Comentamos los libros y películas que hablan de Santander
Santander ha salido en muchos libros y películas por diferentes motivos, si bien falta todavía mucho que contar. Recientemente, por ejemplo, aparecíamos en la película protagonizada por Antonio Banderas sobre la cueva de Altamira. Una historia real muy bonita no sólo por lo que significó el descubrimiento en sí, realizado en un primer momento por una niña, que curiosamente es antepasada de la conocida familia de banqueros Botín. Lo más interesante de esta historia es para muchos el tesón que puso el señor Sautuola, padre de la niña y del descubrimiento de la cueva, para demostrar la veracidad de las pinturas prehistóricas más selectas desde el punto de vista artístico.
En la película se representan en los sueños de la niña los bisontes, los extintos bisontes europeos que desaparecieron de todo el continente hasta su reciente recuperación. Si quieres ver bisontes en Cantabria, en un régimen de semilibertad, en el Parque de Cabárceno es posible ver una de las más nutridas colonias de bisontes europeos.
El Casino de Santander en Airbag
Otra película en la que aparece Santander es Airbag, la conocida comedia de los noventa en la que un grupo de amigos celebra una despedida de soltero que se complica más de la cuenta. Pues bien: la escena final se desarrolla frente a la playa del Sardinero de Santander, en el Casino, al que no recomendamos acudir con ganas de apostar, porque estamos en contra de la ludopatía.
Ahora es preciso morir
Hay un libro muy difícil de conseguir, pero muy bueno, que narra las aventuras de una hacendada familia de santanderinos de principios del siglo XX. Una familia de ricos en declive cuya trayectoria recuerda a la que ha seguido la propia ciudad de Santander, incluso con calles que ya no existen, pues fueron borradas del mapa tras el incendio de la posguerra que cambió la distribución de la ciudad para siempre. La Calle de la Blanca, por ejemplo, en la que una de las protagonistas le dice esto a su ya no amado en una nota:
“Pablo, soy Juanita, te espero en Rúa Blanca, número 5, último piso, mañana por la tarde. Si no vienes lo cuento todo, ya sé quién eres, y también sé a quién tengo que contárselo. Juanita.
Todos aquellos años de vida oculta y doble se le echaron encima de pronto. Se dejó caer contra el respaldo del sillón en el que estaba sentado, en su despacho (…)”
El chantaje estaba servido y este señor, víctima de una coacción, se encaminó hacia la indeseada entrevista con su antigua amante.
“Si te doy lo que pides me quedo arruinado, dijo, por fin, ya en la puerta, resignado a cometer un error tras otro.
Eso es asunto tuyo. Puedes trabajar, por ejemplo, como trabajo yo desde que tengo uso de razón, y como tanta gente, porque vosotros, los señoritos, os creéis superiores, pero sin dinero sois como nosotros, igual. A mí, además, eso me tiene sin cuidado. Mucho te quise, pero eres tú quien me ha hecho así.
Praxedes siguió en el vano de la puerta, mirándola, como expectante. Ella creyó comprender la mirada:
Te espero aquí el lunes que viene, le dijo. O sea, ocho días, ocho justos. Ni uno más. A la misma hora que hoy. Si ese día anochece sin que aparezcas por aquí, al siguiente me pongo en movimiento. Tú te lo habrás ganado.
Práxedes se fue sin decir siquiera adiós. Bajo las escaleras con pasos pesados, como si llevara suelas de plomo en los zapatos, con el pensamiento ensombrecido…”
Las descripciones del centro del Santander empinado, putero y catedralicio
“Al llegar a la Catedral había que subir unas escaleras de piedras gastadas por los rebordes que, según los entendidos, eran muy antiguas, y aspecto de ello ciertamente tenían. Se llegaba así a una especie de medio arco, también de piedra oscura y musgosa, que conducía a la entrada del viejo barrio empinado, putero y catedralicio. Siguiendo a la derecha, cuesta arriba, y yendo por una calle estrecha apenas bordeada por una acera elemental y rematada por piedras redondeadas, estaba la calle,o, mejor dicho, una de las calles de los prostíbulos. Eran calles sucias y mal iluminadas. Esa parte de Santander había sido antes isla y aún estaba unida a la tierra firme por un puente que, ahora, tendía su arco sobre la calle que se prolongaba del muelle y fuera, en otros tiempos, brazo de mar. El puente era también lonja de vendedores de toda clase de cosas dispares: cangrejos de mar, baratijas, dulces y hasta verduras. De día el ambiente era allí pintoresco y conservaba todavía, aunque ya iba a ser por poco tiempo, el color, el olor y el ruido del antiguo Santander: ni ciudad, ni pueblo, nibilla, sino desahogo marino de los páramos del Interior y refugio inhóspito de pescadores. A la izquierda, rememoró Fito nostalgia alguna subiendo aquellos escalones unos días más tarde, comenzaba la calle que conducía al piso de Julita”.
Nacidos para la banca
Un libro de un navarro que conocía muy bien los entresijos de la sociedad santanderina y en concreto de su familia más conocida. La de los famosos banqueros Botín, cuyas anécdotas se mezclan con las de otros personajes locales muy curiosos. Es un buen libro para entender bien cómo ha funcionado siempre una sociedad provinciana tan característica como la de Santander, con su propia fama merecida de ser una ciudad de doble cara, aunque, ¿qué ser humano o localidad no tiene una cara visible y otra oculta?
Sotileza
La niña Sotileza es hija de unos pescadores y se desenvuelve en una sociedad clasista y conservadora, como fue Santander hasta hace poco, relacionándose con personajes arquetípicos de esta ciudad a finales del siglo XIX.
Es una novela muy costumbrista que está muy bien para entender como hablaban y vivían los pescadores del Norte a finales del siglo XIX. En una historia donde se mezclan episodios divertidos y dramáticos, aunque reales, como la galerna de Viernes Santo de 1878, en la cual trescientos pescadores montañeses y vascos perdieron la vida.