¡Por el amor de Dios, no os carguéis a ningún moro porque se lía!
18 de julio de 2002. Estrecho de Gibraltar.
Dios mío, si puedes, sácame de ésta… Que tengo dos criaturas en casa…
Era la tercera vez que les movilizaban. En la segunda se encontraban ya de camino, en los helicópteros, pero algo debió pasar porque les mandaron de vuelta a la Base.
Esta vez parece que va en serio… ¡Mira qué bonito! Parece un videojuego, ¿verdad?
El Teniente Jordá echó un vistazo al exterior del helicóptero. Era de noche aún, pero podían identificar el paisaje con las gafas de visión nocturna: ¡todo un espectáculo que discurría por debajo de ellos! Un montón de barcos que dejaban su estela a su marcha, sobre las aguas del Estrecho, y no era fácil adivinar a qué país pertenecían: en los planos de que disponían, a bordo de la aeronave, no se contemplaban los últimos movimientos de las dos escuadras. Y el Estrecho era un lugar de paso obligado, para el tráfico marítimo mundial, por lo que muchas de esas embarcaciones serían civiles.
Como desía un amigo del barrio: ¡ponte el shaleco, primo, que se va a liá!
Muchos de ellos ya habían servido en distintas misiones de Paz, internacionales, pero nada te prepara psicológicamente para una Operación como ésa: aquello era la Guerra, pura y dura, sin límites claros, y la cosa podía ponerse peor. Mucho peor. Si el incidente de El Perejil degeneraba en tiros era muy fácil que el asunto, a priori un pulso diplomático, se saliera de todo control. No en vano estaban las Fuerzas Armadas en Alerta, la Escuadra para empezar. Y si había una preocupación permanente en el Ejército, en toda España, era esa funesta posibilidad: que Ceuta y Melilla se viesen atacadas, de pronto, por las cercanas Fuerzas del Sultán.
¿Qué es esta luz? ¡¡Aquel foco es de un barco marroquí!!
A pesar de la total oscuridad, con las gafas de visión nocturna se veía el escenario a sus pies. ¡Menudo susto se dieron al avistar, en monocromo pero con gran nitidez, los movimientos de esos marinos marroquíes! Como hormigas sobre un helado, esos soldados se afanaban sobre la cubierta de su patrullera.
¡Están quitando los protectores de sus cañones! ¡Nos van a disparar!
A merced de las balas marroquíes, en el helicóptero se vivieron momentos de ansiedad: ¡la intensa luz del foco no dejaba de seguirles!
¡¡Vámonos para atrás, mi Comandante, que nos han visto!! ¡¡Que nos dan, joder, que nos están apuntando!!
Para evitar ser alcanzados, en caso de que los marroquíes abrieran fuego, la aeronave empezó a hacer virajes. El Teniente Jordá contuvo la respiración y oyó a un compañero contener el vómito, justo a su lado, en una angustiosa arcada. ¡La luz mortecina del foco iluminaba el interior de la cabina, en rachas cegadoras, hasta que de pronto se apagó! Y cesaron también esos giros del helicóptero.
¡Se acabó el problema, amigos! ¡Ha aparecido una fragata nuestra y han puesto pies en polvorosa! ¿Habéis visto la embestida?
¡Todos celebraron la buena nueva! Esa pequeña acción naval bien les pudo haber salvado, pero ahora veían que la Operación marchaba. Y se aproximaba el momento de poner el pie en el Islote.
¿De qué os preocupáis, joder, no veis que tienen las mismas órdenes que nosotros? ¡Los marroquíes no hacen nada sin recibir instrucciones de sus superiores! Se les puede caer algo más que el pelo si abren fuego, sobre todo, teniendo en cuenta nuestra superioridad naval… Y lo primero que ha hecho el Alto Mando es cortarles las transmisiones: ¡están aislados de sus jefes y entre ellos mismos, aunque habrá que ver lo que dura!
Para darse fuerzas, alguien del grupo puso el Himno de España. Y los aventureros siguieron su viaje, más tranquilos, aunque a todos les preocupaba la llegada. ¿Cuántas sorpresas les aguardaban aún? ¿Serían realmente esos ocho o diez soldados, los que reportaba el Alto Mando, o habrían recibido refuerzos? ¿Con qué armamento contaban? Si algo había demostrado la Guerra de Afganistán era que un solo tipo, con un simple lanzacohetes, podía derribar un helicóptero repleto de soldados y tecnología. Y una vez en tierra, desde luego, las incógnitas no cesaban: ¿qué se podían esperar? ¿Habrían minado las crestas del Islote? Lo lógico sería eso, claro, para impedir el acceso a su diminuto pero indolente campamento. ¿Hasta qué punto estaban dispuestos a defenderlo esos hombres, Infantería de élite como ellos mismos? ¿Se dejarían arrestar, así como así? ¡Jordá dudaba mucho que fuera a ser tan fácil! Las palabras de su General, que venían directamente del Ministro de Defensa y el Presidente, les parecían a todos muy ingenuas:
¡Por el amor de Dios, no matéis a ningún moro, que se lía!
Pero la respuesta de su Comandante, al enterarse, estuvo a la altura de las circunstancias:
Que mueran moros o no dependerá de los moros, General, no de nosotros.
Esto pensaba cuando notaron que empezaban a descender, siempre con el helicóptero de señuelo como lanzadera: si tenían que recibir fuego enemigo, por lógica, era mejor en una aeronave vacía.
¡Ya hemos llegado! Recordad: los tiradores se sitúan en las alturas y el grupo de acción directa baja a la playa, sin prisa, pero sin pausa. ¡Actuamos rápido para terminar rápido, eh! No hay que darles tiempo para pensar…
Todos a una se asomaron a las ventanillas: ahora que estaban frente al Islote no les parecía tan grande, aunque lo que todos se preguntaban era cómo demonios iban a aparcar ahí el helicóptero. ¡Esas crestas rocosas resultaban inaccesibles y, para colmo de males, soplaba un viento tremendo!
¿Y pa esa mierda de roca hemos venío? ¡No joda! ¡Sí ahí no hay ni sitio pa saltá!
El viento era fortísimo y la oscuridad, total, pero el piloto se las arregló para descender a altura de salto. ¡Las hélices despedían chispas al forzar el motor, en forzado ralentí, mientras el viento azotaba la aeronave!
¡Quieto ahí, Jordá! Está muy alto todavía… ¡Ahora!
Y Jordá saltó para sentir, ya en el suelo, todo su peso y el de su equipo. ¡Y aterrizó sentado, cuan grande era, sobre las piedras de esa cima ventosa!
Ya no estoy para estos trotes, murmuró, mientras un brazo amigo le ayudaba a levantarse.
¿Estás bien?
Sobreviviré. ¡Ven, Arancha, vamos a apostarnos en esas rocas!
Su compañera de Misión, Teniente como él, fue por delante en esas tinieblas. ¡Era muy joven y se movía con más facilidad que él, a pesar de la mochila y las protecciones! Como enfermera del Equipo no portaba armas largas, pero sí el botiquín de campaña. ¡A su espalda, entretanto, se oían las hélices del helicóptero, que forzaba motores para volver a tomar altura! Y su ruidoso ascender a los cielos, sobre esa oscuridad total, fue como el sonido simple y puro de la realidad: se encontraban solos en una roca pelada, ocupada por soldados enemigos y a cuarenta kilómetros de la costa peninsular.
Los de acción directa están bajando hacia la playa… ¿Les ves?
Sí, por ahí van, respondió Arancha. ¿Ves tú a los moros?
Veo su tienda, eso sí. Otra cosa es que estén en ella…
En ese momento, la radio crepitó en un susurro.
¡Atención, chicos, hay más enemigos de los que creíamos! Están avanzando hacia vosotros, pero tenéis mejores posiciones: preparaos para interceptarles…
Jordá quitó el seguro de su fusil. Dios mío…
¿¿Dónde coño están?? ¡¡No les veo!!
¡¡Mira, de frente!! ¡¡Por allí, joder, vienen a toda velocidad!!
¡Menudo susto se dieron al avistar, en monocromo pero con gran nitidez, los movimientos de esos marinos marroquíes! Como hormigas sobre un helado, esos soldados se afanaban sobre la cubierta de su patrullera.
Tudela, Sur de Navarra.
El viaje de Abdelkader a través de la Meseta, en plena madrugada, se le antojaba al marroquí como una misión de Guerra: ¿qué se suponía que le aguardaba a su llegada? Lo único que tenía claro era que iba al encuentro de un terrorista, prófugo de la Ley, y que la UCIE le había dejado ir solo.
Vas a conocer a toda una personalidad, decía Mowgli, que para colmo de males era su chófer y guía: ¡mi amigo Lamari no es cualquier cosa, eh! ¡Es un tipo muy jodido!
De eso se trata, ¿no crees? Lo que ellos llaman radicalismo, esos infieles, para nosotros es compromiso y lealtad.
¡Ya te digo, hermano! No tienen ni puta idea, esos cabrones, pero pronto aprenderán… ¡Es cuestión de tiempo que el ejército que tenemos en la sombra, con capitanes como Lamari, les dé una lección a estos españoles! Les golpearemos donde más les duele, con ayuda de gente importante que nos apoya, pero todo llegará…
La Voluntad de Alá siempre se cumple: es sólo cuestión de tiempo.
La nocturnidad de ese viaje clandestino, nada menos que a la guarida de un terrorista, aumentaba no poco el dramatismo de la situación. ¿Qué le esperaba al final del túnel? Para curarse en salud, Abdelkader había solicitado a Josefino un dispositivo GPS camuflado: pasara lo que pasara, quería estar localizado por los mismos que le enviaban hacia el peligro.
Le he hablado bien de ti, decía Mowgli: que eres un hombre puritano, un tío legal, aunque me echas la bronca a veces…
No digas eso. Sabes que fuera de la mezquita, como es lógico, no me importa lo que hagas. Sólo Alá es quién para juzgarnos, ¿no crees?
El viaje se le hizo largo, sobre todo, por tan turbia compañía. Y eso pese a que Mowgli no levantaba el pie del acelerador, tan descontrolado en esto como en todo lo demás. ¿Y qué le importaba a ese tunante el Corán, pensaba, o las lejanas guerras de Oriente? Era todo tan extraño como ese propio viaje, entre sombras, sin saber ni qué recibimiento le iban a dar.
Intenta no sacar ese tema con Lamari, ¿vale? Lo de las drogas y eso… No debería contarte esto, pero él también mueve bastante y es normal: es la única manera de conseguir dinero para los hermanos, ¿me entiendes? De poder enviarles cosas a prisión, por ejemplo, o a los combatientes de los países invadidos… ¡También los etarras lo hacen, eh, los cabrones mueven coca que no veas! Y el hachís que subo pal Norte, ¿qué te crees? ¿Que no pillan de eso?
Abdelkader acogió esta explicación con recelo. Tal espíritu de buen samaritano, de solidaridad con el frente de prisiones, no cuadraba con los hechos por él contrastados. ¡La familia del pobre Moha, sin ir más lejos, siempre se quejaba del total abandono de Mowgli! Porque a pesar de nadar en la abundancia y presumir de ello, además, apenas les pasaba ningún dinero. Y Moha era un miembro de su banda de atracadores, otro marroquí como ellos, que se pudría en prisión y al que ignoraba, luego: ¿a qué venía tanta preocupación por los lejanos muyaidines?
Pensaba que del tema de los hermanos, los que están en el Frente, se ocupaba el bueno de Serhane…
¿Serhane? ¿Serhane? ¡Y una polla, Serhane! ¡Ese tío de lo único que se ocupa es de meterle dinero a la máquina, joder, te lo digo yo! ¡Tiene un vicio, el hijoputa, que no puede con él! Así que ya sabes a dónde va nuestra pasta…
Las luces de Tudela ya se avistaban, en el horizonte, en medio de esa planicie ribereña. ¡Sentado junto a Mowgli, Abdelkader se dormía sin remedio! No había tomado café antes de salir, para evitar que sus nervios aumentaran, pero ahora le costaba aguantar despierto.
Ya estamos aquí, dijo el conductor, que tomó una sinuosa salida entre cultivos. Y aún pasó un buen rato de trompicones antes de llegar a una granja solitaria, emplazada en mitad de la nada. ¡Salam alaycum, hermano! ¡Soy “Mowgli”!
La puerta del garaje se abrió y apareció un tipo barbudo, de facciones duras, embutido en un chándal de tactel. De inmediato se fundió en un abrazo con Mowgli y a él le dio la mano, con viril apretón, antes de invitarles a pasar.
Es un honor conocerte, Allekema. Eres una leyenda para los creyentes.
Gracias, amigo. “Mowgli” me ha hablado muy bien de ti, así que estás en tu casa. Tú y cualquiera hermano de tu grupo, pero, ¡eh! Nada de traerme gente sin avisar. Si necesitáis algo de mí, ya sabes: todo a través de mi hermano. Es por seguridad.
Mowgli asintió a esto, con su sonrisa asiática, y el argelino les ofreció té y unos dátiles. ¡Un desayuno muy de su tierra, pero no con gente normal! Ajenos a su presencia, esos dos se pusieron a hablar de sus cosas, en su argot de delincuentes, aunque era obvio lo que comentaban: los pormenores del mercadeo de drogas, que era su negocio, venían aderezados de comentarios más preocupantes.
Relación de la mezquita de Villaverde con Lamari y ETA, desde el punto de vista de Abdelkader (alias, “Imán Cartagena”, para la Policía).
Yo sigo camino hacia arriba, decía Mowgli, a venderles mi mierda a los batasunis. Y te dejaré aquí parte del tema, ¿vale? A ver qué puedes colocar, con tu gente, por Pamplona y estos lugares… Y te dejo también a nuestro amigo, por si podéis sacar algo en limpio, ¿o quieres que te suba a Bilbao?
¡Lo único que quiero, pensaba Abdelkader, es coger un autobús y largarme a mi casa! Pero no era una respuesta muy dable, dadas las circunstancias: ¡allí estaba y había que aprovechar! Llegar hasta donde pudiera en ese asunto y ver si así, de una vez, los de la UCIE le dejaban tranquilo.
Por mi parte, les respondió, haré lo que diga Allekema. Estamos en tu casa y de todos nosotros eres el mejor, el que más se ha sacrificado por la Causa. Yendo a la cárcel incluso. Y me interesa sobre todo conocer tu opinión sobre Serhane, el tunecino… ¿Crees que es de fiar?
Lamari le miró un segundo, con sus marcadas facciones, antes de cambiar una mirada cómplice con Mowgli. Era más robusto que su amigo, y más serio, mejor caracterizado para el estereotipo de mafioso.
Serhane es una lacra, ¿vale? Y yo de ti me fiaría lo justo de ese granuja. Si hubiéramos tenido combatientes como él, en la Guerra de mi país, aún estaríamos bajo la bota de los franceses…
De pie junto al Lamari, sin dejar de asentir cual tendero chino, Mowgli se mondaba de la risa.
Era lo que ya me imaginaba, dijo Abdelkader. Pero como tiene esas ínfulas de líder… De vamos a hacer algo ya, lo que sea, por Alá y por los hermanos…
Sí, claro, por Alá, repitió el argelino. Mira, haz lo que quieras, pero yo te he advertido: juntándote a tipos como él, qué quieres, lo más probable es que acabes en Alcohólicos Anónimos o algo así… O pegado a una máquina tragaperras, también, que es lo que le va más a este capullo.
¡Cualquier día se electrocuta, el hijoputa, si se le cae el cubata sobre la máquina! ¡Es el único riesgo que puede correr, rió Mowgli! Y por una vez fue coreado por el más seco y duro Lamari, tronchándose los dos a costa de tan notorio ludópata.
Pero, entonces, ¿cuál es el camino?
Muy fácil: hacer lo que podamos, dijo Lamari, que no abandonaba ese rictus serio. Esa expresión de tío convencido, como no era desde luego el vendehúmos de Serhane. Según la “taqiya[1]”, los creyentes podemos usar todos los recursos a nuestro alcance para lograr el Objetivo: la implantación del Corán por los medios que sean, incluso el engaño. Ten en cuenta que nos enfrentamos a fuerzas muy poderosas, los sionistas están por todas partes, así que debemos ser inteligentes. Prudentes. ¿Que Serhane es un merluzo y un vicioso? Sí, muy bien, pero tiene gente que le sigue, ¿no? Utilicémoslo. ¿Que el bueno de “Mowgli”, aquí, a mi derecha, es otro pieza, y no se controla para nada? Sí, muy bien, pero nos consigue todos los recursos que necesitamos, reconoció, haciendo reír de nuevo al aludido. Y es un buen enlace con ETA, porque tiene amigos ahí que nos facilitan lo que necesitemos: armas, sobre todo, que es lo que hace falta para una revolución. Y aporta mercancía para vender, porque tenemos camaradas que nos necesitan por todas partes, en Irak, pero también aquí: en la Cárcel de Asturias tengo yo a un amigo, Abdelkrim, al que le mando dinero todos los meses. Si no consigo ese dinero, dime, ¿cómo le puedo ayudar? ¿Le envío versículos del Corán, de mi puño y letra, para darle ánimos en la celda? ¿Me follo a su mujer para que esté contenta? No sé si entiendes lo que te quiero decir…
Abdelkader asintió. ¿Qué más podía hacer? A través de la ventana, aunque estaba aún muy oscuro, esa noche de media luna daba paso a una nueva jornada. Un nuevo sol para miles de jornaleros, en su mayoría extranjeros, pero también para los actos delictivos de ese par.
Está claro, Allekema. Seguiré yendo a las reuniones de la célula, entonces, y ayudaré en lo que pueda… En espera de noticias tuyas, supongo.
Las tendrás, sí, pero todo a su tiempo. De momento nos hemos conocido y seguiremos en contacto: no tengas prisa por morir. Piensa que yo he pasado seis años en la trena, por ejemplo. Y que nuestros hermanos talibanes, en Afganistán, llevan más de veinte años de Lucha. Nuestra Guerra será larga, así que ya sabes: relájate y disfruta.
La puerta del garaje se abrió y apareció un tipo barbudo, de facciones duras, embutido en un chándal de tactel. Lamari (a la izquierda) era más robusto que su amigo (“Mowgli”, a la derecha) y más serio, mejor caracterizado para el estereotipo de mafioso. Ajenos a su presencia, esos dos se pusieron a hablar de sus cosas, en su argot de delincuentes, aunque era obvio lo que comentaban.
¡Dejaste de ganar mucho dinero por acojonado!
Islote de El Perejil. Territorio cercano a Ceuta, en disputa con Marruecos.
¿Los tienes?
A un metro de él, Arancha apuntaba también. Las gafas de visión nocturna les permitían una visión surrealista, bastante fiel a la rocosa realidad de ese Islote.
¡¡Me cago en la puta!! ¿¿Has visto lo que nos viene por ahí??
El Teniente Jordá ajustó su mira sobre esas siluetas, zigzagueantes e incontables, que ascendían la ladera a toda velocidad. ¡Demasiado deprisa avanzaban, como un ejército de posesos, para ser un terreno tan quebrado! ¡Y daban unos saltos tremendos! Más que moros, pensó, parecían un rebaño de…
¡Cabras! ¡Joder, son cabras! ¡Qué susto, me cago en sus muertos! Son cabras, compañeros… No disparéis.
La radio respondió a su aviso, de seguido, con la misma corrección.
¡Son cabras, lo confirmo, no pasa nada! Grupo de acción directa, por favor: continúen su avance y arresten a los marroquíes. Grupo de cobertura: máxima atención…
Eso último iba por él y el resto de tiradores, que atendían la escena desde sus diversas posiciones en las laderas. ¡Por su parte, los helicópteros de apoyo comenzaron a lanzar sus proclamas en francés, conminando a los marroquíes a entregarse! Y atronaban el semicírculo que formaba esa cresta, en forma de embudo, y que remataba en una playita donde había una tienda de campaña. Y Arancha abandonó su posición para ir a atender a un compañero, en la ladera contraria, que se había hecho daño al saltar. Aquello parecía una película de Schwarzenegger, pero era real, siendo lo único en que pensaban el acabar la noche sin bajas. Y para eso era fundamental que ellos, los tiradores, cubrieran bien el avance de sus compañeros más expuestos: el grupo de acción directa ya casi estaba en la playa, donde se situaba la tienda enemiga, pero no era lógico que estuvieran allí los marroquíes.
¿Dónde se habrán metido esos cabrones?
Era muy improbable que se hubieran echado a dormir, en bloque, sin dejar una mínima vigilancia. ¡Y mucho menos con el follón que estaban montando, con los helicópteros, cuyas proclamas estarían oyendo hasta en Ceuta! Así que Jordá buscó en silencio posibles objetivos. Y apenas descubrió a uno, parapetado tras una roca, reportó su presencia por el walkie.
Tengo a un moro a tiro: está escondido detrás de unas rocas, ¿vale? A unos treinta metros a la derecha de la tienda, según bajáis…
Con las debidas precauciones, los de acción directa se aproximaron a la tienda.
¡La Isla está tomada! ¡No opongan resistencia y salgan con las manos en alto! ¿¿Queréis salir de una puta vez?? ¡¡Que salgáis!!
Los marroquíes abandonaron sus escondites, tal y como les pedían a alaridos, pero su moro seguía empeñado en no salir de su resguardo. El muy cabrón estaba armado y era peligroso, sobre todo, para sí mismo.
Tira el arma, joder… Tira el puto arma y no te hagas el héroe… ¡Ay, Dios!
Pero él ahí seguía, firme en su posición, sin saber que la mira de un fusil español le apuntaba. Y entonces soltó su rifle para salvar así la vida, gracias a Dios, acaso ignorante del peligro real que había corrido. ¡Todo había terminado, menos mal, con la Misión cumplida y cero bajas! Y sin poder contener su alborozo, los guerrilleros izaron la bandera en un árbol sobre las crestas. Y esa otra enseña marroquí, que tanto alboroto había causado, fue retirada de un territorio que seguiría en disputa… A la vez que demasiado cercano a Ceuta.
¿Dónde están nuestros móviles?
Esto repetían sus prisioneros, sin cesar, atados y con una bolsa de prevención en la cabeza. No parecía importarles tanto bandera ni armas, pero sí unos terminales que eran de la última generación.
¡Adiós al Perejil! Una hora después, tras el relevo de los legionarios, los victoriosos guerrilleros volaron de regreso a Andalucía. Y por el camino encontraron el mismo despliegue naval que a la ida, con barcos de las dos armadas frente a frente, pero esta vez sin incidentes de ningún tipo. Y a su llegada a la Base de El Copero, en Sevilla, el General en persona salió a recibirles con alborozo:
¡Enhorabuena, muchachos, menudos nervios he pasado! ¡Casi era peor seguirlo todo desde aquí, os lo aseguro!
Ah, ¿sí? ¿Quiere sentir usted el frío del Estrecho? ¡A la orden!
¡Dicho y hecho, sus subalternos le agarraron entre varios y le tiraron a la piscina, con su uniforme y sus medallas puestas! No tardarían en recibir ellos las suyas, aunque no había recompensa mejor que la alabanza de un país orgulloso. Y sobre todo lo demás, el estar de vuelta en casa, sanos y salvos, para reencontrarse con unas familias que ignoraban esa Misión tan secreta.
El Teniente Jordá ajustó su mira sobre esas siluetas, zigzagueantes e incontables, que ascendían la ladera a toda velocidad. Más que moros, pensó, parecían…
Club Horóscopo. Gijón, Asturias.
La noticia del día le había alegrado el corazón. Como amante de España y veterano de su Ejército, en el cual sirvió muy joven, Fran entendía el significado de ese evento. ¡Que la Operación fuera efectuada por Fuerzas Especiales, de las cuales fue tirador, era para él un mayor orgullo! Pero pocos en el club entendían su efervescencia, por lo ocurrido, y no en vano apenas se contaban españoles entre el personal… ¡Mucho menos españoles honrados!
Menos mal que tenemos a Alday, pregonaba, porque los traidores del PSOE no hubieran movido un dedo por ese Islote ni por nada… ¡Ya era hora de tener un Gobierno que actuase, contra el terrorismo, contra ese mameluco del Sultán!
Yo sí te entiendo, le dijo una chica del local. Soy argentina y allá estamos muy concienciados con estas cosas, ¿viste? Por las Malvinas y esos perros ingleses, que no nos las devuelven. Y me alegro de que a España le saliera bien la jugada porque a nosotros, la verdad, nos salió fatal. Y hablando de guerras, mira: por ahí viene ese amigo tuyo.
El verano del Norte, como el mes de febrero, es corto y es loco. Y para no variar en sus costumbres, Emilio se dejó ver por El Horóscopo mucho antes de que anocheciera. ¡Era imposible confundirle y no sólo por los cochazos que solía manejar, sino por su errático estilo al volante! Al principio de conocerle, Fran pensaba que conducía así porque iba borracho, pero el tiempo y el conocimiento del personaje le demostraron que no: que el hombre venía así de serie. Y al situarse frente a él con su carro vio que ese día, pese a ser horas tempranas, sí era posible que viniese drogado. O bebido. Su mirada de perturbado anunciaba a las claras que, o no se había tomado la pastilla, o que había ingerido la equivocada. Una situación que no era ni mucho menos infrecuente para él y que pagaba, sobre todo, con supuestos enemigos suyos como Fran. ¡En buena hora denuncié a estos personajes!
Buenas tardes, le dijo, al parar el coche a su lado. ¿Traballando mucho? ¡Qué tonto yes, muchacho! Dejaste de ganar mucho dinero por acojonado, pero mira, ¿sabes qué? ¡Te lo mereces por ser un chivato de mierda!
Pa ti todo, fíjate lo que te digo…
¡Porque estás siempre con gente, maricón, que si no sacábate un pincho que tengo ahí atrás y metíatelo por el culo! ¿Oíste? ¡Ándate con ojo cuando vayas por ahí, cúbrete las espaldas, que a lo mejor llego yo y te atropello!
Tú habla lo que quieras, respondió Fran, sin abandonar su desafiante indiferencia. ¡Así me entretengo!
¿Sabes qué? ¡Igual un día me paso y en vez de hablar tanto, no sé, a lo mejor fóllome a tu mujer! Porque sigue ejerciendo, ¿oíste? Lo dice todo el mundo, lo que pasa es que tú eres tan tonto que no te enteraste. ¡Mira que casarte con una puta! ¡Así de pringao eres, paisano!
A lo mejor sí, mira, pero no tan pringao para que me roben el coche delante de todo Gijón. ¿Sigues teniendo ese Saab tan cojonudo o ya te lo robaron?
El rostro de Emilio acusó el golpe, pero intentó disimularlo con esa sonrisa de pistolero.
Lo tengo lleno de dinamita, ¿oíste? ¡Cualquier día tráigotelo aquí, a la puerta, para que salgas volando con tu mujercita!
Vale, vale, pero ten cuidao, no te lo roben. ¿Lo tién asegurado?
Emilio volvió a sonreír y arrancó, a cuanto daban esos caballos, directo hacia el fondo del parking. Como buen bronquista que había sido, durante toda su puñetera vida, Fran sabía bien que una sonrisa es la mejor intimidación para un oponente. Y Emilio sólo buscaba provocarle, hacerle ver que no le importaba ese enfrentamiento que se iniciase hacía ya un año, a raíz de las denuncias contra ellos. Porque no era tan loco ni temerario como pretendía aparentar: le tenía miedo y se notaba en que en ningún momento nombró el sancta sanctorum de su denunciante. Una circunstancia que Fran siempre razonaba, para sí.
El día que mentes siquiera a mi hijo, pedazo de anormal, te voy a dar tal paliza que te dejo en silla de ruedas… ¡Para que cobres tu pensión, pero con cojones!
Era el mundo al revés o más bien, para él, lo mismo de siempre: los delincuentes fardando y molestando, a los que sí cumplen con la Ley, que tienen que estar aguantándoles. ¡Y no podía decir que no estuviera acostumbrado! Había denunciado mil veces a las mismas bandas de traficantes, incluso de trata de menores, pero es que hay gente que son intocables. Tampoco le había pasado nada a él, siendo siempre denuncias anónimas, pero con estos tipos todo era diferente: no sólo se enteraba todo el mundo, de sus denuncias, sino que el propio Emilio se dejaban caer por allí como si nada. Aunque sólo fuera para reírse de él y molestar.
Aburrido de provocar sin resultado, Emilio se estacionó en un extremo del parking. ¡No lejos de donde sufriera ese sonado robo, hacía no tanto, por parte de unos delincuentes que le volcaron! Porque allí recibía a sus clientes y les pasaba el hachís, la coca o lo que fuera.
Pasá de él, Fran, le dijo su amiga. ¡Ese loco sabe perfectamente que si le ponés la mano encima se va pal hospital, así que no es por retarte! Lo que quieren es denunciarte por agresión y que a vos os echen del laboro, viste, porque lo he presenciado en otros sitios. ¡Y como son amigos del dueño…!
¡Bueno, allá ellos! ¡Tarde o temprano, ya verás, alguien le va a meter un buen susto a este pimpollo, pero uno de verdad! ¿A dónde se cree que va? Estos dos han visto muchas películas de Al Pacino, pero ahí afuera hay gente que también las han visto y quedan mejor en el papel.
Como si fuera una premonición, en ese mismo momento, empezó a desarrollarse lo que a Fran se le antojó un drama a cámara lenta. Y lo primero fue que otros dos coches de impresión irrumpieron, en el aparcamiento del club, cuales caballos desbocados. Y lo siguiente, sin tiempo para decir amén, gente que se bajaba de ambos vehículos y echaba a correr hacia Emilio: ¡por las pintas no dejaban muchas dudas, sobre su probable nacionalidad, pero menos aún sobre sus intenciones!
¡¡Van a por él, Fran, viste!! ¡¡Van a por él!!
Emilio se apercibió de la emboscada muy tarde. Y arrancó el motor, pero ya dos tipos se le aferraban a las puertas, tratando sin éxito de abrirlas: ¡la vida le dio el haber puesto los seguros, pero esos mafiosos del Este estaban dispuestos a romperlas!
¡¡Le van a matar!! ¡¡Llamá a la Policía, por Dios!!
¡No, mujer, déjale! ¿No dice que los polis son sus amigos? ¡Pues que los llame él! ¿O no?
¡Era imposible que Emilio tuviera manos para todo! Como esos tipos no podían sacarle, mientras se alejaba como podía por el aparcamiento, los golpes le llovían por todas partes… ¡Pobre carrocería! Y sus perseguidores no parecían contentos con ello, puesto que le siguieron a la carrera y luego en sus propios vehículos. ¡Parecía una película pero era real, y Fran no desaprovechó la ocasión de celebrarlo!
¿¿Y ahora qué, eh?? ¿¿Ahora qué?? ¡Ay, paisano! ¡Corre, maricón, ve a refugiarte en la Comisaría con tus amigos!
Muerto de la risa, Fran se abrazó a su amiga argentina. Y aun sin haberlo pretendido, su cuerpo reaccionó por el agradable contacto con ella. ¡Era una maciza como tantas chicas del club, de moral tan distraída como la suya propia, y es que el hombre se sentía desbocado!
¡Definitivamente, entre esto y lo de El Perejil, lo único que me falta es echar un buen polvo!
¡Pues yo te lo echaba encantada, Fran, si no fueras un hombre casado!
Fran se echó a reír, otra vez, igual que su compañera.
¿Estás de broma? ¿Casado? ¿Acaso no lo están la mitad de tus clientes?
Sí, pero sus esposas no trabajan en el mismo local que yo ni son amigas mías: ¡ésa es la diferencia! Además, tú quieres a tu mujer, ¿no es cierto? ¡Están enamorados!
Así es, María, ¡la vida me sonríe! ¡Si ese par de idiotas se creen que me puedo amargar por lo que me hagan, o por mis penurias de dinero, lo llevan claro! Tengo una mujer estupenda, que me quiere, y un guajín majísimo que lo es todo para mí: ¡la suerte me persigue, amiga, y sólo le pido a Dios que no me falte!
Era el mundo al revés o más bien, para él, lo mismo de siempre: los delincuentes fardando y molestando, a los que sí cumplen con la Ley, que tienen que estar aguantándoles. ”El día que mentes siquiera a mi hijo, pedazo de anormal, te voy a dar tal paliza que te dejo en silla de ruedas”. (A la izquierda, el portero Fran y a la derecha, el confidente Emilio)
Comandancia de la Guardia Civil de Gijón, Asturias.
Carlos llegó a Asturias en viaje relámpago, acuciado por las últimas travesuras de su agente minero. El tal Emilio había estado a punto de morir, por enésima vez desde que dejó la mina, y es que no hay nada más peligroso que el ocio indefinido. Pero Carlos estaba dispuesto a ponerle remedio a eso y así se presentó, en este afán, ante quien podía facilitarle la tarea: el Máximo Responsable de la Seguridad de los polvorines mineros, en todo el Principado de Asturias, cuya oficina coronaba un hermoso lema:
TODO POR LA PATRIA.
Espere un momento, le dijo la Cabo, adjunta al Coronel, una vez en el recibidor. Era una chica apuesta, enfundada en su verde uniforme, que se acercó al cercano despacho de su superior para anunciarle: permiso, mi Coronel. Hay un compañero Nacional, de Madrid, que quiere verle. Dice que es Carlos.
De acuerdo, oyó responder. Dile que pase… ¡Buenas tardes, Inspector! ¿En qué puedo ayudarte?
No muchos inspectores podían sentarse, en un plano de igualdad, con oficiales de Rango semejante. Porque el Coronel era equivalente a un Comisario en la Jerarquía de la Policía, más o menos, pero es que Carlos era un Inspector especial. Un enviado directo de los de Arriba, con grandes atribuciones en esa Misión del Norte.
¿Cómo está, mi Coronel? Pues verá, he venido por un asunto referente a un amigo mío que usted conoce. Este chico de Avilés, Emilio…
El bigotudo Coronel asintió, parapetado tras su mesa, sobre la cual reposaba un tricornio. Era el típico Oficial de tiempo de Paz, ya mayor y en nada parecido al ideal físico del combatiente. Con gesto burocrático, hojeó la ficha del confidente, aunque fuera de un viejo conocido para ellos. Después de todo, el Coronel y el Comisario de Avilés coordinaban todos los movimientos de la Misión, entre los dos Cuerpos, siendo además buenos amigos.
Veamos… El esbirro de “Pípol”, sí… ¡Menuda armó el otro día! Me contaron que casi se lo llevan por delante en un club, el Horóscopo, creo que una banda de rumanos… Sí, no sé por qué líos en que anda, pero se libró por poco… ¡Le dejaron el coche para siniestro total y porque no lo sacaron, eh, que si no le ponen al hilo! Ya se lo conté al Comisario, que este guaje… Va mal, ¿eh? ¡Y va conduciendo por ahí como un loco, y con unos cochazos que…!
Sí, a eso le voy. Tenemos miedo de que tanto ocio le acabe pasando factura, por los follones en que se mete, y es que el hombre no encuentra trabajo. Y entonces habría que intentar que le readmitan en la mina, ¿entiende? Estaba a gusto allí y bueno, a ver si se podía hablar con esos señores para que… Ya sabe…
Sí, comprendo, pero hay un problema con eso. Si no recuerdo mal, y tengo la ficha por aquí… El capataz acabó muy hasta los huevos de este joven. Y es el que lleva todo el asunto de la mina, pero claro que se puede intentar…
El Inspector sonrió. Eso de intentar, en el argot de la Cloaca, equivalía a que había que sobornar a alguien. Los trabajos de fontanería nunca son gratis, pero había en España, gracias a Dios, mucho dinero para gastar.
Sí, por favor, inténtelo. Al Comisario de Avilés le haría mucha ilusión, y a la Delegada del Gobierno también. Son amigos de la familia del muchacho, usted me entiende…
Sí, claro que te entiendo, pero entiendo que habrá que compensar más que nada a los propietarios. Y que ellos se ocupen del capataz, por cierto, porque no va a estar por la labor. El trabajo de la mina es duro, incluso peligroso, y no es para ir drogao ni tronao, como parece que va siempre este muchacho… ¡Y eso cuando va, claro! Porque la mitad de los días ni se presentaba…
Por eso. Entérese de qué coche le gusta al capataz, ¿de acuerdo? Y sobre los propietarios, si le ponen pegas, lo mejor es blandir el tema de las inspecciones. La Guardia Civil se encarga de revisar la seguridad minera, ¿no es cierto? Los polvorines y esas cosas… Así que insístanles en que el chico es buen chaval, que lo que se quiere con él es rehabilitarle. Y que nosotros respondemos, por supuesto.
Así se hará. Y por cierto, ¿qué tal con el nuevo “transportista”? ¿Todo en orden?
El Coronel se refería a uno de sus guardias: el nuevo encargado de hacerle los trayectos a Pípol, con el material explosivo, donde otro malhadado compañero lo dejó. Una labor muy delicada que debía realizar la Guardia Civil, para implicarse bien en la faena, y que para nada debía trascender: todo el mundo había visto lo que ocurrió con esos dos pobres guardias, los de Vizcaya, hacía casi un año. Cuando hubo problemas de filtraciones y el CNI cortó por lo sano, con sendos tiros que acabaron con el tema de raíz. Pero ahora Carlos no tenía queja ninguna y de momento, como era de esperar tras un tan cruel escarmiento, parecía que el CNI tampoco.
Sin novedad en el Alcázar[2]. Tu recomendado es un tío cumplidor y eficiente, Coronel, pero ante todo discreto. Estamos contentos con él, por lo menos en lo que a mi Unidad se refiere.
Me lo imaginaba. Es uno de mis chicos de confianza, respondió el Coronel, que se reclinó cuan grueso era en su sillón. Pues nada, “Carlos”, no te preocupes por este tema del minero: te aseguro que entra en plantilla este mismo mes, sin falta. Y espero que la gestión, ya sabes, tenga también su recompensa… El “parque de automóviles” de esta Comandancia se está quedando anticuado, como quien dice, y a lo mejor tú podías ayudar… Mover un poco el tema, ya sabes…
Cuenta con ello, también. Sólo dime modelo y color y se lo enviamos a domicilio. Con todos los gastos pagados.
Eso quería decirte. Porque habrá que pedir dos más. Uno para el Oficial encargado de las minas y otro para cierto Capitán, ya me entiende, que rebate demasiado las órdenes. ¡A ver si así consigo que calle!
Los dos se echaron a reír, cómo no, bajo el retrato vigilante de Su Majestad. Y en ésas estaban cuando Carlos recordó a cierto testigo, al que también podían necesitar, y mejor vivo que muerto. Uno que había renunciado a su propio y robado coche, como draconiano premio, cuando dijo que no a ese Saab que le ofreció Antonio.
Hablando de rebeldes, Coronel: ¿qué se hizo del portero del club? Ese tal Fran, el de las denuncias. ¿Le tenemos controlado?
Ése está bien, sí, ¡mejor que yo! ¡Rodeado de putas todo el día, joder, cómo quieres que esté! Y nosotros, en cambio, ya ves: ¡con los hijos de esas buenas señoras!
El Coronel era equivalente a un Comisario, en la Jerarquía de la Policía, pero es que “Carlos” era un Inspector especial. Un enviado directo de los de Arriba, con grandes atribuciones en esa Misión del Norte.
Y te obligaron a follártela, claro…
4 de agosto de 2002. Las Rozas, Madrid.
¡Dame más, cabrón…! ¡Más fuerte!
Lo mejor de su trabajo, para Rafa, era esto: ligarse a la que quisiera y cuando quisiera, ¡sin prolegómenos de citas ni historias! Ni tan siquiera le hacía falta engatusarlas: simplemente se dejaba querer, en la puerta como portero o en la tarima, bailando como estríper. Un plus laboral que sabía muy bien aprovechar, porque, ¡qué gusto daba amanecer cada día con una! Y eso sin perjuicio de que, como todo cazador veterano, sabía muy bien que no eran todas iguales. En la variedad está el gusto del follador vividor y esa madrugada, su mirada, aun nublada por el cansancio y los excesos nocturnos, se perdía con gusto en ese par de razones… Esos encantos que se balanceaban ante él, igual que dos torres a punto de desmoronarse. Y sin embargo, como buen cazador también, el instinto de Rafa mantenía sus prioridades.
¡Sigue, hombre! ¿Por qué paras?
¡Calla un poco, joder! ¿Has oído eso?
Pero ella no dejaba de jadear. Y Rafa la tapó la boca y ahí sí advirtió, con toda claridad, pasos apresurados que subían por la escalera. Ruidos inesperados que convencieron al confidente, en centésimas de segundo, de que no estaban solos en casa. ¡Alguien había entrado, era seguro, y el marroquí no esperaba visitas! ¿Serían búlgaros de la Operación Hierro, o sus amigos, para ajustarle al chivato las cuentas? ¿Acaso otros traficantes de su país, o sudamericanos, a sabiendas del almacén de droga que era su casa? En un ágil movimiento, el marroquí se desprendió de su amante y agarró la pistola que guardaba a su lado. Y ya había saltado de la cama cuando la puerta se abrió, dando paso a un rostro inconfundible…
¡Joder, Ylenia! ¿No puedes llamar al puto teléfono?
No tardó en apercibirse de que la chica, soqueada por la inesperada visión, no podía responder: era obvio que esa escenita sexual con otra moza… ¿O sería la pistola con que la había apuntado?Rafa se apresuró en acercarse a ella, desnudo como estaba, pero Ylenia rechazó su contacto con un grito.
Déjame, ¿vale? ¡¡Déjame, cabrón de mierda!!
Estaba claro que se veía sobrepasada por las circunstancias, todas a la vez, y en rápida reacción se lanzó escaleras abajo.
¡Espera! ¿A dónde vas?
¿Y tú qué crees? ¡A llamar a la Policía!
Rafa no podía permitir eso. No sólo porque estaba armado sin permiso sino porque atesoraba en su garaje, sobre todo, enormes cantidades de droga. No el máximo de su almacén habitual, ni mucho menos, pero sí lo suficiente como para irse a la trena para siempre.
¡Tú no vas a ninguna parte, clamó, al saltar tras ella por la escalera! ¿De qué cojones vas?
No era una pregunta demasiado razonable, dadas las circunstancias, pues estaba desnudo y en erección… Delante de su supuesta y cornuda novia. Y además, por si fuera poco, con una pistola en la mano.
¿Cómo que de qué voy, hijo de puta? ¿Y tú me lo dices?
El marroquí la retuvo contra la puerta del chalé, pero ella se resistía y no le faltaban razones.
¿Quién es esa zorra, eh? ¿Y qué haces tú con una pistola?
¡Joder, Ylenia, que la tengo para defenderme! ¡Estoy en mi casa, sabes!
¡Sí, ya te veo, y pasándotelo de puta madre! ¿No le has contado que estás conmigo? ¿O es que le da igual, a la muy zorra?
Ahora Ylenia corría de vuelta a su habitación, al encuentro de la otra chica. Y ésta se vestía a toda prisa, pero era obvio que lo había escuchado todo.
¡Zorra será tu madre, guapa, que a mí este tío no me ha dicho nada! ¿Te enteras?
Cuando Rafa quiso intervenir, siempre pistola en mano, no pudo llegar a tiempo: sus dos admiradoras se enzarzaron en un salvaje duelo a tortas, a tirones de pelo, mientras que él se deshizo del arma y se interpuso entre ambas. ¡Aquello era como meterse en una pelea de perros y en la melé, como era de esperar, algún sopapo se llevó!
¡Sácala de aquí, gritaba Ylenia! ¡Sácala porque la mato!
La otra tampoco estaba dispuesta a razonar, pero Rafa no se anduvo con contemplaciones. La asió con su hercúlea fuerza y la bajó por la escalera en volandas, él desnudo y ella casi…
¡Suéltame! ¡Suéltame, te digo! ¿Quién te crees que eres, eh? ¡Te voy a denunciar!
Aquello ya eran palabras mayores. ¿Dos denuncias en un mismo día, en su propia e ilícita vivienda?
Escúchame bien, la espetó, una vez la dejó ante la puerta: como se te ocurra llamar a la Policía… ¡Te meto la pistola que has visto pero por la boca! ¿Te enteras? ¡Y ahora arranca de mi casa!
La muchacha salió de allí a medio vestir, ahora más asustada que otra cosa, pero no tardó en lloverle ropa del cielo: ¡eran sus propias prendas, que dejara atrás en su camino, arrojadas por Ylenia entre un repertorio de insultos!
¡No vuelvas por aquí, zorra! ¡Vete a follar con cualquiera, que eso es lo tuyo!
El marroquí apartó a su chica de la ventana, aunque nada parecía que la fuese a calmar. Varios vecinos se asomaban para entonces, por todo el barrio de chalets, alarmados y morbosos por igual.
¡Eres un hijo de puta, sabes! ¿Te follas a otra en tu casa y encima me apuntas con una “pipa”…? Pero tú… ¿De qué vas, tío? ¿De qué cojones vas?
¿Tú sabes el susto que me has dado? ¡Pensaba que sería cualquier hijoputa de éstos, ya sabes, los mafiosos búlgaros y esa gentuza!
¡Sí, claro! ¿En qué película vives? ¡No me vengas con historias para enrollarme, eh, que te he pillado follándote a esa guarra! ¡Y encima, vas y me sacas una pistola! ¡Es que yo flipo contigo!
Rafa escuchaba la filípica sin dejar de atender la ventana, cómo la otra chica se alejaba por esa calle residencial. La pobre mujer se vestía por el camino y él esperó que de verdad no llamase a la Poli, aunque era imposible saber sus intenciones.
En todo caso, pensó, el aviso llegará a la Guardia Civil de Las Rozas y ellos no van a registrarme… ¡Pero voy a quedar como un idiota con ellos!
Qué asco, decía Ylenia, que se apartó con desagrado de esas sábanas arrugadas. Y se alejó de la cama para ir al sofá, donde Rafa había arrojado su pistola. ¿Y qué cojones haces tú con un arma, eh, me lo quieres explicar? ¡Si hace nada que has salido de la cárcel, idiota! Como te pillen con esto…
No pasaría nada, haz la prueba: ¿no ves que tengo permiso?
¡Y una polla! Tú siempre tienes permiso para hacer lo que te da la gana, ¿no es eso? Pero mira, me importa una mierda: lo que me interesa es quién es esa cerda y de dónde la has sacado. ¡A ver qué excusa me pones!
El cerebro de Rafa empezó a cavilar a toda leche, acostumbrado como estaba a contar películas. Era hora de desarrollar todo un guión apropiado, creíble, y él sabía cómo hacerlo: lo único que importaba era decirlo convencido, ése era el truco.
Mira, Ylenia, te lo voy a contar, pero espero que mantengas la boca cerrada, ¿vale? Estoy trabajando para la Policía y esta chica es la novia de un mafioso. Por eso tenía que acercarme a ella, intentar sacarle información…
Como no podía ser de otro modo, Ylenia le interrumpió con una carcajada.
¡Eres increíble, tío! ¿La Policía? Y te obligaron a follártela, claro, ¡pobrecito! ¿Me tomas por imbécil?
¡Te juro que es verdad, hazme caso! Trabajo para la Guardia Civil, ¿vale?
¡Vete a la mierda! ¿Desde cuándo la Policía iba a confiar en un “mafias” como tú? ¡Si tendrías que estar en la cárcel!
La chica hizo ademán de marcharse y Rafa trató de interponerse, por enésima vez, pero ella respondió con una lluvia de golpes.
¡Suéltame, cabrón, mentiroso de mierda! ¡Ahora sí que se ha acabado conmigo, me oyes! ¡Voy a hacer lo mismo que tú, ir a follarme al primero que encuentre!
Fuera de sí, Ylenia se llegó de nuevo hasta el vestíbulo, adonde Rafa la siguió desesperado. No podía dejarla ir así, por varias razones, y se dispuso a lanzar su último as sobre la mesa.
Tarde o temprano, pensó, se lo iba a tener que contar… ¡Y de todos modos, qué cojones, si ya se lo he dicho!
Por su parte y frente a él, con los brazos en jarra, Ylenia esperaba una milonga de las suyas.
Piensa bien lo que vas a decir, le advirtió. Porque podrían ser tus últimas palabras.
Vale, mira, te vas ahora mismo si quieres, pero antes déjame hacer una llamada. Y luego ya me dices mentiroso o cabrón o lo que quieras, ¿vale? Ya verás… ¿”Víctor”? Sí, oye, si no estás muy ocupado pásate por mi casa… No, no es nada grave, pero necesito que vengas… Venga, tío, gracias.
Rafa colgó y los dos se sentaron en el salón, en incómodo silencio, hasta que el Alférez tocó el timbre.
Jerarquía de la UCO y relación con infiltrados de la Comisaría de Avilés (Policía Nacional).
¿Qué pasa, Rafa? ¿Todo en orden?
Pasa, “Víctor”. ¿Quieres una birra?
El recién llegado no tardó en adivinar, al ver a Ylenia en el salón, que el asunto tenía tintes distintos a los habituales: no se trataba de ningún tema de trabajo.
Ésta es Ylenia. Hemos tenido un problema con esa última misión que me mandasteis, ya sabes, lo del narco ése que va a la discoteca… Y entonces ella me ha visto con la chica del tipo y claro, pues se ha mosqueado…
Pero, ¿tú que te has creído? ¿Que me vas a traer al primer amigo que pilles para convencerme de esa película? ¿Para reíros de mí, los dos, en cuanto me vaya por la puerta? Pero, tú… ¿Te crees que soy gilipollas o qué?
El también joven Alférez mantuvo la calma. Y cuando Rafa se lo pidió, aunque no era ni mucho menos lo adecuado, extrajo su placa de Guardia.
Rafa trabaja para nosotros, es cierto: es nuestro informador. Pero estamos hablando de algo que nadie debería saber, ¿vale? Para empezar, por su propia seguridad personal, luego espero que seas discreta por tu parte. Es un tema serio.
Ylenia les estudió a ambos, un momento, con una mirada de póker. ¡Si fuera una excusa, debía pensar, era la mejor puta excusa de la Historia! Pero ni siquiera eso lo aclaraba todo, por supuesto.
De acuerdo. Vamos a suponer que este sinvergüenza trabaja para vosotros… Lo cual explicaría muchas cosas, claro, suponiendo que tú seas Guardia Civil y él tu confidente, pero… ¿Eso le da derecho a follarse a otras tías en su casa, como acaba de hacer delante mío? ¿Es parte de su trabajo o qué?
Era obvio que Víctor había llegado a un punto muerto, en su coartada, pero como chico listo que era salió del atolladero como pudo.
La labor de infiltrado es más compleja de lo que parece: tienes que comportarte en todo como lo que se supone que eres y Rafa da muy bien el pego como… Bueno… Como delincuente…
Porque lo es, dijo Ylenia. Un delincuente y un mentiroso profesional, aparte de un súper-cabrón.
Yo te hablo de lo que es nuestro trabajo, ¿vale? Si quieres enterarte de los planes de esta gente, de los delincuentes de verdad, debes introducirte en sus círculos como puedas… Porque ahí todo vale…
¡Eso no hace falta que me lo expliques, que ya sé yo qué bien se le da a tu amigo lo de introducirse! En eso no tiene problema…
¡Los dos hombres se echaron a reír, hasta ella misma, cuando no dejaba de ser todo tan absurdo!
Lo único que te pido es que seas discreta, Ylenia, de verdad. Es importante que nadie se entere de esto que te acabo de contar: Rafa es uno de los nuestros y tenemos que cuidarle entre todos… ¿Lo harás?
Yo creo que bien cuidado ya está. Por lo menos, a mí no me necesita. Eso seguro. ¡Con el Cuerpo ya va sobrado, que es lo que tiene, porque cerebro…!
El joven Alférez ya estaba de más y Rafa le acompañó a la puerta, aunque no sin recibir una última advertencia.
Ten cuidado con lo que haces, Rafa. Este mundo es muy pequeño y si corre la voz de quién eres, ya sabes: estás muerto. O en todo caso, acabado.
No te preocupes, tío, y gracias por venir.
De vuelta al salón, Ylenia le esperaba con el ceño fruncido y las piernas cruzadas, aunque Rafa confiaba que abriesen pronto para él. ¡Una vez solos, pensaba, era el momento de terminar lo que había empezado con la otra! Ese cambio de jaca inesperado, a mitad de carrera, no era para él sino una simple parada en boxes: el partido se podía reanudar y ella estaba por la labor, se notaba, aunque se hiciera la dura por despecho. Pero es inútil luchar contra uno mismo y no tardó en convencerla, en el mismo sofá en que acababan de discutir.
¡Trátame mal, cabrón, que ya sabes que me gusta! ¡Sí, así…! ¡Qué bueno…!
El teléfono de Rafa no dejaba de sonar, entretanto, pero los encuentros apasionados son también los más breves. Y no tardaron en descargar la tensión, el uno contra el otro, y Rafa saltó de la cama para consultar cuanto antes su móvil.
¿Qué vas a mirar, eh? ¿Si te ha escrito la guarra ésa?
No, joder… ¡Me cago en la puta!
Había un montón de llamadas de Antonio Asturias, así como un mensaje de texto.
Esty aki x k no coges???
Rafa maldijo en árabe, como no solía hacer ante españoles.
¡No me acordaba de que llegaba éste, hoy! Porque es sábado, ¿verdad?
El marroquí devolvió esas llamadas mientras se asomaba a la ventana. ¡Y ahí estaba el Megane amarillo de su amigo, compañero suyo en Información!
Antonio, tronco, mete el coche en el garaje… Sí, te abro, no vaya a ser que te cojan los de verde, ¿eh?
Los dos infiltrados se echaron a reír. ¡Era tan descarada su impunidad! Metiendo bolsones de coca en Madrid, a la vista de un Cuartel de la Benemérita y en un chalé controlado por ellos.
¡Ya te vale, cabrón! ¡Tenerme media hora ahí afuera, esperando, con toda esa farlopa en el coche! Y encima con los mangas verdes ahí, justo enfrente…
Los dos se fundieron en un abrazo de oso, porteros fortachones como eran, y Antonio reparó entonces en que no estaban solos.
No te preocupes por ella, que ya sabe algo del rollo. ¡Si acaba de conocer a “Víctor”!
¿En serio? Antonio sacó entonces su vena más cauta, a la vez que vacilona: ¿no será que estás yendo demasiado rápido con ella?
Descuida, respondió Ylenia, que yo ya me iba. Haced lo que os dé la gana, en serio, que paso millas de vuestros rollos. ¡Adiós!
Los dos camaradas se despidieron de la chica mientras se iba y la observaron alejarse, no sin alivio por su parte: nadie normal podía observar lo que se disponían a hacer, a continuación, en esa casa y ese garaje.
¿Sabes qué es lo que más me gusta de Ylenia? Que siempre sabe cuándo es el momento de irse a su casa.
Sin dejar de reírse, pues eran tal para cual, los dos amigos bajaron a visitar el flamante bólido de Antonio. Sus numerosos compartimentos secretos, disimulados por toda la cabina, atesoraban cuanta cocaína pudiera absorber el mercado de Madrid.
Déjame un mono, anda, que nos vamos a poner perdidos.
Si te cae polvillo bueno, ya sabes, dijo Rafa: que sea dentro de la “tocha”.
Dicho y hecho, media hora después ya casi habían terminado. Compartimento tras compartimento y bolsa tras bolsa de coca: fardos enteros del valioso material, que apartaban en su tarea de aligerar la carga del coche. Aquello parecía un taller mecánico y no en vano era Antonio, el hombre para todo, un gran experto en la materia.
La verdad es que aprendo “mazo” contigo, Antonio: ¡menudo “huevo Kinder” tienes montado, eh! ¿Todo esto te lo ha dado “el Dientes”?
¡Qué va! “Mowgli” o “el Dientes”, como tú le llamas, ya tiene bastante con lo suyo: repartir la merca por el País Vasco no es ninguna tontería, ¿eh? ¡Cualquier día de éstos, ya te digo, ni etarras ni leches…! ¡Los “chachos” se lo llevan puesto! Le tienen más amenazado que a Alday…
Pues yo no me voy a echar a llorar, eh, si le pasa algo. Que el tipo tiene unas pintas de cabrón que flipas… ¡Y se toma unas confianzas que no es normal, como si fuera el jefe de algo! ¿De qué va el capullo éste, se cree el Inspector de la Brigada Antivicio o qué? Menos mal que me toca trabajar contigo, más bien… Cuanto menos trate a ese personaje, mejor, ¿me entiendes? ¡No quiero que sepa ni dónde vivo! Porque como se entere de que guardamos merca aquí, en estas cantidades… ¡Éste es capaz de venir a “volcarme” con sus moros, aunque esté el Cuartel enfrente!
Eso sí que sería interesante: sus moros contra los suyos y nuestra Unidad contra la tuya. ¡Seguro que salíamos en las noticias!
“Vamos a suponer que este sinvergüenza trabaja para vosotros… Lo cual explicaría muchas cosas, claro, suponiendo que tú seas Guardia Civil y él tu confidente, pero… ¿Eso le da derecho a follarse a otras tías en su casa, como acaba de hacer delante mío? ¿Es parte de su trabajo o qué?”
No estoy dispuesto a seguir enterrando víctimas mientras ellos siguen sueltos por la calle
Hernani, Guipúzcoa.
El camino está despejado, Señor. Sigan a mis compañeros, que van abriendo su ruta, y así evitaremos problemas.
El Secretario de Estado asintió, pero su esposa no ocultó su disgusto. Su mirada se perdía en la otra orilla de ese río, su querido Urumea, en la zona de tiendas de la villa. Como madrileña que era, nunca entendió esa anormalidad de su tierra. Esa locura cotidiana, normalizada, que impregnaba por doquier la sociedad vasca.
Pues vaya gracia, protestó, incapaz de asimilar el poder callejero de esa gentuza. O sea que, de hacer compras, o siquiera de tomarnos un café en el centro, mejor nos olvidamos…
El Capitán de la Ertzaintza, encargado de su seguridad perimetral, encogió los hombros adornados con galones. Se encontraban en pleno feudo de ETA y toda precaución era poca.
El problema es que ya se ha corrido la voz de que están aquí y claro, los de siempre querrán hacerse notar. Están vigilando y en cuanto puedan, es lo suyo, pues la liarán. Y nosotros les aporrearemos, como de costumbre, pero ya saben cómo son estas cosas: que si gritos, lanzamiento de objetos, pelotas de goma… No es para nada agradable y menos con los niños delante.
Nos hacemos cargo, Capitán. Ezkerrik asko.
A la orden, respondió el Policía, que se cuadró ante su absoluto superior. Y el Secretario, por su parte, emprendió esa paseata matutina en compañía de sus seres queridos. Estaba acostumbrado a tanta clandestinidad, en general, como si fuera él el etarra. Porque los violentos tenían tomada la calle y nadie les plantaba cara, quién podría, cuando el Estado siempre les daba amparo a ellos[3]. Su propia Cloaca política y policial, que tenía tan controlada. Y mientras tanto, por desgracia, la gente normal vivía amenazada. En realidad, como Político vasco que era, Iñaki nació ya habituado a esta paradoja criminal, que teñía su panorama patrio. Pero dicha clandestinidad iba para él, por su doble vida, mucho más lejos que esto.
A lo que no me llego a acostumbrar, reconocía, es a no saber nada de ella. ¡Este cabreo tan tonto, joder, ya va durando demasiado! ¿O será que no quiere verme más?
Su romance con Tatiana recordaba, cada día, más a ese dramón de Pretty Woman, aunque el Secretario no se engañaba jamás. Su fea y calva fisonomía tenía mucho que envidiar, era evidente, a ese galán del cine que era Richard Gere. Y es que en el fondo de la cuestión no estaba equilibrada la balanza, en cuanto a afecto se refiere, sino sólo por el dinero y la atención temporal que había pactados. Porque no era sólo sexo, al final, cuando a Iñaki le agradaba tanto su compañía. Y la sorpresa para él había sido comprobar, en este trance del enfado de ella, lo mucho que podía llegar a extrañarla. Lo mucho que le afectaba esa incertidumbre, ante su ausencia total de señales.
Parece mentira, Iñaki, reflexionó. Delegan en ti toda una Guerra, con ese carrerón que aún te queda por delante, y en lo único que piensas es en esa mocita… ¡Que encima de todo, para más patetismo, en el fondo no te hace ni caso! Y es que si te mirases en el espejo, amigo, verías que no tienes los rizos de Bisbal, pero mucho menos la frescura de esos años… Ésa que nunca tuviste, por cierto, y ahora sólo eres un viejo calvo y feo, que todo lo que tienes de alto lo tienes de desgarbado. Al final, lo único que tienes para presumir es tu porra, claro está, en las ocasiones en que se levanta toda ella. ¿Será eso “el hecho diferencial vasco”?
En su íntima desesperación, al pasar junto a un cartel de se busca, le asaltó la ocurrencia más absurda de su vida. Y es que con gusto se hubiera cambiado por cualquiera de esos tunantes, los etarras más buscados, con tal de ser bastante más joven. Lo que fuera con tal de poder aspirar a su corazón, y no sólo al alquiler temporal de su cuerpo. ¡Ay! En todo esto pensaba cuando notó vibrar su teléfono, en su pantorrilla, y vio que era un esperanzador mensaje de ella. ¡Por fin!
Esty bien. D examens. El conciert bien gracs. Conoci a Busta! Tu k tal?
El Secretario no pudo evitar una sonrisa, como si alguien hubiera abierto las ventanas de su caverna. Por un momento, incluso le dio igual si Bustamante se la había pasado por la piedra: ¡al fin y al cabo, pues, sería lo más natural!
¡Iñaki! ¿Qué haces ahí parado?
¡Ah, nada! Es un chiste guarro, ya sabes: cosas de hombres…
Su mujer le volvió la mirada, acaso suspicaz, pero Iñaki era un mentiroso profesional. Vivía de eso, al fin, de una doble cara permanente y en todos los aspectos de su vida. Una máscara de la que acaso nunca se despojaría, por más años que viviera. Y es que era su destino, al fin, aunque a veces tuviera que hacer milagros para componérselas. Esa mañana, por ejemplo, aun acompañado de su familia y un cortejo de guardaespaldas, ese mensaje súbito atrajo de lleno su atención. Y por un momento de debilidad, de adolescente arrebato, su único afán fue perderse y hablar con ella. Y excusas buenas nunca le faltaban, desde luego.
Tengo que hacer una llamada importante, afirmó, acostumbrado a las licencias de su profesión. Y su escolta se dividió cuando se alejó de los suyos para hablar, de una bendita vez, con su amada jovenzuela madrileña.
Estarás contenta, ¿no? Por lo del Perejil. ¡Ya ves que al final quedó en nada! Y encima de todo, ganamos, añadió, tentado de recordarle esa mentira de su hermano el militar.
Sí, bueno, ya me da igual, respondió ella, que daba por hecho la impostura aquella de su hermano. Lo que sí me importa es que no te fías de mí, pero bueno. Ya me voy acostumbrando…
El Secretario resopló, sin dejar de mirar a todos lados. A la natural precaución en que vivía, cuando visitaba su tierra natal, se unía lo furtivo de ese amorío madrileño.
Sabes que no puedo hablarte de mi trabajo, pequeña. Y mucho menos de lo que no es ni mi trabajo, como comprenderás: ¡lo que hagan los del Ejército es cosa de ellos, máxime en sus misiones secretas! Ni siquiera sus familias, las de estos soldados, sabían que irían a esa Isla…
Es igual, no te preocupes. ¿Estás en tu tierra, entonces?
Sí, me he venido unos días. Con la familia y eso.
Claro, ya me suponía. Pues nada, ya me llamarás cuando vuelvas a Madrid…
Maite zaitut[4], se le escapó, en un desliz adolescente que ella no comprendió.
Agur, Ben Hur, le contestó ella, con esa risilla que tanto había extrañado. Y el Secretario guardó su móvil, satisfecho, con la certeza de que volvería a verla pronto. Apenas volviera con su familia, seguido siempre por sus guardaespaldas, el enamorado compartiría la inesperada noticia con su esposa: una reunión le había surgido en Madrid, sin previo aviso, sobre esos importantes asuntos que manejaba.
Es un tema importante, cariño, y tengo que estar. Si pudiera evitarlo, me quedaría…
Pero habíamos venido por ti, protestó ella, con gesto resignado. Ya sabes que no me gusta volver por aquí, siempre con ese ejército de boinas rojas… ¡Parecemos la familia de Zumalacárregui[5]!
También sus hijos estaban disgustados. Lo cierto era que apenas los veía, siempre agobiado por sus responsabilidades, aunque también por sus crecientes escarceos amorosos. Ya se sabe que tiran más dos tetas que dos carretas y esto es así en Guipúzcoa, Madrid y Sevilla.
¡Joder, aita! ¡Me dijiste que iríamos a ver a la Reala[6]!
¡Oye, tú! ¿Qué lenguaje es ése, eh? Cuando estemos en Madrid te prometo que te llevaré al palco, pero del Real. Y cuando jueguen con la Reala, ya lo verás: ¡voy a presentarte al mismísimo Xabi Alonso!
Acuciado por la ebullición de sus testículos, a puro latido de su amorosa impaciencia, el desgarbado Secretario se subió en su berlina oficial. Y despegó como un cohete, rodeado por su cohorte pretoriana. Atrás quedaría su familia, rodeados por la sempiterna escolta, siempre doblada cuando estaban en su tierra.
Su mujer le volvió la mirada, acaso suspicaz, pero Iñaki (Errasti) era un mentiroso profesional. Vivía de eso, al fin, de una doble cara permanente y en todos los aspectos de su vida. Acuciado por la ebullición de sus testículos, a puro latido de su amorosa impaciencia, el desgarbado Secretario se subió en su berlina oficial. Y despegó como un cohete, rodeado por su cohorte pretoriana. Atrás quedaría su familia, rodeados por la sempiterna escolta.
Casa-cuartel de Santa Pola, Alicante.
Toñi llegó a su casa del trabajo, con las bolsas de la compra, y se dispuso a preparar la cena mientras su hija jugaba en el patio. Su hogar tenía la peculiaridad de ser un pequeño fortín policial, emplazado en esta pequeña localidad alicantina, un sitio en principio seguro salvo por una circunstancia atípica: desde sus peores inicios de verdad, en la Transición[7], ETA había escogido estas viviendas como objetivo prioritario de sus acciones. Y era así que cientos de guardias y familiares suyos, incluso niños, habían muerto en explosiones brutales. Una pesadilla y un peligro latente que estas familias intentaban sobrellevar, siempre sin saber si les tocaría a ellos ni cuándo.
¡Silvia, sube, que ya está la cena!
Fue lo último que dijo. Un estruendo sordo, seco, sacudió el edificio desde sus cimientos. Y se hizo la oscuridad cuando las luces se fueron y un humo negro llenó el aire, en torno a Toñi, en una niebla que intoxicaba en cada bocanada, pero no era capaz de reaccionar. El rostro de su hermano reflejó su propia perplejidad cuando notó, sobre su frente, un chorro de sangre que le bajaba.
¡Mamá!
¡¡Silvia, gritó Toñi, mientras bajaba las escaleras a trompicones!! Era tan obvio que no había sido un accidente…
¡Mamá!
¡¡Ya voy, Silvia, contestó, al abalanzarse sin pensar sobre los escombros!! ¡¡Estoy aquí!! ¡¡Mamá está aquí!!
Su hija la miró desde su cruel entierro, bajo una pila de escombro que sólo dejaba ver sus ojos. Y Toñi realizó un esfuerzo titánico al intentar liberarla, junto a su hermano, a sabiendas de que estaba malherida. No quería pensar que agonizaba, pero, a la vista de cómo se encontraba, una sensación terrible la invadió. Sobre todo, por no poder ayudarla, ni siquiera sacarla de su prisión. Y en ésas se encontraban cuando oteó, entre esa niebla de polvo y de humo, a dos compañeros de su marido.
¡¡Auxilio!! ¡¡Por favor!!
¡¡Tenéis que salir, la respondieron!! ¡¡Hay otra bomba!!
¡Yo no me voy! ¡Me quedaré aquí, con mi hija!
Al entender la situación, uno de esos guardias corrió en su auxilio y juntos liberaron a Silvia. De seguido y como en esa icónica foto de otro atentado, el de la Casa-cuartel de Zaragoza, el compañero de su esposo se echó la niña al hombro. Y salieron todos de allí a la carrera, entre esa humareda irrespirable, con el temor de que algo estallase otra vez. Toñi había perdido las zapatillas, para entonces, mientras caminaba sobre el crujido doloroso de cristales rotos, pero sólo pensaba en el peligro que aún corrían. En la rabia y la impotencia que la poseían.
¡Hijos de puta, clamaba[8], mientras corrían hacia la verja del cuartel! Y dejó así su hogar, sin mirar atrás, como en un escenario de Guerra: un bombardeo idéntico al que esos psicópatas denunciaban, en lejanos países, pero que luego regalaban a sus propios vecinos.
En el camino al Hospital, Toñi susurró a su hija oraciones y una canción. Ella había sobrevivido, sí, pero su corazón se rompió al dejar de oír el de Silvia.
Su hija la miró desde su cruel entierro, bajo una pila de escombro que sólo dejaba ver sus ojos. Y Toñi realizó un esfuerzo titánico al intentar liberarla, junto a su hermano, a sabiendas de que estaba malherida. No quería pensar que agonizaba, pero, a la vista de cómo se encontraba, una sensación terrible la invadió.
Autovía A-1. A la altura de Alsasua, Navarra.
Sí, ya estoy yendo. Calculo que esté allí en tres horas, cari, con la zapatilla que le mete aquí el amigo, añadió, en busca de la sonrisa cómplice de su chófer. Pero éste estaba a lo suyo, claro, como tenía que ser, y máxime en ese tipo de servicio. Oye, tengo que dejarte. Es una llamada de trabajo, ¿vale? Un beso.
Con la habilidad que gastaba de continuo, por su doble y cuádruple vida, el Secretario colgó un teléfono y empuñó el de empresa con la otra mano: era el Director del CNI.
¿Has oído lo de Alicante? Esta vez sí les salió la jugada, le explicó, en clara referencia a la joven etarra que murió el año pasado. Un coche-bomba, en la Casa-cuartel de Santa Pola: hay un jubilado muerto y lo peor, una niña en estado crítico. No creen que sobreviva…
Vaya por Dios… ¿Y el material?
Sin duda, Tytadin. En buena cantidad. Pero no está aún confirmado.
Muy bien, aplicad el manual: que se permita el acceso al Cuartel de la Prensa, por supuesto. Quiero luces y taquígrafos, que quede todo bien registrado. Y no escatiméis en detalles trágicos, sobre todo en el tema de la niña: hay que dar a estos cabrones donde les duele…
El Secretario colgó ese terminal y volvió al suyo, el personal, para comprobar que no había cerrado su anterior llamada. ¡Era un gaje de su oficio! Y apenas lo iba a hacer cuando la llamada terminó, sin más, señal de que Tatiana habría colgado por su parte.
Bueno, pensó, ha sido una llamada corta. Y apenas dije nada relevante.
Apenas esa mera referencia al manual, que por supuesto era el de Guerra Psicológica. Una forma de Lucha que sobrepasaba el Frente Antiterrorista, como tal, cuando no era al corazón de ETA adonde querían llegar como Estado: era el de la gente. Ganar los corazones y las mentes, como dicen los yanquis, pero no restringirse a los métodos más honorables o limpios. Todo estaba recogido en el famoso Plan ZEN[9], cuyo manual era para el Secretario como la Biblia para un pastor. Siempre lo tenía a mano, para inspirarse en su compleja tarea de Mando. Porque la primera baja en toda Guerra es la Verdad y la Anti-España, de la que ETA era su punta de lanza, había hecho uso y abuso de la mentira oficial. De la infame Leyenda Negra, basada en medias verdades, pero también en auténticas mentiras que habían colado como datos. Al lado de aquello, el manual ZEN parecía casi un catecismo, cuando al cabo era el bien común lo que se buscaba:
Cuando sufra un atentado un miembro de los CC. y FF. de la Seguridad del Estado, personalizar a éste inmediatamente. Facilitar algunos datos de la esposa, madre e hijos preferentemente.
En el último y penoso caso, por desgracia, no era preciso personalizar a ningún funcionario: las propias víctimas eran civiles, incluso una niña, hija de un Guardia Civil. ¡Los terroristas les ponían la Propaganda en bandeja, claro, cuando al fin estaban por ellos dirigidos! Y es que el Plan en sí era mucho más laborioso, más maquiavélico, y comprendía toda una batería de acciones y frentes que atender. La Propaganda es la llave de toda victoria, al final, cuando es convenciendo que se acaba venciendo. No en vano, Iñaki siempre lo comentaba con sus colegas: si se había convencido al Mundo de la mayor estafa jamás contada, que fue el 11-S por supuesto, ¿a qué no podían aspirar?
Y no obstante, antes que toda Guerra o convencimiento es necesario un enemigo. Si no hay enemigo no hay miedo, no hay Unión ni hay nada. Luego es preciso buscarlo, en primer lugar, y si no existe pues habrá que crearlo. Y si existe, pero está en las últimas, como es el caso actual de ETA, entonces habrá que darle un poco de fuelle al asunto.
Al final, el caso de ETA le recordaba a esa vaca que han exprimido hasta matarla, en toda una existencia de ordeños, y que casi ni llega al furgón del matadero. ¡Una viejita tambaleante, apenas viva para ese último paseíllo! Lo había visto muchas veces, en su Hernani natal, y era indudable el destino de esos filetes: carne de buey de primera, cómo no, como cuando crearon un monstruo del jovenzuelo Jon. O de Aratz, antes que él. De tantos descerebrados y psicópatas, sin apenas preparación de ningún tipo, pero vendidos al pueblo como los temibles comandos de ETA: en realidad, se trataba de cenutrios. Zánganos dispuestos a matar por su paga, en su mayoría. Y les necesitaban.
¿Cómo, si no, vamos a acojonar a nadie?
Pero su mente volvía a Tatiana, siempre, aunque no tuviera relación con el tema. Y sobre todo en momentos de tensión, claro, cuando el cuerpo le pide a uno relajarse. Y así fue que, para distraer sus ganas de meterla, pero también de verla sin más, el Secretario hojeó ese releído manual. El aspecto del tratamiento de la Información, en cuanto a su manejo en Prensa se refiere, era una de sus grandes preocupaciones como Estadista. Al fin y al cabo, por pura deformación física, el Srek vasco le daba una gran importancia a la imagen. Y es que debía contrarrestar su pinta de enterrador transilvano y no sólo ante Tatiana: también y sobre todo necesitaba convencer, a todos los españoles, de todo lo que dijera por esa boca. En especial cuando se trataba de poner a parir al enemigo o, como dicen en México, de aventar tierra a los demás para quedar tú como el bueno. El más chingón.
Dar informaciones periódicas, a través de terceros: enfrentamientos entre terroristas, sus ideologías foráneas, sus negocios sucios, sus costumbres criticables, etc. Basta que la información sea creíble para explotarla.
Esa última frase resultaba, sin ningún género de duda, su favorita en el harén.
Las Rozas, Madrid.
Noticia de última hora: un coche-bomba ha explotado junto a una Casa-cuartel de la Guardia Civil, en la localidad alicantina de Santa Pola. Hasta el momento hay varios heridos de diversa consideración, un fallecido y una niña de seis años que se encuentra en estado crítico. Un jubilado que paseaba por las cercanías ha resultado muerto, en el acto, por efecto de la onda expansiva…
Hijos de puta, masculló Antonio, embutido en su mono de trabajo. La radio narraba otro episodio más de tan recurrente pesadilla española, ésa contra la que él mismo luchaba, más allá de esa primera línea policial. Detrás de las líneas enemigas, más bien, como buen Paraca que era.
El Ministro del Interior se encuentra en el lugar de los hechos. Estaba de visita oficial en la cercana Benidorm y se desplazó a la zona, desde donde ha hecho un llamamiento a todas las Fuerzas Políticas para ilegalizar Batasuna. El partido abertzale se ha negado a condenar el atentado y el Presidente, al referirse a ellos, se ha mostrado más duro que nunca. En un arranque poco habitual, ha manifestado que no está dispuesto a seguir enterrando víctimas mientras los dirigentes de Batasuna, que son basura humana, siguen sueltos por la calle. Por su parte, el Líder del PSOE ha afirmado que Batasuna se coloca de nuevo al lado de la violencia y el crimen. Y ha añadido que es hora de aplicar la Ley de Partidos[10] que el Gobierno aprobó, el pasado junio, para obligar a Batasuna a condenar estas acciones…
Antonio encajó fatal la noticia, mucho peor que cualquiera español ni Policía. Después de todo, la palabra mágica de la Misión terminó por salir y no le gustó escucharla: Tytadin. Un material en el que se había vuelto experto, sobre todo, a la hora de comerciarlo con los etarras. Y es que su oficio le había enseñado, ya sin duda, que hay gente sin entrañas capaz de jugar a la Política con las bombas. Y no sólo en el entorno de ETA. Porque alguien tenía que pagar, en algún lado, esos platos rotos que rara vez alcanzaban a sus verdaderos responsables. La cuestión era que ese trabajo suyo, ya se lo enseñaron en los Paracas, contaba también con otra importante circunstancia: la disciplina. El acatar las órdenes y confiar, de forma ciega, en los jefes que las imparten. Y para ello había que ser frío, duro en las emociones, y ni siquiera la muerte de una niña podía turbar esa serenidad tan necesaria. Había que seguir adelante.
¡Vaya cabronada, eh! Lo del Cuartel.
Ya te digo, respondió Rafa, enfrascado en su tarea de narco-bricolaje. La pena es que no les estalle a ellos la bomba, ¿que no?
Pese a ser un ataque directo contra la Guardia Civil, de la que él formaba parte, el marroquí no parecía tan tocado por la situación. Estaba claro que lo suyo era el crimen común y en concreto el narcotráfico, como demostraban en ese preciso momento. Y a Antonio le llamaba la atención su aparente frialdad ante la noticia.
¿Te das cuenta? Si esa bomba la llegan a poner aquí, junto a la Casa-cuartel de Las Rozas, a lo mejor estarían hablando de ti ahora… ¡O de mí, qué cojones, que para eso estoy en tu casa!
¡Ya te digo, tronco! ¿Están locos o qué? ¿Qué se piensan, que la gente les va a apoyar más por matar a niños pequeños?
Antonio se sonrió ante esta manifiesta candidez. Todo lo que su amigo moro tenía de grande, incluso de animal agresivo, lo tenía también de ingenuo.
Después de todo, se dijo, está en Información y no en Inteligencia.
La noche se alargaba sobre los campos, que esas nuevas víctimas ya no verían. Rafa quitó la radio, cosa que Antonio agradeció, y el bakalao sustituyó a esa letanía funesta del atentado. Ya habían terminado el bricolaje y el marroquí abrió su maletero, sin previo aviso, para descubrir la mercancía extra que aún cargaba el vehículo.
¡Me cago en la puta, tronco, lo que llevas aquí! Ya decía yo que traías la suspensión por los suelos… ¡Así, a ojo, esto puede pasar del millón de euros!
Pero esto no se queda, ¿eh? Esto va a otro sitio, dijo Antonio, que cerró el portón como si nada. Ya sabes, amigo: tengo que seguir mi ruta.
Sí, claro: la ruta del bakalao. ¡Lo único que me pregunto es para qué ocultar tanto en la cabina, digo yo, si luego metes media Colombia en el maletero!
¡Ojos que no ven, corazón que no siente! Lo normal cuando te paran es que le echen un ojo a la cabina, lo que hay a simple vista, y si te meten un perro ya da igual lo que lleves… Por eso pienso que mejor un viaje bien, cargado como Dios manda, que andar haciendo el capullo para que luego te pillen igual… Y ahora sácate unas cervezas, ¿no? ¡No veas qué sudada!
Si quieres darte una ducha, sube. Ya conoces la casa.
¡Los cojones! ¡En lo que tardo en ir y volver ya me faltan diez kilos, no te jode!
¿Qué pasa, no te fías de mí o qué?
Yo me fío de todo el mundo, cabronazo, pero no del diablo que lleváis dentro.
Rafa se apresuró en traer sendos botellines, bien fríos, que vaciaron casi de un trago. No está mal para un musulmán, pensó Antonio, pero es que Rafa era más español que marroquí.
Oye, no te he preguntado: ¿dónde has dejado al Emilio? Siempre traes a ese personaje contigo, como si fuera tu mascota.
¡Yo qué sé, el tío éste! Me dijo que ha vuelto a reengancharse en la mina ésa[11], donde curraba, pero deben estar hasta los huevos de él. El cabrón se pasa más días en casa que en la mina, ya sabes, por eso de la locura que tiene. Está medio incapacitado, con una pensión, pero los viejos se empeñan en que trabaje para se quite de estas vainas, ¿me entiendes? Lo de ayudarme a mí y eso…
¡Si es que eres una mala influencia, rió Rafa! ¡También mis padres me han dicho lo mismo, que no me junte más contigo!
No te voy a engañar: a mí me da igual si viene o no, es más, si no viene, mejor. Le digo a otro “guaje” de los míos que me haga de lanzadera y listo, ¡eso que me quito de aguantarle!
El marroquí se echó a reír, pero Antonio no estaba para bromas.
Te voy a contar un secreto, pero que no salga de aquí. El Emilio y mi hermana… ¿Cómo decirlo finamente…? Están liados.
¡No jodas! Pues estarás contento, ¿no? Si se van a follar a tu hermana, no sé, mejor un colega antes que un tonto de por ahí…
Una simpleza así sólo podía venir de alguien que no tenía hermanas.
¡Ni colega ni pollas! Emilio no es colega mío y si hay un tonto en Asturias es él, ¿vale? Pero, bueno, yes lo que hay. Lo que pasa es que se cree que soy gilipollas, que no dábame cuenta, pero claro que me daba. Y hace poco me lo confesó, eso sí, al final sí dio la cara.
Bueno, hombre, es normal que tu hermana quiera ra… Que quiera pareja y eso, ¿no? ¡Ya es mayorcita, joder!
Precisamente. Debería entender que no quiero verla metida en esto. Porque ya sabes que el Emilio, con lo idiota que es, cualquier día acabará enchironado… ¡Y eso si no le limpian el forro antes, claro, cosa que veo probable! Ya te conté la que me lió en su portal, con los macarras ésos y la escopeta. Y claro, ahora van juntos a todas partes, mi hermana y él…
Se hizo entonces un momento de silencio que rompió Rafa, siempre inquieto y juguetón, pero su amigo norteño le veía venir a kilómetros.
¿Te puedo preguntar a dónde llevas todo eso? Lo del maletero. ¡Porque es una burrada de kilos!
Sí, ya sé que es mucho, pero no es asunto tuyo a dónde va ni de dónde viene.
¡Bueno, hombre, yo te preguntaba por curiosidad!
Pues no preguntes, respondió Antonio, con la mirada más asertiva de su repertorio. Cuanto menos sepas de lo que hace el de al lado, Rafa, mejor te irá en este mundillo. Tú ya tienes lo que corresponde a tus colegas, la gente de verde y tus moros. Y el resto irá a donde tenga que ir, que por cierto: ya va siendo hora de seguir con el reparto.
Si algo traía Antonio aprendido de casa, cuando llegó a los Servicios de Información, era el desconfiar de todo y de todos. Y compañero o no de esos Servicios, aunque fueran de la cordial competencia, Rafa no dejaba de ser antes que nada un delincuente. Un confidente-traficante que se juntaba con otros como él, marroquíes en su mayoría, dedicados a todo tipo de negocietes, aunque fuera amparados por tricornios. Narco-guardias que delegaban en ellos, como hacía con Antonio la Nacional, para el trabajo sucio del transporte y la distribución. ¿Qué le importaba a Rafa si esa coca iba a Moncloa o a Morata, a esa casucha de campo habitada por Mowgli? ¡Como era lógico, no sólo la Guardia Civil tenía que pagar sobresueldos! La coca y el hachís circulaban por todo el Estado con alegría, unas subvenciones a las que tampoco eran ajenos los de Antonio: su Unidad Anti-ETA tenía su cuartel general en Madrid y era allí donde se repartía el bacalao, delegando las ventas en camellos de confianza como Mowgli. Como el propio Pípol, que descargaba y les bajaba el material.
Me piro ya, dijo Antonio, que se desembarazó del mono de trabajo.
Si quieres que te acompañe, ya sabes: me voy contigo o te llevas a uno de mis chicos. ¡Siempre será mejor que ir con piezas como el “Mowgli”!
Gracias, Rafa, pero ya sabes que me gusta ir solo todas partes. Y tú ya tienes mucho que vigilar aquí, ¿no crees? Que por cierto, yo en tu lugar empezaría a mover la merca cuanto antes: recuerda que es sábado y puedes colocar, esta misma noche, unos cuantos kilos de esta mierda…
Lo haré antes de que acabes tu reparto, ya verás, y me llevaré un buen bolsón a la disco. Mejor dicho, lo llevaremos: porque te quedas a dormir en mi casa, ¿no?
Eso pensaba, sí, pero ponme sábanas limpias… ¡No quiero quedarme preñado!
Ya sé que no te metiste en la Poli para esto
12 de octubre de 2002. Paseo de la Castellana, Centro de Madrid.
¡Viva España! ¡Viva el Rey!
¡Viva!
El Monarca devolvió el marcial saludo a las tropas, que desfilaban ante él en apretados escuadrones. Era el Día de la Patria y, como cada año, lo más florido del Ejército había tomado el Centro de la Capital, para celebrar la Fiesta de la Hispanidad. Soldaditos entre los que destacaban rostros exóticos, inmigrantes admitidos para completar sus cuadros, pues las Fuerzas Armadas estaban en pleno proceso de profesionalizarse. Y a los jóvenes españoles no les tentaba tanto el Ejército, ante la abundancia general de empleos, mejor pagados y con horarios normales.
Parece que ya hemos terminado aquí, dijo el Rey, una vez que el desfile hubo pasado. Embutido en su uniforme de Capitán General, grande y desgarbado por la edad, al Presidente le resultaba una caricatura de militar: nunca había participado en ninguna Guerra, más allá de la famosa Transición, en la cual se posicionó con los más fuertes y siempre en la retaguardia. No era lo suyo el correr riesgos.
Le veo bien, Majestad. ¿Cómo se encuentra hoy?
¿Quieres que te diga la verdad?
El Presidente y su esposa flanqueaban al Monarca, vestido él de frac para la ocasión. Pese al cinismo del Jefe de Estado resultaba obvio, para la pareja presidencial, que el hombre no se encontraba tan mal para su edad. De hecho, no había puesto ningún freno a sus correrías, tanto de caza como sexuales, y el Presidente estaba muy al tanto de esta frenética actividad del Bribón.
El Rey reina, pero no gobierna, se recordó. Una frase comercial que no ocultaba su verdadero significado, pues reinar era para el tipo entregarse a la juerga. Una vida de excesos con pausas concretas como aquélla, de la Fiesta Nacional, que acababa de terminar en lo que al desfile militar se refería. Para los mandamases del Estado, sin embargo, era la hora del almuerzo de gala.
Parece ser que nuestros amigos de “las otras naciones” nos han dado plantón, dijo el Monarca, que hacía referencia a la palmaria ausencia de los políticos separatistas. Un desplante que iba en consonancia con la postura de marginación a la que Alday les sometía, desde Moncloa, al negarse en redondo a recibirles.
A esos piratas no los quiero ni ver. Creo que ya nos han chupado bien la sangre, durante los últimos diez años, sobre todo. Además, ellos mismos reconocen estar mejor en sus cortijos, lejos de la Capital, y desde luego que por mí ahí se pueden quedar. Pero si no quieren venir a los desfiles, que tampoco vengan a pedir nada. Sobra decir que no les echo de menos.
Yo tampoco, reconoció el Rey, que sin embargo no dejaba de reinar también para esos señores. Incluso presumía de su estrecha amistad con algunos de ellos, como el Molt Honorable Pujol, pero Alday no estaba dispuesto a bailarles el agua. Si primero les había necesitado, como González antes que él, ahora podía gobernar sin su apoyo chantajista. Y el primero en resentirse de ese desprecio había sido Aranburu, un patriarca del separatismo vascongado, que por supuesto no acudió al desfile. Pero sí lanzó su retahíla habitual, claro, en bélica sintonía con los etarras.
Alday sigue la línea de guerra y exterminio, había clamado, por los Medios, esa misma mañana de Fiesta[12]. Es el último godo, que cree haber dominado al pueblo vasco. Y las maniobras del Ejército de Tierra en el País Vasco han sido la coronación de toda la amenaza que tenemos encima: nos acorralan por todas partes y encima nos mandan los helicópteros. Alday ha instaurado un Régimen que es igual que el de Franco, pero sin armas: controlan el Poder Económico y de los Medios de Comunicación, y también controlan las Altas Instancias Judiciales. Si falla el Poder Judicial, se acabó la Democracia.
La Guerra inventada de siempre, al cabo, esa opresión ficticia que sin embargo gozaba de adeptos. Pero no corrían buenos tiempos para tales caciquismos y al Presidente, por de pronto, lo que le preocupaba era la más fuerte rivalidad del PSOE. Un partido que tampoco vivía una belle epoque, precisamente, cuando sólo conservaban ya sus feudos: unos cortijos sureños desde los cuales planteaban resistencia, a la Política del Gobierno, por ejemplo no acudiendo al desfile.
Lo que me parece el colmo es que tampoco vengan los presidentes de Extremadura y Andalucía. Ni el Líder de Izquierda Unida, claro. Pero la Fiesta Nacional es de todos, luego a ver qué explicaciones dan…
El último aludido sí había dado sus razones, de hecho, al negarse a secundar el desfile de la Guerra de Alday, pero el Rey se encogió de hombros con una sonrisa.
Así es la Democracia, ¿no? Cada uno hace lo que le da la gana, le explicó, y no en vano venía de tolerar por décadas tales insolencias. El Reino suyo era así, una suerte de caos organizado, como él mismo le recordó a continuación. Y en cuanto a estos señores nacionalistas, en fin, te deseo suerte. Ya sabes cómo se las gastan cuando se unen para hacernos presión.
Pues les pienso devolver todas las pelotas que me tiren. Porque no estoy dispuesto a pasarme, lo que me queda de Presidente, riéndoles la gracia a unos energúmenos. Ni voy a tolerar que me sigan haciendo la pinza, con sus amigos de Europa, para ponerle freno a nuestro crecimiento.
Me parece bien. Tienen que aprender a comportarse, dijo el Rey, aunque el Presidente dudaba de hasta qué punto apoyaba esta tan novedosa línea. Demasiado radical para lo que se había estilado desde Suárez. Y su propia relación personal con el Jefe de Estado, aunque cordial, era sin duda mejorable. El problema de fondo era justo esto, la tibieza real a la hora de defender los intereses de los españoles. De hecho, pese a los innegables éxitos de su Era Política, a Alday le daba la impresión de que el Rey no valoraba su desempeño. Muy al contrario, el coronado gigantón no disimuló sus preferencias a la hora de saludar al Candidato del PSOE: un Líder con escaso rodaje, pero aupado hasta ahí por el sector catalanista de su partido. ¡Y el Monarca le recibió como si fuera su mejor amigo, claro, fiel a su estilo de confraternizar con el enemigo! Una deferencia que el Presidente no iba a replicar y mucho menos en esa mañana: el Candidato Socialista acababa de faltarle al respeto a EE.UU, en pleno desfile militar, al negarse a rendir honores a su enseña[13].
Supongo que estarás satisfecho con tu show, pero a mí me parece una gran irresponsabilidad lo que has hecho. La imagen de España se resiente con esta clase de desplantes.
También con la ocupación ilegal de otros países, como Irak. Que es lo que estáis preparando, Bush y sus amigos.
El Presidente respondió con una sonrisa, menos amplia que la de su rival. Era el mismo cuento de siempre: utilizar un punto flaco de la Política del Gobierno para explotarlo, llevarlo a su terreno de puristas demócratas, aunque no se lo creyeran ni ellos. Él mismo lo hizo con el Caso GAL, con el que en el PP estuvieron de acuerdo en su día, pero que luego utilizaron como flagelo electoral. Y ahora los de Alday venían de un gran triunfo, en la Crisis de El Perejil, y en el PSOE no estaban dispuestos a no amargarles la fiesta.
Esa Guerra ya no hay quien la pare, como la que tengo planteada con Francia. Con tus amigos de la Generalidad.
A mí no me hables de guerras, Presidente, que soy un hombre de paz. Creo que se puede llegar más lejos con diálogo, con más talante.
¿Diálogo con los terroristas? ¡Por encima de mi cadáver!
Matadero se encogió de hombros, sonriente cual Míster Bean.
¡Tampoco te deseo eso, hombre!
A Alday le daba la impresión de que el Rey no valoraba su desempeño. Muy al contrario, el coronado gigantón no disimuló sus preferencias a la hora de saludar al Candidato del PSOE: un Líder con escaso rodaje, pero aupado hasta ahí por el sector catalanista de su partido. ¡Y el Monarca le recibió como si fuera su mejor amigo, claro, fiel a su estilo de confraternizar con el enemigo!
13 de octubre de 2002. Complejo Policial de Canillas, Madrid.
Era domingo y puente del Pilar, pero en la Unidad Anti-ETA no había festivos que valieran. Como decía el bueno de Bob Marley, tras seguir sus actuaciones pese al atentado que sufrió:
Si los que se empeñan en hacer de este mundo un lugar peor no descansan, tampoco los buenos debemos.
Y es que los malvados de este mundo y en particular los peores, como son los terroristas, rara vez se toman el descanso que debieran. Y por esto era que entre las noticias más normales del periódico, como el anual desfile de las Fuerzas Armadas, se encontraba otra no tan alegre:
La explosión de un coche-bomba frente a una discoteca de Bali, destino turístico de Indonesia, se convirtió ayer en el peor ataque terrorista desde el 11-S. Al cierre de esta edición, el número de cadáveres recogidos entre los escombros del “Sari Club”, en la playa de Kuta, ascendía a 187. Dos terceras partes de las víctimas eran turistas, la mayoría procedentes de Australia. Estados Unidos había advertido en las últimas semanas, a las autoridades de Yakarta, del elevado riesgo de atentados de Al Qaeda…
Esto me suena de algo, pensó el Inspector, mientras daba otro sorbo a su café: el que avisa, no es traidor, y los Servicios de Inteligencia siempre “avisan” con tiempo…
El Presidente de EE.UU ha condenado el ataque, seguía el periódico. George Bush y otros líderes mundiales, como el Presidente Alday, transmitieron su consternación a las autoridades indonesias. “Los terroristas han vuelto a golpear a gente inocente”, dijo Bush: “el mundo entero debe hacer frente a esta amenaza planetaria”. Un corresponsal neozelandés describía el horror: “hubo un momento en que no pude filmar más, porque me estaba poniendo enfermo. Había trozos de cuerpos por todas partes. Nunca he visto nada igual”. El coche-bomba devastó casas y vehículos en un radio de 500 metros. Y la noche del sábado en el “Sari Club” se tornó un infierno, según los supervivientes: “fue como si el cielo cayese sobre nosotros, con una enorme bola de fuego blanca”…
La deformación profesional del Inspector le llevaba a analizar la noticia, estudiarla desde el punto de vista policial.
¿Qué explosivo sería éste? Se diría que no dinamita, por los efectos… ¿Una bola de fuego blanca? ¡Espero que estos cabrones de la CIA no hayan detonado un artefacto nuclear!
Era el gran peligro de los últimos tiempos. Todos esos tanques que habían visto desfilar, el día anterior, resultarían inservibles ante el estallido de un solo artefacto nuclear. Lo que estaba claro era que los explosivos normales, al alcance de cualquiera organización, no eran los culpables de esa masacre. Los trozos de cuerpos por todas partes, incluso de gente volatilizada… ¡Volatilizada! Las quemaduras y ese fulgor que cegaba, literalmente, a cuantos tuvieron la desdicha de verlo… El mismo efecto general de la explosión, en elementos duros y hasta el hormigón, como se podía apreciar en las fotos… Eran datos objetivos, todos ellos, que hablaban de un muy otro tipo de material.
Como en Hipercor[14], hace ya quince años… ¿Te acuerdas? Ese cráter y esa bola de fuego inmensa, que atravesó la placa de cemento como si fuera de mantequilla… Por ese entonces eras más joven, “Carlos”, y también más ingenuo… Pero el olor a carne quemada no te lo quita nadie.
Un olor que había revivido hacía no tanto, con especial realismo, cuando el atentado en la Casa-cuartel de Santa Pola. Y las imágenes de los cuerpos, sobre todo de los niños, era un recuerdo que jamás le abandonaba.
Carlos dejó el periódico y entró en su despacho, café en mano, saludando como siempre a su subalterno de guardia. La Operación que estaba en curso en el frente norteño, contra ETA y su entorno delincuencial, les ocupaba las 24 horas del día: una extensa jornada que dividían en turnos de seguimiento, pero él era el supervisor máximo de todo el asunto, sólo por debajo del Comisario General de Información. Y si resultaba chocante que un simple Inspector como él fiscalizara la labor de comisarías enteras, como eran las de Avilés o Bilbao, esto era así porque actuaba a las órdenes directas de los jefazos. Era casi imposible pintar más, en la Seguridad del Estado y en concreto de la Lucha contra ETA. Un trabajo con muchos claroscuros, sí, pero que a Carlos le entusiasmaba.
¿Cómo sigue nuestro chico?
¿El “Mowgli”? Pues como siempre, haciendo el hijoputa por ahí… ¿Cómo quieres que siga?
Su subalterno, al contrario que él, parecía quemado y no era para menos. Seguir a un tipo como Mowgli resultaba todo un reto a la paciencia.
¡Tranquilo, hombre, ni que te hubiera hecho algo a ti!
¡Sólo faltaba! ¡Con escucharle a todas horas tengo bastante, la verdad! ¡Cómo le grita a su mujer, las tortas que la pega cada dos por tres…! ¡Moro hijoputa de los cojones! ¡Te juro que cualquier día le voy a buscar y le meto la pipa en la puta boca, joder, que estoy harto de oírle!
Pues por mí no te cortes, pero espérate, que de momento le necesitamos. Y sobre ella, ¿qué quieres que te diga? ¡Igual te crees que no le va la marcha! ¿Para qué coño se casarán con estos elementos, verdad? ¡Mucho coche y mucho dinero para invitar, sí, pero se les ve a kilómetros que son unos piezas de cojones!
Sobre eso prefiero no opinar, “Carlos”, sólo sé que me tiene hasta la polla el puto moro… ¡Es un liante y un anormal!
¡Quién sabe, amigo, quizás un día de estos puedas desquitarte! Si este hijo de puta se nos desmadra, ya me entiendes, si quieres el privilegio te dejo que te lo cargues. Tal cual. Estaría bien eso, ¿verdad?
Había que darle ánimos a su subalterno. El trabajo de vigilancia quema mucho porque son cientos de horas, detrás del personaje: seguimientos, pinchazos en el teléfono… Una labor constante que implica escucharle cuando canta en el coche, o cuando se la casca en la ducha, lo cual desquicia al más pintado y sobre todo por ser el Mowgli. Sobre todo por las constantes agresiones que llevaba a cabo contra cualquiera, el primero que se cruzara en su camino. Esta clase de basura era capaz de vender heroína, a la puerta de un instituto, o de expoliar a una prostituta a tortazos. Lo que fuera para mantener un tren de vida, igual que ellos toleraban tales desmanes como policías. Porque era el de Mowgli un frenesí que estimulaba la propia Unidad, en sectores tan cloaquiles como el suyo, pues espoleaban a estos moritos para que la liaran todo el tiempo. Y así era que su subalterno tenía recopilados los datos de sus andanzas, para un mejor control de ese entramado criminal: una mafia muy compleja que operaba por todo el país, de la manera más impune posible, con robos y tráfico de drogas continuos.
Mira, “Carlos”: éstos son los coches que han robado esta semana. Como verás, están mejorando bastante la técnica: cada vez cogen más y de más alta gama. Éstos están ya en Asturias, en el taller de “tuneos” de “Pipol”, unos en arreglo y otros ya preparados.
Vale, ahora lo miro, pero antes quiero hablar contigo.
Dolía ver la estampa de un Policía tan brillante, como era su subalterno, enfrascado en semejante contabilidad de delitos. Unos crímenes que por lógica quedaban impunes, claro estaba, en el nombre de esa Causa de la Lucha contra ETA.
Mira, ya sé que no te metiste en la Poli para esto, ¿vale? ¡Ni yo tampoco! ¿Para ver cómo unos moros de mierda se dedican a hacerlas de todos los colores, y encima nosotros a animarles? ¡No me jodas! Es como en esas pelis porno en que el marido jalea al corneador, un hijoputa que viene a su casa a follarse a su mujer…
Su subalterno no pudo evitar sonreír. Era un joven Subinspector con una larga carrera por delante, pero sus escrúpulos de Policía íntegro no estorbaban a Carlos. Le prefería así y no sólo por sus virtudes personales, sino también por su pronunciada tendencia política a la Derecha: un requisito indispensable en ese sector tan escogido y en concreto para esa Operación. Una comunión ideológica que se exacerbaba ante esa campaña de acoso, contra el Gobierno de Alday, cada vez más apretado por sus enemigos. Y un factor clave, sin lugar a dudas, para trabajar en una Misión que trascendía su deber como policías… Incluso trascendía la propia lucha contra ETA. El mismo destino de la Patria estaba en juego: las apuestas apuntaban muy alto ahí Arriba y la victoria final dependía de ellos, de esa Gran Operación en el Norte.
Para triunfar en esta Unidad y llegar a donde quieras, Subinspector, sólo hemos de hacer tres cosas importantes: obedecer lo que nos manden, guardar el secreto en todo y seguir el manual, añadió, mientras mostraba la última actualización del Plan ZEN[15].
Visto así, parecía sencillo, pero es que sencillo tenía que ser. Porque cualquier detalle podía dar al traste con la Misión y todos eran conscientes de ello, para empezar su inteligente subalterno.
Escucha, “Carlos”: yo entiendo que este personaje de “Mowgli” resulta fundamental, para controlar a la ETA, pero es tan hijoputa que se te puede ir de las manos. Es un celopático perdido y va a peor, claramente, amenazando a su mujer hasta con matarla… ¡Está todo ahí grabado! Y se pasa el día “de puestazo”, por lo que no sería raro que la acabe liando de verdad: ¿te has puesto a pensar qué pasaría si un día se le va la olla y hace su amenaza realidad, sabiendo nosotros lo que hay con él cada día?
No lo hará, descuida. ¡Está más que avisado! Como se pase de listo y la prepare, ya sabe lo que le toca: le mando de vuelta a Marruecos sin que toque el suelo con los pies… ¡No es más que un confidente de mierda, así que nadie va ni a preguntar por él!
Acuérdate de esos dos que palmaron en Bilbao, en extrañas circunstancias.
31 de octubre de 2002. Sala Riviera, junto al Puente de Segovia. Centro de Madrid.
¿Qué pasa, “Pípol”? ¿Cómo lo llevas, tronco?
Bien, Rafa, aquí estamos. ¿Puedes hablar?
El forzudo marroquí asintió sin reservas, a través de su móvil de última generación. Era tan moderno que se podían hacer fotos con él, aunque no de una excesiva calidad. Lujos que se podía permitir un confidente de alto nivel como Rafa, y el bueno de Pípol era su mejor proveedor de sobresueldos.
Necesito que subas a Asturias este martes, ya sabes: tengo jaleo aquí y tienes que venir, no sé si te lo han comentado…
¡Qué va, tío! Éstos de la UCO siempre esperan hasta última hora para contarme las cosas, pero bueno… Está bien saberlo para que Mario pueda encontrarme sustituto aquí, en la disco, aunque fuera de los findes no hay ningún problema. Hablo con la Unidad y te cuento, ¿vale?
El infiltrado magrebí se frotó las manos: una descarga de cocaína significaba pasta, para todos los implicados, y en primera para él como chico de confianza. Porque esa mercancía que ayudaba a recoger en Galicia, para luego transportarla hasta Madrid, era también custodiada en su casa. Y es que al contrario que Mario, que era un auténtico lugarteniente de la UCO, Rafa no cobraba de los fondos reservados. La Guardia Civil ni siquiera le costeaba las dietas de sus viajes, como ése que le esperaba a Asturias, sino que su salario dependía en exclusiva de los trabajos que pudiera hacer por su cuenta. Unos encargos más o menos legales, que no se ceñían a los estriptis y la seguridad en la discoteca, y es que no se podía quejar. Sus labores de escolta, transportista y hasta guardián de la droga, en su propio chalé de Las Rozas, le aportaban unos beneficios que jamás pudo soñar: cada llamada de Pípol le resultaba, en cada ocasión, la verdadera llamada del ahorro.
¿Con quién hablabas?
¡Joder, Ylenia! ¿Ya empezamos con las desconfianzas? ¡Si sabes a qué me dedico, tía, deja de agobiarme! Era un compañero, ¿vale? De lo que tú ya sabes…
Rafa volvió a entrar a la disco, con Ylenia de la mano, pero arrepentido de haberla traído esa noche. Y es que tenían el garito a tope, como nunca, y había mujeres bellas por todas partes. Las mismas que se disputaban sus prendas, cuando subía al escenario, tal y como le tocaba hacer enseguida, y es que son muchas las tentaciones. Pero si algo necesitaba ese finde era desconectar un poco, aunque fuera en esa noche de trabajo, sobre todo cuando le esperaba un largo viaje hasta las Rías Gallegas.
Tengo que subir a la tarima, cari. ¡Espero que no me montes un numerito, eh!
No, tranquilo, que yo me quedo con éstos. Ya sabes que prefiero no mirar cuando estás ahí subido, rodeado de tus zorritas…
Dicho y hecho, su novia fue a reunirse con su pandilla: los mismos marroquíes que le ayudaban en sus labores, como traficante e informador, pero que compartían con él todas las demás facetas de su vida nocturna. Como había hecho el propio Rafa con Mario, cuando éste todavía no le había reclutado, mucha gente se le juntaba para obtener favores: entrar gratis a la discoteca, conseguir copas gratis y otras prebendas, que Rafa podía dispensarles, como trabajador polivalente del local. Y ya iba hacia el camerino cuando se cruzó con el jefe de seguridad de la disco, un empleado de la máxima confianza de Mario. Ésa que él esperaba merecer, algún día, cuando al cabo hacía todo lo que le mandasen, dentro y fuera de los locales: de portero, estríper y lo que fuera, pero ante todo de chico de los recados para los de verde.
Me toca bailar ahora, pero si hay algún problema ya sabes, le dijo a su jefe: me avisáis y bajo a ayudaros.
¡Mientras sea vestido, Rafa, por mí es estupendo que nos ayudes! ¿O es que te pegas mejor en tanga? Pero de momento, ya ves, estamos tranquilos esta noche. Hay mucha gente, aunque parece que hoy los tontos se han quedado en su casa.
Rafa llegó hasta el cuarto de personal, situado junto a la tarima adonde subiría a bailar, y antes de entrar recogió la provocadora mirada de una muchacha. ¡Fue lo último que recordaría antes de recibir, en su flanco derecho, una fría hoja de acero! Y se oyeron gritos en torno al revolverse Rafa, para encarar a su agresor, que volvió a acometerle enseguida. ¡Sus reflejos de púgil le salvaron porque desvió esa segunda puñalada, directa a su pecho, pero que vino a clavarse en su muslo! Y por puro instinto fue que, fogueado en mil batallas, el marroquí reaccionó con una rápida patada, aunque ya ese maleante se retiraba entre la multitud. Atrás quedaría el fruto de su trabajo, eso sí, con un reguero de sangre que mareaba sólo de verlo: sangre que manaba de su muslo, más que del costado, como si fuera un aspersor de riego… Y sus compañeros y amigos no tardaron en acudir, para sacarle hasta la puerta en volandas. Sus preocupados rostros fueron lo último que vio antes de desmayarse.
Avilés, Asturias.
España va bien y la Misión, también.
Éste parecía ser el lema de la Jerarquía Policial, adicta hasta la muerte a su Gobierno: una larga Cadena de Mando que remataba en las Alturas del Estado, pero que se asentaba en una humilde Comisaría de Asturias. Puesto avanzado de la Lucha Anti-ETA, en el corazón de la Cornisa Cantábrica, resultaba ser mucho más que eso. El partido en el Gobierno tenía todo el protagonismo en esa Lucha, de manera similar al Felipismo en laGuerra Sucia: ¡a nadie implicado en la Misión se le ocultaba que el asunto, que trascendía con mucho lo policial, era más político que otra cosa! Sobre todo, cuando uno consideraba el sentimiento mayoritario, en esa Comisaría en concreto, donde eran fieles a ultranza a los de Alday. ¡Y desde luego que también a sus recompensas, cómo no, por mucho que todo lo hicieran por la Patria!
Los ascensos serán inmediatos tras las Elecciones, claro está, si ganamos…
El Comisario de Avilés suspiró, puro en mano. Se había reunido en su casa, para más discreción y seguridad, con su homólogo de verde para la Misión: el Coronel de la Guardia Civil que hacía de enlace, en ese escenario del Principado, con su cloaquil Comisaría de Policía. Un tipo más optimista que él, aunque fuera un perro viejo también, pero es que el Comisario era un melancólico incurable.
¡Mira que eres agorero, decía el Coronel! Si hacemos bien nuestro trabajo, compañero, ahí Arriba tienen pocas dudas: ganaremos. Desactivar a la ETA sería la victoria definitiva de Alday, un golpe de efecto que está a la espera de esas Elecciones… ¡Sólo hay que esperar! Recuerda que la puntilla se le pone al toro al final, todavía después de entrar a matar.
Lo de los ascensos es lo de menos, afirmó el Comisario. Si estamos en esto, no es por dinero o ascensos. Porque a nadie le compensa meterse en estos jardines por eso, o al menos no a nosotros: ya sabes que lo que me preocupa aquí son mis hombres, en todo caso, la gente que tengo a mi Cargo. ¡Mi propio futuro profesional, como te puedes imaginar, a mi edad es lo de menos!
Jerarquía de la Misión en el Norte.
Y más sin hijos que le heredasen, pensó, a su muerte. Y es que todo lo hacía por Idealismo, el Comisario. por un estricto sentido del deber.
Estoy de acuerdo contigo, respondió el Coronel, pero tampoco vamos a ir de pringados: mucha gente va a sacar tajada de la Misión, la están sacando ya, así que no debemos renunciar a nada. ¡Después de todo, por lo menos hasta la fecha, estamos cumpliendo los objetivos! Y entonces, lo justo es que tengamos lo que merecemos. Es el trabajo sucio de otros lo que estamos llevando adelante…
El Comisario asintió, con cara de circunstancias. ¡Eso del trabajo sucio, en el caso de la Misión, no era ninguna entelequia! Su compañero de andadura en esa Cloaca Aldayil, enfundado en su verde uniforme, se encontraba en la misma tesitura que él: o vencían juntos o morían, también, sobre el mismo campo de batalla.
Tomaremos café en el Peñalba[16], le dijo el Coronel. ¡Ya verás cómo todo sale bien! ¿No viste lo de El Perejil? Yo ya me veía camino de Algeciras, fusil al hombro[17], pero al final todo se resolvió sin más problemas: Alday es un tío de huevos, pero, ¿tú crees que a alguien le ha importado el asunto? ¡La gente está al fútbol, a Operación Triunfo y esas mamonadas! Por eso te digo que a poco bien que hagamos las cosas, créeme, las Elecciones se ganan.
¡Dios te oiga! Ya sabes que no me gusta vender la piel del oso antes de cazarlo, pero lo que sí tengo bien atado en este tema de las recompensas. Por lo que a mi Comisaría respecta, una jubilación muy anticipada para “Pípol”, en pago por los servicios prestados…
El Coronel se estiró guan grande era, embutido en su verde uniforme.
¡No puede ser de otra manera! Ese chico tuyo va a terminar quemadísimo, después de esta Misión, sobre todo en cuanto a la cárcel y hasta deshonra acumuladas se refiere. ¡Justo es que le “coticen” a año por mes, por lo menos, con los fregaos que está pisando! ¿Y qué hay de ti?
Pues una Comisaría General[18], si me decido, aunque estoy pensando en canjearla también por mi retiro: ya estoy muy mayor para seguir en el candelero y con lo que estamos haciendo por aquí… ¿Qué te voy a contar? ¡Creo que será mejor irse a casa, los que podamos! Y los que quieran, desde luego, que sigan con la marcha de esta Cloaca asturiana… Por lo que me habían dicho, serán los inspectores de la Misión quienes van a tomar el relevo: “Carlos” me va a suceder en Avilés, al parecer, con Manolón de Subcomisario.
¡Menudo par van a hacer!
¡Lo único que faltaba era que la Misión que desempeñaban, a diario y en tan complicado Frente, diera sus frutos definitivos! Y esto significaba la derrota total de ETA, la destrucción del mito de ETA, explotada hasta el final también por los de Alday. ¡La victoria final, se repetía el Comisario, un lema que recordaba a todas horas a sus hombres! Y es que éstos debían tener claro el Objetivo último de tantos enredos: destrozar a ETA con un golpe definitivo, que serviría además para mantener a los de Alday en el Poder.Y los de Arriba no hacían sino darle palmadas en la espalda, repetirle lo bien que iba todo, pero el Comisario no terminaba de estar tranquilo.
Para empezar, le confesó a ese compañero, temo por mi agente. “Pípol” está asumiendo más riesgos de los que son a mi juicio necesarios: no sólo es que le estamos exponiendo a ETA y al Narco, cargándole además con una montaña de antecedentes…
¿Y eso te preocupa? ¡Los antecedentes los manejamos nosotros, como Estado, y las condenas de “Pípol” son en acto de servicio!
No te iba a eso, amigo, sino a CAER en acto de servicio: ¿qué pasa si uno de esos narcos imputados, supuestamente por su culpa, se toma la justicia por su mano? Los grandes narcos se muestran por lo general conservadores, evitando hacer daño a confidentes tan obvios como él… ¡Así y todo, no es menos cierto que ese mundo lo es todo menos controlable! Y el Norte es muy pequeño y esta gente, así como sus socios, andan sueltos por todas partes…
El Coronel entendió enseguida a qué elemento, ya famoso en Asturias, se refería su compañero. El bueno de Emilio, el minero, a quien todos ellos utilizaban.
Te refieres a lo del otro día, claro, lo de ese disparo en Avilés. ¡Pero fue tu propio tarado el que disparó, según tengo entendido! No al revés.
En realidad, da igual quien sea, ¿no te parece? Las balas no preguntan, cuando salen. Y esto de los ajustes de cuentas suele traer cola, ya lo sabes, porque además faltó poco para el duro: ¡mi chico se abalanzó sobre este loco en el último minuto, evitando que hiciera blanco en esos tipos!
Entiendo tu preocupación. Eres un buen Policía y lo primero para ti son tus hombres, pero… ¿Qué quieres que te diga? Tú y yo hemos servido siempre en el Norte, siempre mirando bajo el coche cada mañana. ¡Y tú ya avisaste a “Pípol” de los riesgos, cuando le reclutaste, luego quien no quiera morir que no vaya a la Guerra!
El Comisario sintió un escalofrío al oír esto. Y es que los riesgos de la profesión no venían siempre, ni mucho menos, de afuera del cuartel de uno.
Tienes razón, compañero. ¿Qué os voy a contar a los de verde? Acuérdate de esos dos que palmaron en Bilbao, en extrañas circunstancias, por no haberse callado la boca.
Su colega se encogió de hombros. ¿Qué se podía responder? Ese caso estaba reciente y dolía aún, sobre todo a los que vivieron aquello de cerca. Un año había pasado desde entonces, pero la Misión seguía aun sobre un auténtico reguero de sangre.
El honor está en cumplir lo que se acuerda, ¿no crees? ¡Si lo cumplen los mafiosos, nosotros no podemos ser menos! Y si todos hemos quedado en ir palante, como sea, igual que antes con los GAL, pues los bocazas están muy mal vistos. ¡La Guerra es la Guerra!
Razón no le faltaba al Coronel: el silencio era esencial para ese tipo de operaciones, tenía que ser así, luego los medios utilizados tenían que ser brutales. Así fue con ese transportista tan fiable que habían tenido, para traerles la dinamita a los de Pípol. El hombre resolvió de pronto abandonar, a mitad de la marcha, bajarse del caballo de la Misión y hasta plantearse tirar de la manta. Un craso error. Ser Guardia retirado del servicio, con un notable pasado en la Cloaca, no le libró del consiguiente ajusticiamiento. Un disparo en la cabeza para él y otro para su amigo, un Cabo más joven, resuelto a vengarle cual kamikaze. Y así les enterraron a los dos.
El CNI no perdona, afirmó el Comisario. Cualquiera de nosotros puede ser el siguiente, claro está, si no seguimos la hoja de ruta. ¡Si mataron a dos guardias en pocos días, uno de ellos en su Cuartel…! Creo que no es exagerado decir que nos puede tocar a cualquiera…
Así es. El aviso está claro, como en Inchaurrondo cuando los GAL: el que se saliera del guión por lo que fuera, Guardia o mercenario, daba igual… La propia gente de Galindo se ocupaba de él, dijo su amigo, que además no hablaba de oídas: él mismo había servido en el País Vasco, por entonces, y había conocido de primera mano ese entorno. La Victoria Final no puede verse comprometida por el primer desertor que sale al paso, sea por razones espurias o de conciencia… ¡Aquí, o follamos todos, o la puta al río! Y el que se despiste por el camino, ya sabe lo que le toca.
Su compañero (del Comisario) de andadura en esa Cloaca Aldayil, enfundado en su verde uniforme, se encontraba en la misma tesitura que él: o vencían juntos o morían, también, sobre el mismo campo de batalla. “Tomaremos café en el Peñalba”, le dijo el Coronel. “¡Ya verás cómo todo sale bien! ¿No viste lo de El Perejil?”
Mina Conchita. Belmonte de Miranda, Asturias.
Ese Emilio. ¿Qué te han dicho?
Nada. Que llamaríanme cuando les haga falta.
Pues no sé yo cuándo será eso, pensó Antonio, teniendo en cuenta que pasas más tiempo de baja que currando… ¡Y cuando curras, amigo, mejor sería que te quedases en casa, del puestazo y la locura que sueles traer!
Antonio arrancó y dejó atrás la mina, quién sabía hasta cuándo, puesto que todo era una incógnita con Emilio. Los dos estaban a las órdenes de unos no menos misteriosos superiores, ésos que le habían ordenado cuidar de su cuñado. Y necesitaban que Emilio trabajase de minero, aunque fuera a temporadas, con tal de engañar a los zorros de ETA: porque la dinamita tenía que salir de algún lado.
¿Tienes los papeles, no? Habrá que ir al paro mañana, a que te apuntes ahí, y a la Seguridad Social de Oviedo.
¡Ah, no te preocupes! Pensaba ir con tu hermana, ya hubiéramos[19] quedado.
Antonio no dijo nada. Cada recordatorio de esa situación le resultaba, era evidente, como una patada en los huevos. Pero había que tomárselo con filosofía.
¿Qué vamos a hacer con Jimmy, Antonio? Sigue sin pagarnos el chocolate y ya lleva un mes así.
¿Cómo? ¿Que todavía no ha pagado? Pero, éste, ¿de qué cojones va? Queda con él ahora mismo. Dile que vamos a buscarle y ya verás cómo paga.
Dicho y hecho, fueron a recoger a su jovencísimo colaborador. Y ajeno a lo que se le venía encima, como si fuera aquello un tramo de rally, el adolescente se dejó conducir hasta las afueras de Avilés. Carreteras rodeadas de maleza, sólo transitadas por lugareños, que recorrieron hasta que Antonio frenó en seco sin avisar. Y Jimmy apenas se había repuesto de la sorpresa cuando Antonio lo sacó, de la parte trasera del coche, y lo condujo de la oreja hasta la parte trasera de una ermita. Las risas de Emilio acompañaron tan ejemplar correctivo, que el guaje entendió enseguida.
¡No me hagas daño, “Pípol”, que te juro que he de pagar!
Ya lo creo que me vas a pagar, respondió Antonio, que le puso la pistola en la sien. O sea, que te costeo todas las juergas habidas y por haber… Te presto un coche nuevo, me lo estrellas, no me pagas nada… ¿Y encima me quieres chulear con la merca? Pero tú, ¿qué te piensas de la vida? ¿Creíste que soy gilipollas o qué?
¡Es que no tengo dinero, oh! ¡Tuve que ayudar a mi abuela y ahora no llégame, de verdad, pero haré lo que sea para pagarte!
El guaje estaba acojonado. Se hincó de rodillas ante Pípol y solicitó, incluso, la misericordia de un Emilio que reía. ¡El muy pirado disfrutaba con lo que hacía, le daba igual, con tal que le trataran como a un adulto! Como a cualquiera persona normal, tal vez incluso más, a su cuñado le encantaba sentirse útil. Y el trabajo de mafioso le resultaría más interesante, sin duda, que el de un humilde ayudante de minero.
Que háganos los portes gratis, ¿no? Así va pagándonos, propuso, en salomónica ocurrencia, pero era obvio que Antonio quería hacer escarmiento con el guaje.
Mira, Jimmy, aquí se acabó lo de darme por culo, ¿vale? ¡Que no estamos en Disneylandia, joder, que aquí hay que ganarse las cosas! Y entonces, vamos a hacer lo que dice Emilio: me harás de lanzadera hasta que yo te diga, sin llevarte un duro, hasta que hayas pagádonos toda la deuda. ¿Oíste?
El adolescente asintió, ni siquiera tenía la mayoría de edad, y era por esto que Antonio le necesitaba. La deuda de marras era lo de menos para él y hasta se permitió el lujo de prestarle un huevo de hachís, para que fuera tirando una temporada.
Bueno, nos vamos al Horóscopo, pero tú no. ¡Tú estás castigado por subnormal, oh, hasta que te portes como paisano!
Los tres volvieron al coche, bajo esas sombras crecientes y un frío glacial. Y el motor del Megane de Antonio crepitó, en medio de ese silencio, y volvieron grupas hacia la ciudad.
Gracias por todo, “Pípol”. Siempre te has portado como un paisano conmigo, ¿oíste? De verdad te lo digo.
Emilio no pudo contener una carcajada, ante ese notorio síndrome de Estocolmo, y el propio Antonio se descojonó. A fin de cuentas, ¿qué le importaban a él esas pequeñas cuitas del trapicheo? ¡Antonio Pípol no trabajaba para Sito Miñanco, sino para la Policía y el CNI! Y lo que contaba ahí era mantener esa red de confidentes-maleantes, a los que usaba para todo, sin perder nunca de vista el Objetivo: estaban luchando una Guerra contra ETA, al cabo, de la que sólo Emilio tenía alguna noción.
¡Y sin embargo, qué cojones, pensó! ¡Es viernes noche y no todo va a ser trabajo! Lo que más tengo es ganas de ver a Laura y estos dos memos, con sus retrasadeces, no son más que el lastre que todo submarino necesita, para navegar. ¡Ahora es tiempo de divertirse, tomar alguna copa y desconectar en lo posible de la Misión!
Sobre todo, cuando era posible compaginarlo, trapichear con la impunidad de siempre y deleitarse, en el mismo local, en compañía de su camarera y bailarina favorita. Y en esto pensaba cuando recibió una llamada de su hermana, que como siempre respondió de inmediato.
¿¿Rafa?? ¡¡Qué dices!! ¿¿Una puñalada?? ¡Si hablé con él anoche!
“Ya lo creo que me vas a pagar”, respondió Antonio, que le puso la pistola en la sien. El guaje estaba acojonado. Se hincó de rodillas ante “Pípol” y solicitó, incluso, la misericordia de un Emilio que reía. ¡El muy pirado disfrutaba con lo que hacía, le daba igual, con tal que le trataran como a un adulto!
Avilés, Asturias.
Adiós, amigo. Cuídate. ¡Y deja ya la neurastenia, coño, que la vida son cuatro días!
Ojalá pudiera, respondió el Comisario, que correspondió a ese abrazo entre camaradas. Y no era para menos, pensó, al ver marchar al Coronel en su coche. ¡Tan tétrica conversación como acababan de tener, en efecto, no iba a calmar sus temores! Y eso que el alumno aventajado del Comisario, Pípol, sí sabría en todo caso mantener la boca cerrada: conocía bien su temple de acero, su docilidad en manos de un buen superior… Pero al cabo del día estaba en la calle, claro, a expensas de mil y un peligros. Y aunque su colega de verde intentó tranquilizarle, todo era en vano: nadie como ellos dos sabían hasta qué punto estaban justificados sus temores. ¡Y no sólo con respecto a su infiltrado, por desgracia, pues había otras personas en peligro! Y así fue que, en el ocaso de esa tarde y para quedarse más tranquilo, el Comisario decidió llamar a su jefe. Porque muy por encima de él y de Carlos, como coordinadores de esa Misión en el Norte, estaba el jefe operativo de todos los Servicios de Información.
Aquí el Comisario de Avilés. Póngame con el Director del Centro, por favor.
Muy bien, le transmito la llamada. No se retire, dijo la operadora, que enseguida dio paso al afable Director del CNI. ¿Qué pasa, “Pípol”?
El mallorquín parecía de buen talante: ése era el saludo que el infiltrado del Comisario, Antonio Pípol, intercambiaba a menudo con sus esbirros. Con sus propios compañeros y superiores, como él mismo. Un alias creado por el propio Comisario y que ahora daba nombre a un sumario, a esa cloaquil Operación contra su infiltrado.
Pues sí, Director, le llamo por “Pípol” precisamente. Porque estoy preocupado por la seguridad de mi infiltrado, incluida su acumulación de antecedentes… ¿Qué va a pasar con el tal Fran, ese portero del club que le denunció? No sólo ha hecho caso omiso de las advertencias, sino que se deja caer por la Guardia Civil cada dos por tres, para ver cómo marcha lo de sus denuncias… Y cuando ha visto que hemos ido a por éstos, la banda de “Pípol”, sólo por el tema de la droga… Y no por los explosivos que denunció… Pues se ha mosqueado bastante. Y el mismo o peor panorama tenemos, por el otro lado, con los abogados de los narcos que hemos procesado: los compañeros de banquillo de los acusados de nuestro agente, en el sumario de la “Pípol”. Estos señores denuncian trato de favor y con razón, Director, porque saben que le hemos sacado del trullo por la puerta de atrás… Y mi infiltrado tiene ya muchos focos encima…
No se preocupe por eso, Comisario, que un poco de ruido a veces viene hasta bien: ¡ya sabes lo que se suele decir, en Inteligencia, que las contrariedades deben ser convertidas en oportunidades! Y sobre ese portero del club, el de las denuncias… Mejor déjalo estar. Tal vez podamos servirnos de él más adelante, ¿no cree?
Bueno. Ésa es otra…
A su lado de la línea, el Comisario de Avilés exhaló un suspiro. Se consideraba un buen Policía y no quería dejar a nadie… A nadie honrado, se entiende… Fuera del paraguas de su protección.
¿Qué pasa con él, Comisario? ¿Algún problema que yo no sepa?
¡Es muy difícil que usted no sepa algo! Lo que ocurre con el porterito es más de lo mismo: ¡que no sé si más adelante tendremos que ir a verle al cementerio, pero bueno…! ¡Aparte de eso! Los narcos gallegos andan buscando culpables para su detención y claro, si no les ha vendido “Pípol”… Creerán que están en la cárcel por el portero. ¡En cualquier caso, qué le voy a contar, en este mundo están muy mal vistos los chivatos! Y al final, me temo que alguien inocente podría pagar el pato…
Sí, ya lo dice la canción: “por eso nadie pregunta que dónde vas o de dónde vienes… Aquí mueren los chivatos: a los chivatos nadie los quiere…[20]” Pero lo que pase o deje de pasar con ese portero, Comisario, a nosotros ni nos va ni nos viene: lo que importa aquí es la Misión y lo demás, sea lo que sea, nos debe resultar secundario.
La Misión, por supuesto, pero el Comisario creía… Esperaba que todo sería mucho mejor si pudiera cumplirse el Objetivo, paso por paso, sin necesidad de sacrificar a inocentes. Y Antonio Pípol era el peón al que todos usaban, al final, para controlar el hampa del Norte de España. Incluida ETA y los narcos gallegos. Y ese portero de Gijón, por su parte, era un ciudadano ejemplar, un corajudo de los que ya no quedaban en España. Y al igual que su patrocinado Antonio, el tal Fran había servido en una Unidad de Élite del Ejército, y además había colaborado siempre con la Policía. Siempre sin cobrar un duro por la información y siempre asumiendo los riesgos, eso sí: una realidad que conoció tras su denuncia contra Antonio y que resultó ser, de paso, una ventaja inesperada… Porque la Misión seguía adelante, sí, pero el caso era que el portero estaba solo. Un héroe a la intemperie para que cualquiera matón pudiera hacerle daño, a él o a su familia, y el Comisario se sentía responsable de él.
Usted concéntrese en la Misión, Comisario, en sus tareas concretas, y déjeme a mí lo demás. Tenga en cuenta que donde usted ve crisis yo veo oportunidades, pero no es porque yo sea más listo: simplemente veo el cuadro general, ¿me entiende?
Me alegra que se lo tome tan bien todo, Director, pero es que a mí me sigue preocupando nuestro agente: “Pípol” ya ha pasado una buena temporada a la sombra, me parece… Y si esta gente que le digo, el portero y los abogados de los narcos… Si siguen presionando con el tema de los explosivos…
¡Deja de preocuparte, hombre, que no pasa nada! Ningún Fiscal va a mover un dedo sin nuestro beneplácito, como es lógico. ¿No viste cómo transcurrió la “Operación Pípol”? Ese sumario se hizo exactamente como lo pedimos nosotros, con puntos y comas… ¡Los Servicios de Inteligencia estamos por encima del bien y del mal! Y tu “Pípol” es la niña de nuestros ojos, por supuesto… Hágame caso y despreocúpese, ¿de acuerdo?
El Comisario quería creer al Director y en efecto, o al menos hasta la fecha, todo marchaba según el Plan. Y la denuncia de ese portero les había venido hasta bien, estaba claro, cuando estaba contemplado desde el principio: que Pípol pasaría por la cárcel, sí o sí, por tráfico de explosivos. Era una práctica habitual de los Servicios, para infiltrar mejor a sus espías, y no sólo habían marcado a Pípol: también a sus dos manejables esbirros, Nayo y Emilio, que constituían la carne de cañón más utilizable y reemplazable. Unos antecedentes que servirían muy bien, por descontado, de cara a los futuros negocios con la banda.
Le felicito por su trabajo, insistió el Director. Por su compromiso. Manténgame informado de las novedades, ¿de acuerdo?
Por supuesto. A la orden y buenas tardes.
No se podía hacer mucho más. Apenas colgó, el Comisario volvió la mirada a su ventana: el discreto chalé daba a una panorámica buenísima, lo mejor de la costa avilesina. ¡Una flagrante violación de la Ley de Costas y, sin embargo, por qué no, otra ilegalidad entre tantas! Una vivienda que el Estado le había proporcionado, junto a su robado cochazo, para que no le faltase de nada a su fontanero: también él arrimaba el hombro en lo que fuera y en particular, como Responsable de esa estratégica Comisaría, en la Misión más importante de su vida.
Pobre España si no ganamos… ¡De nuevo al retortero de los separatismos, la crisis permanente y el despilfarro! Merece la pena pelear, sí, aunque sea en el barro de la Narco-política… Del Narco-terrorismo… ¡Madrid bien vale una misa!
El mar le devolvió el rumor de las olas, alumbradas por el haz intermitente del faro. El sol moría en un horizonte de mar embravecido y teñía, de rojo sangre, esas aguas tan queridas para él. La estampa era icónica de su amado Norte, una Patria hermosa y llena de gente estupenda, pero había que luchar por ella.
Daría mi reino por ver tus veredas perdidas… Si no fuera porque mi Reino eres tú.
[1] Esta práctica musulmana no es la que se describe en el párrafo, al parecer, sino que sería una versión distorsionada de la misma: en realidad, parece que se trata de la posibilidad de ocultar la Fe en momentos de peligro o persecución.
[2] Conocida respuesta que le dio el Coronel Moscardó a Franco, tras 70 días de asedio del Alcázar de Toledo, cuando éste le preguntó qué tal estaban los supervivientes.
[3] De una manera o de otra, pero sobre todo desde que los separatistas llegaron al Poder, en Vascongadas nunca ha habido una competencia política en buena lid. El entramado social de ETA, constituido en auténtica mafia, sigue hoy en día sin permitir que los vascongados vivan conforme a Derecho. Y es que la Ley nos protege a todos, se supone, pero estos abusones cuentan además con el ambiente sectario-estatal que tienen siempre a su espalda. En igualdad de condiciones, estos mafiosos no hubieran podido ni asomar la patita: hace mucho que los vascongados normales se hubieran ocupado de ellos, pero al Estado (en todas sus vertientes) le ha convenido esto siempre, que se alargara este problema para así distraer a las Masas.
[4] Te quiero, en vascuence.
[5] Famoso General carlista. Las boinas rojas se refieren a la Ertzanza, que siguen una antigua tradición militar vascongada y española.
[6] Real Sociedad. Xabi Alonso, por aquella, jugaba aquí y a punto estuvieron de ganar la Liga.
[7] Hay que dejar claro que en la famosa Dictadura mataron más bien poco, en comparación a esa idílica Transición, en la que hicieron su verdadera masacre. Tozuda demostración de que nunca lucharon contra Franco, en verdad, y sí contra quienes les llevasen la contraria, pero siempre cuando se les ha dejado campar a sus anchas.
[8] Quiero hacer un sentido homenaje a esta madre valiente, Toñi Santiago, que ha defendido sin desmayo la memoria de su hija. Y otro de muy distinta índole a la rata cobarde de Otegi, ése que más tarde comentó que no sabía qué hacía una niña en una Casa-cuartel de la Guardia Civil. Gracias a Toñi por decir la verdad en público sobre estos personajes: unos hijos de puta, asesinos de niños, a los que otros hijos de puta han perdonado: los políticos y otros pesebreros.
[9] Fue publicado en febrero del 83 como manual de Estrategia General, de la Seguridad del Estado, destinado a concretar mejor los medios y objetivos de la Lucha Antiterrorista. ZEN significa Zona Especial Norte y ha sido un concepto muy mitificado, en el mundo separatista y de Izquierda, como una estrategia de Guerra Sucia por parte del Estado Central. Incluso se compara a la actual Estrategia de Propaganda del Estado, en Cataluña, a raíz del famoso Golpe catalanista. En todo caso, se trata de una evolución del Plan Udaberri (1969), que data del Franquismo, como una Estrategia de Carrero Blanco para neutralizar a ETA.
[10] El objetivo esencial de esta Ley era impedir que un Partido pueda, de forma reiterada y grave, justificar el racismo y apoyar políticamente la violencia y las actividades de las bandas terroristas.
[11] El famoso minero del 11-M, al que aludimos aquí, trabajó en varios periodos discontinuos en dicha mina. El periodo al que ahora me refiero sería el último de todos, entre el 1 de agosto y el 31 de octubre, y fue el último empleo conocido de Mazorras, a sus 25 años.
[12] En realidad, este extracto es una mezcla de frasecitas de este elemento.
[13] Zapatero no se levantó al paso de la enseña nacional estadounidense en el desfile de 2003, en realidad, cuando ya se había producido la Invasión de Irak.
[14] El Atentado de Hipercor de Barcelona, en 1987: una potente bola de fuego, originada por el napalm empleado en el parking, atravesó la placa de hormigón del techo y abrasó a las numerosas víctimas del piso superior.
[15] Legendario manual de Lucha Antiterrorista, de la época del Felipismo.
[16] Tomar café en el Peñalba es un libro que recoge historias de la Defensa de Oviedo, durante la Guerra del 36: los milicianos que sitiaban la Capital asturiana se animaban a desayunar pronto, en esta mítica cafetería de Peñalba, pero el Ejército Nacional pospuso ese anhelo al liberar Oviedo.
[17] La Guardia Civil no deja de ser una parte del Ejército cedida a Interior.
[18] Son las grandes áreas en que está repartido el CNP: Seguridad Ciudadana (que incluye el Tedax), la Comisaría General de Información (que incluye la Lucha Antiterrorista)…
[19] Las patadas a la gramática no son tales: es el habla asturiana y en concreto la del tipo, como se puede comprobar por los vídeos del Macrojuicio del 11-M.
[20] ¡Canción de culto de Los Chichos!