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VI – YA SÓLO QUEDA MORIR (AÑO 2002, PRIMERA PARTE)

by Redacción
06/08/2025
in Cultura, Literatura, Política, Ya sólo queda morir
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VI – YA SÓLO QUEDA MORIR (AÑO 2002, PRIMERA PARTE)
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2002

Si quisieran camorra de verdad, iríamos a la Guerra y la perderían

Siempre tiene que haber una víctima.

12 de abril de 2002. Palacio de La Moncloa, Madrid.

El Presidente Hugo Chávez se encuentra confinado, en una Base Militar de Caracas, en espera de que firme su renuncia. Retenido mientras en la calle se desarrollan manifestaciones crecientes en su favor, en todas las ciudades, empezando por la propia Capital. Y se achaca al Gobierno Provisional la intervención de francotiradores[1], para detener a sus propios partidarios antichavistas. Y se ha producido ya una veintena de muertos. Por su parte, inmóviles en sus acuartelamientos, la mayor parte del Ejército se mantiene a la espera de noticias: hay una gran confusión en el país, en estos momentos…

Gracias, Director, dijo el Presidente. Por de pronto, nos interesa que la Estabilidad en Venezuela se recupere cuanto antes. Y a poder ser, que triunfe la opción que más favorezca a España, pero siempre con nosotros como los primeros en apoyarla. Ésa es la prioridad absoluta. Estar con los vencedores, sean quienes sean, aunque participamos de la tesis de Washington: un apoyo discreto al Gobierno Provisional, hasta que triunfe, con el Objetivo de que éste frene el proceso comunista cubano en Venezuela.

Era casi la una de la madrugada, pero en Moncloa se vivía una vigilia obligada. Con una importantísima comunidad española e intereses económicos muy fuertes, por todo el país, Venezuela era más que una nación hermana. Y se encontraba en pleno Golpe de Estado, con el Presidente Chávez bajo arresto, y un Gobierno Provisional que había venido para quedarse. Formado a su manera por la oposición, financiado e impulsado por la CIA, era un Gobierno más del gusto de Alday. Y también del Rey Juan Mario, por supuesto, siempre proclive a secundar las democráticas maniobras de los yanquis, pero había que andar con pies de plomo: pasara lo que pasara, lo prioritario era estar con quienes triunfasen.

El último telegrama de nuestra Embajada en Caracas es claro, siguió el Director: el Gobierno Provisional «puso ayer tarde muertos necesarios para provocar intervención del Ejército. La única fuerza fáctica en este país, dada la debilidad de los partidos de la oposición, capaz poner fin al Gobierno del Presidente Chávez”. Por lo tanto, nuestros agentes en el país asumen que se trataría de una Campaña de Agitación y Propaganda, para legitimar a la oposición: poner sus propios muertos para acusar a sus contrarios.

La crispación en la calle siempre favorece al bando que ostenta el Poder. Sobre todo, si es además el más débil, en cuanto a apoyos se refiere, recordó la Ministra de Exteriores. Y ese bando débil, en Venezuela, es sin duda la oposición.

Chávez goza de un gran apoyo popular, tal vez el más claro de toda América Latina, dijo el Presidente. Ha sabido crearse ese Culto a la Personalidad y tiene mucho carisma… ¡La oposición tendrá que hacer milagros para que la gente se olvide de él!

En efecto, se encontraban en ese momento álgido de todo Golpe, de toda Guerra, en que está en el fiel la balanza: podían ganar unos u otros, como en un partido de fútbol, aunque de momento Chávez se había visto anulado. Prisionero y sin posibilidad de comunicación, aislado del pueblo y del Estado, se antojaba difícil que pudiera revertir el Golpe en marcha. Y como de costumbre, como en todos los golpes de la Historia, tendría el Ejército la última palabra: un colectivo demasiado numeroso y prudente como para ponerse de acuerdo con facilidad. Mucho menos cuando participaban, junto a los políticos, de los sucios negocios del petróleo o el narcotráfico, ambos muy florecientes en Venezuela.

Dime una cosa, Jaume: ¿hasta qué punto estamos ante un Golpe de verdad, de la oposición y la CIA, y no ante una cacicada chavista-castrista?

Bueno, Presidente, nuestros informes sólo contemplan la Inteligencia que hay disponible: si se trata de una maniobra interna del propio Régimen, para legitimarse y darse autobombo, ahí ya hay cosas que se nos escapan… Es difícil saber lo que piensan, ya sabe: la gente de Chávez son una camarilla bastante hermética, lo mismo que sus pares de La Habana, que son quienes les están asesorando.

Asesorando es poco. Y yo no me fío de Castro, por supuesto, que es quien lleva ahí la batuta. Ese barbudo es una serpiente entre la hierba, dijo Alday, que tenía siempre en mente la Operación del 23-F: un Autogolpe del Rey, en coordinación con la CIA, con el fin de hacer una poda en su propio y rebelde Ejército. ¿Estaría haciendo Chávez lo mismo, ahora, que el demócrata Monarca en su día?

Si nos ceñimos a lo que tenemos, en este momento hay un empate técnico dijo el Director. Pero podría ser cuestión de tiempo que Chávez acepte el órdago y firme su renuncia, claro, a cambio de condiciones. No le va a quedar otra si tenemos en cuenta, además, que está prevista su inmediata extracción a una isla, con lo cual quedará aún más incomunicado.

En efecto, por de pronto, el carismático Gorila Rojo parecía jodido. Y tanto era así que a pesar de la enorme brecha ideológica, entre ambos estadistas, Fidel Castro le había pedido a Alday dos favores importantes: proteger la Embajada de Cuba en Caracas y sacar de Venezuela, cuanto antes, al depuesto y secuestrado Hugo Chávez. A ambas peticiones, el Presidente de España se había negado.   

Pase lo que pase, lo que tengo claro es que no quiero que se nos pueda acusar de nada, razonó. De ninguna posible injerencia en los asuntos internos de Venezuela. Y ya sé que no actuar podría ser considerado, también, como tomar partido por el nuevo Gobierno, porque de momento se están saliendo con la suya… Pero creo que la mejor opción que tenemos es no hacer nada. Y sobra decir que prefiero a los alzados antes que a Chávez, pero no por temas personales: la senda del populismo cubano no beneficia más que a los Castro, pero no a Venezuela ni a España. Es un invento condenado al fracaso, como en Cuba.

Como si el rey comunista le hubiera escuchado, un ujier se adentró en la sala con un teléfono.

Presidente: llaman del Gobierno de Cuba. El señor Fidel Castro está al aparato.

Fidel, sí, ¿qué tal estás? Sí, no me olvido de tus peticiones y las tenemos en consideración, pero es más complicado de lo que parece… Claro… Piensa que si intervenimos en la situación para algo, aunque sea para estas peticiones puntuales, si bien son legítimas, luego se podrían usar en contra nuestra…

No era fácil decirle que no a otro Estadista, pero mucho menos a uno tan especial como Castro. Después de todo, se trataba de otro país más que hermano y era la suya más que una petición, pues colocaba a España entre la espada y la pared. Hicieran lo que hicieran, estaba claro, el susceptible Comandante podría acusarles después de algo, pero Alday tenía además sus propios planes. El Estado como tal. Y esos planes no pasaban por echarle ningún cable, en absoluto, a un Chávez comunista y naufragado.

¿Y por qué no lo hacéis vosotros, Fidel? Enviad un avión o un barco, que seguro que la oposición venezolana no se va a oponer… ¿Por qué iban a hacerlo? A enemigo que huye, puente de plata, ¿no crees? Y ahí sí podría yo ayudaros, hablar con ellos para que os dejen sacarlo del país… No, mira, lo que no puedes hacer es pedirme cosas imposibles… Eso no… Yo no puedo enviar ningún convoy y menos militar, entiéndelo…

Resultaba divertido el contraste: en petit comité, para el Gobierno y con un Alday volcado con el Golpe, sus ejecutores eran ya el Gobierno Provisional. Cuando hablaba con Castro, por el contrario, esos mismos señores era la oposición. Simplemente. Y es que el Director seguía ese debate, entre las dos orillas del Atlántico, aunque no iba a durar ya.

Bien hecho, Presidente, le felicitó, una vez que ambos estadistas se despidieron. Ha capeado usted el temporal.

No ha sido fácil: ya has oído que el muy cabrito me reprochaba que quisiera interceder con la oposición, como si no fuera intervenir lo que él dice: ¡sacar a Chávez del país, ni más ni menos! ¿Y todo para qué? ¿Para que luego digan que nos lo hemos llevado secuestrado a España, como el oro de Moctezuma? Y proteger además su Embajada en Caracas… ¿Nosotros? ¿Después de que han terminado a tiro limpio en la calle, con muertos incluso? ¡Éste se piensa que soy gilipollas!

Lo mejor de todo ha sido cuando Castro le ha preguntado qué hacía despierto a estas horas, comentó el Director, que reía al igual que sus compañeros de Gabinete. ¡Lo mismo que tú, contestaste, y muy bien respondido!

Hombre… ¿Qué culpa tiene uno de que en el Imperio Español no se pusiera el sol? Lo que pasa es que este personaje se creía ya que Caracas era suya, pese a que su Isla quepa diez veces en Venezuela. ¡Ahora veremos qué pasa!

Ganase quien ganase, estaba claro, la CIA se encontraba en la avanzadilla y retaguardia de ese Golpe. Porque en el patio trasero de los gringos, de la Gran Superpotencia del momento, los cambios políticos solían depender de su criterio de Superpotencia, pero Rusia estaba detrás de Chávez. Y también otros Estados de la Región, que no iban a apoyar ninguna aventura colonialista de los yanquis. Y España tenía tantas razones o más que el Big Brother yanqui para interesarse, de todas las maneras posibles, por el presente y futuro de Venezuela. Además de sus riquezas naturales, centradas en el petróleo, los intereses españoles en el país eran tan obvios como los propios lazos humanos.

Mi amigo Hugo no podrá decir que no le advertí, afirmó Alday, en ese ínterin entre noticia y llamada. Y es que el propio Director era el primero que conocía, de primera mano, cómo el Presidente había intentado convencer a Chávez. Cómo le tentó para que cambiara de bando, hacía ya algunos años.

Tú lo que tienes que hacer es entrar al Club, le propuso. ¡Dejar un poco tu libre albedrío en todo e integrarte, hombre! ¿Qué te iba a faltar con nosotros? Y abandonar de una vez la vía populista de los Castro, claro, que no te puede conducir a nada bueno. Mira, si no, la Cobertura Social que tenemos en España, y eso que no contamos ni con la mitad de recursos naturales que vosotros.

Te agradezco el ofrecimiento, respondió Chávez. Pero tú sabes que Fidel es más que un socio o un amigo: es como un padre para mí. Y no puedo traicionar unos ideales que son supremos, una Revolución de verdad, que queremos llevar a otros países del Mundo. De Latinoamérica.

No os va a dar resultado. ¡A ti sí, claro, porque eres tú y porque es Venezuela, pero eso no es la norma general! Piénsalo. ¿En qué país mínimamente decente, con oportunidades de crecer, se van a lanzar a una aventura populista? ¡Esos tiempos ya pasaron, joder, sería como darse un tiro en el pie!

Bueno, nosotros por ahí nos hemos ido y creo que en el camino vamos bien. Y hay países a los que puede venirles aún mejor nuestro modelo, ¿por qué no? Porque tú, sin embargo, no pareces contar con ellos. ¿Has pensado en el hermano Haití, por ejemplo, en los países de África?

Alday se echó a reír.

¡Déjate de historias, Hugo! Ésos se jodieron, le respondió, con la fría lógica de quienes ostentan el Poder. Y es que siempre tiene que haber una víctima, alguien que salga jodido, para que otros puedan llevárselo crudo. Muy en especial para llevarse el crudo, tan abundante en Venezuela.

Ahora el Imperio se había cansado de ultimátum. Chávez se había entregado a su propia Revolución y no estaba dispuesto a bajarse del burro, lo que se traducía en este Golpe de Estado tan clásico: los yanquis habían visto su oportunidad y estaban dispuestos a explotarla. Y el Reino de España les iba justo a la zaga, como socio preferencial, no menos dispuesto a participar. Porque las crisis siempre se digieren mejor cuando ocurren en la casa de otro, pero sobre todo cuando uno espera sacar réditos de ellas. Y es cierto que el único dolor soportable es el ajeno.

Alday tenía sus propios planes. El Estado como tal. Y esos planes no pasaban por echarle ningún cable, en absoluto, a un Chávez comunista y naufragado. Ahora el Imperio se había cansado de ultimátum. Chávez se había entregado a su propia Revolución y no estaba dispuesto a bajarse del burro, lo que se traducía en este Golpe de Estado tan clásico: los yanquis habían visto su oportunidad y estaban dispuestos a explotarla. Y el Reino de España les iba justo a la zaga, como socio preferencial, no menos dispuesto a participar.

Club Lovely, Madrid.

Me siento cansada de esto, ¿sabes? Creo que ya no lo soporto más… Estoy harta de aguantar a tanto cerdo, Mario, que me traten como a una mierda… Esos cabrones se piensan que porque pagan tienen derecho a hacer lo que sea, que una mujer no vale nada y menos si es puta. Y ya sé que hay buenos clientes, también, que la mayoría se saben comportar, pero otros… No sé… Creo que sobre todo echo de menos a mi familia…

La pobre se echó a llorar otra vez y su encargado, que la acompañaba en su desahogo, le alargó un par de pañuelitos. El rímel se le había corrido y a Mario se le antojó una niña, disfrazada con la ropa de su madre, pero estaba ante un auténtico drama.

No te preocupes. Te arreglaré los papeles en Extranjería, ¿vale? Para que puedas encontrar un trabajo más tranquilo. Está claro que esto no es lo tuyo, pero ya se acabó.

Imbuido de su naturaleza de empresario, de clubs nocturnos como ése, Mario escuchaba a su empleada… Pero no sin dejar de pensar en su relevo: chica que se daba de baja, chica que entraría a trabajar en su puesto. Porque en un negocio tan turbio no era aconsejable forzar la máquina, y esa muchacha había dicho basta. Un intento de suicidio era motivo más que suficiente para acceder a su petición, darla de baja en la plantilla y desearla lo mejor. Él no era un mafioso que explotaba a sus víctimas, como a vacas ordeñadas hasta morir, sino un colaborador directo de la Policía. Y como miembro de una Unidad de Información, además, Mario tenía la capacidad de tramitarle la residencia: todos los papeles necesarios para esa nueva vida fuera del club. Después de todo, la chica había cumplido hasta donde pudo, como prostituta y como confidente a su servicio.

Gracias, Mario. Siempre te has portado muy bien conmigo, ¿sabes? A decir verdad, eres el único tío que siempre me ha respetado, reconoció, antes de deshacerse en otro mar de lágrimas. Y él la escuchaba, sin más, con su sonrisa de siempre. Para eso estaba en el puesto que ostentaba, como director de garitos e informador: saber escuchar es un arte poco corriente, pero vital en las tareas que le tenían asignadas. Como hacía con todo el mundo, Mario se ganaba la confianza de su propio personal. Era la única manera de enterarse de cosas, de atraer los chivatazos con que alimentaba a su Unidad. Para hacer de poli malo ya estaban sus subalternos, desde luego: ellos se ocupaban de mantener la disciplina en los locales, incluso con las peores artes.

Venga, ve a quitarte el maquillaje: ¡has llorado tanto que se te ha corrido entero! Y coge tus cosas, ya mismo, que te voy a llevar a una pensión que conozco. Y te puedes quedar allí hasta que encuentres un piso y trabajo, ¿vale? El dueño es amigo mío. Y si necesitas algo, ya sabes.

Los dos salieron por la puerta, como cualquiera joven pareja, pero nadie podría imaginar la turbulenta relación laboral que mantenían. Y sin embargo, Mario estaba resuelto a no dejar a su ex camarera en la estacada: había trabajado como una leona, tal vez demasiado, y prestado un buen servicio como confidente. Aun sin saberlo. Porque nadie salvo Mario era consciente, en ese club, de hasta qué punto estaban intervenidos por la Guardia Civil. Los puticlubs y las saunas gay resultaban, muy por encima de las discotecas, auténticas redes de información criminal. Y ahí estaba él, como chivato de primera de la UCO, para obtener cuantos datos pudiera para sus superiores.

Adiós, Mario, y gracias por todo. Ya me contarás cómo van mis papeles, ¿sí?

Confía en mí. Ya te he dicho que tengo gente que me lo mueve rápido, así que tú sólo intenta descansar y luego te buscas otro trabajo. No hace falta que te diga que no ganarás tanto como en el club, pero al menos vivirás más tranquila.

La muchacha le despidió con un abrazo y Mario se estremeció, un tanto tocado por su testimonio. Aun acostumbrado a la dureza de ese entorno de trabajo, que no era desde luego normal, no pocas veces se enfrentaba a situaciones especiales. Que clamaban de veras al Cielo. Y si había chicas capaces de aguantar, de verdad, los rigores del oficio más antiguo, lo cierto es que ésta en concreto no podía. La realidad del asunto la había superado. Y es que siempre tiene que haber una víctima.

Enfundado en su anorak y con la gorra puesta, extraño atuendo para ningún gerente, Mario regresó al club para seguir con sus tareas. Siempre había algo que hacer, aunque fueran las relaciones públicas con los clientes, a los cuales sonsacaba así información: de la manera más efectiva y directa. Y su juventud ayudaba a recibir la confianza del personal, de la gente, pero sobre todo esa virtud tan escasa: saber escuchar y no juzgar, sin más, como aprendió en su experiencia anterior como… ¿¿Fraile?? Pero eso explicaba sus dotes de paciencia y soterrada bondad, que casi nadie entendía en su entorno. Y por esto era que, de vuelta al club y ya sin la paisana, se encontró con la sonrisa sardónica de su jefe de seguridad.

Eres un blando, Mario. ¡Cómo se nota que has sido fraile antes que cocinero[2]! ¡Te echan cuatro lagrimitas, eh, y les das lo que te pidan!

Este portero era de los pocos subalternos que se atrevían a opinar, veterano como era, sobre su gestión de tan turbio negocio. Los demás, por lo general, mantenían una actitud mucho más servil hacia él, como administrador todopoderoso que era, pero Mario tampoco se cortaba.

¿Y qué quieres que haga, eh? ¿Que me quede esperando a que se tome una sopa de pastillas, o a que se abra las venas aquí y tener aquí un lío cojonudo? Además, ya sabes que una chica descontenta se lo contagia a las demás y no es un trabajo para hacer a disgusto. ¡A enemigo que huye, joder, puente de plata!

¿Qué iba a decirle? La humanidad no se estila en el mundo de la noche, donde todos los gatos son pardos, pero a Mario le funcionaba bien ese rollito paternalista. Era un espíritu samaritano que había adquirido en un convento, sí, aunque pareciera increíble ese pasado, y lo supo mantener en tantos años de agitada vida nocturna: su responsabilidad como informante para la UCO, de la que derivaban sus funciones como encargado de locales, así se lo exigían cada día.

¡Trabajar es duro, seguía su portero! ¿O qué se creen, coño, que estar aquí de “puerta” es un camino de rosas? ¡Ellas por lo menos lo ganan en el cuarto, echando cuatro polvos, y si no te gusta pues haber estudiado cuando estabas a tiempo! Yo sólo digo que, si jubilas a todas las tías que se quejan, y se te van a quejar siempre, pues nos quedamos solos tú y yo. ¡Y ya me dirás qué hacemos entonces, eh, porque yo no pienso poner el culo!

Mario rió. No había ningún problema con eso cuando miles de chicas llegaban a España, cada día, más o menos dispuestas a pasar por el aro. Las dificultades de su nueva vida, en su mayoría inmigrantes, las abocaba a una solución fácil que les permitía ganar un dineral. Y así y todo, su subalterno parecía preocupado de verdad con esos temas tan nimios, como las eventuales deserciones en el personal, pero sólo el jefe controla el panorama de verdad.

¿Qué sabrá éste, se dijo, sobre mi verdadera profesión? ¡Yo no soy ningún proxeneta, como él, ni tan siquiera el simple confidente que sospechará! Soy un informador de primera de la Guardia Civil y eso es todo: hoy estoy en un club de putas, mañana en una sauna de maricones y pasado en una discoteca, pero donde quiera que esté son ellos los que me ponen. ¡Mi trabajo es la Información, no el proxenetismo!

Un trabajo que había terminado hasta la noche, cuando empieza la juerga de verdad, por lo que Mario salió a la calle para volver a su casa esta vez. Era otra tarde de finales de primavera, en Madrid, tras el largo y frío invierno mesetario: un reflejo de lo contento que estaba Mario con su nueva vida, aunque no fuera exenta de situaciones como aquélla, y es que el informante había pasado por una auténtica Metamorfosis de Kafka: después de una larga experiencia como asceta, fraile en la Orden de La Merced, su vida había dado un giro que en el fondo no era tan radical. Aunque sí era cierto que pasar de religioso a director de puticlub, o de saunas para homosexuales, no resultaba una transición normal para nadie. Y de hecho, eran muy pocos en su entorno los que lo entendían, como su portero, más allá del estereotipo más burdo y recurrente:

¡Éste se ha aburrido de rezar y pelársela, en una fría celda monacal, y lo que quiere es recuperar tantos años de vida espartana!

Y a lo mejor no iban desencaminados, reconocía él, pero tampoco solían reparar en que sí existía una relación. Un claro hilo conductor entre uno y otro estado de vida, sí, como era el servicio a una Causa. Y justo en un sector de personas de los que nadie quiere ocuparse: los delincuentes. Así lo había hecho en una Orden dedicada, desde sus inicios, a los privados de libertad. Y ahora lo seguía haciendo, como informador de confianza, para la Guardia Civil, infiltrado en los ambientes que frecuentan los malhechores. Y es que ya antes de su marcha de La Merced, hacía unos años, su superior le había hecho constar sus buenas aptitudes para esa vocación: para el trato con las ovejas negras de toda Sociedad.

Tu alma es de mercedario, Mario, porque tienes mano con la gente. Un don que es muy útil, en especial con estas personas tan difíciles, y esto es así porque sabes escuchar. Y respetas al otro sin mirar lo que sea, inocente o criminal: no todo el mundo puede hacerlo.

Sin embargo, Mario no se convencía de su validez para tan difícil tarea. Y así se lo hacía constar a su superior.

En ocasiones tengo que escuchar demasiado. Ya sé que no puedo hablar de las confidencias que me hacen los redimidos, Padre, pero estos elementos me quitan la paz… ¡Y lo que peor llevo es saber que algunos han maltratado a mujeres, que han violado! Y entonces, más que de darles el desayuno, o lo que sea, lo que tengo son ganas de darles una…

Torta, sí, te entiendo. ¡Si a mí también me pasa! Y más me pasaba cuando tenía tus años, claro, es el ímpetu de la juventud, pero no dejes que nada te turbe ni te espante: Dios todo lo puede y tú, con su ayuda, también. ¡Si es difícil ver a Jesús en el prójimo, qué te voy a decir, con estos desgraciados es casi imposible! Pero se puede.

En el trato diario con los condenados, cumpliendo su pena o después, hacía falta temple para aguantar ciertas cosas. Su gran dilema llegó una noche en que un tipo le confesó, confiado en su discreción como religioso, que su grupo de internos se disponían a cometer un asesinato. Eran terroristas argentinos y trataron de utilizarle, incluso, como porteador de un dinero destinado a financiar su libertad, la cual estaba supeditada a matar a un Juez determinado. Y Mario le vio verosimilitud a ese dato y pensó en ir a la Policía, pero antes de romper todas las normas de la Orden quiso compartir su decisión con su superior. Un hombre sabio, con respuestas para todo, aunque esta vez le hizo ver que hay caminos que uno recorre en soledad.

Romper, no rompes el secreto de confesión: primero, porque tú no eres Sacerdote, luego nadie puede confesarse contigo. Y segundo: no es confesarse el contar un pecado que no se ha cometido aún. Otra cosa es, en efecto, que traiciones la confianza de ese malhechor, porque te lo ha dicho como una confidencia.

Claro, Padre: ése es el tema…

Tú haz lo que creas más conveniente, conforme a tu Conciencia: pídele a la Virgen que te ilumine para tomar la mejor decisión.

Mario suspiró, antes de contestar.

Si es así, creo que ya la tengo tomada: iré a la Policía ahora mismo, antes de que sea tarde. Será lo mejor para todos, incluso para este bandido.

Así lo hizo y se pudo evitar la tragedia, pero ya nada fue igual para Mario. Llegó al convencimiento de que aquello era una señal y que no pertenecía a esa vida, apartado del mundo aun estando en él como nadie. Y entonces decidió servir a la Sociedad desde muy otro hábito: la Guardia Civil necesitaba de sus características y él venía de un hogar muy vinculado a la Institución. Su abuelo fue Guardia, su madre se había criado en una Casa-cuartel y su cuñado también gastaba tricornio.

A lo mejor es hora de que tú también sirvas a tu país, Mario. Sin Ley ni Orden no hay nada y esto empieza por adelantarse a los problemas, ¿no crees? Evitar que sucedan, como hiciste con ese criminal. ¿Te gustaría ayudarnos?

Un veterano Capitán le explicó, en pocas palabras, lo que esperaban de él. Y Mario lo entendió a la primera, acostumbrado como estaba a esos ambientes.

La única manera de combatir al crimen de verdad es prevenirlo, razonaba el Capitán: ir por delante de sus planes. Y en La Merced atendías a los delincuentes y ésa es una gran labor, porque nadie se ocupa de verdad de esta gente: los Servicios Sociales hacen lo que buenamente pueden, pero en la Iglesia os dedicáis a la faceta humana del asunto. Y tú sabes llegar a esta gente, que no es fácil, ganarte su confianza: ellos te cuentan sus cosas y tú los escuchas, ¿no es cierto? Pues bien, eso es exactamente lo que me quiero que hagas para nosotros. ¿Qué te parece la idea?

¿Cómo si fuera un confidente?

El curtido Capitán le sonrió.

Un confidente es otra cosa: eso es un delincuente que nos informa a cambio de protección, de que hagamos la vista gorda con sus cosas. Tú serías mucho más que eso, claro: un agente encubierto. Algo así como un Guardia Civil sin placa…

Y así fue. Desde ese día, Mario dejó la Orden a la que había servido durante años. Colgó el hábito, pero no se ciñó el uniforme, convertido más bien en un experto en asuntos de la noche. Un simpático encargado que transitaba entre discotecas, puticlubs y hasta saunas homosexuales. En todos estos sitios era muy fácil controlar a ciertos personajes, hacer amigos en los bajos fondos, pero entre todos los lugares de nocturnidad destacaban sin duda los clubs. ¡La información fluía en esas catedrales del lumpen, donde se daba cita lo más granado de la Sociedad! Eran frecuentes los temas de mujeres forzadas, de drogas, el tráfico de todo y hasta el clonaje de tarjetas. ¡También solían aparecer por allí los típicos incautos que acaban de cometer un atraco y claro, acuden a un club para celebrarlo! Casi siempre sin saber que los mismos porteros pertenecían a la Policía, para empezar. Una auténtica oda a la corrupción estatal, eso que tantos llaman lo público, pero también una telaraña para el hampón que cayera en esa red.

¡Quién me lo iba a decir! Que pasaría de atender y ayudar a criminales, en un convento, a introducirles en una red saducea: cualquiera de los tugurios en los que soy el maestro de ceremonias, desde saunas gay a clubs de alterne o discotecas… ¿Cómo podía imaginar que la Policía iba a estar tan “infiltrada” en todo esto, y siempre con el narco de por medio?

Nadie salvo Mario era consciente, en ese club, de hasta qué punto estaban intervenidos por la Guardia Civil. Los puticlubs y las saunas gay resultaban, muy por encima de las discotecas, auténticas redes de información criminal. En todos estos sitios era muy fácil controlar a ciertos personajes, hacer amigos en los bajos fondos. ¡La información fluía en esas catedrales del lumpen, donde se daba cita lo más granado de la Sociedad!

Avilés, Asturias.

¡Canta, cabrón! ¿Dónde están los demás? ¡Quiero nombres, hijo de puta!

La cabeza del detenido, un chaval de la edad de su hijo, fue introducida de nuevo en la bañera. ¡Cada vez se la sumergían por más tiempo, hasta provocar las más agónicas arcadas, de manera que el terrorista quedase quebrado! Este tipo de técnicas de convencimiento, alternadas con amenazas y el muestrario de fotos de esas hazañas, con los efectos de sus atentados, conseguían un efecto psicológico demoledor. Y es que el precioso tiempo que transcurría entre la detención y la entrega del sospechoso, en el Juzgado, resultaba vital para obtener confesiones.

¿Te gusta lo que has hecho, valiente? ¡Mira! ¡Era un chaval de tu edad y os lo habéis cargado, joder, sólo por andar por la calle[3]! ¡Y a un matrimonio también, y tenían dos niños pequeños! ¿Los ves?

Las inmersiones continuaron, por un tiempo indefinido, y de poco le sirvieron las excusas. El jovencísimo etarra alegó, en su descargo, precisamente su edad, pero también su paso por Proyecto Hombre[4] y otras desgracias. No le sirvió de mucho. Las torturas y vejaciones siguieron adelante, sin descanso, mientras apuntaban los datos que el detenido prodigaba entre náuseas.

¿Y a mí que me importa que te pincharas, cabrón? ¡Ya podías haber seguido con la aguja hasta reventar, mejor, en vez de venir aquí a matar gente!

Por aquel tiempo, aunque el Inspector aún no lo sabía, su propio hijo ya se encontraba enganchado a la heroína. Era el gran cáncer de esa época. Y cuando sacó la cabeza del etarra de la bañera, por enésima vez, vio que se habían pasado. El muchacho estaba muerto, sí, pero también su rostro había cambiado.

¡Hijo!

El Comisario volvió a la realidad, en un abrir de ojos, pero no le agradó despertar. Esa pesadilla había ocurrido de verdad, por eso recreaba tantos detalles, pero ante todo la circunstancia terrible de su hijo. Diez años habían pasado ya, pero el tiempo se detiene para un padre que pierde lo que más quiere. El último atentado de Santander[5] le había reavivado todo aquello cuando los recuerdos, a veces por desgracia, vienen pegados a otros. En ese caso, lo de un coche-bomba que hicieron estallar los etarras, al paso de unos compañeros, en un barrio obrero de Santander. El balance fue de varios civiles muertos y un montón de heridos, mientras que el furgón policial se libró por la mínima: los agentes salieron heridos, sí, aunque vivos y de milagro. Y es que por entonces las comisarías tenían sus propias cantinas, en su interior, para evitar que los agentes se la jugaran en los bares, pero el peligro les acechaba en cada esquina.

¡Torturas, dicen los cabrones! Tortura es asistir a un velatorio sin saber si el próximo en caer, al día siguiente, vas a ser tú…

El Comisario pertenecía a esa vieja guardia, en la cual no se estilaban contemplaciones con los terroristas. Con el gravísimo problema de inseguridad ciudadana, en general. Porque su carrera empezó con la represión de la heroína, a porrazos y centrada en el camello. En el pequeño traficante y el yonqui, delincuente por su enfermedad, que ya en el pecado lleva su penitencia. Y luego pasaría a Información y dicha información tenía que salir, sí o sí, de los más peligrosos criminales. ¡Uno no se podía andar con contemplaciones, a la hora de sonsacarla! No cuando peligraban las vidas de terceras personas, de compañeros, y ese afán lo justificaba todo. Porque tanta violencia y el miedo, la pena por los caídos, empujaron al Comisario a beber más de la cuenta. El servicio en la calle quema mucho, pero le ayudó su gran salto al Servicio de Información, donde se encontró mucho más satisfecho. Se sentía más útil cuando perseguía a terroristas, cuando ayudaba a evitar los atentados, que al dedicarse a los pequeños maleantes. Y tanto fue así que no advirtió cómo a su lado, pero a muchos kilómetros de ingenuidad, su propio hijo había dado otro salto. En su caso, por desgracia, un salto al abismo.

¿Qué es esto, cabrón? Dime que no te estás pinchando, le espetó, tras descubrir en el baño las innegables pruebas de su delito. ¡Cosas de la vida y de la muerte, ahora el interrogado era su vástago y en su casa! Y ahí no valía la bañera ni la amenaza, sino sentir él mismo el pinchazo de la vida. ¡El indestructible Policía de Información,  llegado a Comisario por méritos de Guerra, vio ahí mismo su corazón roto! Lo que no habían conseguido las tragedias de la aguja, cuando tocaban a los hijos de otros… O las violaciones a muchachas, o los ajustes de cuentas… O los salvajes atentados de ETA, a menudo centrados en compañeros… ¡Qué cierto es eso de que el único dolor soportable es el ajeno!

¿Por qué es tan dura esta vida, Dios mío? ¿Por qué nos hacemos tanto daño? Los hijos a los padres, por ejemplo: lo damos todo por ellos y mira lo que nos hacen. Lo que se hacen a sí mismos. ¿No se dan cuenta del dolor que nos causan? ¡Ay, hijo! ¡Si supieras cuánto te quiero! Es como si el tiempo se hubiera detenido…

Con lágrimas en los ojos, las pocas que aún le brotaban, el Comisario volvió a su cama, pero sabía que no iba a dormir. En vez de eso, se quedaba pegado a su radio hasta que el sueño le vencía, en una eterna duermevela. Como si esperase que la puerta de la casa se fuera a abrir, en cualquier momento, y su hijo se presentara allí de repente.

Un tipo así nos la puede liar en cualquier momento

Avilés, Asturias.

A ver cómo le digo yo a éste lo de su hermana…

Hacía tiempo que Emilio buscaba el momento de abordar a su socio con un importante asunto. Prefería contárselo él mismo antes que le fuera otro con el cuento, pero no era fácil sacar el tema.

No sé en qué estás pensando, le decía Antonio, ajeno a sus profundas cavilaciones. ¡Cuenta el dinero otra vez, Emilio, que a mí no me salen las cuentas!

Tienes razón, no sé dónde tengo la cabeza. Trae el fajo, anda, que cuento otra vez…

La contabilidad es muy importante en todo negocio, pero más en el de los estupefacientes y un concesionario tan mágico: las cantidades que movían y los métodos de pago, muchas veces en especie, no eran fáciles de manejar si no se llevaban las cuentas al día. ¡Uno llegaba a liarse con tan grandes compras, el menudeo callejero y el trueque de coches prestados!

La verdad es que quería contarte una cosa, Antonio. No sé si es buen momento para ti…

¿Es del negocio?

No.

Entonces puede esperar. ¡Cuéntalo bien, anda, vamos por partes! A mí me sale que tié que haber 9.110 euros ahí, del Cherokee… 3.110 del “chocolate”… Y otros 7.770 de la “farlopa”…

Las cosas no habían cambiado mucho tras la prisión de Antonio: ¡para eso tenían a la Poli de su lado! Y Emilio venía de hacer ese extraño trato con la Comisaría de Avilés, con el arbitrio del Fiscal General de Asturias, mediante el cual liberarían de la cárcel a su amigo y jefe… ¡Eso sí, a cambio de venderles a todos su cuerpo y alma! Tampoco había tanta diferencia, pensaba él, cuando Antonio ya realizaba esa misma labor, con Emilio a sus órdenes, pero aquello fue un poco su bautismo definitivo como confidente. Desde entonces, las andanzas de Emilio con el hachís y los coches prestados se alternaron, ya sin cesar, con sus chivatazos y vigilancias para la Comisaría de Avilés. Pero su colaboración llegó a mucho más que eso: ¡Manolón era ya tan amigo suyo o más que el propio Antonio, sobre todo desde que éste salió de la cárcel debiéndole un favor tan enorme! Y es que para Emilio era evidente que las cosas habían cambiado para siempre, entre los dos: de ser su amigo y empleado de confianza, pensaba, había pasado a ser otra cosa para Antonio. A él le debía su libertad e incluso le disputaba ahora la confianza de Manolón, como informador de primera para la Comisaría, pero la cosa tampoco terminaba ahí: Emilio tenía sus propios planes, también a nivel personal, que habían seguido su curso mientras Antonio estuvo en prisión. Y ahora que acababa de salir, pensaba Emilio, tal vez fuera el momento de contárselos… Aunque no era fácil empezar.

Oye, Antonio, sí quería comentarte una cosa. Espero que no te enfades…

¿Qué pasa, hombre, rompiste otro coche? ¡Si es eso dilo, que no pasa nada!

No, no es eso, dijoEmilio, que dejó el fajo a un lado un momento. Era importante lo que iba a decir y se armó de valor. Es sobre tu hermana, ¿vale? Ya sabes que yo te respeto mucho, que eres más que un amigo para mí, pero me preguntaba… ¿Qué tal verías que la invitase a salir un día? Creo que ella lo está pidiendo, ya sabes, de alguna manera…

El silencio fue de muerte.

¿Qué estás insinuando de mi hermana, payaso?

¡No, joder! ¡Si te estoy diciendo que me gusta, que yo creo que hay algo entre los dos…! Pero quería comentártelo antes porque, bueno, es tu hermana y no quiero que haya malos rollos entre nosotros, ¿oíste?

Antonio guardó silencio un momento, antes de volverse hacia él. Y lo hizo con esa mirada suya, penetrante, que hacía innecesarias las palabras. ¡Por un momento, Emilio lamentó haberse tomado esa confianza!

¡Dime algo, Antonio, joder!

¿Y qué quieres que te diga? Es mi hermana y es más joven que tú… ¡Y tú no haces otra cosa que ir a putas y meterte rayas, cabrón, dejando aparte que estás zumbado y ni te tomas la medicación! Mira, yo no sé qué historias te traes con mi hermana, pero sí te voy a decir una cosa: si no te portas como es debido te tiro al Canal, ¿oíste?

Entonces, ¿qué? ¿Puedo llamarla algún día?

Un ruido de coche en el callejón, justo debajo de la vivienda, les puso a ambos en guardia: no era un lugar de paso habitual y Antonio se dirigió a la ventana, desde donde echó una ojeada de refilón.

¿Estabas esperando a alguien? Hay dos tipos en el callejón… Traen un Corsa y no tienen buena pinta.

¿Un Corsa? ¡Son los mercheros que te dije, los que me quieren cobrar no sé qué deuda! ¡Se van a enterar esos cabrones!

¿A dónde coño vas, hombre, qué vas a hacer? ¡Emilio!

Sin encomendarse a Dios ni al Diablo, Emilio tomó una recortada de un cajón y se lanzó escaleras abajo. ¡Y no escatimó en alaridos apaches al bajar, como una exhalación, al encuentro de sus supuestos acreedores! En ese mundillo del tráfico de drogas es difícil saber, a menudo, quién debe a quién. Porque ahí no se estilan recibos ni transferencias, pero sí muchas ganas de no quedar por debajo del otro.

¿Venís a cobrar, maricones? ¡Pues vais a cobrar!

¡Emilio, no!

Apenas vieron el arma, los dos camellos se desvanecieron del portal… ¡Pero fue Antonio quien les salvó, en el último suspiro, de algo más que de un susto! Cuando Emilio estaba a punto de disparar, se abalanzó sobre él y logró desviar su tiro. ¡Toda la escalera del edificio retumbó, con el estruendo, y no quedó ni rastro de los visitantes, que se habían largado sin acordarse ni de su coche! Era obvio que vinieron por lana y salían trasquilados…

La que has armado, Emilio… ¡Me cago en la puta!

El portal entero se había llenado de un árido olor a pólvora, pero lo peor era lo que pudo haber pasado: no había más que echar una ojeada a los efectos del tiro en la pared.

¿Te has vuelto loco o qué, joder? ¡Poco ha faltado para que te los cargues, cabrón, menuda locura tienes encima! ¿Y si les llegas a dar?

¡Pues un hijoputa menos, o dos, qué más da! ¿Qué quieres que haga, oh, que me deje chulear en mi propia casa?

Antonio estaba habituado a estas situaciones, por su reciente pasado en los Paracaidistas, pero otra cosa era vivir un tiroteo en un portal. ¡La bronca había sido de aúpa y se oyó un abrir de puertas, en la escalera, todo lo alto que era el edificio! Alguien estaría llamando a la Policía y Antonio decidió no esperar.

No sé si quieres que te maten o que acabe otra vez en la trena, Emilio, pero te lo digo en serio: ¡deberías tomarte las putas pastillas en vez de meterte tanto! ¿Oíste? ¡Vamos a tu casa, anda! Llamaré a Manolón desde allí…

”Hay dos tipos en el callejón… Traen un Corsa y no tienen buena pinta”. Sin encomendarse a Dios ni al Diablo, Emilio (a la izquierda) tomó una recortada de un cajón y se lanzó escaleras abajo. “¿Venís a cobrar, maricones? ¡Pues vais a cobrar!”

Ministerio del Interior, Centro de Madrid.

El Secretario de Estado fue el último en llegar a la reunión, sobre Lucha Antiterrorista, que por supuesto no podía empezar sin su presencia. Un encuentro apasionado, o por lo menos lo fue para él, había tenido la culpa de su tardanza… Pero el Secretario no iba a compartir esta flaqueza con los suyos.

Si supieran que “me he dormido” en brazos de una damisela, para empezar, me echarían en cara la impuntualidad… ¡O a lo mejor me la perdonarían, por qué no, si se enterasen de lo bien que gasto el tiempo! Lo que está claro es que nadie debe manejar ese importante dato y utilizarlo, a lo mejor, para joderme con mi señora. O con el Presidente. ¡Después de todo, así es nuestro oficio de la Información!

Sólo su chófer y escolta sabían, no había otra, la verdadera razón de su retraso, pero él recompensaba su silencio con propinas suculentas. ¡La mejor parte de los fondos reservados, como bien sabía Roldán[6], lo es del que parte y reparte! Y tanto era así que la amante del jefe de la Cloaca, sólo por debajo del Ministro y el Presidente, no podía ser una cualquiera.

Mucho menos cuando esos dos capillitas no conocen mujer, más allá de la oficial, pero ya follo yo por los tres… ¡Por el Rey no hace falta que folle nadie!

En este afán temporal, llevado por su gusto de gourmet, el Secretario se había buscado una jaca de primera. Nada menos que una veinteañera impresionante, un bombón a la que citaba en hoteles de postín, donde regaba al personal implicado con aguinaldos.

También a ella, sí, no me importa reconocerlo… Después de todo, en esta vida no hay nada que no funcione con dinero. Por el más descarnado interés. Y yo sólo aplico al amor el lema de la Cloaca: trabaja sólo con profesionales y paga lo que cueste, pero mejor con el dinero “de todos los españoles”.

El Secretario era un hombre muy ocupado, pero también su caprichosa amada. Costaba cerrar una cita con ella y esa mañana, entre reunión y reunión, apuró al máximo el escaso tiempo. Su gente le esperaba en el Ministerio y tan pronto acabó la faena, no sin encargar un ramo de flores, salió del hotel como alma que lleva el Diablo.

Cuando llegó al Ministerio, media hora más tarde de lo acordado, sus subalternos ya le esperaban en torno a una mesa de juntas. Menos mal que era el jefe y todos allí, salvo el aséptico Director del CNI, pertenecían a una misma cuerda.

Buenos días, Iñaki. Puntualidad suiza, ¿eh?

La cita no era baladí: el encuentro periódico que mantenían como estrategas, capos de la Lucha Antiterrorista, para evaluar en petit comité la situación. Los riesgos que ese fantasma internacional planteaba contra España.

Perdonen el retraso, señores, pero el Ministro me retuvo hasta última hora: el despliegue del partido de hoy, en el Santiago Bernabéu, nos ha llevado más tiempo del que creíamos. Y claro, es un tema prioritario.

¡Caramba, que el partido es esta noche! ¿Nos veremos en el palco? Últimamente es la única manera de acercarse al Presidente…

El General de la Benemérita estaba en lo cierto: el Presidente no solía mezclarse, de manera directa, en los detalles cotidianos de la Cloaca. ¡Para eso estaban ellos! La sagrada figura del Presidente debía mantenerse inmaculada, siempre aparte de esos feos asuntos cotidianos, no fuera que siquiera una pizca de ese barro le salpicase. ¡Y para qué mencionar la excelsa efigie del Padre de la Patria, Salvador de las Españas en el 23-F, Juan Mario I de España y V de Suiza! ¡Mucho antes de que Su Majestad se viera afectada por nada, si no quedaba otra, el propio Presidente sería arrojado a los leones! Así lo demuestra esa irresoluta X de los GAL, que se atribuyera al ex Presidente González, pero que por lógica apuntaba incluso Más Arriba…

Ya sabéis que están muy ocupados, pero el Ministro y el Presidente querían transmitirles su enhorabuena: ETA se encuentra bajo control, eso ha quedado claro, así que vamos a centrarnos de verdad en los islamistas. Para cuando asomen la patita por algún lado. ¡Qué estarán tramando estos cabrones!

El comentario del Secretario de Estado, tan escéptico como el resto de los presentes, desató la risa de todos. ¡El yihadismo era el gran cuento chino por excelencia, más que ETA incluso! Un enjambre de complots de barrio, diseminados por toda la Geografía Española y Europea, que los Servicios de Inteligencia manejaban a su antojo. ¡Y no es que el Secretario se tomase a broma el terrorismo! Estaba desde niño curtido en tan feos asuntos, pues de hecho ni recordaba bien su primer muerto: la primera estampa de un atentado, en su País Vasco de origen, pero debía ser muy niño cuando aquello. ¡Los detalles más cruentos y vívidos sí habían quedado muy grabados, desde luego, en su tierna mente por formar! La sangre en el suelo, la sábana por encima del caído y el despliegue, policial y de vecinos. Por su parte y aunque era difícil, con este tema en de los moritos, su subalterno del CNI intentaba mantener la seriedad.

Los moritos están cada vez más ocupados con sus cosas. Desde “la Casa[7]” venimos observando una clara progresión de sus actividades criminales, de su radicalismo. El 11-S ha sido el descorchar la botella para ellos y no hay vuelta atrás: la Guerra a muerte de Occidente contra el Islam, como ellos lo consideran, les llama a reunirse y planificar acciones. Las células más activas se encuentran en las grandes ciudades como Madrid, Barcelona, pero también en lugares tan rurales como Tudela. Esa célula, de hecho, es una de las más activas, por la afluencia masiva de jornaleros magrebíes. Hay mucha inmigración aquí, por a las campañas del pimiento y otros cultivos…

“Sergeant Pepper[8]” ha vuelto, bromeó el Secretario de Estado. Le resultaba divertida la seriedad del Director, a la hora de exponer todo aquello: un cosmos de supuestas células que su CNI conocía demasiado bien. ¿Tenemos ya alguna amenaza en grado de preocuparnos, Director? ¿Algún grupo de radicales que nos urja desactivar?

Todas las células son más o menos preocupantes, más que nada por su radicalismo. La que menos ya está enviando dinero y voluntarios, a sus hermanos en el Frente, y en Afganistán sobre todo, pero hay otros elementos que merecen más atención. Por su radicalidad y por la ambición de sus planes: grupúsculos que pretenden ya cruzar todas las líneas y golpearnos aquí, en Occidente, como vienen de hacer en América. Y en este punto es donde entra nuestro amigo Allekema Lamari, un ex convicto en España por terrorismo internacional: este argelino fue capturado y encarcelado en 1997, por pertenencia a banda armada, actuando en España como parte del aparato logístico de su grupo. El GIA argelino.

La foto del sujeto ocupó el ancho y alto de esa pared, donde el Director proyectaba la exposición: un tipo joven y apuesto, de evidentes rasgos norteafricanos, pero sobre todo con cara de tener muy pocos amigos. Cara de etarra, pensó el Secretario, cuando se trataba de una ficha policial. El Comisario General de Información, por su parte, asintió sin dejar de observar la imagen.

¿No es éste es el que se escapó, el otro día, de la Audiencia Nacional?

Así es, aunque… Bueno… En realidad, no se escapó exactamente: hubo un error judicial y le dejaron marchar. Cuando se quisieron dar cuenta de su equivocación, ya era tarde, así que ahora el tipo está en busca y captura: el Juez Garzón extendió la orden la semana pasada.

Era toda una casualidad que se les hubiera escapado, precisamente, uno de los escasos presos por terrorismo yihadista que tenían en España. ¡Pero no era menos extraño que el súper-juez de siempre estuviera de por medio, como siempre, en todas estas historietas! Y la contestación a la siguiente pregunta era demasiado obvia, aunque así y todo había que plantearla.

¿Tenemos alguna idea de dónde se ha podido meter? Un tipo así nos la puede liar en cualquier momento, ¿no es cierto? Porque supongo que no estará listo para ser reinsertado en la Sociedad…

¡Para nada! Esta gente no se reinserta jamás, respondió el Director. Pasa como con los violadores, que es algo que va con ellos. ¡No lo pueden evitar! Y sí, le tenemos controlado, aunque los detalles al respecto son materia muy reservada: cualquier indiscreción podría poner en peligro a nuestras fuentes, que están efectuando la vigilancia de este tipo sobre el terreno: qué hace, a quién se arrima… Estamos al principio de una prometedora Investigación, por tanto, que podría facilitarnos información muy buena sobre potenciales yihadistas.

El Secretario de Estado no pudo reprimir un chiste fácil.

¿Y qué tal sugerirle el domicilio de Carod Rovira o de Otegi? ¡Del mismo Matadero, que afirma tenerles cariño a estos tipos! ¡Si va a inmolarse allí, vive Dios, no intentaremos impedírselo!

Como era lógico, dado el estrecho seguimiento al que el CNI le tendría sometido, el tal Lamari no iba a inmolarse en ninguna parte. ¡No sin el permiso del omnipresente Centro de Inteligencia! Ésos que le mantenían bien suelto, pero bien vigilado también, para que pudiera hacer de las suyas con el tráfico de drogas y otros ingresos. Un dinero que no dudaba en destinar, incluso, a antiguos compañeros suyos de comando. Sin ir más lejos, un tal Abdelkrim Benesmail, que languidecía en la Cárcel de Villabona en Asturias. Otro argelino barbudo que se carteaba sin problema con su impenitente y suelto amigo. Y al estar afincado en Navarra, sobre todo, el tal Lamari les servía para controlar el entorno de ETA y los propios islamistas. Pero también viajaba a Valencia, con cierta regularidad, pues allí había cumplido condena y conocía asimismo gente. Su propio abogado, por ejemplo, que era un destacado miembro del PP valenciano. Lo que estaba claro era que el buscado argelino no trabajaría la cosecha del pimiento, en el campo de Tudela, junto a tantos de sus paisanos.

Está bien, caballeros, creo que hemos tenido una buena ración de yihadismo por hoy. ¿Cómo veis el partido de esta noche? Porque yo ya veo al Madrid con la novena…

La foto del sujeto ocupó el ancho y alto de esa pared: un tipo joven y apuesto, de evidentes rasgos norteafricanos, pero sobre todo con cara de tener muy pocos amigos. “Cara de etarra”, pensó el Secretario.

La Política de verdad es la que se hace con bombas. La Política de verdad es la Guerra

14 de abril[9] de 2002. Palacio de La Zarzuela, Madrid.

Las tropas leales a Chávez ya controlan la Capital, explicaba el Directo. Su Centro de Inteligencia seguía puntualmente la actualidad del Golpe, y el Contragolpe, gracias a una extensa red de informantes en Venezuela. Y todo se dirigía desde la Embajada, por supuesto, aunque la información le llegaba al CNI desde múltiples fuentes y países.

¿Qué hay de Chávez?

El Presidente, que como sabe se encontraba exiliado en una isla, está también en trámite de ser devuelto a Caracas. El Golpe ha fracasado, Majestad.

Bueno. La Política es así. Como el fútbol. Y aunque no saliera bien la cosa, la verdad es que me alegro por Chávez. Uno se puede poner en la piel del vecino, ¿sabes? Y hay que reconocer que este hombre es un Estadista de verdad, de los que ya no quedan.

El Director entendía esta comprensión personal del Monarca: lo que Chávez era a los Castro, Juan Mario lo era a la CIA, luego era muy lógica tanta solidaridad.

Es el “efecto Rocky”, Majestad: tendemos a ponernos siempre de parte del que pierde, del que se está llevando las tortas, pero ya ves cómo se ha dado la vuelta a la tortilla: ¡los del Gobierno Provisional ya deben estar haciendo las maletas!

¿Se sabe quién estaba detrás? Quiero decir: ¿era un Golpe 100% de la CIA o había intereses del propio Régimen, de la gente de Chávez, para que el Golpe empezara y fuera luego abortado?

Era la pregunta del millón. Y es que el propio Monarca con quien paseaba, a solas, por los jardines de Zarzuela, resultaba un agente puro y duro de la CIA.

Ya sabe cómo funciona esto, Majestad: en los mundos de Inteligencia no hay negros y blancos. Por de pronto, todo indica que se trata de un Auto-Golpe que se les ha podido ir de las manos, aunque también pudiera ser que no. Que la CIA haya mejorado sus contratos petroleros, a costa de Venezuela, y hayan dejado pasar el asunto. En todo caso, los yanquis habrían llevado la batuta de la oposición y los Servicios de Venezuela, controlados por Chávez, les habrían dado cuerda para ver hasta dónde llegaban. Y entonces, en el último momento, el Plan podía ser desactivar el Golpe y arrestar en masa a los rebeldes. Lo de siempre: ver quién se apunta y desactivar a los traidores, cerrar filas en el Régimen y en su Población. Ya se sabe que todo nuevo Régimen necesita un espaldarazo, un Evento que aporte Unidad. Para los Castro, por ejemplo, ese turning point fue el Desembarco de Bahía Cochinos. Y ahora Chávez ha vuelto al Poder y por la puerta grande.

Ya veo. Y entonces, podemos decir que el amigo se llevó el susto de su vida.

Eso parece. Nuestra impresión es que no contaba con todos los factores que entran en el bombo, al final, cuando uno emprende una Operación tan ambiciosa. Un poco como nuestro 23-F, contestó, con un atrevimiento que hizo sonreír al Monarca. Porque el Director llevaba su tiempo en esas Alturas, en realidad, pero su jefe fue ya concebido en una Cloaca. Y el 23-F fue su propio turning point, en su caso bajo el ala paternalista de los mismos yanquis que acosaban a Chávez. Pero éste los había enfrentado, en lugar de amoldarse a ellos, y había conseguido derrotarlos.

Al final, ya lo ves, el Socialismo siempre acaba triunfando. ¡Y luego me preguntan que por qué prefería a González, antes que a Alday!

Quédese con esta frase, Majestad: “somos pobres, pero somos muchos”. Se lo oía decir a una chica en televisión, una venezolana partidaria de la Revolución de Chávez.

Una gran frase.

Nunca había oído explicar tan bien, en tan pocas palabras, lo que es una Campaña de Agitación y Propaganda: la Masa tomando la calle, sin más, una mera cuestión de personal. ¡Sin grandes cuestionamientos filosóficos, incluso sin recursos, qué importa! La Democracia es una cuestión de números, ¿no?

El Rey asintió, frío como Estadista que era y consciente de sus propios apoyos populares. Una Masa Social que le respaldaba, a lo mejor no con tanto fanatismo como a Chávez, pero aunque España y Venezuela eran casos distintos el trasfondo político no: un buen Golpe y el Poder, como tal, dependen de la sabia mezcla de Propaganda, Fuerza y la elección del momento propicio.

Lo que no entiendo es por qué no hemos parado ya esto, dijo el Rey. Quiero decir: que no hayamos aún condenado públicamente el Golpe, aun cuando hasta Estados Unidos ya lo ha hecho. Y si la CIA les ha retirado el apoyo, a los subversivos, y era un Golpe de ellos, ¿a qué cojones estamos esperando?

Ya conoce usted a Alday: es demasiado determinado. Se veía ya dándoles el espaldarazo, a estos señores de la oposición, y se ha encontrado con que Chávez sigue muy vivo. De todas maneras, su Estrategia ha sido mantenerse al margen desde el principio, como si nada hubiera pasado. Y entiendo que quiere perseverar en esa línea…

El Rey meneó la cabeza, enérgico cuando alguien le llevaba la contraria, pero mucho más si ese alguien era Alday.

Como si nada hubiera pasado, no: ha pasado. Hubo un Golpe y se terminó, y lo que piense este personaje me importa tres cojones. Es hora de volver grupas, creo yo, si hasta los yanquis se han quitado de en medio. ¿O vamos a ser los últimos de Venezuela[10]? Ponme con él al teléfono, por favor.

El Jefe del Estado tomó prestado su móvil de empresa y aguardó, paciente, a que le pasaran con su Primer Ministro. Un Alday que no estaba contento, ni mucho menos, con el desarrollo de los acontecimientos en Venezuela, pero que fingía una total equidistancia en los asuntos internos del país.

¿Cómo que la cosa aún no ha acabado? ¿De verdad crees que pueden seguir adelante, los de la oposición, sin el apoyo total de Washington? No, Presidente, es hora de decir adiós a esos señores. De alegrarse de la vuelta de Chávez y hacerlo públicamente… Sí, ya sé que se optó por mantener un perfil bajo en todo esto, pero es que la cuestión ha terminado… Así es… ¡Si EE.UU no sigue en el barco, no sé, yo pienso que nosotros tampoco debemos! Gracias, Presidente… Ahí nos vemos…

El Monarca colgó, sin duda satisfecho de haber doblegado a su rebelde Primer Ministro. Los presidentes tenían por costumbre desafiar su criterio, que aconsejaba por lo general prudencia, pero esta ocasión le había ofrecido su ocasión de imponerse. Como el Dictador Franco le enseñó, y era un maestro de la Diplomacia[11], en Política hay que saber cambiar de camino cuando una vía se encuentra agotada: Chávez había sobrevivido y era de esperar que hasta saliera reforzado del Golpe, luego era tiempo de volcarse con él y mostrarle todo el apoyo. Empezando por el díscolo Presidente del Gobierno.

A veces pienso que este hombre no está en la realidad de las cosas sino en la suya. El problema de “Bigotitos” es que se cree que la tiene más gorda que nadie, que puede ir a su bola, sin importarle hasta lo que hagan en Washington… ¡Con dos cojones!

Permiso, Majestad. Creo que es urgente, se disculpó el Director, al contestar ahora una llamada entrante. Pero no tardó en volver a guardar su teléfono, con gesto natural, como si nada hubiera pasado. Se ha producido un atentado en Santander, en el edificio de Ministerios.

¿Algún muerto?

No, sólo gente aturdida por la explosión, porque el pepinazo ha sido fuerte. Pero dieron aviso antes.

Mejor.

Voy a llamar al Secretario de Estado.

Cudillero, Asturias.

El atentado de este mediodía, en el centro de Santander, ha destrozado la fachada del edificio de Ministerios[12]. También ha causado desperfectos valorados en millones de euros, en vehículos y viviendas de la santanderina Alameda de Oviedo, aunque el aviso previo pudo evitar daños personales…

Antonio suspiró, no poco aliviado: ese atentado que narraba la radio se había producido con su dinamita, no hacía falta ni preguntarlo, pero además con un coche que había sido robado por su banda… La banda de la Unidad Anti-ETA.

Tiene gracia que haya sido en la Alameda de Oviedo, pensó, cuando es un atentado más asturiano que otra cosa… ¡Menos mal que no ha habido ningún herido!

Recién salido de la cárcel, Antonio llenaba la panza en casa de mamá. Todos estaban felices por el reencuentro, aunque no tardó en coger el coche y salir pitando de su pueblo. Y no al encuentro de una Inés que, sin duda alguna, habría iniciado otra relación mientras él estaba en la cárcel. Su cita esa tarde era con la Misión, más bien, esa fiel novia con la que se había casado.

Después de todo, reflexionaba, ya en los Paracas me hice novio de la Muerte.

Y de los coches de gran cilindrada, por supuesto. ¡Daba gusto sentir de nuevo la brisa en la carretera, por fin, poner todos esos caballos al galope! Y el viaje a su destino se le hizo corto, en efecto, un pueblecito costero que su superior le había indicado. Y allí esperó sin prisa a que el coche de éste aparcase, junto a él, con el disimulo inherente a esos encuentros furtivos: como era lógico, el Comisario tenía mucho que perder si le vieran con un delincuente reputado, así que nunca tenía prisa por aparecer.

Para matar la espera, Antonio insistió en llamar a Inés, pero su amiga seguía sin contestar. Por el contrario, le envió enseguida un seco mensaje:

T he dicho k no me llames mas. Respeta mi decision x favor. Cuidate y enhorabuena x tu salida.

Antonio exhaló una maldición. Su amante se había atenido a lo dicho, cabezona como él mismo: no ir a verle a la cárcel y acabar de romper, ya del todo, su tan poco seria relación. Estará con otro, pensó, sin inmutarse demasiado. Había más peces en el mar y lo que tocaba era concentrarse en la Misión, ésa que había continuado entre rejas.

¡Qué pasa, “Pípol”! ¿Cada vez más mazado o me lo parece a mí?

Es la cárcel, jefe, ya sabe: mucho tiempo libre. Menudo pepinazo en Santander, ¿no? Lo he visto en las noticias.

Sí, ya sabes: estos tipos están muy debilitados y sólo pueden hacer de las suyas en un radio próximo, o en todo caso usando petardos con preaviso… ¡Son los últimos coletazos de la serpiente!

Antonio llenó los pulmones de brisa: esos parajes junto al mar servían de escenario habitual, para estas entrevistas entre infiltrado y controlador, interrumpidas durante meses por la fugaz condena de Antonio. Y pasada ya esa prueba, ese período de trabajo diferente, el agente volvía a la acción directa en la calle. En una Guerra que nunca terminaba, al igual que su aprendizaje, y el Comisario estaba más interesado que nunca en sus chivatazos: su conocimiento cada vez más acertado, concerniente a un mayor número de asuntos.

Dejando aparte a nuestros amigos gallegos, que están bastante controladitos, ¿qué más me traes? ¿Alguna información nueva sobre los amigos del TNT, etarras e islamistas?

O islamistas y etarras: que tanto monta y monta tanto, respondió. Y adoptó una pose resabiada, como si fuera ya un experto en terrorismo, porque probablemente lo era. Tengo clara la prioridad, jefe: la droga no mata y las bombas, sí.

La Política mata. La droga y las bombas sólo ayudan a morir, respondió el Comisario, no menos filosofal: la cocaína o el hachís sólo resultan importantes desde el punto de vista económico, Antonio, como el cajero automático que son. ¡La Política de verdad es la que se hace con las bombas, con los tiros en la nuca! La Política de verdad es la Guerra, ¿entiendes? Por eso estamos aquí.

A Antonio no le sorprendió el espiche: su superior estaba en esa edad, la cincuentena, en que se empieza a ser filósofo profesional.

Pues ahora que dice eso, jefe, lo que más me sorprendió de los etarras es su bajo nivel de moral… La mayoría están hasta los huevos y se les nota, aunque es normal con esas condenas encima: muchos entraron muy jóvenes y claro, han madurado en prisión. ¡Llegan a darte hasta pena! Y yo creo que, si tuvieran la oportunidad de salir antes, no tenga duda: ¡más de un 80% dejaban la historia sin dudar, en este instante!

Por supuesto. Por algo la reinserción de estos elementos no cuenta con apoyos, prácticamente, ni a un lado ni a otro: ya has visto que el “frente de prisiones” es un arma de primera, de cara a negociar entre unos y otros. Y ahora dime, ¿qué hay de los convencidos? Los que mueven de verdad todo el tema.

Pues, mire, ¿qué quiere que le diga? ¡Todo lo que sea joder la marrana, ahí que se meten! Algunos frikis hasta se han convertido al Islam, para estar más en sintonía con sus ídolos del turbante…

Sí, ya sé. ¡Si todo lo que sea tocar los cojones, ahí van!

Pues sí. Y hablando de sus cabronadas, verá: siguen como locos buscando quien les pueda fabricar bombas con móviles. Según Joseba, porque le pregunté sobre el tema, les falta sincronizar la llamada con el estallido de la carga…

Sí, ya me dijiste, aunque juraría que ya disponen de esa tecnología. En fin, ésas son cosas que tienen que valorar Más Arriba, en el CNI. ¿Y qué hay de tu amigo el moro?

Era la pregunta del millón de dólares: justo lo que más valía, en esos bélicos momentos, era la cabeza de un tarado de ésos.

¿Abdelkrim? ¡El barbudo es un pájaro bueno, aunque bastante majo en persona! Eso sí, parece un exaltado, pero no suelta prenda sobre la movida de ellos… Joseba sí me contó bastantes cosas de él. Estos moros tienen gente afuera que les está apoyando, jefe, que les hacen llegar dinero y demás. Y lo cierto es que en la cárcel no le falta de nada al señor moro: ropa, dinero y hasta sus vis a vis de tapadillo.

¡Cuánto trato de favor, rió el Comisario! No sé de qué me suena, ¿y a ti? Lo que veo es que sí se dan bastante confianza entre ellos, los etarras y los moritos. ¡Y que también se fían de ti, por cierto, cosa que me alegra!

¡Los etarras están flipaos con los barbudos, jefe! Dicen que son los únicos con huevos para hacer la Lucha de verdad. ¡Como se descuide el bueno de Abdelkrim, ya le digo, el Joseba se lo folla pero fijo! Fue él quien me contó que el morito recibe visitas de miembros del PSOE y en concreto me nombró a uno. Un tipo de Gijón, justamente…

Fernando Hevia.

¡Ése! ¿Cómo sabe que era él?

Su superior se encogió de hombros, siempre con esa sonrisa chulesca. ¿Quién si no él conocería la fauna del Principado?

¡No podía ser otro! Ése sí es buena pieza, Antonio, de los más destacables en el tema de los moros. ¡Por lo menos en Asturias! Y si hay alguien capaz de irse a la cárcel a ver a gente de ésta, no lo dudes, el tal Hevia es nuestro hombre. ¡Ése sí que se folla a los barbudos cuando quieran! ¡Está obsesionado con el tema de los moros, eh, con los palestinos y su puta madre…! Y es un peso pesado en el PSOE de Asturias, ¿me entiendes? Los suyos le tienen bien metido en Cajastur y otros tinglados públicos.

¿Y no es sospechoso que gente del PSOE se arrime tanto a estos personajes? Ya sé que los rojos están con ellos a partir un piñón, pero… ¡Son terroristas!

Ya, ¿y? ¿No se arriman los del PNV a la ETA?

¡Sí, ya sé, que Dios los cría y el viento les arremolina! Y ahora que lo dice, el amigo barbudo también me contó otro dato curioso: resulta que su colega y paisano, Lamari, que está también en prisión… Pues su abogado es un tipo del PP de Valencia, que le está gestionando una posible libertad condicional. ¿Qué le parece eso?

El Comisario se encogió de hombros, sin dejar de sonreír. Tanto Abdelkrim como Lamari eran tipos peligrosos, condenados en los noventa por su participación en una red de islamistas. Una organización extremista argelina llamada GIA. ¡Y ahora uno de ellos estaba suelto, claro, para poder causar cualquier desastre!

Condenados ya con Alday. Los dos, pensaba Antonio. Y al mismo tiempo… ¿Protegidos por ambos partidos? ¿Qué sentido tiene eso? Como si pudiera leer sus pensamientos, el Comisario esbozó una cara de póker.

¿Qué quieres que te diga? Supongo que a ese señor del PP que dices, como abogado, le interesará trabajar con quien sea… Sin mirar ni el pelaje del paisano, claro, ¡ya sabes cómo son los picapleitos! Y piensa que media España es del PP y media del PSOE, luego no es improbable que alguno del PP esté también encamado con estos capullos… La Cloaca es un charco muy revuelto, al final.

Antonio sonrió, sin decir nada. Era obvio que el Comisario protegía a los suyos: su cercanía al partido en el Gobierno era manifiesta y se concretaba en situaciones de esa Misión, desarrollada por y desde las cloacas gubernamentales. ¡Desde el mismo Antonio hasta la Delegada del Gobierno en Asturias, pasando por el Comisario, todos pertenecían a la cuerda más leal a los de Alday! Y entre todos manejaban unos asuntos que sobrepasaban lo criminal, desde luego, para empezar ese concesionario de coches prestados. ¿Quién si no esa Delegada del Gobierno, Máxima Responsable de la Policía en Asturias, podía permitir tan descarado negocio de compraventa? ¿Y la desahogada situación de tantos presos, en Villabona, que era mucho más que irregular? Abdelkrim era uno de esos casos, para Antonio estaba claro, puesto que él mismo había disfrutado de unas prebendas increíbles. Trato de favor que ningún condenado normal soñaría, claro estaba, cuando él no era un criminal.

Me has hecho unos buenos deberes en la celda, “Pípol”. ¡Ahora toca volver al trabajo de campo, ya sabes, dirigir de nuevo la “empresa”! ¿Estás listo para la acción? Porque la cosa está que arde con los etarras…

Sí. Ya me dijo mi hermana que a estos capullos les habían robado la dinamita. ¿Se puede ser más inútil?

¡Estaba claro que si quieres que una cosa salga bien, como suele decirse, tienes que hacerla tú mismo! Pero el Comisario ya se daría buena cuenta de tales carencias, en ese equipo de Antonio, no elegido con ningún criterio de eficiencia sino al contrario. ¡Cuánto más idiota se pudiera ser, no había duda, más papeletas para entrar en la banda de Pípol!

Esos cabrones de la ETA se la llevaron puesta, Antonio, a punta de pistola: no hubo tiros porque Dios no lo quiso y claro, mis hombres estaban por allí, pero no podían intervenir… ¡Menudo disgusto tenía tu amigo, ay, el pobre del Emilio! ¿Viste cómo no te dijo nada?

¿Se da cuenta, jefe? ¡Ya le insistí en que necesito gente profesional y no a esta panda de idiotas! ¡Si sigo con ellos, ya le digo, cualquier día me tienen que enterrar!

¡Tranquilo, hombre, que no pasa nada! Mira lo que te he traído.

El Comisario abrió el maletero de su coche personal, como hiciera Pípol ante el portero Fran hacía unos meses. ¡La diferencia era que nadie iba a creer que el Comisario de Avilés, ni más ni menos, transportaría ese tipo de material! Justo en esos días, los etarras habían colocado sus petardos por toda España: artefactos fabricados con ese mismo material que les sustrajeron. ¡Así acababan de hacer en Santander, donde un edificio entero del Gobierno había sido remodelado!

Con esto tienen suficiente para un par de petardazos más, ¿no crees? Como el de Santander o más gordo…

¡Antonio se echó a reír! Esa dinamita venía directa de fábrica y en cantidades absurdas, que sólo un Servicio de Información podía conseguir. ¡No importaba si Emilio o él mismo perdían mil kilos por el camino, qué más daba, si Papá Estado vendría siempre a reponer!

¡Jefe, esto es surrealista! ¿Cómo voy a presentarme otra vez a venderles dinamita, a esos cabrones, si acaban de robarnos un polvorín? ¡Van a terminar sospechando! Y es que o somos “chacurras” o gilipollas, una de dos…

Como es lógico, lo haremos de la única manera que es natural: reclamando el cargamento anterior. Tú diles que acabas de salir del trullo, cosa que ya saben, y que te acabas de enterar de lo ocurrido. Que han aprovechado tu ausencia para robar a tus hombres y que no puede ser, que tenéis que hacer cuentas cuanto antes porque si no, para empezar, se les cierra el grifo del TNT. Seguro que se avienen a razones cuando, además, en el trullo te has hecho amigo de algunos…

Vale, pero… ¿Qué ocurre si no quieren ajustar cuentas? ¿Y si me dicen, mira, chaval, os hemos “tangado” por tontos y te jodes? Porque se supone que andan mal de dinero, con la leña que les estamos dando.

El Comisario se cruzó de brazos. Su mirada de póker transmitía toda la confianza del que sabe, antes de empezar la partida, que tiene más de un as en la manga…

Esta dinamita, como te puedes imaginar, la sacamos con la gorra de la fábrica… Pero ellos no tienen forma de saberlo ni mucho menos de obtener el material, ¿no te parece? ¡No pueden prescindir de un proveedor tan fiable! Y menos cuando están perdiendo gente, cada dos por tres, a cuenta de material en mal estado: ¡esos famosos accidentes que están sufriendo, los pobres, en sus propios coches-bomba!

Sí, eso comentaba el bueno de Joseba: que el dinero sigue entrando en ETA, sin importar los palos que le demos, y la prioridad sigue siendo el explosivo.

Por supuesto. Y piensa que si a “Lobo” le metieron en su banda tan rápido, aparte de por sus habilidades sociales, fue sobre todo por su acceso a viviendas por todo el país: ETA andaba muy necesitada de esa infraestructura, en esa época, pero ahora de lo que andan más escasos es de dinamita…

No me hable de “Lobo”, jefe: sé que estuvo a punto de no contarlo, y sobre todo por el “fuego amigo”… Me leí el libro suyo[13], ¿sabe? Ya le he dicho que en la cárcel es tiempo lo que sobra. Y por cierto: gracias por traérmelos al trullo, las revistas y el libro ése.

A lo mejor ése, en concreto, no debí llevártelo, contestó el Comisario. Y los dos rieron cuando era obvio que las aventuras de Lobo, el gran enemigo de ETA, no habían sido un camino de rosas.

No tengo miedo, respondió Antonio, que volvió la vista al mar. ¡Las olas le devolvían tantas respuestas como preguntas quisiera hacerse! Todas salvo una, por supuesto: ¿en qué acabaría esa Misión en la que estaba embarcado? Es muy probable que ahí mismo, reflexionó, mientras fijaba la vista en un cercano camposanto. Estaba emplazado de cara al mar y sus blancas paredes rutilaban, bajo ese sol último. ¡Un destino demasiado típico para los agentes infiltrados!

Mapa de la Misión del Norte. Avilés, en el extremo izquierdo, se constituía en la base operativa de toda la Misión, en cuanto a infiltración logística de ETA (los proveedores del explosivo estaban allí, “Pípol” y su banda). En el otro extremo, Bilbao y San Sebastián, los topos de “Carlos” en ETA se ocupaban de hacer de enlace con los asturianos. Y en el medio, como veremos más adelante, otra ciudad destinada a su papel (más tarde) en esta historia: Santander.

Mira, “Pípol”, el robo de los etarras es la cosa más normal del mundo: esos tipos son perros viejos y no se fían ni de su madre. ¡son chorizos y a la primera de cambio tiran por el camino de en medio, sacan la pipa y ya está! Pero ahora no importan estos detalles: sólo piensa que si te lo montas bien, y ésa es la esencia de este Servicio, convertirás los inconvenientes en oportunidades. Además, tengo la solución para ese problema que dices. Lo de tu seguridad.

Antonio esbozó una sonrisa resignada. Sería el rollo de siempre: te vigilamos de cerca, hijo mío, pero ya sabes no podemos actuar… ¿De qué le valdría eso?

Si me va a volver con eso de que sus hombres andan cerca y tal… Estamos en las mismas. ¡Sus hombres nunca pueden aparecer en escena porque la Misión se iría al traste, así que…! Mire si no lo que ha pasado con la dinamita del Emilio: ¡llego a estar yo y sus hombres intervienen, a lo mejor, pero para echarme la sábana por encima! A mí o a los etarras…

No me refería a eso: tengo unos moros que te irán que ni pintados para acompañarte a ciertos sitios. Uno de ellos está muy centrado en Bilbao, le llaman “Mowgli”. Ya haré que coincidas con él, para que le conozcas. ¡Y por cierto! Necesito un coche para éste y uno especialmente bueno. El tipo está corriendo grandes riesgos en la zona y queremos tenerle contento: consígueme algo especial y le digo que se lo llevas tú mismo. ¿Te parece?

Espera un momento: ahora que lo dices, un moro nos vendría estupendamente para cruzar la Frontera. Para movernos por Marruecos, jefe, que cualquier día perdemos al tonto de Emilio por allí… ¡Si lo llego a saber antes, joder, ni me molesto en liar al portero!

El Comisario se encogió de hombros.

No, si yo ya lo había pensado, pero como decías que sólo te fiabas de la gente de aquí… ¡Es que son moros, Antonio, y tú eres más facha que yo!

¿Y qué más da? Si tú me lo asignas será que pasa tus filtros, que tampoco le quiero para meterle en mi casa. ¡Le necesito para bajarme coches a Marruecos y subirme “chocolate”, nada más! Y en momentos puntuales, claro, si veo que hace falta, para hacerme de escolta o darle un susto a alguien. ¡Por ejemplo, a ese cabrón de Fran, el portero del club de los cojones!

¡A ése déjale en mis manos, hombre! Recuerda la primera regla de este trabajo: frialdad. Te elegimos por ser un hombre de hielo, así que no pierdas tu templanza. Este trabajo exige de centrarse en la Misión y olvidarse de lo demás: donde tú no llegues, nosotros sí, que para eso disponemos de todos los recursos del mundo.

Sí, sobre todo de recursos como el Emilio, ¿no? ¡Menudo recurso!

Los dos rieron, con ganas, en esa postrera hora de luz. Las gaviotas rasgaban el viento con sus graznidos y el paisaje, entre el mar y las montañas, era un auténtico paraíso perdido. Y así estaban cuando de pronto, como en un ataque de locura, Antonio rompió un silencio con su risa.

¿Sabe qué? ¡Si yo fuera etarra y le hubiera de comprar mercancía, a un bobo como el Emilio, le robaría yo también!

4.  ¿Cayó cumpliendo su deber o vendiendo droga al por mayor?  

Calle del Príncipe de Vergara, Madrid.

¿Vender algo que ha sido robado? ¡Pero eso es un delito!

¡Deja de preocuparte, joder, “Cartagena”, que somos la Policía! Si nosotros te decimos que lo hagas es que está bien, ¿de acuerdo?

Sus controladores de la UCIE se mostraban siempre ávidos de información, sobre todo de cara a incriminar a sus moritos. Lo que ellos llamaban sus objetivos. Y Abdelkader alternaba esas reuniones, con tales paisanos suyos, con las reuniones de verdad con sus controladores. En este último caso, para no comprometer a su fuente, estas citas de trabajo tenían lugar en una anónima cafetería.

Sólo vamos a probar la honradez de ese amigo tuyo, “Cartagena”: ese tal Jamal. Quiero que vayas a su locutorio y le propongas que te libere este teléfono, ¿vale? Pero hazle constar que no es tuyo, no sé si me entiendes: es importante ese detalle.

Lo entendía demasiado bien. ¡Ese inocentón de Jamal, que se pasaba la vida en su negocio, debía ser inculpado de alguna manera! ¿Qué otra razón podía haber, si no, para tan extraño proceder?

Lo único que me pregunto, pensaba Abdelkader, es por qué tanta insistencia con mi paisano… ¡Si de verdad es un terrorista, que todo puede ser, el tipo disimula de maravilla!

Abdelkader regresó al bazar de su paisano, sito en la Calle Tribulete. Nuevo Siglo era un nombre muy comercial, a la medida de ese Milenio que empezaba, pero el entorno del negocio no era para echar cohetes: la inmigración descontrolada y la droga habían convertido Lavapiés en un gueto, un céntrico estercolero. De hecho, sus callejuelas le recordaban bastante a su Marruecos de origen, cuando allí también era posible comprar de todo.

¡Hombre, amigo! ¿Ya estás de vuelta?

Sí, pero no más para cambiar de teléfono. Resulta que he conseguido éste y quiero liberarlo, pero me faltan los papeles…

¿Los papeles? ¿Qué pasa, que tu móvil ha venido en una patera?

Los dos se echaron a reír, coreados por el socio de Jamal. Ese hombre hacía fácil, incluso, ese embolado en el que estaba metido… En que le habían metido, claro, contra su voluntad.

Lo que quiero decir es que no es mío, vaya, que me lo he encontrado… No sé si me entiendes…

Ayer te espiaba la mujer… Hoy me vienes con un teléfono que no es tuyo… ¡A ver si va a tener razón, tu esposa, en querer vigilarte de cerca!

Sin mediar más palabras, su paisano se cernió sobre el mostrador para liberar el terminal. Y cuando Abdelkader quiso darse cuenta, su teléfono ya estaba repartido en piezas ante él.

No me irás a denunciar, ¿verdad?

¿Y por qué iba a hacer eso? Lo que haga cada uno es asunto suyo, ¿no crees?

Quiero decir que no será muy legal lo que te estoy pidiendo, ¿no? Y yo no quiero joder a nadie…

Por joder me eché yo novia… Aquí lo tienes.

Gracias, amigo. ¿Qué te debo?

¿Por esto? Nada. Cómprame una tarjeta cuando lo necesites y tan amigos.

¿Y si te traigo la tarjeta, la próxima vez? Ya sabes a qué me refiero…

Jamal y su socio se miraron, los dos con cara de póker: clonar tarjetas de contrato sí era ilícito, en comparación con el encargo anterior.

¿Qué hago, Jamal, llamo a la Poli?

No, mejor llama a su mujer. Dile que este señor se está portando fatal, y que espero que cuando vuelva a casa le sacuda bien. Como a una alfombra.

De nuevo rieron, los tres, y Abdelkader lo agradeció de corazón. Si mentir estaba mal, ¿qué pensaría Alá de incriminar a un hermano de Fe? Una cosa era cometer un delito y otra, como hacía la Poli con ellos, empujar a otro a cometerlo.

De nuevo en la calle, Cartagena llamó a sus controladores, pero al parecer aquello no era sino un entrenamiento.

¡Lo de ir al locutorio era una bobada, “Cartagena”, para que fueras perdiendo la vergüenza! En adelante haremos el trabajo de verdad, ¿vale? Nos meteremos a fondo con estos tipos.

¿Qué quiere decir a fondo? ¿No estoy yendo ya a las reuniones, acaso, con los chalaos de mi mezquita?

¡Esos tipos son unos fantasmas, “Cartagena”! Está bien tenerles vigilados, pero ya has visto lo que hay con ellos: ¡mucha bravuconada y mucho ver películas de indios, o mejor dicho de afganos, pero poca chicha al final! Y esperemos que sigan así, claro, aunque el proceso de radicalización es lento…

Pues para ser lento, pensaba Abdelkader, a mí se me está haciendo larguísimo… Y es que esas reuniones con Serhane y compañía, en la casa de cualquiera de ellos, resultaban para él un martirio… Cuando de mártires iba la cosa.

Espero que se queden en esa fase de radi…

Radicalización.

Sí, eso. No es agradable ver vídeos de unos soldados que obligan, a un padre, a violar a su hija. O a prisioneros chechenos aplastados por un tanque… Me revuelve las tripas ver esas escenas con ellos, una y otra vez… ¡Estoy por decirles que no vuelvo, de verdad, no puedo aguantarlo!

Pasado este desahogo, Josefino guardó un momento de silencio.

No puedes bajarte del tren ahora, “Cartagena”, además de que sería peor para ti: piensa que los desertores no son bienvenidos en ninguna organización, luego todos descansaremos mejor después de desactivarles.

¿Y cuándo será eso? ¡Si les tenéis grabados ya, diciendo toda clase de burradas! Y tenéis mi testimonio, claro, para el momento en que os decidáis…

¡Tiempo al tiempo! Necesitamos más pruebas de cosas más concretas, amigo, esto funciona así: sólo con testimonios no se puede condenar a nadie y por el momento, como comprenderás, no veo que tengan planes concretos de nada. Y además hay otros tipos, otros radicales a los que necesito que investigues. Mucho más que a tu colega, el capullo ése del locutorio, que al cabo ya sabemos dónde está. Esta vez se trata de un argelino, ¿vale? Se llama Allekema Lamari. ¿Te suena de algo?

No… ¿Debería?

Lo digo porque su nombre ha salido en la Prensa: le condenaron por terrorismo hace unos años, por colaborar con ese famoso GIA… Esos bestias que mataron a tanta gente por Argelia, ¿te acuerdas? ¿Tampoco te suena eso?

¿Por qué le insistían tanto? ¿Acaso tenía que sonarle a él nada de eso? A mí lo único que me suenan son los pedos, pensaba Abdelkader. Y no siempre.

Mira, “Josefino”, yo no soy Policía. Por eso os digo siempre que deberíais buscar a alguien que sepa más de estas cosas, ¿no crees?

De eso nada. Tú vales para esto, te lo digo yo, que llevo muchos años trabajando en la calle y en concreto con árabes. Por eso voy a confiarte esta misión, pero espero que sepas ser discreto: necesito que busques a este individuo, el tal Lamari, que me des cualquier dato que puedas encontrar… Pero procura que la cosa no salga de tu entorno, ¿vale? No quiero que la Prensa se haga eco de nada, que podamos poner sobre aviso a este cabrón.

Ya, pero, ¿no será peligroso? ¡Si le han condenado por terrorismo, la verdad, no sé por qué le tenéis por ahí suelto!

Si te digo lo que pasó no te lo creerías: resulta que los jueces se han equivocado y le han dejado ir, ¿qué te parece? Nosotros currando aquí como negros, para tener a esta gente a buen recaudo, y luego llegan ellos y les sueltan… ¡A tomar por culo la bicicleta! Por eso es importante que le localices cuanto antes, que nos ayudes en esto, porque si vamos nosotros por él… ¡Tus paisanos no nos dirían ni pío, claro, pero irían corriendo a cascárselo!

Entiendo. ¿Y no sabéis nada de él, una pista para empezar? ¿Cómo se supone que voy a encontrarle si vosotros, que sois la Policía, no podéis?

Pregunta entre tu gente, “Cartagena”: llega a donde nosotros no podemos… Esta clase de personajes, aunque estén prófugos, siguen yendo a la mezquita. Tú lo sabes mejor que yo: son extremadamente religiosos o, mejor dicho, son fanáticos y no pueden evitarlo. Por eso empieza por tu ambiente, como que quieres conocerle y tal…

Mucha gente estoy conociendo, sí, desde que os conocí a vosotros, pensaba Abdelkader. Sobre todo, a mucho delincuente y mucho pringado también, como pueda ser yo mismo. Y sin embargo, ¿qué podía hacer?

De acuerdo, contestó. Me pongo a ello desde ya, a ver qué saco. Pero no os prometo nada…

La actitud es muy importante, “Cartagena”: ¡si te dices a ti mismo que sí puedes, no lo dudes, el genio de la lámpara se te aparecerá!

Piedras Blancas. Avilés, Asturias.

¡Antonio, fijín, a la mesa!

Ese fin de semana, Pípol descansaba en como cualquiera otro traballador. Un merecido relax entre carga y descarga de drogas, entre recepción y venta de explosivos. ¡Y por si fuera poco, el loco del Emilio se dedicaba a añadir aún más emoción a su vida! Pero para eso estaba su protección policiaca, desde luego: lo del disparo a esos dos mercheros en su portal, gracias a Manolón y a la gente que tenían por encima, se saldó con cero consecuencias penales. Fueron los propios hombres de Manolón quienes se deshicieron de la recortada y alegaron, además, que el disparo lo realizaron los acreedores de Emilio: no al revés. ¡Hasta ese punto podía retorcerse la realidad, claro está, si uno tiene la cobertura estatal adecuada! Antonio estaba presente cuando el voluminoso Jefe de Estupefacientes, protector de ambos confidentes, se enfrentó como pudo a los expertos de la Policía Científica.

Mira, Manolo, es muy raro esto que dices: el disparo proviene de la escalera, luego, ¿cómo se entiende que lo hayan efectuado esos supuestos agresores? Más bien parece al contrario, simplemente por el origen del tiro. ¡Porque esos tipos vendrían de la calle, supongo! Y la trayectoria del disparo tiene el sentido contrario, mira: ¡si es evidente!

Pero eso tiene muy fácil explicación, compañero: este señor, aquí presente, que es amigo del propietario del piso, fue sorprendido por los agresores ya en la escalera. Y entonces se produjo una persecución hacia el portal que remató con un disparo contra él, casi a bocajarro… ¡Se libró por la mínima!

Su compañero de la Científica se echó a reír.

¡Pero eso no cuadra con los testimonios de los vecinos, joder! Ellos dicen que fueron los propietarios del Corsa, esos supuestos agresores, los que escaparon por el callejón a toda prisa… ¡No al revés! De todas maneras, tendré que recoger muestras en las manos de los dos: del caballero aquí presente, Antonio… Y del tal Emilio, claro, por ser el propietario de la vivienda y principal sospechoso de ser autor del disparo. Comprobaremos si tienen restos de pólvora y zanjaremos la discusión, ¿no te parece? ¡La Ciencia no miente, compañero!

¡Precisamente por esto habían sacado de allí a Emilio, como habían podido, antes de que llegasen estos peritos! Ellos no dependían de la Comisaría de Avilés y podían complicar las cosas, pero Antonio intervino en el momento cumbre de la discusión: Manolón carecía de tanta iniciativa personal y él, en cambio, era muy ducho en improvisar. En contar películas de indios.

Verá usted, Inspector: yo no tengo problema en que me hagan los análisis que quieran, pero mi amigo Emilio se encuentra afuera de España en este momento. Y si necesita pruebas de ello puede pedirlas, dado que ha marchado en avión y supongo que eso dejará rastro.

El compañero de Científica no tardó en realizar este trámite y comprobar, con la mediación secreta de su Comisario, que el propietario del piso se encontraba afuera del país… Luego era imposible que hubiera participado en el tiroteo. Y el Perito se relajó entonces y marchó a buscar pruebas donde sí podía encontrarlas, que era el Corsa, abandonado en su huida por los dos amiguitos de Emilio. ¡Qué sencillo era, con los debidos contactos, esquivar a la Policía para la que Antonio trabajaba de incógnito! Y el infiltrado tan solo se preguntaba qué hubiera pasado si no llegara a estorbar el tiro de Emilio, si hubiera causado un herido de bala… Esto hubiera complicado más la ya abultada cuenta de la dinamita, de la droga incautadas hacía menos de un año, aunque fuera obvio que la Policía les habría también protegido. ¡Ojalá fuera tan fácil engañar los delincuentes, más perspicaces por la cuenta que les traía! De hecho, no tardó en aparecer pintada, en la pared de ese callejón, una significativa advertencia.

EMILIO Y ANTONIO CONFIDENTES. PAGA LO K DEVES HIJOPUTA.

En realidad, era algo que ya se comentaba hacía tiempo, entre los quinquis de más o menos peso. ¡No digamos entre otros comerciantes de sustancias, asimismo muy infiltrados, como eran los narcos de cierto tamaño! Si Antonio y Emilio seguían vivos en ese mercado, habiendo gente tan despiadada, esto era porque se sabían intocables. Porque nadie en el mundo del hampa osaría tocar a un infiltrado, claro está, si no era por una causa mayor. Por ejemplo, claro estaba, por una deuda de droga. ¡La Pípol había puesto de manifiesto la verdadera naturaleza de esta pareja, ya sin lugar a dudas, pues los dos socios salieron mejor que bien librados! Y es que daba igual en qué lío se metieran: Antonio tenía muy importantes misiones que desempeñar, a las órdenes de sus superiores, que sabía que no daban puntada sin hilo. ¡La Lucha Antiterrorista estaba por encima de cualquier delito común, incluido el narcotráfico, del que él junto a otros se lucraba! Y apenas terminada la comedia, en el tiroteado portal de Emilio, el propio Manolón acercó a Antonio a su casa.

Que conste que no te cobro la carrera porque no quiero. ¿Qué tal vas con los del tiro en la nuca?

¿Los etarras? ¡Eso es materia reservada, gordo, pero va bien la cosa!

¡En temas claves como ésos, Antonio sólo reportaba a su superior de verdad! El Comisario le había aleccionado bien, en este sentido:

En el mundo de la Información es esencial ser discreto. ¡Cuanto menos sepa nadie, mucho mejor! Recuerda que eres tú quien debe enterarse y reportarme sólo a mí, en especial en los dos temas que me interesan de verdad: etarras e islamistas.

Un entorno terrorista que resultaba penetrable, sobre todo, por el comercio de droga y armas. Por eso no tardó en ganarse la confianza de personajes clave, el Joseba para empezar, por la intercesión de los influyentes capos gallegos. ETA era uno de sus clientes mejores, por lo que esa carta de presentación resultaba muy importante, aunque Pípol les interesaba por otra clase muy distinta de mercancía. Ya se lo había dicho Joseba:

Cualquier día te llamaremos para hablar de esa dinamita tuya. La “chacurrada” nos está dando muy fuerte y nos falta infraestructura, material del bueno para seguir pegando nuestros petardazos. Te la pagaremos bien.

Antonio no se confiaba jamás y menos de un entramado tan hermético como ETA: ¡sabía que no había nada más taimado que un etarra comprando armamento! Era un tema mucho más delicado que la compra de cocaína, de la cual todo el mundo participaba, pero es que se trataba de un negocio mucho menos inocente. Y su Comisario le había informado bien sobre esta actitud de la banda, buen conocedor de su temor a ser infiltrados:

Si te quieres ganar su confianza, has de actuar como te hemos enseñado, como has aprendido en estos años. ¡Los etarras son criminales y sólo se fían de gente como ellos! Sólo cuando se convencen de que tratan con gente afín, que tenga mucho que perder, se relajan un tanto y te abren un poco sus puertas. Piensa que estás hablando con delincuentes comunes y acertarás: la única diferencia es que cuentan con un apoyo político acojonante y no sólo del PNV. ¡Ni ellos mismos saben la Cloaca que tienen detrás, los hijos de puta!

El asturiano no era desde luego un principiante. Incluso él mismo llegaba a dudar, en ocasiones, cuál era su verdadera identidad: ¿traficante de drogas y coches robados? ¿Policía sin placa, en defensa del Estado tras las líneas enemigas? ¡Ambos términos se confundían sin remedio, en las tareas de Información que le tenían encomendadas! Y era por esto que a menudo se había hecho esta pregunta.

Si me matasen un día de éstos, en cualquiera ajuste de cuentas, ¿qué pondrían en el periódico sobre Antonio Mauro? ¿Cayó cumpliendo su deber o vendiendo droga al por mayor?

Sin lugar a la duda, la respuesta correcta sería la segunda.

Ministerio del Interior, Centro de Madrid.

Tenemos un tema pendiente, Ángel. Y uno que no es agradable.

¿Y cuándo no es fiesta?

También es verdad, reconoció el Secretario. Se trata del tema de Alcácer, que sigue coleando. El padre de una de las niñas, Fernando García…

Sí. Sé quién es, le interrumpió el Ministro. ¿Y quién no conocería ya en España a ese hombre, santo y mártir por gracia del Estado? Su tragedia personal se había convertido, desde el minuto 1, en un asunto más que popular: lo ocurrido con su hija y sus amigas había conmocionado, en efecto, hasta al último hogar español.

La cosa es que sigue dando guerra, explicaba el Secretario. Y tocando teclas muy complicadas. Y al ser el Caso que es, y convertirse este hombre en un auténtico referente, a nivel nacional, el desgaste que estamos sufriendo es ya demasiado. Y está a punto de cumplirse el décimo aniversario, además, luego tenemos que ponerle un límite, añadió, con toda naturalidad. Y recibió por respuesta un desangelado asentimiento del Ministro. Porque llovía sobre mojado, claro, cuando ya su predecesor en el Cargo se había enfrentado a este viejo fantasma. Tres fantasmas, en este Caso, que se resistían a ser sin más enterrados. Porque la calle no olvidaba a esas tres niñas y él, como padre, tampoco. ¡Otra cosa era la Justicia que hubieran dado ellos, desde Interior, como responsables últimos de la Seguridad de todo un país!

Como es lógico, meditó el Ministro, la cuestión no iba a zanjarse cerrando de un golpe el cajón de los asuntos incómodos. Aunque sea de esta mesa de caoba, en la que me siento, y que es en apariencia incontestable. Ese padre ha demostrado ser un valiente, con un temple de acero a la hora de luchar por su hija, pero nadie puede ganarle un pulso al Estado. Y el Secretario, entretanto, seguía con su retahíla. Siempre adelante, como el rodillo estatal que personificaba.

El propio Fiscal que fue, del Caso, se ocupará en primera de este asunto. Esta vez no como Fiscal, claro, sino como víctima: por el acoso injusto que ha recibido, en cumplimiento de su deber, desde el Juicio y aún antes. Y no ha hecho falta insistirle en que colabore, la verdad, por la vergüenza que ha tenido que pasar. Él mismo se queja y con razón de las consecuencias que esto ha tenido, en su entorno, y de lo mucho que se ha sentido señalado. ¡Qué decir de los máximos perjudicados del tema, ya sabes, los cuatro nombres de La Moraleja[14]! Pero a ésos ya se les compensó por las molestias.

Pasan vergüenza, se repitió el Ministro. ¡Vergüenza era justo lo que les faltaba, a unos personajes así, capaces de involucrarse en semejante película de horror! Y luego de eso, por añadidura, convertirse todos juntos en fiscales de un padre destrozado. En especial, el tal Fiscal valenciano, Don Enrique, que nunca investigó a los asesinos de esas niñas, pero sí y sobre todo al padre rebelde. Por supuesto. Y para eso tenían toda la información sobre el mártir: ingresos mensuales, patrimonio, todo su entorno social y familiar… Lo que hiciera falta para proceder a un castigo más que ejemplar, si persistía en rebelarse, y desde luego que también tenían una lista de posibles aliados y recursos. Y antes que a nadie controlaban a ese otro mártir, el periodista Juan Ignacio, que había conseguido destapar el Caso para exponerlo en el foro público.

La gente tiene que entender que los llaneros solitarios quedan muy bien, y merecen toda nuestra admiración, pero no se puede poner en entredicho todas las estructuras del Estado. Y el que se atreva a hacerlo, por supuesto, tendrá que ser aleccionado en consecuencia. Por el bien común. Lo que no podemos es dejar que dos iluminados nos echen abajo el chiringuito, y ya han llegado muy lejos.

Muy lejos, se repitió, de nuevo, el inocentón del Ministro. ¿Y cómo no serlo ante las proporciones del problema? Muy lejos sí se había llegado, sin duda, pero por parte de los asesinos de Estado. Ésos a los que ahora y siempre, como guardianes que eran de ese Estado, les tocaba a ellos dos proteger. Aun a costa de nuestras almas.

Muy bien. Y entonces, ¿cuál es el procedimiento a seguir?

Nada extraordinario, eso sí, mientras no se produzca ruido mediático, dijo el Secretario. ¡La gente no puede enterarse de la movida, más nos vale, porque se montaría un pollo mucho peor! Pero ya les tenemos multados hasta las cejas, a estos dos, y aquí nadie ha protestado. Y ya me he asegurado de que la cosa siga igual, en este silencio informativo: todos los Medios obviarán este escándalo, cómo no, cuando se trata de que el castigo pase sin pena ni gloria salvo para los interesados. Porque tendrán que aprender de una vez la lección, esos dos, en una ya última vuelta de tuerca. Y es que ya les teníamos presionados con multas millonarias, que nunca en sus vidas podrán pagar, luego ahora se trata de avanzar un paso más.

¡No me digas que vais a meter a ese pobre hombre en la cárcel! ¿¿Al padre de la niña??

¡No, a él nunca, claro, de ninguna manera! ¡Sería una locura hacer eso y además nadie lo quiere, por Dios! Pero el aviso servirá para que vea que vamos en serio. Y con respecto al otro, al periodista que le hace de escudero, ése sí que está en nuestro punto de mira: o lo deja estar de una vez o acabará mal. Él, seguro. Después de todo, no es padre de nadie y su relación con el asunto es más lateral.

Ojalá lo entienda, dijo el Ministro. No me gustaría aumentar esta historia tan horrible, Iñaki. El dossier es ya espantoso, afirmó, al pasar con desagrado las páginas. Porque al Secuestro misterioso de las Niñas, acaecido el 13 de noviembre de 1992, había seguido un auténtico calvario de maltratos. De auténticas aberraciones sádicas, más que sexuales.

Uno se pregunta hasta qué punto es esto necesario, reflexionó, sin compartirlo con su lugarteniente. Todo esto. Porque el escándalo sí que tiene una lógica de Estado, como tinta de sangre para poder firmar un Pacto. Y entonces, claro está, el Secuestro lo motivaba un bien superior, pero… ¿Arrancarlas los pezones a mordiscos? ¿Amputaciones en vida?

Sé lo que estás pensando, Ángel, porque eres una buena persona, dijo el Secretario. Y yo también me considero, claro, y me ayuda pensar que las consecuencias de que se hiciera Justicia serían más terribles aún. Que el remedio, por desgracia, sería peor que la enfermedad. ¡Hasta hay un predecesor mío en el Cargo, entre los sospechosos más señalados, pues el Estado como tal está metido hasta el fondo! Y si nada de esto se llegara a saber, de verdad… Lo que es Alcácer de verdad… ¡Imagínate! Si dejásemos caer siquiera a uno de los involucrados… Se nos viene abajo el Estado entero. Sin exagerar.

Lo sé. Tan solo me preguntaba hasta qué punto no merecería la pena, al ver estas cosas, que terminase de caer de una vez. ¡Qué mundo, éste! Pero luego pienso en las consecuencias de la anarquía, que son mil veces peores, y desde luego que se me pasa, reconoció, con un suspiro de aceptación. Lo que sí quería comentarte era lo que dijiste antes, ese décimo aniversario que se “celebrará” en… Noviembre… ¿No crees que puede convertirse en un revival del asunto? Ya sabes: especiales informativos sobre las niñas, entrevistas a este padre coraje…

No me preocupa, zanjó el Secretario. Mucho antes de ese punto, descuida, tendremos preparado otro escándalo que eclipse este asunto. Y en todo caso, como de costumbre, contamos con los Medios para seguir dando la matraca con Miquel Ricart y Anglés, ese fantasma errante…

El Ministro cerró el dossier, como tantos, para guardarlo en su debido lugar en el cajón. El cajón de lo visto para sentencia. ¡Qué absurdo era todo! Si uno consideraba la gravedad y profundidad del Caso, el Pacto de sangre de Alcácer, la versión oficial resultaba un chiste malo. Ese tal Anglés que no era, en realidad, sino un pobre toxicománo, asesinado por sus compinches de fechorías previamente al Secuestro. Ninguno de esos robaperas tenía nada que ver con el asunto y menos Anglés, que ni siquiera se enteró del Evento. ¡Jamás pudo imaginar la fama inmortal que iba a adquirir, ya de muerto, como si fuera un Cid del mundo del suceso! Y el rodillo mediático insistiendo, por su parte, en la búsqueda de un cadáver que nunca se podría encontrar: su propio Ministerio se había asegurado, tras el hallazgo de las niñas[15], de que los restos de Antonio Anglés jamás aparecerían, cuando de hecho aparecieron en la improvisada tumba de su asesino.

Y entre tanto, como decía Paco Umbral en su famoso artículo, Miquel Ricart está ahí. Disponible. Penetrable. Preso. Y otros han huido y huyeron bien, demasiado bien. Alguien le puso alas a su huida. Ricart, peor que culpable, es la metáfora de la culpa. ¿Es culpable de sangre? Es sobre todo culpable de estar ahí, encarnando la culpa, haciéndola vivible y visible. La ley siempre necesita un reo porque la ley es una abstracción mientras no tiene un reo…

”Como es lógico, la cuestión no iba a zanjarse cerrando de un golpe el cajón de los asuntos incómodos. Ese padre ha demostrado ser un valiente, con un temple de acero a la hora de luchar por su hija, pero nadie puede ganarle un pulso al Estado”.

  • Nuestra máxima preocupación es tu Gobierno, Corinna.

Palacio de Marivent, Mallorca.

Con razón decía el poeta que los pensamientos que lances al mar volverán, tarde o temprano, a tu orilla, pues bastará con otra mirada a ese mar para atraerlos. Y el costero Director del CNI ya había compartido con el Rey, su Jefe, muchas miradas al infinito Mediterráneo. Muy en especial, en Mallorca, Isla de origen del Director, donde la Familia Real pasaba las vacaciones de verano. 

Está quedando un día cojonudo para navegar, ¿eh, Jaume? 

Y para follar, pensó el interpelado, con la principal afición de su Jefe siempre presente. ¿Has quedado con Corinna? 

¡Yo qué sé! Como el resto de las mujeres, pero ella más de lo normal, ésta hace siempre lo que le sale de los cojones. 

El Rey de las cinco mil amantes se acababa de encoñar, no hacía mucho, de una aristócrata alemana de nombre Corinna. Una mujer que no podía poseer porque sí, para variar, a golpe de chequera si hacía falta, porque la señora ya era rica por su casa. Miembro de la jet set de por sí, una mujer independiente, atrajo de lleno la atención de este cazador empedernido.

¿Sabes, Jaume? Estoy pensando en casarme.

Su gesto al decir esto, tan serio, provocó una sincera carcajada en el Director. El nivel de cinismo de su Jefe era difícil de superar.

Juan Mario I se le antojaba, al Director del CNI, el más extraño cóctel que nadie pudiera personificar. En especial, en su caso, pues el Monarca no dejaba de ser su Jefe más directo. Y también, desde luego, el más absoluto que se podía tener, incluso por encima del Presidente del Gobierno, pues éste no dejaba de ser otro mandado del Rey. Pero aparte de esta subordinación y de la debida obediencia, al Jefe del Estado y todo lo que éste significaba, como personaje en sí, Juan Mario de Bribón era también su amigo. 

De otra manera, razonaba a menudo el Director, su delicada relación no sería ni siquiera viable. Porque compartían secretos que no eran dables ni en un matrimonio, cuando menos el del Rey, que estaba ya roto antes de empezar. 

Ésa es una de las acusaciones más injustas que se me hacen, ¿sabes? Si me casé con Sofía fue siguiendo órdenes de Franco, así de claro, y ya quise divorciarme tras el viaje de novios, pero él me contestó que de ninguna manera. Que si rompía el matrimonio, adiós a todo. Que me olvidase de reinar. Y que lo que tenía que hacer era engendrar un hijo, cuanto antes, un varón que asegurase la Sucesión de la Jefatura del Estado.

Hay muchas cosas que la gente no sabe, corroboró el Director. Sobre lo que hacemos por ellos en silencio, sin darnos ninguna importancia, y el Servicio de Inteligencia es la mayor prueba de ello. ¿Qué sería de España sin nuestra gente, sin nuestra labor, para cuidar de su Seguridad cada día?

El Rey lanzó una de sus miradas habituales al infinito. Como si fuera un retrato vivo de su antepasado, el relojero Rey Carlos IV, a quien tanto se asemejaba en todo. La papada de ambos era idéntica pero, muy al contrario que su heredero actual, lo normal en un Rey era nacer con el culo pegado al Trono. No como el exiliado hijo de un Don Juan exiliado. Y es que era a Franco a quien todo le debían, claro, pero tanto o más a la propia CIA. Un Tío Sam que torció la planeada Sucesión de Franco, adueñándose del Bribón con tal habilidad que todavía entonces nadie se había enterado. Sólo los más leales al Caudillo y su legado, los cuales pelearon como leones contra toda infiltración extranjera, pero a la vista estaba su fracaso. Y ahora Alday quería resucitar, se diría, el papel estratégico de España en Europa. En todo el Mundo. Una Guerra abierta contra Francia y Alemania, que se oponían a muerte a este resurgir ibérico, lo que suponía nuevas amenazas para el país. Y esto perturbaba la bribónica tranquilidad del Monarca.

Todo esto me recuerda a mis primeros años, ¿sabes? Esa lucha de todos contra todos, incluso dentro del propio Régimen.

Y en el ojo del huracán, como siempre, está Marruecos, opinó el Director, que conocía a la perfección al sureño vecino de España. Tengo informaciones ciertas de que en París están preocupados, por nuestra exitosa penetración en la Economía y la Política de Marruecos. Y se han propuesto como prioridad desbancarnos de allí, como sea, y cuentan con el concierto de Reino Unido, por supuesto. Por los avances de España en el tema de Gibraltar. Y Alemania está embarcada junto a Francia, también, en lo que sea menester, lo que haga falta con tal de mantener su primacía sobre la Unión Europea.

Entonces, amigo, pronto empezaremos a notarlo.

Los dos dirigieron su mirada hacia el océano, tan cercano. Esas mismas aguas bañaban las costas de todos los países aludidos, incluido el parásito mini-Estado de Gibraltar. Una maldición histórica que pesaba por siglos sobre España, como pesaban las pretensiones expansionistas de Francia o Marruecos. Y eran anatemas que se habían materializado en sangre, tarde o temprano, cuando la Guerra es la continuación de la Diplomacia por otros medios. Y esto nadie como ellos dos lo sabían, desde el inicio de su vida adulta, puesto que se habían criado en cuarteles.

Alday se cree Franco, ¿sabes? Pero no le llega ni a la altura de los zapatos.

Al menos, lo intenta, respondió el Director. Y es algo que le honra, pienso, y tampoco tiene otra salida, con estos todos amigos que tenemos alrededor…

Juan Mario sonrió, satisfecho con la sinceridad de su lugarteniente. El Director sabía bien lo mucho que el Monarca odiaba a Alday, pero mucho más los peloteos absurdos y las mentiras, y lo cierto era que necesitaba a su Director del CNI. Y lo necesitaba cerca del Presidente, desde luego, para poder controlarlo bien.

Es curioso, reflexionó el Monarca, en un notorio cambio de tercio. Yo le debo todo a Franco, pero hay otro Príncipe que le debe incluso la vida. Mi hijo. Si no es por el Caudillo, vive Dios, Felipe nunca hubiera venido al mundo. ¡Si casi es más hijo suyo que mío! 

Son las cosas del Destino, respondió el Director, decidido a explotar esa vena melancólica de su Jefe. Se trataba de un raro privilegio, el poder hablar de tú a tú con ese pedazo vivo de Historia. Y la confrontación actual del Gobierno Alday, contra todos sus enemigos a la vez, hacía inevitable acordarse de pasadas guerras y desafíos. Pero hay una cosa que siempre me he preguntado, Majestad. Si no le hubiera tocado a usted esta vida, este destino como Rey, ¿qué hubiera querido ser? ¿Qué le hubiera gustado? 

Yo también me he preguntado eso muchas veces, Jaume, y la verdad es que no hay una respuesta única. Carlos IV hubiera sido el mejor relojero del mundo, a mi padre está claro que le gusta navegar, pero a mí… No lo sé… A lo mejor el Ejército, supongo, puesto que ahí sí estuve contento. Eso sí, sin la presión que tuve encima en esos años… Eso sí que no lo volvería a repetir. 

El Director asintió y no por dar gusto, pues conocía de sobra esa juventud y esos años vitales del Rey. Su etapa como Príncipe de Asturias en la cual, con todos los focos sobre su cabeza, vivió la presión de unos y otros. Para empezar, la del propio Franco, un monje guerrero que siguió sus pasos muy de cerca. 

Se enteraba de cada polvo que echaba, en mi residencia de Zaragoza. Mis propios compañeros, a los que yo llamaba amigos, informaban a Franco de cada cosa que yo hiciera. Y luego se preguntan por ahí por qué soy tan desconfiado.

Ahí sí que el Director, aunque no podía exteriorizarlo, no estaba del todo de acuerdo con su Jefe. 

Podrías haber aprendido la lección, se dijo, para no ser tan chantajeado en tus polvos posteriores. Porque has dejado un reguero de pruebas que ni un actor porno… 

Tiene mucha lógica que Franco te mandase espiar, argumentó, cuando era quien mandaba, pero no tanta que lo hicieran después tus subordinados. 

Sí, desde luego. Eso fue peor aún. 

Tampoco era fácil ser leal a un Bribón, pensó el Director, cuando sumaban tantas traiciones de esa estirpe y de ese Rey, en concreto, incluso a su propio Ejército. Fernando VII dejó tiradas a sus tropas, cuando se levantó en armas contra su padre, y Alfonso XIII hizo lo propio al proclamarse la II República, pero no sin antes defenestrar a varios de sus mejores válidos: Maura, Miguel Primo de Rivera… Por cada Bribón, se diría, había un exilio del que volver y, sobre todo, un buen reguero de cadáveres en la cuneta. 

¿Cuál ha sido el peor momento de todos, si puede saberse?

Pues… Quitando lo de mi hermano, que en paz descanse, seguro que los años previos a la muerte de Franco. La gente se cree que me tocó la lotería así, sin más, pero esa época la viví con una intensidad de cojones. ¡Casi parecía que me iba a morir yo primero, joder, antes que el Caudillo!

La mirada de Juan Mario volvió a perderse en la lejanía, lo que no era difícil en el sereno horizonte de la costa mediterránea. Y es que la tierra de origen del Director era algo que tenía muy en común con su Jefe. Pues nada hay mejor que decir, para ganarse a un mallorquín, que contarle lo mucho que amas a su patria chica.

El vulgo se piensa que gracias a la eliminación de Carrero es que yo pude reinar, y traer a España la Democracia[16]. ¡Qué equivocados están! No tienen ni puta idea de lo que fue aquello, y por supuesto que nadie buscaba la Democracia. Lo que todos querían era el Poder, cuanto más mejor, y estaban dispuestos a matar a quien fuera para obtenerlo. Incluso en vida de Franco.

La historia de Carrero siempre cautivó al Director, que la vivió en directo y bastante joven aún. Aquello fue un auténtico terremoto, a todos los niveles, en una España que presumía y con razón de pacífica. De una Estabilidad envidiable, que la teníamos, aunque faltaran otras cosas. El joven mallorquín ni siquiera imaginó, por entonces, que acabaría ocupando el papel de Carrero como Estadista, nada menos que como jefe del Servicio Secreto y en una situación bastante similar a la suya. 

Todo el mundo conoce las traiciones medievales, pensaba el Director. O las míticas traiciones de las películas, al estilo Corleone. Pero poco se ha hablado nunca de cómo a Carrero lo mataron otros franquistas, sólo para hacerle el caldo gordo a la OTAN.

En efecto, los asesinos fueron sus propios compañeros, subordinados suyos de la Seguridad del Estado. ¡No ninguna oposición de opereta, por supuesto, con los cacareados etarras como legendario brazo ejecutor! Todos esos personajillos estaban, entonces como ahora, trufados y dirigidos por servicios de Inteligencia extranjeros… Y sobre todos los demás, por supuesto, quienes más controlaban eran los propios servicios franquistas, como hace todo Régimen con su temida disidencia interna. Pero, entonces, algo inesperado pasó y fue que Carrero saltó por los aires. 

En ese entonces, como ahora, el Presidente del Gobierno dirigía un Servicio de Inteligencia… Y su rival y subordinado, Arias Navarro, como Ministro del Interior, dirigía también el suyo propio… ¡Que incluía a la propia protección personal del Presidente!

¿Quién podría sorprenderse, por tanto, de que un día matasen al Presidente, como ocurrió con tantos antecesores suyos en el Cargo?

A nadie se le puede escapar que Arias Navarro, como cabeza visible de su gente, tuvo mucho que ver en esa jugada. Instalado en el poderoso Ministerio del Interior, desde el cual debió proteger a Carrero, no sólo fracasó en este objetivo prioritario, sino que luego sucedió a Carrero en la Presidencia. No era un mal castigo, desde luego, por su tan sonada pifia, al dejar (como mínimo eso) que matasen al tercer hombre más importante del país. O tal vez ya el primero, con un Franco muy mermado y un incapaz Sucesor. Y encima de todo, como colofón, el bueno de Arias permitió que los supuestos asesinos etarras escapasen, sin ser molestados, cuando no se reforzaron los controles de carretera ni de fronteras.

Aquello fue otra señal, la enésima, de quién mandaba de verdad en España. Porque, dime tú: si tus propias Fuerzas de Seguridad quieren matarte o, como poco, descarrilarte, ¿quién te puede salvar?

En efecto, todos esos gerifaltes que ganaron la Guerra con Franco, y para Franco, ostentaban Mando en Plaza por gracia de su Generalísimo. Y en ese entonces, con un Franco ya agonizante, conspiraban por el futuro de una España sin el Caudillo. El propio Iniesta Cano, por ejemplo, General de la Legión en la Guerra[17], y por entonces Director General de la Guardia Civil, abrió las Fronteras para que todo posible terrorista pudiera escapar. Y hasta envió un helicóptero a molestar, a cuantos fueron a rezar por el recién difunto Carrero, en el céntrico cráter donde acababan de ejecutarlo. Y era el Protector del Trono de Juan Mario, por supuesto, luego éste era el ambiente en que el Príncipe resultaría coronado.

Recuerdo un día concreto, reunido con Franco y sus guardaespaldas, en que se me puso la piel de gallina. Estábamos en El Pardo y los agentes de Carrero nos informaron de que se había abortado un plan, muy bien organizado, para matar a Franco cuando pasara por el Puente de los Franceses. La bomba ya estaba colocada, al parecer, pero en el último momento se acojonaron. La Seguridad que teníamos era muy buena, claro, ahí se demostró, pero poco faltó para que le dieran pasaporte al Viejo. Y el siguiente era yo, claro. 

¿Ya faltaba Carrero? 

Sí, por supuesto. ¡Con Carrero a los mandos, amigo, nunca se hubieran atrevido a llegar tan lejos! Además, de poco les hubiera valido. Su único camino era el que siguieron: matar a Carrero para poder llegar a Franco. Y a continuación, por supuesto, iba éste que te habla. 

Lo que iba a ser una velada de trabajo se había convertido, sin querer, en todo un confesionario para la Historia. Pero esto no era tan raro en el campechano Monarca, que huía de los temas de su Cargo como de la peste. Un auténtico follador vividor, además de cazador obsesivo, que delegaba en sus lugartenientes todo el trabajo sucio de su Cloaca.

Ese día, te lo juro, me vi fuera de la partida. Sobre todo, con lo que vino a continuación, pues la gente de Carrero buscó enseguida a los culpables del Magnicidio. Mejor dicho, buscaron las pruebas, porque sabían de sobra dónde se encontraban los responsables: en el Palacio del Gobierno, en la Dirección General de la Guardia Civil, en el Alto Estado Mayor… ¡Eran todos! ¡Salvo Franco y la gente de Carrero, los más leales a él, se puede decir que todo el Estado estaba en el ajo! Todas las fuerzas vivas, se entiende. Y fue por eso que Franco no pudo hacer nada, para vengar a Carrero, porque no podía deshacerse de tantos conjurados a un tiempo. No sin arriesgarse a otra guerra civil.

Así y todo, una herencia que Carrero dejó era un Servicio Secreto temible, que funcionaba al nivel de los mejores. Y esos agentes le hacían partícipe, al mismo Franco, de estos enredos en los que le iba la vida hasta al Caudillo. Intrigas al estilo Padrino, con el futuro Rey en el centro del juego, porque el problema era ya el propio Régimen en sí: un dique resquebrajado por la división interna que, acosado al tiempo desde el exterior, hacía ya aguas por todas partes. Y los reportes del Servicio Secreto de Carrero, ya enterrado por entonces, no dejaban lugar a la duda.

Y hubo otro día también, a continuación de ese atentado fallido, en que esos mismos agentes se presentaron otra vez ante Franco. Venían con un magnetófono en su maletín, así que estaba claro lo que traían.

Pruebas.

El Director ya conocía esta historia, legendaria en los Servicios de Inteligencia, pero era un raro placer poder escucharla de boca del Rey. Uno de sus escasos testigos presenciales.

Esta conversación la grabamos el otro día, Excelencia. Le sonará mucho la voz, pues se trata del Presidente del Gobierno. 

Y le dieron al play para mostrarle, al Jefe de todos y fuera de toda duda razonable, la prueba definitiva de una tremenda traición:

¡Qué se ha creído el Mozo! Hemos estado a punto de cargarnos al Viejo, ¿¿y vamos a seguir aguantando el Caudillaje?? Eso se ha acabado, vamos, ¡me paso al Mozo por los cojones!

El semblante de Franco, con sus aún vivos ojos entre las arrugas, acusó el golpe que tan cruda información suponía. 

Con lo del mozo, supongo, Arias se refiere al Príncipe. ¿Verdad? 

Así es, Excelencia. Y el viejo que dice, con el debido respeto, no es otro que usted. 

Ya veo, ya… 

La cuestión no era tanto el propio Franco, que mediaba entre los distintos bandos y tenía los días contados. El problema ahí era la Sucesión, cuando él faltase, dado que muchos en el Régimen no apoyaban a Juan Mario, pero Franco se empeñó en apuntalar su decisión. Y esto significó una llamada a las armas, para los descontentos con ese plan sucesorio, porque estaban dispuestos a ir a por todas e incluso a matar, a quien hiciera falta, hasta el extremo de que el propio Caudillo estaba en su punto de mira. Pero Franco ya no era el que fue, siquiera unos años antes, y la muerte de Carrero había dejado al descubierto su fragilidad. 

¡Qué vamos a hacer si el primer traidor es el Presidente! Pero no hagan nada, no hagan nada, que sería complicar las cosas…

Y nadie se atrevió a insistirle, de cara a una vendetta total, que limpiase su casa entera de conspiradores. Faltaba liderazgo en el Caudillo, por causa de su edad, y su real mozo ni de lejos suplía esas carencias. ¡Qué buen golpe dieron los conjurados, en verdad, al haberse deshecho de Carrero! Tras su inesperada muerte, a traición, era España terreno abonado para los complots, que se sucedían sin estorbo en torno al viejo Caudillo. Porque ahora, muerto Carrero, el inquisidor Arias Navarro ostentaba todo el Poder. De ahí que gobernase aún unos años, pasando a la posteridad por ese patético momento televisivo:

Españoles. Franco… Ha muerto.

Podría parecer, por todo esto, que Arias Navarro era el malo malísimo de este cuento, y la verdad era que su carrera hacia la Cima estaba sembrada de cadáveres. En su Málaga de origen, donde ejerció de notario, se hizo famoso durante la Guerra por sus purgas. Y a esto siguió un curioso y cloaquil episodio, tras el conflicto, como fue la emboscada en la Carretera de Extremadura. Un acto terrorista en el que acabaron con la vida de un importante espía de Franco, así como con sus acompañantes, inclusive la propia hija de ese agente. Y culparon de todo a las famosas 13 Rosas que, por supuesto, terminaron en el paredón. Todo ello para ocultar el reciente pasado de Arias como masón, al igual que el de otros compadres de su cuerda, pero esa vena ejecutora no terminaba nunca. Y ya en el Poder absoluto, como último Presidente del Franquismo, ordenó fusilar a varios terroristas condenados. Una muestra de feroz resolución que no sirvió para nada, en cuanto a Propaganda se refiere, porque sólo reforzó las acusaciones que se hacían contra el Régimen en el extranjero.

Una Dictadura, sí, pensó el Director, pero… ¿Qué Estado en la Historia no se ha manchado las manos de sangre, para empezar, en defensa propia?

Así y todo, el tiempo pareció darle la razón, a este auténtico verdugo, en su afán de oponerse a Juan Mario junto a los suyos. Y es que el Nuevo Rey olvidó pronto su Juramento, como Sucesor del Caudillo, y liquidó de un plumazo toda una Guerra ganada y un Régimen. Una Metamorfosis Total que significó el triunfo de la industria del aborto y otras corruptelas, centradas en los mafiosos cortijos autonómicos. Pero la pregunta de fondo era si el hombre fuerte de Franco, Carrero, hubiera podido evitar todo este proceso degenerativo, de no haberle sacado del camino el bueno de Arias. Y al mismo tiempo, si Arias hubiera logrado desbancar asimismo al Bribón, las cosas hubieran podido ser también diferentes. La Soberanía de España, es muy probable, no se habría entregado tan fácilmente. ¿Habría sido más duro que la gente de Juan Mario? Lo que estaba claro era que el actual Alday, el Presidente más intrépido desde entonces, estaba dispuesto a ir a por todas. Pero no contaba con el real beneplácito.

Los intentos de Alday por andar su propio camino, Jaume, con una Política independiente, son inútiles. El papel de España en Europa, en el Mundo, hace tiempo que se decidió. Y métete esto en la cabeza: esta gente, los americanos, nos tienen cogidos por los huevos, y nunca nos van a soltar. ¿Lo entiendes? Si nos movemos, ya lo sabes… Nos atizarán. ¡A los hechos me remito!

Al Director le pareció que esta última reflexión, casi académica, iba por él en concreto. Su sincera simpatía por Alday y sus logros, incluso en el difícil terreno de la Política Internacional, no debía pasar inadvertida a su verdadero Jefe. ¡Qué cierto es que no se puede tener dos señores!

Si me permite la opinión, Majestad, creo que los yanquis nos atizarán de todas maneras, luego será mejor defenderse. Y a usted le viene bien que Alday sea peleón, en cualquier caso, pues sus posibles logros quedarán como triunfos de la Jefatura del Estado… Y si algo sale mal, siempre podrá usted acudir en salvaguarda de la nación. ¿Qué podría salir mal?

Uy, qué serios están estos señores, dijo una femenina voz, de marcado acento nórdico. La princesa Corinna se había acercado a ellos en sigilo, a través del desierto comedor, en el cual sólo el personal del restaurante pululaba. Y también, por supuesto, la consabida legión de guardaespaldas.

Qué milagro verte, rezongó el Monarca, más protestón que otra cosa, aunque el Director advertía su contento. El ya viejo Rey estaba encoñado de verdad, de la alemana aristócrata, pero sabía lo bien que funcionaba hacerse el duro.

¿Todo bien? Parecíais tan preocupados, opinó, con su arrebatadora sonrisa de diva.

Nuestra máxima preocupación es tu Gobierno, Corinna, ya lo sabes.

La diva rió, ante este comentario del Director, pero a sabiendas de que no era ninguna bromita. Allí todos eran bragados, incluso ella, en estos espinosos asuntos de cloacas, y el gobierno alemán era uno solo con el de Francia. Schröeder y Chirac, en antiespañol tándem, con el gran objetivo de contrarrestar al verdadero amo de la partida, que era EE.UU, y a un Alday que se había aliado con los yanquis para no someterse a ellos.

No te preocupes, Jaume, que a Corinna le gusta Alday, dijo el Rey. No tanto como a ti, eh, pero está esperando a que aumente las Fronteras de mi Reino, porque así podré hacerla Sultana de Marruecos. Porque el título de Primera Dama, en la Casa Blanca, supongo que Alday se lo reserva a su mujer…

¡Qué va! Yo no me meto en Política, Juan Mario, ya lo sabes. En eso, soy de la misma escuela que tú: ¡la Política es para los políticos!

La hermosa aristócrata volvió a reír, cual despreocupada modelito, pero al Director no se le ocultaban ciertas cosas. Porque en tantos años de carrera diplomática, siempre de lleno en las intrigas del Poder, el mallorquín había aprendido a detectar cualquier mentira. Esos disimulos improvisados, también, para salir de cualquier tiento, como los que ahora le presentaba a Corinna. Y al desconfiado Director le vinieron a la cabeza, sobre la germana amante de su Rey, dos pensamientos que se cruzaban en uno solo.

Si hay algo de lo que cuesta proteger a este Bribón, reflexionó, es de su propia picha brava. Y de tal palo, tal astilla. ¿Quién diría que hay pruebas, por ahí, incluso, de los devaneos de su padre con una famosa transexual? “La Veneno” utilizó a Don Juan como retrete[18], y hay hasta vídeos de este tema: una forma inmejorable de chantajear a su real hijo, claro está, si no fuera su propio hijo quien los guarda. Y es que el viejo Conde nunca se conformó con quedar afuera de la línea sucesoria, aunque fuera en favor de su primogénito…

Pero la gente del entourage de Juan Mario no había luchado, en tantas batallas de cloacas, para que su real adalid se viera desafiado por nadie. Antes que eso, por supuesto, el propio padre de la criatura estaba en el espectro de los peligros a espiar, y controlar, por parte de los agentes de confianza del Monarca.

A mí, dádmelo todo hecho. Ése era su lema y se lo repetía siempre, a estos esbirros, algunos de los cuales llegaron a mandar más que él mismo. Muy al contrario que Franco, su maestro, que planificó hasta el final cada detalle de sus batallas, el playboy coronado delegaba todo en sus validos.

Y ahora me toca a mí, pensaba el Director, que en realidad sirvió siempre a su Señor. Un ocupado dandi que ahora se despedía, con un beso fugaz, de la alemana que le amó. Y ésta desapareció entre las mesas de esa terraza, orientada al mar cual batería de costa, y seguida de un germano guardaespaldas.

Supongo que sabes lo que voy a preguntarte, le dijo a su Rey, una vez los dos solos. ¿Crees que es de fiar?

Sé que tú lo eres, respondió Juan Mario, que hacía con esto las delicias de su escudero. Lo que sean los demás, como comprenderás, no me importa tanto. Ni siquiera ella. Y si es una espía de Alemania, tampoco me importa lo más mínimo. Prefiero tenerla más cerca, inclusive, para darla a entender lo que yo quiera, y sobra decirte que en el catre… En fin… Es una auténtica leona.

¿Un “resort” llamado cárcel?

Unidad Central Operativa de la Guardia Civil (UCO). Centro de Madrid.

A sus órdenes, mi Capitán. ¿Qué se le ofrece?

Buenos días, Mario, ¿cómo estás? Siéntate. Tengo un tema urgente que comentarte.

Mario se acomodó en la silla, en la mesa de despacho del Capitán. En torno a ellos, la castrense decoración de todo Cuartel, a la que estaba acostumbrado desde niño. Y eso a pesar de no haber ceñido nunca tricornio, pero su carrera en el Cuerpo había sido fulgurante desde que dejó el convento. Una metamorfosis que le había convertido en informador policial de primera. Y sus mandos ya le habían propuesto para la Cruz al Mérito Civil del Cuerpo, pero su mejor recompensa era la confianza que depositaban en él. ¡Los destinos que le confiaban, por otra parte, no podían ser más interesantes! Su paso por los locales más luctuosos de España, desde saunas gay a puticlubs, daba lugar a anécdotas para un libro. Y siempre con la máxima responsabilidad, en todos esos lugares, dirigiendo el cotarro en primera línea. Así era como llegaba hasta él la información más fresca y fiable, y el primero que valoraba su capacidad era su propio descubridor. El Capitán de la Benemérita que le introdujo en ese mundo.

Mario, mira, necesito que me eches una mano. Ya te habrás enterado de que han disparado a un portero en Madrid: otro ajuste de cuentas entre bandas del Este, que se disputan el control del tema la noche. Pues bien, ahí Arriba están preocupados con que la situación vaya a mayores y es hora de cortar. Hay que meterle mano a este asunto y quería contar contigo.

Pues usted dirá, mi Capitán. Como dicen en Colombia: ¿para qué soy bueno?

Su superior se acomodó en su sillón. Estaban en una de las oficinas principales del Cuerpo, de toda España, en cuanto a investigación criminal se refiere. Un cerebro necesitado de ojos y oídos, pensó Mario, cuando para eso le había llamado.

Tenemos que infiltrarnos en la mafia de los porteros búlgaros: están creciendo demasiado en Madrid, fuera de todo control, luego hay que hacer algo al respecto. Y tú conoces como nadie el mundo de la noche, de los bajos fondos, así que eres el indicado para meterte en ese círculo y trufarlo con tus confidentes. ¿Crees que podrás hacerlo?

Pues sí, por qué no, pero para empezar necesito eso: confidentes. Personas de confianza que puedan introducirse en ese tipo de ambiente. No es nada fácil y menos tratándose de una banda del Este, gente cerrada que además se dedican a mucho más que a ser porteros. Cualquiera que se arrime a ellos en esas condiciones se la estará jugando, luego mis confidentes tienen que ser tipos duros y sin mucho que perder. Que se puedan poner al nivel de esos mafiosos.

Tan solo dime qué te hace falta, de verdad, que yo te proporciono los recursos: necesito que me infiltres a esa gente, pero ya, ¿de acuerdo?

Cuando usted quiera, pero entonces habrá que hacer algún viaje a la trena. Sólo allí podremos encontrar lo que busco, y más en concreto en Villabona: hay un par de elementos por allí que tengo fichados.

Pues prepárate, entonces, que salimos para Asturias, pero ya.

La Operación Hierro[19], como habían dado en llamarla, llevaba aparejada cierta urgencia. Porque los porteros búlgaros no iban a quedarse esperando a que les infiltraran, de cualquier manera, con esos confidentes que pensaban seleccionar. Y cuando Mario se quiso dar cuenta ya estaban los dos en carretera: camino de la cárcel, que es el mejor camino, pero sólo si uno quiere reclutar confidentes.

Estaban en una de las oficinas principales del Cuerpo, de toda España, en cuanto a investigación criminal se refiere. “Un cerebro necesitado de ojos y oídos”, pensó Mario (a la derecha).

Espero que ese moro tuyo se comporte, Mario: no quiero quedar mal con el Fiscal ni dejarle a él en mal lugar…

Descuide, mi Capitán, que Rafa es un tío muy majo. Y muy de fiar.

¡Por supuesto, hombre, faltaría más! Por eso vamos a buscarle al “convento”, ¿verdad?

Los dos rompieron a reír. Lo más divertido era el contraste entre todo un Capitán de la Benemérita, que era además de los de antes, con un tunante profesional como Rafa.

¡Pues, hombre! ¿Qué quiere que le diga? El chaval es un sinvergüenza, sí, pero ni mucho menos de los peores: es el ambiente en que se ha criado, además de que es un poco impulsivo, pero hará un informador de primera. ¡Yo me hago cargo de él!

El paisaje más seco de Castilla dio paso, en suave transición, al verdor creciente del Norte leonés. No tardarían en llegar a la Y asturiana, en cuyo epicentro estaba la Cárcel de Villabona con su elenco de internos, de potenciales confidentes, pero Mario ya tenía elegido al suyo.

Verás, Mario, ya he pensado un cebo para cazar a estos porteros: son armas lo que más necesitan, ¿no es cierto? Pues armas les daremos, de nuestro propio arsenal, y ya verás cómo pican…

¿No tienes miedo de que lleguen a utilizarlas? ¡Acuérdate de lo que pasó con las pistolas aquéllas, que se vendieron a ETA hace años, y que al final se terminaron usando en atentados!

Eso no pasará esta vez, de ninguna manera, porque estas armas llevan truco: son quincalla de las que tenemos incautadas, casi inservibles, pero estos personajes no miran tanto la calidad. Las quieren para intimidar, más que nada, así que tú véndeles la moto y seguro que entran al trapo. Eres bueno para eso.

No tuvieron mucho tráfico. En cuatro horas estaban en la asturiana Cárcel de Villabona, amurallado complejo que Mario conocía ya, de anteriores visitas a confidentes. En no pocas de esas ocasiones, experto como era en seleccionar chivatos, se había llevado puesto a más de uno. Fichajes expresidiarios para una nueva y reciclada vida, como hiciera Millán Astray con sus legionarios. Al final he liberado más presos que el Cristo de La Merced… ¡Si esto no es seguir de mercedario, aun sin hábito, venga Dios y lo vea!

Somos de la UCO, se anunció el Capitán, junto a quien fue conducido por las dependencias penitenciarias. Su destino era el despacho del Director de la Prisión, a quien ambos conocían por anteriores colaboraciones. Vengo a hablar con un interno: Rafa Zoubairi.

El Director dio el visto bueno y un funcionario salió a buscarle, pero Mario le detuvo un momento.

Dígale que ha venido Mario, el de las discotecas. Él sabe quién soy.

El funcionario marchó con el recado y volvió al cabo de poco, pero no acompañado como esperaban.

El interno dice que no quiere salir y claro, sin una orden del Fiscal no podemos obligarle…

¡Sí, hombre! Yo al Fiscal le pido confidentes, no órdenes de nada, respondió el Capitán, cuya cara no tenía desperdicio. ¡Si no quiere salir, allá él, que se quede en su celda y que le den por el culo! ¡Menos mal que tenía que ir a Galicia, de todas maneras, porque si no vaya viaje más tonto!

El Capitán era un tipo muy ocupado, aunque al menos no habría hecho todo ese viaje en balde: una Operación contra el Narco le esperaba, en las Rías, delicada tarea que también tenía que ver con Rafa. Con lo que esperaban de él como informador. Y Mario no daba crédito a la situación, pero tampoco se resignaba al fracaso.

Pero, ¡será gilipollas, el tío éste! ¿Por qué cojones no sale?

El Capitán ya daba media vuelta, camino de la puerta, pero Mario no aceptaba ese no inesperado. ¡No tenía sentido!

Perdone que le molestemos otra vez, Director. Por favor, díganle al interno que venimos a sacarle y que se espabile, porque nos vamos sin él. ¿Le han dicho ya que soy Mario, el de los puticlubs?

Esta vez, el reclamo sí tuvo éxito y el funcionario reapareció con el preso: un morito en sus veinte, rapado y fortachón, tan campante como si fuera el Director de la Cárcel.

¡Joder, Mario, no sabía que eras tú! Pensé que sería algún rollo raro y por eso no salí, ya sabes, que aquí te puedes esperar cualquier cosa menos un premio… ¿De verdad me puedes sacar?

Yo no, colega, pero él sí. ¡Si te portas bien, claro!

El Capitán taladró a Rafa con la mirada. En confianza era un tipo encantador, pero no le gustaban las bromas en lo concerniente a su trabajo y reputación.

Mira, amigo: voy a llamar al Fiscal para que te suelte ahora mismo, ¿de acuerdo? Y te vienes con nosotros a Madrid, pero no para hacer el mamón. Mario te contará por el camino lo que queremos de ti y si aceptas, porque me fío de él, serás un hombre libre y con trabajo. De lo contrario… Ya sabes lo que toca: doy media vuelta y te vuelves al “chabolo”. ¿Estamos?

Supongo que es una oferta que no puedo rechazar.

Mario miró al Capitán de soslayo, imaginando la respuesta que vendría a continuación.

Rechazarla, claro que puedes. Te traemos de vuelta a Asturias y aquí te quedas, unos añitos más, junto a los otros señores que te acompañan. Ahora bien: si te vienes con nosotros, si te prestas a colaborar, más te vale no hacer el capullo. ¡Salte del guión siquiera un poco, en lo que esperamos de ti, y te aseguro que vuelves pero de la h**tia que te meto! ¿Ha quedado claro?

Rafa asintió, poco acostumbrado a que le hablaran en ese tono, y Mario no pudo evitar reírse. Ni tampoco el Director y su ayudante, nunca del todo acostumbrados a esas libertades tan directas.

Sin más que hacer por allí, el Capitán se despidió de los funcionarios y echó a andar hacia la salida. Y ellos dos caminaron tras él, abrazados por el camino y seguidos por las envidiosas miradas de los internos.

¡Ya ves que el Capitán es un Guardia de la vieja escuela, Rafa! Más te vale portarte bien, cabronazo, porque he puesto la mano en el fuego por ti.

No te defraudaré, Mario, ni a ti ni a él. Y además, para que veas que agradezco tu confianza, te contaré que aquí tampoco vivía tan mal: me tenían como preso de confianza, ya sabes, presumió, dando a entender que hacía favores importantes a la Policía. Tal vez, incluso a la Guardia Civil, lo que a Mario le encajó de inmediato.

Ahora que lo dices, cuando te metieron preso y me llamaste, di un buen informe tuyo a los compañeros que se ocupan de Prisiones. Por lo tanto, cabronazo, me debes un doble favor. Y ahora, además, se acabó lo de cuidarte en la cárcel: ¡ahora vas a ser libre y te vamos a dar curro, así que ni sé la de favores que me debes!

Pues gracias, tronco, pero olvídate de que te deje darme por el culo, ¿eh? ¡Qué ganas de pisar la calle, joder! ¡Estoy hasta la polla de este campo de nabos! ¡Quiero ver tías, quiero ver tetas, quiero ver culoosss…!

¡Pues te vas a “jartar” de verlas, cabrito! Y de probarlas, claro, con lo playboy que eres… ¡Cuando veas el trabajo que te tengo preparado te vas a reinsertar, ya verás, pero por la vía rápida!

¡Pues espero que no sea demasiado tranquilo, Mario, que ya sabes que yo me aburro enseguida!

De momento, me la debes a mí y a la Unidad, que para eso somos los que te hemos sacado. Y aprovecha bien esta oportunidad, ¿eh? ¡Ya ves que ser amigo mío vale más que el abogado más caro, porque el abogado no te saca del trullo y yo sí!

Jerarquía de la UCO (Unidad Central Operativa de la Guardia Civil) y relación con sus homólogos de la Nacional de Asturias.

Club Horóscopo. Gijón, Asturias.

¡Hala, Madrid! ¡Hala, Madrid! ¿Qué mejor manera de celebrar la novena que meterla en caliente? ¡No veas qué ganas de romperle el culo a una putuca!

Muy bien, Emilio, gracias por compartirlo con nosotros, dijo Antonio. ¡Y yo que pensaba que venías a rezar el rosario!

Como tantas noches de marcha, Antonio y sus compinches recalaron en El Horóscopo. ¡Resultaba todo un espectáculo ver la cara de su archiconocido portero, Fran, al verles llegar y franquearles el paso! Una tensa salutación que sólo Emilio parecía disfrutar de veras, camorrista vocacional como era. Y no un Antonio Pípol que sí podía tener razones para sentirse agraviado, en todo caso, tras su efímero pero efectivo ingreso en prisión. Así y todo, su buenas noches acostumbrado nunca faltaba a su denunciante, siempre con ese tono guasón de chuletas.

Buenas noches, les contestó Fran, con una indiferencia mutua que todos ellos sabían falsa, pero de la venganza de Antonio ya se ocupaba Emilio. Con todo lo pesado que podía llegar a ser, que no era poco, su leal vasallo desafiaba constantemente a este guardián de la puerta. ¡De hecho no hacía tanto que recibió un buen susto, víctima del karma, puesto que unos etarras le volcaron en el mismo aparcamiento del club! Por fortuna para la Misión, en la que era tan necesario, Emilio salió indemne del episodio, pero no así su prestado coche y la merca Un robo que fue sustituido, sin tardanza, por los efectivos proveedoresde Pípol. ¡Y es que pudiendo cambiarle la identidad a los coches robados, con toda la impunidad del mundo, la tarea de sustraerlos era lo de menos!

Antonio se sentía indestructible. Cada día le resbalaba todo más, hasta el riesgo de morir, luego más los contratiempos normales de cualquier persona. ¿Que Inés le rehuía y le ignoraba, por su inexplicable modus vivendi? No pasaba nada. El mar estaba lleno de peces, así que ya encontraría a otra.

Cuando el lobo baja del monte, no es para pasear, se decía, sino para echarle huevos e ir a por todas. Un aura de seguridad que transmitía a sus compinches, desde luego, el Emilio y sus jóvenes monaguillos, a los que nadie impedía la entrada a los garitos: su tarjeta de crédito iba por delante, en todo momento, y nadie osaba ponerle pegas.

Ponte lo de siempre, le dijo al camarero. Un tipo muy enrollado que al contrario que Fran, como todo el personal del club, estaba a sus órdenes estrictas. ¡Un camarero que no era ningún angelito! Bajo la barra del club, Antonio lo sabía bien, el personal guardaba hasta armas ilegales: pistolas de contrabando que se vendían allí mismo, a los propios clientes. Y nadie dudaría que la Policía estaría al tanto de todo, claro, cuando se hacía sin problemas y a la vista de todos.

No sabía que se podía entrar armado aquí, escuchó, a su espalda. Y al mismo tiempo, en suave gesto, una mano de mujer descendió por su entrepierna. A lo mejor tengo que registrarte…

A lo mejor. Y a lo mejor encuentras más de una pistola, mi niña.

Ah, ¿sí? Me gustaría ver eso, ahora que lo dices… ¿O es que vas a seguir haciéndote de rogar? Porque ya me sé yo cómo eres, mafioso, que te gusta calentar el partido, pero luego no me juegas…

Y también sabes que no me gusta este ambiente para jugar, se explicó él, reticente a contar las verdaderas razones de sus negativas. Te lo he dicho varias veces.

Antonio se volteó por fin, de ese registro contra la barra, con la chulesca parsimonia que le caracterizaba. Y lo hizo para encontrarse con una vieja conocida, Laura, una camarera del club que hacía las veces de bailarina. Un pivón que pululaba por allí, también, aunque de forma diferente a la de tantas empleadas del garito.

A mí tampoco me gusta este ambiente, ¿qué te crees? Si estoy aquí es porque con mi otro trabajo no me llega. Pero tú sí que vienes a menudo, mafioso, aunque no subas con las chicas… Por algo será, ¿no?

Antonio no era partidario de dar más explicaciones que las justas. Y sin embargo, como buen agente de Información, sí entendía que a veces era necesario. Aunque sólo fuera por despistar.

¡Cuando acaba la fiesta en los bares normales, qué quieres, el club es el mejor sitio para venir! Y para hacer negocios de los míos, como bien sabes, no hay mejor sitio…

¿Y yo qué? ¿Eh, mafioso? ¿Cuándo voy a hacer negocio contigo? Hacía mucho que no se te veía por aquí, apuntó, sin dejar de estimularle con su contacto. Los bailes que Laura hacía no eran de salón, claro, sino números muy particulares para los clientes. Ésos que algún día debería probar, pensaba Antonio, en plena lucha por no mirarla por debajo de la barbilla. Y es que no era participe de mezclar su trabajo con otras cosas, aunque a veces fuera difícil resistirse.

Te eché de menos, mafioso. ¿Estuviste fuera por trabajo o por vacaciones?

Digamos que mitad y mitad. Estuve trabajando, sí, pero en un resort con todos los gastos pagados. La verdad es que no estuve tan mal.

El chiste de Antonio fue recibido con una carcajada de sus adláteres, Emilio y los guajines, siempre dispuestos a reírle sus gracias. Y también Laura rió, con su sonrisa más pícara, mientras la melena y su bonita figura se contorneaban.

¿Un “resort” llamado cárcel, quizás?

Quizás, respondió Antonio.

Todos se echaron a reír, todavía con más ganas, y Laurita se abrazó a su amado entre carcajadas. Era obvio que la cárcel había vuelto a Antonio más popular de lo que ya era, justo de eso se trataba, aunque ya de antes era difícil aumentar la pasión que suscitaba en la colombiana.

¡Tu rechazo es mi fracaso como mujer! Y el no querer complacerme es el tuyo, también, como hombre…

¡Qué dices, oh, eso no te lo crees ni tú! Si te dijera que sí a todo, como estos capullos que te rodean, seguro que no me buscabas tanto… ¿O sí?

La mirada de póker de Laura no hacía necesaria una respuesta y, de hecho, se echó a reír. Una sonrisa que descubría perlas, la chica era muy guapa y conocía el influjo que causaba sobre los hombres.

¡Pues claro que no, tonto! ¡Si me dijeras que sí, no me gustarías! Mafioso… La verdad es que no entiendo por qué puedo tenerles a todos y no a ti, precisamente… ¡Ni siquiera para un rato!

Me tienes como amigo, Laura. ¿O no?

Amigos, repitió ella, que bajaba la mano por su vientre… Camino de una entrepierna más que revolucionada. ¿Con derecho a roce?

Rozarme, ya me rozas. ¿O te crees que estás tocando la palanca de cambios?

No sé lo que será… A lo mejor lo tengo que sacar para ver lo que es, ¿no te parece?

Y se diría que en ello estaba, en plena barra, cuando Antonio apartó sus manos en un gesto que no desanimó a la compañera. La muchacha buscaba su contacto, sí o sí, y se aferró todavía más a su presa.

¡Ay, hijo, pareces de hielo! Y cualquiera lo diría, viendo cómo te pones… ¿Por qué no quieres subir conmigo arriba? Y no para hablar, añadió, acercándose a su oreja para susurrarle. Ya me he cansado de hablar y quiero que me folles. ¿Por qué no subes y me follas?

Pues porque tengo mis negocios, ¿vale? Que es a lo que vengo: a alternar con estos señores y a hablar de negocios con quien se tercie. Coches, “chocolate”, “farlopa”… ¡Hasta dinamita vendo, chatina, por si me encuentras un comprador!

Antonio se encogió de hombros, con su pose imperturbable de chulo, y oyó un coro de risas a su espalda. La escenita amorosa tenía conquistados a sus acompañantes, lo que unido a su indiferencia hacia Laura hizo que ésta frunciera el ceño.

¡Y a verte a ti, fatina, no me mires así, que también vengo por eso! Si tienes que estar aburrida de tanto verme, le dijo, mientras acariciaba su mejilla.

De verte, a lo mejor, porque para el caso que me haces…

Mira, chatina, es que estoy en un momento de mi vida en que no puedo comprometerme con nadie, ¿oíste?

Sí, eso ya me lo has dicho más veces, pero nunca me cuentas por qué… ¿Qué pasa contigo, es que eres un espía o algo así?

El infiltrado la miró como si ese último comentario, tan acertado, no le chirriase para nada. Pero ella siguió con su reflexión, en voz alta.

Además, lo que yo te digo no pasa por ir al altar precisamente… ¡Quiero que me trates como a una mujer, simplemente eso! ¿O es mucho pedir? Cualquier día me iré de aquí y no volverás a verme…

No creo que te vayas, Laurita. Me quieres demasiado.

La muchacha hizo ademán de alejarse, con gesto airado, pero Antonio la retuvo por el brazo y la atrajo hacia sí.

Acuérdate de lo que hemos hablado, le susurró, para que el resto no pudiera oírle. Y esto sí que va en serio, ¿eh?

Sí, lo de Manolón, pero hace mucho que no se deja ver por aquí. Su mujer le tendrá atado en corto…

No creo. Es imposible atar a ese puto gordo en que toca a tragar, beber y follar: los dos le conocemos demasiado bien, ¿no crees? Así que cuando le tengas a tiro, ya sabes, le das al botón y me guardas la cinta a buen recaudo. ¿OK?

Ella se apartó y como para darle celos, sin dejar de asentirle en lo pactado, se fue a atender a otros clientes. La barra era muy larga y si algo sobraba en ese chigre de putes eran hombres, la mayoría de los cuales no lo pensarían tanto a la hora de decidirse a subir con ella. Semejante bombón no se encontraba en todas partes y ella era bailarina, por supuesto, pero tan negociante como el propio Antonio. Y ambos siguieron con las miradas, desde un lado al otro de la barra, mientras ella se dedicaba a coquetear por ahí. Era obvio que buscaba darle celos y Antonio se sorprendió al comprobar su éxito, que algo sí le molestaba esa situación. Y al poco tiempo, vio que subía hacia las habitaciones con un tipo, pero fingió indiferencia absoluta. Hasta donde él sabía, Laurita sólo hacía números de bailarina y estriptis, aunque está claro que todos tenemos un precio. También yo.

¿Por qué no le das candela? ¡Está buena de cojones y seguro que a ti ni te cobra!

El aludido se volvió hacia Emilio, sin mucha gana de reírle esa gracia.

¿Por qué no te metes en tus asuntos, mamón? ¡Dáselo tú, sí tanto te presta[20], hasta que reviente si quiere! Y hablando de reventar: hay que bajar material del zulo para los amigos de Bilbao, ¿oíste? En cuanto acabemos la ronda, nos vamos a ello.

Emilio le pegó un buen lingotazo a su copa antes de ofrecerse, solícito como siempre, para ese transporte tan urgente.

Si quieres, cuando hayamos cargado el carro, lo puedo llevar yo mismo a Bilbao…

De eso nada. Se trata de lo que tú ya sabes, Emilio, y tú y yo ya estamos marcados con el tema. ¿O quieres ir a la cárcel de por vida? En adelante, en los viajes al País Vasco vamos a funcionar siempre así: los señores guajines, aquí presentes, se encargarán de bajarnos las cajas desde el zulo. Da igual la merca que sea. Y otros señores se ocuparán del viaje largo, ¿estamos? Y sobra decir que las cajas irán cerradas, a cal y canto, para que nadie sepa en ningún momento lo que se está transportando. ¡Ojos que no ven, corazón que no siente!

Pero estos guajes no tienen carné ni edad de tenerlo, dijo Emilio, todo ello delante de esos jovenzuelos. ¿Qué pasa si les paran, siquiera bajando del monte?

Son menores de edad, así que no pasaría nada: ¡un par de collejas y al reformatorio, todo lo más, pero se trata de que no les cojan! Y si lo hacen, añadió, al volverse a los aludidos: no hay ningún problema. Les decís que me llamen a mí y ya veréis cómo os sueltan de inmediato, ¿oíste? Sin ningún problema.

Los dos guajes asintieron, dóciles como siempre, pero a Emilio aún le quedaban dudas que Antonio se apresuró en aclarar.

Los guajes conocen la zona, Emilio, ¡éstos no se me pierden por el monte! Y de los viajes a Bilbao ya tengo a quién se va a ocupar: un marroquí que conozco y que mueve muchos kilos por esa zona. Así nos quitamos de problemas, ¿oíste? Que lo lleve él y punto.

Emilio le miró un momento, antes de echarse reír. Su socio estaba muy borracho y podía hablar demasiado, delante de los guajes, así que Antonio se apresuró a librarse de ellos: sin más contemplaciones abrió la cartera y les soltó un par de billetes. Y ellos se marcharon, contentos como los críos que eran, a la búsqueda de una chica que les atendiese.

¿Qué es lo que te hace tanta gracia, Emilio? Mejor dicho: ¿qué parte del plan no has entendido?

¿Un marroquí? ¿Un marroquí llevándoles dinamita a los de ETA? ¡Parece un chiste, no me jodas!

Pues de chiste nada, que es un tipo muy jodido. ¡Chiste es que esos mamones de la ETA nos den el palo a la menor de cambio, oh, pero eso se les va a acabar! En adelante, estaremos más respaldados con los moros, y si quieren tirar de plomo pues tiraremos. ¡A mí no me va a chulear en mi territorio y menos ellos, que son unos hijos de puta!

Emilio se vio tocado en su orgullo. ¡Su mayor anhelo era resultarle útil a Antonio y mucho más, por supuesto, en su habitual papel de pistolas! De ahí que el robo de esa dinamita, en el aparcamiento de ese mismo club, le hubiera tocado en su orgullo.

No sé, Antonio… ¡Ya sabes que yo no me fío de los moros, pero vamos, ni para comprarles una “china” de costo! ¿Seguro que son de confianza?

¡Pues hasta ahora, qué quieres, la verdad es que sí lo están siendo! Y te hablo del figura que les manda, y son los que nos traen la mitad de los coches: le llaman “Mowgli”.

Una vieja conocida, Laura, camarera del club que hacía las veces de bailarina. Una sonrisa que descubría perlas, la chica era muy guapa y conocía el influjo que causaba sobre los hombres.

Cocainómano, ladrón y putero

Mezquita de la M-30, Madrid.

La mezquita de la M-30 resulta, para los musulmanes de Madrid, una auténtica catedral. Los viernes son allí un día para verse, para hablar de sus cosas y, en algunos casos, también para espiarse. ¡Así era al menos para Abdelkader, alias Cartagena a su pesar! Porque si había algo que le reventara de ese oficio impuesto, como confidente, era espiar a sus hermanos de Fe. Pero es que el miedo era más fuerte, al final, el terror que le inspiraban esos inspectores de la UCIE: ¡una llamada de ellos y volaría a Guantánamo, seguro, sin billete de vuelta a ninguna parte! Y sin embargo hay algunos, por desgracia, con permiso especial para delinquir… El mismo Serhane que avanzaba ahora hacia él, entre la multitud de verdaderos hermanos, personificaba el verdadero peligro.

¡Qué gusto verte, Imán! Mira: quería presentarte a nuestros nuevos fichajes. Éste de aquí es Mohamed Afalah, ¿le conoces? Es paisano tuyo.

El joven rostro del muchacho le conmovió, seguro como estaba de en qué compañía se encontraba. Y deseó con todas sus fuerzas prevenirle, desanimarle de ese torcido camino que quería emprender, pero de nuevo el miedo le atenazaba.

Salam aylekum, Mohamed. Encantado de conocerte.

Su nuevo amigo le devolvió una sonrisa y él se disculpó, en cuanto pudo, para seguir con su ronda de chivato policial. Quería acabar sus deberes cuanto antes, como todo mal trago que hay que pasar.

¡Jamal! ¿Cómo sigues, amigo?

Su reparador de móviles de confianza, al reconocerle, esbozó una sonrisa dudosa. Aquella peculiar visita que le hizo en su bazar, la última vez, habría por fuerza influido en él para mal: aquello del móvil que no era suyo y esas cosas, que para nada tenían que ver con su honradez, pero que estaba obligado a contar por ahí.

Sólo siendo una rata se puede pulular por la alcantarilla, le decían sus controladores. Por hábiles que sean, los gatos no pueden entrar por las cañerías…

Ajeno a sus cavilaciones, el tendero se incorporó para estrecharle la mano.

¿Qué tal vas con tu móvil? Espero que no te sigan espiando, ¿eh?

Abdelkader rió, pero no así el compañero de rezos del tendero. La palabra espionaje tenía un sentido muy profundo, en ese ambiente, aunque Jamal se apresuró a aclarárselo:

¡No nos mires así, hombre, que tú también estás casado! ¿No te sientes vigilado todo el tiempo?

Los tres se echaron a reír y a Abdelkader, cada día con más fuerza, se le hacía imposible que ese hombre fuera un criminal. Su mirada era tan limpia como la suya propia, cuando se veía en el espejo, si bien estaba en curso una prueba de fuego para el confidente.

¿Podría hablar contigo un momento? Cuando acabes de rezar, por supuesto.

El tendero asintió y Abdelkader siguió su caminata, entre la multitud de fieles, siempre a la busca de sus impuestos objetivos. Como le había recalcado Josefino:

Por encima de todo, debes centrarte en dos personajes muy concretos. Localízame a Lamari cuanto antes, eso es lo más prioritario, y consigue que el tendero Jamal acuda a las reuniones. Necesitamos controlar a ese par de cabrones.

Pensaba esto cuando vino a dar, casi de bruces, con el musulmán más ejemplar del año: el cocainómano, ladrón y putero de Mowgli, que se apareció ante él con su sonrisa de chino puesta.

¿Qué pasa, tío? ¡Cuánto tiempo sin verte!

Yo también me alegro de encontrarte, “Mowgli”, y además quería comentarte algo: ando buscando a cierta persona, un tipo del que me han hablado muy bien, y creo que podrías ayudarme. Se llama Allekema Lamari y es argelino, no sé si te suena…

La sonrisa del amigo pasó a un guiño de maldad, en su chinesca cara, que alertó de lleno a Abdelkader.

¿Y te han hablado bien de él? Entonces, no es el que pienso, rió, haciéndole sonreír a él también. ¡Porque si crees que yo soy un mal musulmán, amigo, de este pieza ya ni hablamos!

¿Ah, sí? Pues me habían dicho que era una persona comprometida, ya me entiendes. Porque Serhane no es mal tipo, pero no es la clase de compromiso que yo quiero… No sé si me entiendes…

El descarado traficante sonrió de nuevo, como si fuera el ladrón que vigilaba la cueva de Alí Babá.

Éste es más duro, sí… Más… Auténtico. ¡Y por supuesto que va más en serio que el tunecino éste, no jodas, Serhane es un flipao de yihadista! ¿Te gustaría conocerle?

Abdelkader respondió que sí, no sin reservas. Le parecía increíble que fuera tan fácil, llegar y besar el santo, cuando la propia Poli era incapaz de situarle en el mapa.

Subiré a Bilbao mañana, por si quieres venir: él nos queda más o menos por el camino, ¿sabes? En Tudela. De hecho, ya ves, tenía pendiente visitarle.

Pues te lo agradecería mucho. ¡Mira por dónde, no sé por qué, pensé que igual le conocerías!

Y acertaste, sí, aunque no era difícil. ¡A mí me conocen hasta las ratas!

Y de ratas iba la cosa, estaba claro. Y ahora que la misión encargada estaba cumplida, Abdelkader sonreía satisfecho, pero aún quedaba el otro gran asunto pendiente: invitar al tendero Jamal a esas extrañas reuniones de Serhane, ver si picaba el anzuelo, aunque fuera tan improbable. Porque ese señor era de muy otra condición, gracias a Dios, muy distinto a todos ésos. Y no dejaba de ser curioso que se llamara Jamal, él también, como el zorro inmoral de Mowgli.

Dime, amigo, ¿qué se te ofrece?

Apenas le vio acercarse, el simpático comerciante se acercó a él, pero, ¿cómo abordar ese tema? La actitud afable del tipo, un pobre currante de su edad, no le animaba a meterle en problemas.

Pues mira… Me gustaría invitarte a una reunión que vamos a tener, unos amigos y yo, en casa de un hermano… Quedamos para hablar de Religión y estas cosas, para estudiar el Corán juntos… A lo mejor te gustaría acompañarnos un día.

No, mira, te lo agradezco, pero no. Tengo mucho trabajo que hacer y bueno, con venir a la mezquita ya cargo bastante las pilas… Mejor nos vemos en la tienda, ¿vale?

Jamal le dio la espalda y Abdelkader, en gran medida, sintió alivio por su negativa.

Este tío va a pensar que soy subnormal, se le ocurrió, y esto en el mejor de los casos. Pero siempre era mejor eso que liarle, estaba claro: nada menos que meterle en una célula de capullos.

¿Qué más quieren los de la UCIE? ¡Ya estoy en la pista de su peligroso prófugo, ni más ni menos! Y creo que con eso he cumplido para largo…

Alcácer, Valencia.

¡¡Papá, ayúdame!! ¡¡Socorro!!

¡¡Miriam!! ¿¿Dónde estás, cariño??

Como impulsado por un resorte, que era cada grito desgarrado de su hija, Fernando recorría campos y cunetas. Y se adentraba en edificios, incluso, alejándose de Alcácer en una búsqueda ciega, desesperada y sin rumbo. Sólo los chillidos de terror de Miriam, de sus amigas, le ponían en una pista que no terminaba de fructificar. Porque no era capaz de localizarla, pese a sus voces, en medio de esa creciente oscuridad. 

¡¡Papá!! ¡¡Socorro!! 

¡¡Miriam!! 

Pero los gritos seguían, en esa tiniebla, ese no encontrarla en que la angustia le poseía. Como rezaba el título de aquel programa, Quién sabe dónde, que se estrenó por casualidad meses antes de lo suyo. En el verano previo a haberse perdido su hija.

¡¡Parad, por favor!! ¡¡Noooo…!! 

Por los gritos que daba, la pobre debía estar sufriendo lo indecible. Y las autopsias del Estado dejaron poco lugar a la duda, en ese aspecto: hablar de violaciones se quedaba muy corto cuando uno leía esos informes, firmados por nada menos que seis médicos forenses. Tremendos documentos oficiales a los que luego seguiría un séptimo, el del Profesor Frontela, con incluso más duras revelaciones.

¡¡Miriam!!

En el horizonte de la Huerta Valenciana, entre brumas, el sol empezaba a despuntar. Un resplandor a lo lejos, en la Sierra del Caballón, donde algo le decía que podía estar su hija, y hacia allí se encaminó con decisión. ¡En los cuatro primeros días de búsqueda, desesperada y sin rumbo, Fernando no durmió ni una hora! Y todo lo que comió fue una naranja y porque le obligaron, enfermo[21] y ya a punto de desfallecer. ¿Cómo pensar en uno mismo ni acordarse, siquiera, de dormir media hora, cuando la angustia más tremenda atenaza alma y el cuerpo? Y lo peor era saber, porque ahora sí lo sabía, lo que esos monstruos le estaban haciendo a su pequeña.

¡¡Miriam!! ¡¡Miriam!!

Pero la Sierra sólo le devolvía el eco de su voz. Los gritos de su hija habían cesado y ahora era el silencio, ese ominoso silencio, lo que ocupaba el terreno quebrado y vacío. No están aquí, se decía, mientras ascendía a trompicones la senda hacia La Romana. Ese apartado paraje en que aparecieron, de forma tan extraña, los cadáveres de las tres niñas. Y al llegar al sitio en cuestión escarbó, con sus propios dedos y uñas, hasta hacerse sangrar por el esfuerzo. Pero alguien detuvo su ímpetu, vano esfuerzo al cabo, pues nada encontraba en esa fosa y además era todo un sueño. Un sueño muy real.

Ay, Fer, decía su esposa[22], una vez que volvió en sí de su pesadilla. ¡No puedes seguir así, mi alma, que vas a terminar loco! ¿No crees que deberías volver al psiquiatra? Que te vea cómo estás, por lo menos…

Lo mío no se cura con pastillas, respondió él. Y se levantó de la cama aun cansado, pues renunciaba a intentar dormir de nuevo. Ni con pastillas de por medio lo conseguiría, pues en nada alivian el alma. ¿Y desde cuándo un corazón roto lo ha sanado la Química? Sólo Dios podía ayudarle y ojalá lo hiciera, pensaba, para sacar adelante a los hijos que le quedaban. En especial, a su nueva hijita, que tanto le recordaba a la que le arrebataron.

Me voy a ver al abogado. Me dijo ayer que quería contarme no sé qué, sobre el tema de siempre.

Pero es muy pronto, cariño. ¿No ves que son las siete de la mañana?

Es igual. Así me paso antes por la tienda, un momento, para organizar el trabajo del día. Y le haré una visitilla a mi madre, también. Ella tampoco puede dormir.

No le hacía falta coger el coche. Alcácer es una localidad pequeña, donde todo está al lado, y en su negocio hizo tiempo para ver a su abogado. Una tienda de colchones que había puesto a nombre de sus hijos, aunque fuera él quien llevaba las riendas, pero era preciso evitar los embargos judiciales que pesaban sobre sus espaldas. Y es que había que trabajar mucho para mantener a su familia, sí, pero también para pagar las multas millonarias que la Justicia le había impuesto. A él y a su amigo de confianza, Juan Ignacio Blanco, por atreverse ambos a remover un Caso tan peliagudo. ¡Las represalias del Estado siempre son terribles!

¿Cómo estás, Fernando?

Pues ahí, ya sabes, le respondió a su abogado. Tirando. Sacando fuerzas de donde se puede.

Me temo que vas a necesitarlas. Más que nunca, le respondió su defensor. Esta gente no se conforma con nada, ¿sabes? Ahora nos piden responsabilidad penal, qué te voy a contar, por la misma cantinela de siempre: difamación con repercusión en Medios, calumnias y todo lo demás, pero ahora con nuevos agravantes.

Dime algo nuevo.

Pues, hombre… Esto es lo nuevo, Fernando: que os piden CÁRCEL, a ti y a tu amigo el periodista. Han visto que lo económico no bastaba, para machacaros, y ahora van a por todas.

Por un momento, el diáfano despacho pareció no poder contener tanta energía. Una bola de ácido caliente que le emergió del estómago y fue subiendo, por su vientre y su garganta, hasta ahogarse en un lamento que quería ser protesta.

Pero, ¿a dónde quieren llegar? ¿¿Meterme en la cárcel?? O sea, que me matan a la hija, de esa manera… No me dan respuesta, de ningún tipo, sobre los hijos de puta que lo hicieron… Me matan luego a mi mujer, con un atentado en casa, por salir en la tele y pedir en vano Justicia… Nos arruinan de por vida, con multas millonarias, y ahora… ¿Qué quieren? ¿Meterme en la cárcel, también?

Su abogado se encogió de hombros. Un señorín en sus treinta y muchos, vecino del pueblo, que se había ofrecido a ayudarle sin cobrar. Y no podía ser de otra manera, claro, porque Fernando ya lo había perdido todo, desahuciado por una maquinaria estatal empeñada en masacrarle.

Son una panda de hijos de puta, Fernando. Porque todo lo que habéis dicho sobre el Fiscal, ¡qué te puedo decir! Estoy más de acuerdo en que «lo que tiene que hacer es ponerse a trabajar”, leyó, del documento de las diligencias. Y en que “los forenses son unos ineptos y personajes de tebeo…» Y era de esperar que se tomarían su venganza por todo esto, aunque lo que nunca pude imaginar es que os fueran a pedir cárcel y… Claro… Mucho menos a ti…

Pues ya ves… Esto era lo único que me faltaba. Y todavía tendré que dar las gracias si no me matan a otro hijo, como me avisaron… Porque si se atreven a esto, vive Dios, me lo matan mañana y aquí no ha pasado nada, resolvió, con el rostro oculto entre las manos. Pero no se iba a dejar amilanar, de nuevo, como no se había dejado hasta entonces. Y con nuevo ímpetu salió de su abatimiento, que no era para nada infundado, y después de tantas putadas no iba a dejarse avasallar. Muy bien. Si querían guerra, acepto, que yo también lo quiero. Me declaro en huelga de hambre y voy pa dentro, sí, pero a morirme. Y ahí dejo a mis hijos huérfanos, los que me quedan, ya que no me dejan ni trabajar para alimentarlos. ¡A ver si tienen cojones!

Su abogado asintió, de acuerdo por una vez con sus impulsos, y es que siempre le recomendó prudencia. No poner las cosas peor. Pero el tema había alcanzado ya una cota irreversible.

En el punto en que estamos, Fernando, lo único que nos queda es dar patadas. Y montar un buen pollo, ahora sí, para que el Gobierno se acojone y hagan algo. Porque a ellos tampoco les interesa esta situación.

Fernando asintió, a su vez, decidido a no dejar la pelota en su tejado. Porque estaba dispuesto a devolvérsela, una vez más, a esos mafiosos estatales que le acosaban. Que no le permitían vengar a su hija, claro, con tanto poderoso involucrado, pero el padre coraje seguía dispuesto a pelear.

Con el PSOE, me mataron a la hija y me la enterraron. Con el PP, me matan a la mujer y me arruinan de por vida. Mismos perros con distintos collares.

Y la Justicia es de ellos. Ellos escogen a los jueces, a los fiscales…

Y a las víctimas. Porque las niñas les interesaban para lo que luego hicieron, ese show que necesitaban, aparte del tema sexual, pero conmigo no van a poder. Lo juré en su día, ante las cámaras, cuando se hizo pública esa mierda de sentencia: encontraré a esos cabrones y no me podrán parar, ni con multas ni con cárcel. ¡Tendrán que matarme a tiros!

Fernando salió del despacho rabioso, sí, pero ante todo preocupado por sus hijos. ¿Qué iba a pasar si le metían en la cárcel? Los dos mayores ya se arreglarían solitos, aunque estaban estudiando todavía, pero la otra era un bebé y apenas se acababa de casar con su madre. Y tenía el deber de cuidarlos, como padre, aun a costa de dejar sin Justicia a Miriam.

¡Si no fuera por ellos, Dios lo sabe, haría tiempo que me hubiera tomado esa Justicia por mi mano!

Sobre todo, cuando había llegado a conocer los nombres de algunos implicados, y contaba con una gran cantidad de dinero que tantísimos españoles le donaron. Mil y una ideas le pasaron por la mente, desde entonces, como contratar a unos sicarios para vengarse de ciertas personas. Y que alguno de esos cobardes pagara la cuenta, sí, una esas ratas que machacaron a su hija. Pero era una guerra perdida.

Hola mamá. ¿Qué tal te encuentras?

Pues, hijo, ya sabes. Desde que murió tu padre, la verdad, muy sola, le respondió. Y es que no hacía mucho que Fernando perdió a su padre, algo mayor que su ya anciana madre, con la cual llevaba unido desde niños. Antes, cuando estaba él, podía consolarme y distraerme un poco. ¿Y tú? ¿Cómo está la niña?

Muy guapa. Para comérsela. Pero hoy tenemos un poco de prisa, mamá, porque hay que ir a Valencia a hacer unos recados. Ya mañana, sin falta, te la traigo. Para que la veas, le respondió, sin ganas de contarle tan triste nueva. Esa cárcel que le preparaban sus inquisidores, para someterle, cuando todo lo demás no había servido.

Pero más pronto que tarde tendré que decírselo, pensó, antes de que se haga público.

Apenas había entrado en la casa cuando escuchó, procedente de la calle, la bocina del coche de su mujer. La reunión con su abogado había durado mucho, más de lo que él preveía, y ahora se veía con prisas.

He de irme, mamá. Te veo mañana.

Muy bien. Cuídate, hijo, por favor. Y olvídate de todo, ¿vale? Lo de Miriam ya no tiene remedio, le aconsejó, por enésima vez, con la voz resquebrajada por la pena.

Ojalá pudiera olvidarla, respondió él, absorto ante la foto de su hija en el vestíbulo. ¡Qué guapa eras, mi vida!

En noviembre iban a hacer diez años desde el secuestro, desde ese fatídico viernes 13, por más que el dolor lacerase aún sus almas. Pero afuera le esperaba la realidad, el presente, que podía ver desde la ventana del vestíbulo: su nueva mujer, al volante, con su nueva hija atrás y su nueva vida. Ésa que nació de la hecatombe de Miriam, sí, pero también del accidente casero de su esposa. Y ahora una llama nueva había surgido entre esas brasas, nunca del todo apagadas. Una llama de nuevos miedos y desafíos, de una rabia contenida que no podía gestionar ni controlar.

¡Fernando, hijo! ¡Que llegamos tarde!

Mas él no arrancaba. No podía marchar, hipnotizado por la mirada sonriente de Miriam. Una de tantas víctimas de esa mafia tan poderosa, tan estatal, que mostraba predilección por destrozar tiernas criaturas.

¡¡Fernando!! ¡¡Que llegamos tarde, caramba!!

Tu mujer está afuera, dijo su madre, agobiada por la prisa justificada de su nuera. Y él emepezó a reaccionar, lentamente, porque la mirada de Miriam parecía aferrarle.

Qué guapa era, ¿verdad? Adiós, mamá.

Y salió por la puerta, por fin, tampoco convencido de contarle a su mujer las novedades. Esa operación de castigo que habían iniciado contra él, desde Muy Arriba, y que iba a afectar del todo a su familia.

Una más… Y ahora a la cárcel, por fin, como un criminal cualquiera. Como Barrabás. Porque también Jesús estuvo entre rejas, siendo inocente…

”Con el PSOE me mataron a la hija y me la enterraron. Con el PP, me matan a la mujer y me arruinan de por vida. Mismos perros con distintos collares”. Fernando salió del despacho rabioso, sí, pero ante todo preocupado por sus hijos. ¿Qué iba a pasar si le metían en la cárcel?

Discoteca Radical. Pinto, Madrid.

La Operación Hierro había comenzado o, mejor dicho, estaba a punto de culminar: una fila de porteros búlgaros, a cuál más grande y temible, se alineaba frente a la pared de la discoteca en que trabajaban. Todos con cara de sospechosos, claro, pero era Mario el que decidía quién estaba implicado y quién no.

Ése también, sí… Al furgón con él… Sí, el mazado ése de ahí, el que está apoyado contra la columna… A ése le tengo grabado, además…

Mario observó desde el coche de paisano, a través de los cristales tintados, cómo los guardias agarraban al portero. Protegidos por el anonimato de sus capuchas, esposaron a ese mostrenco seleccionado por él: una mole musculosa, embutida en su chaquetón de cuero y con el cráneo más pelado que una sandía. El mafioso búlgaro había cometido el error picar en los señuelos de Mario, colaborador emboscado de la Guardia Civil, hasta el punto de mezclarse en una pretendida venta ilegal de armas. Ahora pagaba su osadía al verse conducido al furgón, por los agentes, que le extrajeron de la fila de sospechosos como podían: un bicharraco al que costaba manejar, aun engrilletado, por su exagerada corpulencia, pero que aceptaba esa detención como un gaje más de su oficio.

Si se resiste, añadió Mario, a porrazos con él hasta el furgón. ¡Estaba ya del todo en su papel de Comisario, dando órdenes aun sin portar ni placa! Pero por fortuna para sus compañeros uniformados, que eran quienes ejecutaban las detenciones ante sus ojos, el grandullón del Este no les planteó resistencia.

Otro pal saco, dijo el Teniente, que era quien dirigía de verdad la situación: Mario señalaba, él a su lado supervisaba y los guardias, afuera del coche, efectuaban los arrestos correspondientes. ¿El siguiente?

Mario intentó reconocer algún rostro más, aunque era difícil en esas condiciones: los búlgaros intuían que estaban siendo fiscalizados, eran profesionales en la materia y obstruían su trabajo como podían. Alineados contra la pared, no levantaban la vista del suelo sino de refilón, como si fueran jirafas abrevando. Y la verdad era que imponían respeto con esas miradas, con sus pintas de matarifes, pero a él no podían reconocerle. Era imposible cuando actuaba desde el interior de ese coche, de lunas tintadas, mientras que los guardias desplegados llevaban la cabeza cubierta.

Aquí el Teniente en Pinto: “Fuenla”, contesten. ¿Cómo va la cosa?

El Teniente se comunicaba por radio con ese otro retén, situado a unos cuantos kilómetros de allí. Era otra discoteca que controlaba esa misma mafia, intervenida por otra sección de ese mismo operativo.

Recibido, mi Teniente. Aquí bien, haciendo los arrestos.

Oye, pasadme con Rafa. ¿Les tenéis ya a todos?

Recién sacado de la cárcel por Mario, el marroquí Rafa era ya su mano derecha. Y ahora sí, Mario conocía detalles más concretos de las labores penitenciarias del marroquí, siempre al servicio de Información de la Guardia Civil. Pero es que eran tareas tan secretas que ni siquiera en la UCO conocían bien, sus propios superiores en común, a qué se había dedicado.

¿Rafa? Rafa, ¿me recibes?

Portero él también, miembro de la misma Unidad que Mario, se encargaba de idéntica tarea en la otra discoteca: al igual que Mario, este exconvicto había espiado a esos porteros búlgaros y ahora se dividían, en dos equipos, para atender mejor ambas redadas. La peculiar voz de su compañero de oficio, con su marcado acento marroquí, crepitó de nuevo en la radio del coche.

¡¡Rafa!!

Sí, sí, aquí ando… Por aquí bien, Teniente, aunque me falta un pez gordo todavía… ¡Mario, tronco, mírame a ver si está por ahí el Kaitlyn, que por este garito no aparece!

¡Pues yo qué sé, macho, a mí todos estos búlgaros y rumanos me parecen iguales! Me pasa como con los moros, que no os diferencio…

¡Que sí, joder, si le conoces de sobra! ¡Uno rapado, con una “petada” que flipas! Uno muy grande.

Mario y el Teniente estallaron en risas, dentro del coche de paisano.

¡Pero vamos a ver, Rafa, si ése podrías ser tú mismo y tú eres moro! Todos éstos tienen esa misma descripción, así que dime algo más concreto… ¡Que les tenemos aquí retenidos, joder, necesitamos cerrar el asunto!

¡Yo que sé, tronco, el caso es que por aquí no aparece! Ese cabrón se habrá escondido adentro, en la discoteca… ¡A lo mejor tenéis que entrar con los perros, a ver si está ahí metido!

Eso estaba yo pensando, dijo el Teniente, que cogió el walkie para dar nuevas órdenes a los suyos: preparaos para entrar en el local. Y al menor movimiento extraño, ya sabéis, tiro en la pierna o donde toque.

Dicho y hecho, el retén de guardias al completo se adentró en la discoteca. Los perros iban con ellos y no tardaron en salir, todos de vuelta, con un gran botín incautado: drogas, armas de todo tipo, pero no el tal Kaitlyn sino… Otras personas que mantenían allí escondidas…

¡Joder, macho! ¿De dónde han salido esas macizas?

Aquello parecía de pronto una pasarela de modelos, flanqueadas eso sí por armarios empotrados: los mismos porteros que harían las veces de chulos, también, para proteger a estas señoritas. Un Guardia embozado se aproximó al coche para informar, de primera mano, al Teniente Nacho Catalino.

Las tenían escondidas en un habitáculo oculto, mi Teniente: una especie de zulo. Hay armas y sustancias en cantidad.

Pues habrá que meterles, también, por todos esos delitos, y empezando por la trata de blancas. Buen trabajo, Sargento: hágame llegar todo el material a la Unidad. Nosotros vamos saliendo para la Central con los sospechosos.

A sus órdenes.

La Operación Hierro había terminado, claro estaba, a falta del dictamen de Su Señoría. Y ya en camino hacia Valdemoro, donde se iban a efectuar los interrogatorios, Mario y el Teniente trazaban sus propios planes para la Unidad. La cacería había sido buena, disponían de delincuentes de sobra y estaban dispuestos a aprovecharles: reciclarles como confidentes a su servicio. ¡Con todo lo que les habían intervenido en la discoteca, drogas, mujeres y armas, había cargos para encerrarles durante años!

Es imposible que se resistan, decía el Teniente: ¡o colaboran o van pa dentro pero pa largo! Luego lo lógico es que canten como cabrones…

¿Y qué hay de las mujeres? A ellas las podemos sacar, si cabe, muchísimo más partido: tengo comprobadísimo que los delincuentes se confiesan más con las “lumis”, con los mismos camareros, que con matones de puerta como éstos. ¿Qué tal si me las llevo puestas para el Lovely? ¡Son unas jacas de primera!

El objetivo principal de la Operación era fichar a los porteros, ya lo sabes, que nos pasaran información sobre ese mundillo suyo, pero a mí lo de las chicas me parece una idea muy buena. Tendré que consultarlo con el Coronel, pero seguro que te las puedes llevar junto a un par de esos gorilas. Te vendrán bien para la seguridad de tu club y así todos quedarán contentos: ¡confidente satisfecho vale por dos!

La radio volvió a crepitar y era Rafa otra vez, ahora más relajado.

¡Oye, tíos, menudas pavas habéis encontrado! ¿Las puedo registrar yo? ¡Creo que me lo he ganado!

¡Tranquilízate, cabrón, dijo Mario, que las vas a tener contigo en el club! ¡Si te vas a cansar de verlas! Son las nuevas adquisiciones para el Servicio de Información, claro está, junto a esos mostrencos de porteros…

¡Ésos pa ti, campeón, que tú eres más de rabos! ¿Y qué pasa? ¿Vas a poner a media Bulgaria a informar para la Unidad?

Lo que haga falta, pues, ¿no tenemos ya a medio Marruecos?

Le están midiendo los huevos, Presidente

Mapa de las amenazas principales para el Estado Español

11 de Julio de 2002. Pozuelo de Alarcón, Madrid.

Oye, papá, ¿por qué el Conde Don Delano dejó entrar a los moros en España? 

El Director rió, ante este súbito comentario de su hijo menor, y no pudo no acordarse de sus propios moritos. Los del trabajo, pensó, con la ironía que conllevaba el uso de semejantes galeotes.

Es una buena pregunta, hijo. Fue una judiada de primera, ¿verdad? Pero si no lo recuerdo mal, fue porque el Rey Rodrigo le traicionó antes a él, por algo que hizo con su hija. ¿Como se llamaba la hija…? Flori… 

Pero, entonces, ¿fue una venganza contra el Rey? 

Bueno. Eso dice la leyenda. La realidad, como siempre, sería muy diferente. España siempre fue un país muy rico, muy estratégico. Y a los moros les apetecía tenerlo ellos y de paso, como luego intentaron, saltar a Francia y conquistar Europa entera. ¿Todo esto por la traición de un solo hombre? Cuesta creerlo, ¿no te parece?

En ese momento, el Director se sintió incómodo consigo mismo. Después de todo, su relación con servicios extranjeros sobrepasaba con mucho la mera cooperación. Y el Gobierno presente de España, con Alday a la cabeza, se veía atacado con asiduidad por esos mismos servicios. 

¿Seré yo un nuevo Don Delano? A mi buen padre, el Coronel, no le haría mucha gracia que lo fuera… Pero yo ni quito ni pongo rey, al cabo, sino que sirvo a mi Señor… 

En una curiosa coincidencia, la televisión dio paso al anuncio de una próxima película, Operación Ogro, centrada en el Magnicidio más espectacular de todos los tiempos: el del Almirante Carrero. 

Mira, hijo, hablando del rey de Roma: ¿ya estudiasteis, en el cole, el asesinato de Carrero Blanco? 

Lo preguntaba sin mucha convicción, puesto que no le era desconocido el tabú que pesaba sobre el tema. Pero al contrario que los ingenuos que vieran esa película, y se creyesen un ápice de ella, el escéptico mallorquín conocía de sobra esa historia. La verdadera historia.

¡Menudo spaghetti western! Si alguna vez te dicen que unos pistoleros hicieron algo tan gordo, hijo mío, no te lo creas. ¡Los crímenes son tan gordos como el Poder que tienen detrás! Y siempre hay un traidor que le abre las puertas al enemigo, por supuesto, pero estas cosas no se hacen porque sí. 

Papá, despierta. Son las dos de la mañana, le dijo su vástago, pues el Director se había adormilado en el sofá. Y se irguió con un gesto instintivo, como era agarrar su móvil del trabajo, pero nada de gravedad había sucedido. El Presidente Alday seguiría vivo y ninguna bomba habría explotado, o no todavía, porque siempre hay tiempo para tales acontecimientos, cuando los servicios secretos no descansan jamás.

Fins domana, Jaume. Que descanses, despidió a su hijo, de camino al dormitorio conyugal. Y justo en la puerta sintió vibrar, en su pantorrilla, el teléfono móvil del trabajo. Era un nuevo invento tecnológico, esto de la vibración, que logró sobresaltarlo un tanto, pero ante todo por la hora que marcaba el reloj. ¿Las dos de la mañana?

Dime, respondió, impaciente, de vuelta al silencioso salón de su casa. Ese tipo de llamadas nunca estaría bien pagadas, más que nada, por los sustos que conllevaban.

Buenas noches, señor Director. Perdone por las horas, pero se trata de un Peñón del Estrecho: El Perejil. Hemos detectado soldados marroquíes allí.

¿¿Cómo??

Palacio de La Moncloa, Madrid.

El Director esperó a la mañana para informar, a sus superiores, sobre ese inopinado desafío. No merecía la pena despertar al Presidente por ocho gendarmes marroquíes, en hippy acampada en un peñón, pero nadie dudaba que sería el tema del día y la semana.

¿Qué se supone que quieren con esto? Porque si es la Guerra, avisados estaban, dijo Alday. Estoy más que dispuesto a dársela. Y a ganarla.

El Gabinete de Crisis no se había reunido antes, durante su Gobierno, pese al continuo hostigamiento de unos y otros enemigos del Estado. ¿Quién le iba a decir al Presidente que dicho Gabinete se iba a congregar, al fin, por una tienda de campaña y un puñado de marroquíes? Pero es que la acampada de esos gendarmes en una playita, ignorada hasta por ellos mismos, no era otra provocación más del Reino de Marruecos. A nadie de los presentes se le ocultaba la importancia profunda de este episodio y al primero de todos, cómo no, al Director del CNI que les informaba.

Lo grave del asunto es la bandera que estos señores han desplegado sobre el Islote. Ese símbolo de Soberanía irá seguido de pasos más firmes, si nadie lo impide, como el establecimiento de más efectivos militares y hasta de colonos.

¿Colonos en esa roca? ¡No me hagan reír! ¡Si no caben!

El todopoderoso Ministro de Economía, a pesar del Presidente, insistía en quitarle hierro al asunto. Pero el Director sabía de qué roca hablaban e insistía, a su vez, en la verdadera naturaleza del problema.

El tamaño, aquí, no importa. Lo que cuenta es el hecho, la humillación que nos hacen al reclamar Soberanía por las bravas. Y aunque sea un pastor con cuatro cabras lo que nos metan ahí, para decir que eso es suyo, luego no habría manera humana de negarlo. Porque podríamos protestar, sí, como cuando el Sáhara Occidental, pero nos contestarían con el corte de mangas de los hechos consumados.

Una “Marcha Verde[23]” en versión roca, que encima de todo tiene ese nombre… ¡El Perejil! ¡Parece un chiste malo!

Para colmo del surrealismo, como recordaba el Ministro de Economía, estaba el nombre del Islote ocupado, pero al Presidente no le hacía gracia.

No es un chiste, Rodrigo: son unos hechos consumados que no se pueden tolerar. Y no pienso dejar que se humille a este Gobierno delante de todos los españoles y en particular, porque ése es el Objetivo de la Operación, delante de los millones de españoles que nos apoyan: para ellos no es sólo una roca, igual que no lo es para mí, y no entenderían que mirásemos para otro lado mientras el Sultán hace y deshace. Los que estáis empeñados en que da igual, OK, allá cada uno con su conciencia. Por mi parte no voy a tolerar que utilicen este argumento para erosionar la imagen de este Gobierno: me apoya lo mejor de España y esto es lo que cuenta para mí.

El joven Sultán iba a casarse y parecía que buscaba un guiño de complicidad hacia su pueblo, pero nadie en esas Alturas dudaba de quién estaba detrás: el Presidente Chicac de Francia, empeñado en doblegar a Alday en su proyecto de Unión Europea. Y era demasiado obvio que utilizaba a su Satélite magrebí para ejercer presión, en el punto más delicado del Estado Español, que son siempre sus posesiones africanas. ¡Como no podía hacerlo en Ceuta, sin que mediara una auténtica Guerra, escogía una roca del tamaño de un campo de fútbol!

La Economía va bien, ETA está en las últimas y hemos ganado la Champions[24]. Éstos lo que quieren es jodernos la racha, dijo el Ministro de Fomento, en un intento de hacer reír a su amigo el Presidente. No lo consiguió. Y es que la cosa pintaba seria desde que el Sultán se lanzó a esa aventura que era, ante todo, un guante arrojado a la cara de Alday. Y en medio de la sorpresa y tensión iniciales, como cabía esperar, el Ejército fue de inmediato movilizado. Pero a partir de ahí, no había unidad sobre qué postura seguir. Y es que en el bando opuesto a la acción militar estaba Rodrigo, Ministro de Economía y Vicepresidente, que intentaba como otros rebajar la tensión. ¡Un claro desafío a la Autoridad del Presidente, hasta hacía no tanto amigo íntimo, pero en el Poder no hay amistades que valgan! Y hacía años que se había visto desplazado de la carrera hacia el liderazgo del partido, cuando Alday había preferido apoyar al más manipulable Rodolfo Delano. Y al verse ya afuera, era lógico, Rodrigo no tenía reparos en llevarle la contraria. Cualquier traspiés por su parte, de hecho, podría desembocar en su relanzamiento como jefe del partido y Presidente: de perdidos, al río, y en este caso, al Estrecho de Gibraltar.

Jerarquía del Gobierno con relación a las FF.AA. y la respuesta militar en El Perejil. Téngase en cuenta que la en la Jerarquía del Reino de Marruecos, tan satélite de la OTAN como España, por encima del “Jefe del Estado” están los mismos jefes de verdad.

Si quisieran camorra de verdad, dijo el Ministro de Economía, no ocuparían un Islote insignificante. ¡Yo me he enterado esta mañana de que esa Roca existía!

El Director del CNI, al contrario que el Ministro, venía de servir en Marruecos como Embajador y se sabía de memoria cada peñón. Cada una de esas islas paradisiacas, entre Europa y África, cosmos de disputas con el Reino Alahuita.

Si quisieran camorra de verdad, no habrían enviado a ocho gendarmes a ocupar una roca: eso está claro, concedió el Director. Sin embargo, su sustitución por infantes de Marina, esta misma mañana, no hace sino mostrarnos firmeza en su desplante. En su decisión de desafiarnos: no la van a desalojar, caballeros, no así como así.

Si quisieran camorra de verdad, iríamos a la Guerra y la perderían, dijo el Presidente, consciente de que su pistola era más grande que la del Moro. Y los primeros que lo saben son ellos, tal y como comprobé por mí mismo cuando el difunto Hassan[25] me insinuó esa posibilidad. Por lo tanto, si no desalojan por las buenas, peor para ellos: esa provocación resulta intolerable y sí, nos pone en riesgo de una escalada bélica, pero es un pulso que pienso ganar.

Se hizo entonces un incómodo silencio hasta que el Director del CNI expresó su opinión, sobre ese peligro, que era uno de los más persistentes para España.

Que se produzca una escalada, a mí, es lo que menos me preocupa: ¡la verdad, no creo que tiren por ahí de ninguna manera! La movilización del Ejército ya ha sido una medida extraordinaria y una respuesta más que contundente a la acción marroquí: es casi imposible que puedan ir más allá en una aventura para la que no están preparados. Y como bien ha dicho el Presidente, pese a que no tenemos el apoyo de ningún Aliado, en la Defensa del Estrecho y las Canarias, nuestra superioridad militar sobre Marruecos es indudable. Así que sería un suicidio para ellos exponerse a una Guerra que perderían, casi con toda probabilidad. Y sin embargo, entre no hacer nada y declarar una Guerra abierta, está lo que nos han hecho esta mañana: mandar a unos cuantos soldados allí, a provocarnos, para tentar nuestra capacidad de respuesta. Porque la pelota está ahora en nuestro tejado.

Pues estoy dispuesto a devolvérsela, dijo el Presidente. Ya me he cansado de las presiones y amenazas de estos tipos: Chirac y su amigo Mohammed, cuando no el difunto Hassan. ¡Si piensan que iba de farol, cuando me negué a ceder ante ellos, han de saber que se están equivocando! La única duda que tengo es si iremos a ese Islote en submarino, barco o helicóptero, pero no tengan ninguna duda de que estoy dispuesto a recuperarlo. Los detalles operativos corren ya por cuenta del Almirante, del Alto Mando, que para eso son los profesionales.

El aludido se tomó unos segundos en contestar.

El Alto Mando está de acuerdo en que la opción más segura y efectiva, en caso de asalto, es un desembarco con helicópteros apoyados por la Armada. Ahora bien, mi pregunta es la que muchos de los presentes nos hacemos: ¿es la opción militar la adecuada?

Alday no quería presentar el problema como un empecinamiento personal, pero el Almirante Moreno parecía empeñado en no ponérselo fácil. Como Jefe del Estado Mayor, su parecer representaba la postura oficial de las Fuerzas Armadas, si bien no era para nada decisivo. El Gobierno no necesitaba de su beneplácito para ejecutar cualquiera decisión, y hasta podían sustituirle por otro General en cualquier momento. No obstante, para no arrostrar sobre su Gobierno toda la Responsabilidad, en lo que pudiera pasar en adelante, el Presidente buscaba apoyos importantes en esa mesa: después de todo, una Guerra pura y dura podía estallar.

¿Cuál es la opinión mayoritaria de su Centro, Director? Y en concreto, la suya propia.

Desde el punto de vista de la Inteligencia, considerando todos los aspectos de la situación, no hay una respuesta clara: cualquier alternativa a escoger tiene sus pros y sus contras. Como decía Don Juan Tenorio, a propósito de su apuesta con Don Luis Mejía, “está en el fiel la balanza”.

El Presidente le clavó su inquisitiva mirada: no estaba el horno para quiebros poéticos y se sentía cansado de tanta Diplomacia, de capear a tanto cafre antiespañol, pero precisaba de apoyos incondicionales. El del del CNI, para empezar, que era de los más importantes.

Señor Director: sé que usted ha sido Embajador toda la vida y de casta le viene al galgo, pero ahora es el momento de mojarse y nunca mejor dicho. Tenemos a esos señores bañándose en nuestra playa. ¿Qué hacemos con eso?

Señor Presidente: mi labor es de Inteligencia y para eso le aporto todos los datos que tengo, así como las posibles alternativas, pero no soy yo quien debe tomar la decisión sino el Gobierno. Y sea cual sea el resultado, usted lo sabe, yo les apoyaré. Máxime en una situación en la cual no hay salida perfecta, a priori.

Y yo le agradezco su apoyo, pero quiero su opinión, además, como Embajador que ha sido en Marruecos. Su opinión personal. ¿Qué pretende Mohammed con esta jugada o, mejor dicho, qué pretende Chirac?

Bueno… Creo que eso es obvio y todos convenimos en ello. Con perdón por la expresión, Presidente, lo que están haciendo es medirle los huevos.

Todos rieron el comentario, que respondía a la pura verdad, pero llegaba la hora de decidir.

Así es, Director, eso es lo que quieren, pero no sólo a mí sino a España entera. Porque aunque algunos se nieguen a verlo, esto es la Guerra. Y, por tanto, no hay paños calientes que valgan. ¿Qué haría usted si fuera el Presidente? Y quiero una respuesta a la medida de las circunstancias, por favor.

El mallorquín dudó unos segundos, mientras se atusaba el abundante cabello. No estaba acostumbrado a ese estilo tajante de Alday, castellano donde les hubiera, pero era obvio que toda Diplomacia tiene un final y ese momento había llegado. Después de todo, ese Puesto era la cumbre de su carrera personal y tenía, en un momento clave, la gran oportunidad de opinar.

La Guerra es la continuación de la Diplomacia por otros medios y aquí, como usted dice, no hay mucho más que hablar: ellos no se van a bajar del burro y creo que nosotros, con mucha más razón, tampoco debemos. Tenemos mucho que perder y poco que ganar en una situación como la presente, pero sí hay una cosa que tengo clara: si no hacemos nada, tal y como está el asunto, ya hemos perdido… Porque está claro que ellos, por el momento, ya se han salido con la suya, y además se crearía un peligroso precedente. Por lo tanto, coincido con usted y creo que merece la pena jugársela. Después de todo, ellos han empezado.

Alday no pudo ocultar su satisfacción a la hora de volverse a otra pieza clave: el Jefe del Estado Mayor. ¡De manera sorprendente, dada su profesión, el Almirante Moreno no estaba por la labor de hacer nada!

¿Iniciar la Guerra de las Malvinas por una roca? No sé. Yo, desde luego, no lo veo…

El Presidente conocía de antemano sus dudas, que el Almirante no había escondido a varios colegas suyos: ¡unos compañeros de armas que, contrarios por entero a esa opinión, corrieron a contárselo al Presidente! Y ahora exponía su postura donde de verdad contaba, claro, que era en la mesa de decisiones y de manera categórica.

Ya le he dado mi opinión, Presidente: no estoy de acuerdo en que se haga Política con las Fuerzas Armadas. El riesgo es muy alto.

Pero, vamos a ver: ¿y para qué están los ejércitos, al final, si no es para hacer efectiva la Política? ¿Qué quiere usted que yo haga ahora con Mohammed, ponerle una denuncia en el Juzgado de guardia?

Presidente, por favor… Son ocho pasmarotes en una roca pelada… ¿De veras vamos a ir a la Guerra por eso? ¡Porque eso es exactamente lo que puede pasar! Y Francia y sin duda Alemania, que van en el mismo paquete, ya sabemos a quién iban a apoyar…

Europa está dividida, Almirante: la mitad de países, cuando menos, no apoyarían a Marruecos…

Pero tampoco a nosotros. Y a pesar de la buena relación que ustedes tienen ahora con los EE.UU, que está muy bien, esto no cambia nada: en el mejor de los casos, como en conflictos anteriores, EE.UU se mantendría al margen.

Bueno, pero eso es todo lo que necesitamos: si Francia y Alemania no intervienen con fuerzas, que no lo harán, y EE.UU no apoya a los marroquíes… ¡En el uno contra uno, digo yo, nos bastamos y sobramos! ¿O es que en su Ejército no se ven capacitados, Almirante, ni siquiera para ganar a Marruecos?

El Oficial rechazó el debate, con gesto agrio, como restándole importancia a ese último dardo. Pero Alday quería aplastarle, ante su propio Ejecutivo, como si fuera aquello un debate televisado.

Si algo nos ha enseñado la Historia es que una agresión no respondida, o enfrentada con tibieza, se convierte en un auténtico desastre. Y ahora son ocho pasmarotes en un Islote, sí, pero mañana pueden ser diez mil tíos con tanques… Y no en una roca, Almirante, sino atacando Ceuta o Melilla. ¡No actuar esta vez, creo, sólo les animaría a dar nuevos pasos en esa dirección!

¿Y si perdemos el envite, Presidente, por la razón que sea? ¿Se da usted cuenta? Si fallamos en el intento, si por cualquier circunstancia nos lanzamos a la aventura y fracasamos, eso sí que sería una invitación a que prosigan con su escalada. Nos convertiríamos en rehenes de su éxito, a expensas de que volvieran a intentarlo en otro escenario. Por ejemplo, en Ceuta, sí, que está ahí al lado. ¡La Roca ésa no tiene ninguna importancia! Es ridículo darle más valor que el que tiene, que es nada… ¡Si el Sultán quiere hacerle ese regalo al país, con motivo de su boda, qué le vamos a hacer! ¡Que les aproveche el pedrusco si les gusta! Esto es lo que pienso.

Dejarlo correr, qué fácil, respondió el Presidente, que se levantó de la mesa para otear el jardín desde la ventana. Total, es lo que llevamos haciendo cuarenta años, ¿no es cierto? ¡Ceder y ceder Soberanía por todos lados, mejor, que así no nos metemos en problemas!

El Ministro de Economía y Vicepresidente, hasta hacía poco amigo íntimo, apoyaba al Almirante en su parecer. Y el Presidente era consciente de la existencia de más dudosos, aunque no se atrevieran a pronunciarse contra su ya tomada decisión: sabían que toleraba mal que le llevasen la contraria, ¡cuánto más en lo tocante a estos pulsos! Y mucho más por parte de quienes se suponía que eran, como Rodrigo, sus más directos colaboradores y amigos. Pero es que su relación con él había cambiado mucho, claro, a raíz de elegir como sucesor a Rodolfo: un subalterno que a Alday le resultaba más dócil, y es que pretendía prolongar su Liderazgo por medio de él.

Coincido con el Almirante: al revés que en la canción, hay poco que ganar, pero mucho que perder, dijo Rodrigo, que aplicaba al asunto la misma fría lógica que a la Economía. Debemos considerar todas las posibilidades que presenta la situación, sobre todo de cara a una escalada bélica… De consecuencias completamente imprevisibles. Porque ya sé que es fácil decir: ¡ea, vamos a por esos moros, echémosles de ahí y viva España! Pero la OTAN no nos respalda en la Defensa de nuestras posesiones africanas. Y todos, absolutamente todos nuestros enemigos, estarían más que encantados de vernos sumergidos en el lodo… ¡Por supuesto que para sentarse a mirar, a lo mejor, cómo salimos del tema algo más que escaldados! En la situación en que estamos, estoy convencido, ponerse de perfil es la postura no sólo más prudente: es también la más inteligente y práctica. Después de todo, no se ofende quien no se da por enterado.

¡Rodrigo, por Dios! Pero… ¿Cómo no nos vamos a dar por enterado cuando desde la Izquierda, con su entente mediática, son los primeros en medirnos los huevos? ¡Han sido ellos quienes han hecho un caso de esto, Rodrigo, dándole vueltas a los moros y a la Roca! ¿O es que no tienes tele en casa?

¿Y qué se supone que tenemos que hacer, entonces? ¿Seguirles el juego a los de siempre? ¿Dejar que nos marquen ellos el paso, el Grupo Prisa[26] y demás amigos?

¿Y qué quieres que haga, Rodrigo? ¿Expropiar a Polanco[27], como haría Putin en mi caso, o Chávez? Las cosas están como están, ¿no te parece? “Brunete mediática[28]” es lo que nos tienen montado, claro, pero ellos a nosotros…

El que gana siempre el debate es quien lo plantea, Presidente: esto es lo que quiero decir.

Y lo sé. ¡Lo sé, joder, pero no veo forma humana de salir de este debate si no es entrando! Y ganando, por supuesto, cosa que pienso hacer. De todos modos, como bien sabes, esto es un pulso más a largo plazo: tarde o temprano nos iban a poner a prueba…

El Presidente no hizo sino reafirmarse, en su trascendental decisión sucesoria, que tuvo como gran perdedor a Rodrigo. Un pensamiento que, por supuesto, no exteriorizó. O al menos, no verbalmente.

¿Entiendes ahora por qué Rodolfo y no tú, Rodrigo? Porque a ti te faltan huevos y a Rodolfo se los pongo yo cuando haga falta.

En ese raro pulso entre gigantes, en el propio seno del Gobierno, Rodolfo se vio obligado a pronunciarse. Como no podía ser de otro modo, dada su escasa iniciativa personal, el también Ministro respaldaba a su Adalid. ¡Era su estilo, sin más, siempre anodino y servil!

Señores: creo que el Presidente es consciente de los riesgos que implica responder a esta Agresión, pero es que a veces no queda otra salida que jugársela… Y a mi entender, como afirma el Director del CNI, ésta es una de esas veces.

Su poco convencida intervención hizo sonreír al Presidente: ¿Rodolfo apostando algo? ¡Alday dudaba de que se hubiera jugado nada jamás, con lo cagadudas que era! Estaba claro que en esa mesa el único jugador era él y no estaba dispuesto a dejarse achantar, ni aun con todos esos tibios enfrente.

Si le quieren hacer el caldo gordo a Mohammed y Chirac, reflexionó, que les paguen ellos la nómina.

Para evitar que aquello degenerase en un debate político, que se podía perder, Alday decidió ignorar a Rodrigo. Y se centró en el adversario más asequible, por su condición de militar, como Jefe que era del Ejército: un outsider de ese terreno gubernamental que le ofrecía, además, un clarísimo punto flaco.

Señor Almirante. Si de verdad es tan mala idea intervenir, recoger ese guante que nos han arrojado, contésteme por favor a esta pregunta: ¿por qué sus camaradas de armas han venido a Madrid, a toda velocidad, desde todos los puntos de España? ¿O cree de veras que lo han hecho para desanimarme, a lo mejor, en mi imprudente postura de hacer algo al respecto?

La intención de su envite era clara: avergonzarle ante el entusiasmo de sus camaradas, que estarían más que felices de sustituirle en el Cargo. Después de todo, eran profesionales de la Guerra en un dilatado tiempo de Paz, al menos dentro de sus propias Fronteras: toda su vida se habían preparado para un momento como ése y no estaban dispuestos a dejarlo pasar, máxime cuando ello supondría un jarro de agua fría para la Moral. No sólo la del Ejército sino la de toda la nación. Otro más…

Lo que opinen otros es asunto suyo, Presidente. Soy el Jefe del Estado Mayor y respondo por todo el Ejército. No ellos. Mi deber es velar por la Defensa de la nación y por las vidas de mis hombres. Y es lo que hago.

Entonces estamos en la misma tesitura, pienso, sólo que desde escalones diferentes. Pero mire que yo estoy dispuesto a asumir, como he hecho toda mi vida, cada una de las consecuencias de mis decisiones. Y es por esto que le descargo a usted de toda Responsabilidad en ese sentido: consta en acta que yo le he ordenado ejecutar esta Operación, desalojar del Islote a esos tipos. Así si algo sale mal, como es lógico, nadie podrá reprocharle a usted nada sino al contrario. Podrá decir que ya lo sabía y que aconsejó no hacer nada. Estoy muy acostumbrado a esa clase de situaciones, como comprenderá, la última con el asunto del Golpe en Venezuela, pero al final es uno mismo quien debe coger el toro por los cuernos…

Ese último comentario fue otra puñalada para el Almirante, más dolorosa incluso.

¡Presidente, me ofendo! ¡Lo que menos me importa son los reproches que se me puedan hacer, o cualquiera otra circunstancia personal! ¡Me interesa el cumplimiento de mis obligaciones, Señor, nada más!

Entonces ya somos dos. Pero yo no buscaba ofenderle sino hacerle ver, a sus compañeros y a los míos del Gobierno, que estoy dispuesto a llegar hasta el final en este asunto. Y ya ve que cuento con el respaldo no sólo del Centro de Inteligencia, y de la mayor parte de mi Gabinete, sino de una mayoría abrumadora de camaradas suyos, que… Déjeme decírselo… Tampoco están dispuestos a dejarse torear por el Sultán. Por lo tanto, Almirante: ¿están sus hombres listos para ejecutar la Misión?

El Ejército en pleno lo está, como siempre. Y las Fuerzas seleccionadas se encuentran ya movilizadas, en la Base de Sevilla, a la espera de órdenes: pueden despegar en cualquier momento.

Bien. Muchas gracias, Almirante. Eso era todo lo que necesitaba saber por ahora.

Alday no quería presentar el problema como un empecinamiento personal, pero el Almirante Moreno parecía empeñado en no ponérselo fácil. Como Jefe del Estado Mayor, su parecer representaba la postura oficial de las Fuerzas Armadas,

Tener amistad con un Policía es como tener una moneda falsa en el bolsillo

Avilés, Asturias.

Emilio vivía un sueño hecho realidad. Desde que conoció a Antonio, su nuevo y mejor amigo, su apática existencia había dado un giro inesperado. Para empezar, confió en él para un trabajo en apariencia sencillo, pero que implicaba mucha más confianza de lo habitual. En la tienda de coches de su amigo hacía de todo, probar los motores y llevar los vehículos a donde fuera. Tareas al alcance de cualquiera, en principio, pero que a Emilio le reportaban un sueldazo. Y el secreto se encontraba en el valioso material que movían, por todas partes, en unos vehículos que además eran robados: hachís, farlopa y lo que hiciera falta, un riesgo enorme que hubiera echado atrás al más pintado, pero su admirado amigo parecía pasar por encima de todos los obstáculos. De todos los riesgos. ¡No en vano presumía de tener amigos policías que, sin duda, mantenía en nómina para protegerle! Un Policía no se mete en estas cosas por la cara, pero su amigo y jefe se resistía a explicarle ciertos porqués.

En eso es mejor que no te metas, Emilio, te lo digo por tu bien. Cuanto menos sepas de algunas cosas, mejor. Y sobre todo, procura mantener la boca cerrada, ¿de acuerdo? Habla sólo de lo que yo te diga y todo irá bien: ten en cuenta que tenemos este chollo porque soy un tipo discreto y los maderos confían en mí. Y les paso la información que necesitan. ¡Tú haz lo que yo te diga y tendrás trabajo de por vida y bien pagado! Palabra de Antonio Mauro.

Una palabra que hasta entonces se había cumplido a rajatabla: en el garaje de Emilio no cabían ya más vehículos entre coches, una potente moto y un quad. ¡Qué lejos quedaba el tiempo en que compartía la preocupación de sus padres sobre su futuro, qué iba a ser de él como enfermo crónico de esquizofrenia! Su estabilidad económica estaba asegurada por la pensión que recibía y la desahogada posición de sus padres, pero echaba en falta esa autoestima de los que son incapaces de ganarse la vida por sí mismos. Al fin y al cabo, se veía como un niño grande que vive en casa de papi y mami, aun siendo todo un hombrón. Y es que su baja en la mina no había hecho sino confirmar lo que todos en su entorno barruntaban, desde muchos años antes, cuando también le exoneraron del servicio militar por demente.

Emilio Álvarez Mazorras no estaba capacitado para desempeñar ningún puesto de trabajo, eso creían todos, pero Antonio había demostrado que eso no era cierto. Valía para treballar y ganarse muy bien las alubias, pero no sólo eso: manejaba tanto dinero que no perdonaba vicio habido y por haber, desde copas y cocaína hasta putas y cacerías. ¡Lo mejor era que tenían protección contra cualquiera injerencia policial! Sobre todo gracias a un importante Inspector, Manolón, nada menos que el Jefe de Estupefacientes de Avilés. ¡Desde que entró en tratos directos con ellos, con la Comisaría y hasta con el Fiscal, el Inspector le trataba como a un compañero de faena! ¿Qué podía salir mal?

Las fuerzas marroquíes han ocupado el Islote de El Perejil persisten, en su actitud de permanecer con su bandera. Seguiremos informando de las novedades de esta crisis y de la respuesta del Gobierno, que aún no ha confirmado ningún tipo de respuesta…

Ese mediodía, como en tantos hogares españoles, los Álvarez Mazorras seguían por televisión la actualidad bélica. El desafío de El Perejil reavivaba un viejo fantasma de todas las generaciones españolas: la posibilidad de entrar en Guerra con los exóticos vecinos de abajo.

Ese sinvergüenza de Mohammed VI es como su padre, que se hizo construir una mezquita de oro sólo para enterrarse en ella… ¡Y mientras, su pueblo pasando hambre y necesidades! Sólo piensan en quedar bien ellos a costa de lo que sea, hasta de hacernos la Guerra a España… ¡Lo que nos faltaba!

Su madre hablaba por toda la familia. Como españoles convencidos de serlo, además de muy de Derechas, todos veían en Alday al Líder soñado. Ese Estadista de verdad del que el país anduvo falto, durante décadas, luego toda judiada contra el país se interpretaba como directa contra él. ¡Qué se podía pensar, si no, de ese Dictador cabrón de Mohamed, atacando sin razón un remoto pedacito de España!

¡No se preocupe usted, madre, que esos moros no darán un paso más de la cuenta! Yo que conozco un poco aquello, os lo aseguro, la gente allí es muy echada para adelante, pero no tienen ni de lejos la preparación ni los medios que tiene España. ¿No habéis visto el periódico? ¡Si tienen cuatro barcos de ná! ¿A dónde van con eso?

Sin embargo, por el comentario de su madre que vino a continuación, estaba claro que no era El Perejil lo que más preocupaba en su casa.

Hijo, mira, de eso queríamos hablarte: ¿a qué vas tú a Ceuta? ¿Estás seguro de lo que haces? Ya sabemos que eres muy amigo de ese Antonio, pero hemos oído hablar muy mal de él… Tié una fama horrible en Avilés y está metido en temas de drogas, dicen, aparte de lo de los coches… La verdad es que no sabemos a qué se dedica ni qué trabajos haces tú para él, pero tu padre y yo estamos preocupados. Sobre todo, con que bajes tanto a Marruecos: ¿qué se te ha perdido por allí?

Ya os he dicho que no hay problema, madre, que Antonio tiene muchos amigos policías. ¡La gente habla sin tener ni puta idea! ¡Si bajo a Marruecos es a llevar coches, oh, que no creo que sea delito vender coches!

Escucha a tu madre, por favor. Tener amistad con un Policía es como tener una moneda falsa en el bolsillo, fijín. Y el tal Manolón…

¿Qué pasa con él, papá, también está metido en temas de drogas? ¡Si es el Jefe de Estupefacientes de Avilés, joder, qué me estáis contando! Mira, yo creo que lo que pasa es que tomástemeis siempre por un inútil. ¡Si es que parece que os diera rabia que me pueda ganar la vida, oh, sin depender para nada de vosotros!

Emilio se levantó de la mesa de malos modos, ¡qué les iba a contar! Nunca entenderían su nueva vida, ni mucho menos la iban a aprobar. ¿Cómo explicarles que colaboraba con las Fuerzas de Seguridad del Estado? Antonio le había insistido en que no hablara de ello ni con sus padres, sobre todo con sus padres. Y tampoco era fácil de entender para nadie. ¡Las andanzas de Tony Montana eran un cuento para niños en comparación con las suyas, siempre junto a su adorado Antonio Pípol!

Estos padres míos… ¡No tienen ni puta idea! ¡Si lléganse a enterar que me hubieran encañonado los de la ETA, vamos, les da un infarto!

Por si fuera poco su progreso, a nivel laboral, estaba su otro gran anhelo y frustración: encontrar el amor de su vida, sueño hasta entonces distante, parecía ahora muy a su alcance de su adinerada mano. ¿Quién se acordaba ya de aquella primera novia de juventud que le mandó al carajo, precisamente, por ser un locatis sin oficio ni beneficio? ¡Ahora el panorama había dado un giro total y muchas caían, rendidas, ante sus innegables dotes sociales! Ante esos cochazos que conducía, fardando siempre de un dinero que le sobraba. Y la hermana de su admirado amigo, María, ya era prácticamente su novia. Una relación que había ido a más desde que Antonio fue a parar a la cárcel y él se ofreció a ayudar, en lo que hiciera falta, y hasta logró un trato con la Fiscalía que resultó en la libertad de Antonio. Y a cambio de tan grande favor, como siempre ocurre en ese mundillo, Emilio se había convertido en un confidente de confianza para la Comisaría. En concreto, para el Jefe de Estupefacientes de Avilés, Manolón, un tipo muy majo que le trataba como lo que ya era desde hacía tiempo: un verdadero compañero de trabajo.

Oviedo, Asturias.

Antonio se había hecho un experto en tareas clandestinas. Ya en los Paracas aprendió lo que es la paciencia, en interminables imaginarias, un arte que también se podía emplear en lo personal. Porque extrañaba mucho a Inés, por más que quisiera olvidarla en otros brazos, y es que la cárcel le enseña a uno a valorar lo importante. Y aparcado frente al trabajo de su amada, en un anónimo coche de su concesionario parapolicial, desde el cual aguardaba a que ésta apareciera. A que saliera del trabajo, cuando fuera, para fingir un tropezón. Y escuchaba música mientras, para entretenerse, mientras ponía la mente en blanco: un truco de relajación que había aprendido en el Ejército.

Y los poetas que te cantan, que se vayan todos a tomar por culo, que como me ponga chulo voy a hacer alunizajes…

En cualquier hipermercado…[29]

La puerta de la clínica, en que Inés trabajaba, se abrió por enésima vez y dio paso a su deseada figura. Y entonces Antonio salió del coche y le fue al encuentro, como si nada, haciéndose el bobo, que era otra habilidad en la que se había entrenado a conciencia.

¡Anda, Antonio! ¿Cómo estás? Me alegra verte, le espetó ella, aunque Antonio leía cierta duda en su mirada. El otro día vi a tu hermana, ¿sabes? Iba con un chico.

Sí, ya sé quién dices…

No pareces muy contento. ¿Te cae mal o qué?

¿Mal? El tema de Emilio, en lo referente a su hermana, era lo que peor llevaba de la Misión. Un asunto que le había originado algún desencuentro en casa, empeñado en que María pisara el freno con su protegido, pero ella no se bajaba del burro: fiel al carácter de la familia, estaba dispuesta a seguir hasta el final con su propósito. Ayudarle en todo, sí, incluido el tema de Emilio, pero a su parecer lo había llevado demasiado lejos. Y lo que empezó como un encargo inocente, en respaldo de su extraña Misión, se había convertido ya en todo un noviazgo.

¡Ay, el hermano protector! Pero María ya está muy grande, Antonio, y tiene derecho a hacer su vida. ¿No crees?

No me gusta ese personaje. La vida que lleva, ¿sabes? Es un tío problemático.

¿Y tú lo dices? ¡Me alegra que te des cuenta! Espero que hayas reflexionado, Antonio, que vuelvas a ser el que eras. Ya sabes que no me gusta el camino que estabas tomando, dijo ella, ahora con lágrimas incontenibles. Y Antonio la atrajo hacia sí, receptiva como parecía, mientras que ella se dejó abrazar en su emoción. ¡Como buen cazador, el asturiano no iba a desaprovechar su momento! Y su miembro viril despertó por el roce y el olor, como una bestia que es de pronto liberada. Por un momento se vio ya en el catre con ella, como tantas veces, porque con ella nunca era suficiente, pero en ese instante se le heló la sangre: a escasos metros de ambos, desde el suave hombro de su amiga, divisó dos rostros conocidos que se acercaban. Y en un rápido gesto de autodefensa, pero apartándola a ella primero, metió mano en su chaqueta: eran los mercheros del portal de Emilio y Antonio, como veía de demostrar, desconfiaba de los encuentros casuales.

¿Qué haces, Antonio, qué es eso…? ¡¡Ay, Dios!!

Antes que ella pudiera advertirlo, pero sí esos dos tunantes, el infiltrado ya empuñaba su pistola. Y estaba dispuesto a utilizarla, desde luego, pero ese par se dieron la vuelta sin mirarle. Y Antonio se guardó de nuevo el arma, como si nada, mientras ella le miraba con decepción.

Veo que sigues igual… Pero, tú… ¿¿Estás loco o qué te pasa??

¡Joder, Inés! ¿No has visto a esos personajes, las pintas que tenían?

¿Y tú qué te crees que eres, Policía o qué?

Venga, sube a mi coche y vámonos de aquí. Te lo explicaré todo, ¿vale?

¡Y una mierda! ¿Por qué has aparcado aquí, eh? ¿Es que me has venido siguiendo?

El cazador, cazado, y no había mucho que hacer: estaba claro que había subestimado a su presa e Inés se largó a toda prisa, cual si huyera de un loco, y al pasar un taxi se subió casi en marcha. Y Antonio aún corrió por un trecho tras ella, por la calzada, sin importarle lo ridículo que pareciera… Hasta quedar atrás en su intento. Y también sus intentos de llamarla resultaron infructuosos, otra vez, como pasaba desde su ingreso en prisión.

Está claro que esto del amor no está hecho para la Guerra… No esta Guerra mía, sin ejército visible ni uniforme. ¡Ni siquiera puedo decirle a mi chica a qué me dedico!

Puerta del Sol, Centro de Madrid.

¿¿Dos entradas para el concierto?? ¿¿Entradas VIP??

Su joven amante apenas pudo disimular la emoción. Se encontraban en su piso de estudiante,que el todopoderoso Secretario de Estado había buscado para ella. Un curioso ático, en pleno Centro de la Capital, con el objetivo de agradarla y tenerla a mano, en todo momento[30]. Y evitar exponerse a las miradas, a los fotógrafos y hasta a los espías, que no dejaban de pulular por todas partes. Y es que los encuentros con su amante en hoteles le resultaban, al Jerarca Policial, cada vez más comprometidos por cuanto conllevaban: eso de que su escolta hiciera el check-in, los disimulos, o esos incómodos encuentros con el personal… ¡Al fin y al cabo, su feo rostro de Srek salía en todos los telediarios! Y hasta una veinteañera despreocupada, como Tatiana, le reconoció al poco de haber comenzado su relación.

Me habías dicho que te gustaba Bustamante, ¿no es cierto? A última hora dudé, entre éste y el otro… ¡Como los dos empiezan por B!

¡Bueno, hombre, tampoco pasaría nada! ¡Bisbal también me gusta, pero Busta es mucho Busta!

Tatiana se recostó a su lado, en la espaciosa cama. Su provocativo camisón dejaba ver muchas cosas y el Secretario se animó, cada vez más, a intentar destaparlo todo. El propio olor de ella se lo pedía cuando de pronto, sin venir a cuento, vio que su amante adoptaba una pose desvalida.

Estoy preocupada, ¿sabes? Por lo de la Isla ésa. ¿Crees que habrá Guerra?

¿Lo de El Perejil? ¡Na, no te preocupes! Todo se arreglará, como siempre. Al final, con Marruecos siempre es lo mismo: un simple tema de dinero.

Igual que contigo, pensó él, pragmático como norteño que era. ¿De qué ibas a estar tú conmigo, pues, si no fuera por los caprichos que te pago? Por la nómina que te llevas cada mes, pillina, a cambio de tu cariño y discreción…

A su lado en la almohada, por su parte, Tatiana seguía en su mundo. Ése que por una vez, entre tanta chiquillada de la edad, coincidía por entero con el suyo.

En la Uni se comenta que sí habrá Guerra: que Alday no va a dejarse chulear y que el moro, después del paso que ha dado, ya no puede volverse atrás…

Vaya… ¡Veo que no nos tenéis en tal mal concepto, los chavales! Hombre… Si algo está claro es que alguno de los dos va a salir escaldado. Y entonces, podemos ser nosotros, si al final los moros no se retiran… O pueden ser ellos, claro, si respondemos a lo que han hecho.

¿Y qué crees tú que va a pasar? ¡Y no te hagas el bobo, eh, que sé que eres un pez gordo del Presi! ¿Sabes si van a hacer algo?

El Secretario de Estado sonrió, cual Srek, por puro instinto de Cloaca, pero tanta insistencia le había puesto en alerta. ¿A qué venía tanta pregunta sobre eso? Por si acaso y como perro que era, avezado en temas de espionaje, decidió hacer suyo ese refrán tan castizo: a quien mucho quiere saber, dile poco y al revés.

Mi Guerra es otra, Tatiana, ya lo sabes. Yo me ocupo de la Policía, no de las Fuerzas Armadas. ¿Por qué te interesa tanto?

Pues mira, me interesa porque tengo un hermano en el Ejército. Y entonces, como comprenderás, estoy bastante preocupada.

¿Tu hermano? Nunca me hablaste de él, dijo el Secretario, a sabiendas de que Tatiana no tenía hermanos conocidos: como jefe de espías que era, y por propio interés, Iñaki le había hecho una buena inteligencia a la muchacha. Lo sabía todo de ella, claro estaba, sin que ella misma lo supiera.

Ésta se piensa que soy gilipollas, pensó. En todo caso, si es que existe, ese hermano será un noviete suyo… Pero no estaba dispuesto a darle pistas al enemigo.

Mira, Tatiana, no creo que haya Guerra con nadie. ¿Vale? Te lo digo de verdad. Piensa que Marruecos y España estamos en lo mismo, tenemos amigos en común y a nadie le interesa eso. ¡Mucho menos a ellos, me imagino, con el Ejército que tienen y su situación! Sería una auténtica locura y los Estados, gracias a Dios, no funcionan como el patio del colegio. Pero yo soy de Interior, cariño, no de Defensa…

Por eso te digo. Porque Alday tiene problemas en España, también. En casa. Los separatistas vascos y catalanes le traen jodido, ¿no es cierto? El mismo PSOE, que se une a ellos siempre. Tú lo sabes mejor que nadie. Y entonces, podrían aprovechar la situación, digo yo, si al final hubiera Guerra…

Si lo que te preocupa es tu amigo… Tu hermano, quiero decir… A lo mejor deberías preguntárselo al Ministro del ramo, ¿no crees? El de Defensa. Tengo aquí su teléfono, si quieres…

Su compañera le devolvió una mirada ceñuda, poco satisfecha con esa respuesta.

¡Cuidado, señor Secretario, a ver qué insinúa usted! ¡Que yo no soy una puta, eh, para compartir con los amigotes!

¡Era una broma, mujer! No iba por ese camino…

El Secretario intentó arreglarlo, si bien ya era tarde. Por una sola vez, desde que se conocían, la situación entre los dos era el origen de un supuesto enfado. Y no es que Tatiana fuera ni mucho menos una prostituta, en el sentido estricto de la palabra, pero sí se habían conocido por medio de una agencia de contactos concreta. Y el plan que se traían juntos, al cabo tan profesional, solía estar más al gusto de ella. Porque en toda relación siempre hay quien pierde y en su caso, Iñaki lo asumía, era él quien tenía unos límites. Por lo menos, hasta entonces, así había sido siempre.

Está bien. Si no quieres verme, creo que es hora de que me vaya.

Sí, mejor. Vuelve con tu mujercita… Seguro que a ella sí le cuentas todo, ¿no es cierto? ¡Como no es una fulana!

Que descanses, Tatiana. Y pásalo bien en el concierto. Ya me contarás.

¡Una mierda, te voy a contar!

El Secretario no se dejó liar: era lo bueno de tener su experiencia. Si no fuera porque venían de hacer el amor, justo el día antes, o lo que fuera que hubieran hecho, habría jurado que la chica estaba con el periodo. Pero no tuvo buen cuerpo al abandonar ese piso, subvencionado por las exuberantes arcas B de la Seguridad del Estado. Y su vista apenas se detuvo, esta vez, en los detalles de la preciosa y antigua escalera del edificio. Más bien bajó los escalones con aire ausente hasta reunirse con su escolta, abajo, en el espacioso y ahora frío portal.

¿Sabes lo que tienen en común las mujeres y los terroristas?

No sé, jefe… ¿Que son la bomba?

Que nunca, sin importar la presión que te impongan, debes abajarte a negociar con ellas.


[1] La Matanza del Puente Llaguno, de la cual se responsabilizó en primer lugar al Gobierno Provisional (de la oposición a Chávez), supuso un hito importante en los acontecimientos. Los opositores o golpistas se defenderían, luego, de estas acusaciones, al atribuir a los chavistas este golpe de efecto que supuso la Masacre: la típica jugarreta de cloacas en la cual se utiliza la violencia “de signo contrario” para deslegitimar a ese bando. Lo cierto es que no tengo conocimientos suficientes para afirmar una cosa o la contraria, pero sí pienso que el Golpe como tal fue aprovechado en todo caso por Chávez.

[2] Más tarde se entenderá esta frase, formulada en efecto al revés de lo habitual.

[3] Los detalles del sueño pertenecen a un atentado real, el de Santander de 1992, que volvió a la actualidad por el arrepentido Iñaki Rekarte. Un testigo de primera de los horrores de la banda desde adentro, a quien dedico este capítulo de corazón: fue él quien me convenció de que las torturas a etarras se habían dado de forma sistemática, puesto que no iba a creerle en todo lo demás y justo en esto no. ¡Ay, si su testimonio demoledor hubiera llegado años antes! Pero le hubieran matado, claro: el mito de ETA ha sido muy importante para el Estado y no sólo en sus sectores más próximos a la banda, tal y como analizamos en este relato.

[4] La historia del arrepentido de ETA Iñaki Rekarte es especialmente dura por cuanto rodea a la figura de su padre: detenido y torturado en Inchaurrondo, según el creíble testimonio de Iñaki, el hombre hizo grandes esfuerzos por sacar a su hijo de la droga y aún tuvo que despedirle, con un último abrazo, cuando éste le contó que pasaba a la clandestinidad de ETA.

[5] Es un atentado que, en realidad, aún no se había producido para entonces, pero esto se explicará mejor más adelante.

[6] Este Político del Felipismo, condenado por corrupción, tomó una gran iniciativa en la Lucha contra ETA, pero a un tiempo se lucró con ella. De hecho, se dice que había emplazado en su despacho la caja fuerte de los fondos reservados, fuera de todo control.

[7] Nombre coloquial del CNI.

[8] Sargento Pimiento, en referencia a una famosa canción de The Beatles.

[9] Hay una coincidencia curiosa en las fechas cuando el Golpe empieza un 11 y su contrario, un 13, mientras que el 14 ya está todo decidido: ¿no les suena de algo?

[10] Referencia a los Últimos de Filipinas, los héroes españoles de la Guerra de 1898, que se negaron a abandonar su Cuartel tras la Rendición de nuestro País. Fue una expresión que usaría el futuro Ministro de Exteriores Moratinos, del PSOE, varios años después.

[11] Como el propio Cisne, espía de Franco, reconoció a lo largo de su sincera obra, Franco no se pegaba nunca a una línea de Diplomacia ante cualquier Conflicto: apoyaba a los que le interesaba y cuando veía que iban a perder, como en la II GM o el problema francés de la OAS, desechaba pronto esa tesis y volvía a la amistad de Francia o de quien fuera.

[12] Este atentado tuvo lugar el 22 de junio de ese año de 2002, seguido por otro en la misma ciudad: el 3 de diciembre estallaría un coche bomba del que hablaremos más tarde…

[13] Escrito por el gran Manuel Cerdán, uno de los últimos periodistas de verdad que quedan en España. Por cierto, hoy ha fallecido el no menos respetable Pérez Abellán: D.E.P.

[14] Fueron nombradas cuatro personas concretas, de bastante peso estatal, en los programas Esta noche cruzamos el Mississippi y El primero de la mañana, de Antonio Herrero (asesinado poco después). Debido al auge del Mississippi y la alarma social del Caso, tales personas aludidas iniciaron demandas millonarias contra todos los implicados en la publicación de esos nombres. Inclusive el padre de Miriam y su amigo, Juan Ignacio Blanco, que a día de hoy sigue afirmando que esos nombres se manejaban en el Ministerio del Interior como muy probables autores (entre otros muchos) de las torturas, violaciones y muertes de las muchachas.

[15] La fosa donde encontraron a las niñas, en ese monte de La Romana, no era sino la tumba de Antonio Anglés. Y una vez encontrada esa tumba silvestre, de manera casual, con un puño de hombre que sobresalía, el personal del Gobierno sacó a Anglés de ahí y colocó ahí los tres cuerpos de las menores.

[16] Partitocracia.

[17] Existe una curiosa carta del General Yagüe a Iniesta Cano, que por entonces mandaba la más legendaria Bandera de la Legión: la Cuarta. En ella, el lugarteniente de Franco le pregunta qué tal se están portando los rojillos, haciendo referencia a los prisioneros de guerra (del bando opuesto) que habían sacado de los campos de cautiverio para reciclarlos en legionarios. A esto, respondió Iniesta Cano: si con un Comisario Político (cargo soviético del Ejército Rojo) han combatido bien, ¿cómo conmigo no van a combatir mejor?

[18] No es que quiera aquí recrearme en los asuntos de cama de nadie: simplemente pretendo ilustrar el mundillo de la Cloaca en su completa naturaleza, y los chantajes de este tipo nunca pueden quedar afuera del análisis. Yo no sé si era Don Juan quien contrató los servicios de La Veneno, pero ella misma deslizó en un plató de máxima audiencia lo siguiente: que un tipo poderoso, con fotos del Rey en su casa y de siglas J.B., la llevó a su casa para tener sexo con ella. Unas siglas que podrían corresponder a Juan de Bribón, pero también al propio Juan Mario (dudoso que sea él, por cómo lo cuenta) o el Ministro del Interior, José Barrionuevo. En cualquier caso, el feo movimiento de exponer este tema en directo, ante millones de españoles curiosos, tenía el propósito de sacar réditos económicos y tal vez políticos del asunto. No en vano, La Veneno moriría poco después, en ese famoso accidente casero.

[19] En palabras del propio Mario, se la llamó así porque el cebo utilizado eran unas armas portuguesas de muy mala calidad. Vamos, que disparabas y la bala te podía salir por detrás.

[20] Te gusta, en bable.

[21] Fernando García se encontraba regular ese día y vino antes de trabajar, en la empresa que dirigía, por lo que no pudo ir a buscar a su hija cuando ésta llamó a casa para que la recogiera junto a sus amigas. Fue la última noticia que tuvieron, en los tres hogares, sobre sus hijas desaparecidas.

[22] La segunda, pues Matilde Iborra (madre de Miriam) falleció, tras un sospechoso accidente doméstico. ¡Qué casualidad, en plena vorágine del juicio de opereta de Alcácer, mientras Fernando García mostraba a toda España por dónde iban los tiros de verdad!

[23] Fue una exitosa Campaña de Agitación y Propaganda iniciada por el Sultán de Marruecos, en plena agonía de Franco, para ocupar por la fuerza el Sáhara Occidental Español. En realidad, los impulsores de la Invasión, que se realizó con miles de civiles marroquíes en la vanguardia, eran Potencias como EE.UU y Francia, que buscaban contentar a su Satélite magrebí. Juan Mario I ordenó no defender aquello y el Ejército Español se retiró, en una maniobra pactada de antemano, entre este Monarca y las Potencias mencionadas: fue el precio de su corona o, mejor dicho, parte del mismo. En la actualidad, el Derecho de Autodeterminación del Pueblo Saharahui, que se suponía que era el motivo de esa Campaña, ha sido ninguneado por el Estado de Marruecos: los saharauis aún pagan las consecuencias de su liberación.

[24] Se refiere al Real Madrid, que venía de ganar la novena.

[25] Hassan II, anterior Sultán y Hacedor último del Estado de Marruecos actual. Uno de sus grandes éxitos fue la Marcha Verde contra España.

[26] Uno de los holdings mediáticos más fuertes de España, en esa época un auténtico oligopolio en sí mismo, muy contrario a la Política de Alday. Su propietario y creador fue Jesús Polanco, montañés, fallecido hace algunos años. Empezó a hacerse rico ya en el Franquismo y se convirtió, con su línea editorial progresista, en uno de los pilares del Felipismo. Su imperio mediático, Prisa, ostentó un protagonismo monopolístico que terminaría precisamente tras la caída de la Era Alday.

 

[28] Término político y periodístico, utilizado a finales de los noventa por los caciques separatistas vascos: era su forma de referirse al ambiente mediático crítico con ellos, con sus postulados, aunque también sería usado luego por la Izquierda. Y para referirse, de igual manera, a esa Prensa en la línea del Partido Popular. La de Brunete fue una sangrienta Batalla de la Guerra Civil, a mi juicio, la que determinó la victoria posterior del Ejército Nacional, aunque curiosamente no participaron gudaris en ella.

[29] Canción de Marea, muy de moda en aquellos años.

[30] Como curiosidad, este libro se comenzó a escribir junto al Congreso de los Diputados. ¿Qué mejor sitio para inspirarse sobre la Cloaca?

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