió a hacer nada. Sí a dirigirse hacia esa mujer, que yacía en el suelo tras el violento tirón que acababa de sufrir. Pero al ir a levantarla, como buen samaritano, sintió el rechazo inmediato de ella. Como si él mismo fuera otro ladrón.
¡¡No me toques!! ¿¿Vale??
Señora, tranquila, que sólo quiero ayudarla.
Pues podrías haber parado a alguno de ésos, ¿no? Los cabrones que me han robado. ¡Pero, claro, entiendo que son paisanos tuyos!
Jamal entendió que estaba de más y siguió su camino, no sin disgusto por la comparación. Esos mismos rateros podían robarle a él, esa misma tarde, en su propia tienda de telefonía, pero era el drama diario en Lavapiés: unos tienen la fama y otros cardan la lana. Y un funesto pensamiento le asaltó, en ese momento, como si la culpa de esos dos maleantes pudiera recaer sobre sus espaldas. Que el karma le fuera a castigar por no haberlos perseguido o no haberlo intentado, al menos, tal y como esa señora le reprochaba, pero rechazó esa ocurrencia y siguió su camino hacia el bar: La Alhambra. Allí el tema del día sería por supuesto esas Elecciones, cuando también los inmigrantes dependían del devenir político.
Tal vez el PSOE nos hubiera dado más ayudas a los inmigrantes, pensaba Jamal. Más facilidades con el tema de los papeles, a lo mejor, pero no sé si creerlo… Lo bueno de que gane el PP, dicen muchos, es que la Economía ha mejorado desde que están ellos en el Gobierno. Y eso es lo único que queremos todos al final: trabajar. Lo que está claro es que en Marruecos sólo pueden hacerse ricos algunos, pero en Europa es distinto…
Jamal no tenía mucho tiempo para reflexiones políticas: su rutina era la de muchos inmigrantes, en dudosa situación legal y currando muchas horas para salir adelante. Su madre le había criado en España, junto a sus hermanos, con la esperanza de que tuvieran algo suyo y un porvenir. Y cuando llegaba a su casa, por fin, ya con la noche caída, lo único que quería era cenar algo y relajarse un poco, pero ese mediodía le esperaba una sorpresa. Apenas acababa de pedir la comida, su móvil vibró y vio que era su madre.
Jamal, ¿dónde estás?
En La Alhambra, comiendo. ¿Por qué?
Tienes que venir, hijo. Unos policías han entrado y están registrando la casa: me han dicho que tienes que estar…
¿¿Policías?? Pero… ¿¿Qué quieren?? ¡Ahora mismo voy para allá!
Extrañado ante esa súbita invasión de su domicilio, Jamal pagó la cuenta y marchó a su casa sin comer. ¿Qué buscaría la Policía en su casa? Allí sólo vivían su madre y sus hermanos, gente trabajadora como él que no se metían en líos. Por un momento pensó que su hermano pudiera haber hecho algo irregular a sus espaldas: trabajaba muchas horas y Jamal creía conocerle, pero, ¿qué otra cosa podía ser? A Jamal no se le ocurría qué podía estar mal y los policías, una vez llegó a su domicilio, tampoco soltaban prenda.
Tal y como puede leer en la orden, caballero, al que estamos investigando es a usted.
Sí, ya lo he visto, pero… ¿Se puede saber de qué se me acusa?
Eso se lo pregunta usted al Juez Garzón, que es el que ha firmado la orden.
Ahí sí se dio cuenta Jamal de que el tema iba en serio: no conocía mucho la Política de España, ni entendía demasiado los asuntos de un país más complejo que Marruecos, pero el nombre de Garzón sí le sonaba. ¿De qué diablos iría todo eso?
¿Qué pasa, Jamal, por qué está aquí la Policía?
La cara de su hermana, recién llegada ella también, era la viva expresión de las facciones y sorpresa de su madre.
No lo sé, Samira. Traen una orden contra mí, pero yo no entiendo nada de esto. Y según ellos no tienen por qué explicarme nada, dicen que son de la Policía Antiterrorista y que pueden buscar lo que quieran…
¿¿Antiterrorista?? Pero, ¿¿qué tienes tú que ver con eso??
Te digo que no lo sé, pero tiene que ser un error. No te preocupes.
Samira se volvió hacia su dormitorio, donde un encapuchado Policía registraba sin contemplaciones. Parecía un programa policiaco de la tele, pero el caso es que ahí les tenían.
No sé, hermano. Para ser un error hay un tipo en mi cuarto, buscando no sé qué entre mis bragas… ¡Y mira, tienen un perro ahí! ¿Seguro que es legal todo esto? ¿Por qué no llamas a un abogado?
Sí, eso iba a hacer, pero seguro que no es más que una comprobación… No es más que un registro, parece.
Jamal Zougam era un tipo de evidentes rasgos magrebíes, con los labios carnosos y el pelo ensortijado. Pasaba por otro inmigrante entre tantos, en el barrio de Lavapiés, y nadie dudaría de su exitosa integración en la Sociedad.
Monte Archanda. Bilbao, Vizcaya.
Aislar a los grupos activistas de sus apoyos de masa. Sembrar la división entre las fuerzas adversarias. Destruir sucesivamente los focos, una vez aislados.
Éste era su trabajo. Éste su manual, como agente de cloacas. Ya desde antes de la Transición, con el Plan Udaberri[8] de Carrero Blanco, Vascongadas se había convertido en la principal preocupación de las Fuerzas de Seguridad del Estado. Un Frente difuso, a caballo entre España y Francia, con una banda terrorista que gozaba de un amplio y decidido respaldo social. Más que como una mafia, se podía decir que ETA funcionaba como una verdadera secta: una vez que se entraba, a sus miembros les costaba horrores salir, pero eso no era lo peor del asunto. Desde sus románticos comienzos, la banda había sido manejada por Servicios de Inteligencia, que en primer lugar la emplearon cual ariete contra España. ¡No contra Franco, no, cuando empezaron la sangría de verdad tras su muerte! Y es que la OTAN como tal había controlado siempre su actividad, dirigida a debilitar la Seguridad del Estado y por tanto su Soberanía. Una cacería de policías y soldados, sobre todo, destinada a descastar esas Fuerzas de Seguridad para sustituirlas. Una matanza a la que Carlos había sobrevivido, sí, pero no muchos de sus compañeros.
Supongo que Bilbao bien vale una misa. Y varios funerales, reflexionó, mientras oteaba el Gran Bilbao desde su atalaya. Un mirador desde el cual divisaba ese paisaje urbano, corazón neurálgico de todo Vascongadas. De todo el Norte, en general. Un cielo plomizo cubría esos bloques grises, de barrios obreros, donde tantos inmigrados construyeron sus sueños. Vidas nuevas a base de esfuerzo, que regó el Nervión con su sudor, pero también con las lágrimas amargas del destierro. Del desarraigo del pueblo de origen, jamás olvidado. Las mismas viviendas que ahora ocupaban otros inmigrantes, éstos de lejanos países, y entre ellos los de más que extraviada moral. Como Mowgli. Un morito delincuente al que Carlos estaba introduciendo, casi a golpes, en el entramado periférico de los etarras. Primero con el hachís, por supuesto, pero había otra mercancía más interesante que quería colocarles. Y para esto necesitaba la ayuda importantísima de otro tipo de infiltrados: agentes autóctonos, del mundillo endogámico de ETA, que pudieran vender esa moto desde dentro.
Aquí está tu chico, oyó por la radio, y en efecto vio llegar a Jon por la cuneta. El poderoso Inspector, destacado miembro de la Unidad Anti-ETA, no se metía en Vascongadas sin su debida seguridad. Si alguno de sus chivatos decidiera venderle, y le tendían una emboscada, los implicados se iban a llevar una desagradable sorpresa: un coche de reacción le seguía siempre, a donde quiera que fuese, con una pareja de polis de élite en su interior. Dos agentes tan vascos como los propios etarras, para mejor camuflaje y comprensión del terreno. En plan de chanza, Carlos se refería a ellos como sus chapelgorris[9].
¡Egun on[10], Jon! Y enhorabuena por lo de Alday, ¿no? ¡Supongo que estarás contento!
Carlos se echó a reír y el guipuzcoano, apenas entrado en su coche, esbozó una sonrisa pueril. La mayoría absoluta del PP, a nivel nacional, había sido para el Inspector la noticia del siglo, pero claro que sentó fatal en el mundillo separatista.
¿Qué tal vais con el Clío?
Ahí andan con él, pues. Ya sabes que yo sólo lo traje, desde Burgos, y ahora se ocupan los del comando de aquí, explicó, aunque el Inspector ya conocía esa división del trabajo terrorista. Por lo que sé, pensaron en ponerle un petardo dentro, pero creo que lo quieren hacer de otra manera. Con unas mochilas, he oído decir, aunque ya sabes cómo funciona esto: cada comando va a su bola y yo soy para ellos como el chico de los recados. Me entero de lo justo.
No te creas. De esta manera te puedes empapar mejor, créeme, picando por aquí y por allá. ¿Les volviste a comentar lo de “Mowgli”? Lo de la dinamita asturiana.
Sí, pero no les acaba de convencer la idea. Me dijeron que antes de confiar en un moro para nada, o en sus amigos asturianos, que iríamos nosotros mismos a robar la dinamita a Francia. Eso es lo que piensan, afirmó, aunque debió advertir la mirada decepcionada de su controlador. Eso sí, también dijeron que como plan B, si no tenían más remedio, hasta se la podían llegar a jugar a esa carta…
Eso ya me gusta más.
Tenemos que colocarles nuestra dinamita, Jon: ése es el objetivo, ¿vale? Y además, ¿qué quieres que te diga? ¡Por descontado que es mejor que la vuestra!
Bueno, “Carlos”, ya sabes que lo estoy intentando, pero tampoco puedo cantearme mucho porque…
No hay peros que valgan. Esa palabra no aparece en mi diccionario de ninguna lengua, ¿eh? A mí me vale el verbo intentar: intentar, intentar, intentar… Así hasta que salga. ¿Entiendes? ¿Y sabes cuál es el verbo que más me gusta de todos? Vencer. ¿Cómo se dice en vuestro idioma?
Irabazi. Por eso en ETA se dice jota ke irabazi arte: dale duro hasta vencer.
Jon le sonrió de nuevo, con su cara granulada de jovenzuelo. No era ningún adolescente, aunque a Carlos se le antojaba muy inmaduro para su edad: el estereotipo que más abundaba en la cantera de ETA. Y en su propia cantera de confidentes.
Desde ahora será nuestro lema, ¿te parece? Buen trabajo, Jon. Ten por seguro que estás en el bando correcto. Ahora sí, le recordó, consciente de lo importantes que son los estímulos positivos. ¡Y olvídate de esa puta Guerra que se han inventado tus amiguitos, esos espabilados de la herriko[11]! Todos ellos van a acabar muy mal, te lo aseguro. Muy mal. Y recuerda siempre esto que te digo, que tengo más gente adentro y no me la podéis jugar. ¿Entiendes? Aquí sólo hay dos tipos de personas: los que están conmigo y los que están contra mí.
4. Si todo sale bien, te dejo que me la metas por donde quieras.
8 de agosto de 2000. Portugalete. Gran Bilbao, Vizcaya.
Mowgli paró a escasos metros de su presa: un flamante Ford Probeque parecía llamarles, con su esbelta línea y sus veinticuatro válvulas.
Lleva por lo menos dos días aparcado ahí. Está guapo, ¿eh? ¡A éste se le suben los focos, como al “coche fantástico”! Ya sabéis lo que tenéis que hacer, añadió, al dirigirse a los dos esbirros que le flanqueaban: yo os esperaré con el coche arrancado, como siempre. ¡Daos prisa!
Sus dos compinches, marroquíes como él y hermano suyo uno de ellos, se bajaron con las mochilas donde llevaban lo necesario: las herramientas para forzar las puertas y el cableado. Por su parte, Mowgli se ocuparía de la parte más fácil y segura: esperarles con el coche en marcha y en guardia, por si viniera alguien. ¡Era una situación rocambolesca si uno pensaba de quién partía, en última instancia, ese criminal encargo! Porque no era habitual que la Policía ordenase a nadie robar coches, pero mucho menos para revenderlos luego por ahí… ¡Como si fuera un concesionario a domicilio! Y es que Carlos no parecía el típico Policía y Mowgli, siendo un mandado en esa historia, sólo tenía clara una cosa: que estas acciones tenían su razón de ser dentro de alguna Misión importante, más en concreto en la Lucha contra ETA, cuando al cabo trabajaban en Vascongadas. ¡Así y todo, como era lógico, el 99% restante de la Policía no veía con buenos ojos su labor! Había que andarse con ojo y más a esas horas, cuando sólo la chacurrada y los maleantes se dejan ver…
Mowgli se reclinó en su asiento. La noche estaba tranquila, conocía la calle y no era frecuentada a esas horas, así que se relajó y se puso a enredar con el móvil… ¡Craso error! Fue así que no vio llegar esa rápida silueta, un tipo bajo pero fornido, que pasó junto a su ventanilla como una exhalación. ¡Iba directo hacia sus esbirros!
¿¿Te gusta mi coche, moro-mierda??
Los gritos no se hicieron esperar, incluso antes de que Mowgli pusiera el pie en la acera. ¡Menudos golpazos repartía, el condenado! El tipo debía ser boxeador y en un santiamén, sin darles tiempo a reaccionar, ya había tumbado a sus dos compinches.
¡¡Quieto, cabrón!! ¡¡Quieto o disparo, gritó Mowgli, que salió del coche para apuntarle con su Glock!! Y en un alarde de sangre fría, este súper-héroe caído del cielo se parapetó detrás del Ford, pero siempre sin soltar a su presa: un vapuleado Mohamed que había sido noqueado, con las manos en la masa, y servía ahora de escudo humano a ese joven corajudo. ¡Para colmo de males, una sirena de Policía llegó a sus oídos y Jamal pudo ver, en la lejanía, un destello azul que se acercaba!
¡¡Vámonos, Jamal, aulló su hermano, que se lanzó como pudo por la parte trasera del coche!! ¡¡Arranca, joder, que nos pillan!!
Dicho y hecho, Mowgli pisó a fondo el acelerador. Y dejó a su espalda a un Mohamed que era preso ya sin remedio, en manos de ese forzudo. ¡Ojalá que la Policía se quedara con él y no les persiguiera, pero pronto advirtió que las sirenas les rodeaban! Derrumbado en el asiento de atrás, su hermano se limpiaba la sangre de la cara.
¡Menudo hijo de puta, Jamal, sólo le vi cuando ya le tenía encima!
¡Eso es porque no estás a lo que tienes que estar, joder, igual que tu amigo!
Ya te digo, hermano, qué putada lo del Moha… ¿Qué le vamos a decir a su mujer?
¡Que se joda, hombre, que hubiera andado más listo! Escucha: en cuanto pare el coche te bajas, ¿vale? Si me cogen a mí, no pasa nada, pero tú… ¡¡Ahora!! ¡¡Baja!!
Su hermano se lanzó del coche casi en marcha, vapuleado como estaba, y Mowgli reemprendió su huida por las estrechas calles del extrarradio bilbaíno. ¡Una evasión que tenía cada vez más difícil, con tantas unidades policiales en torno! Para colmo de males, por si fuera poco, el mamón de su hermano se había dejado su portezuela abierta.
¡¡Será subnormal!!
Pero no podía detenerse. Antes que eso, el marroquí pisó el acelerador, como alma que lleva el Diablo, mientras la portezuela abierta le convertía en una diana sobre ruedas. Y pensaba en la paliza que le daría a su hermano cuando de pronto, qué oportuno, un camión de la basura se interpuso. Una barrera infranqueable ahí plantada, como una roca, en medio de ese laberinto de callecitas unidireccionales.
¡¡Me cago en la puta!!
Al dar marcha atrás, siempre a toda velocidad, advirtió un fulgor azul que se acercaba a su espalda cual rayo. ¡No tuvo tiempo ni para frenar y el coche policial le embistió, girando el suyo noventa grados! El crujido fue infernal, los airbags saltaron y todo se volvió un paisaje azulado, de luces y uniformes que se movían. Menos mal que su hermano había podido escapar…
¡¡Sal del coche, cabrón! ¡¡Las manos por delante!!
Basurto. Gran Bilbao, Vizcaya.
¿”Carlos”? Soy yo. Que dice esta gente que vamos a colocar el petardo en Santander, en un edificio público… No, no sé dónde, ¡qué va! ¡Si les da igual un sitio que otro…! Pues en el primer objetivo que se pueda, supongo, porque es dejar la mochila y listo… Sí, un Clío, el que nos trajo Jon… Uno que habían robado unos moros, ya te dije la matrícula… ¡Oye, te tengo que dejar!
El etarra colgó el teléfono de la cabina, ¡justo a tiempo! Había visto venir a su compañero de comando, por fortuna, con la antelación suficiente para cerrar esa plática.
¡Vamos, Aratz! ¿A qué andas?
La “amachu”, ya sabes… ¡Quería despedirme por si acaso, que nunca se sabe!
¡Anda, no seas agorero, que sólo es ir a dejar una mochila! Vamos y acabemos cuanto antes.
Aratz fue el último en introducirse en el coche, junto a sus tres compañeros de fechorías, aunque no todos pintaban lo mismo: en el asiento del copiloto, delante de él, se sentaba el líder de ese comando llamado Vizcaya: un militante de vieja guardia, joven aún pero que doblaba en edad al resto. Y a su espalda y entre las piernas de Aratz, cómo no, la protagonista absoluta de la noche: una sencilla mochila, fabricada por él mismo, que portaba un artefacto de dinamita Tytadin.
¡Para, joder! Te has pasado la salida, le advirtió Aratz, al ver que no se metían en la autopista. ¿O es que ya no vamos a Santander?
No todavía, contestó su jefe. Hay cambio de planes: ¡dicen los de Arriba que hay que darles candela a los de El Mundo, que al final siempre acaban librando! Lo de Santander puede esperar…
El sustraído Clío runfó, camino del lugar escogido para el atentado: la sede del periódico El Mundo, en la Capital vizcaína, estaba a punto de recibir un regalito. Pero Aratz se encontraba tranquilo porque era un petardo con preaviso, como la mayoría de los que colocaban, simplemente para acojonar a los periodistas: no hay peor enemigo para un mafioso que la libertad de expresión y para eso estaban ellos, para controlar el cotarro en Vizcaya.
Dejaré a mano el teléfono del Gara, dijo Aratz. Y sacó su móvil para buscar en la agenda el contacto, un periódico local que sí compartía los postulados de la banda y al que solían avisar, con tiempo suficiente, de las trastadas que se disponían a cometer. A estas horas siempre hay gente en las oficinas de los periódicos y luego, cuando salgamos pitando, no quiero andarme con prisas…
¿Acaso te he dicho yo que llames? Guarda eso, anda, ordenó el copiloto. Era el jefe del comando y la verdad, Aratz se daba cuenta, allí nadie había hablado de avisar. Esta vez no habrá despertador, ¿vale? El que no esté ya durmiendo en su casa, fuera de ese periódico de mierda, a lo mejor no se despierta mañana…
¡Jota ke irabazi arte[12]! Es la única manera de que nos tomen en serio, dijo otra compañera, que era la única fémina involucrada. ¡Si avisamos siempre, qué cojones, esas perras Aldayianas se van a acostumbrar a lo bueno!
Aratz escuchó perplejo todo esto, aunque a la vez podía explicarse ese peculiar modus operandi: el número inaudito de compañeros involucrados, nada menos que el comando al completo, para ir a dejar una simple mochila. Estaba claro que el jefe quería asegurarse la lealtad de todos ellos, implicarles en un mismo acto en común, cuando además no había peligro alguno de accidente: los cables de la mochila, que Aratz había preparado, se encontraban desconectados.
¿Lleva puesto el seguro, no? Mira que vamos los cuatro aquí dentro, dijo el jefe.
Sí, no te preocupes, respondió Aratz. La bomba está lista para ser armada cuando lleguemos, pero eso lo puedo hacer yo solo. Es pegar los cables, dejar ahí la mochila y listo… Vosotros me podéis esperar en el coche.
Descuida, que eso haremos. Bastante lujo es que te lleve el jefe al trabajo, ¿no crees? A ver si te vas a acostumbrar mal, tú también…
Los cuatro que eran rieron, aunque Aratz un poco forzado. Comentarios como éstos le hacían ponerse en alerta, pues sonaban a que el jefe se había enterado de lo suyo. Porque no era la mochila del vizcaíno el mayor peligro, aun latente, dentro de ese coche terrorista: lo era el propio infiltrado, en primera, como informador al servicio de la chacurrada.
Tú no te preocupes, Aratz, que si hay cualquier problema salimos Ekain y yo a respaldarte. Para eso hemos venido, pues. ¡Y si son “chacurras”, peor para ellos! ¡Tiramos de cacharro y fuera!
¡Y yo qué, protestó la compañera, que no se veía inclusa en esa cobertura armada! ¿Me quedo en la cocina o qué?
Por supuesto, opinó el conductor, que compartía esa media de edad postadolescente. Las mujeres, en los comandos, seguís siendo la lavadora de la casa: ¡se os echan unos polvos y a lavar!
Todos rieron, también ella, cuando no dejaba de ser un chiste. Y lo cierto era que, salvo el copiloto y jefe, que sí tenía cierta experiencia, el resto del comando resultaban aprendices. Casi el más veterano soy yo, pensó Aratz, no muy contento con la idea, pero siempre había un militante maduro en los comandos. Un abuelo de la banda, que solía ser el jefe.
Tampoco te quejes, comentó éste, al volverse a lacompañera: que Aratz ha estado en la trena y tú no. ¡Y algún que otro jabón te habrás tirado en las duchas, eh! ¿O no, zorro?
Aratzrespondió al vacile con una mueca. Por supuesto que había sido violado en la cárcel, pero no de esa manera.
Espero que no se hayan enterado, pensó. Y la verdad, que yo sepa, no tienen motivos para desconfiar. Después de todo, el comando sigue libre y activo: todavía no nos han detenido o, mejor dicho, no a ellos…
Pero sí a él. El historial delictivo de Aratz se parecía a esa mochila que transportaba: un artefacto desactivado, sí, aunque más que listo para estallar. Y es que a la detención de que fue objeto el año anterior, por pertenencia a banda armada, se sumaban sus incontables cargos por terrorismo callejero: una espada de Damocles que la Policía había sabido usar contra él, sin necesidad alguna de torturarle. Porque estrechado entre la cárcel y un sabroso soborno, a cuenta de los fondos reservados del Estado, el joven vizcaíno había elegido la libertad… Pero claro que no era un trato desinteresado.
Bien mirado, pensaba a menudo, chivándome a la Poli evitaré que los compañeros asesinen a nadie… ¿Y qué otra cosa puedo hacer? Cualquier cosa es mejor que volver al trullo, a pasar las tardes, y la alternativa a eso no es mucho mejor. ¡Si éstos supieran con quién he hablado, hace sólo un momento…!
Lo que estaba claro era que Aratz, de momento, se guardaba esas treinta monedas de plata. Nadie se aviene a tales tratos porque sí, y la receta que mejor funcionaba era la amenaza acompañada de dinero. Sobre todo, cuando seguía incurriendo en los mismos riesgos como etarra, o incluso mayores, si los compañeros llegaran a descubrirle. Pero había otro temor que acogotaba ahora a Aratz, incluso por encima de todas estas variables.
Acabo de decirle a mi controlador que la bomba iba a explotar en Santander… ¡Pero ahora resulta que vamos a ponerla aquí mismo, en Bilbao, y sin previo aviso! ¿Qué va a pensar “Carlos” de mí? ¡Lo lógico es que crea que se la he jugado, claro, y me acabe metiendo al trullo pero con cojones! Y la única forma que veo de evitarlo, ahora mismo, es no pegar los cables y dejarla lista para no estallar… ¡Porque siempre será mejor quedar como un imbécil, delante de los compañeros, que como un asesino con más cargos para la “chacurrada”! Que si pasa alguien por ahí y le revienta, a los mismos currantes del periódico… ¡Ahí sí me van a joder!
En efecto, ésa era la opción mejor y no veía otra: dejar la bomba desactivada y evitar males mayores, que ya se ocuparía Carlos de lo demás. De explicar a la Prensa por qué esa mochila, colocada junto a El Mundo por su infiltrado, no había hecho explosión. ¡Como era lógico, su controlador no iba a permitir que trascendiera una chapuza como ésa! Obrar de ese modo certificaría, ante el resto de la banda, que el colocador del artefacto trabajaba para los chacurras… Un dato que bien podría convertirse en su condena, si sus compañeros llegasen a leerlo:
Resulta que la bomba no explotó porque el estúpido etarra (un topo de la “chacurrada”) se olvidó de conectar los cables de la mochila-bomba…
Ajenos a sus cavilaciones, cuando todos estaban muy tensos, sus acompañantes ya tenían bastante con lo suyo. Así era, por lo menos, en el caso de su compañera de comando, una muchacha de su edad que compartía con él ese asiento trasero.
Oye, Aratz… ¿Estás seguro de que has operado bien ese trasto, verdad? ¡Es que lo tengo aquí al ladito y me da “yuyu”, eh!
¡Tranquila, mujer, que Aratz es un tío prudente! Siempre se pone el cinturón y la gomita, también, antes de meterla, como habrás comprobado ya.
Los cuatro explotaron en risas. No era ningún mito eso de que en los comandos, a causa de las restricciones que implica la clandestinidad, el amor libre se practicaba entre los militantes. ¡Tal vez una de las pocas reminiscencias que quedaban, en el seno de la banda, de aquella mítica primavera del 68!
Si todo sale bien, le dijo su compañera, te dejo que me la metas por donde quieras. ¿Qué te parece?
No era la mochila del vizcaíno (Aratz) el mayor peligro, aun latente, dentro de ese coche terrorista: lo era el propio infiltrado, en primera, como informador al servicio de la chacurrada.
Congreso de los Diputados, Centro de Madrid.
Volvemos a la noticia del día: la explosión de anoche en Bilbao centra la actualidad informativa, con las declaraciones de los principales…
Quita la radio, por favor.
Su chófer se apresuró a apagar el noticiero, aunque de todas maneras ya habían llegado a su destino.
Si alguna vez te dicen que ser político es un chollo, no lo creas: depende del Cargo, ¿sabes? ¡Luego te veo!
A la orden, señor Secretario. Que pase un buen día.
El sol apenas despuntaba cuando el Secretario de Estado para la Seguridad, Ignacio Errasti, descendió del coche ante los leones del Congreso. El guipuzcoano era una de tantas rara avis que suelen formar los Gobiernos: ¡un pez gordo entre los de Alday, parecía mentira, procedente del más rancio separatismo vascongado! Su padre fue militante del PNV y él mismo lo había sido, hasta bien entrado en edad. ¡No en vano había llegado a Ararteko, Letrado Mayor del Parlamento Vasco! Y es que era la suya era una carrera fulgurante, dentro de esa oligarquía peneuvista, que constituía un auténtico Estado dentro del Estado… Pero Ignacio estaba destinado a honores mayores, por supuesto, en las Alturas de la Patria grande. Y allí estaba ahora, en efecto, ante los leones de la Capital, nada menos que en el Gobierno de Alday. ¡No estaba mal el proceso, no, incluso en un Sistema acostumbrado al transfuguismo!
No soporto a los camaleones, dijo de él Ansorena. Un excompañero del PNV queprefería los cabritos en estado puro, que sabes por donde van: a los fachas como fachas. Porque son predecibles. Lo que es vomitivo son esos sepulcros blanqueados cuyo oficio político es acomodarse, al sol que más calienta, dejando de lado cualquier Ideología y Principio.
Era normal que sus excompañeros de la tribu separatista le odiasen: el culmen de esa trayectoria del Secretario había llegado, por supuesto, como miembro del Gobierno de Alday. ¡Lo que estaba claro es que en ningún momento conoció el frío del banquillo, en la oposición, y su ascendente hacia el Poder Supremo resultaba imparable! En especial, tras la aplastante victoria del PP, en las Elecciones Generales de ese año: un resultado histórico que dejaba a sus excompañeros separatistas a un lado, en la confección del nuevo Gobierno, y que a un tiempo le catapultaba más allá de su propia ambición.
¡Catapultar, sí, curiosa palabra! A algunos afortunados, o al menos hasta la fecha, la Política nos catapulta a las Alturas del Poder… Y a otros, con menos “suerte”, les catapulta de otra manera diferente: al estilo de Carrero Blanco o Mikel Buesa[13], que en Paz descansen… ¡Pero también a esos muchachos de ayer, “los pobres”! Si eso mismo se lo hubieran hecho ellos a otros, quién lo puede dudar: ya estarían celebrándolo en su guarida. Y es que hay planes que no salen bien, gracias a Dios… Como tampoco salió el Magnicidio contra Alday, hace ya cinco años.
Un Atentado del que él avisó, a la Cúpula del PP, aunque no sirviera al fin para evitarlo: Alday salvó el pellejo de milagro y ahora ahí estaba él, dando el brinco desde Vitoria a Madrid. ¡Los buenos confidentes o Judas, según se mire, siempre encuentran su acomodo!
El caso es que mi carrera política está siendo, como la de Margaret Thatcher, un verdadero camino entre bombas…
Mucho más lo había sido para Jaime, su superior directo. Un Ministro del Interior tan vasco como él, pero no en unas siglas tan indemnes como lo fueron en su caso las del PNV: Jaime era un superviviente de verdad, en esa campaña política de ETA, que había descastado la Autonomía Vasca con asesinatos selectivos. Una matanza que se cebó en la oposición del PP y PSE locales, cuyos mejores líderes[14] habían matado sin piedad. Al igual que el propio Presidente, los del PP habían emergido de una vorágine de tiros en la nuca y bombazos. Instalados ahora en Moncloa era su momento, cómo no, de marcar también ellos los objetivos: el terror, como suele decirse, había cambiado de bando.
Jerarquía de Interior en 2000.
Apenas bajó del coche, frente a la puerta misma del Congreso, un enjambre de reporteros le rodeó.
¡Señor Secretario, por favor! ¿Podría atendernos un minuto? Usted es la Máxima Autoridad en la Lucha Antiterrorista, sólo por debajo del Ministro y el Presidente. ¿Qué valoración nos puede dar de lo ocurrido ayer, en Bilbao?
La corresponsal se refería, cómo no, a esa patética noticia del día: la explosión de cuatro jóvenes etarras, por accidente, en el propio coche-bomba que conducían.
¿Qué quiere que le diga? Las muertes siempre son lamentables y mucho más en este caso, cuando esos terroristas se disponían a causarles la muerte a otros… Pero todas las muertes son atribuibles a ETA, por supuesto, empezando por las de sus propios militantes.
¿Y qué opinión le merecen las reacciones del entorno “abertzale”? Como sabrá, han acusado a la Policía de la muerte de estos cuatro etarras: lo que ellos llaman “las cloacas del Estado”.
Como usted comprenderá, es su juego de siempre: repartir la responsabilidad de unos hechos de los que sólo ellos son culpables. Los terroristas y quienes los apoyan. Por mi parte, puedo decir que represento al Ministerio del Interior y en él sólo he visto funcionarios íntegros, que se rigen escrupulosamente por la Ley. La única Cloaca que hay aquí es la de esos terroristas, pero a la vista está que su capacidad de hacer daño está más que disminuida y en ese camino seguiremos. Muchas gracias.
5. ¿Cuánto te pagan por traicionar a tu país?
Hospital de Basurto. Gran Bilbao, Vizcaya.
Cuatro presuntos miembros del “comando Vizcaya” de ETA, tres hombres y una mujer, fallecieron anoche al explotar en Bilbao el turismo en que viajaban. El vehículo iba cargado de explosivos y la violencia del estallido fue tal que el coche quedó partido en dos, a cincuenta metros una parte de la otra. Dos de los cadáveres fueron lanzados fuera del vehículo, a causa de la onda expansiva, uno de ellos completamente destrozado. El tercer cuerpo quedó atrapado en el amasijo de hierros: es el efecto de la dinamita. Los cuatro terroristas fallecidos quedaron tan destrozados que se llegó a dudar de su número y hasta su sexo. En este momento están siendo identificados por los forenses en…
Jon apagó el motor y la radio del coche enmudeció. Frente a él se elevaba la mole del Hospital de Basurto, adonde habían sido llevados esos restos mortales. Un edificio tan gris como el día que acompañaba, en el Gran Bilbao, ese tiempo de luto por los caídos. Y es que el mundillo abertzale se había dado cita al completo, en torno al Hospital, para honrar a los cuatro fallecidos en el accidente. Cuatro cadáveres hechos pedazos, en espera del resultado de una autopsia que iba a ser laboriosa: la fuerza del petardazo había destrozado los cuerpos, diseminados sus trozos entre el amasijo de hierros del vehículo. Y era vox populi entre la masa, dolida y furiosa, que la versión oficial de lo ocurrido no podía convencer a nadie.
¡”Chacurras”, asesinos! ¡Gora ETA!
Muchos simpatizantes habían acudido con la capucha, embozados como yihadistas, para no ser fichados por las cámaras de periodistas y policías. También por los odiosos topos, la peor clase de chacurras, de la que Jon formaba ahora parte. Como era de esperar y para controlar la situación, tensa de por sí, la Ertzanza se había desplegado en fuerza por los contornos, pero ese día no osarían molestarles. Tampoco ellos pasarían a la ofensiva: era una jornada de duelo y la lucha callejera se había señalado en dos días.
Pero a ti no te quiero ni ver por allí, ¿eh?
La advertencia de ese compañero, coordinador de juventudes abertzales, tomó a Jon por sorpresa, pero no se debía a ninguna sospecha contra él. Muy al contrario, era un consejo, procesado como estaba por colaboración con banda armada. Porque inmiscuirse ahora en actos de destrozo urbano, en los que empezó hacía años como borroka, sería para él mucho más que una gamberrada: eso estaba bien para los chiquillos que abarrotaban el Hospital, menores a los que la Ley eximía de sus actos, pero ya no más para él.
Sí, ya sé, estoy quemado, reconoció Jon. Me queda pendiente el tema del juicio, pero lo voy a perder seguro. ¡Lo único que me queda ya es largarme a Francia!
Pues sí, tirarte al monte, dijo el compañero. Un auténtico abuelo en la organización de la lucha callejera, fue él quien le reclutó para esa cantera de etarras. Un favor que Jon nunca olvidaría, claro, pero había que disimular.
Estoy para las que sean, como siempre, le respondió. Aunque no era para él que lo estaba, claro, sino para la famosa cúpula de la banda. Ahora mismo, aquí me tienes… Aprovechando este descanso…
Tú tranquilo. Cuando los jefes consideren, te llamarán, dijo ese abuelo borroka. De momento tienes curro, ¿no? ¡Y estás suelto, ya ves, así que disfruta en casa lo que te quede! Para ir al trullo siempre estamos a tiempo, pues, porque supongo que aún tienes cárcel pa rato…
¡Ni yo mismo lo sé! Se supone que me tienen que avisar para el juicio, pero de momento están pasando de mí y yo de ellos. ¡Si vienen a buscarme, ya te digo, hago como Otegi[15]! ¡Y a tomar por culo, pues!
Un coro en torno de camaradas, la mayoría muy jóvenes, le rieron la gracia al guipuzcoano. ¡Tras el duro golpe recibido, el personal estaba ávido de una buena inyección de moral! Y Jon había pasado a otro estatus, por supuesto, tras su experiencia de meses en el talego: ahora era un gudari[16] de verdad y se notaba, en las miradas de admiración de su entorno, y más que nada en las chicas. De algo le tenía que servir, reflexionó, haber hipotecado su futuro para siempre.
¡Noooooo….!
El alarido de rabia les interrumpió, y Jon sintió que la sangre se le helaba en las venas. En la otra cara de la moneda, cómo no, estaba el luto verdadero de las familias. Qué cierto era aquello de que madre sólo hay una, cuatro en ese caso, a las que habría que preguntar qué opinaban de esa Lucha. Esa noble Causa por la que sus hijos habían acabado así, convertidos en pedazos carbonizados. Todo para que una casta de listos pudiera vivir del cuento, pensaba ahora Jon, a uno y otro lado de la trinchera separatista. La cárcel da mucho en qué pensar y ya lo decía la canción[17]:
¡Cuántas madres llorando! ¡Cuánta carne quemada! ¡Cuántas negociaciones desde un sillón!
¡Qué fácil es usar las vidas ajenas y hacer un balance de la situación!
¡Qué fácil es firmar con tinta la paz y dejar…! ¡Dejar que otros la firmen…! ¡Con sangre en suelo de nadie!
Tampoco eran los políticos los únicos que se aprovechaban de la situación. Había mucho comparsa inútil, también allí, al acecho de las sobras del tema. Y el abuelo borroka, coordinador treintañero de las juventudes, no era el menos culpable de todos. ¡Qué fácil era sentarse en una herriko-taberna, como él mismo hiciera de mozo, y vivir de lo idílico de una Guerra en la que otros morían! O iban a la cárcel para muy largas penas, en lo mejor de sus vidas. Y no sólo pensaba en los militantes, ya no, sino las muchas víctimas que éstos causaban en su entorno. Personas normales, en su mayoría, que también tenían madres y hermanos. Pero esto sólo lo pensaban, en su mayoría, cuando terminaban presos y acababan de madurar en la cárcel. Como pasó con él mismo. Un sacrificio demasiado grande para la medida del idealismo de Jon, porque uno no sabe lo que es un Ideal hasta que te enfrentas a una condena de años. ¡Años! Y en los mejores años de uno.
Y eso que yo, por lo menos, sigo vivo. Y en la calle. Aunque habrá que ver lo que duro, claro, sobre todo en libertad…
Su situación dependía de Carlos, pero había cosas peores. Por el momento, resultaba indiscutible, esos cuatro compañeros se encontraban ya en el Cielo de los vascos. Y sus madres en la morgue, por su parte, en espera de reconocer unos restos irreconocibles. Apenas acababan de dar el último nombre confirmado, pero varias familias se retorcían en la agonía: sus hijos se encontraban desaparecidos, en la clandestinidad, y aún quedaba en el depósito de cadáveres un hatajo de restos anónimos. Una bolsa con los despojos de un cuarto integrante, muerto a bordo de ese coche destrozado, pero la información que circulaba era dudosa.
¿Cómo ha sido posible? Es demasiado gorda, la pifia, para tratarse de un simple accidente…
Esto se comentaba a su alrededor. Y Jon escuchaba, registraba cuanto podía en su cerebro, con el afán de contentar luego algo con su controlador. Carlos resultaba un jefe severo y toda información le parecía poca, o de escasa relevancia, pero es que Jon no dejaba de ser un pringado.
Sólo el Gobierno, la Policía, tienen competencias para investigar un crimen. ¡Mucho más si es por terrorismo! Con que toca joderse y esperarse… Y es muy probable que nos quedemos con la duda, sobre lo ocurrido, tal vez para siempre…
Lo que decía ese señor, ya maduro, guardaba toda la coherencia. Pero todo esto llevaba al siguiente planteamiento, que alguien se hizo, en el mismo corrillo de gente.
Si estamos de acuerdo en que no ha sido un accidente, que alguien de los GAL les ha metido candela, la pregunta siguiente es obvia: ¿dónde está el topo que les vendió? ¡Porque alguien tendría que chivarse, digo yo!
Este último comentario resultaba más que doloroso, para Jon, cuando allí no estaban hablando de detenciones: había cadáveres calientes ahí dentro, posible consecuencia de un verdadero atentado. ¿Y hasta qué punto sus chivatazos no habrían redundado, de alguna manera, en la posible detección de esos cuatro? Apenas había datos de lo sucedido, hasta entonces, pero si algo estaba claro era que la investigación corría por cuenta del enemigo. Y Jon se contagiaba de ese espíritu de sospecha y revancha que compartía, en el fondo, por muy topo que fuera. Máxime por ser topo, sin duda, y acaso hasta responsable último de esa situación. ¿En qué lugar le colocaba eso? No era fácil de discernir. Pero su sentimiento de culpabilidad le llevaba a un neutro escepticismo, una postura cínica ante el problema, que por lógica no podía exteriorizar. Incluso se planteaba si alguno de los caídos, en ese supuesto atentado policial, no informaría también para la chacurrada. Son cosas que uno se pregunta cuando ya ha pasado por ahí. Y la cuestión es que tres de los fallecidos tenían su edad y uno de ellos, incluso, había pasado por la trena como él. No era ilógico pensar que alguno de ellos, y en concreto el exconvicto, que contaba con una peculiar fuga a sus espaldas[18], hubieran tomado sus mismos y chivatos pasos. Porque los infiltrados no forman asociaciones, claro, ni pueden reconocerse de ninguna manera, aunque había un dato que parecía descartar esta hipótesis:
Si fueran confidentes, cualquiera de ellos, no tendría sentido que los matasen.
Con las debidas precauciones, para no entrar en colisión con los abertzales, la Prensa cubría la situación como podía. Y Jon vio que entrevistaban a Jonan Fernández, un listillo de Batasuna reconvertido ahora en pacifista:
En este país se ha ensayado mil veces la solución policial, la solución de la confrontación y de la fuerza. Y no da resultado, o sea, hay una constante regeneración del fenómeno violento…
Jon pasó de largo ante ese circo. Los pacifistas abertzales no merecían su atención, como topo, sino otras personalidades de mayor interés policial: miembros de los comandos, o de la estructura logística de los mismos, que podían haber acudido hasta allí de incógnito. Y en busca de esos posibles clandestinos dio en pasar junto a Otegi, verdadero protagonista del aquelarre, que atendía por su parte a otros corresponsales:
Estamos aquí para homenajear a estos cuatro compañeros, jóvenes patriotas que luchaban por la independencia, y acompañar a sus familias. Pero que sepan todos que nuestro llanto serán sonrisas, mañana, cuando hayamos reconquistado este país por la lucha armada. ¿Qué otra salida nos queda? El Estado nos cierra los periódicos, encarcela a nuestros representantes y tortura a los compañeros. España y Francia han apostado por la Guerra y la imposición y Julián María Alday, que prosigue el genocidio del pueblo vasco, está recogiendo los frutos de esa estrategia…
Jon se alejó de esa muchedumbre. El ambiente negro de la tarde, con ese cielo encapotado, se traducía en su persona en un cóctel explosivo: sobre todo, por el sentimiento de culpa, pero también por el miedo a ser descubierto por los suyos. ¡Atrás quedaban los tiempos del Ché y la manifa, la infantilidad de la kale borroka! Esto era la Guerra de verdad, con sus desengaños, que él había sentido en sus carnes: su detención, en primera, con un juicio muy grave pendiente… Su chantaje policial, en manos de Carlos, para reducirle a un gusano chivato… O las muertes de estos cuatro compañeros, también, en más que extrañas circunstancias. Todo esto reflexionaba cuando una camarada, llorosa cual María Magdalena, corrió hacia él desde la multitud. Un gran revuelo acababa de producirse y era funesto, como cabía esperar.
¡Nekane, exclamaba la muchacha, ahogada en su carrera y sus sollozos! ¡¡Era Nekane!!
¿¿Cómo??
El cuarto compañero era ella[19]… ¡Ay, amá! ¡¡Lo acaban de decir…!!
Las madres, todo etarra lo sabía, son las seguras perdedoras de todos los conflictos. Es de las primeras cosas que uno entiende, en prisión, cuando ves que les toca ir a verte a donde sea. A tomar por culo de lejos o ahí al lado, al cementerio.
Congreso de los Diputados, Centro de Madrid.
El Secretario de Estado se dispuso a continuar su ascensión por esos peldaños, flanqueados de leones, por los que tanto había trabajado. Y apenas dio dos pasos cuando otra periodista se interpuso, micrófono en mano. Como era guapa, el aludido no tuvo inconveniente en detenerse.
Sólo una última pregunta, por favor: ¿qué opinión le merecen las declaraciones que acaba de hacer Otegi, llamando patriotas vascos a estos cuatro etarras fallecidos?
¿De verdad ha dicho eso?
Resultaba curioso que un periodista se enterase antes que todo un Secretario de Estado. Y se oyeron risas en torno, aunque el asunto no tenía gracia.
En tal caso, espero que Fiscalía del País Vasco, o incluso la Audiencia Nacional actúen, porque sería un delito claro de apología del terrorismo. Y ahora sí, señores, me tengo que ir. ¡Muchas gracias!
El desgarbado Secretario siguió su camino, hacia su escaño en las Cortes, pero rumiaba en silencio lo que acababan de comentarle.
¡Las cloacas del Estado Español, claro! ¿Y qué hay de las cloacas del Estado Antiespañol? Como decía el expresidente González: “dejaremos de matar a los etarras cuando ellos dejen de matarnos a nosotros”. ¡Y ya veremos quién ríe el último!
Y es que nadie sabía que, en ese accidente etarra, aunque algunos escépticos barruntaran la realidad, no había estallado ninguna mochila…
¡El Clío que Aratz robó para nosotros, sin tener que forzarlo, ya tenía la bomba puesta! Y no era la mochilita de marras, no, sino un artefacto de gran potencia, adosado en los bajos de su vehículo. Ésa es la verdad del caso y no otra: que esos cenutrios salieron de su garaje con el verdadero petardo debajo del culo, pero además han muerto sin saber otras dos cosas muy importantes: que “Aratz” y su jefecillo trabajaban para nosotros, en primer lugar… ¡Y que ese desgraciado “accidente” del que ni se han enterado, vaya por Dios, venía firmado por los “fontaneros” del CNI!
Aunque provenía de la misma Cloaca que esos etarras, el bando de los llamados nacionalistas, el Secretario lideraba ahora las tropas de Alday. ¡No estaba mal para este Srek vascongado! Exageradamente alto y feo, con unas orejas capaces de detectar cualquier misil que apuntase hacia él, el aislamiento secular de sus antepasados parecía haberle jugado una mala pasada, pero sólo en cuanto al físico se refiere. Su parecido con el más feo antropoide de Atapuerca no era desde luego para presumir, si bien su intelecto y ambición le habían llevado hasta allí: ¡nada menos que a Jefe de las Policías de España! Un carrerón funcionarial que había merecido, ante todo, el desprecio de sus antiguos correligionarios del batzoki[20].
¡Si supieran que informé para el PP desde antes, mucho antes de dejar sus filas! Y bien pensado, para qué negarlo… ¡No son tontos y por fuerza han de saberlo! Después de todo, el PNV como tal es una auténtica red de espías, que tienen controlado a todo el país y empezando por Vascongadas: el propio Revilluca[21] y su Partidito cántabru, sin ir más lejos, provienen de la mafia negurita. ¡No en vano el PNV proviene, sobre todo, del Servicio Secreto Británico!
El Secretario pretendía pasar, a pesar de su fealdad, por el James Bond de los vascos. Su paso previo por el PSOE, de hecho, fue para distraer al enemigo: el objetivo era Alday, servir a su diestra, por medio de los más cloaquiles favores. ¡Parecía mentira que de un partido como el PNV, tan contrario a la Unidad de España, se pudiera emerger tan alto…! Precisamente en el Gobierno de España, sí, pero ahí estaba este gigante del transfuguismo: para demostrar que en este Régimen absurdo todo es posible. Una trayectoria vital que no era del agrado de sus excompañeros, desde luego, que le tenían crucificado por haberse pasado a los españoles. Para el moralista de más solera del PNV, Iñaki Ansorena, su excompañero Srek se había convertido en el Judas vascongado.
Hace mal el PP en fiarse de un tipo de esta calaña, con quien yo no iría ni a heredar. El que traiciona una, traicionará siempre.
Tampoco esa mañana se molestó Ansorena en ocultarle, a su examigo el Secretario, ese profundo desprecio que le inspiraba. Coronaron a la vez las escaleras del Congreso y los leones que les flanqueaban sirvieron, por enésima vez, de testigos para su desencuentro.
Me pregunto cuánto te pagan por traicionar a tu país[22], Iñaki. ¿De verdad te compensa cuando te miras al espejo? No creo que te agrade lo que ves.
El comentario resultaba más hiriente cuando era su destinatario tan horrible, pero es que tampoco Ansorena resultaba un adonis. ¡En vano trataba de ocultar su calvicie con un peinado a la boloñesa, burdo intento que su altísimo adlátere ni se molestaba en ensayar! Dos calvos de casta, al fin, viejos integrantes de un mismo estamento político, era mucho más lo que les unía. Para empezar, esa vida regalada a costa de todos los españoles, banquetes y prebendas, como alivio para su insoportable estrés parlamentario.
No me vengas otra vez con eso de que he cambiado de bando, respondió el Secretario: siempre he servido a nuestro pueblo y desde aquí, como comprenderás, puedo hacerlo con mucha más capacidad que como Ararteko[23]… Sobre todo, en lo referente al problema más grave que tenemos, en Euzkadi y en España.
Tu pueblo, sí. El que mejor te conviene en cada momento, ¿no es cierto? Pero ese problema que dices, tocayo, lo ha creado el mismo Régimen Franquista en el que sirves. ¿Qué diría tu padre? Su Iñaki convertido en policía de Alday, otro trepa como ese otro famoso tocayo nuestro, el yernísimo del Bribón: hacéis buena pareja, los dos, tú y “el pelotari[24]” de La Zarzuela. ¡Cierto es que Euzkadi se os quedaba pequeño!
El Secretario se echó a reír. ¡Que le comparasen con el yernísimo del Rey, Iñaki Urdangarín, era un chiste demasiado fácil! Los dos provenían de familias peneuvistas y además se llamaban igual, aterrizados en el mármol de la Capital para recibir los más altos honores. Exactamente igual que tú, pensaba el Secretario, que no estaba desde luego ante un etarra de primera línea: Iñaki Ansorena era también un privilegiado del Régimen, bien afincado en la Capital, por más que renegara de Madrid. ¿Quién se habrá creído que es?
Estarás conmigo en que Urdangarín tiene mejor presencia física que yo. Que nosotros dos,respondió el Secretario. Pero no es tan listo.
El bajo coeficiente intelectual del yernísimo era una obviedad, desde luego, pero Ansorena se echó a reír.
Listos sois los dos, la verdad, que un muy buen dúo hacéis: ¡dos Iñakis viviendo a cuerpo de Rey en la Corte Española!
¡Y mejor trío contigo, tocayo, qué te voy a decir! Aquí estamos los dos, al fin, ¡los tres! Tú y yo en el Parlamento de las Españas, acuérdate, y en el Gobierno un trío de vascos: el Ministro, un servidor y el Presidente, que es medio vasco también. ¿Cuándo ha estado nuestra Euzkadi mejor representada?
¿Con vosotros tres? ¡Por Dios bendito! ¡Tres policías españoles de primera, eso sois! ¡Pero, hombre…!
Mira, Iñaki, no sé a qué viene tanta queja. Hablando en serio, entre nosotros, no sé por qué Alday te parece tan mal: ¡vosotros mismos reconocéis que le habéis sacado más, en un par de años, que a Felipe González en trece!
No te equivoques, tocayo, que eso era antes. Cuando nos interesaba. Un buen Ejército debe saber aprovechar los momentos de debilidad del enemigo, pero ese pirata ya no necesita nuestro apoyo[25] y ahora volvemos a estar en Guerra. Nuestra lucha será a muerte, como en el 36, y déjame decirte que te has quedado en el bando equivocado: Euskal-Herría vencerá, no lo dudes, a pesar de ti y tus amigos.
Y yo me alegraré por ello, ya lo sabes, aunque no creo que sea a costa de España. Esa Guerra vuestra a mí nunca me convenció, la verdad: la mía es contra los terroristas y no contra el que piensa diferente.
Ansorena rió de nuevo. Era obvio que acusaba el golpe de la noche pasada, la pérdida de todo un comando de gudaris. No corrían buenos tiempos para la tribu del batzoki y esto tenía su reflejo en las calles. En la tan manida lucha armada.
¡Terroristas! ¡El mayor terrorista es tu jefe, ese cabronazo de Alday, pero ya le pararemos los pies! Y ni todo vuestro CNI y Policía os servirán, eh, que ya sabes lo que dicen los talibanes a los campesinos afganos: puede que los americanos tengan todos los relojes de pulsera, pero nosotros tenemos todo el tiempo del mundo.
Eso ya lo veremos. Nosotros también tenemos amigos muy fuertes y recuerda: en nuestra selección juegan Xabi Alonso y Mendieta, pero también Casillas y Raúl. ¡Ese tiempo que dices es para España, compañero, no para vosotros!
Llegó la hora de volver a clase y ambos próceres entraron, por la misma puerta flaqueada de leones, aunque a sentarse en bancadas distintas. Ansorena, con los suyos: un reducido pero poderoso grupo de diputados separatistas, a menudo claves en la formación de los gobiernos de España. Y el Secretario, por su lado, volvió con los que marcaban el paso en ese momento: el PP de Alday, en el Gobierno con mayoría absoluta. Miembros los dos de una misma élite funcionarial, la del Régimen de las Autonomías, participaban de ese juego caciquil desde posiciones alejadas. Una continua controversia que no sólo se desarrollaba en esa Sala sino en la calle, pistola en mano, con una Guerra Sucia que nunca terminaba del todo. La noticia del día, de hecho, no dejaba indiferente a nadie: ¡era la vorágine del horror, vuelta en ocasiones contra sus propios ejecutores! Y la pregunta del millón que muchos desconfiados se harían, en la calle, no podía ser otra que la siguiente:
¿De verdad ha sido un accidente?
La verdad era que nadie podía estar seguro de nada salvo el propio Secretario, así como su gente más próxima: sólo ellos controlaban, de forma directa, las investigaciones policiales. ¿Y quién sino la Policía y la Justicia, a la cual se supone sometida, pueden certificar lo que ha explotado ni cómo? Esos cuatro desgraciados chavales, paisanos suyos vascongados, habían muerto sin saber que tuvieron un accidente… ¡Y todo en nombre de un Conflicto que no tenía tanto que ver, al fin, con ningún pueblo vasco, sino con la acción de Servicios Secretos! Unos señores que explotaban a muerte, y nunca mejor dicho, a pobres peones que ignoraban su papel. Su verdadero papel de peones. O que en todo caso lo ejecutaban, sin más, un mal pagado trabajo como tales. Y los más famosos de todos, por supuesto, los etarras que sacudían el árbol, como el propio PNV reconocía, para que ellos recogieran sus nueces.
Y según otras lenguas, tampoco mal encaminadas, para que las recojan PSOE y PP…
Porque al otro lado de esa trinchera, en efecto, Alday y su escudero vasco también tenían sus ases en la manga: agentes infiltrados que movían una Guerra sibilina, en la que no siempre se puede jugar limpio. Una Gran Operación con la que el Secretario esperaba derrotar a sus antiguos compañeros de partido. Los mismos que habían corrompido a España entera, a golpe de bomba e infiltración, y hasta creando estados satélites de Euzkadi: para eso tenían monaguillos como Miguel Ángel Revilla, con su Partido Regionalista Cántabro, PRC, que no era sino una copia mala del PNV.
Y ahora me toca contrarrestar sus constantes judiadas, pensó el Secretario. Que no es bueno que nadie ostente todo el Poder, ni esos cavernícolas del batxoki… Ni tampoco esos Estados que les apoyaban en último término. Todos de acuerdo para recoger, entre bomba y bomba, las nueces del árbol caído de España.
¡Un árbol que vuelve a resurgir, le pese a quien le pese! Aunque sea al precio de sacrificar a quien sea por el camino, incluso a buenos españoles… Como no eran, por cierto, estos cuatro descerebrados de Bilbao… Y es que el que no quiera Guerra, pues, que no vaya: ¡el fin justifica los medios!
El Secretario de Estado (Ignacio Errasti) lideraba ahora las tropas de Alday. ¡No estaba mal para este “Srek” vascongado, salido del PNV! Exageradamente alto y feo, con unas orejas capaces de detectar cualquier misil que apuntase hacia él.
[1] La fecha no está elegida al azar, como el lector verá, cuatro años exactos después en el relato, aunque no es sino una licencia de autor.
[2] La Guardia Civil.
[3] Conocida respuesta que le dio el Coronel Moscardó a Franco, tras 70 días de asedio del Alcázar de Toledo, cuando éste le preguntó qué tal estaban los supervivientes.
[4] Para los que no vivieron aquello, ese famoso miedo a que los sistemas informáticos fallasen, por la historia de ese primer dígito del año, al final quedó en humo.
[5] Esta cita es de Gladiator, que se estrenaba ese año 2000.
[6] También debemos recordar al Ertzanza Jorge Díez Elorza, fallecido junto a su protegido, porque siempre se olvidan de los escoltas.
[7] ¡Tengamos en cuenta que nos referimos a las Elecciones del 2000! Y que en efecto, aunque parezca surrealista, el nombre del sospechoso Jamal Zougam aparece por primera vez y de la nada EXACTAMENTE UN DIA DESPUÉS de la victoria de Alday. Y EXACTAMENTE CUATRO AÑOS ANTES de su arresto espectacular, en la jornada de reflexión del 13-M de 2004. El registro de su domicilio se produciría en realidad más tarde, en julio de 2001, pero lo adjunto a tan importante hito para simplificar.
[8] Un ambicioso y bien planteado Plan de Inteligencia, creado por el SECED (antecesor del CESID y el CNI actual). Udaberri es primavera, en vascuence, un nombre muy significativo de lo que se buscaba con este Plan. Su objetivo era contrarrestar la acción de ETA y sus impulsores, las cloacas de la OTAN, mediante una inteligente ofensiva en todos los frentes posibles: policial, mediático, cultural, político… Es curioso que justo tras la muerte de Carrero y el fin de la Estrategia Udaberri, al fin, empezaran los terribles años de plomo, en los que cientos de españoles fueron asesinados. Ahí empiezan las amnistías de terroristas, incluso sin juicio, y el asentamiento del mito de ETA… El inicio del verdadero Terror.
[9] Boinas rojas, en vascuence. Fueron soldados famosos por las Guerras Carlistas, en las cuales sirvieron por ambos bandos con legendaria eficacia. Se trataba de una tropa indígena, norteños que conocían bien el terreno quebrado sobre el que se combatía, y practicaban un tipo de Guerra irregular. De emboscada y golpe de mano.
[10] Aquí se denota que Carlos no habla vascuence, cuando ni siquiera es vascongado, puesto que egun on es buenos días y aquí es ya por la tarde.
[11] Las herriko-tabernas son los locales de reunión del entorno de ETA.
[12] Dale duro hasta vencer: uno de tantos lemas de estos descerebrados, aprendices de psicópatas.
[13] Valeroso Líder del PSOE en el País Vasco: fue asesinado por ETA en un cobarde atentado con bomba-lapa.
[14] Fernando Buesa, Líder del PSOE Vasco, fue asesinado en febrero de 2000, apenas cinco años después de Gregorio (Líder del PP). Del debate a tres bandas (PP, PSE, PNV) de junio del 94, en la ETB, sólo el peneuvista Joseba Eguíbar no fue asesinado de forma tan cobarde, lo que es lógico cuando el PNV es la verdadera dirección política de ETA. Se analizaban en dicho debate los resultados de las Elecciones Europeas de ese año, en las cuales se dio por primera vez un importante cambio: era la primera vez que el PP ganaba al PSOE, a nivel nacional, con una diferencia de 1.700.000 votos. En el propio País Vasco se dio, en palabras de Gregorio Ordóñez, un “cambio a la vasca”, protagonizado por un muy exitoso PP Vasco. También el PSE de Fernando Buesa vivía un momento dulce que acabaría muy pronto, con la nueva estrategia de ETA destinada a eliminar representantes políticos elegidos por el Pueblo Vasco: el primero de todos fue Gregorio Ordóñez y el más famoso, por el efecto que tuvo su secuestro, Miguel Ángel Blanco (1997). Esto se explica muy bien en el documental titulado El silencio roto.
[15] No me refiero al Otegi charlatán, que todos conocemos, sino a un tal Mikel que asesinó a dos ertzainas por la espalda en 1995. El esperpéntico y cruel episodio es muy significativo de cómo funcionan las cosas en la Autonomía. Resulta que en Itsasondo (Guipúzcoa) tuvo lugar un altercado entre Mikel Otegi y un Ertzaina fuera de servicio. Mikel abofeteó e insultó al Policía, que le advirtió de que iría a denunciarle, a lo que Mikel respondió golpeando su coche. Poco después, al observar a una pareja de ertzainas por las inmediaciones de su caserío familiar, este elemento disparó contra ellos sin previo aviso: la razón más probable es que pensó que venían a arrestarle, pero el compañero de éstos ni siquiera había notificado aún su agresión. El resultado fue que un jurado popular absolvería al asesino dos años después, en una de las sentencias más indignantes de la Historia de España: se declaró probado que el asesino disparó, pero que no tenía intención de matar. Todo ello a pesar de que se jactó de sus actos, a través de la radio del coche policial, con los dos ertzainas en el suelo aún con vida: batasun, batasun, un casero ha matado a dos “cipayos” por la política que lleváis. Como detalle surrealista, la sentencia obligaba a la Justicia a devolver la escopeta de caza homicida…
[16] Soldado vasco, en el argot de los forofos de Sabino Arana.
[17] Corriendo sin mirar atrás, de MDH (Miel De Hiel).
[18] La Prensa del momento se hizo eco de cómo uno de estos fallecidos, Ekain*, había burlado en otra ocasión un control policial. Como iremos viendo, podría tratarse de una de tantas potenciales prácticas de los Servicios de Información, estratagemas para infiltrar a sus topos.
[19] En realidad, parece ser que los cuatro desdichados de este percance fueron varones, pero se especuló desde el principio con distintas identidades: tal era el estado en que quedaron los cuerpos.
[20] Nombre por el que se conoce a las sedes políticas y sociales del Partido Nacionalista Vasco. El padre del Secretario de Estado, vasco residente en Madrid, acudía a estos locales para exiliados nostálgicos.
[21] No tengo ninguna duda de que así es. De hecho, PNV y PRC, su copia cántabra, se parecen hasta en las siglas. En sus propios colores corporativos. Y lo primero que hizo Caranchoa fue independizar al Estadu Cántabru, en claro paralelismo con el Big Brother Vasco, pero siempre como copia cutre del tinglado vecino.
[22] El País Vasco.
[23] Defensor del Pueblo Vasco. Este Puesto le fue ofrecido a nuestro personaje antes de pasar a Madrid a ocupar distintos Cargos, de importancia creciente, hasta llegar a Secretario de Estado para la Seguridad
[24] Se hace aquí referencia al virtuoso yerno de Juan Mario I, Iñaki Urdangarín, como ex jugador de balonmano profesional. Ansorena siempre ha sido muy crítico con la Familia Real, lo que llama la atención ante el silencio clamoroso de los Políticos sobre el tema.
[25] En la Primera Legislatura de Alday (1996-2000) el PNV y CiU jugaron un papel esencial, como socios de un Gobierno en minoría que tenía todo por demostrar. Ambas facciones separatistas no desaprovecharon la ocasión de exprimir a ese Gobierno, una situación que terminó abruptamente con la victoria histórica de Alday en el 2000: con una mayoría absoluta en la mano, los Populares le dieron la espalda a quines tan caro vendieron su apoyo.