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IV – YA SÓLO QUEDA MORIR (AÑO 2001, PRIMERA PARTE)

by Redacción
06/08/2025
in Cultura, Literatura, Política, Ya sólo queda morir
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IV – YA SÓLO QUEDA MORIR (AÑO 2001, PRIMERA PARTE)
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2001

¡Los agentes secretos no reciben funerales de Estado!

¿Qué va a hacer, hombre, denunciarte?

Junio de 2001. Club Horóscopo. Gijón, Asturias.

Nada hacía pensar que esa noche sería distinta a las demás. Como portero del club El Horóscopo, en el extrarradio de Gijón, Fran veía las horas pasar. Una rutina entre la fauna más variopinta del Principado: camareros resabiados, clientes más o menos bebidos y por supuesto chicas, muchas chicas de muchos países, todas ellas ligeras de ropa, que atraían las miradas con sus paseíllos. ¡Al principio de trabajar allí, Fran se había obnubilado con la visión de tantos pechos, culos y caras atractivas! Pero el tiempo había pasado para enseñarle que todo, cuando viene en exceso, termina por aburrirle a uno. Y además se había casado con una guapa y jovencísima brasileña, Lorena, que también trabajaba en el club, por lo que se había retirado de esa vida de calavera. Tenían un hijo juntos y la vida parecía sonreírle: ¡nada podía anticipar que esa noche sería el principio de una extraña pesadilla! Después de una juventud azarosa, no exenta de grandes peligros, se podría decir que Fran había sentado la cabeza.

Sólo me falta encontrar un trabajo como Dios manda y dejar, de una vez, esta mierda del club. Después de toda una vida como minero, soldado profesional, mercenario… Creo que ya me va tocando un empleo tranquilo y normal. Y alejarme de las bandas de mafiosos a las que tantas veces he denunciado, a riesgo de mi integridad, por tráfico de drogas, armas y hasta menores… ¡Tanto riesgo para nada, para que ellos sigan sueltos y a mí me acaben pegando un tiro cualquier día! Y nadie me ha dado nunca ni las gracias.

Incapaz de aguantar el sórdido interior, Fran prefería cuidar la puerta del antro por fuera. ¡Esa noche era la tónica habitual de los fines de semana, con el aparcamiento del club convertido en un hervidero de coches! Feo, fuerte y formal, Fran se encargaba de proteger el local y cuanto contenía. Era verano y clientes nuevos venían salteados de los habituales, como Antonio, fiel a su cita con el amor de alquiler y las copas bien pagadas. Era un joven de Avilés con mucho gimnasio encima y sin aparentes problemas de dinero. No en vano gastaba como paisano, cada noche que se dejaba caer por allí, con frecuentes invitaciones a otros parroquianos de ese agujero de perdición. Como de costumbre, venía acompañado de un reducido pero leal grupete de compinches. Una banda formada en buena parte por puros guajes, a los que acaudillaba en largas noches de diversión.

Buenas noches, señores.

Buenas noches, Fran. ¿Cómo está la cosa?

¡Pues ya sabes, oh, chicas hay! ¡Otra cosa es lo que hagáis con ellas!

Bueno, hombre. Pues entra luego un momento, cuando puedas, que te quiero pagar unos tragos. ¿Lo harás?

Vale, Antonio. Luego paso y me tomo una con vosotros. ¡Ya se va haciendo costumbre!

Por su alegre aspecto, se diría que esos jóvenes no precisaban de más alcohol. En especial uno de ellos, que era el más escandaloso de la cuadrilla: un tal Emilio que resultaba el arquetipo de cliente de club.

Óyeme, Fran, pero… Hay putes aquí, ¿no? Porque voy a romperle el culo a una putuca, ¿oíste? ¡Porque yo pagu, pero donde pagu meto taladru, eh!

¡No es poco lo que tiene que aguantar un portero, pero mucho menos en un club de prostitución! Y aunque fuera un pesado, por lo menos Emilio le distraía un poco con su verborrea. Era de estas personas que intentan impresionarte todo el tiempo y en todo caso divertirte, circunstancia que le prodigaba bastante éxito en ese ambiente. Y lo cierto era que pegaba poco o nada con su camarada de juergas, pues Antonio era un tipo más serio y distante, aun sin dejar de ser un chuleta. Estaban los dos metidos en un negocio juntos, algo relacionado con coches, y lo que sí tenía claro Fran era que Antonio estaba al mando. De hecho, no habían pasado ni diez minutos cuando Emilio volvió con un recado: fiel escudero de su compadre, reapareció en la puerta con una copa en la mano.

¿Qué tal llevas la noche, amigo?

Pues aquí, ya ves, no tan bien como tú. ¿Qué cuentas?

Nada, hombre, aquí estamos… A ver si estas mujeres quieren ver una buena polla del Norte, ¿no? Ya sabes: pequeña y gorda, explicó, aunque a Fran lo que le hacía gracia era la propia risa del tipo. Óyeme, oh, ahora hablando en serio: que dice Antonio, mi socio, que te pases a tomar algo con nosotros. ¡Con este orballo[1] no va a venir nadie más y hace un frío que pela, joder! ¡Se te quitan las ganas hasta de meterla!

¡Bueno, hombre! Si tanto insiste, no puedo hacerle el feo…

Emilio resultaba el arquetipo de cliente de club. Era de estas personas que intentan impresionarte todo el tiempo y en todo caso divertirte, circunstancia que le prodigaba bastante éxito en ese ambiente.

Fran se dejó guiar por Emilio hasta la barra, donde le esperaba Antonio con su eterna mirada de John Wayne. Su silueta robusta contrastaba su estatura, pues como él mismo tampoco era muy alto.

Mira, Fran, quería hablar contigo porque tengo un negocio que proponerte.

¡Eh, un momento! ¡Que trabaje aquí no quiere decir que mi culo esté en venta, oh! ¡Que soy el portero, eh, nada más!

¡Anda, no seas cabrón, que te hablo en serio! Con lo que ganarías te puede cambiar la vida, ¿oíste? Para empezar, un cambio de coche, que he visto que te hace falta: el tuyo es una mierda y por muy poco dinero yo te puedo proporcionar un cochazo. Algo más acorde contigo. ¡Tengo un Saab 9000, automático, que te iría que ni pintado!

Si lo que quieres es venderme el coche, amigo, te digo de entrada que no. Que el mío será una castaña, sí, pero me lleva y me trae. ¡Hasta que no reviente, oh, no le cambio! ¡No tengo yo el bolsillo para eso!

Antonio cambió con sus esbirros una sonrisa confiada, como si guardaran un as en la manga.

¡A ver, hombre, que no es eso! Precisamente se trata de que te lo puedas comprar, ¿oíste? ¡Que te digo que tengo un trabajo de puta madre para ti, y mejor pagado que esto! Tú eres un tío duro y eso es lo que andamos buscando: ¡si me haces caso, te vas a forrar!

Pero aún no me dijiste para qué te hago yo falta. ¿Qué trabajo es ése, oh?

Nada que tú no puedas hacer. Estoy metido en temas gordos y necesito a alguien como tú, que me respalde. Una especie de guardaespaldas.

¡Sí, hombre! ¡No sabía que fueras Ministro!

No hablo en broma, paisano. ¿Se lo digo?

Inquieto como siempre, Emilio se apresuró en asentir, con su aire de pistolas, aunque estaba claro que a Antonio no le hacía falta preguntar nada a nadie.

¡Díselo, joder, que Fran es de confianza! ¿Qué va a hacer, hombre, denunciarte?

Mirad, si son rollos de drogas y demás a mí no me interesa, respondió Fran, que como portero estaba acostumbrado a esa clase de ofrecimientos. ¡No quiero líos, de verdad, que bastante tengo con estar aquí cada noche!

Pero es por eso que has de unirte, piénsalo: ¿qué pintas tú aquí, dime, jugándote el pellejo o la cárcel por cuatro duros? Y aguantando a gilipollas, a borrachos… Seguro que no te tienen ni asegurado, ¿a que no? ¡Cualquier día te ves en un problema y vas pal Hospital o pa la cárcel, una de dos!

Bueno, ya sabes cómo funciona esto: el dueño tiene muchos contactos, no hay problema con esas cosas. ¡Si la mitad de los clientes son Policías!

Antonio y Emilio se echaron a reír.

Lo sé, oh, ¡vaya si lo sé! Y se ponen morados a beber y a follar y no pagan, ¿a que no? ¡Si son amigos míos! Por eso te digo que no hay problema ninguno, que estamos bien cubiertos: yo muevo lo que me da la puta gana, ¿oíste? miles de kilos a la semana, si hace falta, y no sólo hachís y coca… ¡Aquí se vende y se compra lo que haga falta! Y ya te he contado alguna vez que me dedico a la compraventa de coches, pero los compro muy baratos… No sé si entiendes lo que quiero decir. Los bajamos a Marruecos y me vuelvo de allí con un cargamento de chocolate, pero el coche entero… ¡Incluso vendemos explosivos, aquí donde nos tienes! ¡Pura mafia!

Vale, Antonio, no sé si os estáis quedando conmigo, pero en todo caso a mí no me interesa. Te agradezco el ofrecimiento, pero yo me meto en cosas ilegales. Tengo familia, amigo, no puedo.

Pero, vamos a ver: ¡si te digo que la Policía está con nosotros, joder, qué miedo vas a tener! ¡Podemos hacer lo que queramos, oh, como si me da por cargarme a alguien mañana porque me está tocando los huevos! Pues pago a quien sea y a tomar por el culo, ¿oíste? ¡Así de fácil! ¡Si conozco a gente hasta de ETA! Les vendo dinamita a esos cabrones, me la pagan bien y a mí me la suda. ¡Mientras no la usen en Asturias!

Oye, chicos, tengo que dejaros. No puedo tener la puerta sola, que a lo mejor se me cuela algún hijoputa… ¡Gracias por la birra, Antonio, y pasad buena noche!

Los clientes del club nunca dejaban de sorprenderle: ¡vender dinamita a ETA, ni más ni menos! Cualquier burrada les valía para aparentar, con el problema añadido de que él era el portero y muchos conocían su historial. Porque el mismo Fran había pregonado su pasado en el Ejército, en una Unidad de élite, así como su experiencia de mercenario en África. Ésa era la parte preferida de muchos clientes, por supuesto, junto a las anécdotas propias del club. Lo que estaba claro era que muchos ya estaban quemados de oír historias de la mina, que él también tenía, pero esa fama de duro no se la había creado él mismo para nada: en un mundo tan pequeño todos los vecinos se conocen y cuando mides 1.70, como era su caso, toda leyenda es poca para hacerte respetar en una puerta. ¡Cuánto más en esa puerta! Y es que no sólo la seguridad de los clientes estaba en sus manos, sino también y sobre todo la de las chicas: en ese ambiente de bajas pasiones uno no puede jugar a ser blandengue ni parecerlo, porque o duras tres días o te sacan a tortas del garito…

Estos tíos se deben pensar que me chupo el dedo: vender explosivos a ETA, matar a gente por encargo… ¡Menudos elementos! ¡Se van a ir con esas milongas a su puta madre!

¡RIIINNGG…! La noche no estaba destinada a ser normal y, de hecho, como tantas veces, sonó la alarma de una habitación: una chica del club estaba en dificultades con un cliente y como de costumbre, como solía ocurrir, sus compañeros de seguridad se hicieron los locos. ¡Mientras Fran subía las escaleras a zancadas, como un pitbull que marcha a la pelea, el asturiano se mentalizaba de que no acudía para hablar! Todo valía para sacar del problema a esa mujer y más en un caso como éste, al encararse con un tipo que le sacaba dos cabezas. Porque no era el tamaño la principal ventaja del portero, a la hora de batirse a guantazos, pero lo compensaba con un valor temerario.

¡Socorro, Fran! ¡Ayúdame!

Esa fama de duro no se la había creado él mismo (Fran) para nada: en un mundo tan pequeño todos los vecinos se conocen y cuando mides 1.70, como era su caso, toda leyenda es poca para hacerte respetar en una puerta. ¡Cuánto más en esa puerta! Y es que no sólo la seguridad de los clientes estaba en sus manos, sino también y sobre todo la de las chicas.

Cárcel de Villabona, Asturias.

¡Sube, anda, que contento me tienes! Vámonos de aquí cuanto antes.

Gracias por todo, “Carlos”. No sé cómo agradecértelo, de verdad…

Yo sí, respondió su controlador, que aceleró para alejarse cuanto antes para del Penal. Su confidente Mowgli abandonaba así la cárcel, por enésima vez, tras una temporada a la sombra. Y debió de agradecer en el alma ver en la distancia, por el espejo retrovisor, la creciente lejanía de esos muros. Esa cárcel que le había aprisionado en cuerpo y alma siendo Mowgli, por desgracia de Dios, un ser que como el Lute había nacido para ser libre. O como ese otro héroe nacional, tan famoso, apodado con razón el Vaquilla. Gracias a Carlos, al fin, el marroquí se había librado de una larga condena por robo de vehículo y resistencia a la Autoridad, pero es que había actuado a sus órdenes directas. Porque el coche que habían intentado robar en Bilbao era para él, para su Unidad, como tantos otros primero, si bien Mowgli no fue el único en caer arrestado.

¿Qué hay de Moha, “Carlos”? ¿Crees que le podrás sacar a él?

El Inspector le taladró con el rabillo del ojo.

¡Mi confidente eres tú, amigo, no el Moha ni el Mojo! ¡Bastante trabajo me has dado tú para sacarte, joder, o qué te crees! ¿Que esto es como soltar un pez en un estanque? Hay que hablar con mucha gente y mover muchos hilos para liberar a alguien, de esta manera, pasándonos todos la Ley por el forro de las pelotas… ¡Y mucho peor cuando se trata del País Vasco, amigo, que esto es ya como otro Estado aparte!

Sólo preguntaba, “Carlos”…

Y te estoy contestando, ¿no? Puedes coger los ayudantes que necesites para tu banda, pero desde ahora no quiero que te expongas más en situaciones que no sean esenciales. Porque yo no te tengo para que robes coches, amigo, sino para otras tareas más importantes: ¡deja que otros te hagan el trabajo sucio, los trapicheos y estas cosas! ¡Y si les tienen que trincar, pues muy bien, que se jodan y punto! Tú resérvate para informarme a mí y hacer las tareas específicas que yo te pida, ¿entendido? Lo demás es secundario y lo pueden hacer otros.

A la orden, jefe. Usted dirá.

Te voy a decir, sí, pero quiero que estés centrado y fresco. Por eso iremos a cenar algo y te comento las novedades, pero antes de nada haremos una parada y fonda donde tus amigas. Para que te desfogues un poco, que falta te hará. ¿Qué te parece?

¡Pues qué me va a parecer, “Carlos”, que es usted un jefe de puta madre! ¡Después de un mes rodeado de capullos, qué le voy a contar, se echa de menos apretarse a una tía buena!

Dicho y hecho, el Inspector paró en un club de su confianza. Estaba controlado por gente de la Comisaría General de Información y en concreto su sector, que era la Unidad Anti-ETA. ¡Las luces brillantes de la fachada recibieron a Mowgli, putero profesional, como si fueran las palmeras de un oasis! El Horóscopo, se llamaba, y lo tenía plagado de confidentes.

No tardes y mantén la boquita cerrada, ¿vale? Descarga la pistola y sales, hola y adiós. Recuerda en todo momento dónde estamos y de dónde venimos…

¡No se preocupe, jefe, que con las ganas que traigo no voy a durar mucho!

Carlos le entregó un billete a su confidente, que marchó como un tiro hacia la puerta del local. Y el Inspector, por su parte, para matar esa espera, hizo una llamada a sus subalternos. En concreto a uno de ellos, un Subinspector de su máxima confianza, al que él mismo reclutó como ayudante.

¿Qué tal va la cosa?

Muy bien, “Carlos”, iba a llamarte. Resulta que llegó la sentencia del juicio de Jon y compañía: todos condenados, por supuesto. El abogado de Jon va a recurrir y me ha dicho la Fiscal que, por el momento, su condena quedará en suspenso. Así que le seguimos teniendo en casa.

Perfecto. Que descanse, el muchacho, que pronto se le va a acabar el chollo. Eso es todo lo que necesitábamos, compañero: te veo el lunes.

Carlos estaba satisfecho. Como Unidad Antiterrorista, tenían a jueces y fiscales de su lado, por lo que podían manejar a su antojo todo lo que atañe al mundo del trullo: sumarios, condenas, permisos… Todo. Y el caso es que a Jon le quería libre, claro, para seguir jugando con él: un infiltrado en los comandos valía oro y había que cubrir las ausencias, como la muerte en combate de Aratz. Porque en el otro lado de esa moneda estaban los delincuentes comunes como Mowgli, capaces de cualquier cosa por dinero: inmigrantes ilegales, de esa tan baja estofa, resultaban más fáciles de encontrar y corromper.

La red de Carlos, peso pesado en la Cloaca del CNP.

Y allí estaba de vuelta, el simpático morito, que dejaba ya a su espalda aquel cutre local de alterne. Este cabrón sí tenía ganas: apenas ha durado un cuarto de hora, se dijo Carlos. La sonrisa de su confidente anunciaba su plena satisfacción temporal, pero el Inspector no estaba para bromas.

¿Ya avisaste a tu mujer de tu salida?

No todavía, ¿para qué? Que se espere ahí quieta, que si no, enseguida empieza a controlarme. ¡Y el que la va a ir a controlar soy yo, a esa zorra, a ver si la pillo con otro!

Era la eterna paranoia de los convictos, cuando salen a la calle: comprobar las posibles infidelidades de sus parejas, miedos atávicos que rumian en el tedio de sus celdas. Y la verdad era que en el caso de Mowgli estaba indicado pensar así: ¡la española con la que se había juntado era una elementa de mucho cuidado! Una tía buena que gustaba de provocar a todo el mundo, para empezar a él mismo. ¡Con mucho gusto le daría candela, a esa buena mujer, pero había que seguir el refrán!

Donde tengas la olla, no metas la polla.

¡Carlos lo sabía mejor que nadie, y tantos compañeros de la Unidad, cuando toda una Cúpula de ETA cayó gracias a un ataque de cuernos[2]! Era mejor mantener la cabeza fría, tenían trabajo que hacer, y controlador y controlado se fueron a comer a un sitio discreto. Allí Carlos se tomó su tiempo, cerveza en mano, antes de entrar al grano: quería transmitirle importancia al asunto y no en vano, cuando la tenía.

El cachopo lleva ternera y jamón, pero creo que a ti lo de no comer cerdo te la pela.

Pues sí, jefe. ¡Bastante he ayunado en la cárcel, con la mierda de comida que te ponen!

En un rápido movimiento, Carlos deslizó un fajito de billetes a su confidente, que lo recibió con su eterna sonrisa de chinorris.

¡Gracias, hombre!

Las que tú tienes. Decía mi padre que hombre sin dinero, bulto sospechoso, pero adminístrate bien: el verdadero premio vendrá muy pronto, con una cosa que te tengo preparada.

Y apenas les sirvieron, Carlos miró a ambos lados. Era importante lo que iba a decir y quería asegurarse, por enésima vez, de que nadie más los escuchaba.

Mira, “Mowgli”, no pensaba decírtelo tan pronto, pero te lo voy a ir comentando porque creo que ha llegado el momento: desde mañana quiero que des un paso más, en tu aproximación a estos cabrones de la ETA. Vas a ofrecerles otro tipo de mercancía, una que les va a interesar más que la “fariña” o el “chocolate”: quiero que les dejes caer que tienes acceso a dinamita y que les puedes vender los kilos que quieran, que nosotros te los vamos a proporcionar.

El marroquí le miró con fijeza, sin dejar de masticar mientras asentía.

Lo que sea, jefe, pero… ¿Y si me dicen que de dónde la he sacado? Porque por la “fariña” nadie pregunta, cuando te compran, pero esto de la dinamita…

De momento, como en lo otro, tú dales largas. Diles que no se lo puedes contar, que tus proveedores te han insistido en que no des ninguna seña de ellos. ¿Entendido? Eso les hará confiar: ¡los chivatos están muy mal vistos y para ETA, más todavía!

Confiar, no confían en nadie. Los etarras son muy pesados, ya sabe, siempre están preguntándolo todo. Tienen miedo a que cualquiera pueda ser un confidente y yo soy un moro más, para ellos, además de un recién llegado…

Después de lo del robo del coche, amigo, y de haberte encerrado una temporada, sospecharán menos de ti: piensa que aún tenemos a tu amigo Mohamed en la cárcel, y estos tíos se enteran de todo. Así que esa cagallada hará que bajen la guardia, porque es una detención que le ha podido pasar a cualquiera, pero tampoco quiero que te confíes: recuerda en todo momento que eres sólo un criminal, no un chivato de la Policía, ¿de acuerdo? Así es como todo irá bien. Y si te insisten mucho en el origen de la dinamita, lo tienes fácil: diles que tienes amistad con unos tipos, que sacan ese material de las minas y que te lo han ofrecido para hacer atracos, para volar puertas de joyerías y polígonos. ¡En Asturias, la gente usa este material hasta para pescar!

Su confidente no sonreía, como era habitual en él, acaso preocupado por el riesgo que iba a asumir. ¡Aquello eran palabras mayores, claro, nada menos que de venderle armas a terroristas! Como delincuente habitual, se daba cuenta como nadie de ese salto cualitativo. Pero era preso de su avaricia desmedida y sobre todo, de ahí su lealtad, de un abigarrado expediente delictivo.

Entendido, jefe. Mañana mismo iré a la taberna y les dejo caer el tema… A ver si pican, ¿no?

Picarán. Se lo estamos poniendo realmente jodido para proveerse de mercancía y tenemos gente, dentro de la banda, que nos informa de todo: necesitan ese material, ¿vale? Y tú necesitas la pasta, les dirás, para pagar al abogado que te ha sacado del trullo a cambio de un dineral. Y que te ha dicho que puede sacar al Moha, también. Como ves, tienes la coartada perfecta, así que mucho cuidado con cagarla. Porque si nos traicionas de alguna manera o te vas de lengua, amigo, nos podemos enterar desde adentro. ¿Entiendes lo que quiero decir?

Mowgli le miro como una vaca, sin dejar de masticar, pero a un ritmo mucho más pausado. Era obvio que había entendido la gravedad del mensaje.

¿Traicionarle a usted? ¡Nunca se me ocurriría! Yo sólo hago lo que me ordena, siempre, y usted lo sabe bien… ¡No doy ni un paso sin llamarle!

Lo sé, es cierto, y por eso confío en ti. Pero es mejor que estés bien informado de lo que hay, amigo, que el que avisa no es traidor: en este tema no quiero errores, ¿de acuerdo? ¡Para lo esencial sólo estarás tú y nadie más, ni tus hermanos ni nadie! Lo de la dinamita es otro cantar y quiero que seas muy discreto: tu paso por la trena nos ha servido bien en este sentido, que te acerques a los etarras que están adentro y afuera, pero es un comodín que no podemos volver a utilizar. ¿Entiendes? ¡No pueden verte entrar y salir del trullo todo el tiempo, como si nada! Como comprenderás, esto te delataría como soplón para nosotros… Por eso te digo que en adelante quiero verte centrado en mis instrucciones, nada de hacer gilipolleces por tu cuenta, y esto incluye cualquier tema personal. ¿Ha quedado claro?

El marroquí asintió en silencio, pero Carlos quería asegurarse de que se hacía entender: no había llegado hasta ahí por no hacerse entender a la primera.

Si esa mujer tuya te da cualquier problema, por ejemplo, no hagas nada de lo que puedas arrepentirte. Me lo dices a mí y lo arreglamos a mi manera, ¿entendido? No quiero que acabes en la cárcel de verdad y me jodas la Misión con tus neuras… Y por cierto que aquí viene otro regalito para ti, para que no te quejes del cabrón de jefe que tienes.

Los achinados ojos de Mowgli brillaron, como su amplia y no menos chinesca sonrisa.

¡Coño, jefe, qué generoso está usted hoy! ¿Qué me tiene preparado?

Pues mira, creo conocerte bien y sé que echas de menos un lugar de esparcimiento. Una casa de campo donde puedas relajarte y tener tu granja, tus animales… Y creo que te va a gustar. Es una finca en un pueblo de Madrid, en Morata de Tajuña. ¿Qué te parece?

¡Pues de puta madre, hombre, eso es lo que andaba yo buscando! Porque quiero que mi hijo se críe como yo, en el campo…

La puedes usar para lo que quieras, ¿vale? Considérala tuya. Pero no olvides que será ante todo un instrumento de trabajo, porque quiero que acojas allí a las personas que nosotros te digamos. Y en este sentido usarás los trucos que quieras para que vengan: organizar fiestas o simplemente disponer de un escondrijo que les puedas ofrecer, para guardar ahí lo que sea… Será algo así como una ratonera, al final, y tú el cebo que les atraerá hacia nosotros.

Eres un tío duro y vales para ello

Club Horóscopo. Gijón, Asturias.

¡Todo ocurrió en segundos! La visión de la chica asustada, cubriéndose de un golpe como el que ya habría recibido, bastaba a nuestro héroe para actuar: Fran entró en ese cuarto como una apisonadora, directo hacia su objetivo.

¿Qué cojones haces tú…?

El portero no venía a dialogar: ¡en un santiamén se echó sobre el tipo a puñetazos, pero ese bruto ni se enteraba! Sería el efecto de la cocaína, tal vez, pero el caso es que no se derrumbaba ni se echaba atrás. ¡Antes que eso le respondía y Fran las pasó moradas, pensaba que se le iba y estaba solo! Abandonado por unos compañeros que, como era habitual, le enviaban siempre por delante. ¡Y todavía tenían los huevos de preguntarle qué tal, al verle aparecer por el vestíbulo, cubierto de sangre y con la camisa hecha girones!

¿Qué ha pasado?

¡Por si acaso no subas a mirar, no te jode! ¡Ahí os le he dejado, cabrones, listo para llevarle al hospital o a donde os salga de los cojones, que yo me voy!

Aún no eran ni las dos cuando Fran salió del club, mucho antes de acabar su supuesta jornada, pero no fue derecho a su casa.

Mejor será descansar un rato en el coche, lejos del club y de casa, no sea que a la Poli le dé por pasarse a preguntar…

El dueño del local era muy amigo de muchos policías, que le debían favores de dinero y de otras cosas, pero uno nunca sabía cómo podían acabar estas historias. Y una nariz rota era argumento de sobra para que le cayera encima un buen juicio, eso como poco, aunque mediara una agresión tan clara contra una mujer. A fin de cuentas, su jefe no era de esos tipos que inspiren confianza a nadie, para empezar a sus propios empleados. Si un día tenía problemas de verdad, Fran estaba seguro, ese mafiosete de tres al cuarto no le iba a respaldar para nada.

Lo que está claro es que ese idiota no hará daño a otra mujer, al menos, por lo que queda de noche…

Reflexionaba estas cosas cuando se quedó dormido en el coche, aparcado en un desierto polígono. Así haría tiempo para regresar al club y recoger a su mujer, una jovencita brasileña a quien había conocido allí. Una chica como tantas, que pasaban por el club, aunque ésta fuera especial para él desde el principio. Tanto fue así que empezaron a salir juntos, ella dejó de atender las habitaciones pero siguió en el club, como bailarina. Y ofrecía a los parroquianos unos exóticos números con serpientes, originalidad que el propio Fran había introducido en el local. Su apasionado amor por los animales era tan grande que el sueño de su vida era crear una granja-escuela, con animales asturianos, para disfrute de los guajes de ciudad. No pocas veces, para evadirse de lo que tenía que aguantar en el club, se quedaba dormido pensando en tan bucólico proyecto: ciervos, zorros, jabalíes… Tan cansado estaba que al despertar vio que el sol ya estaba muy alto, y en su móvil se habían acumulado mensajes de Lorena.

Dnd stas tío? T vas y no m dics nada? Bss, loco… Eres 1 asesino!!!

¡Bueno, pensó Fran! ¡Por lo menos, hay besos al final!

La verdad era que de asesino tenía poco, por más que a Antonio o su mujer les prestase repetirlo. ¡Si le había sacudido a ese tarado, vive Dios, no le faltaban razones! De hecho, las chicas le habían confesado muchas veces que se sentían más seguras cuando él estaba en la puerta: ¡a más de una le había salvado de algún pirado, de ésos que disfrutan haciendo daño!

¡Demasiada leyenda negra tengo encima! Yes normal que esos chavales me vean como una especie de sicario, pero yo no mataría a nadie nunca por dinero. ¿Qué tienen en la mollera los jóvenes de hoy? Sólo piensan en la droga, el dinero y en hacer el cabrón por ahí… ¡Muchas películas han visto!

Como si fuera arte de magia, Antonio volvió a aparecérsele. Reconoció su cochazo al cruzarse en un puente y Antonio le pitó, antes de pararse a su altura, para saludarle con el brazo por fuera de la ventanilla.

¿Qué pasa, Fran? ¿A casa o qué?

¡A eso iba! Trabajo cuando la gente normal duerme, ya sabes…

¡Sí, menudo cabrón estás hecho! ¡No aceptas el trabajo mío, pero para el mafioso de tu jefe sí que desguazas a cualquiera! ¡Y a la primera de cambio, además!

Y tú, ¿cómo te has enterado de eso?

Tengo mis fuentes, ya te dije… ¡Me sobran amigos policías, pero como me crees!

Era evidente que su incredulidad de esa pasada noche, al rechazar de plano su chulesco ofrecimiento, había dolido en un ánimo orgulloso. Y Antonio no era de los que se conforman con un no.

A ver si este personaje va a ser confidente, pensaba Fran: a lo mejor me estaba diciendo todo eso para pescarme y luego ir a contárselo a la Poli… Después de todo, yo he largado mucho sobre los delincuentes que rondan el club, sobre su relación con la pasma… ¡Habrá que andarse con cuidado!

La mirada de John Wayne de Antonio, en efecto, no dejaba lugar a la duda: algo se traía entre manos y estaba más que interesado en involucrarle.

Para un momento aquí al lado, hombre. ¿Tienes prisa? Quiero enseñarte una cosa.

Sin mediar más palabras, ni dejar de sonreír, Antonio abrió el maletero y dejó ver un cargamento impresionante: como exminero que era, Fran reconoció en el acto los cartuchos y detonadores.

Mira, tío, para que veas que hablo en serio. ¡La próxima ronda la pagas tú, cabrón, por pensar que iba de farol! ¿Qué te parece?

Allí había todo lo necesario para abrir una galería entera, en una mina, pero seguro que ese material tenía otro destino menos inocente. ¿Para qué llevaba todo eso en el coche? Antonio no era minero ni lo había sido nunca. Pertenecía a una generación anterior muy distinta a la suya, que conocía la mina sólo de oídas.

Tú que has estado picando ahí abajo, dime: son petardos de los que suenan, ¿que no? Con esto hay bastante para montar una fiesta buena en tu pueblo, ¿oíste? ¡Se lo pones a un paisano en su hórreo y flipa, eh, no veas el susto que le metes!

Pero, tú… ¿Cómo se te ocurre andar con esto por ahí, dentro del coche? ¿No ves que puedes matar a alguien, animal, que tú mismo puedes salir volando si te descuidas?

En el recuerdo de Fran estaban presentes los accidentes de los etarras, el último de ellos en un coche. Fue tan fuerte el pepinazo que el chasis partió en dos, aunque sólo habían muerto esos cabrones. Nada menos que cuatro de un golpe.

¡Joder, paisano, pareces una muller! Si los cables están desconectados, ¿no lo ves? ¡Anda, que no habrás visto tú cosas más fuertes! Yo sólo te lo enseñaba para que veas que va en serio lo que te dije… ¡Deja de una vez ese trabajo de mierda y vente conmigo, joder, que sólo vas a volver al puti pero a follar! Y de gratis, además.

De follar no me quejo, como comprenderás. ¡Trabajo en el lugar indicado para eso!

Ya, eso sí, pero currando conmigo irías pallá sólo de visita. Como hago yo. ¿No te has planteado cambiar de trabajo? Llevar una vida más tranquila y tener a tu mujer como a una reina… ¡Conducir un coche de paisano, joder, que el tuyo se cae a pedazos!

Fran echó una mirada lastimosa a su tartana, metáfora andante de su propia vida. Y sobre todo de su maltrecha economía.

También te digo que lo he pensado a veces, pero… No sé. Ya te dije que no me van las cosas ilegales… Trabajo en el club porque no hay otra cosa, ¿oíste?

¡Sí la hay, hombre, que te digo que necesito tu ayuda! Y no te vas a arrepentir, ¿eh? ¡En cuatro viajes puedes ganar lo que te pagan en El Horóscopo en un año! Ya te comenté que hay un paisano que me está tocando los huevos y quiero que te encargues de él: eres un tío duro y vales para ello.

Fran le devolvió una mirada incrédula, aunque siempre sonriente.

¿Encargarme de él para qué, para matarle? ¿Para darle un palizón y dejarle medio tieso? Y si nos descubre la Policía, dime: ¿qué hacemos? ¿Me voy pa dentro veinte años?

¡Cuidado, que eres cabezón! Con la Policía, si estás conmigo, no vas a tener problemas. ¡Palabra de Antonio Mauro! ¿O te crees que iba a pasearme por Gijón, si no, con toda esta merca a cuestas?

Pero, vamos a ver: ¿vendes dinamita a ETA o trabajas para la Policía? ¡Es que no me aclaro contigo, tío!

Antonio rió otra vez, fuerte y seguro como el Hércules reducido que era. No alto pero compacto, portero él también, se desenvolvía con una seguridad especial.

¡El dinero abre muchas puertas, Fran, qué te voy a contar! ¿No aceptan sobornos los policías, gente que tú y yo sabemos, de parte del cabrito de tu jefe? Y aceptar es un decir, porque esos listos se presentan en el club y ala… Agarran la botella y la chica que quieren y venga, parriba a follar… ¿O no? ¡Y se montan su espicha[3] toda la puta noche, sin preguntar! Y entonces, ¿qué pasa? ¿Es que tu jefe no es tan mafioso o más que los de ETA? ¿No han tenido hasta a menores ahí, y encima robándolas lo que ganaban y dándoles drogas? ¡Porque eso lo sabe todo el mundo!

¿Qué podía decir? Fran ya había denunciado eso muchas veces, pero nadie le hacía ni caso. Lo que no iba a hacer era compartir ese dato con alguien que presumía de criminal, por más que Antonio pareciera saberlo todo. Después de tantas acusaciones ante la Policía, contra los distintos mafiosos que rondaban los clubs, lo último que quería era que nadie le identificase como chivato. ¡Mucho menos un tipo como Antonio, que era habitual de esos antros y amigo de su jefe! Y amigo era un decir, claro, como solía pasar con la gente de ese mundillo nocturno. Esa selva en la que nada es lo que parece.

Mira, tío… Si me quieres decir que porque trabajo en un sitio de mierda, que es la verdad, tengo que hacer ya de todo y hasta colaborar con esos asesinos de la ETA…

¡Pero, Fran, que eso no es asunto nuestro! Con los explosivos pasa como con la droga: ¿que está mal? Pues a lo mejor. ¡Pero entonces que no las compren! Porque a mí, cuando les vendo hachís a unos guajines[4], me da igual si se lo fuman o se meten la tableta entera por el culo, ¿entendiste? ¡Me da exactamente igual! ¿O te crees que me caen bien esos cabrones de ETA? ¡Pues claro que no, joder, si somos asturianos! ¡Y los dos hemos estado en el Ejército y queremos matar a esos tipos! Y no te creas que no lo he pensado a veces, ¿eh? Venderles una mercancía trucada y a ver si salen por los aires, los muy hijos de puta… Pero es que entonces sí que tengo un problema, ¿sabes? ¡Con la misma Policía, para empezar! ¡Con los políticos que están por detrás de ellos, apoyando a esos cabrones en todo! ¿O no es verdad? Y es para eso que te necesito, amigo, para que esos zorros no me vean solo cuando voy pallá… Porque romper dos ramas es más difícil que una, ¿no? ¡Y si se pasan de listos, quién sabe, a lo mejor hasta tienes tu ocasión de llevarte a alguno como trofeo!

Fran sonrió, como hacía por instinto cuando se veía en dificultades, pero es que aquello era realmente de película: ¿qué se supone que debía contestar?

Todo eso está muy bonito, amigo, ¡sobre todo si no me limpian el forro ellos a mí! ¿O te crees que esos cobardes te matan con preaviso? ¡Te ponen una bomba o te dan un tiro en la nuca, como a tantos, y a tomar por el culo la bicicleta! Y sobre ese negocio tuyo de la dinamita, qué quieres que te diga… ¿De verdad te da igual lo que hagan luego con ella?

Igual, no, pero te digo que esto es como la droga: si no les vendo yo el material lo va a hacer otro, ¿entiendes? Y es así porque lo sé, porque existe un mercado negro de explosivos igual que existe para la droga, o las armas… ¿O te crees que la Policía no se entera de todo? ¡Lo saben, joder, lo saben, pero les suda toda la polla!

¡Yo ya sé cómo funciona la Policía, Antonio, que trabajo en un club de alterne! Pero es que esto de los explosivos… ¿Y si luego matan a alguien con ello? ¡Es peor que si cojo yo y me llevo por delante a un paisano, como me ofrecías! ¡Lo otro es ya terrorismo y está penadísimo por la Ley, hombre, no me jodas!

Ya sé que no me vas a creer, pero con los contactos que tengo es imposible que vayas nunca a la cárcel: ni aunque te pillen con toda la mercancía encima, ¿no lo ves? ¡Mira dónde está mi coche y mira ahí al lado, coño, dónde queda la Comisaría! ¡Si se ve desde aquí! ¿O quieres que probemos a poner la denuncia juntos? ¡A lo mejor así te convences de que esto va en serio!

Resultaba increíble la chulería del tipo: ¡realmente se creía no sólo por encima de la Ley, sino hasta del bien y del mal!

Fran, no seas tonto: tienes el perfil que busco para ser mi mano derecha, ¿vale? ¡Es la oportunidad de tu vida! Los dos hemos estado en unidades de élite del Ejército, ya sabes a qué me refiero: tú en los Cazadores de Montaña y yo de Paraca. ¡Y eso es lo que estoy buscando, coño, un profesional de la Seguridad! Y a poder ser que esté familiarizado con el tema de los explosivos, como tú, porque los de ETA están dispuestos a pagar mucha pasta al primero que les vaya eso. Sobre todo, con la tecnología para fabricar bombas con teléfonos móviles, y tú conoces a mucha gente. ¡Si trabajas para mí, te lo aseguro, nos vamos a forrar!

Vale, tío… ¡No sé si vas de farol o qué cojones dices, oh! ¿Para qué me cuentas todo esto? En serio. Si lo que quieres es un compinche para tus asuntos tienes a mil mafiosos del Este, en Gijón o donde quieras ir a buscarlos, que también han estado en conflictos armados y que te hacen cualquier cosa por dinero… ¡Lo que sea! ¿Por qué no se lo ofreces a ellos?

Porque no me fío de nadie, Fran, por eso. Si te he contado todo esto es porque somos amigos, ¿oíste? Porque confío en ti. Después de todo somos paisanos, ¿no? Y camaradas de armas.

Pues creo que te has equivocado de persona, ¿vale? ¡Ya te dije el otro día que no quiero saber nada de tus asuntos, hombre, así que déjame tranquilo! Yo ya tengo bastante con lo mío…

Sin mediar más palabras, Fran fue a su coche y marchó. ¡Ese hombre estaba loco! ¿Quién sabía si no se le contaba todo eso para pringarle, o si estaba realmente mal de la cabeza? En el club, Fran había visto ya de todo, pero lo que no podía creer era que la Policía protegiera a ese zumbado… ¿¿Mientras se paseaba con un cargamento de dinamita por Gijón?? Si le respaldaba algún Poli tenía que ser uno como él, con la mollera vacía o muchas ganas de aventuras, pero Fran decidió pasarse por la Comisaría por si acaso…

Total, será otra denuncia más y de paso me curo en salud… ¡Quién sabe de qué es capaz este personaje!

¿Para qué llevaba todo eso en el coche? Antonio no era minero ni lo había sido nunca. Pertenecía a una generación anterior muy distinta a la suya, que conocía la mina sólo de oídas. No alto pero compacto, portero él también, se desenvolvía con una seguridad especial.

Palacio de La Zarzuela, Madrid.

Me dijo Zulema que no habías vuelto a llamarla. ¡La tienes enamorada, eh, cabrón!

Es demasiado posesiva, a lo mejor. Y aquí se trata de controlar yo a los demás, Majestad, no la revés. ¡Que el Director del CNI soy yo!

El campechano Monarca celebró la respuesta de su escudero, muy de su real estilo, con una palmada en su espalda. Esto comentaban el Rey y su alfil, por no decir su figura reina, mientras paseaban a solas por los jardines de Palacio. Y comentaban de pasada las novedades de Inteligencia, actualizaciones de las guerritas del Estado, que venían de todos los frentes posibles. Unas cloacas que no se creaban ni se destruían, sólo se transformaban, pero que se encontraban por entonces más calientes que nunca.

Dispongo de informes preocupantes, Majestad. Y el epicentro del mal es Francia, como de costumbre: sus Servicios están más activos que nunca y en el CNI no damos abasto para neutralizarles. El duelo entre Alday y Chirac es a muerte, y mucho me temo que no tardaremos en sufrir las consecuencias.

¡Eso no lo dudes! Tarde o temprano, tal y como están yendo las cosas, los franchutes nos joderán. Y no me hace ninguna gracia, ¿sabes? ¡Este tío se ha empeñado en pelearse con todo el mundo y al final, ya verás, lo acabaremos pagando todos!

Y la primera pelea de Alday, aun sin haberla éste buscado, la tenía montada allí mismo. Con el propio Jefe del Estado, su Jefe, una circunstancia que el Director conocía desde hacía años. Incluso antes de que el Presidente ganase sus primeras Elecciones. Era una incompatibilidad de caracteres manifiesta cuando ambos eran, en verdad, polos opuestos en casi todo. Hasta en lo físico se diferenciaban, con un Alday más bien enjuto y fibroso, mientras que el Rey era en cambio un mostrenco, aunque sus contrastes se exacerbaban en el carácter y la preparación. El Presidente era un intelectual y al campechano Monarca no se le conocía lectura alguna, fuera de la Prensa y revistas triviales. Y si en algo coincidían al cabo, aunque con estilos diversos, era en su tozudez de estadistas convencidos. El problema estribaba en que competían por el favor del mismo arquetipo de español, en especial los situados más a la Derecha, pero era el Rey quien se mostraba más visceral en su antagonismo. Odiaba a Alday y no lo ocultaba, mucho menos a su Director del CNI y amigo.

¿Qué quiere que le diga, Majestad? El tipo es un jugador, mucho más que González, y se cree eso de que es Presidente. No está dispuesto a dejarse achantar por franceses ni alemanes, y en esto creo que hay que reconocerle sus méritos: estamos en mucha mejor posición para negociar las cosas que antes, con el PSOE, y eso significa incurrir en roces con muchos. Dentro y fuera de nuestras Fronteras.

El Rey le sonrió, divertido, con su cara de jugador de póker resabiado. Alday no era el primer Presidente que pasaba por su Palacio, ni tampoco era él su primer Director del Inteligencia.

Veo que estás en buena sintonía con esta gente, con el Gobierno. Y me parece bien.

Tengo que estar con mi Gobierno, Majestad. Después de todo, también es su Gobierno.

Hasta cierto punto, contestó el Rey, reacio a hacerles ninguna concesión a los de Alday. Ya sabes que prefería el estilo de González, con más talante sin dejar de ser un tío de huevos, aunque hay que reconocer que Alday ha modernizado mucho el país. Pero eso no le da derecho a buscar pelea con quien está deseando dárnosla, ¿no te parece? Bastante trabajo nos cuesta mantener lo que tenemos.

La batalla histórica contra Francia, estaba claro, era un tema generacional que no iba a terminar nunca. Por una simple cuestión de cercanía. Y ya desde tiempos remotos el peligro venía de allende el Pirineo, en verdad, tanto o más que del tan cacareado Estrecho. Los godos ya se las vieron contra ellos igual que Aragón y Navarra, después, y Franco lidió con ellos a muerte, sobre todo por la influencia de cada Estado en Marruecos. Y ahora tocaba el duelo actual, aunque enconado como siempre, entre dos grandes líderes europeos: Alday y Chirac.

Por lo menos ahora estamos en otra liga, en España está entrando la pasta y podemos aspirar a cosas, siguió el Director. No falta trabajo, la gente paga la hipoteca sin problemas y en las Fuerzas de Seguridad disponemos de medios que antes no teníamos… ¿Qué duda hay de que vivimos un momento dulce?

Pues a eso te voy, Jaume: ¿qué necesidad tenemos de joderlo? El problema es que Alday se está enfrentando a demasiados enemigos a un tiempo y todos nosotros, no te olvides, vamos detrás.

Alday no es de los que se conforman, Majestad. Lo que se decida ahora en la Unión será decisivo para el futuro: acuerdos de Pesca, de Comercio, o la Constitución Europea que quiere sacar Francia, con apoyo alemán… Nos jugamos el papel que España va a tener en adelante, como Potencia de segunda o de cuarta, porque está claro que sin armas nucleares nunca podremos ser de primera…

El Rey miró al infinito, su rostro pétreo y el gesto convencido de la experiencia. En buena manera representaba la continuidad de la nación, por encima de los sucesivos gobiernos que pasaban por Moncloa. Y personificaba sobre todo al Estado, claro, con su red de profundas cloacas.

Esa batalla ya se perdió en su día, y por poco no me cuesta la Corona. Tú sabes que Suárez se empeñó en seguir adelante con el Proyecto Nuclear de Carrero y lo único que conseguimos, al final, fueron collejas y casi un desastre total: el asunto del “Aceite de Colza” y el 23-F, sobre todo, en los cuales me acabaron pringando a mí. Por eso te digo que no apruebo la chulería de Alday, Jaume, esa manera de enfrentarse a todo el mundo. Sé bien lo que es tensar la cuerda con esas Potencias de primera y créeme, podemos acabar lamentándolo. En particular, en lo que se refiere a Marruecos, pues por ahí es por donde nos van a joder siempre. Y luego está su divorcio con los nacionalistas, por supuesto, a los que se niega a recibir en Moncloa. ¡Te digo que éste se ha creído que va a salvar España él solo!

El Director no insistió en defender al Gobierno. Su simpatía sincera por las atrevidas apuestas de Alday. Tratar de reconciliar a ambos estadistas se le antojaba un desafío imposible, sobre todo cuando los dos competían por el mismo sector ideológico. Y eran cabestros muy tozudos para compartir, sin embestirse, el mismo cercado en el que pacían. Un problema que se exportaba a otros Estados, como la propia Francia o su Satélite marroquí, los cuales formaban un tándem siempre peligroso: Chirac estaba empeñado en doblegar a Alday y no dudaba en usar para ello, cuantas veces hiciera falta, a su fiel león norteafricano.

¿Cómo se te ocurre denunciar a esos tipos?

Zorroza, Gran Bilbao.

¡El Partido Popular ha ganado las Elecciones!

Carlos no cabía en sí de gozo. ¡La tele del bar transmitía, para deleite de sus oídos, ese notición por el que tanto había luchado! La tercera victoria consecutiva de Alday, aun en la persona de su marioneta Delano, pero Carlos sabía muy bien lo que era follar con la polla de otro: como controlador de confidentes no le era desconocido ese proceder, tan indirecto y a la vez tan efectivo… Y hablando del rey de Roma, al volver la vista hacia la puerta, vio a uno de sus principales topos entre los etarras.

¡Hombre, Aratz! ¡Cuánto tiempo sin verte!

Su infiltrado apareció de la nada y se sentó junto a él, en la barra, aunque no muy contento de verle. Su pálido rostro juvenil, aún con trazas de acné, mostraba por el contrario un fruncido ceño.

Te dije que iban a poner esa mochila. ¿Por qué no hicisteis nada?

Carlos se vio sorprendido por este arranque inesperado, aunque justo, de su joven e ingenuo terrorista. Y se echó a reír ante él, sin poder evitarlo, aun con la consabida prevención que su oficio exigía: después de todo, estaban donde estaban.

¡A mí no me hace gracia, “Carlos”, joder! ¡Mira toda esa gente que ha muerto! ¿Y ahora, qué? ¿Eh? ¿Quién va a comerse esos muertos?

El Inspector se quedó callado: ¿qué podía decir? ¡Su topo tenía más razón que un santo!

Mira, Aratz, esto no es tan fácil como parece. Tú sabes que ETA es una mentira, por eso estás colaborando con nosotros, pero es que el Estado tampoco funciona como una ONG… ¿Me entiendes? Y entonces tenemos que jugar con las reglas que hay, que son las que ponen ellos… Los terroristas…

Carlos despreciaba a los políticos, por lo común. Un rechazo que iba en aumento conforme más trabajaba para ellos, a sus órdenes directas, pero esto no quitaba el hecho de que envidiara su verborrea: su capacidad para escapar de atolladeros como ése.

Dime sólo una cosa: ¿me van a echar ahora la culpa de lo que pasó? ¿Van a decir que esa mochila la puse yo?

¡Cómo iban a hacerlo, pensó su controlador, si tú mismo caíste por la explosión! ¡Y en tu pueblo te hicieron un funeral de héroe, sin saber que eras un topo de la chacurrada!

Porque fue en ese momento que Carlos recordó, ya con todo detalle, que esa bomba mortal la habían puesto ellos… En el coche en que Aratz viajaba, mochila en mano, junto a sus tres compañeros de comando.

¿Cómo pudo explotar, eh? ¡Si estaban los cables separados!

Es una buena pregunta, pensó el Inspector, pero es que no fue la mochila lo que explotó.

Sobrecogido por tenerle ahí de vuelta, de donde nadie regresa para saludar, Carlos se dio cuenta de que ya no era Aratz quien le miraba sino Jon: otro etarra en nómina, más o menos de su edad. Tengo demasiados confidentes, pensó, y de pronto se distrajo con algo que… ¿Sería posible? ¡Un reguero de sangre resbalaba ante él, por el soporte de ese taburete de su chivato, aunque no fue esto lo que más le sorprendió!

¡Ay, Dios!

Las piernas del joven etarra, al contrario que su tronco superior, no desprendían ni una gota de sangre… ¡Estaban quemadas y mutiladas, un amasijo de carne ennegrecida e informe! Y al levantar la vista de nuevo, horrorizado, no fue a su topo a quien vio. Ni a Aratz ni a Jon. Era su hijo de quince años.

El Inspector despertó entonces, presa de la inquietud, y se preguntó si no tendrían esas mismas pesadillas sus adversarios: los psicópatas de la tribu batasuna, que tenían en matar su único objetivo y satisfacción. ¡En un acto irracional salió del dormitorio, donde su esposa aún dormía, y fue derecho a ver a sus hijos! Eran las cinco de la mañana y los pobres dormían, ajenos a sus pesadillas.

A lo mejor debería visitar al psicólogo de la Unidad. Se supone que está obligado al secreto profesional, en nuestro caso, por partida doble… ¿O habré de ir directo al psiquiatra?

A Carlos se le ocurrió que el llamado síndrome del Norte[5], que afectara a tantos compañeros durante décadas, empezaba acaso a manifestarse en él.

¡Cuando todo esto termine y me nombren Comisario, vive Dios, pienso pedir una buena excedencia! Para olvidarme de toda esta mierda en un destino tranquilo, tal vez en Asturias… ¡Y es que me gusta mucho el Norte, pero claro, en el País Vasco yo no puedo vivir! Y Asturias lo conozco también, además de que tengo amigos allí: buena comida, paisajes bonitos y calidad de vida… ¿Dónde mejor?

El Inspector se tomó un zumo y volvió a la cama, listo para soñar un poco más con ese futuro: un trabajo más tranquilo que el actual, al frente de una Comisaría donde fuera fácil cubrir el expediente… Pero siempre con acceso a la cara amable de la Cloaca, por supuesto: dinero fácil por su participación directa en los negocios más turbios, a la vez que lucrativos, con la buenísima excusa de los confidentes y la información… Con la buenísima excusa de luchar contra el terrorismo.

Gijón, Asturias.

Espero que en Comisaría sepan guardarme el secreto. ¡Lo último que me apetece es que estos cabestros se enteren de que soy yo el denunciante, joder, que les tengo en el club todo el día!

Y es que esos funcionarios policiales, pese a la gravedad de su testimonio, ni siquiera creyeron a Fran en un principio. ¡Se lo tomaron a broma, por qué no, antes siquiera de acabar de contarles! Y a la mañana siguiente a esa denuncia, fuera de sus horas de trabajo habitual, el portero justiciero se acercó al club para abrir al electricista. También le echaría una mano, de paso, era un tipo majo y solía disfrutar de su conversación, pero ese día el hombre le tenía reservada una sorpresa.

A ver, chaval: ¿cómo se te ocurre denunciar a esa gente? Los chivatos están muy mal vistos en todas partes, ¿eh? ¡Si sigues así vas a acabar muy mal!

Pero, ¿qué estás diciendo? ¿A ti quien te ha contado eso?

Anoche he cenado con un Jefe de Policía de Gijón y me lo ha contado todo.

Como era lógico, el desprevenido Fran se quedó tieso: ¿cómo era posible que la Policía no le hiciera ni caso, pero luego, eso sí, largasen por ahí su visita a la Comisaría? ¡Obrando así le señalaban como enemigo de unos peligrosos delincuentes, quienes entre otras cosas le propusieron que se cargase a un tipo para ellos! Sin duda, pensó, se trataba de un aviso de los policías implicados. Un mensaje que fue seguido pronto por otros, cuando unos polis de paisano se presentaron en el club para verle.

Acompáñanos afuera, anda, que queremos hablar contigo.

La noche estaba cerrada y Fran no se decidía: había mucha gente en el club, pero el aparcamiento siempre era como la boca del lobo. ¿Y si se trataba de una encerrona para apalizarle? Visto lo visto, la placa no era ninguna garantía de nada.

Un momento… Antes de nada, quiero ver su carnet profesional.

¡Sí, hombre, y mi DNI también! ¿No ves la placa o qué?

¿Me vais a llevar preso o qué pasa? ¿Y por qué asunto?

No, tranquilo, sólo te vamos a advertir una cosa: es mejor que no sigas mezclándote en ciertos temas, ¿entendido? Si se te ocurre relacionar a Antonio con ETA o volver a declarar algo sobre ese tema, ya sabes: eres hombre muerto. Te cortamos el cuello, ¿entiendes? ¡Estás advertido!

Los dos hombres volvieron al coche, con su pinta de malos, y dejaron atrás a un confundido Fran: ¿serían realmente policías? La escasa discreción que habían mostrado en la Comisaría, al compartir con el electricista los detalles de su denuncia, no hacía sino reforzar esta idea: ¡el propio Antonio aparentaba una seguridad absoluta, era obvio, al presumir de ese tipo de protección!

Apenas volvió al club, vio que su mujer le esperaba. En la puerta, los brazos en jarra y ceño fruncido, era obvio lo que se avecinaba.

¿Qué querían esos policías?

Alguien se lo había largado y era normal: al cabo trabajaban juntos. Su propia mirada ya debía decir mucho cuando sintió cómo ella la escrutaba con la suya.

Nada, Lorena, no te preocupes. Venían preguntando por unos tipos, pero no les conozco. Ahora me voy a dormir, ¿te vienes?

Tengo un último show y luego, si quieres, marchamos. ¿Me esperas un ratín, como dices tú?

¡Claro, muller! ¡Con lo buena que estás, te espero toda la vida!

¡Sólo me falta casarme con él!

Luanco, Asturias.

¿Qué pasa, “Pípol”?

A Antonio siempre le hacía sonreír su propio apodo, elegido como tantas cosas por su superior. Ambos se dieron la mano con afecto, estaban encantados de conocerse y las cosas parecían marchar bien: la Misión seguía adelante y el infiltrado Antonio, alias Pípol, se estaba haciendo de oro, de paso, a cuenta del negocio paralelo de los coches robados y la droga. Ambos bajo total supervisión policial. También el riesgo era grande, desde luego, como lo era toda esa corrupción estatal.

¿Qué tal lo llevas, Antonio? ¿Todo controlado?

¡Ahí vamos, jefe, ampliando el negocio! El hachís y la “fariña” abren muchas puertas, pero no tantas como el tema de los coches: ¡no hay mejor forma de tener cogido a alguien que regalándole un buen carro! Un buen coche es más adictivo que la droga… Y por cierto, añadió, al acercarse al cochazo de su superior: ¡a ver si los guajes dejáis de comprar chalés y cochazos, eh, porque estáis inflando una burbuja[6] que ya verás cuando estalle!

El Comisario rió con ganas. Era la persistente advertencia de los viejos hacia ellos, los jóvenes como Antonio, inconscientes adictos a las letras del banco: ¡guardad algo para mañana, repetían los abuelos, que estáis ganando cinco y gastando seis! Sin embargo, la burbuja que constituía la Misión no debería estallar nunca. ¡Era imposible cuando estaba inflada a consciencia con dinero público, ése que resulta por definición inagotable! El propio coche del Comisario provenía, cómo no, de esos subterráneos negocios del Estado.

Aquí los únicos que van a estallar son esos cabrones de la ETA, Antonio. Y con su propia dinamita, además.

Su Comisario observó con orgullo a su elegido, su as en la manga para tan importante Misión. Y Antonio se daba cuenta de su propia importancia, claro, para empezar en el boyante reparto de material y coches prestados. Un negocio que coordinaba el robo de vehículos con el transporte de droga, paralelo al mismo. Y el fin legítimo para tan descarada corrupción no podía ser mejor, desde luego, para un patriota convencido como Antonio: socavar a la banda narcoterrorista ETA y a lo mejor, quién sabía, asestarles su golpe de gracia.

He tuneado un coche a conciencia, jefe, para meter un montón de kilos adentro: cuando voy a Marruecos o a Galicia, con el idiota del Emilio, yo voy en ese carro y él me hace de lanzadera con el coche “prestado”. Como los papeles están compulsados por la Unidad, no hay problema: pasamos todos los controles, descargamos la “farlopa” donde sea y al llegar al destino dejamos el coche “prestado”. Y si vamos a África, relleno los escondrijos de mi coche y nos volvemos pacá con el “chocolate”.

Sí, ya me contaste: ¿quién te iba a decir que en la Policía haríamos de ti un gran narcotraficante? Muy pronto darás el salto a otra clase de trabajo, Antonio, a lo mejor más peligroso… Tampoco te quiero asustar: en realidad, ya hemos hablado de ello.

¿Cómo saber a qué se refería? ¡La Comisaría de Avilés controlaba más actividades ilegales que el Cártel de Medellín! Y su jefe, el Comisario, era el organizador de todo el tema en la sombra. ¡Tampoco es que fuera la excepción que confirma la regla! Cuarteles de la Benemérita y otras comisarías del Principado, en antigua tradición, manejaban sus propias actividades de proxenetismo y narcotráfico. ¡La realidad era que las Fuerzas de Seguridad controlaban el mundo del crimen de esta manera, tan directa, siendo ellos mismos parte del entramado ilícito! Un modus operandi que les hacía partícipes, por exigencias del guión, de esos grandísimos beneficios sin declarar.

Verás, Antonio: si por algo te elegí para la Misión, aparte de porque eres un tío de huevos, fue por tu preparación militar y tu gusto por el mundo del motor. Tu tío me contaba que siempre que iba a tu casa no veía, sobre la mesa del salón, más que revistas de coches. Te parecerá una bobada, pero ese detalle fue determinante en tu proceso de selección. Y ahora entiendes por qué.

Su superior nunca estuvo mal informado: a Antonio siempre le gustaron los buenos carros, incluso más de lo normal en un jovenzuelo. Por eso, al terminar su contrato en la Brigada Paracaidista, como hiciera Fran antes que él, buscó trabajo como soldado de fortuna en compañías de seguridad: le atraían los sueldazos que se pagaban por ir de contratista[7] a África, a Latinoamérica o a cualquier país en conflicto. Y estaba en ello cuando un tío suyo, Guardia Civil y conocedor de sus inquietudes, le puso en contacto con el Comisario de Avilés. Andaba éste a la busca de un perfil como el de Antonio, para un trabajo más cerca de casa, aunque desde luego no exento de riesgos. Como buen paisano astur, el Comisario no se anduvo por las ramas.

¡Déjate de irte al extranjero “a cazar monos”! ¿No prefieres algo más tranquilo, en comparación, aquí mismo y sirviendo a tu país? Ando buscando a alguien como tú, un paisano de huevos y que entienda de coches.

Antonio no lo pensó y aceptó esa oferta, para la que apenas necesitaba formación: sus mentores de la Policía entendían que lo suyo era un talento innato cuando sabía tanto de armas, coches y drogas. Unas sustancias ilícitas de las cuales no era consumidor, pero es que además era un echao palante. No hacía falta mucho más. A partir de ese momento, por lo tanto, Antonio se dedicó a lo que siempre le había gustado: la compraventa de coches de lujo, eso sí, teniendo claro desde un principio que no iba a ser un negocio normal… ¡Los cochazos de ese concesionario provenían de su robo, por parte de verdaderos delincuentes! Todo se hacía al abrigo de policías involucrados. Y es que el destino de los vehículos se suponía legítimo, al final, cuando servían para pagar nóminas secretas de las Fuerzas de Seguridad: fontaneros de la Cloaca como él, que no podían cobrar sólo de los famosos fondos reservados. Y los coches se usaban como moneda de cambio, también, para adquirir hachís en Marruecos, pero Antonio sabía que había mucho más por detrás. Regalos que políticos y mandos policiales se hacían, unos a otros, y desembolsos por tal o cual favor.

Mapa de la Misión del Norte. Avilés, en el extremo izquierdo, se constituía en la base operativa de toda la Misión, en cuanto a infiltración logística de ETA (los proveedores del explosivo estaban allí, “Pípol” y su banda). En el otro extremo, Bilbao y San Sebastián, los topos de “Carlos” en ETA se ocupaban de hacer de enlace con los asturianos. Y en el medio, como veremos más adelante, otra ciudad destinada a su papel (más tarde) en esta historia: Santander.

¿Qué tal va esa banda tuya, Antonio? Hace mucho que no me presentas informes, dijo el Comisario, aunque era obvio que confiaba en el criterio de su infiltrado. Porque el concesionario de la droga de Antonio alimentaba, en primer lugar, a una escueta pero caprichosa banda de esbirros: una pandilla formada sobre todo por menores de edad a los que encargaba, sin discusión por parte de éstos, todo tipo de bien pagados trapicheos.

Pues haciendo nuevos fichajes, jefe, así ando. Dispongo ya de una red bastante completa y variopinta. Les pago en parte con dinero del Monopoly[8], por eso de ahorrar. Los clubs sobre todo son buenos sitios para dar mal los cambios, usted ya sabe: hay poca luz y la gente anda a lo suyo…

Sí, es un buen método. Manolón me tiene al corriente de todo, pero ya sabes que me gusta que me lo cuentes tú. En primera persona.

Manolón era un veterano Policía, mano derecha del Comisario en la Misión. Y es que el Comisario conocía todos estos cloaquiles pormenores, por parte de sus subalternos, por mucho que guardara prudente distancia: todo se ejecutaba en la sombra por medio de su infiltrado y de Manolón, su Inspector Jefe de Estupefacientes.

Pues verá: he ampliado nuestra red de contactos porque Manolón la tenía quemada. Todo el mundo sabía quiénes eran sus confidentes y ya no se enteraba de una, ¿oíste? Por esto he metido ahí a gente más válida para esto que sus yonquis y camellos de barrio, y les tengo hasta en los sitios más insospechados: putas, no putas, policías de todos lados, gente que mueve de verdad el cotarro y se puede enterar de cosas… Lo único que me falta es alguien que no sea un pringado, para variar, capacitado para acompañarme a ciertos sitios… Para darme seguridad. ¡Emilio no tiene miedo a nada, pero es que está loco el paisano! Me vale para lo que me vale y se acabó: vender hachís o mover coches robados, con la debida protección policial, eso lo puede hacer cualquiera. ¡A mí lo que me hace falta es un tipo duro y que sepa lo que hace, jefe, un profesional! Para llevar la dinamita al País Vasco, por ejemplo, Emilio no me vale: es un “pistolas” y esos tipos no se andan con chiquitas, así que ando buscando un colaborador de más confianza para esas cosas. Ya te dije que tenía a uno ojeado, pero ese cabrón se me resiste… ¡Es perfecto para lo nuestro, sólo que parece que le gusta ser pobre! La verdad, ya no sé qué decirle para tentarle…

Ya. ¿No será el tal Fran ése, el del puticlub?

Sí, el portero. ¿Le conoces?

El Comisario esbozó una sonrisa sardónica, que puso a Antonio en alerta.

Te puso una denuncia, ayer, en la Comisaría de Gijón. Me lo dijeron esa misma mañana, Antonio: por eso te he llamado. ¿A qué fin le enseñaste el material de esa manera, como si fueran chorizos de la matanza?

¡Será hijo de puta! Pues mira, se lo mostré porque estaba hasta los huevos de que no me creyera… ¡Lo que nunca pensé es que iría con el cuento a la Policía!

¡Hombre, amigo, es que se lo enseñaste junto a la Comisaría! ¡Mucho tiempo para pensarlo no tuvo, eso seguro! Daría una vuelta con el coche y ahí se metió ahí a denunciarte… Y ahora tenemos un problema.

Antonio controló su ira, con la autodisciplina que le inculcaron en el Ejército, pero así y todo le asomarían centellas por los ojos.

¡Me cago en la puta! Nunca pensé que se le ocurriera, de verdad: le dije mil veces que la Policía está conmigo, no sé, es que me dejas de piedra… ¡Nunca pensé que un tipo como él, con esos antecedentes y en el sitio en que trabaja, fuera capaz de meterse en una Comisaría y ponerme una denuncia!

¡Pues es normal, si lo piensas! ¿Qué harías tú si escuchas que un tipo está vendiéndoles cosas a ETA y encima te muestra los explosivos? ¡Qué quieres, joder, lo lógico es que fuera a la Policía directamente! Aunque sólo sea para curarse en salud…

Aquello era un jarro de agua fría. De no poder fichar a un potencial ayudante, que cumplía sus requerimientos para el trabajo, se encontraba ahora con un enemigo imprevisto: un boca-chancla que le estaba revolviendo el gallinero.

La red del Comisario de Avilés

Lo siento, jefe. ¿Qué vamos a hacer ahora?

¡Déjalo en mis manos, hombre, que esto son cosas que pasan! Lo mismo que vino él a la Policía podemos ir nosotros a él. ¡Ni siquiera firmó la denuncia, por lo que entiendo que tras el aviso que le dimos anoche se olvidará del tema! Está bien para que te sirva de lección, nada más.

Vale, perdone usted, que ha sido un exceso de confianza por mi parte… Pero es que no es fácil encontrar el tipo de colaborador que busco. Mi labor es arriesgada y tengo que cubrirme las espaldas, entiéndalo, porque cualquier día me limpian el forro por menos de nada…

A ver, Antonio, que no eres el primer agente que infiltramos en el crimen organizado. ¡Ni mucho menos en ETA! Ya te dije que tengo historias con todos los posibles finales, por esto lo único que quiero es que salgas bien parado y a poder ser con la Misión cumplida. Todos entendemos que es una Misión larga y dura, pero por eso nos tienes aquí. Para cualquier cosa que necesites, ya sabes, acudes a mí o a Manolón.

El Inspector Manolón, jefe de Estupefacientes de la Comisaría de Avilés, era un controlador de primera fila para Antonio que, en su caso, dada la naturaleza especial de la Misión, era más un compañero de trabajo que un superior. Y así se lo remarcaba siempre el Comisario:

Lo único que necesito que tengas claro es que tu lealtad es hacia mí y que sólo yo puedo darte órdenes. Por lo demás, ya lo sabes, cumples de sobra para el puesto y vales para ello: eres duro, echado palante y discreto. Eso es todo lo que necesitas.

Antonio no pudo contener una carcajada, reacción que sorprendió a su superior.

¡Eso mismo le dije al tal Fran, la otra noche, y mira qué bien me salió la jugada!

¡Bueno, hombre, pero es que es más fácil reclutar gente para nosotros que para ti! Porque al seleccionarte a ti, si te fuimos a buscar, fue porque ya teníamos referencias tuyas. Y tú sabías quiénes éramos nosotros y lo que queríamos de ti. ¡Cuando tú sales a la calle es distinto! Tienes que buscar por ti mismo a tu propia gente, tus colaboradores, y siempre con esa fachada de delincuente… ¡Nunca sabes cómo va a reaccionar cada uno! Lo mismo te los llevas de calle que te denuncian, o te ponen la cruz como confidente… Es complicado, lo sé.

Ya veo, sí. Hasta ahora no tuve este problema, pero está claro que con este personaje me equivoqué…

Olvídalo, son cosas que pasan. La otra única cosa que necesito de ti es que me cuides bien a Emilio, ¿lo harás?

Era el eterno misterio de la Misión, un aspecto que escapaba por entero a su entendimiento: ¿para qué cojones querían a Emilio? Su socio en el concesionario no resultaba, ni de lejos, ningún activo especial para ningún Servicio de Información.

Como se puede imaginar, Comisario, no creo que ese cabrón pueda quejarse: le he dado un trabajo a su medida, le pago los vicios… ¡Sólo me falta casarme con él! Lo único que no entiendo es qué le habéis visto a ese personaje, ni por qué es tan importante para vosotros…

La mirada de póker de su jefe le indicó que había tocado hueso. Antonio sabía que no debía hacer demasiadas preguntas, pero le había cogido el gustillo al oficio de espía. Y quería saber lo que hacía en cada momento, en especial, en lo tocante a su socio y protegido: un demente total llamado José Emilio Álvarez Mazorras.

Ésos ya son detalles más complicados, Antonio, pero no te preocupes. De momento, concéntrate en tus tareas y no te preocupes por tu protección: ya sabes que estamos pendientes de ti en todo momento.

Antonio asintió, siempre con su bautismo policial muy presente: su entrada triunfal en esa Guerra clandestina, peligrosa, contra un enemigo sibilino como la ETA. Y es que al igual que tantos funcionarios policiales, destinados en el Norte para esa Lucha, Antonio había firmado también el cartel: había disparado contra el letrero de la Autovía, entre Cantabria y el País Vasco, para dejar su particular orificio de bala en ese simpático ongi etorri[9].

Desde este momento no hay vuelta atrás, le había dicho el Comisario, de pie junto a él en esa cuneta. Acabas de quemar tus naves, como Cortés, y desde ahora lucharás a menudo solo. Casi siempre solo. Y contra ti mismo, que es lo peor. Contra tus propios miedos internos, Antonio, siempre en la frontera entre la Ley y el crimen, pero en realidad nunca estarás solo. Somos un Ejército y nos ayudamos, ¿vale? Y al que cae, por cosas del destino, ten por seguro que le vengamos. Así que, si caes tú, Dios no lo quiera, también a ti te vengaremos. ¡Por España!

¡Por España, había respondido él, que ya venía adoctrinado de los Paracas! Y disparó contra el cartel con entusiasmo, tal y como si fuera la odiosa cabeza de Otegi.

Ahora la Misión se encontraba muy avanzada y Antonio, como infiltrado, ya tenía cierto rodaje. El Comisario era el primero en reconocerlo, en otorgarle los galones sobre la marcha. Con su aire lacónico de siempre, su superior subió al coche y abandonó el mirador, tan discreto como había venido. El sol moría ya sobre el mar de Asturias, uno de los más profundos del Mundo: tanto es así que se buscaba en sus aguas al huidizo calamar gigante, monstruo marino que nunca fue grabado en su hábitat.

Algo parecido a mí, que se sabe que estoy, pero ni yo mismo sé cómo… ¿Qué me puedo esperar ahora? Tras la denuncia de este cabrón, no creo que un premio… ¡Lo que tengo claro es que estoy a la intemperie, ahora sí, y la cosa empieza a ponerse seria!

La comprensión de su Comisario, de sus menos conocidos compañeros de la Unidad, estaban muy bien para Antonio, pero éste echaba de menos otra clase de cuidados. ¡Algo le decía que su libertad iba a durar poco y de hecho, desde un principio, estaba previsto que terminaría recalando en la cárcel!

¡Mejor será aprovechar lo que me queda, que mañana nunca se sabe! Por eso llamaré a Inés y la invitaré a cenar a un sitio de campanillas… Y también a un polvete, claro, ¡nunca se sabe cuándo puede ser el último!

¡La Comisaría de Avilés controlaba más actividades ilegales que el Cártel de Medellín! Y su jefe, el Comisario, era el organizador de todo el tema en la sombra. ¡Tampoco es que fuera la excepción que confirma la regla!

Rabat, Marruecos.

¿Cómo crees que ha ido la reunión?

Mejor que con Alday, Majestad, eso desde luego. ¡Con el Presidente ya no hay arreglo posible!

El encuentro hispano-marroquí del Rey, con el Sultán del país hermano, estaba destinado a eso: a enmendar en lo posible esa falta de entendimiento, entre Alday y Mohamed, que había declarado persona non grata al Presidente de España.

Cualquier cosa es mejor, como siempre te digo, que ir por todo el Mundo pisando callos. Que es a lo que se dedica este prepotente.

Bueno… La verdad es que tampoco los marroquíes ponen de su parte. Y si lo vemos por el lado positivo, Majestad, esto le da a usted cancha: siempre está usted disponible para hacer de poli bueno, en un segundo round, cuando la Política del Gobierno fracasa. Es su papel institucional y lo hace de maravilla.

Gracias, Jaume. Sé que no lo dices por cumplir. Tú no.

¡Per descomptat, Majestad, que som de Mallorca! Y además: ¿cuándo has visto que alguien valore la labor de un Embajador, no digamos de un Director de Inteligencia? En nuestro mundo escasean mucho los reconocimientos.

Sí, eso es cierto. Sólo nos tenemos a nosotros mismos.

Debido al cariz de la situación, el propio Director de Inteligencia había acompañado a su Jefe de Estado a Marruecos. Un país que además conocía al dedillo, por sus recientes servicios como Embajador. Y es que por lo común le tenía asignado un equipo de agentes al Rey, en ancestral costumbre, que se ocupaban de darle cobertura en todo momento. No sólo para proveerle de Inteligencia, sino para ocuparse ante todo de su seguridad. Y en palabras de los propios agentes, guardias reales de facto, aquello era como estar casado con el tipo: debían no perderle de vista en ningún momento y controlar el perímetro, en torno a su real figura, antes y durante su estancia en cada lugar. Un trabajo muy cuidadoso cuando se trataba de un Embajador universal, que viajaba a menudo por cuenta del Estado, pero la cosa se complicaba aún más a causa de sus caprichosos pasatiempos: cacerías de animales y mujeres, a las cuales estaba enganchado y que obligaban al CNI a un constante ajetreo. Los mamporreros de Palacio se las preparaban y luego él entraba a matar, sin más mediación, mientras otros le guardaban las espaldas. ¡También gustaba el Monarca de hacer, cuando las ganas de mojar le apretaban, clandestinas salidas en moto! Y entonces tocaba a ese equipo especial, de seguimiento y protección, salir en pos de tan impulsivo Jefe: sólo ellos sabían a dónde iba y de dónde venía, dirigidos por un Director del CNI que delegaba en su equipo.

El problema no es tanto la ETA, le decían sus agentes, o cualquier loco con aires de grandeza: el verdadero peligro es que un marido burlado se decida a ajustarle las cuentas, cualquier día, y a punto ha estado de meterse en un buen lío. ¡Menos mal que nuestros mecanismos de alerta funcionan, porque ha podido darse de bruces con más de un cornudo!

Tales eran los riesgos reales, bien lo sabía el Director, que recibía con sorna tales informes. ¡Tiempo había pasado desde la famosa Transición, cuando los enemigos del Monarca le rodeaban! Sobre todo, en su propio Ejército, el de antes, que despreciaba en gran medida al Sucesor de Franco: muchos le consideraban un traidor a éste y a España, y las Autonomías habían sido sobre todo una fuente de desasosiego militar. Porque entretanto, para no darles tregua, ETA les golpeaba a ellos mientras Campechano pasaba sobre todos los problemas. Era el perfecto ejemplo de superviviente y así había salido bien librado, de las sucesivas crisis, como fue su propio 23-F, pero los esqueletos de su armario recordaban muchos desafíos pasados: el Síndrome Tóxico de la Colza o Alcácer, envites de Poder que no dudó en secundar, agrandando cada vez más esa Cloaca de Régimen. Porque todo deja rastros.

Yo no he creado este Sistema, por más que me llamen Jefe, sino que me adapto a él más bien.

Tal era su lema real y a él se pegaba, como los nobles de antaño a esos angulosos emblemas heráldicos.

Lo importante es evitar que nos hagan como a Pedro J, le recordaba, incluyendo a su escudero en ese hipotético nos hagan. ¡Era su gran obsesión! La trampa en que involucraron al Director de El Mundo, grabado por una prostituta en postura indecorosa: ella misma se prestó a la cámara mientras alanceaba a Pedro J, sin miramientos, con un dildo tan negro como ella misma. Una escena erótica que se salía de los límites del Kama Sutra y nos llevaba, más bien, a representaciones medievales de la lucha caballeresca contra el dragón. Y detrás de la trampa estaba el PSOE de los GAL, por supuesto, para ver si así le hacían desistir del uso mediático del escándalo, pero Pedro J no se había plegado al chantaje. Y entonces el vídeo, en efecto, se había filtrado por todos los sitios posibles, pero el Director de El Mundo llevó al Juzgado a los responsables: a nadie le agrada que se le vea en el catre con nadie, claro, pero mucho menos en pleno enema con zumbona amiga.

¿Se da cuenta, Majestad? Si Alday no fuera tan capillitas, y se hubiera expuesto a estos enredos sexuales, es posible que se hubiera librado de su bombazo. ¿No le parece?

Es lo que tiene follar sólo con tu mujer: si no te pueden joder con eso, con otra cosa lo harán.

El Rey hablaba por experiencia. Su archivo de escándalos de catre, en manos de un sinfín de chantajistas, incluía hasta vídeos más penosos que el de Pedro J. En uno de ellos, por ejemplo, un conocido transexual le usaba de trono en el sentido más popular del término. Sin duda alguna, la grabación más peligrosa de todas, aunque los consoladores y otros accesorios se repetían demasiado en ese argot. El problema era que sus propios guardianes de Inteligencia, a veces hasta sus amigos, se habían curado en salud con tales trofeos. Y luego estaban los recuerdos de otras divertidas aventuras, pruebas de su participación hasta en asesinatos. El armario prohibido del Bribón estaba tan colmado de esqueletos, de pecados inconfesables, que el día que reventase no sólo él, sino todo el Régimen que dirigía se iba a ir al garete.

Y ese cabrón de Alday pretende que lo pague yo todo de mi bolsillo… ¿Quién sería él si no fuera por mí, eh? ¡Este Estado lo he creado yo y esos chantajes, si me los hacen, es por ser quien soy! Cómo se nota que no le ha tocado estar en las duras, como a mí, y ser puteado por todos los frentes posibles… Si te digo la verdad, aunque sea otro impresentable, prefiero a Chávez y hasta a Mohamed, juntos, antes que a este chulo.

Hablando de Chávez, Majestad, hay novedades en Venezuela. Resulta que la oposición está realizando movimientos importantes, contra el Régimen de Chávez, y se ha consolidado todo un Frente común contra él. Esto está siendo organizado desde afuera, por la CIA fundamentalmente, y es de prever que sea explotado en un futuro próximo con acciones más contundentes.

¿Un Golpe?

Así es.

El Monarca miró al infinito, desde esa terraza soleada de Rabat. Y mostraba una pose afectada, como cuando oteaba reales horizontes de pelotazos. En sus gafas oscuras podía adivinarse el color azabache del petróleo, que el país caribeño atesoraba en su subsuelo, y sobre el cual planeaban desde siempre las rapaces de Washington… Pero también los intereses de las grandes compañías españolas, arremolinadas en torno a su campechano testaferro, que nadie dudaría que iba a secundar al Tío Sam en todo.

Bien. Por mi parte, no tengo inconveniente y estoy seguro de que Alday tampoco, pero habrá que ponerle un precio a nuestro apoyo. La Madre Patria está para algo, luego nos corresponde un pedazo bueno de la tarta, ¿no crees? Si somos putas y hacemos la cama, digo yo, lo suyo es que también cobremos.

Los avisos de estos tipos no son cosa de broma

Complejo Policial de Canillas, Madrid.

La infraestructura de ETA estaba bajo mínimos. El centenar de agentes de la Unidad, centrados en combatir a la banda, tenían cada vez menos trabajo que hacer: los comandos eran pocos y estaban bajo control, trufados de topos hasta la Cúpula, pero tampoco tenían mucho que rascar. ¿Qué se supone que habían de hacer, como terroristas, seguir la matanza aunque sus propias bases se opusieran? Y es que a esa debilidad manifiesta de la banda, a nivel de financiación y comandos, se sumaban otros factores como la creciente oposición de la calle. Y sobre todo, el hartazgo de sus propias bases sociales, para empezar su poblado colectivo de presos: ésos que se estaban arrepintiendo en masa y querían salir, abandonar esa secta de psicópatas. ¡La vaca de la coacción no daba más leche, los atentados eran escasos y una banda terrorista no puede vivir sin terror!

Tampoco un Estado, pensaba el Inspector, que apuraba a sorbos su hirviente café. Frente a él, su joven aprendiz tomaba el suyo, sentados ambos sobre las mismas mesas del despacho. La cantina del Complejo Policial era su única opción para no tomar el café en la oficina, pero al final era todo lo mismo: resultaba difícil desconectar de verdad entre esos muros del Complejo, Cuartel General del Cuerpo, donde trabajaban cientos de compañeros. Y más cuando se traían tan complicada Misión entre manos, Carlos y su Subinspector, que era un diamante en bruto para la Unidad. Un recién salido de la Academia, con poca calle, aunque suficiente para el caso, puesto que el Inspector quería modelarle a su imagen y semejanza.

Tú sí que conociste los malos tiempos, ¿eh, “Carlos”? Los “años de plomo” y todo aquello, cuando sobraba el trabajo por aquí…

Pues mira… Al empezar yo en la Unidad, en los días del Coronel Galindo, esto era como cazar ratas: había docenas de comandos operativos y en Guipúzcoa, por esos días, por cada uno que caía te sacaban otro en cinco meses. ¡Eran los buenos tiempos de ellos, cuando tenían gente! Pero también nosotros estábamos al lío y nos pusimos, con Galindo y un Gobernador muy bueno que teníamos, a desactivar comandos en serio… ¡Y mira ahora, cómo están! ¡Apenas tienen a setenta tíos, a lo mejor, y de aquella manera! Pocos de su entorno se quieren mojar ya, ¿y para qué? ¡Habiendo tantos trabajos “normales”, ya me contarás! Meterte en esa secta para llevar una vida de mierda y que te exploten, pero además de verdad…

El Subinspector rió lo que quería ser un chiste, aunque macabro. Y es que venían de enterrar al comando Vizcaya al completo, cuatro etarras que habían volado como Carrero, aunque en su caso por propia torpeza. Ésa era al menos la versión oficial, pero nadie en la Unidad se la creía y desde luego que ellos no. Las huellas de otros misteriosos compañeros se podían apreciar, aun en esa opaca forma de actuación: otros profesionales que actuaban de continuo, por encima y por debajo de su Unidad Anti-ETA, así como de sus homólogos la Guardia Civil. Otros agentes de otro Cuerpo, cuyo trabajo pasaba casi siempre desapercibido, y así debía ser cuando era su condición ser secretos.

Hay una cosa que siempre me he preguntado, “Carlos”, pero lo pienso mucho desde que estoy en la Unidad… ¿Hasta qué punto se puede decir que son nuestras, las investigaciones, y no de la gente del CNI?

Es fácil: todo tiene que ver con ellos, ¿vale? Antes, durante y después. Todos los Servicios de Información les nutrimos con nuestro trabajo diario para que ellos, por su parte, hagan lo propio con otros: enlaces de la CIA y otras agencias, que son los que mandan de verdad. Y aunque suelen informarnos de lo que van a hacer, cuando meten la mano en algún asunto nuestro, pues… No siempre lo hacen, ¿eh? No siempre… Pero hay una señal clara que te indica que están actuando, en un asunto determinado, ¿sabes cuál? Cuando veas que alguien desaparece del mapa de repente, de forma un tanto sospechosa, ellos suelen estar por ahí… ¿Entiendes lo que te digo? ¡No se andan con contemplaciones!

Ya veo, sí… Funcionan como la CIA, por lo que veo.

Para los medios que tienen, en comparación, yo creo que no lo hacen mal. Y verles, no les verás tanto, pero sí los efectos de sus acciones… Y a veces son cojonudas, ¿eh? ¿Te acuerdas de lo que hubo con los GEO, en Pasajes, hace ya muchos años? Yo todavía no había entrado en la Academia, pero es una historia legendaria: resulta que un comando de etarras se acercaba a la playa en un barquito… Habían salido de Francia y nuestros GEO les estaban esperando como en Normandía, ¿sabes? Con las ametralladoras a punto. Pues bien: luego se dijo que sí les dieron el alto y que los otros, al verse descubiertos, abrieron fuego a discreción, pero no es cierto. ¡Los GEO les metieron una somanta de tiros que hundieron hasta el barco, a tomar por culo esos cabrones! ¿Te das cuenta? Pues ahí estaba el CNI, directamente, coordinando esa Operación.

Como yo con el bueno de Aratz, con sus amigos del Clío, pensó el Inspector. ¡Órdenes son órdenes! Y si el CNI reclama los confidentes de uno, para una determinada Operación, no hay excusa que valga… Aunque sea para meterles candela.

Delante de él, su ayudante terminó de un trago su café. Era una mañana lluviosa en Madrid, de ésas que le hacían extrañar su Patria chica.

En el Sur no llueve tanto, ¿eh? Pero ya verás cuando te toque subir parriba… ¿Tienes alguna pregunta más, pequeño saltamontes?

Sólo una, “Carlos”: ¿hasta qué punto pueden estos tipos meter mano en lo nuestro? Me refiero a todo lo referente a la Misión…

En todo. ¿El CNI? Absolutamente en todo, pero no te preocupes: el Gobierno está muy por encima de ellos, claro, porque tampoco ellos van por libre ni mucho menos. Y no se te olvide una cosa: son el Presidente y Su Majestad, en último término, quienes están detrás de todo esto. De la Misión. Y recuerda que yo rindo cuentas, directamente, ante la gente del Gobierno. Y al Director del CNI lo puso el Rey, por su parte, así que te puedes imaginar… Estamos todos en esto.

Sí, ya me dijiste que estábamos con la élite. ¡Intentaré estar a la altura!

Lo estarás, joder, ¡por algo te he seleccionado! Tú sigue las reglas de oro que siempre te repito, obedecer y callar, y sobre todo sigue dándole caña a ese árabe: ya sabes que es un tema clave, para espiar a estos cabrones de moros, el que domines su puto idioma. Y cuando llegue el momento, no lo dudes: ascenderás como si tuvieras un misil bajo el culo.

Los dos funcionarios volvieron a sus ordenadores, uno enfrente del otro. Sobre el papel había poco que hacer, aunque siempre salía algo que revisar: la Misión era un monstruo que andaba solo, por medio de tantos polis y confidentes, pero alguien tenía que monitorizar sus pasos.

¿Qué va a pasar con el portero del puticlub? El asturiano.

Los amigos del CNI ya se están ocupando, para que no joda demasiado. El tipo ya puso su denuncia a “Pípol”, ¿no es cierto? Una circunstancia que vamos a explotar, por supuesto, pero es tiempo de que deje el camino libre y lo hará. Como acabo de decirte, los avisos de estos tipos no son cosa de broma…

Gijón, Asturias.

Si se te ocurre relacionar a Antonio con ETA, o volver a declarar algo sobre ese tema, ya sabes: eres hombre muerto.

Era una frase que no abandonaba a Fran desde que recibió esta advertencia, la otra noche, por parte de aquellos supuestos policías. Y es que era imposible discernir hasta de dónde provenía esa amenaza: ¿de verdad eran policías esos tipos? La actitud de la gente de la Comisaría de Gijón así lo apuntaba: lo primero, por no querer ni tramitar la denuncia contra Antonio por la dinamita… Pero sobre todo por esa publicidad que sí le habían dado al asunto, por otro lado, con el único propósito posible de amedrentarle. ¡Después de ese último aviso en el club, pensó, había llegado la hora de hablar con su jefe! Declarar a ese sujeto persona non grata.

Oye, jefe, creo que ya te habrán contado lo del tal Antonio: que le he denunciado y se ha enterado todo el mundo, aunque le puse esa denuncia de forma anónima…

Ah, bueno, respondió el dueño, que se encogió de hombros con una sonrisa: ¡allá tú con lo que hagas o lo que él quiera hacer! ¡Fuera de aquí, como comprenderás, no es mi historia!

Ya, hombre, pero no sé si sería lo suyo decirle que no venga más. Que no es bien recibido en el local. Es un tipo peligroso y creo que no te conviene tenerle aquí…

De eso nada, Fran: ¡si empezamos a hacer lista negra con los clientes, qué te voy a contar! ¡Nos quedamos solos tú y yo! Antonio es muy buen cliente y deja mucho dinero, cada vez que viene, así que olvídate: no puedo dejarle afuera.

Su jefe desapareció en la trastienda y Fran se dio la vuelta, para encontrarse con su mujer. Era evidente que había escuchado la conversación o parte de ella, sobre todo por el ceño fruncido que mostraba.

Fran, te lo pido por favor: ¡no quiero que te metas en problemas con nadie y menos con la Policía! ¿Vale? ¡Olvídate del tema!

Ojalá pudiera, cariño, pero es que son ellos los que me han metido en el asunto. ¿Y qué querías que hiciera? ¿Que deje de denunciar a unos tipos que me están insistiendo con sus cosas? ¡Me dijeron que le vendían dinamita a ETA, joder! ¿Qué se supone que tenía que hacer?

Pues no sé, pero ya ves lo que pasa ahora: ¡te has metido tú solo en un problema con esa gente y ya veremos cómo sales! Porque acuérdate de que estoy yo también, y nuestro hijo, ¿o no lo habías pensado?

¡Pues claro, joder, pero por eso lo he hecho también! ¡Por vosotros y por todo el mundo, que ese loco anda paseándose por Gijón con un cargamento de dinamita!

¡Bueno, Fran, pues que haga lo que quiera! ¡Que se ocupe la Policía, si quieren, y si no tú ya has dado el aviso! ¿No es cierto? ¡Pues ya está!

Fran se mordió la lengua y salió del local, decepcionado ante tanta incomprensión. Precisamente por denunciarles, pensaba, es que estoy teniendo estos problemas. ¿Y qué pretenden todos que haga? Si no denuncio, mal, pero si doy el paso, peor. ¿Puede ser que la Policía sea corrupta hasta ese punto? ¿Hasta llegar a venderle explosivos a los etarras?

Un blanco misil pasó ante él, a pocos metros por delante: las lechuzas compartían su horario con los porteros, con toda esa gente de la noche. Ajena a esos homínidos y sus bajas pasiones, sus tejemanejes, tan hermosa rapaz cazaría para alimentar a sus polluelos. Igual que hacían esas pobres mujeres a las que protegía, en su mayoría unas inconscientes, siquiera para discernir las consecuencias de su profesión. En su mayoría eran inmigrantes que destinaban a sus hogares el fruto de ese sacrificio que hacían, eso sí, sin desvelar de dónde salía el dinero de verdad.

Todo en la noche es una mentira, reflexionó. Y eso no cambia con la llegada del día…

Y tomó una rápida determinación, como había aprendido a hacer en el Ejército.

Mañana mismo voy a la Guardia Civil.

Una relación tóxica

Morata de Tajuña, Madrid.

¿Y ésta es tu maravillosa compra? No te enfades por lo que voy a decir, cariño, pero esta casucha deja bastante que desear…

¡Ya empezamos con las quejas! Si es perfecto para nosotros, Mirian, mira… ¡Mira qué finca tiene, para pasar unos días tranquilos! Y lo mejor es que está al lado de Madrid.

Nada más llegar, Mowgli recorrió su terruño con un breve paseo de reconocimiento. La hacienda era en efecto espaciosa, con sitio suficiente para echar a andar una granja, aunque la casita no le guardaba proporción: una sencillísima planta baja, rectangular, para una cocina-salón campestre, y sobre todo esto un cuarto que parecía una garita. Era imposible comprimir más un chalé, pero el marroquí lo medía según el estándar rural en que se crió. Porque la casita en cuestión no dejaba de ser lo que era, un depósito de mercancía y una trampa, hacia la cual atraer a potenciales objetivos de la Unidad.

¡Nuestro hijo se tiene que criar en el campo, joder, que los niños de ciudad salen todos maricones!

¿En esta casucha vas a meter a nuestro hijo? ¡Si no cabemos ni los dos! Aunque la finca es bastante amplia…

Claro, mujer, es que es la finca lo que vale… ¡Tenemos un buen terruño para construir lo que queramos aquí, el chalé que a ti te apetezca! Y de momento podemos disfrutar la casita, que no está tan mal…

Casucha, corrigió Mirian, no sin una sonrisa cabrona. Y se adentró en ella sin dejar de mirar cada detalle, entre curiosa y asqueada por el abandono. ¡Habrá que limpiar aquí, eh, pero a fondo! Tiene pinta de ser fresquita en verano, aunque en invierno te puedes morir… ¿Por qué no me consultaste antes de hacer nada? Se supone que estamos casados, ¿no?

Si no te gusta, no pasa nada. Siempre se puede revender, mintió Mowgli. Porque no le iba a contar en ningún caso la verdad: que esa finca era un regalo de la Policía y que no le había costado nada. Que ni siquiera era suya de derecho, de ninguna manera, cuando Carlos se la había cedido en préstamo. Un instrumento de trabajo para guardar en ella el hachís, pero también para marcar objetivos para la Policía.

Tampoco me vas a decir lo que has pagado por ella, ¿no? Sorpréndeme…

¡Qué más da, joder, si la he comprado con mi dinero! Tú sólo tienes que venir cuando te dé la gana y disfrutarla… ¡Nada más! A caballo regalado, no le mires los dientes, ¿no? Y hablando de animales, mira, pienso poner aquí unas gallinas y unas cabras… Y buenos perros que me la vigilen…

Mucho animal es eso, aunque los vas a cuidar tú, advirtió Mirian, que se dejó caer sobre un desvencijado sofá. Estoy tan cansada que soy capaz de dormirme sobre esta mugre…

Al echarse cuan larga era, sin querer, su esposa mostró su abultado escote. Y Mowgli reaccionó de inmediato, cuan largo se ponía su amiguito, y se plantó ante ella con su sonrisa de pillo.

Ahora que estás ahí, tengo una cosa que darte, le anunció. Y empezó a bajarse los pantalones, justo delante de su cara, pero Mirian no parecía por la labor.

Estoy cansada, Jamal, y además me vino hoy la regla… ¡Ya lo siento, hijo, pero te vas a tener que ir a follar una cabra!

En mi pueblo, en Tetuán, aún hay gente que hace eso, pero yo aún no las he comprado y entonces estoy tranquilo: ¡nadie se puede follar a mis animales!

Ni a tu mujer, ¿no me oíste? ¡Estoy con la regla!

El Corán dice que una mujer no se debe negar a su marido… ¿Sabías que sois es el único animal que sangra sin parar y no se muere?

El forcejeo que vino a continuación sería reñido, como siempre que peleaban, pues no era Mirian una mujer indefensa. Y le sacaba físico a un Mowgli que resultaba un pequeño mafiosete, aun aguerrido, pero es que ella tampoco se arrugaba. Al marroquí le gustaba que su mujer fuera así, le ponía a mil que fuera tan insumisa, aunque se pusiera en riesgo de un muy grave problema: según la Ley española, el delito de violación existía también en el matrimonio, y por supuesto que el de violencia contra la mujer.

¡Eres un bestia, gritaba ella, pero no había nadie a su alrededor! La aislada finca se encontraba en el medio de otras parcelas, aisladas a su vez, por lo que resultaba improbable que nadie les oyera. ¡¡Me haces daño!! ¡¡Para, cabrón!!

¡Estate quieta, joder, que va a ser un momento!

El forcejeo que vino a continuación sería reñido, como siempre que peleaban, pues no era Mirian una mujer indefensa. Al marroquí le gustaba que fuera así, le ponía a mil que fuera tan insumisa, aunque se pusiera en riesgo de un muy grave problema: según la Ley española, el delito de violación existía también en el matrimonio. (En la foto de la izquierda, la casucha de Morata de Tajuña)

Complejo Policial de Canillas, Madrid.

Aunque Mowgli no fuera consciente de ello, en su exilio campestre sí le estaban escuchando: cada movimiento por su parte era seguido y grabado por sus controladores, cuando la cabaña estaba llena de micrófonos. Pequeños artefactos colocados por la Unidad Anti-ETA para la que trabajaba, y que eran los verdaderos dueños de esa finca.

¡¡Será hijo de puta!!

El Subinspector no pudo seguir esa escucha. ¡Aquello era una violación en toda regla y no estaba dispuesto a ignorarla! Sin más dilación tomó su pistola y salió derecho de la oficina, hecho un basilisco, aun a sabiendas de que no llegaría a tiempo de evitar nada. Y ya había recorrido medio Complejo Policial, camino de su coche, cuando oyó la voz de Carlos a su espalda.

¿A dónde vas? ¿Ha pasado algo?

¡Pregúntaselo a tu amigo “Mowgli”, le respondió, sin detenerse en su carrera! El Inspector Jefe salió entonces tras sus pasos, porque su subalterno no atendía a sus llamados… Ni siquiera cuando le hizo constar su Rango.

¡En tu tiempo de servicio debes obedecerme! ¿Está claro? ¿Qué ha pasado con “Mowgli”?

Aferrado del brazo por su superior, y a sabiendas de que no le convenía rebelarse, el Subinspector se detuvo un momento.

Tiene que ver con su mujer, ¿no es cierto? ¿La ha vuelto a pegar?

Su subalterno le miró con sorpresa, pasmado de que estuviera al tanto y no hiciese nada.

Esos dos tienen una relación tóxica, ¿vale? Y en cualquier caso, como comprenderás, no podemos intervenir: ¡si hacemos algo ahora, o le llamamos, sabrá que le estamos espiando!

Y entonces, ¿qué pasa? ¿Hago como si nada y sigo escuchando? ¿Incurrimos en la omisión de perseguir delitos, nada menos que en una violación?

El Inspector le miró sonriente, con un brillo de satisfacción en la mirada.

Eres demasiado bueno, pero me gusta. ¡Olvídate de esos dos, joder! ¿No ves que a ella le va el rollo? ¡Si están siempre igual!

¿Cómo le va a gustar, “Carlos”? ¡Ella diciéndole que no y el otro venga, pegándola incluso…! ¡Te juro que voy a matar a ese moro de mierda!

Carlos se echó a reír, y acompañó a su subalterno a un rincón del aparcamiento. El Complejo Policial de Canillas era un punto muy sensible del Estado y entonces, además de estar vigiladísimo, resultaba un verdadero patio de vecinas: allí era muy difícil mantener los secretos.

No pierdas nunca esa ingenuidad o deja un poco, al menos, para cuando tengas mis años. ¡A ella le pone así, debe ser masoca, pero eso no es nuestro problema! ¿Vale? Lo nuestro es seguir a este anormal y utilizarle, que para eso le tenemos en nómina. ¡Y lo de esta mujer es estar con él porque sí, porque le gusta el rollo de la pasta y los malotes! Anda, vamos a tomar una cerveza y así desconectas un poco…

En una paradigmática licencia como funcionarios, aun en un Servicio tan esencial, se fueron a tomar esa caña y no en la cantina del Complejo. El manual de seguridad de las instalaciones, verdadero cerebro del Cuerpo de Policía, desaconsejaba que sus miembros merodearan por el entorno. ¡Así y todo, el Subinspector agradeció ese aire fresco y codearse con gente normal! Y es que la atmósfera de trabajo en la Unidad, aunque cordial por lo común, sí se veía enrarecida por las prácticas cloaquiles y el politiqueo.

Déjame pagar a mí, “Carlos”, que siempre me estás invitando.

Está bien. Ya que insistes…

En un disimulado movimiento, su superior sacó un fajo de la cartera y extrajo un billete que depositó sobre la barra. Y al ir a pagar él, a su vez, para invitarle en su lugar, el Subinspector observó cómo el resto de ese fajo iba directo a su bolsillo: ¡su propio bolsillo de la chaqueta!

Pero, ¿qué haces? ¿Qué es este dinero?

¡Pues qué va a ser, hombre, tu salario mensual! Y disimula un poco, joder, que parecemos tratantes de ganado… Esperaba dártelo más tarde, cuando terminases tu jornada, pero con el disgusto que te has llevado hoy… Creo que te animará un poco.

No puedo aceptarlo, respondió el Subinspector, que intentó sin éxito devolver ese fajo. Pero Carlos bloqueó su movimiento con la mano y le taladró, a la vez, con su autoritaria mirada.

Sabía que dirías eso, pero ya está bien de hacer el gilipollas: si todos lo estamos cobrando, por los riesgos y horas de trabajo añadidas, tú no puedes ser menos. Y es una orden que te doy, ¿estamos?

¿Qué coño queríais, oh, volar Avilés o qué?

20 de julio de 2001. Gijón, Asturias.

¡Buenas, Fran! Tengo novedades, pasa: he estado investigando a esos amigos tuyos, Antonio y tu banda. Y esa ganga de Saab que querían venderte…

Fran se adentró en el coche del Guardia, que era por supuesto de paisano, y se alejaron de su barrio por discreción. Se trataba de la segunda cita entre ambos, que pactasen la vez anterior, y es que el portero no estaba dispuesto a dejarse avasallar. Acuciado entre el miedo y el sentido del deber había puesto otra denuncia, esta vez en la Guardia Civil y con bastante mejor recibimiento, desde luego, que en la desconcertante Comisaría de Gijón. Todo lo contrario que ellos, por el momento, el Guardia Campillo se había tomado un gran interés en su caso, pero es que además le trataba con un respeto impresionante. Casi se podía decir que con admiración, sí, pues en el fondo no era para menos: no todo el mundo se decidía a meterse en líos, como hacía él, y todo a cambio de nada.

He comprobado lo del coche ése que te ofrecían: el Saab 9000. Resulta que pertenece a un catalán y fue robado hace dos meses… ¡Menos mal que no lo aceptaste! Seguro que era la trampa que esa gente necesitaba para tenerte bien cogido, ¿vale? Para que luego no pudieras traicionarles. Esta clase de mafiosos funcionan así, pero, ¿sabes qué? Esto sólo ha hecho que le demos más verosimilitud a tu denuncia: después de darle estos datos, mi Teniente se ha tenido que callar y mirarse el tema más en serio. Iban a contactar con los compañeros de la Nacional, de hecho…

Pues mira, me alegro, porque ya sabes lo que tuve yo con ellos… ¡En la Comisaría de Gijón me han dicho, directamente, que mejor ni vuelva por allí! Y no entiendo qué clase de rollo raro se traen, pero me huele todo fatal…

Sin dejar de conducir, el Guardia le miró de soslayo.

Si quieres que te sea sincero, la verdad es que llueve sobre mojado. Hay demasiados negocios turbios en torno a las comisarías, a las comandancias, ¡qué te voy a contar! Dicen que son sus confidentes, pero les tienen trabajando en la calle todo el día para ellos: camellos, proxenetas… ¡De todo! ¡Pero trabajando de puerta en un club, Fran, qué cojones, si sabes como nadie lo que hay!

¿Y qué hay del dueño del coche, del Saab, qué va a pasar con el paisano? Porque supongo que ahora irán a buscarlo, digo yo, para devolvérselo. Y que van a detener a Antonio, al menos, por ese robo comprobado de coche…

Sí, yo también lo supongo, pero vete a saber… ¡Como hayamos dado con un anillo corrupto de policías, olvídate! Están muy cubiertos siempre, desde Arriba, y sobre el coche… Me sorprendería muchísimo que lo encontrasen: a estas horas, enterados ya de tu denuncia, lo más probable es que esté desguazado y vendido por piezas. ¡Y eso si no lo han tirado al mar, por supuesto, o lo han quemado por algún sitio!

Fran volvió los ojos al suelo de ese coche, de paisano, como no podía ser de otra manera. ¡La conversación entera resultaba kafkiana, sobre todo, por la existencia de policías implicados! Eso sí, por el momento, gracias a Dios, la gente de la Guardia Civil sí le había respondido como se esperaba. ¿Por qué no sus compañeros de la Policía? Fran ya había hecho todas las cábalas posibles, a ese respecto, pero ninguna le encajaba del todo.

La única explicación que se me ocurre es que esta gente, Antonio y sus amigos, sean una especie de cebo para la Lucha contra ETA. Esto explicaría la impunidad con que se mueven, pero es que hay algo que no me cuadra de ninguna manera: todo el mundo sabe de esto, ¿oíste? Lo de la dinamita y por descontado lo de la droga… Y entonces yo veo imposible que una banda terrorista, medianamente seria, vaya a confiar en estos personajes. ¡La discreción no es su fuerte, que digamos!

¡Bueno! Cosas más raras se han visto, pero sí: la verdad es que es chocante la alegría con que van por ahí contando estas cosas… Y que quede entre nosotros, pero tengo que confesarte que los míos tampoco han movido mucho el culo para investigar nada… ¡No sé si es que no se lo creían, tampoco, porque es todo tan surrealista!

¡Ya te digo! Resulta que voy, denuncio a unos tipos que venden dinamita y coches robados… Y lo único que consigo, al menos de la Policía, es que vengan a mi trabajo a amenazarme. ¡Hasta el electricista sabía lo de mi denuncia! ¿Y qué se supone que tengo que hacer ahora? Porque yo estoy dispuesto a testificar cuando haga falta, pero, claro, esa gente sabe dónde vivo. Y tengo familia, ¿oíste?

El Guardia Campillo, no mucho más mayor que él, asintió con aire grave.

Te entiendo perfectamente. Yo también lo he comentado a quien he podido y mira: yo creo que ya hemos hecho todo lo posible. ¡La cosa ha llegado hasta los jefes de Policía de toda Asturias, de los dos Cuerpos, luego veo muy improbable que no se curen en salud respecto a ti! Y no estás solo, añadió, al alargar la mano hacia él. Una mano amiga que Fran estrechó con gusto.

Campillo era un paisano de verdad, un Guardia como Dios manda. Fran no se le imaginaba involucrado en ningún negocio turbio, como sí a compañeros suyos a los que había sacado del club, incluso alcoholizados. ¡Hubo un par de ellos que llegaron a estrellar el Patrol en el club, contra la fachada! Él mismo les sacó del vehículo como pudo, en fin, una vergüenza. Y muy al contrario que esos elementos, por fortuna, el Guardia Campillo sí le inspiraba la confianza que necesitaba.

Cuídate, Fran, y ya sabes: cualquier cosa que necesites, no dudes en llamarme.

Pues mira, ahora que lo dices hay otra cosa que no te he coementado: me gusta tu coche y ando buscando uno. ¿Me lo venderías?

¡Hombre, claro! ¡Y un par de cartuchos de dinamita! ¡Qué cachondo, el tío!

Campillo era un paisano de verdad, un Guardia como Dios manda. Fran (izquierda) no se le imaginaba involucrado en ningún negocio turbio, como sí a compañeros suyos a los que había sacado del club, incluso alcoholizados. ¡Hubo un par de ellos que llegaron a estrellar el Patrol en el club, contra la fachada!

Aeropuerto de Asturias. Proximidades de Avilés.

El entorno del Aeropuerto sirvió, en esa ocasión, para el encuentro furtivo con su infiltrado. Las cosas se estaban poniendo complicadas para quedar, con un Pípol cada vez más marcado, y ese paraje ofrecía unas condiciones idóneas para tales reuniones: los hampones evitaban los controles de seguridad de los vuelos y, por otro lado, los sitios de paso siempre son más anónimos.

No te preocupes por nada, Antonio. Te mandarán a Villabona[10], por supuesto, para que sigas cerca de los tuyos… Y de nosotros. Y no olvides nunca que la Misión continúa a cada minuto, que la cárcel es sólo otro frente más: esto es una partida a largo plazo, una Guerra silenciosa contra esos cabrones, pero ganaremos.

Eso está hecho, Comisario. En los Paracas aprendí disciplina, el saber esperar… Venceremos.

¡Ése es mi chico!

La cárcel iba a ser desde el principio, estaba hablado, un frente más en su Misión. Y es que no mucho después de la denuncia que Fran le puso en Gijón, y a pesar de los avisos, éste se empecinó en hacerse el justiciero. Y acudió varias veces a la Guardia Civil, testarudo como norteño que era, aunque no era fácil saber los motivos: tal vez por odio a ETA, tal vez por miedo a represalias por parte de Antonio y sus protectores… El caso era que el portero se había embarcado en una huida hacia adelante, por encima incluso de las corruptelas de la propia Policía, y así fue que acabó recalando en la Benemérita. Y Antonio y Emilio fueron a parar al Juzgado, por supuesto, pero fue la estupidez de su amigo el detonante último. ¡Atacados por tantos frentes, la Policía se había visto en la necesidad de hacer algo al respecto! De demostrar que de verdad perseguían a esos tipos, Antonio y su banda de mercachifles, pero al fin todo obedecía a una estrategia buscada.

¡Arriba las manos! ¡Policía Nacional!

Del Operativo consiguiente, por supuesto, Antonio ya estaba informado: su detención sería pura comedia y el escenario, ese callejón donde Emilio tenía casa y trastero, serviría para implicar a ambos en la faena. Apenas Antonio entró en esa bajera, camino de su trastero, varios policías se adentraron detrás de él. T le informaron de qué estaba acusado, en presencia de las mismas sustancias del delito.

¿Todo esto es tuyo? Tienes buen “chocolate” aquí, decía Manolón, el Inspector Jefe de Estupefacientes. ¡Como si no fuera ya obvio para los presentes, funcionarios también de Avilés, que Antonio era un agente encubierto!

Yo no sé nada de drogas, señores. Yo sé de coches, que es lo mío.

Antonio señaló hacia un rincón donde se apilaban herramientas, inocentes recambios de vehículos… ¡Fuera del local de trasteros, un creciente número de vecinos se congregó! Impresionados por ese despliegue policial, que copaba el callejón donde vivía Emilio, todos hacían de testigos para tan forzada escena: nadie pensaría que Manolón se encaraba, en escena teatral, con su propio compañero de trabajo.

Si el hachís no es tuyo será de ese personaje con el que andas siempre: ese tal Emilio.

O de cualquiera que se lo haya podido colocar aquí, ¿no le parece? Entrar a la bajera de otro paisano no es difícil…

Por supuesto que no: aquí estás tú para demostrarlo, ¿no es cierto? Porque si no, dime, ¿qué coño hacías tú aquí?

Yo venía a por unas llantas. Nada más.

Sí, ya sé a qué le llamas tú “llantas”… Y “CDs”, y más palabras clave para referiros a distintos estupefacientes. Pero eso se lo tendrás que explicar al Juez, ¿eh, “Pípol”? Ahora nos vamos a la Comisaría y me lo sigues contando allí…

¡Espere, Inspector, mire! ¡Tienen dinamita aquí!

Su uniformado subalterno levantó una plancha de hachís para descubrirle, justo debajo, voluminosos paquetes de dinamita. Y Manolón dirigió hacia allí su fisonomía, grande y gordo como era.

¡Me cago en la madre que les parió! ¿Dinamita? Pero, ¿por qué tenéis aquí todo esto? ¿Qué coño queríais, oh, volar Avilés o qué?

No sé qué es eso ni que hace ahí. Y no diré nada más hasta que vea a mi abogado…

¡Los cojones, tu abogado! ¡Llamad ahora mismo a Oviedo, anda, que nos manden a los Tedax!

¿Evacuamos el barrio, Inspector? ¡Hay mucha dinamita aquí, eh!

No por ahora: eso que lo determinen los Tedax, cuando lleguen, pero de momento no hay nada conectado… ¿No es cierto? Acordonad la zona, eso sí, el callejón por lo menos… Y llevaos a este señor a la Comisaría. Le interrogaremos allí.

Ya le metían al coche cuando Antonio vio aparecer, como quien se cae de un quinto piso, al bobo absoluto del Emilio. Pero su compadre se hizo el distraído, al ver aquello, y volvió a meterse a toda prisa en su portal. ¡Estaría drogado o con sus síntomas de loco, quién sabía, pues ni siquiera se había enterado del follón! Y eso que todo había transcurrido en la puerta de su casa, pero, ¿qué se podía esperar de un esquizofrénico enganchado a la cocaína?

Menudo personaje, pensó Antonio, que a duras penas contuvo una sonrisilla. Aficionado a esa buena vida que se pegaba, a expensas de su querido socio, Emilio no sólo aceptó su trastero como escondite de drogas: también toleró allí los cartuchos de dinamita, ¿por qué no? ¡Una cantidad de explosivo capaz de darles un buen susto a los vecinos, a él mismo el primero, en caso de que hubiera un accidente! Pero nada en la Operación Pípol era en absoluto normal, como tampoco lo fue el juicio consiguiente: el Fiscal Antidroga pasó por encima de ese pequeño detalle de la dinamita. Y decidió pedirles cuentas, tan solo, por la droga incautada en la Operación. ¡La Prensa se haría eco de tan extraña paradoja, que quedaría para los anales de la Historia!

Para José Emilio Álvarez Mazorras: diez años de prisión y multa de 218.000 euros, por delito contra la salud pública, y ocho años de cárcel por delito de tenencia, depósito y tráfico de explosivos.

Para Antonio Mauro Rostro, alias “Pípol”: diez años de prisión y multa de 218.000 euros…

Y no sólo a ellos dos sino también a Nayo, otro personaje de la banda al que Antonio había escogido por ser también manipulable: otro tonto útil que iría asimismo al trullo, como él. Porque lo curioso del asunto era que todo el mundo iría a la cárcel, al final, por una cosa o por otra… ¡Todos menos Emilio! Y eso que la Operación misma había empezado por una dinamita hallada en su trastero, pero él ni siquiera iba a pisar el patio de la cárcel… ¡Era lo lógico! Y no fue la única irregularidad: Antonio fue de inmediato a prisión, pero su piso ni siquiera fue registrado… ¿Qué sentido tenía nada de eso? ¡Era tan evidente que alguien les protegía! Y sobre todo a Emilio, por supuesto.

Aficionado a esa buena vida que se pegaba, a expensas de su querido socio Antonio (a la izquierda), Emilio (a la derecha) no sólo aceptó su trastero como escondite de drogas: también toleró allí los cartuchos de dinamita, ¿por qué no? ¡Una cantidad de explosivo capaz de darles un buen susto a los vecinos, a él mismo el primero, en caso de que hubiera un accidente!

¿Para qué querrán al tonto éste? No entiendo a qué viene tanto interés, razonaba Antonio. ¡Si no es más que un pobre demente!

De momento, lo que sí tenía claro era que a él le esperaba una buena temporada en prisión, y el Comisario de Avilés se despidió de su informante con un sentido abrazo. ¡Como si no fuera por ambos sabido que aquello sería, en realidad, una penitencia más que relativa!

Ya sabes que esto estaba en el guión, “Pípol”: tómatelo como una faceta más y un aprendizaje, pero sobre todo has de hacerlo por la Misión. Y tómatelo sobre todo como una especie de vacaciones, porque vas a descansar de muchas cosas que tienes aquí afuera…

Aprovecharé el tiempo para hacer contactos: dicen que la cárcel es la universidad de todo mafioso y yo no podía perdérmela.

Un avión despegó en esos momentos, a escasos metros de donde se encontraban, y apagó con su estruendo esos retazos postreros de conversación. La tarde moría ya y con una última mirada, llena de melancolía, el Comisario se despidió de él. Para Pípol era bastante obvio que el pobre hombre vería en su infiltrado mucho más que eso: su actitud hacia él revelaba un afecto más personal, como si fuera un hijo del que se sintiera orgulloso. Y es que el Comisario había perdido a su único varón por la heroína, hacía ya muchos años, así como a una multitud de compañeros asesinados. Desde entonces, el hombre vivía instalado en la melancolía y su único consuelo parecía ser ganar su Guerra: derrotar al terrorismo de esa forma tan peculiar, parecía mentira, metiéndose de lleno en el negocio de las drogas para utilizarlo.

¿Y tú, Antonio? ¿Cuál es tu consuelo cuando acabas tu batalla o, mejor dicho, cuando apenas ha empezado? El infiltrado no sabía cómo responderse a sí mismo o, más bien, no se decidía a hacerlo realidad. Tras su detención se le suponía preso y, de hecho, apenas salía de casa, pero era su última noche afuera y no estaba dispuesto a desaprovecharla. El hombre de hielo también necesita un poco de calor… Y me espera una buena temporada a la sombra.

Dispuesto a romper alguna norma, pues creía merecerlo, Antonio subió a su coche y marchó al único lugar donde le apetecía estar. Y como Inés no le cogía el teléfono, de camino a la casa de ella, decidió presentarse sin más… Pero encontró su puerta muy fría.

¿Qué haces aquí? He leído lo tuyo en el periódico, Antonio, lo de tu arresto, y no quiero verte más. No comparto esa vida que llevas.

Espera, Inés, ¿por qué no me dejas hablar contigo? Paso un momento y hablamos. ¿De acuerdo?

Desde la seguridad de la ranura de su puerta, con la cadena puesta como si fuera un delincuente, Inés le devolvió una mirada de póker… Pero accedió a su petición y le franqueó el paso, eso sí, quedándose clavada en el vestíbulo. Estaba muy guapa y más en esa ropa… Esa poca ropa de andar por casa.

Venía a despedirme: mañana empiezo mi condena.

Su amiga meneó la cabeza, los ojos llorosos por la sincera decepción que sentiría, pero no podía contarle la verdad. Ni aun para colarse entre esas piernas, tan deseadas, que se descubrían casi enteras delante de él.

¿Por qué has caído en esto, eh? Hasta hace no tanto eras un chico encantador, con tu trabajo entre comillas normal… Y estabas lejos, sí, pero por una buena causa. Porque era el Ejército, claro, pero ahora… ¡No entiendo qué te ha pasado!

Tampoco es fácil de explicar, mi niña. Y tampoco tengo tiempo… Sólo quería despedirme de ti, nada más. Pasar esta última noche contigo… Pero si no estás de acuerdo, me voy.

Por toda respuesta, Inés cerró la puerta… Con él adentro.

De acuerdo, quédate. Pero que sepas que es la última vez.

Dispuesto a romper alguna norma, pues creía merecerlo, Antonio subió a su coche y marchó al único lugar donde le apetecía estar. Pero encontró su puerta muy fría. Desde la seguridad de la ranura de su puerta, con la cadena puesta como si fuera un delincuente, Inés le devolvió una mirada de póker. Estaba muy guapa y más en esa ropa… Esa poca ropa de andar por casa.

Como cuando sales de la cárcel, que me tengo que enterar por tus amigos.

Monte Archanda. Bilbao, Vizcaya.

Como buen infiltrado que era, con disciplina policial, Mowgli esperó a su controlador en el sitio y la hora indicados. Aparcado en una cuneta del extrarradio bilbaíno, con buena visibilidad para evitar una emboscada, el marroquí aguardaba a Carlos sin prisas. Para eso era su jefe y no le pagaba por horas, sino con la lucrativa impunidad del confidente: Mowgli tenía permiso policial para traficar con todo, claro estaba, a cambio de su valiosa información… Pero también de unos suculentos porcentajes sobre las ventas. Sobre todos y cada uno de sus negocietes clandestinos.

Aquí llega este cabrón…

La berlina de Carlos le adelantó, sin previo aviso, y fue a aparcar a escasa distancia de la suya. Era la señal convenida y Mowgli salió de su coche, como si fuera a dar un paseo, pero se metió en el vehículo de paisano del Inspector.

¡Qué bueno verte por Bilbao, “Carlos”! ¡Se echaba de menos ver al jefe a pie de obra!

Un buen jefe ha de saber delegar, “Mowgli”, y tú eres un tipo competente. Además, ¡tú qué sabes! ¡A lo mejor vengo por aquí más de lo que te crees, que otra cosa es que ni tú ni nadie os enteréis! ¿No te parece? La Policía no avisa y yo menos, ¿o ves alguna sirena en este coche? A ver, dime: ¿para qué querías verme?

El marroquí observó un momento ese flamante coche de paisano. Tan de paisano que provenía del concesionario asturiano de Pípol, siendo el propio Mowgli quien lo había trincado en persona. Mejor dicho, por supuesto, adquirido por esa banda de paisanos suyos: marroquíes a los que había especializado en estos trabajos de cerrajería, los cuales complementaban con el constante trapicheo de drogas. Por su parte, a una más que prudente distancia, el taimado Inspector manejaba todo el percal bilbaíno… Un control que ejercía desde su lejano cuartel de Madrid, claro estaba, porque un buen jefe ha de repartir las responsabilidades entre sus subalternos.

Este “pepino” me suena de algo. ¡Tiene usted buen gusto para los carros, eh!

Déjate de gilipolleces, “Mowgli”, y cuéntame qué ha pasado. Querías hablar conmigo, ¿no es cierto?

Sí, jefe… Estoy teniendo problemas. Nada que no pueda controlar, pero a lo mejor podía usted ayudarme…

¡No todo iba a ser un camino de rosas para el traficante! Para empezar, la pasta entraba en caja a una velocidad pasmosa en Vizcaya: ¡había dinero de sobra para gastar y mucha fiesta por allí, por lo que la droga corría con alegría! ¿El gran inconveniente? Que era un negocio que daba de comer a mucha gente y no sólo a las etnias[11] habituales, que eran las mismas que movían el negocio por todo el país: también y sobre todo a una banda organizada que contaba, para todo, con un importante respaldo político. ¡Los luchadores de la libertad vasca cobraban cara una protección feudal que al fin, a la hora de la verdad, funcionaba sólo con ellos! Y esto no era todo: cuando acababa de pagar a todo el mundo, como era lógico, Mowgli aún debía comparecer ante su controlador para rendir cuentas. No sólo para transmitir sus soplos sino también para abonar las correspondientes vacunas, buenos pellizcos que Carlos se ocupaba de redistribuir entre sus compañeros.

La Misión se financia a sí misma, le había explicado el Inspector, en una de sus contadas confesiones sobre el tinglado que tenían montado: tenemos a mucha gente trabajando en esto y hay nóminas policiales que no pasan por Hacienda, ¿entiendes? Y para limpiarte el territorio de competidores, sin que toquen en cambio a tu gente, aquí hace falta soltar “la panocha”…

Pero no era la panocha a distribuir ni la Poli, ni la ETA, el origen del verdadero problema de Mowgli.

Mira, “Carlos”, ya te he dicho que no es la Poli lo que me está dando guerra: ellos sí me dejan trabajar y a los de ETA, para que tampoco se metan, les paso su buena pasta también. Como me dijiste. Es la única manera de que me den confianza, además, para poder arrimarme a ellos y sacarles la información. ¡El problema son esta gente, ya sabes…!

¡Sí, dímelo a mí! Los irreductibles de siempre…

No era una historia nueva para nadie. Los clanes gitanos no estaban dispuestos a dejar que unos moros de Madrid se hicieran los amos, de la noche a la mañana, sin más derecho que su propio atrevimiento… O la protección especial de la pestañí, o de María Santísima… Estaban en juego las alubias de sus hijos y hubo sus más y sus menos con esa gente, tanto que mandaron al primo de Mowgli al hospital. Y así y todo, al narco morono se le ocultaba una obviedad: que por detrás de estos bárbaros había un enemigo oculto, un hueso duro que constituía el verdadero problema.

Claro que no son los gitanos el problema, “Mowgli”, sino la gente que tienen por encima. Los clanes mercheros son la verdadera lacra de aquí, te lo dije desde el principio, aunque al final no hay que preocuparse tanto por ellos: de toda la vida controlaron el cotarro para nosotros, avisándonos de cualquier movimiento que supieran de los etarras, y es por eso que muchos se han quedado por el camino…

Pero, entonces, ¿por qué nos atacan? ¡Nosotros también trabajamos a vuestras órdenes y ahora tengo a mi primo en el Hospital, por una paliza que le han dado!

Lo sé. Piensa que soy el primero en enterarme de estas cosas, respondió Carlos, con esa sonrisa sardónica que siempre le llenaba de inquietud. ¿Y qué más sabría su controlador sobre esos clanes, esos energúmenos que le buscaban la ruina, como ellos mismos gustaban de decir? El Inspector le acababa de reconocer que les tenían a su servicio, igual que estaban él mismo y su banda de marroquíes. Y entonces: ¿de qué iba toda esta historia, al final?

No me fío de ninguna de esas sabandijas, “Mowgli”, esos mercheros de los cojones: tan pronto informan para nosotros como entran en tratos con los de ETA, ¿me entiendes? Uno llega a no saber con quién cojones están, realmente, pero es obvio que los mercheros están utilizando a los gitanos para meterte presión. ¡El negocio es el que es y al entrar tú, que ni siquiera eres de la zona, has dejado a mucha gente afuera! Y en el mundo de la droga, qué te puedo contar, ya sabes que la competencia no es sana, luego es lógico que defiendan su territorio como sea… Y además, piensa una cosa: si te dan problemas, esto conviene a la Misión, porque eso hará que los etarras confíen en ti. Si los gitanos os mantienen a raya y nosotros no intervenimos, como te puedes imaginar, esto logrará despistarles. ¿Entiendes? Hará que piensen que no estamos juntos. ¡Así que tú aguanta como un hombre, no hay otra, que ya se acostumbrarán a verte trabajando por aquí!

Aguanta, sí… ¿Hasta que me maten?

¡No seas quejica, hombre! ¿No eras tan duro? Si quieres un consejo, qué te puedo decir, una buena manera de que os dejen en paz es emparentar con ellos: que tu gente se case con chicas gitanas o mercheras. ¡Los marroquíes tenéis costumbres parecidas y hay chicas muy guapas, piénsalo!

Carlos le dio una palmada en el hombro y su confidente le devolvió una sonrisa, más de chino que de marroquí, pero el Inspector no estaba para más charla.

Tengo que irme, “Mow”, pero seguimos en contacto. Como podrás imaginar, este tema tuyo es una patita más, en la Lucha contra estos cabrones de ETA, y he venido a Bilbao a hacer muchas cosas. ¡Ya nos veremos, amigo, por aquí o por Madrid!

O en el Cielo, a lo mejor…

El marroquí se bajó del coche para ir hacia el suyo. Un no menos imponente BMW que le esperaba, a pocos metros de esa misma cuneta, para llevarle por fin a su casa. A ver a su familia en Madrid, su mujer y su hijo, y atender sus propios asuntos en la Capital. ¡Llevaba dos semanas seguidas sin salir de Bilbao y estaba hasta los huevos, sobre todo después de la paliza que le habían dado a su primo! Y ya estaba junto a su vehículo cuando Carlos paró a su lado, acaso para un último comentario de despedida.

Si te tienes que cargar a alguno de ésos, para que os tomen en serio, no dudéis en hacerlo: a nosotros nos viene bien para infiltraros y además, ya sabes, conmigo las penas se reducen bastante. ¿Qué te voy a contar de mis beneficios penitenciarios?

Mowgli se echó a reír. La verdad, no era tan mala idea, aunque le preocupaban más las consecuencias directas del asunto: mercheros y gitanos no se andaban con chiquitas, estaba claro, a la hora de impartir pronto-justicia. ¡Cuánto más si tocaban a su sangre!

Igual me traigo a más hermanos de Madrid, jefe: estos cabrones son más que nosotros y si me descuido, cualquier día de éstos, nos liquidan a todos de un plumazo…

Pues tráete a los que quieras, respondió Carlos: ¡si son moros lo que sobra en Madrid! Y no es que sea racista, ¿eh? Es por repartir un poco el trabajo, ya sabes, con los compañeros de la Ertzanza…

Por si no tenía ya cosas en qué pensar, cómo no, su amigo Policía acababa de sugerirle alguna más para el camino. Mowgli había acudido a él para que le ayudara, pero su controlador le había dejado con más dudas que las que traía: ¿hasta qué punto protegía Carlos, también, a esos mafiosos mercheros? Mejor dicho, como hacía con él, ¿hasta qué punto no se servía de ellos a escondidas? ¡Qué fácil era dirigir todo el cotarro desde una oficina de Madrid, o paseándose en un cochazo por Vizcaya, pero siempre sin mancharse los zapatos de barro! Para eso estaba él, desde luego, Mowgli y su banda de pringaos marroquíes. Después de todo, razonaba el confidente:¿a qué más podían aspirar? Era innegable que tenían un chollo a cuenta de Carlos.

Al llegar a su coche, el traficante vio que tenía varias perdidas de su mujer, así que se apresuró a llamarla.

¿Qué ha pasado con tu primo? Menuda paliza le han dado, ¿no?

¿Cómo sabes tú eso?

No solía compartir ningún detalle con ella sobre sus negocios, mucho menos sobre su turbia relación con la Policía, pero Mirian parecía de pronto muy informada.

Me lo ha contado su mujer, que me llamó el otro día llorando… ¡Porque sí espero a que me lo digas tú, Jamal, me pasa como cuando sales de la cárcel, que me tengo que enterar por tus amigos!

No quería preocuparte, ¿vale? Prefería decírtelo en persona, para que vieras que estoy bien. Que no pasa nada.

¡Eso díselo a esa pobre mujer! Y encima le tienen allí, a cuatro horas de viaje de su casa… ¿No podríamos llevarla algún día a Bilbao, que le vea por lo menos? Tú vas y vienes mucho, de allí, y como está en el Hospital…

¡Ni de coña! Ella no viene y tú menos, ¿me entiendes? Es peligroso para vosotras, ¿no lo ves?

¡A ver, que ya sé que han sido los gitanos, hijo, pero…! No sé… ¡Que es su marido!

¡Eso es, su marido, y él mismo la ha dicho que no la quiere ni ver por allí! ¡Pero ahora va, la muy lista, y te quiere liar a ti para venir las dos juntas! Pues de eso nada, ¿me oyes? Ya te lo explico yo cuando llegue a casa.

Mowgli colgó, sin esperar respuesta, pero apenas había arrancado cuando el móvil volvió a sonar.

¿Qué cojones quieres?

Que estoy aquí.

¿Aquí, dónde?

Pues aquí, en Bilbao. Que me he venido con esta chica, porque me daba mucha pena y estamos aquí… En el Hospital…

¿¿Me estás vacilando, Mirian?? ¡¡Me cago en…!! ¡Está bien, quédate ahí, que ahora llego!

El marroquí emprendió la marcha, a través del laberinto de callejuelas del Gran Bilbao. Y recorrió como un rayo el paisaje industrial y verde, esa extensa periferia, pero sólo podía pensar en la cabrona de su mujer: ¿para qué coño se metía en sus asuntos? Entre el amor y el odio que le producía, entre las ganas de pegarla y de follársela, Mowgli subió las escaleras del hospital a trompicones. Directo a la habitación de su primo Rashid. Y una vez abrió la puerta, como impulsada por un resorte, Mirian se levantó de un salto y se plantó frente a él.

¡Mucho cuidado con montarme ningún número, Jamal, te lo pido por favor! Que mira dónde estamos…

El marroquí contuvo su rabia, aunque era difícil. Al percal que tenía allí montado con su primo, machacado a golpes y hasta apuñalado, se unía esta intolerable intromisión de esas mujeres. Y más en concreto de su mujer, por supuesto, cuando a la esposa marroquí de su primo jamás se le hubiera ocurrido. Esto me pasa por casarme con una española, pensó, aunque en el fondo no la cambiaba por nadie.

¡El número lo estás montando tú sola, joder, viniendo a donde no se te ha llamado! ¡Y es culpa tuya, añadió, en árabe, al dirigirse a la esposa de su primo! Una jovencita con velo que bajó los ojos, sumisa, ante su dedo acusador de capo. Allí nadie desafiaba su autoridad, para empezar su vapuleado primo, o mejor dicho nadie salvo Mirian. ¡Tal vez por eso la quería tanto, aunque le pusiera a prueba de esa manera! Un amor al que ayudaban las faldas que gastaba, la muy zorra, luciendo esas pantorrillas y ese escotazo.

Ha sido mi decisión, ¿vale? No veo normal que no puedan verse estos dos, con lo que ha pasado… Por eso la he traído.

¿No lo ves normal? ¡No lo ves normal, repitió Mowgli, fuera de sí por un momento! ¡A lo mejor es porque no tienes ni puta idea de la que tenemos aquí liada, maja! ¡Y entonces vas y la traes aquí, para que os fichen a las dos esos cabrones, y puedan luego haceros daño! ¡Muy bien, Mirian, muy bien, eso es lo que estás consiguiendo!

¡Bueno, hombre, que estamos en España! ¡Ni que te estuviera siguiendo la ETA!

¡La ETA, sí! ¡Mira, Mirian, déjame tranquilo y no me toques la polla! ¿Vale? ¡Porque me estás tocando la polla!

¡Y tú a mí!

Mowgli salió de la habitación, y contuvo como pudo el impulso irrefrenable de abofetearla. ¡La muy insolente no tenía ni puta idea de lo que estaban arriesgando allí, rodeados de clanes delictivos y hasta de los propios etarras! Un trabajo delicado del que no podía hablarle, por supuesto, pero volvió a entrar para decirla otra opinión que no quería guardarse.

¡Y encima me vienes así vestida, joder, como una puta de la Montera[12], para que te vean todos los médicos y se pongan tó cachondos! ¿De qué vas, hija, de qué vas?

¡Mira, Jamal, tranquilízate porque estás montando el pollo y no es el sitio! ¿Vale? ¡Que sólo hemos venido a ver a Rashid y cuando acabemos, si quieres, nos volvemos a Madrid!

¡Eso es, nos volvemos, pero de una puta vez! ¿Me oyes? ¡Ahora mismo! Y tú también, añadió, de nuevo en árabe, al dirigirse a la mujer de su primo.

¡No, ahora mismo nos vamos tú y yo, pero a hablar afuera! Porque estás como loco y este hombre necesita descansar, añadió, al volverse a esa otra pareja: ¡luego volvemos, amores!

El matrimonio hispano-marroquí bajó a la calle y fueron directos al coche, donde siguieron la discusión un poco más, pero ya con Mowgli como sujeto pasivo de la bronca. El hombre de la casa ya se había desfogado con las palabras y ahora sólo pensaba, cada vez con más ganas, en soltar el lastre de otra manera. De momento, sin embargo, lo único que había conseguido era hacer llorar a su esposa.

¡Encima de que vine, también, con la ilusión de darte una sorpresa…! Y mira cómo me has tratado, llamándome puta delante de tus primos… ¡Eres un cabrón!

Perdona, mujer, pero es que me preocupaba tu seguridad… Estaba tenso con lo que ha pasado, ya me entiendes, por lo de mi primo… Si quieres, mira, nos vamos a cenar a un sitio que te guste a ti.

Ahora era el turno de Mirian, de cantarle las cuarenta, y él se dejó a sabiendas de que podía peligrar su recompensa. ¡Después de todo, un buen matrimonio consiste en saber ceder, y a fin de cuentas se entendían! A golpes, sí, y a gritos, pero al fin y a la postre se entendían.

Está bien, cariño, nos quedaremos hasta mañana… Lo que tú digas, bonita, decía Mowgli, con ella a horcajadas sobre él, en una improvisada pero muy placentera reconciliación. ¡Poco les importaban las personas que pasaban, ahí afuera, mientras Mirian le sacaba en el coche todo el veneno! Y por supuesto que poco le importaban ya los gitanos, los etarras y el cabrón manipulador de Carlos…

Mina Conchita. Belmonte de Miranda, Asturias.

¡¡Joder, Emilio!! ¡¡Te he dicho mil veces que así no se pica, coño, que te vas a cargar la herramienta!!

El aludido se detuvo en su tarea, por un momento, pero luego siguió erre que erre como hasta entonces. Y entonces, el capataz de la mina, que no toleraba esos desafíos en sus empleados, elevó la voz para imponerse sobre el ruido del taladro. Y Emilio hizo de nuevo oídos sordos. Agotada la diplomacia, por fin, su superior trató de arrebatarle a las malas la herramienta, pero esto sólo empeoró las cosas: Emilio la soltó de mala gana y la trifulca fue ya inevitable, entre los dos trabajadores, diferenciados por una clara jerarquía.

¡¡Me tienes hasta los cojones, clamó el capataz, al ser separados por compañeros!! Ya habían cambiado varios golpes cuando quisieron intervenir, pero era obvio que los dos quedaron con ganas de más. ¿¿De qué cojones vas, eh??

¿De qué vas tú, oh? ¿Por qué no me dejas traballar?

¡Porque eres un anormal! ¿Oíste? ¡No tién ni puta idea!

¡Pues hazlo tú, cabrón, en vez de pasearte por toda la puta mina! ¡Y conmigo cuidado, eh! ¡A mí no me vuelvas a poner la mano encima porque…! ¡Tú no sabes quién soy yo!

¡Si sábelo ya todo Asturias, lo que eres! ¡Lo que no sé es qué coño haces aquí!

La pelea había terminado, aunque también, como era de esperar, la permanencia de Emilio en esa mina. Y apenas hacía tres días que se había reenganchado, tras seis largos meses de baja psiquiátrica. Pero es que José Emilio no tenía ni ganas de estar allí, en efecto, sino que era más que nada un empeño de Antonio. Y también de sus padres, por su lado, coincidentes todos en que debía mantenerse ocupado, aunque había un interés particular en el caso de su socio.

Si no sigues en la mina, le había explicado, no podremos convencer a los etarras de que me compren el material. Porque yo no puedo decirles de dónde lo saco, ¿me entiendes? Y entonces, de cara a la galería, necesito que estés en activo. Has de trabajar en alguna mina, Emilio, aunque sólo sea para aparentar: ¡no son tontos y el Norte es un pañuelo!

Esa tarde, en cambio, su cuñadísimo firmaba su finiquito en la puta mina por segunda vez ese año. Y lo hacía con sus padres en el pensamiento, pero, sobre todo, mortificado por lo que pensaría Antonio, al considerar la decepción que se llevarían todos y él en particular. Y como si fuera una traca de despedida, lo último que escuchó por allí fue el estruendo de la dinamita y luego, al alejarse hacia el coche, el rumor sosegado del Narcea.

Lo más probable es que acabe en una cuneta con dos tiros.

25 de julio de 2001. Ministerio del Interior, Centro de Madrid.

¡Feliz Día de la Patria, Secretario! ¡Y con regalo de ETA para celebrarlo!

El cruel comentario se refería a un nuevo accidente de la banda, un explosivo percance que segó la vida de una joven etarra: Idoia había muerto la tarde anterior, en un apartamento de Torrevieja, al estallarle entre sus manos[13] el petardo que preparaba. ¡El fiero bombazo arrojó su cuerpo reventado a la calle, acompañado de una lluvia de cascotes! La fachada del piso se derrumbó y su tronco apareció en la piscina, irreconocible como los de tantos infortunados… Y su compañero de comando y de catre, en esa romántica escapada terrorista, salvó el pellejo porque se encontraba fuera de la vivienda. La Policía le buscaba ahora por todas partes, aunque sin éxito por el momento.

¡Que se joda, la cabrona! Lo peor es que casi se lleva a unos niños por delante, dijoun General, de la Benemérita, que comandaba la Inteligencia de este Cuerpo. ¡Sería mejor que no jueguen con petardos si no saben, estos niñatos, porque se pueden hacer daño!

¡Por favor, General! Recuerde que el honor es nuestra divisa. Y nosotros no somos como ellos, dijo el Secretario, que le echaba más cara que espalda a la situación. Porque tenía gracia que él, como jefe absoluto de cloacas, pudiera reconvenir a nadie sobre Moral.

¡Hace falta ser hipócrita, se dijo! ¿Acaso te crees mejor que ellos, Iñaki? En esta Cloaca tan marrana nadie tiene las manos limpias, no esa pobre chica ni muchísimo menos tú, que no eres más que otro terrorista y de los peores… ¡Antes justificabas, con el PNV, recogiendo las nueces que podías! Ahora directamente ejecutas, cual verdugo, y a ésos mismos que antes defendías, pero sigues recogiendo nueces.

Dentro de que no era una noticia tan trágica, habida cuenta de que luchaban una Guerra, lo peor para el Secretario era la edad de la muchacha. Apenas unos años más que el mayor de sus hijos, tan vascos como ella, y justo los mismos que su tierna amante[14]: una lolita madrileña de la que se había encoñado, a partir de una relación profesional, siendo sus citas cada vez más recurrentes.

¿Y no podían dedicarse a follar y tomar el sol, seguía el General, como hacemos todo el mundo cuando vamos a Alicante? ¡Qué pena de chavala! Y ahora nos podemos preparar para la parodia de esta tribu de enfermos: que si es una mártir, que si gora, Euskal Herría…

Lo más sorprendente de todo, pensaba el Secretario, era que realmente había sido un accidente. Y es que resultaba ya raro que se produjera una explosión en España, aunque fuera de gas, que no estuviera monitorizada por las Fuerzas de Seguridad. Unos eficientes fontaneros que ya se encargarían luego de repartir culpas, para los moros o para el vecino del quinto.

¿Qué toca hoy, compañeros? ¿Otra ronda de etarras y moritos?

¡Pues claro, joder! Para hablar del Barsa-Madrid te vas al bar, ¿no?

Era una reunión al Más Alto Nivel y pocos los elegidos, uno por cada gran Cuerpo de Seguridad, presididos todos por el Secretario de Estado: el Gran Mando Político del Ministerio del Interior, justo por debajo del Ministro, supervisaba en nombre de éste las grandes operaciones en curso. Y a su Cargo, el Comisario General de Información, por parte de la Policía Nacional, igual que su homólogo de la Benemérita. Pero era entre todos el Director del CNI, como Líder Operativo indiscutible, quien llevaba la batuta de lo que se hacía sobre el terreno: sólo el Secretario de Estado podía rectificar sus directrices generales, como superior directo a las órdenes del Gobierno, y así era que él presidía estos cónclaves.

El Director del CNI parecía sacado de una película de James Bond. Con su traje siempre impecable y su estilo de dandi italiano, auténtico zorro plateado, nadie diría que acababa de emerger de una Cloaca.

Si les parece bien, caballeros, recapitulemos un poco porque tenemos muchos frentes abiertos. Como decía el contratista que me hizo la reforma de casa: “hay que concretizar”.

“Concreticemos”, pues, accedió el Secretario. ¡Un Generalísimo de la Seguridad Nacional amamantado, quién lo diría, por el separatismo vasco densolera! Hoy en cambio, caído del caballo peneuvista por gracia del PP, lideraba a esos Cuerpos que tanto oprimían a su Patria chica.

Si mi padre pudiera verme, pensaba, en esta sala y con estos señores… ¡En primer lugar, qué cojones, de momento el pobre hombre alucinaría!

El Director del CNI, por su parte, resultaba su auténtica antítesis en todo. Para empezar, su aspecto de dandi latino contrastaba con la penosa apariencia del Secretario: un ogrete que era todo lo feo que se puede ser y con un tamaño, además, que le hacía destacar sobre el resto. Al contrario de él, el Director de la Inteligencia provenía de un linaje mallorquín de funcionarios, siendo su padre un Coronel de Infantería. ¡Qué diferencia con su propio progenitor, orgulloso enemigo de la Unidad de España! Pero si en algo se parecían los dos, desde luego, era en la chulería tan típica de sus lugares de origen: una llaneza que facilitaba mucho la comunicación, sobre todo, en un asunto tan sensible como la Lucha Antiterrorista.

Caballeros: nuestras dos grandes operaciones están entrando en sus fases definitivas, en estos momentos, atacando las dos grandes amenazas en presencia.

El Director del CNI se acercó a la pizarra donde iba a desarrollar su presentación. El asunto era tan secreto que no era aconsejable utilizar medios informáticos, susceptibles de ser pirateados: los enemigos del Estado tenían oídos por doquiera y era aquello un objeto de deseo, para cualquier Servicio Secreto que se preciara. ¡Nada menos que el sancta sanctorum de la Política Interior del Estado, la Lucha contra el famoso Terror! Grandes estrategias de cara no tanto a derrotar al terrorismo, como se aparentaba, sino a valerse de él en beneficio de ese Estado.

  1. Por un lado, tenemos a nuestro personal de la Unidad Anti-ETA, la UCII de la Policía Nacional, controlando varios escenarios de operaciones en el Norte.
  1. La Comisaría de Avilés, como puesto avanzado, situado estratégicamente entre las Rías Gallegas y Vascongadas. Por medio de nuestra gente de confianza, en Avilés, controlamos el Narco y a la ETA, utilizando el tráfico de drogas para introducirnos en los círculos de la banda. Para penetrarlos de cara a una segunda fase, por supuesto, como es la venta de explosivos. Una dinamita que podremos presentar como robada en las minas asturianas. En este ámbito, nuestro agente estrella será “Pípol”, cuyo proceso de infiltración se encuentra ya muy avanzado.
  • Y en Vascongadas, como siempre, nuestros infiltrados en la banda nos proveerán de información interna, pero también facilitarán nuestra venta de explosivos a los terroristas. Como comprenderán, esta Estrategia nos va a otorgar la capacidad de controlar su actividad operativa e incluso de adelantarnos a sus planes.
  • Y por supuesto que entretanto, como toda la vida, la Guardia Civil vigilará los movimientos de los etarras en nuestro territorio y en Francia. En especial a “la Cúpula”, trufada en buena parte por miembros que nosotros hemos promocionado.

Jerarquía de la Misión en el Norte, en 2001.

El General de la Benemérita asintió. Ellos llevaban en buena parte el peso de esa larga Lucha, aunque en esta Operación iba a asumir la Policía el protagonismo. Sobre todo, por medio de su Unidad Anti-ETA, con la Comisaría de Avilés como baluarte adelantado. Y es que en el filo de la punta de lanza asturiana brillaba, con luz propia, el agente más esencial de ese Plan contra ETA: un joven avilesino apodado Pípol, con su propia red de maleantes.

Sobre ese agente te quería preguntar, dijo el Secretario de Estado: ¿en qué estadío se encuentra ese asunto? El tal “Pípol”, digo… ¿Ya ha entrado en contacto con los etarras?

No todavía, pero está a punto de hacerlo: “Pípol” ya está casi listo para acercarse a la banda sin levantar sospechas. Con su detención en Avilés, el otro día, acusado de poseer un alijo de drogas y explosivos, su Misión pasa ahora por ir a la Cárcel de Villabona. Allí coincidirá con etarras y narcos, por supuesto, e incluso con islamistas. Se pidió a la Fiscalía que pasara por alto el tema de los explosivos, en cuanto a la condena que les ha caído encima, pero ahí queda para la posteridad ese importante precedente: una circunstancia que podremos usar en un futuro.

Para enmarronarle más, entiendo.

Sí, pero no, respondió el Director: “Pípol” es de los nuestros, un Funcionario de la Seguridad del Estado, luego su paso por la cárcel es meramente operativo: ¡no pretendemos que se jubile entre rejas ni mucho menos! Y ahí es donde entraría el segundo asturiano que estamos infiltrando, por supuesto, o más bien utilizando como cebo para la dinamita: el minero Emilio.

El esquizofrénico Emilio, comentó el Secretario, que arqueó sus enormes cejas mientras leía por encima esa ficha.

Su comentario levantó un coro de risas en torno, pero era un modus operandi habitual: usar a gente de ese perfil para ciertos menesteres, personas que por sus circunstancias personales resultaban moldeables, en manos de los Servicios de Inteligencia. Y el Director del CNI era el primero que asumía, al igual que el resto de los presentes, este cloaquil proceder.

Así es, caballeros: el esquizofrénico Emilio. Un personaje que controlamos directamente, por medio de “Pípol” y la Comisaría de Avilés. Pues bien… Como les iba diciendo, el tal Emilio no irá a prisión por el momento, aunque ahora también está marcado: en especial, como vendedor de explosivos, que es lo que aquí nos interesa. Y lo más importante es que ha sido minero, lo cual nos ayudará a convencer a quien haga falta de que la dinamita la consigue él: es un origen creíble del material que nos exime, además, de ninguna responsabilidad.

Por lo que leo aquí, Director, muy minero tampoco ha sido: le despidieron de la mina hace seis meses por… Esquizofrénico, claro… ¡Aunque claro que ni ETA ni nadie van a pedirle el currículum!

Sí, ya ven, estamos teniendo ciertos problemas para darle continuidad en ese empleo. Ayer mismo volvieron a despedirle de la mina, sólo tres días después de haberse reenganchado, pero el caso es que le necesitamos ahí y volveremos a intentarlo.

El Secretario de Estado cerró el dossier asturiano, dando así ese flanco por cerrado.

¿Qué hay de los infiltrados en mi tierra?

Muy bien. Pasamos ahora a lo que es Vascongadas, el verdadero Frente Norte. Dejando aparte a nuestros topos etarras, que son materia muy reservada de los distintos Servicios, como proveedor de logística para la banda tenemos a otro agente estrella: “Mowgli”. Un marroquí al que hemos centrado en Bilbao y que, por lo que pueden ver en su ficha, se parece bien poco a su versión asturiana. Un morito que es el peor inmigrante imaginable: ladrón, traficante, un violento patológico… Le hemos tenido Villabona, también, cumpliendo condena por unos coches robados.

Y supongo que no es por casualidad que estos dos, “Pípol” y el moro, pasen por la misma prisión…

El General de la Benemérita había llegado a uno de los puntos cruciales. De hecho, su colega de la Policía Nacional asintió, con una sonrisa cabrona.

La cárcel es algo que marca, compañero, y ahora que lo dices ya va siendo hora de que estéis también en la pomada: que metáis en la ecuación a vuestros propios infiltrados, ¿no crees? La prisión de Villabona es vital como lugar de encuentro, de compromiso entre los distintos Cuerpos y sus agentes: ¿cuándo vais a meter a los vuestros?

Ya los tenemos, respondió el General. ¡Otra cosa es que sean tan secretos que tú no te hayas enterado!

Los cuatro presentes se echaron a reír. Era la cordial competencia entre los Cuerpos, pero para eso estaba el CNI: para aunar posturas y coordinar a todos el mundo, como así lo reafirmó el Director:

Como bien dice, Comisario, Villabona es un “Gran Hermano” para nosotros. Todos los Servicios de Información están bien representados allí, ¿de acuerdo? También los de la Guardia Civil. Y además, recuerde, que si “Pípol” ha ido a la trena es por la persistencia de la Guardia Civil de Asturias, que por el otro lado está trayéndole la dinamita a su banda… Luego no hay de qué preocuparse en este aspecto. Todos estamos en lo mismo y dejando prueba fehaciente de ello: de esta manera nos aseguramos la lealtad de todos, en la Misión, de que nadie deja el barco porque sí…

Ni el barco ni el coche, concluyó el Secretario, a quien no se le ocultaba la realidad de esos coches robados por Mowgli. Tampoco a ninguno de los presentes, destinatarios de algún que otro vehículo prestado. ¡Era la única manera de curarse en salud y asegurarse la lealtad de todos, por supuesto, al participar ellos mismos en su propia trama! Pero aparte de sus robos de coches, por lo que leo en su ficha, este “Mowgli” es un camorrista profesional…

Desde luego que lo es, prosiguió el Director. Como decía antes, este personaje tiene poco que ver con “Lobo” y no sólo por ser morito. “Lobo” es más bien del perfil de “Pípol”: un agente local, sin antecedentes, al que infiltramos en los ambientes delictivos de ETA. ¡Por el contrario, este “Mowgli” es pura carne de cañón! Un saltimbanqui que sin embargo es lo que necesitamos en el País Vasco: un tipo versátil dentro del mundo del hampa y a la vez prescindible, si los etarras o cualquiera deciden darle matarile… ¡No hace falta recordar que los agentes infiltrados no reciben funerales de Estado!

¡Así es, rió el General de la Benemérita! ¡Y además, son moros lo que sobra!

El Comisario General de Información, por su parte, se mostraba como el orgulloso padre de las criaturas: era uno de sus subalternos de confianza, Carlos, quien había reclutado a este elemento moruno. Y desde luego que Pípol también fue una elección de la Policía Nacional, en concreto del Comisario de Avilés, escogidos todos por sus buenas y a la vez muy diferentes condiciones. ¡Y si algo les unía era su lealtad a sus controladores, también por diversas vías! El bueno de Mowgli no lo sabía, ni tampoco el esquizofrénico socio de Pípol, pero ninguno de ambos daba un paso de más sin que fuera autorizado por ellos: esas cuatro cabezas pensantes de la Seguridad Nacional, que dirigían todos los hilos desde Madrid. ¿Cómo iban a imaginar ese hatajo de anormales que su nombre resonaba por allí, en las Más Altas Instancias del Estado? Y en concreto, por supuesto, en el centro de los planes del Director de la Inteligencia, así como su teórico[15] superior político: el Secretario de Estado junto al cual controlaba el corral, sólo por debajo del Ministro del Interior y el Presidente, pero también del siempre olvidado Monarca.

Como decía el Comisario, a “Mowgli” le hemos colocado en Bilbao por ser el punto más estratégico para la Operación. Desde allí formará parte del enlace permanente, en la ruta de la cocaína, desde las Rías Gallegas hasta el País Vasco Francés: las bases de los comandos y de la Cúpula. Porque es en este Eje Cantábrico, sobre todo entre Avilés y Bilbao, donde queremos plantearle a ETA esta batalla definitiva.

Prosiga, Director. Está muy interesante esta exposición.

El veterano Director se atusó el abundante cabello, todo un logro genético a su edad.

¡Poco más hay que añadir, por ahora! Lograr que los etarras confíen en “Mowgli” llevará su tiempo: por el momento, le tenemos vendiendo hachís en Bilbao, para que haga amigos por allí. Estos zorros de ETA siempre se curan en salud y más después de los destrozos que les hemos causado, con tantos infiltrados… Para serle sincero, como usted se podrán imaginar, lo más probable es que nuestro morito acabe en una cuneta con dos tiros.

No pasa nada, bromeó de nuevo el General: ¡un moro menos no es mucha pérdida! Lo que me pregunto es si tampoco lo es para la Operación…

Para nada: si “Mowgli” nos falla, por las razones que sean e incluyendo su ajusticiamiento, no pasa absolutamente nada. Disponemos de otros infiltrados y en la propia organización, aparte de estos asturianos y moritos: vascos de pura cepa, del ámbito más genuino de ETA, a los que tenemos en nómina y que nos informan puntualmente de todo lo que pasa ahí dentro. Pero eso no es ninguna novedad, por supuesto, pues lo venimos haciendo desde los tiempos de Carrero y antes.

El Secretario de Estado asintió. Toda la vida siguió de cerca esta Lucha interminable, un asunto que le tocaba más de cerca por ser él mismo vascongado. Y ahora era el turno de otro enemigo más exótico y no sólo para él, sino para todos los allí presentes.

Está bien, Director, pasemos entonces a los moritos puros y duros: los islamistas. ¿Qué hay de esa otra Operación?

En uno de sus habituales gestos de informalidad, el Director se sentó sobre esa mesa de juntas.

  1. El conjunto de operaciones contra los islamistas, como usted sabe, es más fácil de resumir porque no hay nada… ¿Cómo diría…? No hay nada concreto. ¡Nada parecido a una estructura compleja, como puedan tener los etarras, desde su aparato logístico hasta los comandos! Son células cutres, si se me permite la expresión, pero no por ello incapaces de hacer alguna judiada…

Por lo tanto, por hacer un breve resumen de la situación, les informaré de la Gran Operación que estamos ultimando: la creación de una gran red de islamistas comprometidos. Una especie de federación de células pequeñas, distribuidas por todo el Territorio Nacional… ¡Es más que nada un proyecto a futuro! Como ustedes saben, la única manera de atrapar a estos personajes es fabricar nosotros mismos una red, una estructura de contactos a la cual ellos mismos se vayan adhiriendo. Y les tenemos por toda la Geografía Española… Pero el yihadismo es un problema global y para el diseño de nuestra Estrategia, como es lógico, dependemos de nuestros socios atlánticos. Cuando ellos nos den el “go”, comenzaremos en serio a desactivarles.

No hacía falta ser Secretario de Estado para intuir, de alguna manera, por dónde podían ir los tiros: en los mundos de la Inteligencia se barruntaba, se sabía desde hacía años, que algo muy gordo estaba en preparativos… Una Gran Operación de Inteligencia, de alcance Internacional, que diera inicio a una Nueva Era de confrontación: a un Nuevo Enemigo Común. Porque toda Gran Guerra precisa de un Gran Evento de la Infamia, un ataque canalla que cierre filas en la nación agredida. Y la Lucha de Occidente contra esos fanáticos era una Guerra, acaso no declarada oficialmente, pero que ya se peleaba sobre el terreno.

Entiendo que ese “go” dependerá de un Gran Evento Internacional, ¿no es cierto? ¿Tal vez un Gran Atentado?

Así es, Secretario. Mucho me temo que sí. Lo que ocurre es que el secreto en este ámbito es total: sólo la CIA, el Mossad y el MI5 pueden tener datos concretos… Información fiable de lo que puede estar ya viniendo, pero que sin duda alguna va a ser un Gran Atentado… Y uno que cambiará la Historia.

Nire Jainkoa[16], dijo el Secretario, en un suspiro de su lengua natal. ¡Ojalá no nos toque a nosotros!

Un día que nunca olvidarás.

11 de septiembre de 2001. Villaverde, Madrid.

Esto va a cambiar el Mundo, Carmen. Y no creo que para mejor.

El Mundo entero trepidaba ante el inesperado Ataque, transmitido en vivo y en directo por la televisión: un zarpazo espectacular contra las Torres Gemelas y el Pentágono. ¡Una nueva Era que acababa de comenzar, en vivo y en directo y ante la mirada atónita de millones, aunque no todos lo veían a través de un mismo prisma! Porque al ultraje de la nación atacada, sin saberlo aún, por sectores corruptos de su propio Estado, se unía el temor de millones de musulmanes por todo el mundo. Personas normales e inocentes que en diversos países temían las represalias, por parte de esa Gran Super Potencia, y en especial en el mundo árabe. Por ejemplo, en el madrileño hogar de Abdelkader, inmigrante marroquí, se miraba el asunto con más preocupación de lo que ya era normal. Y su prometida española, Carmen, se contagiaba de esa alarma especial, que afectaba al entorno étnico de su hombre.

Esto es lo que faltaba… ¡Si ya teníais mala fama, los musulmanes, después de esto la cosa sólo puede empeorar!

Lo peor es que no tenemos nada que ver con esta historia, ¿sabes? ¿A quién beneficia todo esto? ¡Al Estado Sionista, por supuesto, a Israel! ¡Bush hace lo que ellos quieren, igual que Alday aquí! ¡Igual que el Sultán de Marruecos! Es la excusa que necesitan para atacar a Afganistán, como ya hicieran antes en Irak o Libia[17]… Lo que pasa es que aquí, en todo Occidente, os hacen ver la realidad a través de las lentes de ellos: ¡si un día os dicen que el cielo es verde, será verde, porque esa mafia sionista controla los Medios!

Espero que no te dediques a decir cosas de éstas en la mezquita, Abdelkader, que estáis muy vigilados y con lo que está pasando ahora mismo… ¡Puede liarse hasta la III Guerra Mundial!

Su prometida tenía razones para preocuparse: no hacía mucho que Abdelkader se había encargado de una mezquita, que atendía en las funciones religiosas como Imán. Y apenas ocurrido lo de Nueva York, el móvil de su hombre se había llenado en un momento de mensajes.

As visto lo k a pasao??? K va acer aora el hijoputa d bush?? Esto es la guerra!!!

Su prometida se apretujó contra él, en el sofá, mientras leía de soslayo los SMS que sus amigos le mandaban.

Pase lo que pase, cariño, no quiero que te metas en líos…

Pase lo que pase, Carmen, lo que está claro es que alguien tendrá que pagar por esto. Ya sabes: siempre hace falta un culpable. Y como ya está muy muerto el peligro de Rusia, de los comunistas… Pues han decidido que seamos nosotros, los musulmanes, los nuevos malos del Mundo. Curiosamente, además, se dan dos ingredientes que les han ayudado a elegir: el primero es que los países árabes tienen mucho petróleo… Y el segundo y no menos importante es que esos países, por casualidad, son enemigos de Israel. ¡Visto así, está claro quiénes somos los peligrosos, los enemigos públicos del Mundo!

La mitad de la gente, en España, se cree que Israel y los yanquis son los justicieros, dijo Carmen. La otra mitad, que los palestinos y los árabes en general son los héroes de la Libertad… Unos votan al PP y los otros, más que nada, al PSOE o a Izquierda Unida.

No te creas nada. Parece que el PSOE está a favor de los musulmanes, ellos intentan convencer a todo el mundo de esa fachada, pero la realidad es que todos limpian el culo a los imperialistas. A nosotros no nos engañan.

Su novia se volvió hacia él para clavarle esos ojos verdes. Las españolas eran hogareñas y conservadoras, parecidas en esto a las marroquíes, aunque a Abdelkader le resultaban mucho más interesantes.

Ya has oído lo que te he dicho antes, Abdelkader. A ver qué dices en la mezquita, por favor, que no quiero que te metas en follones…

¡Una nueva Era que acababa de comenzar, en vivo y en directo y ante la mirada atónita de millones! No hacía mucho que Abdelkader se había encargado de una mezquita, que atendía en las funciones religiosas como Imán.

Palacio de La Moncloa, Madrid.

Ya sabes que puedes contar con nosotros para las que sean, George. España está con sus aliados, como siempre.

Sí, amigo, lo sé. El pueblo americano sabe dónde están sus amigos, sobre todo cuando más los necesita. Por cierto, dime: ¿qué tal estás tú? Me enteré de ese problema que tuviste, lo de los misiles. ¡Esos cabrones de la ETA van a por ti, eh!

Sí, bueno, ya van varios intentos, pero de momento no se les arregla, rió Alday. Y es que las Fuerzas de Seguridad acababan de detectar varios intentos etarras de cazarle, por medio de unos misiles tierra-aire, apenas seis años después de aquel coche-bomba. ¡Por más que les joda, es igual, porque tienen Bush y Alday para rato!

¡Puedes asegurarlo! Muchas gracias, de corazón, a ti y a toda tu gente. Ahora tengo que dejarte: como te puedes imaginar, estamos en pleno proceso de vengarnos de esos cabrones. Y te pediré ayuda para ir a buscarles por allí, ¿vale? ¡Ya sabes que iremos a por ellos, a donde quiera que se encuentren! Un abrazo y cuídate, amigo.

Otro para ti, George. ¡Hasta pronto!

El Presidente colgó el teléfono y se volvió a la ventana, desde la cual oteaba el skyline madrileño. Esa Guerra que empezaba se le ofrecía como la gran oportunidad, para España, de apuntarse al tren de las grandes naciones de Occidente. Una ocasión histórica que no estaba dispuesto a desaprovechar, sin importar cómo hubiera empezado el asunto. ¡Una mentira como una casa, sí, pero, qué importaba! Ese falso Gran Atentado de Nueva York, del Pentágono, no eran sino una opereta ejecutada por la CIA y el Mossad. Una efectiva Cloaca cuyos fontaneros más importantes, en sus terminales españolas, se encontraban ahora en su presencia.

Como le decíamos hace un momento, comentaba el Secretario de Estado, no procede convocar el Gabinete de Crisis para esto. Con el aumento del Nivel de Alerta Antiterrorista y otras medidas extraordinarias, en ciertas embajadas y otros puntos sensibles, creo que ya hemos hecho los deberes. Ni Jaume ni yo creemos necesaria más parafernalia. Ni tampoco el Ministro, por supuesto.

El Director del CNI, sentado a su lado, asintió. No era tan raro que ambos ningunearan al Ministro de Interior en funciones, al cabo jefe de los dos: el mismo Presidente era el primero en hacerlo, como marioneta suya que era, y es que hablaban del inane Rodolfo Delano. Un Ministro de paso para una Cartera, la del Interior, que se encontraba en pleno cambio de Titular. Porque Jaime Menor Ocejo había renunciado al Cargo para volver a su Puesto más inicial: pelear por la Presidencia de su País Vasco de origen, difícil misión cuando se encontraban en plena disputa con los separatistas, aunque Alday confiaba en él para conseguir resultados. Y entretanto, como buen dócil títere y sucesor suyo que era, Rodolfo Delano le tapaba ese importante hueco en Interior. Así sería hasta la llegada del Ministro definitivo, un paréntesis en el que esos dos lugartenientes gobernaban a su antojo esa Cartera, el Director del CNI y el Secretario de Estado. Y en concreto esa Guerra tan misteriosa, siempre en el mismo Frente del Norte, en antigua y sangrienta tradición.

Por cierto. Antes de nada quería daros las gracias a los dos, de nuevo, por haberme salvado la vida. Lo de los misiles. Y una especial enhorabuena a su equipo, Director: el CNI se está cubriendo de gloria.

¡Faltaría más, Presidente! ¡Si no somos capaces de proteger ni a nuestro Gobierno, ya me contará! Y contigo, además, ya llevamos varios intentos…

Las bestias pardas de ETA lo habían intentado, esta última vez, por medio del derribo de su avión. Como ya hicieran en su día, hacía ya muchos años, en el sospechoso accidente del Monte Oíz. Y ahora otros dos aviones acababan de estrellarse, en Nueva York, en apariencia por otro tipo de terroristas. Dos eventos que influían en la seguridad de Moncloa, que se había redoblado, y hasta le habían metido una tanqueta policial en el jardín. Una como la utilizada para cubrir la Embajada de los yanquis, por cierto. ¡No fuera a ser que a un avión despistado, con algún cafre de moro a los mandos, le diera por aterrizar sobre su cabeza!

Los “fontaneros” podéis predecir los atentados, ya sea el 11-S o lo mío con los etarras… ¿Podéis también decirme, by the way, en qué compañías invertir mi dinero? Supongo que en fabricantes de armas, cómo no, para esta Guerra que comienza. ¡Y también petroleras, claro, porque los aviones no funcionan sin queroseno!

El comentario pretendía ser un chiste cuando en las Torres, como acababan de explicar en las noticias, el fueloil de los aviones impactados había fundido el acero de la estructura. Un auténtico insulto a la inteligencia cuando aquello resultaba imposible, por pura Física, y el Director del CNI lo sabía mejor que nadie. ¡Era la eterna dualidad entre el Poder y el Pueblo, la gente normal que nunca se entera de nada! Mientras en la calle se daba por hecho el ataque aéreo, y se discutía sobre qué vendría a continuación, en Palacio se auscultaban ya las oportunidades que brindaba esa jugarreta. ¡Quienes dispusieran de información privilegiada, como de costumbre, iban a aprovecharse del asunto!

De momento, lo que está claro es que las compañías aéreas ya están por los suelos, decía el Director. Y podría ser una muy buena oportunidad, ¿eh? Pero tengo una opción aún mejor: contratistas. Empresas de seguridad privada, de alto nivel, capaces de auxiliar a los ejércitos en los escenarios de conflicto. Desde el CNI, estamos hablando de varias guerras a un tiempo: Afganistán, Irak, probablemente Libia… ¡Una Ofensiva como no se había visto, en la Historia, desde la Segunda Guerra Mundial! Y el Ejército Estadounidense y la OTAN, con todo su potencial, se van a ver desbordados ante tantos objetivos a atacar. Y sobre todo, a proteger. Porque ocupar el terreno implica bajas, que en este caso se prevén muy altas. Y entonces, como de costumbre, habrá que recurrir a la empresa privada, ¿no creen? Pues bien, ahí es donde entraríamos nosotros.

Me parece una idea estupenda. Pero tú entérate de dónde invierte Su Majestad, Jaume, que sabe mucho de esto. Y me compras los mismos paquetes, ¿vale? Vamos a medias.

Los tres rieron con ganas, sobre todo por la estrecha relación entre el Rey y el Director. Y Alday acarició su mentón, su poblado mostacho, mientras consideraba la medida de ese pelotazo que iban a pegar. La Guerra siempre es un negocio, pero más para quienes saben que van a ganarla y ya desde antes de empezar. ¡Sólo faltaba el chupinazo de salida y el ficticio  Bin Laden, desde sus lejanos desiertos y montañas, acababa de descorchar la botella!

No sé si es buen momento para un chiste, pero… ¿Sabéis la diferencia entre un etarra y un islamista? No, ¿verdad? ¡Pues yo tampoco!

Rentería, Guipúzcoa.

¡Ponme otra ronda, Jon! ¡Hay que celebrar lo de América, joder, gora Bin Laden!

¡Marchando! Dos calimochos para esa banda…

Si algo le había enseñado a Jon la clandestinidad, de una manera o de otra, era a disfrutar del presente. Y el guipuzcoano exprimía hasta las horas de trabajo, que siempre podían ser sus últimas en libertad. Y disfrutaba de ese tiempo de relax que lo era entre comillas, por supuesto. Porque a su habitual ocupación como militante, ahora en paro técnico por su situación procesal, se unía el incómodo complemento de servir como chivato. Y no sólo eso. Jon se había tenido que buscar un empleo, para ocultar que cobraba de los chacurras, y es que ETA andaba peor que nunca de pasta: la Policía de Alday les había cerrado el grifo, al clausurar sus empresas asociadas y periódicos, aunque era muy improbable que esto fuera el final de una guerra. Más bien se le antojaba, al ya bragado terrorista, un órdago del Gobierno de cara a negociar. Como pasaba con el famoso colectivo de presos.

Sólo pagan a los que van a los comandos. Ésos sí tienen sueldo, le comentaba a un amigo.

¿Y piensas volver o qué? Porque para estar así, con la mierda del juicio pendiente…

Pendiente está que me agarren, porque lo que es el juicio… ¡Llevo condenado ya un año! Y aún no me han embargado la nómina, por lo menos, pero vamos… ¡Cualquier día me meten pa dentro, pero bien!

Estaban de cervezas, los dos amigos, desde lados opuestos de la barra, pero también de una realidad que tiene una línea muy clara: la de la Ley. Y Jon sabía bien que el lado bueno de esa frontera, el de la tranquilidad, se encontraba más bien por fuera de esa barra. En la vida serena y normal de su amigo, por ejemplo, un muchacho de su cuadrilla, que llevaba una existencia tranquila que ahora él envidiaba. Y es que Jon se veía ya rechazado por esa normalidad, ese mundo que le había condenado y que ahora, pese a su sincero arrepentimiento, no le dejaba regresar.

¡Anímate, hombre! Siempre puede ser peor, le decía su amigo, y mira si no lo que ha pasado en Nueva York. ¡Ya ves! ¡Nosotros aquí, tomando unas cervezas, tan tranquilos, y ahí afuera está a punto de liarse la Mundial!

Las imágenes que ofrecía la televisión, en efecto, eran el colmo del dramatismo. Mucha gente se había arrojado al vacío, por pura desesperación, desde los rascacielos atacados. El fuego y el humo, las explosiones, todo recordaba a las hazañas de sus ya supuestos amigos. Ésos que en prisión había aprendido a mirar, sin quererlo, desde muy otro prisma. ¡Cómo se notaba que la mayoría de sus parroquianos, complacidos cuando menos con el Atentado, en su vida pisaron una celda! Ni sufrieron en sus carnes ese horror, tampoco, como les pasaba entonces a esos desgraciados: los que murieron en las Torres, en los distintos aviones, o ahí al lado por las balas de ETA. ¿Y todo para qué?

¿Crees que habrá Guerra, Jon? ¡Y digo Guerra de verdad, pues!

Si te digo la verdad, lo que vaya a pasar me la suda. ¡Bastante guerra tengo ya encima con lo mío! Y este no saber es lo peor, ¿me entiendes?

Como un signo de esa nueva vida, en la que había embarcado sin mirar atrás, vio que un parroquiano le hacía señas desde la puerta: otro activista de ETA al que conocía bien, después de tantos años, pero era una visita que no le daba buena espina.

¿Y si saben de mi rollo con “Carlos”?

Esto se preguntó, camino de la puerta donde le esperaban. También el verdugo de Yoyes[18] vino solo, al encuentro de su víctima, y de hecho advirtió que el tipo venía acompañado: estaba ya oscuro pero advirtió una presencia furtiva, cigarro en mano, en la tiniebla del monte cercano. La noche era clara y estrellada, aunque nunca la hubo más turbia para él.

¿Sabes a qué he venido, no?

No.

¿Qué podía decir? La sangre le bullía en la sien al sospechar, cada vez con más fuerza, que esos dos venían a liquidarle: su condena por traidor. Y en un reflejo instintivo, procedente de la corteza más primaria de su cerebro, tanteó la mejor escapatoria posible. La ruta más efectiva para dejarles atrás, a los dos, en caso de que sacaran las pistolas.

Piensa, hombre, ¿qué va a ser? No hace falta que te diga que andamos mal de gente, ¿verdad? Y hemos pensado que como eres un tío de huevos, comprometido de verdad, pues que nos vendrías muy bien para un comando. ¿Qué te parece?

Sinceramente, pensó, una tremenda putada. Porque el tema de los comandos estaba muy bien, sí, para quien no conociera ya la trena. Y encima estaba el chantaje permanente de Carlos, que le había obligado a no decir que no a una oferta como ésa. Y todo so pena de joderle y de joderle bien. Pero decir que sí significaba, para empezar, abandonar para siempre su querido pueblo. Con todo lo que esto conllevaba.

¿Quién está ahí detrás?

El Olentzero, respondió su compañero, con una sonrisa vacilona. No debería decírtelo, pero es “Goyerri”. Supongo que has oído hablar de él: uno de los pesos pesados, en este momento, y necesita que le eches una mano. Ya sabes… Toda ayuda es poca.

El tal Goyerri era un sicario ya curtido, de los que daban su vida por perdida. Por esto daba miedo y él usaba ese miedo, lo administraba, ya fuera contra propios o extraños. Jon conocía el sistema y lo había admirado, en su día, antes caer en su propia trampa. ¿Y qué debía hacer? Por un momento, sopesó en su cabeza todos los pros y contras y al final, acogotado entre temores enfrentados, iba a decir que no. Una actitud que su interlocutor debió notar de antemano.

Mira, Jon, no quería decírtelo para no preocuparte, pero nos ha llegado un soplo de Arriba. Tu expediente en la Audiencia está en el límite, ¿sabes cómo te digo? Y entonces, al loro, porque cualquier día te cae la Guardia Civil y adiós. Te llevan a rastras al Juzgado, ¿vale? Así que una de dos: o te vas con ellos o te vienes con nosotros. ¿Qué decides?

En pura libertad, si pudiera volver atrás, Jon elegiría sin duda el no. Como cosa del pasado quedaba esa pueril admiración, hacia ciertos personajes, cuyos retratos adornaban su herriko-taberna. Por ejemplo, el de su admirado Joseba, Urrusolo Sistiaga, conocido como el hombre de las mil caras. El mismo que intentó hacía años, y casi lo consigue, cargarse al hijo de puta de Alday. Y ahora otro de esos veteranos, un duro de la nueva generación, acudía a su encuentro desde las sombras. Las facciones duras de Goyerri, no demasiado alegres, se recortaron a la luz mortecina que salía del bar.

¡Déjalo ya, joder! ¿No ves que está acojonado? ¡Éste es sólo un maricón, de los que se achantan a la menor de cambio, así que déjale que se lo lleven! ¡Si es lo que quiere, allá él, y que le den por culo en la celda!

Embutido en su zamarra, el veterano criminal marchó de vuelta a sus tinieblas. Ni siquiera le había mirado y sólo dejó, a su espalda, el rastro de su tabaco y de su afrenta. Por su parte, de pie a su lado en la terraza, el otro militante no ocultaba su frustración.

¡Joder, Jon, me estás haciendo quedar como el culo! ¿Qué fue de lo que hablamos el otro día, eh?

¿El otro día, cuándo? ¿Cuando estaba borracho?

¡Más borracho pareces ahora, pues! ¿Qué vas a hacer? ¿No te das cuenta de que si vienen a por ti y te agarran, que lo harán, te vas directo a Alcalá Meco?

Esto es lo que faltaba, pensó Jon. ¡Ahora resulta que lo que quiere este cabrón es ayudarme!

Ante su falta de respuestas, ese camarada le dio la espalda también, pero Jon no se había quedado contento: para él, su antiguo jefe de juventudes no era sino el camello que te invita a la primera. Y ahora se encontraba enganchado, jodido de por vida, en una forzada huida hacia delante.

¡Por su puta culpa, pensó, es que estoy en este lío! ¿Y encima me viene con lecciones?

Poco dispuesto a tolerarlo, no a él, Jon no disimuló su enfado.

¡Oye, Pachi, y una cosa! ¿Por qué no vas tú? ¡Si tanta falta hace gente, joder, ve tú! ¡Deja a los chavales tranquilos y ve tú, cabrón! ¿O no?

El aludido se dio la vuelta, el ceño fruncido, y Jon se preparó para una pelea. ¡De todas maneras, pensó, mejor con él que con el otro!

¿Tú qué sabes lo que estoy haciendo yo, eh? Somos un ejército, ¿vale? ¡Y aquí cada santo que coja su vela! ¿Que quieres quedarte en casa, como un idiota, y dejar que te lleven al zulo? ¡Pues allá tú! Pero no cuentes con apoyo para nada en prisión, ¿eh? ¡Euskadi no paga a cobardes!

Jon se quedó plantado en la terraza, solitaria a esas horas, pero más que nunca para él. Ni siquiera se animaba a volver a la barra, que había dejado desatendida. Y llenó los pulmones del aire puro de su pueblo, como despidiéndose de él para largo. Porque estaba claro que de una manera u otra iba a desaparecer de allí, como preso o como fugado. Y en cualquier momento, eso estaba muy claro, la chacurrada podía acudir a buscarle. Como esa lechuza que acababa de cruzar la noche, justo ante sus ojos, a la caza de ratones desprevenidos. Y entonces sí que no habría vuelta atrás.

El tal “Goyerri” era un sicario ya curtido, de los que daban su vida por perdida. Por esto daba miedo y él usaba ese miedo, lo administraba, ya fuera contra propios o extraños. Sus facciones duras, no demasiado alegres, se recortaron a la luz mortecina que salía del bar. Embutido en su zamarra, el veterano criminal marchó de vuelta a sus tinieblas.

Cárcel de Villabona, Asturias.

Si me encierro, ven a verme, un vis a vis…

Caí preso dentro de mí, dentro, muy dentro de mí…

¡Si escapo, ve a buscarme cualquier día!

Donde quede alguna flor… Donde no haya policía…[19]

El sonido seco del cerrojo, al cerrarse cada noche en cada celda, no le suena al preso tan ominoso como el silencio que sigue detrás. Después del pasajero murmullo de antes de dormir, cuando la galería y la Cárcel entera callan, y da comienzo otra noche sin libertad. Otra más. Y para matar esa soledad, Antonio se veía provisto de lectura, revistas de coches, sobre todo, pero también de un famoso cuento asturiano. Era un regalo de su querida hermana que le recordaba a ella, en efecto, cuando de hermanos iba la cosa:

En este silencio, en esta calma inactiva, había amores. Se amaban los dos hermanos como dos mitades de un fruto verde, unidos por la misma vida, con escasa conciencia de lo que en ellos era distinto, de cuanto los separaba. Amaban Pinín y Rosa a la Cordera, la vaca abuela, grande, amarillenta, cuyo testuz parecía una cuna…

Antonio ya conocía la historia, igual que todos los niños asturianos: cómo el tren que les construyen en su prao se lo lleva todo, primero a la amada vaca y muy luego al propio hermano, hasta quedar ahí sola la pobre Rosa. Víctimas todos de la Civilización, que les aparta sin más de sus seres queridos, lo mismo que pasaba ahora con su propia hermana María. Otra mitad suya de la que Antonio nunca se había separado, no de esa manera. Y en otro recordatorio de semejante paralelismo, como si fuera Pípol de veras Pinín[20], aun enel siglo XXI, llegó hasta la celda el rumor lejano del tren. Parecía mentira que funcionara hasta esas horas, pero sería el que unía Asturias con la Capital.

¡Mira ésta, qué buena está! Se la metía hasta por las orejas, opinó su compañero de chabolo, que le mostraba a una azafata de Rally en su revista. Revistas suyas con la que Rafa, su marroquí compañero, se inspiraba para sus constantes actos de masturbación. Otro preso de confianza[21], para las Fuerzas de Seguridad, con el que compartía ese chabolo parapolicial. Un marroquí tan joven y fortachón como él, también con mucho gimnasio y muy poca lectura encima. A decir verdad, a Antonio le parecía que lo único que había ojeado en su vida era el Corán y revistas como ésas, que constituían para él mismo su mono-tema.

¿Tú qué prefieres, “Pípol”, tener a esta tía buena o este pedazo de carro? Si te digo la verdad, yo lo que prefiero es montármela a lo burro y en el carro, ¿que no?

Antonio dirigió un rápido vistazo a esa modelito, que flanqueaba al sonriente piloto, pero no era agradable compararse con ese paisano. Siempre se imaginó que triunfar sería eso, coronarse de un éxito del cual presumir, pero la vida le había llevado por muy otros derroteros. ¡Cuando saliera de esa Misión, si es que vivía para contarlo, lo haría con el estigma del delincuente! Del exconvicto con su fama a cuestas, en un mundo tan pequeño como Asturias. Y no con la gloria de un guerrero que ha luchado por su país, aunque fuera desde las cloacas, otro frente al cabo y tan difícil.Pero tampoco pudo evitar acordarse de Inés, a la que extrañaba, sobre todo, cuando rememoraba sus tan buenos polvos con ella.

De follar prefiero ni acordarme, ¿sabes? Mi chavala dejóme antes de entrar, así que imagínate. ¡Mis vis a vis son de lo más animado!

¡Pues no cuentes conmigo para poner el culo, eh! A mí sí que me vienen a ver, tengo chavala y de vez en cuando se deja caer por aquí. Un par de veces al mes, más o menos, cuando puede la mujer… La verdad es que se hace un montón de kilómetros, todo para verme apenas nada, pero, ¿sabes por qué lo hace? Por ésta, le explicó, mientras se llevaba la mano a su verga. ¡Y porque sabe lo que hay, eh, que si no viene ella se lo doy a otra! ¿Me entiendes? A la primera que venga.

Antonio se echó a reír, más por las caras del tipo que por otra cosa. Rafa era un payaso de mucho cuidado, pero al menos parecía un paisano decente. Y es que Paraca como había sido, hasta hacía no tanto, el asturiano estaba acostumbrado a compartir habitáculo con otros varones. Y si el Comisario se lo había adjudicado en la celda, no cabía duda, como poco sería un tipo de fiar. Hasta donde él sabía, el marroquí se encontraba allí por un alunizaje en una joyería de Oviedo, o al menos eso le había contado. Y el muy flipao ya se encontraba de retirada, junto a sus compinches, cuando la Guardia Civil les cerró el paso en un puente y se sacaron las pistolas. Hubo tiros y todo, hasta un Guardia salió herido, pero era obvio quién ganó la batalla. ¿Se habría reciclado el morito en chivato, como sabía que hacían tantos internos? Porque ésa era la otra manera de infiltrar a un agente, claro, con la selección de un verdadero criminal: un viejo zorro ya de por sí introducido en esos mundos. Lo difícil resultaba, en todo caso, que dicho infiltrado mereciera la confianza de sus superiores, pero Pípol creía que sí se podía fiar de Rafa. Por de pronto, en un entorno tan complicado y siendo él un Policía, compartía habitación con un auténtico guardaespaldas.

Si tienes cualquier problema, le había dicho el Comisario, no dudes en recurrir a Rafa, aunque ninguna situación se había dado hasta la fecha. Antonio era un tipo que se hacía respetar, en el Penal, por su corpulencia y las compañías que frecuentaba. Apenas aterrizado, ya había entrado en confianzas con los verdaderos jefes del cotarro: los narcos y otros criminales con estatus, como los etarras. Y es que el agente despedía, pese a su juventud, un aura de autoridad sobre el resto de internos. Éstos eran en su mayoría humildes rateros, muchos de ellos auténticos tirados, mientras que en su caso eran conocidos los importantes cargos que le habían llevado hasta allí.

¿Qué es ese alboroto, oh? ¿Quién cojones está cantando a estas horas?

Rafa se echó a reír, cuando sería de los pocos que entendería esos alaridos. Unos gritos en árabe que sacudían la galería, desde el piso superior, no tan lejos de donde se encontraban.

¡Éste es Albdelkrim, un pirado argelino! Es de los moros locos éstos, los de la barba y la chilaba… ¡Si le has tenido que ver por ahí!

¡Ah, sí! ¿El del gorrito? ¿Y qué cojones le pasa?

¡Está celebrando lo de América, tronco, qué va a ser! La que acaban de liar sus colegas con los aviones… ¿No ves que son sus “hermanos”?

Antonio asintió, mientras arriba se escucharon las voces destempladas de los funcionarios. Y se oían también las justas protestas de otros internos, que sí querían dormir, llamándole terrorista y otras cosas.

¡Fuera de España, moro-mierda! ¿Por qué no vuelves a tu país?

Los gritos se apagaron, en la lejanía del corredor, cuando el argelino fue llevado a rastras a su confinamiento. Y el agente asturiano se arrebujó en su catre, y se preguntaba qué influencia tendría lo de esa tarde en su futuro: el imprevisto e increíble Ataque contra la Gran Superpotencia, el Policía del Mundo, que por fuerza iba a tener consecuencias. Resultaba innegable que una Nueva Era acababa de comenzar, para todos, en vivo y en directo, pero no tenía tan claro hasta qué punto iba a afectar a su Misión. Después de todo, Antonio estaba infiltrado ya en esa órbita terrorista, aunque en su caso con los cafres de siempre de la ETA.

En fin… ¡Allá otros, oh, con lo que hagan o dejen de hacer los moros! Mi Frente es el que es y punto. Y así ha de ser hasta que reciba nuevas órdenes.

Rafa, compañero de Antonio (“Pípol”), con el que compartía chabolo parapolicial. Un marroquí tan joven y fortachón como él, también con mucho gimnasio y muy poca lectura encima. Y si el Comisario se lo había adjudicado en la celda, no cabía duda, como poco sería un tipo de fiar.

Si nos ayudas a nosotros, nosotros podemos ayudarte a ti.

14 de septiembre de 2001. Audiencia Nacional, Centro de Madrid.

¿Jamal Zougam? ¿Aicha Achab? Muy bien. Déjenme sus pasaportes y esperen aquí, por favor. Su Señoría aún no ha llegado.

Madre e hijo se sentaron juntos, en un banco de ese amplio pasillo. Desde el registro de su casa, hacía ya año y medio, Jamal Zougam había vivido una pesadilla kafkiana. Y una que no transformaba al hombre en insecto: convertía al tendero en terrorista internacional, de la noche a la mañana, mediante el mismo e inexplicable proceso. ¡Jamal tenía razones para estar preocupado! Después de su arresto había venido el 11-S, sólo tres días atrás, para señalar aún más a los musulmanes como terroristas. ¿No se quejaban los europeos, y con razón, de que muchos inmigrantes se dedicaban a la delincuencia? Pues él no había venido precisamente a eso, sino a trabajar y tener una vida mejor. ¿Por qué no le dejaban en paz? Tras el registro de su domicilio habían venido otras cosas, no menos sospechosas: las ofertas imposibles de rechazar. Y es que dos policías de paisano le propusieron trabajar para ellos, ni más ni menos que a él, acusado por ellos mismos de terrorista.

¿Jamal Zougam? Debe acompañarnos, le dijeron, invitándole a subir a su coche. Esto había sido un mes atrás, más o menos, en su tienda de Lavapiés.

Jamal salió de su negocio, claro estaba, y acompañó a esos policías en una vuelta en coche por el vecindario. Al contrario que los compañeros de éstos, los que registraron su casa un año y medio antes, esos hombres venían a cara descubierta.

Pero yo ya dije todo lo que tenía que decir: no soy ningún terrorista. Sólo sé de fruta y de telefonía…

Y no lo dudamos, Jamal: de clonaje de tarjetas SIM sí que sabes bastante, ¿no es cierto? Y de comprar móviles robados…

El joven marroquí tragó saliva: era obvio que esos tipos lo sabían todo de él, incluso esos pecados veniales. Unos hechos que no dejaban de ser ciertos, sí, por mucho que fueran inofensivos. Sobre todo, si se comparaban con los graves delitos de los que le venían acusando.

No te preocupes, Jamal. No estamos aquí para joderte con nada, ni siquiera para interrogarte. Estamos aquí porque necesitamos que nos hagas un favor. Necesitamos que informes para nosotros, que eches un ojo a ciertos paisanos tuyos…

Perdonad, pero no entiendo. Hace no tanto, registrasteis mi casa y me acusasteis de terrorista… ¿Y ahora queréis que informe para vosotros?

Si estamos aquí es porque creemos que eres inocente, ¿no te parece? Y es tu oportunidad de demostrarlo. De salir todos ganando. Si tú nos ayudas a nosotros, nosotros te podemos ayudar a ti.

Jamal vivió todo aquello como una pesadilla surrealista, de la que cuesta despertar, aunque convencido de que su inocencia se impondría al fin a ese absurdo error policial. Ahora el día de la verdad había llegado e impresionaba sentarse ahí, en el banquillo de los acusados, nada menos que en ese Juzgado tan importante y con esos cargos. ¿Terrorismo internacional?

Jamal Zougam y Aicha Achab: pasen, por favor. Siéntense y contesten las preguntas de Su Señoría.

¡El efecto era mayor al comparecer ante Garzón, cuya cara había visto mil y una veces! Por fortuna para ambos, el interrogatorio fue breve y se ciñó a preguntas generales: que si conocían a gente en Francia, que desde cuándo tenía su madre ese número de teléfono… Todo el asunto venía de la agenda incautada a un terrorista francés, un converso al Islam que tenía apuntado un número que… Por un desliz de la propia Policía… ¡Ni siquiera era el número de su madre! Un dato erróneo que de alguna manera había rebotado tanto, en su torpe manejo policial, que terminó apuntándole a él como conocido de dicho terrorista. ¡Todo era errático y equivocado desde el principio!

Ya hemos terminado, dijo el Juez, con su voz aflautada tan peculiar. No les mencionó asunto criminal alguno ni les explicó por qué estaban allí, al final, pero parecía que la cosa había ido bien. Pueden marcharse.

Madre e hijo cogieron sus abrigos y salieron de la Sala, acompañados por su abogado, pero las sorpresas no terminaban nunca: no mucho después, como no podía ser de otro modo, una notificación de la Audiencia Nacional les declaraba absueltos a los dos. Pero vino seguida de otra que les hizo recelar, tras lo ocurrido, y Jamal contuvo el aliento al romper el sobre oficial. Era como los que se usan en las Elecciones, con el membrete del Estado Español, pero su asombro no pudo ser mayor al leer su contenido: ¡les habían concedido el permiso de residencia a los dos, madre e hijo, de golpe y sin más preámbulos! Su abogado no podía creerlo cuando lo comprobó, con sus propios ojos, pero achacó esta gracia inesperada a una compensación por lo ocurrido. Por las molestias de un proceso absurdo, una gravísima acusación que sólo había servido para demostrar la inocencia de una familia. Y es que habían sido investigados hasta la saciedad, al cabo, y por la más selecta Policía del país.

Es muy probable que sea ésta la razón, dijo su abogado: que quieran hacerse perdonar por esta putada que os han hecho. ¡A mí no se me ocurre otra! Lo que está claro es que el común de clientes magrebíes que tengo, qué os voy a contar, no reciben esos papeles en este plazo récord… Luego tiene que ser eso, sí, que quieran tapar la torpeza que han cometido con vosotros.

A Jamal sólo quedaba ir a buscar esos papeles, pues, permiso legal que afianzaba esa nueva vida que estaba construyendo. Unos papeles que le esperaban en un sitio muy concreto, el Complejo Policial de Canillas, conjunto enorme de dependencias con un parking a rebosar. El Complejo en sí intimidaba bastante, sobre todo a un inmigrante no muy legal que había sido acusado por terrorismo, pero al cabo la Justicia le había dado la razón: incluso le autorizaban a residir en España. Y cuatro días después de comparecer ante el Juez, pero año y medio después del primer registro en su casa, Jamal acudía a recoger tan deseados papeles.

¡Tampoco puedo quejarme, en el fondo! Si esto de la investigación me hubiera pasado en Marruecos, quién lo puede dudar: ¡sólo Alá sabe los palos que me hubieran dado, hasta hacerme confesar! Ni aun sabiendo nada de terrorismo ni de nada de eso… ¡Allí sí que hacen con uno lo que quieran!

El Policía de la entrada le acompañó a la Comisaría de la UCIE, donde un Mando veterano tenía sus papeles sobre la mesa… Pero no se los dio directamente. Antes que eso, a sabiendas de que constituían un importante comodín, ese señor le hizo la misma proposición que meses atrás sus subalternos: trabajar para la UCIE como confidente. ¿Otra vez?

Si tú nos ayudas a nosotros, le habían dicho, nosotros te podemos ayudar a ti.

Una propuesta difícil de rechazar, claro, cuando provenía siempre de la Policía, pero mucho más en ese despacho: ahora estaba ante el jefe de ellos, un hombre mayor que debía ser su Comisario, y que tampoco estaba dispuesto a escuchar un no.

Como usted dice, ya hablé con sus compañeros sobre eso, y les dije que no podía ir a vigilar a nadie. Me levanto muy pronto para ir a recoger la fruta y luego tengo que marchar a la tienda, a ayudar a mi hermano. Tengo mucho trabajo y no puedo encargarme de ir a la mezquita, a ver quién va y quién no va. De verdad que no…

El Comisario no le dejó terminar la frase. Era el típico Policía de las películas, más bien gordo y autoritario, embutido en su americana.

No te lo pediríamos si no fuera muy importante, Jamal. Piensa que el terrorismo es un problema de todos: ya has visto lo que ha sucedido en América y ahora tememos que algo parecido pueda ocurrir aquí. Para evitarlo, la colaboración ciudadana es fundamental y más en la comunidad musulmana. Por eso te estamos insistiendo, porque es difícil encontrar a alguien como tú, que sea de fiar. La investigación a la que te hemos sometido, por error, nos ha servido para confirmar la verdad: que eres trigo limpio, un hombre bien integrado en nuestro país. ¡No es tanto lo que te pedimos, hombre, piénsalo!

Jamal insistió en su negativa, pero no quería cerrar la conversación con un no rotundo.

Si quieres, déjame tu teléfono y si me entero de algo os aviso…

El Mando Policial no encajó muy bien su negativa. Con gesto de resignación le acompañó a la salida, donde le despidió con un lacónico último intento:

Si cambias de idea, llámame. O te vienes por aquí directamente.

¿A dónde llevaba todo aquello? ¡Era la segunda vez que le pedían ese tipo de colaboración! Y él siempre les había rechazado, con toda la diplomacia del mundo, pero ahora veía que no se daban por vencidos. Jamal no era tonto y se daba cuenta de que todo aquello de su investigación, papeles de residencia incluidos, no era sino una misma maniobra para doblegarle. Mucha gente se lo había confirmado en la mezquita e inclusive un amigo, más mayor que él, que llevaba toda su vida en España.

Hay más hermanos que han pasado por lo mismo, Jamal: te agarran con algo y luego no te sueltan. Funciona así. Y si ves que hay alguien de nosotros sin trabajo, que no tiene dinero, pero que de pronto se muestra despreocupado de esas cosas… Con un móvil muy bueno en la mano… O conduciendo un coche muy bueno… Ése ya está trabajando para ellos. O si ves que le dan los papeles en poco tiempo, como te ha pasado a ti… Desconfía.

Yo no trabajo para ellos, contestó, poco dispuesto a dejar ni la más mínima sospecha en el aire. Pero su más veterano amigo rió. Y varios hermanos se volvieron hacia ellos, sobresaltados, cuando reinaba en el templo un ambiente de silencio.

¡Lo sé, hombre, lo sé! ¡Si no, no me estarías contando estas cosas! Pero es que estamos rodeados de espías, Jamal, gente que se ha vendido a la Policía por dinero. ¡Y claro que no tienes que ser un criminal para que te acusen de algo! Mira lo que ha pasado en Nueva York, esa mentira tan enorme… ¡Pero Bush y su perro Alday dicen que hemos sido nosotros, la tele lo dice, así que se acabó! Mira, con disimulo, ¿ves a ese tipo de allí?

El aludido era un magrebí como ellos, de rostro peculiar que le resultaba conocido, y no en vano era difícil de olvidar. Sentado a escasa distancia de ellos, sobre el suelo de la mezquita, parecía más un chinito autista que un morito.

Ahí mismo tienes a nuestro a amigo “Mowgli”: coche bueno, mujeres… Es un bandido, sí, por mucho que venga aquí a dejarse las rodillas en la alfombra, pero: ¿y si fuera algo más? Ya sabes lo que te quiero decir.

Ahora que lo dices, su cara me es familiar y de hecho creo que va por La Alhambra: un bar de Lavapiés al que suelo ir a comer. Desde luego, pintas de criminal sí que tiene…

¡Y lo que no es la pinta! Para algunos, pasa por un camello más de Lavapiés, de donde quiera que vaya a trapichear, pero yo he oído muchas cosas sobre él. Tiene una banda que se dedica al robo de coches y sube mucho por el Norte: debe mover por allí negocios de droga, también. Y ahí es donde viene mi duda, porque luego se deja caer por aquí y pretende que le tengamos por puritano… ¿No será que la Poli le deja hacer todo eso, de forma tan descarada, con tal de que venga a la mezquita a espiarnos?

Como si intuyera que hablaban de él, el tal Mowgli se volteó hacia ellos con su mirada de chino. Zougam y su amigo fingieron disimulo, pero era tarde: el delincuente ya se aproximaba hacia su rincón y ahí se plantó, de repente, sin esperar su invitación.

¡As salam alaycum, hermanos! ¿Qué tal estáis?

Bien, hombre, ¿y tú? ¿Conoces a Jamal?

Me suena su cara, respondió el llamado Mowgli, con una sonrisa que desde luego no inspiraba confianza. ¡Y mira por dónde, resulta que somos tocayos! ¿A qué te dedicas, amigo?

Tengo una tienda de telefonía. Vendemos móviles y accesorios y también reparamos.

¡Anda, qué bien! Eso está muy bien saberlo, porque yo también vendo móviles. Y ordenadores. Y coches. ¡Lo que sea, terminó de decir, con un desparpajo que destilaba impunidad! Ya hablaremos un día de estas cosas, si quieres.

Sí, la mezquita no es lugar para hacer negocios. Pásate un día por mi tienda y hablamos, está en la Calle Tribulete. Se llama Nuevo Siglo.

Lo haré. Por lo demás, si necesitas cualquier cosa, coméntamelo: te digo que vendo de todo. ¡Cuídense, amigos, hasta pronto!

El chulesco delincuente salió de la mezquita y dejó, a su espalda, a dos aliviados compatriotas. Estaba claro que ninguno de ambos se sentía a gusto en esa compañía y mucho menos Jamal, que ya había recibido un serio aviso de la Policía. Aun sin haber hecho nada.

La verdad es que sólo quiero vivir y que me dejen en paz. ¿Qué sé yo de terrorismo? Y si alguien quiere ir a esos países, a luchar por los hermanos, pues que vayan: yo tengo mi vida aquí, mi familia…

Claro que sí. Eres un buen hombre, Jamal, un buen musulmán. En lo que pueda ayudarte, cuenta conmigo, pero esta gente de la Policía… Pueden hacer lo que quieran con nosotros: echarnos del país o meternos en la cárcel, ¡lo que sea! Y tú ya estás marcado por ellos.

¿Y qué puedo hacer? ¿Marcharme de España?

No sé si serviría… ¿A dónde vas a ir? ¿A Francia? ¿A Holanda? Todos esos países, al final, forman uno solo que es dirigido por Israel. ¿Volver a Marruecos? Es más de lo mismo, pues estarías a su alcance también: ¡igual pero peor, porque ya sabes cómo las gasta allí nuestra Policía!

Pero, entonces, ¿no hay salida?

Su amigo se encogió de hombros: ¡nadie tiene respuestas sobre el futuro, que sólo Alá conoce!

Mira, tío: si me va a dar igual quedarme que marcharme, como es lógico, prefiero seguir en España. Ya tengo mi vida hecha aquí.

¡Claro que sí, amigo, quédate y trata de no pensar en ello! Sigue con tu trabajo, con tu familia, pero intenta hacerte más visible a los demás: que no te puedan identificar con nada raro. Haz deporte, por ejemplo, lleva una vida occidental y que te vean. Que la gente sepa de ti y de lo que haces, sobre todo, que mucha gente distinta sean testigos de la verdad: que vives como cualquier español de aquí. El problema que tenemos con muchos hermanos es que llevan una vida demasiado cerrada, no se relacionan con la gente española y luego, si les acusan de algo, no tienen cómo negarlo: ¡era un moro más que se reunía con otros moros, o sea, ése ya está jodido! Y muchos hermanos se creen las falsas promesas de la Policía y se dedican a espiarnos, ya sabes, a cambio de dinero o papeles.

Sí, estamos llenos de espías. Y eso es justo lo que la Policía quería de mí. Seguro que tienen gente por todas partes…

Por supuesto, pero tampoco hay que caer en la paranoia. ¡Simplemente ten cuidado, amigo, y que Alá sea contigo!

Jamal se encontraba ante un hombre mayor, que debía ser Comisario, y que tampoco estaba dispuesto a escuchar un no. Era el típico Policía de las películas, más bien gordo y autoritario, embutido en su americana. “No te lo pediríamos si no fuera muy importante, Jamal. Piensa que el terrorismo es un problema de todos”.

Esto es el juramento de verdad, señor Ministro

Palacio de La Zarzuela, Madrid.

El cuasi Ministro le echó una ojeada a la audiencia, donde destacaban sus padres y esposa. Podía ver el orgullo emocionado, en esos rostros queridos, y es que no era para menos: tantos años de esfuerzo académico y profesional y hasta de riesgos, como colaborador del hoy Presidente, se veían por fin recompensados. Un carrerón fulgurante de la mano de su admirado amigo: Julián María Alday.

Don Ángel Areces Paniagua, Ministro del Interior.

Flanqueado por los Reyes, por otros funcionarios como el Presidente, el interpelado avanzó hacia la mesita donde debía jurar su Cargo[22]. Los tapices con los emblemas del Estado, así como ilustraciones de batallas, fueron testigos de su solemne compromiso ante los españoles:

Juro cumplir fielmente las obligaciones del Cargo con lealtad al Rey y guardar, y hacer guardar, la Constitución como Norma Fundamental del Estado.

Dijo esto sin dejar de mirar el crucifijo, que presidía esa mesita junto a un ejemplar de esa incompatible Constitución. Un ladrillo anticristiano y antiespañol, Ángel, pero aquí estás. Jurando como si nada. Y reafirmando tu lealtad a ese sinvergüenza que llamas Rey.

Enhorabuena, Ángel, dijo el Monarca, que le estrechó la mano mientras recibía su sencilla reverencia. Y de seguido saludó a su amigo y jefe, Alday, que presidía la escena acompañado de su predecesor en el Cargo: Jaime Menor Ocejo.

Bienvenido a bordo, ¡Ministro! ¿Qué tal sienta el peso de la Responsabilidad?

¿Qué decirte? ¡Apenas he jurado y ya me duelen los hombros, oye!

El ya Ministro se consideraba un buen hombre, de fuertes principios, y estaba en lo mejor de la edad. No canoso aún, pero experimentado y con la entereza de un monje guerrero, su mentón prominente le enlazaba genéticamente con los Austrias. Para inspirarse mejor, esa noche había velado sus armas[23] sobre un auténtico manual de la Cloaca: la autobiografía del auténtico James Bond español, un espía del Franquismo conocido como Cisne o Ikor[24]. Un libro que resultaba de cabecera, para todo fontanero entrante, escrito por un asturiano que lo relató todo en primera persona. Un testimonio escandaloso que le había provocado, al autor, un destierro en el que luego desaparecería: los chivatos nunca duran en ninguna Cloaca.

Ya sin existencia legal, aseguraba, me veo perseguido en Francia como una alimaña. Y lo único que he hecho ha sido obedecer órdenes y servir a mi país sin preguntar ni rechistar. Ya mi única misión consiste en escribir y acompañar a mis niñas todos los días a la escuela. Estoy cansado de tantas falsedades e injusticias, cometidas por los jefes de los Servicios Secretos, empeñados en una vergonzante y criminal Guerra secreta que es toda ella una gran mentira. Una mentira orquestada para que ellos cada vez tengan mejores presupuestos y ahora fondos reservados, sin importar cuántos soldados, guardias civiles y policías mueran por la Patria.

Esta última frase era la auténtica china en su conciencia: el recién nombrado sabía lo que se esperaba de él, para empezar, en esa Guerra secreta que nunca acababa del todo. En especial, la famosa Lucha Antiterrorista, concretada entonces en dos delicadas operaciones: etarras e islamistas serían su principal ocupación, mientras durase en el Cargo, pero no estaría solo. También a su lado, en ese juramento como Ministro, se encontraba uno de sus principales subalternos: Jaume era un elegante y campechano mallorquín, aupado a la Dirección del CNI por el Monarca, que iba a ser una de sus manos en esa Guerra secreta del Estado. Y vino a saludarle apenas terminaron sus superiores, por orden de Jerarquía, junto a su otro gran lugarteniente: el Secretario de Estado para la Seguridad resultaría, junto al Director del CNI, su más esencial subordinado. Y en su caso, además, Iñaki era camarada de partido y amigo. O todo lo amigo que se puede ser en Política.

Enhorabuena, Ministro. ¿O podemos llamarte jefe?

Debéis llamarme Ángel. Aunque bien pensado, digo yo, mejor será que no me llaméis demasiado: esto significará que las cosas van bien, ¿no es cierto?

No te creas, jefe: si todo va bien, deberíamos llamarte una vez al día por lo menos. ¡De lo contrario, figúrate, será que alguno de nosotros ha causado baja! Y en todo caso, joder, pienso que deberíamos llamarnos… ¡Aunque sólo sea para dar el pésame a la familia!

Los tres rieron el chiste, que no pretendía ser sólo eso: como defensores de un país grande y rico, en efecto, lo lógico era que afrontasen amenazas cada día. Ése era su cometido.

Jerarquía resumida de Interior, con los confidentes morunos últimos. Nótese que estamos en el despertar del islamismo (de Estado) actual, justo después del 11-S.

Ya me ha comentado Iñaki que estás al tanto de las operaciones. Las dos principales, dijo el Director, que se refería por supuesto a los etarras y moritos. De todos modos, convocaremos una reunión en el Ministerio cuando te venga bien, para actualizarnos y estar todos en la misma onda. Y habrá que hacer la visita de rigor a Inchaurrondo[25]: el bautismo de todo Ministro de Interior.

El jefe de ambos asintió, con su saliente barbilla, y el Secretario vio su ocasión de introducir su propio chiste.

¡Tiempo al tiempo, Jaume! ¿Qué prisa hay? ¡Para evitar el 11-S ya no llegamos!

Villaverde, Madrid.

Buenas tardes, caballero, ¿podemos hablar con usted? Somos inspectores de la Policía Nacional.

Abdelkader asintió, no sin temor. No es que tuviera nada que ocultar a la Policía, pero esa súbita visita tenía todo de sospechoso. ¡Sobre todo con el 11-S tan reciente! Se estaban produciendo muchas detenciones, en el ámbito de los emigrantes musulmanes, y no sólo en EE.UU: todos los Estados cómplices de Israel, como España y el propio Marruecos, estaban enviando a la mazmorra a meros sospechosos. Muchos de ellos, incluso, eran deportados al zulo cloaquil de Guantánamo. Una pesadilla sionista hecha realidad.

Acompáñenos al coche, por favor.

El marroquí estaba tranquilo, claro, entre comillas: no había hecho nada malo y de hecho no parecían investigarle a él, en concreto. Y se lo llevaron a su Comisaría, un Complejo enorme sito en el barrio madrileño de Canillas, y allí empezaron a preguntarle por mucha gente: hermanos de Fe a los que sí conocía, en muchos casos, aunque pronto advirtió que esos señores querían más.

A mí me parece muy bien que persigan a los terroristas, pero que yo sepa no conozco a ninguno. Y tampoco estoy muy interesado en trabajar para la Policía, la verdad, sino que quiero mantenerme al margen de todas estas cosas…

¿Estás seguro de eso? Mira… No te lo queríamos decir porque intentábamos que colaborases por las buenas, pero tenemos una cosa que te va a interesar.

Abdelkader sintió que se le erizaba el vello. El Policía en cuestión no dijo nada más, pero se sacó una casete del bolsillo y la posó sobre la mesa. En ella se leía claramente una palabra maldita: yihad.

¿Quieres escuchar tus éxitos del verano?

El aludido no daba crédito a lo que vivía.

Pero… ¿Me habéis estado espiando o qué?

Los dos policías se echaron a reír y al hacerlo, uno de ellos, mostró sus dientes muy separados. Dos blancos paletos que se le asemejaron a las dos torres de Nueva York, crimen de unos pocos para el que hacían falta muchos culpables.

¡A ver si te enteras de con quién estás hablando, hombre, que llevamos media tarde contigo y ya está bien de hacernos los tontos! Nosotros, como Policía Antiterrorista, podemos espiar a quien nos sale de los huevos, ¿estamos? Y si no quieres que me vaya con esto al Juez, ahora mismo, será mejor que hagas exactamente lo que te estamos pidiendo. Además, piensa una cosa: sabemos que te estás divorciando de tu primera mujer y puedes perder el permiso de residencia en España.

Por un momento, el rostro de su novia cruzó su mente: ese instante en que le taladró, con sus verdes pupilas, mientras veían el 11-S por la tele. ¡Ella siempre le insistía en que no se metiera en líos, sobre todo a cuenta de su posición en la mezquita! Y él le contestaba siempre, agobiado por su insistencia, que estar con ella era como tener a la Poli en casa.

Mi actual pareja también es española, alegó, con la esperanza de que este dato desanimara a esos tipos de presionarle. Al menos, con el tema concreto de los papeles.

Ya lo sabemos. Tu nueva novia es también española, así que imagínate la gracia que le puede hacer que te mandemos a Marruecos sin billete de vuelta… El trámite es tan inmediato que no te daría tiempo ni a hacer la maleta, no sé si me entiendes.

El marroquí entendía demasiado bien… Y no estaba dispuesto a que se lo demostraran físicamente. Le había costado mucho cruzar el Estrecho y desde entonces había luchado, mucho, por permanecer en un país que ya consideraba suyo: licenciado en Periodismo, había trabajado en todos los oficios y ahora pretendía casarse, pero esos tipos parecían poder tapar el sol con un dedo.

Esperen un momento, señores, porque aquí tiene que haber un error: ¿qué grabación es ésa que dicen? Porque aún no me lo han dicho.

En realidad, tenemos varias, pero por decirte algo rápido te adelanto que sale mucho esta palabra mágica: “yihad”.

¡Pero eso no tiene nada de raro! ¡Yihad significa esfuerzo, nada más! Es una palabra que aparece como quinientas veces en el Corán… ¡Otra cosa es el sentido que se le quieran dar a las palabras!

Si quieres probar el sentido que le da el Juez, no pasa nada: nos vamos ahora mismo a la Audiencia Nacional y ya se lo explicas tú, cuando te llamen, que será más bien pronto. ¿Te parece? Y por si fuera poco lo de la cinta que tenemos, como te decía, también está el tema de tu exmujer…

¿Qué pasa con mi exmujer?

Antes de hablar contigo estuvimos con ella, hablando de estas cosas tuyas de la mezquita, y fue muy interesante lo que nos dijo. ¡Qué te voy a contar! Ya sabes que cuando una mujer quiere hundirte, como mínimo, lo intenta.

Sus dos inquisidores volvieron a reír y Abdelkader se dio por vencido: era obvio que esos polis tenían más que la sartén por el mango, dispuestos a todo en su afán de reclutarle. Y no hacía falta ser un integrista islámico para pensar que una mujer despechada, sea de donde sea, tiene más peligro que un escorpión en la bota.

Con razón decía el Profeta que no se ha de romper el matrimonio, pensaba. Los juramentos están para cumplirlos y tú abandonaste a tu mujer, al final, aunque te creyeras con razones para hacerlo… Y ahora Alá te castiga, claro, por tu deslealtad y tu pecado.

En su desesperación, el marroquí se veía ya en Guantánamo, con la cabeza dentro de una bañera.

¿Qué quieren que haga?

Nada que no puedas. Necesitamos que investigues a unos tipos que constan, en nuestros archivos, como potenciales terroristas: son unos radicales que conoces y éstas son sus fotografías.

Esta gente viene a la mezquita, reconoció Abdelkader, tras un rápido vistazo a ese nuevo dossier. Pero tiene que haber un error: varios de ellos no son tan religiosos, diría yo, y en todo caso son gente normal… Como mucho, si lo son, a lo mejor delincuentes. Éste de aquí, por ejemplo, es un ladrón y un vendedor de drogas, afirmó, al señalar sin remordimientos una de las fotografías: el feo rostro de un viejo conocido, Jamal Ahmidan, conocido también como Mowgli.

¿Estás seguro de que no está metido con los islamistas? Ya sabes que a veces, para despistar, esta gente se camufla… O recaudan dinero para los suyos, por ejemplo vendiendo drogas…

No lo sé, de verdad que yo no entiendo de esas cosas. Sólo digo que este hombre no es religioso, ¿vale? Es drogadicto, ladrón… De todo menos religiosidad. Si se pasea por la mezquita es para hacer todo tipo de negocietes. No me gusta.

¡A nosotros tampoco, rió uno de esos polis!Sentados frente a él, uno de ellos escribía sin parar en un cuaderno.

De acuerdo… Entonces, “Mowgli” no te consta como islamista… ¿Qué hay de los demás?

Pues no sé… ¿Están seguros de que les buscan por terrorismo?

Les investigamos, no les buscamos, puesto que sabemos perfectamente dónde se encuentra cada uno. Para eso somos la Policía, ¿no crees? Lo que necesitamos aquí son pruebas, Abdelkader, nada más: les estamos investigando porque son gente radical, de fundamentos radicales, por lo que tenemos que asegurarnos de que no arman ninguna judiada. ¿Entiendes? Y aquí es donde intervienes tú, como informador nuestro, para facilitarnos cualquier dato de estos señores o de otros. Es fácil y nosotros te estaremos apoyando, en todo momento. Además, sabemos que te han despedido de la obra en que trabajabas y nosotros podemos ayudarte, también, con alguna compensación económica.

Esos dos tipos parecían saber más de su vida que él mismo: su historia personal, laboral, religiosa… Y presumían de poder arreglar los problemas del mundo y los suyos propios, para empezar.

Se creen Dios en la Tierra, pensó Abdelkader, pero Dios sólo hay uno.

Por un momento, cruzó su mente una idea suspicaz: ¿y si esos policías estaban detrás de su repentino despido de la obra, que él no se explicaba, para venir luego ellos con su propia y singular oferta de trabajo? Como policías podían hacer lo que quisieran, para bien o para mal, una facultad de la que presumían abiertamente.

También podemos tramitarte papeles en regla y hasta una beca de estudios: ¿no eres periodista? Incluso el divorcio de tu exmujer lo podemos agilizar, para que te puedas casar cuanto antes con tu novia. Tenemos abogados en la Unidad que trabajan para nosotros y se encargan de estas cosas.

¿La Unidad?

Sí, la UCIE: Unidad Central de Información Exterior. Somos los responsables directos de la investigación y control de la amenaza yihadista, en nuestro país. Y necesitamos que te unas a nosotros, amigo. De verdad que sí.

Rentería, Guipúzcoa.

Habían pasado tres días, sólo, desde su encuentro no deseado con Goyerri, y Jon apenas soportaba la angustia. Aguardaba a cada instante la visita de la Guardia Civil o de la Ertzanza, para hacer efectiva su condena, pero es que odiaba sus demás alternativas: huir de la Justicia sólo serviría para retrasar lo inevitable, su más que probable detención, que podría producirse en cualquier momento. Y con el agravante de tener más delitos encima, claro, si se reenganchaba a la lucha armada. ¿Qué futuro le esperaba en los comandos? La misma celda o peor, la muerte, como pasó con tantos compañeros.

Mejor será portarse bien, supongo, dejarme detener y que pase lo que tenga que pasar. ¡Estoy harto de esta situación!

Sin embargo, hasta la fecha, poco había cambiado para él. La vida seguía en Rentería como siempre, con la gente ocupada en trabajar y hacer sus vidas, que es como debían estar en vez de ocupados en fantasías: cuentos para no dormir como el de la idílica independencia, del opresor Estado Español, una milonga que había desestabilizado su vida y que aún pesaba sobre sus hombros. Una paranoia colectiva que caracterizaba a todo su entorno, como esos amigotes que ahora le rodeaban en la taberna.

La lucha armada es efectiva, razonaba uno, que por supuesto jamás había empuñado una pistola. Mira, si no, lo que ha pasado en Nueva York. ¡Esos cerdos yanquis han probado de su propia medicina!

Pues yo, lo de que mueran civiles, no sé… No lo veo, dijo Jon, que también se refería al problema patrio de la ETA.

Pues entonces que se vayan: ¡es fácil! ¡Los “españoles” que se vayan a tomar por culo y ya está, que Euzkadi no es su casa! Pero no se construye un país sin sangre, argumentaba. Razones sobran para la Lucha, para la independencia.

Jon se sonrió. ¡Cómo se notaba que ése no había pisado la trena!

¿Razones como cuáles, eh? ¿Crees de verdad que esto va a ser un paraíso si se logra esa independencia y nos gobiernan, como hasta ahora, esos cabrones del PNV? ¡Porque eso es lo que iba a pasar!

Jon estaba cada vez más quemado y en esta ocasión, como tantas, no ocultó la frustración que le producía aquella Lucha. Sobre todo, cuando los de retaguardia se ponían puristas, aun sin haber pasado por ningún comando ni mucho menos por la cárcel.

Lo más importante, seguía ese pesado, es no perder nuestras raíces como pueblo. No ya por el euskera, que es un tema prioritario, sino por todo lo demás: ¡aquí hasta las ovejas son diferentes, joder, son lachas! ¡No merinas ni churras, o la mierda que tengan en España!

El infiltrado sintió que había llegado a su límite: ¿ahora era un tema de ovejas? Incapaz de soportar tan triste conversación, con gente que no sabía cómo era una celda por dentro, se despidió sin muchas excusas. Y tampoco su jefe le puso pegas, el dueño de la taberna, comprometido como estaba con esa misma Lucha patriótica. Y Jon salió a la calle con ganas de evadirse, de olvidarse de todo, aunque le perseguía un tozudo fantasma. De hecho, apenas llegó a su casa, en el portal le esperaba una llamada diferente. Mejor dicho, un mensaje en clave que antecedía a una llamada comprometida.

Tengo entradas para el Eibar.

El fichado etarra suspiró. Sabía que su controlador no era amigo de que le hicieran esperar y, después de todo, Carlos era más que un jefe para él.

¿Qué hay?

Egun on[26]. Oye, tengo noticias para ti y no son buenas.

Jon resopló, agobiado como nunca.

Sí, ya sé. Se me acabó el plazo, ¿no es eso? Para mi ingreso en prisión…

¿Cómo lo sabes?

Me lo ha contado un pajarito, contestó, reacio a dar información que la justa. Era de esperar, ¿no?

En efecto. La Justicia es lenta pero segura, ya sabes, ¡seguro que te joden! Y entonces, es lo que toca: tienes que volver a la clandestinidad, Jon. Alistarte en un comando, ya sabes que te necesito ahí y sobre todo ahora, cuando vamos a dar nuestro salto definitivo: vas a ser tú quien les consiga los petardos en adelante, ya lo verás. Tendrás tu futuro asegurado.

El infiltrado reunió valor. No era fácil decirle que no a ETA, pero mucho menos a Carlos.

No voy a hacerlo. Si vuelvo a las andadas terminaré jodido, lo sé, y he pasado mucho tiempo fuera de casa… A lo mejor si admito lo que hice, me ha dicho mi abogado, pues me podrían rebajar mucho la pena. Y entonces…

De eso olvídate. ¡Después de los favores que te he hecho, cabrón, no me puedes dejar tirado!

He dicho que quiero dejarlo, ¿vale? ¡Y no me puedes seguir obligando!

Se hizo un silencio en la línea que resultó, para Jon, como dar un salto al vacío.

Mira, tío, tienes razón. Eres libre de hacer lo que quieras, pero yo también lo soy. ¡Y te juro por mi madre que se va a enterar todo el mundo, a través de todos mis chivatos, de que fuiste tú el que vendió a tus amigos! Los cuatro del coche, ¿te suena? Después de todo, acuérdate: fuiste el último en hablar con Aratz, que se sepa, y tengo en la mano ese registro de llamadas. Y un análisis de tus huellas en el Clío y más pruebas que te comprometen, en más asuntos, con las que puedo abrirte nuevas diligencias. ¿Qué te parecería todo eso? Y lo peor es que a ver cómo se lo explicas luego, a tus colegas: ¡la fiesta en las duchas de la trena, o donde quiera que te pillen, podrían ser de la h**tia!

Esta vez era Jon quien no contestaba. Las temidas palizas policiales terminaron hacía tiempo, ya en el último Gobierno del PSOE, pero este proceder se le antojaba peor que eso. El portal de su casa se convirtió en el del infierno, con todas las letras, cuando era el demonio quien estaba de guardia. ¿Y qué se podía hacer?

Está bien, “Carlos”, cuenta con ello. Te avisaré cuando esté ya adentro, ¿vale?

Muy bien. Esa actitud es más inteligente, Jon, porque además piensa una cosa: la Guerra ésta vuestra, por si no lo sabías, hace tiempo que la tenéis perdida. Poco a poco, ya lo estás viendo, todos los comandos serán desactivados. Y no tenéis dinero ni presencia mediática, apenas, porque os hemos cortado el grifo a conciencia. Y entonces, sólo en la Paz podéis conseguir algo, por la Política, y ahí es cuando tú volverás como un héroe. Si te dejas guiar, claro…

El infiltrado guardó el teléfono y subió a su casa, los ojos fijos en el suelo. No tenía ánimos ni para saludar a su madre.

Tienes la cena en la cocina.

Jon dirigió a su amachu una mirada compasiva. No sé despediría de ella, claro, no con una declaración de intenciones, pero sí le dio un beso que a ella le sorprendió.

¿Qué tal en el bar?

Bien, amá. Como siempre. Voy a mi cuarto, ¿vale?

Las madres, todo etarra lo sabía, son las seguras perdedoras de todos los conflictos. Es de las primeras cosas que uno entiende, en prisión, cuando ves que les toca ir a verte a donde sea. A tomar por culo de lejos o ahí al lado, al cementerio.

Sí, ¿Pachi? Oye, mira, que lo he pensado mejor: dile a “Goyerri” que cuente conmigo, ¿vale? Que ya mismo hago el petate… Sí, mañana… Voy a donde él me diga, sí… Y perdona por tocarte los huevos el otro día, ¿eh? Sí, ya sabes… No es fácil tomar esta decisión, dejarlo todo otra vez… Sí, colega, otro abrazo para ti… Agur.

Autovía A-8 del Cantábrico, entre Ontón y Cobarón[27].

La comitiva ministerial avanzaba hacia Bilbao, a toda velocidad, desde la cercana villa de Castro Urdiales. Un rodeo de despiste cuando el verdadero objetivo del viaje era Inchaurrondo, corazón neurálgico de la Seguridad del Estado en Vascongadas, y es que había que sorprender al enemigo. ¡Lo que no se esperaba el Ministro, sin embargo, era ser sorprendido él también!

Paramos ahí delante, ordenó el Director del CNI, que iba junto a él en la berlina. Y el chófer obedeció y redujo, para desviarse hacia un lado de la calzada, mientras el Ministro se volvía a su subalterno. Es tu primera visita al País Vasco y hay que celebrarlo, ¿no crees?

Al ver sonreír al mallorquín, aun sin perder éste su aire de gravedad, el Ministro comprendió que estaba en curso una novatada cuartelera. Sobre todo, cuando el Director extrajo una pistola de su chaqueta y se la entregó, por el mango, al tiempo que abría su portezuela.

¿Qué tal andas de puntería?

El Ministro se echó a reír, ya con el arma en la mano. Su instrucción en tiro se limitaba a un burocrático servicio militar que, sin embargo, sí le enseñó a montar y disparar una pistola. De pie en la cuneta, no tan concurrida en la madrugada, el abulense recibió el viento del Norte en la cara.

Como ya sabrás, jefe, es el ritual para todos los funcionarios que vienen a servir en Vascongadas: ¡no se puede ir a Inchaurrondo sin firmar el cartel de bienvenida!

La autovía no dejaba de estar frecuentada, para ser tan tarde, pero nadie imaginaría que ese control de carretera era todo menos eso: su escolta ya se había desplegado en la cuneta, con visible aparato de chalecos reflectantes y luces, pero todo se reducía a una improvisada galería de tiro. Y el enorme cartel de ongi etorri[28], por encima de la calzada, ofrecía una diana muy fácil pese a las tinieblas.

Esto es el juramento de verdad, señor Ministro: el Rubicón se pasa aquí, dijo el Director, a quien flanqueaba ahora el Secretario de Estado. Vasco él mismo, como tantos estadistas que lucharon esa Guerra Sucia, sonreía también a pie de cuneta. ¿Estás dispuesto a hacer lo que sea necesario, hasta a matar, por el bien de tu país?

Lo que haga falta, respondió el Ministro, que apuntó el arma en la oscuridad. La luz de las farolas no alumbraba ese punto ciego de la cuneta, pero escuchó el sonido de las balas al impactar: otro acto vandálico, en estatal tradición, a cuenta de su colega de Fomento. ¡Queda inaugurado este pantano!

Sus subalternos, únicos testigos próximos, no rieron el chiste. Y esto turbó al Ministro cuando sus caras, hasta entonces sonrientes, apenas escondían lo obvio: no habían parado sólo por los tiros.

Toma un trago, Ministro, para celebrar tu bautismo y coger fuerzas. Es ahora cuando empieza lo serio, dijo el Director. A su lado, junto a la berlina, el Secretario servía sendos wiskazos sobre el capó. Aquello se parecía, cada vez más, a una noche de novatadas estudiantiles, pero el Ministro tragó saliva en tensión. Si la cosa venía de esos dos personajes, del cloaquil Ministerio que lideraban, sin duda se avecinaba una tempestad.

¿Me vais a decir cuál es el problema o nos quedamos aquí, chupando frío hasta que amanezca?

Sus dos lugartenientes brindaron, con él, antes de echar un buen trago al gaznate. En cunetas como aquella se jugaban la vida, a diario, miles de policías a sus órdenes.

Mira, Ángel, tenemos un problema de soplones, dijo el Secretario. Se trata de un Guardia al que empleamos en la Misión del Norte: está dispuesto a largar y ya sabes lo que eso significa, ¿no? Nos caemos con todo el equipo. Todos.

El Ministro tragó saliva. Lo que le insinuaban era contrario al Evangelio, al Estado de Derecho, pero en una Guerra no se podía titubear: mucho menos el General que manda las tropas.

¿Qué es lo que puede largar, exactamente?

Lo justo para jodernos a todos, imagínate: este hombre es el encargado de llevarle la dinamita a “Pípol”, nuestro agente asturiano, para que luego él se la venda a los de ETA. Y se confió en él porque es un viejo calavera, con un amplio historial en el País Vasco, y de hecho ya estaba retirado del servicio. El problema es que se ha echado una novia del Ejército, una chica legal, que le está reconduciendo por el buen camino. Demasiado, diría yo. Y claro, a nuestro hombre le ha entrado la conciencia a deshora…

El Ministro se enjuagó el wiski que impregnaba su boca. Nunca imaginó que su bautismo de fuego se efectuaría, precisamente, con la sangre de un Guardia Civil. Ese pobre hombre no era consciente de que su suerte se estaba echando, parecía mentira, bajo el mismo cartel que él un día firmó.

Lo que decís es grave… Y por descontado que no se puede consentir… ¿Qué medidas tomaremos?

¿Con los traidores? La única que les vale, respondió el Director, que disparó a su vez contra el cartel. Otros tres tiros que vaciaron, ya del todo, el cargador de esa pistola. ¿Ves? Ahora están tus huellas y las mías: mis hombres ya pueden actuar.

Su escolta ya se había desplegado en la cuneta, con visible aparato de chalecos reflectantes y luces. Y el enorme cartel de ongi etorri[29], por encima de la calzada, ofrecía una diana muy fácil pese a las tinieblas. Aquello se parecía, cada vez más, a una noche de novatadas estudiantiles, pero el Ministro tragó saliva en tensión: sin duda se avecinaba una tempestad.

Si no aceptas los sobresueldos, nadie se va a fiar de ti.

26 de septiembre de 2001. Complejo Policial de Canillas, Madrid.

¿Has visto qué cabrones, los de la UCIE? ¡Resulta que van unos moros, estrellan un par de aviones y ala! ¡Les duplican el presupuesto de la noche a la mañana! Y les van a meter el doble de efectivos, ¿eh? ¡Con dos cojones! ¿Qué te parece eso?

Su joven Subinspector puso cara de circunstancias. Arqueó las cejas y le devolvió una mirada llena de ya lo decía yo…

Pues hombre, lo del islamismo es un tema bastante grave. Es una cosa que se veía venir, que estaba ahí, y al final nos ha estallado en las narices…

Carlos se sonrió, satisfecho con la respuesta. Su pupilo era tan puro que se resistía a ver la realidad de esa Cloaca Máxima, que era el Sionismo, ni aunque nadara literalmente en ella… ¡Y eso que está estudiando árabe, decía para sí, pero ni con ésas se entera de la fiesta! Este ingenuo es de los que piensan que de verdad unos moros han cogido un avión y se han chocado…

Ahora tendremos que improvisar soluciones, siguió su subalterno, que por supuesto se las daba de entendido. Vendrán las prisas, como si en esto se pudiera acelerar… Sacar gente de donde no la hay y formarla, a todo correr… ¡En vez de adelantarnos a los problemas, con tanto Político y tanto CNI, resulta que vamos a rebufo de los terroristas!

El Inspector se echó a reír.

¡Eso lo dices porque sabes árabe, cabrón, y entonces puedes sacar tu tajada de todo esto! Pero si estás pensando en abandonar el barco, para irte a buscar moros con “la competencia”, te advierto que ya he blindado tu contrato: te necesito aquí, ¿vale? Eres mi mano derecha en esto y además sabes árabe, por lo que me resultas indispensable.

¡Más te ayudaría que hablase euskera! Porque los etarras, que yo sepa, no son moros…

Gente con vascuence ya tenemos, en la Unidad, pero tú no necesitas hablar ese dialecto de mierda. El árabe tiene futuro también aquí, para controlar al “Mowgli” y otros moritos, y a la vez para enlazar con los colegas de la UCIE. Es probable que trabajemos juntos, ¿sabes? Cada vez más. Piensa que la tendencia se está invirtiendo: aquí la cosa va menguando, ETA ya está pa pocas, mientras que ellos van a asumir cada vez más trabajo. Y lo lógico es que les apoyemos, claro, sobre todo si etarras y moritos aúnan esfuerzos. Sería lo lógico, ¿no crees? A unos les falta personal y a los otros, los moracos, medios y protección política.

El Subinspector torció el gesto. ¡La banda de Mowgli no hacía feliz a su subalterno, harto de presenciar tantos desmanes por su parte! No había delito ni negocio turbio al que renunciaran, siempre en nombre de su amado líder, pero éste no era ni mucho menos el cerebro de todos esos descerebrados: eran él mismo y la Unidad, en último término, quienes amparaban y financiaban a estos cafres. Una versión moderna de las hordas de Atila en la que el Subinspector, como adjunto suyo en la coordinación, ocupaba también un rol fundamental. Y es que era imposible sentirse orgulloso de ello, claro está, si se perdía de vista el Objetivo: una gran victoria sobre los enemigos del Gobierno, de la Patria como tal, que quedaba todavía muy lejos… ¡No así los sobresueldos, por fortuna, fondos ilícitos que engrasaban esa Guerra Sucia!

Hay esto para ti, compañero. Por el buen trabajo que estás haciendo.

El abultado sobre quedó sobre la mesa del Subinspector, inmóvil como un ladrillo, y su destinatario se limitó a mirarlo de reojo. ¡Realmente era un tipo peculiar, muy joven, pero con una marcada personalidad! A Carlos le costaba gobernarle, en ocasiones, y es que a este subordinado suyo le suponía un dilema moral cumplir todas sus órdenes. Incluso, sobre todo, cobrar esos descarados sobresueldos.

He estado escuchando al moro éste durante días, jefe, inclusive cuando se refiere a sus “descargas” y a la finca de Morata. Y estoy preocupado, como comprenderás, porque es obvio de qué son esas descargas y que se lo estamos guardando nosotros…

Carlos le miró con fijeza, antes de contestar.

¿Y qué?

¿Y qué? ¿Cómo que “y qué”?

¡Pues eso, joder, que no sé de qué te sorprendes! Si sabes perfectamente que estamos vigilando a ese energúmeno: ¡pero es que le necesitamos para marcar objetivos en ETA, digo yo, luego no entiendo a qué vienen ahora estas obviedades!

Su subalterno se acomodó en la silla de oficina, ésa de la que rara vez se despegaba en sus largos turnos… Esas forzosas vigilias de escuchas y control, siempre pendiente de los movimientos de sus objetivos. ¡Carlos sabía que era un trabajo agobiante y mucho más, desde luego, con personajes como Mowgli en la ecuación!

Mira, “Carlos”, te voy a ser franco: yo no quiero seguir con esto. Entiendo que los medios justifican el fin, ¿vale? ¡Pero es que todo lo que se hace en este servicio, todo, es completamente ilegal!

OK, pero… Vamos a ver… ¿Y tú qué pensabas que era luchar contra estos bandidos? ¿Clavar sus fotos en un corcho y esperar, a lo mejor, a que aparezcan por algún lado? Manejamos confidentes, Subinspector, esto es lo que hacemos: si quieres cazar ratas has de bajar al barro, hacerte amigo de algunas… Porque no hay otra manera, claro, a no ser que a ti se te ocurra.

Carlos acompañó sus palabras de un movimiento forzado, intentar colar ese fajo en el bolsillo del Subinspector, pero éste reaccionó con un paso atrás.

No es necesario, “Carlos”: a mí ya me paga el Estado.

Su superior se echó a reír.

¡El Estado, dice! ¿Y de dónde te crees que sale este dinero, eh? ¿De los Presupuestos Generales de los cojones? ¡Tú y yo sabemos que desde el último confidente hasta el Rey, pasando por toda la Escala, no hay nadie en la Misión que no ponga la mano! Porque también ponemos los riesgos, claro. Y sobre los coches “prestados”, ¿qué quieres? ETA tiene acceso directo a todas las matrículas oficiales por medio del PNV, que las obtiene a su vez por medio de la Ertzanza. ¡Usar los coches del Parque Móvil es jugársela, amigo, por culpa de estos cabrones! Que, por cierto: son los mismos que luego nos ponen la lupa en los fondos reservados… Pero que a la vez se dedican a pasar el cepillo para sus amigos de la capucha: el famoso “impuesto revolucionario”. Como ves, no fuimos nosotros los que empezamos a jugar sucio. ¡Ni mucho menos a tirar de gatillo!

Su adlátere asintió, resignado a esa forma de funcionar: era un novato aún, en los Servicios de Información, pero a Carlos le agradaba su honestidad.

A ver, jefe: que yo tampoco he venido aquí a fiscalizar lo que se hace, ¿vale? Ya me imagino que esto ha funcionado así toda la vida, pero lo único que digo es que a mí se me hace raro trabajar así… Es que no hacemos nada al derechas, ¿me entiendes?

¡Al Derechas, sí, eh, que todo esto remata en el Presidente! Y piensa que esto es como llevar una empresa: si lo haces todo por lo legal, pagando todos los impuestos, no llegas ni a final de mes… Y si no aceptas los sobresueldos nadie se va a fiar de ti, amigo, empezando por un servidor: ¡aquí todos cogemos el dinero y es lógico, que no nos jugamos el tipo por nada!

El Subinspector era un joven de ideales, como él mismo lo fuera un día, en los principios de su fulgurante carrera… Pero es que tampoco dejó nunca de serlo. ¡Estaban luchando contra ETA, por supuesto que sí! Y por una España mejor, en general, como la que Alday representaba: un Ideal con el que el Subinspector estaba de acuerdo, a él le constaba, y por eso le había promocionado hasta ese puesto de confianza… Aunque entendía que le era difícil asimilar los cloaquiles pormenores del trabajo. Y es que Carlos se veía a sí mismo, en su juventud, en el rostro juvenil del Subinspector: pasional y a la vez apático, siempre dispuesto a bajarse del tren, aunque fuera en marcha.

¿No te estarás precipitando, hombre? Te recuerdo que te presentaste voluntario para esta Misión y te advertí, recordarás, que con esta gente es preciso jugar sucio… ¿O no? ¡No puedes decir que no sabías!

¡Pero es que desde afuera todo suena diferente, “Carlos”, yo qué sé! ¡A lo mejor es eso! Lo que no me esperaba era esta acumulación de delitos de todo tipo, pero mucho menos que nosotros estaríamos siempre involucrados… Te reconozco que esto de “la Cloaca” ha superado mis expectativas.

¡Joder, tío, y las mías! Pero cuando vienes de enterrar a cientos de compañeros, por culpa de esos hijos de puta, pues llega un momento en que acabas hasta los huevos… ¿Me entiendes? Y es cuando toca remangarse la camisa y ponerse a jugar de verdad, pero con el único lenguaje que entienden. ¿O crees que todo esto no viene de Muy Arriba?

También el GAL. Y no estoy dispuesto a pasar por eso.

¡El GAL, dice! ¿Acaso hemos matado a alguien?

Su subordinado se encogió de hombros.

No, que yo sepa.

Y así ha de seguir. ¿De acuerdo? Si algo tenemos claro en esta Unidad, desde hace además mucho tiempo, es que los métodos que usemos han de tener siempre unos límites. ¡El narco es lo más inocente del mundo, joder, si se compara con lo que tenemos aquí! Lo que debe preocuparnos es el Objetivo último de la Misión, ya lo sabes: ¡vencer a esos cabrones a cualquier precio, sí, pero claro que no a cualquier precio!

No está mal el discurso, se dijo Carlos, pero el Subinspector se limitó a suspirar. Era un chico muy joven y con poca calle, todavía, acaso muy verde para la tarea que le tenían encomendada, pero Carlos intuía en él un diamante en bruto: ¡antes de seleccionarle para ese equipo de trabajo, la plantilla de confianza de la Misión, el Inspector Jefe le había hecho su buena inteligencia al candidato! Y había estudiado a fondo su entorno familiar y de amistades, sus motivaciones personales y, como no podía ser de otra manera, su marcada inclinación política. ¡Así y todo, como Policía veterano que era, Carlos sabía como nadie que una cosa es el idealismo y otra la realidad! Eso que la gente llamaba las cloacas, pero que nadie como ellos conocían.

No te engañes, Subinspector: tú y yo sabemos lo que España ha vivido con los anteriores gobiernos. Y entonces, hay dos maneras de enfrentarse a ellos: irse al bar a despotricar, como el común de los peperos, sobre las judiadas que nos hace el PSOE, o reaccionar de una vez y hacer algo al respecto. Estar en esta oficina, amigo, en este equipo, es colaborar al máximo nivel con los nuestros: aquí es donde hacemos que ocurran las cosas, ¿entiendes?

Entiendo.

Y sobre ese famoso terrorismo de Estado, ¡en fin! Si el GAL que decías lo ha sido es porque ETA, antes que nadie, empezaron a matar a nuestra gente. Una banda muy bien dirigida desde Francia, el PNV y la Izquierda traidora… Y entonces, por eso estamos aquí: para poner en su sitio a toda esa entente de cabrones y reventarles, en su puta cara, su propia dinamita y su droga. ¿Entiendes? Porque ése es el Objetivo último de todo esto, como sabes, derrotarles, pero también desenmascararles… Y sólo debemos ser pacientes.

Comprendo lo que quieres decir, “Carlos”, y me parecen bien tus razones, pero no sé si estoy preparado para esto. Quiero decir que nunca me vi en una Misión como ésta, controlando a todas horas nuestros propios alijos de drogas… A lo mejor no valgo para el puesto, no sé…

¡De eso nada, amigo! Si no valieras, créeme, no dirías eso. Y yo no te habría seleccionado ni confiado en ti, ¿vale? ¡Y no es que me crea más listo que nadie, eh, sino que es la experiencia! ¡Porque aquí no hay rangos que valgan entre nosotros! ¿No ves cómo me toca fiscalizar a comisarios y darles órdenes, siendo yo un simple Inspector? ¡Pues eso es porque los de Arriba confían en mí, nada más! Que yo haya enterrado a compañeros o sido amenazado, por trabajar tantos años en el País Vasco, no me hace mejor ni peor: tú hubieras hecho lo mismo que yo en mi lugar, en cada momento, y por eso estamos aquí.

Ahora que dices eso, “Carlos”, si te digo la verdad, estoy preocupado por lo que ha pasado estos últimos días. Ese escándalo de los dos guardias civiles, los de Vizcaya… ¿De qué se supone que va eso? Porque he oído comentar que estaban relacionados con la Misión, y que inclusive uno de ellos traía la dinamita a los de “Pípol”… ¿Es verdad eso? Porque si es cierto lo que dicen, que ellos nos hacían los portes de la dinamita, explicaría muy bien quién los ha matado y para qué…

El Inspector esbozó una sonrisa cínica: era en vano disimular ese oscuro secreto, un secreto a voces de las cloacas ibéricas, el cual había saltado a la Prensa sin contemplaciones. Dos asesinatos muy seguidos de guardias[30] que la autoría de los de siempre, con sus famosas siglas, no explicaban para nada.

Lo que está claro es que no ha sido la ETA, ¿verdad? Lo del primero podía colar, asesinado en su casa, pero el otro… ¿Dentro de un Cuartel y con tanta profesionalidad? Es obvio que por ahí anda la mano negra de los que todos conocemos, pero tú no te tienes que preocupar por eso: es otro Cuerpo y tienen sus cosas entre ellos, igual que nosotros. Lo que sí tienes que pensar es que aquí somos todos una piña, hay un Plan establecido y todos tenemos que atenernos a él: CNI, Policía, Guardia Civil… Cada uno tenemos nuestras funciones y nadie puede salirse del guión, nadie, bajo ninguna circunstancia. ¡Mucho menos para largarlo por ahí, claro, es que eso es ya una locura!

Lo de siempre, pensaba Carlos, mientras le echaba ese sermón a su segundo: les mataron por “locos”, claro, una entelequia para no hablar claro de chivatos, o más bien de auténticos arrepentidos… Dos guardias que se intentaron bajar del tren o, mejor dicho, de esos coches cargados con dinamita. Y podía leer la pregunta, en los ojos de su asistente: ¿qué se supone que iban a hacer esos dos pobres, compañeros al fin y mártires de la Cloaca? Lo que podían haber revelado, hasta cierto punto, sí se lo debería imaginar, aunque si había algo que llamaba su atención era el caso del segundo Guardia. Porque resultaba bastante obvio que el Cabo Villa no era el objetivo principal, sino más bien un efecto secundario[31] de ese primer asesinato. Y al tratar de vengar a su camarada, con quien le unía una evidente amistad, se convirtió en un nuevo objetivo para los de Arriba.

Ambos habían vivido en Mungia, decía El Mundo, hasta que el cabo Villa obtuvo la vivienda en el cuartel. Y el hecho de que fuesen paisanos (uno, de Pola de Siero y el otro, de Boal) hizo fácil las relaciones. Tan estrechas llegaron a ser que Yolanda hizo de «cangura», cuidando a los hijos de Leonardo, un detalle que revela intimidad en el País Vasco, donde los agentes no se confían a extraños.

Daba rabia, en efecto, y hasta ganas de llorar, pero Carlos mostraba un callo típico de los veteranos. Y ni siquiera esto parecía afectarle, sino al contrario: justificaba cualquier cosa, hasta el peor exceso, en el nombre de una Misión sacrosanta.

Las ramas no nos deben ocultar el bosque, Subinspector: ¡todo esto lo hacemos por la Patria, coño! ¡Para joder a esos cabrones de etarras y su mundillo, los que les jalean en la retaguardia, que son aún peores que ellos! Porque esos hijos de puta deben ser erradicados, sí, pero no sólo eso: ¡llegado el momento, te lo aseguro, todos quedarán marcados para siempre! Y para eso es preciso jugar sucio, en su propio terreno, para poder demostrar lo que son estos gusanos: unos auténticos narcoterroristas, como sus amigos de las FARC, pero todo llegará…

El Subinspector asintió, era obvio que quería dejarse convencer, pero el suyo era un difícil y sobre todo turbio desempeño. Carlos lo sabía mejor que nadie.

No me tomes por un insensible, al que le da todo igual. Yo también tenía tu inocencia, si se le puede llamar así, cuando salí de la Academia… El problema ha sido, a lo mejor, los tiempos que me ha tocado vivir. Porque siempre hablamos de los “años de plomo”, que fueron duros, y mataban a muchos policías. Iban a por nosotros, sobre todo los que estábamos destinados ahí arriba, pero hubo algo mucho peor en general y fue la heroína. Lo que presencié en esos años de locura… Yo creo que me cambió para siempre. La violencia que recibían los propios yonquis, sobre todo por parte de otros yonquis y camellos… Las situaciones que pude ver en los poblados, por ejemplo, incluso muertes y agresiones sexuales, que quedaban impunes casi siempre… Y la cosa no ha cambiado mucho desde entonces, como sabes.

Su subalterno le escuchó con atención, con la seriedad que demandaba ese relato, pero de pronto explotó en una carcajada. Y Carlos le miró sorprendido, sin entender.

¡No, si al final resultará que “Mowgli” es un santo!

No, tío, yo no he dicho eso. Pero si piensas que vigilar al “Mowgli”, y al resto de la banda, es un marrón inigualable… Tú mismo sabes que estás equivocado. Porque me hablabas de “Pípol”, ¿no? ¡Pues mira la tarea que le espera ahora, nada menos que ir a la cárcel por la cara! ¿Se te ocurre una putada peor?

Entonces… ¿Ya es definitivo?

¡Pues claro! ¿Te parece poco lo que les pillaron, en la redada del otro día? Hachís y por supuesto dinamita, la bendita dinamita, imprescindible en toda espicha como la que estamos montando. ¡El amigo “Pípol” se ha cargado una buena mochila y para siempre! Porque eso ya es para siempre, ¿sabes? ¡Ha quedado marcado para siempre!

Ésta era la parte más surrealista de su trabajo: el tal Pípol era un tipo que ni siquiera les conocía, ni había visitado nunca la Unidad, pero en el cual estaban puestos todos los ojos. La Comisaría de Avilés y su red de infiltrados criminales, con Pípol como estrella principal, era un as en la baraja de la Unidad. En concreto para ese equipo de confianza de Carlos, a las órdenes directas y cloaquiles del Gobierno. ¡Y ahora ese infiltrado tan especial iría al trullo por la Misión, por la Patria y por esa Operación que llevaba su nombre! Un sumario que sentaría en el banquillo a toda una cohorte de colaboradores y otros narcos, más o menos relacionados, pero que sólo servirían de acompañamiento para ese plato fuerte: porque Pípol y su banda eran el objetivo único y verdadero, para toda esa Operación, una escenografía que fue fabricada con el único fin de enmarronarles. De poder infiltrarles o, mejor dicho, como se decía en el argot, marcarles de cara a ese proceso de infiltración.

Marcado, va a quedar, afirmó el Subinspector, que repasó esas novedades en su PC. ¡Una larga condena esperaba al bueno de Pípol, en esa mascarada delincuencial en que le habían insertado! A priori le tocan unos añitos en la trena, aunque todo dependerá de los de Arriba…

Por supuesto que depende de ellos. Todo depende de ellos. Y a eso te voy, insistió el Inspector: vigilar a “Mowgli” y compañía, desde la tranquilidad de esta oficina, no es el peor castigo posible. ¡Hay compañeros que tienen que ir hasta la trena, ya ves, simplemente por aparentar!

Si quieres que te diga la verdad, jefe, y sin querer quitarte la razón… No veo ninguna diferencia entre escuchar a estos delincuentes todo el día y acostarme con ellos en la celda.

A “Carlos” le costaba gobernarle (al Subinspector), en ocasiones, y es que a este subordinado suyo le suponía un dilema moral cumplir todas sus órdenes. Era un chico muy joven y con poca calle, todavía, acaso muy verde para la tarea que le tenían encomendada, pero “Carlos” intuía en él un diamante en bruto: antes de seleccionarle para ese equipo de trabajo, la plantilla de confianza de la Misión, el Inspector Jefe le había hecho su buena inteligencia al candidato.

Yo creo que esto no es para mulleres, ¿oíste?

27 de septiembre de 2001. Cárcel de Villabona, Asturias.

El cadáver del Cabo Villa, destinado en Bilbao, fue encontrado por compañeros en su apartamento de la Casa-cuartel. Cunde la alarma entre la Guardia Civil de Vizcaya por ser el segundo compañero muerto, en un plazo de sólo dos semanas, en circunstancias poco claras. La primera hipótesis apuntaba a un suicidio[32], pero no se han encontrado casquillos en el lugar de los hechos. Recordamos que el Guardia Leonardo Raúl Graña apareció muerto también, en circunstancias similares, en su vivienda de Munguía…

Antonio dejó a un lado el periódico. No era una noticia a pasar por alto, en su caso, ni había misterio alguno por resolver. La muerte de esos dos compañeros, paisanos suyos también, tenía una clara razón de Estado, que sólo otro compañero del gremio podía interpretar. ¡Para el resto del mundo, estaba claro, aquello resultaría un auténtico Expediente X! Porque, ¿cómo era posible que dos guardias terminasen igual, con tan pocos días de diferencia, asesinados en su cuarto al más puro estilo gágster? Y lo más curioso era que desde Arriba no lo hubieran tapado, teniendo en su mano el poder para hacerlo, o para disfrazar lo más mínimo esa cloaquil actuación. Pero ahora hasta el más tonto de los implicados en el tema, en las profundidades de la Seguridad del Estado, se daría cuenta de que el CNI tenía mucho que ver ahí. Que los carniceros de siempre, los guardianes de toda la vida, no descansaban ni un solo día, eliminando sotto voce a cualquiera tocacojones que se atravesara. De ahí este doble ajusticiamiento que tenía mucho de recordatorio, por supuesto, de aviso a navegantes, para evitar nuevas deserciones o desafíos. Y entre el público objetivo del escarmiento, cómo no, se encontraba de lleno Pípol. Un lobo solitario con demasiada información encima, como lo fueron esos dos pobres guardias.

Y si son capaces de hacerle esto a dos guardias de verdad, con placa y compañeros para vengarles… ¿Qué no harán conmigo, esos mismos mandamases, cuando ya no les sirva en su Misión? O si creen que les he traicionado o, lo que es lo mismo, que puedo llegar a hacerlo…

En un gesto instintivo, Antonio echó mano a su libro de cabecera. Lobo: un topo en las entrañas de ETA. Y le echó un rápido vistazo al señalador, regalo también de su Comisario, en el cual había una cita escrita a mano:

Aquí, la más principal hazaña es obedecer. Y el modo cómo ha de ser es ni pedir ni rehusar.

Nuestro honor es nunca dejar a un compañero atrás.

Pues espero que usted también lo cumpla, reflexionó, aunque confiaba mucho en su patrocinador. Y no se imaginaba que fuera a dejarle tirado, a no pelear por él, como hizo el Cabo Villa con su camarada. Mucho menos cuando necesitaba de sus servicios como infiltrado, ahora en la prisión, para mantener informado a su superior.

Y era tiempo de trabajar. Antonio Pípol le había prometido a su Comisario que aprovecharía, lo más que pudiera, esa beca penitenciaria que le había concedido el Estado. Y una vez en el Penal, en efecto, el infiltrado no tardó en rodearse de lo mejorcito de cada casa: capos del narco, terroristas de ETA y otros profesionales del mundo del hampa. ¡Desplumar a los narcos al póker, en incontables partidas diarias, llegó a convertirse en un rito cotidiano para Antonio Pípol! A tanto llegó la cosa que les sacó un coche de alta gama, otro más para su colección. Y es que las apuestas son muy altas cuando uno juega con dinero fácil, ganado a costa del sudor y la sangre de otros, y en el caso de Antonio le avalaban sus lucrativos negocios parapoliciales. Un comercio ilícito que tenía también sus riesgos, incluso por el propio fuego amigo: la cosa estaba que ardía, en la Misión, como demostraba ese feo asunto de los dos guardias, y sus amigos narcos sentían una lógica curiosidad.

¿Qué opinas de lo de Bilbao, “Pípol”? Lo de los dos guardias ésos, los que han matado en su casa. ¿A qué te huele a ti eso?

Antonio fingió indiferencia. El asunto le tocaba muy de cerca puesto que el primer Guardia caído, muerto de un disparo en su casa, era un conocido suyo de la Misión. ¡Ni más ni menos que el transportista oficial de su dinamita, ésa que supuestamente sacaba él mismo de una mina! Pero esos gallegos ignoraban todo esto, se suponía, o tal vez no… Lo que estaba claro era que preguntaban por preguntar, como buenos presos, por hablar de algo. Y era la máxima actualidad del momento.

Qué quieres que te diga, dijo Antonio. Uno puede ser casualidad, pero dos… A mí esto me huele a ajuste de cuentas, claro: he leído que el que mataron primero, en su casa, estaba metido en temas de clubs y de drogas.

Sí, bueno, ése pudo ser, pero, ¿y el segundo? Porque al de ayer le han dado plomo en el Cuartel, ¿eh? ¡Y eso son palabras mayores! ¿Quién puede atravesar la seguridad de una Casa-cuartel de los picoletos y encima, ni más ni menos, en el Centro de Bilbao?

A ver, amigo, yo dije ajuste de cuentas: no por parte de quién. Y la Guardia Civil vigila el negocio muy de cerca, como estamos viendo… Tal vez demasiado.

Los narcos se echaron a reír. ¡Les hacía gracia que un jovenzuelo como Antonio estuviera allí, codeándose con ellos sin temor! Su aura de invencibilidad se sobreponía a todo, al menos, en apariencia: ninguno de ellos podía entrever el impacto que esa noticia, tan cercana a Antonio, había tenido en su fuero interno. ¡Por vez primera desde que empezó, el infiltrado veía con claridad el peligro! Incluso en el llamado fuego amigo. Y es que no había vuelta atrás en la Misión, como le habían advertido desde el principio. Los traidores e indecisos no son tolerados, nunca, en ninguna Guerra que se precie. Y la Guardia Pretoriana del Régimen, y por supuesto de la Misión, se mostraba tan implacable como era: el CNI no suele fallar, ni explicar sus motivos para nada… Sólo su modus operandi, frío y profesional, dejaba un rastro claro de su paso.

Hablando de cerrar bocas, Antonio: ¿qué vas a hacer con ese Judas cuando salgas? El portero del club…

Pues te lo puedes imaginar: ¡ese chivato ese de mierda se va a enterar de quién es Antonio Mauro! El que muerde la mano que le da de comer, tarde o temprano la paga, y a ese cabrón le ofrecí trabajo… Y hasta un Saab 9000 cojonudo, con todos los extras, que le iba a medio regalar… ¡Y va el cabrón y me denuncia!

¡Hace falta ser cabronazo y desagradecido! ¿A qué esperas para mandarle a criar malvas? En Galicia, a los chivatos les fondeamos en la Ría, con cien kilos de chatarra, para que hablen pero con las almejas…

Los consejos de los narcos nunca fueron un homenaje a la obra de Séneca: ¡en ese mundo despiadado todo se arregla por la tremenda, sin contemplaciones!

Mira, Antonio: si quieres un consejo, encárgate de él ahora que estás en “el convento”… ¡Es lo que hacemos nosotros! La coartada es perfecta, claro, mientras no puedan demostrar que tú diste la orden, lo cual es francamente jodido… ¡Y además, entre más aburrido y más encabronado está uno, aquí metido, qué te voy a contar! ¡Como que te entran más ganas de hacer ciertos encargos!

Los altavoces de la cárcel interrumpieron tan inocente conversación.

¡El interno Antonio Mauro, acuda a la sala de visitas!

Los gallegos se echaron a reír. Empezaban a estar acostumbrados a su especial régimen de visitas.

¿Otro vis a vis, cabronazo? ¡Follas más en la cárcel que afuera!

¡Ojalá! Pero esto va a ser algún socio mío, ya verás… ¡Sigan sin mí, señores, que luego vuelvo! ¡Y cuidado con hacerme trampas, eh, que los gallegos siempre estáis igual!

Antonio fue a la sala de comunicaciones y ya de lejos advirtió, a través del cristal de la cabina, que no le esperaba la figura voluminosa de Emilio. Además, él solía venir los domingos, a hacerle el reporte semanal de coches y kilos. Por el contrario, lo que vio en la sala de visitas era una chica morena y bajita: la niña de sus ojos.

Hola, hermanín, ¿cómo te va?

Bien, guajina, ya sabes: tranquilo. La cárcel yes lo que tiene, que mucho estrés no hay. Partidita de póker, gimnasio, ver la tele… ¡Y a pasar las horas aquí! Desplumando a esos fantasmas de las Rías, que no tienen ni puta idea de jugar a las cartas…

La Cárcel de Villabona quedaba muy cerca de su casa, en pleno corazón de Asturias: ¡ventajas de ser un preso a sueldo, claro, que todo son facilidades! Y esto era sólo una pequeña parte del trato de favor, que tanto él como Emilio habían disfrutado, en comparación con el resto de acusados de la Operación Pípol… No sin razón se habían quejado las defensas, de esos otros traficantes, miembros de clanes muy fuertes del Norte. ¡El Tribunal había sido más que benevolente con Antonio Pípol, que daba nombre a toda la Operación! Y Emilio ni siquiera había pisado la trena, por supuesto… Aquello parecía una tragicomedia y al fin, de todo su entorno íntimo, era su hermana la que más acusaba el golpe: sus ojos llorosos probaban que su carácter fuerte, tan propio de la familia, se veía tocado por la situación.

Mamá está bien, ya sabes: yes una paisana. ¡Y todo lo que hagas tú yes sagrado, qué te voy a contar! Creo que la que peor lo lleva soy yo…

¡No llores, anda, no seas fata! Es necesario que pase por esto, muller, forma parte de mi trabajo.

¡En verdad, sí era un trabajo extraño! Como niño bonito de la Seguridad del Estado le tocaba traballar en la celda, acercar posturas con personajes de un pelaje parecido al suyo, y es que todo es mentira en ese mundo de ladrones: ¡hasta los famosos narcos gallegos no eran, en el fondo, sino colaboradores habituales de la Policía! La realidad última era que había más mafia afuera que dentro de la cárcel: el control que ejercía el Estado sobre el crimen organizado era total, desde el narco hasta la ETA, y un Antonio bien avenido con todos era la prueba personificada. ¡Quién dudaría que detrás de todo ese entramado, como de costumbre, estaba la larga mano de los Políticos!

Me ha dicho Inés que te dé recuerdos. Me la encontré el otro día por la calle y se la veía muy triste, la verdad.

¡Pues que venga a verme, joder, que yo la alegro el día! ¡Tenemos una sala de vis a vis bastante maja, oh, y la tengo sin estrenar!

¡No seas bruto, hermano! La pobre lo está pasando mal, oh. A lo mejor deberías hacer una excepción y explicarle que tu trabajo…

Ni hablar. Yo no tengo nada que explicarle a nadie, ¿oíste? Mis asuntos son míos y además eso es agua pasada, le respondió, aunque lo cierto era que no. Y sin embargo estaba claro que su amiga, sin las debidas explicaciones que él no podía darle, no iba a ceder un ápice en su decisión: a sus ojos se había convertido en un criminal y sólo su hermana, la persona que mejor le conocía, podía comprender sus verdaderas circunstancias.

Quiero ayudarte, Antonio. Me estoy encargando del tema de los coches hasta que salgas. Me dijo Manolón que no estabas muy de acuerdo, pero los dos creemos que es lo mejor.

No sé, niña, no quiero que tú te metas en esto… Puede ser peligroso. Yo creo que esto no es para mulleres, ¿oíste?

Ya estoy metida. Mientras tú estés aquí dentro alguien tendrá que hacerse cargo, ¿no? ¿Y quién de más confianza que yo?

Nadie. Eso sí es verdad. Además, tienes el carácter que hace falta, tal vez demasiado. Mira, está bien: diles a los chicos que cualquier problema que tengan, que lo hablen contigo, pero si son ellos los que causan problemas se lo dices a Manolón. ¡Son muy guajines y bastante fatos, qué te voy a contar, pero sobre todo que no hagan payasadas! Diles que no tardaré en salir de aquí y más les vale portarse como paisanos, ¿oíste? Y como te falten al respeto, vamos… Les piso la cabeza.

No te preocupes. He visto de cerca cómo llevabas la tienda y Emilio me está ayudando mucho. De momento, no tenemos problemas. Tú déjalo en mis manos.

Desde que empezó a trabajar con la Policía, no precisamente tras sacarse una oposición del Estado, Antonio había contado con el respaldo absoluto de su familia. El carácter patriarcal de la casa asturiana de pueblo, como era la suya, facilitaba que el hombre pudiera llevar una doble vida tan patente. ¡Ningún trabajo ni empresa normal permitirían el ritmo de vida del que Antonio gozaba, pero el dinero entraba en casa y esto lo justificaba todo! Los Mauro Rostro eran gente reservada y sabían cerrar filas muy bien, en torno a los suyos, una cualidad que los superiores de Antonio habían valorado en su selección.

¿Qué hay de los moros, oh, la gente de Rafa? ¿Qué tal se portan? Porque Emilio y los guajes de aquí serán lo que sean, pero no tienen peligro ninguno… ¡Con esa banda, no sé, la cosa cambia bastante! No tanto por el Rafa, que es un tío legal, sino por los moros amigos suyos. Los que nos traen los coches…

Y es que el bueno de Rafa acababa de salir de prisión, para un permiso de unos días. Y se había incorporado de inmediato a su concesionario policial, con su propia banda de chorizos y camellos, pero no era él quien más le preocupaba a Antonio. ¡Lo más que podía hacer ese granuja, en el mal sentido, era meterse en la cama de su hermana!

Tú lo has dicho, Antonio, los moros son una banda, pero Manolón les tiene muy controlados. Ya saben que si lían alguna se les acabó el chollo, que van pa la cárcel directos, pero la verdad es que se portan bien: ¡nos consiguen todos los coches que les vamos pidiendo y a veces hasta de más, es increíble! Y en la tienda les arreglamos, como siempre, les cambiamos los papeles y luego les llevamos a donde nos dice Manolón. No es difícil. Y yo lo voy apuntando todo en una libreta, para que no se me escape nada…

¡Caramba, mi niña, te estás convirtiendo en una mafiosa de primera!

Los dos hermanos se echaron a reír y a Antonio le pareció verse reflejado en un espejo. Ya en lo físico, el parecido saltaba a la vista: bajita y de constitución generosa, de un pelo negro oscuro que contrastaba con su piel blanquiña. Su hermana era su tesoro más preciado y Antonio lamentaba haberla arrastrado hasta ahí, a ese entorno suyo de trabajo, pero la Misión así lo requería: no podía fiarse más de nadie y ella era la primera que se había ofrecido. De todas las maneras, debido a su escasa formación, María estaba obligada a trabajar mil horas para ganar un sueldo decente. ¡Con este tipo de tareas cloaquiles, por el contrario, podía resolverse la vida en poco tiempo! Y esto ella lo sabía, también, que tampoco era ninguna tonta.

Lo más importante es tener controlado a nuestro amigo, hermanina, el tonto a las tres del Emilio. No me preocupa que se pueda ir a vivir a otro sitio o cambiar de rollo, eso no: ¡con lo idiota que es y la vida que se está pegando, vamos, ése no deja el barco ni por un millón de euros! Lo que me preocupa es que se meta en algún lío, eso sí, y que alguien le termine arrancando la cabeza, ¿oíste? Ya sabes que bebe y se mete sin parar, es el problema que hay con él, y como no hace caso a nadie…

Tampoco has de pensar en eso. Dice Manolón que le tienen bien cubierto: siempre hay alguien con él, por si acaso. Y desde que tú estás aquí le han puesto más vigilancia encima, pero es que no hace ni falta: se siente fatal por haberla cagado, porque tú hayas terminado en la cárcel.

Mejor, pensaba Antonio,cuando de eso mismo se trataba todo: de que cometiera un error y aprovecharlo. ¡Sólo a Emilio se le podía ocurrir semejante cosa, dejar que le metiéramos dinamita en su trastero! El muy fato nos lo puso a huevo para “limpiar” mi imagen, de cara a los delincuentes, y meterme aquí adentro a traballar. Y lo mejor es que siendo su trastero me curo en salud, en cuanto a comerme el marrón se refiere, de cara al Juicio que nos caerá tarde o temprano…

Reflexiones que no podía compartir con su hermana, por supuesto, y no por falta de confianza en ella: en los temas de infiltración, como es bien sabido, no conviene que los peones estén demasiado informados sobre su tarea. Y su hermana era ahora tan peón como el propio Emilio o Nayo, que cumplía condena sin un horizonte claro de salida.

Lo importante aquí es que el negocio tire palante y ahora estoy más tranquilo, María, porque te estás ocupando tú. Y si Emilio está por echar una mano y portarse bien, pues mira, tanto mejor.

¡Uff…! ¡El pobre está ralladísimo con el tema, sobre todo porque tú estés aquí dentro! Por lo demás, la Policía le hace creer que está colaborando en sus redadas y él, te puedes imaginar, está feliz con esas cosas… Lo único que piensa es en poder ayudarte a salir de ésta, por medio de esas colaboraciones… A ti y a “Nayo”, claro.

Antonio miró a ambos lados, para asegurarse una vez más de que nadie pegaba el oído. Como agente policial que era, al contrario que a otros presos, no le preocupaban tanto los micrófonos que pudiera haber en la ventanilla.

Lo sé, hermanina, este mamón quiere ayudarme y creo que sí va a poder… Pero a mí solo. “Nayo” tendrá que quedarse aquí una temporada más, oh, yes lo que hay. Y entonces tendremos que parecer agradecidos con Emilio, sobre todo tú. Creo que le gustas y es tan tonto que con dos cosinas que le digas se queda embobado, ¿oíste? Se trata de que esté contento, sin más, nada de romances ni películas: le necesito para volver a pisar la calle.

La verdad es que no me hace falta actuar mucho con él, ¿sabes? Es muy majo y a ti te tiene mucho cariño: eres un dios para sus ojos. ¡Y si consigue que pases menos tiempo aquí dentro, qué quieres, claro que le estoy agradecida! Es él quien me ha traído para verte.

Gracias, guajina, sobre todo por no hacer preguntas. Te estás portando como una paisana, ¿oíste? Dales un beso a los padres de mi parte y diles que pronto estaré en casa.

De todo su entorno íntimo (de Antonio), era su hermana la que más acusaba el golpe: sus ojos llorosos probaban que su carácter fuerte, tan propio de la familia, se veía tocado por la situación. Desde que empezó a trabajar con la Policía, no precisamente tras sacarse una oposición, Antonio había contado con el respaldo absoluto de su familia. El carácter patriarcal de la casa asturiana de pueblo, como era la suya, facilitaba que el hombre pudiera llevar una doble vida tan patente.

¡Un cachopo con “farlopa”, por favor!

Avilés, Asturias.

¿Cómo estás, chatina?

Bueno… Ya sabes. Preocupada por mi hermano.

Al otro lado del teléfono, María emitió un suspiro que Emilio imitó. Se encontraba angustiado, él también, y no sólo por Antonio.

Dímelo a mí… ¡Cualquier día que vaya a ver a tu hermano, María, me meten con él a la celda! ¡A hacerle compañía una temporada!

¡Procura que no, oh, que alguien me tién que llevar a verle!

Los dos se echaron a reír, pero la carcajada de María se le atragantó en un sollozo.

¡No llores, anda, que a lo mejor se puede hacer algo al respecto! He quedado luego con el Inspector Jefe de Estupefacientes, el tal Manolón, para hablar del tema de tu hermano…

¿En serio?

He de verlo, niña, no sé. Si quieres, te llamo luego y te cuento.

La reunión con el Inspector Jefe, en una sidrería de Avilés, iba a ser un encuentro entre amigos. Para sorpresa de Emilio, el grueso Policía no sería el único en venir, sino que alguien más les acompañaría. Un imprevisto que le ofreció a Emilio la oportunidad de introducir un chiste.

¡Estas cosas se avisan, Inspector, que pensaba invitarte!

No te preocupes por eso. El Fiscal Jefe come poco y bebe menos, que para eso es un hombre mayor. ¡Otra cosa soy yo, oh, ya me ves!

Y es que Manolón no era precisamente una sílfide. ¡Ancho y gordo cual bestia, por muy Inspector que fuera, nadie esperaba que saliera detrás de ningún camello a la carrera! Más bien presentaba el estereotipo de polizonte de las películas, buen bebedor y con pinta de bruto.

¡Aquí lo que haga falta, Manolo! ¡Si me ayudas con lo de Antonio, vamos…! ¡Te la chupo y hasta me lo trago en un culín, joder! ¡De verdad te lo digo!

¡Calla, anda, no seas cabrón!

El Inspector estalló en una carcajada, era un tipo majo y eso le dio confianza a Emilio. Y pidieron unas sidras para matar la espera, hasta que llegara el Fiscal, pero Manolón entró al asunto sin ambages.

Mira, hombre, lo de tu socio está difícil… ¡Pero eso no hace falta que te lo diga, claro, cuando te encuentras en su misma situación!

¡La misma, misma, no creo! Él está dentro y yo no…

Por el momento, Emilio. Por el momento. Recuerda que el Juicio de la “Pípol” aún no ha sido ni señalado. Y si es cierto que los tres teníais llave, “Nayo”, tú y “Pípol”, para entrar a ese trastero… El dato más claro es que el propietario del sitio eres tú. ¡Así que cuidao!

Emilio captó la advertencia: lo que fuera que le iban a proponer no tenía marcha atrás posible, ni negativas de ningún tipo. Si alguien tenía la llave de su libertad, como él tenía la de ese trastero, era el grueso polizonte.

Yo no tengo por qué saber lo que nadie me mete en esa bajera, ni mucho menos mi cuñado. ¡Es un trastero, joder, ha podido ser cualquiera!

Ya, pero el caso es que ahí estaba esa droga. ¿No? Y todo lo que teníais metido. Y eso unido a las denuncias del portero de Gijón, el del puticlub…

¡A ése ni me lo menciones!

¡Pero es lo que tenemos, oh! Y entonces, amigo, pues hay que aclararse con el Fiscal, ¿oíste? Porque existe una posibilidad de que puedas salir de todo esto y bien librado, incluso tu socio Antonio. Pero hemos de verlo, oh…

Como atraído por esa mención, un distinguido paisano se aproximó a ellos y saludó a Manolón, estrechando su mano con afecto. El Fiscal Antidrogas era un perro viejo, en la Lucha contra el Narcotráfico, muy respetado en toda Asturias.

Le presento a Emilio, José Luis[33], aunque creo que ya ha oído hablar de él.

Los tres rieron la gracia cuando era obvio que el Fiscal Jefe, como no podía ser de otra manera, conocía bien esa Operación Pípol. Y entre otras cosas, claro, su detonante en el registro del trastero de Emilio, en su mismo portal, con el hallazgo de esos alijos tan impresionantes.

¡Vamos a tutearnos, dijo el Fiscal, que para eso somos todos paisanos! ¿Ya le has contado lo que vamos a hacer? Nuestra propuesta para este señor…

En eso estábamos, ¿eh, Emilio? Habíamos hablado de los problemas y ahora quedan las soluciones, claro. Porque para todo hay solución.

Antes de nada, Manolo y compañía, ¿qué vamos a pedir? En este sitio, dicen, la especialidad es el cachopo.

¡Pues nada, hombre, una de cachopos con “farlopa”, dijo Emilio! Y la atónita mirada de sus adláteres fue de risa, pero él tenía sus razones para soltar eso. ¿No queríais que os informe? Pues aquí viene la primera: ¡al mesonero “préstale” más la harina de Colombia, oh! ¡Y lo sé porque se la vendo!

¿Será posible? Nunca lo hubiera imaginado, dijo el Fiscal, que se volvió con disimulo hacia el aludido. Tanto él como el Inspector se echaron a reír, sorprendidos por esa inesperada delación, pero es que nadie conoce el consumo como los propios proveedores.

¡Menudo confidente me he echado, exclamó Manolón! ¡Esto sí es un perro de presa!

Para sorpresa de Emilio, el grueso Policía no sería el único en venir, sino que alguien más les acompañaría. El Fiscal Antidrogas era un perro viejo, en la Lucha contra el Narcotráfico, muy respetado en toda Asturias.

La velada transcurrió tranquila y sería inolvidable para Emilio. Esos señores tan poderosos parecían dispuestos a sacar a Antonio del trullo, pero no sólo eso. También se mostraban interesados en sus dotes sociales, como tío competente que era, capaz de alternar con cualquiera y ganarse sin problema su confianza: desde camellos de barrio a esos dos mismos paisanos, capaces sin duda de solucionarle la papeleta.

Pues sí, Emilio. Como el Inspector te comentaba, necesitamos que nos eches una mano. Llegar a donde la Policía no puede. ¿Y quién mejor que tú para acercarse a esta gente y mantenernos informados?

Y a mí me parece bien, Don José Luis, mientras se pueda sacar a Antonio de la cárcel. Eso es lo más importante para mí, ahora mismo. Y nadie como él para ayudarme en lo que usted dice, hacer de confidente para el señor Inspector: ¡los tres juntos, Manolón se lo dirá, formamos un equipo cojonudo!

El Fiscal se volvió al Inspector, que masticaba cachopo a dos carrillos. Y éste asintió, sin dejar de engullir, en una escenificación del pacto que ya traerían atado de antemano. Pero a Emilio le interesaba, sobre todo, el resultado.

Por mí está bien, confirmó el Fiscal, que miraba al Inspector con una amplia sonrisa.

Entonces, no hay más que hablar, respondió Manolón. Como diría el Generalísimo, ¡queda inaugurado este confidente! Ya le explicaré yo a solas, con más calma, la letra pequeña del contrato… Las cantidades que se pueden mover y cuáles son las reglas, de cara a nosotros.

Eso es. Y en primer lugar, dijo el Fiscal, esta reunión no se ha producido nunca. ¿Estamos?

Por supuesto, señores. No tienen de qué preocuparse, que Emilio Álvarez Mazorras sabe ser discreto y guardarse las cosas para uno.

Pues espero que así sea, en adelante, y al trastero famoso me remito, advirtió el Fiscal, que causó la risa de sus acompañantes. Lo que sea que haga usted con el Inspector, por su cuenta y riesgo, que sea en un sitio más discreto. ¿Estamos? ¡No en el portal de su casa!

Sin dejar su sonrisa de pillastre, el veterano Fiscal se giró hacia el mesonero y le hizo una seña, para que trajera ya la cuenta. Pero Emilio se adelantó a ambos y se levantó, cartera en la mano.

Es lo menos que puedo hacer, creo, por este favor tan grande de mi socio. ¡Además, a mí me hará precio, que por algo soy su proveedor de confianza!

No seas tonto, anda, dijo el Inspector, que esto corre por cuenta de la empresa. Se refería, cómo no, a las dietas de la Comisaría, que dado su tonelaje, para él serían de aúpa. Guarda la cartera, oh, que luego me pagas unas rondas… ¡Eso no me lo cubren, oh, como gastos de representación!

Yo no tomaré café, ni copa ni puro. Os dejo la marcha a los más jóvenes, dijo el Fiscal, que se puso la chaqueta con otra sonrisa. Y ellos también se levantaron, de camino al primer chigre[34] que encontrasen, pero antes acompañaron al Fiscal su taxi.

Ahora le cuento al nuevo de qué va nuestro negocio, ¿eh, Emilio? ¡Y prepárate para pagar cacharros, como un cabrón, porque eso no me lo cubre la empresa!

Portaos bien, se despidió el Fiscal, ya a bordo de ese taxi, antes de perderse en la noche avilesina. Y Emilio le vio marchar, una estampa que sabía a victoria, cuando recibió una vigorosa palmada en la espalda.

¡Bueno, qué, exclamó el Inspector! ¿Nos vamos a putes?

Emilio tenía más ganas de visitar a su amada y contarle, cuanto antes, tan buenas nuevas sobre su hermano. No dudaba que María sabría agradecerle esa dicha, la pronta liberación de Antonio. ¡Y quién sabía! ¡A lo mejor hasta le abría esas tan deseadas piernas! Sin embargo, convenía seguir en la brecha con el Inspector, en ese primer día de trabajo y formación. El primer día oficial, claro estaba, puesto que ya venían de trabajar los dos juntos.

Jerarquía de la Comisaría de Avilés, según la irracional visión del infiltrado Emilio.

¿Le hacemos una visita a Fran, tu amigo del club? ¡Seguro que está encantado de volver a verte! Pero vamos en tu coche, oh, que el mío está muy marcado…

¿Marcado? Mientras no se entere tu mujer…

Ya de camino hacia el coche, mientras oía las idioteces de Manolón, Emilio escribió un sencillo mensaje a María.

Ya esta en la pole como el Alonso. Solo keda k el fiscal baje la bandera!!!

No tardaron en llegar las llamadas de vuelta, para oír con detalle tan deliciosa noticia, pero Emilio tenía que mantener el tipo ante Manolón. Y ya en la barra del puticlub, en un momento de fulana distracción del Inspector, el confidente salió del local. Para contestar esas llamadas perdidas de su enamorada.

¿Cuándo le sueltan? ¡Tengo tantas ganas de verle en casa!

Hay que esperar, María, por guardar las formas, pero me dicen que ya está hecho. ¡Hasta asegúranme que se come el turrón en casa, fíjate!

¿¿En serio?? ¿Y qué te han pedido a cambio? ¡Porque esta gente no regala nada y menos aún, claro, después del follón que montaron! Lo de la “Operación Pípol” y todo eso…

Olvídate. Si hago lo que ellos me han pedido, ayudarles con unos temas suyos, a él le sueltan y a mí me dejan fuera… Porque por mí ni preguntaste, ¿eh?

¡No, hombre, es que lo tuyo lo daba por supuesto! No iban a sacar a mi hermano para meterte a ti, ¿no? Aunque habrías de ir por golfo porque, a ver, ¿dónde estás a estas horas?

Pues aquí, acompañando al bueno de Manolón, que le gusta más la rumba que a un tonto un lápiz. Pero ya sabes que preferiría estar en otro lado, no sé, a lo mejor en tu pueblo…

¡Sí, claro, si lo estarás pasando pipa! Pero bueno, todo se verá: ¡tú de momento no me ligues por ahí, eh!

Todo salía de maravilla, hasta entonces, aunque Emilio se recordó que existían las caídas imprevistas. Incluso justo cuando uno está en lo más alto, como le pasó al protagonista de esa película de narcos[35]. Una que Johnny Depp que acababan de estrenar en el cine y que fue a ver, por primera vez juntos, con su tan amada María.

La caída del tipo fue gorda, sí. Pero de momento, hasta que le agarran y no le agarran, el cabrón de Johnny Depp se jartó a follar. Y a vivir de puta madre, reflexionó, al rememorar a Penélope Cruz en el papel de esposa de traficantes. Aunque también había otro aspecto más actual, que convenía meditar, y era que Antonio se bebía los mares por su hermana. ¡Lo que complica siempre las cosas son las mulleres, oh! Le pasó a Tony Montana y me pasa a mí ahora… ¡A ver ahora cómo se lo cuento a Antonio!

Y ya de vuelta al club, al pasar junto a su archienemigo Fran, Emilio le dedicó una sonrisa pletórica.

Hace frío en la puerta, ¿eh? ¡Me voy a tomar unos tragos a tu salud!

¡Tómate lo que te salga de los huevos, paisano! ¿A mí qué me cuentas?

Pronto te contaré, sí: ¡vengo a celebrar una noticia cojonuda, oh, pero ya te enterarás!

¡Enhorabuena, hombre!

Sin dejar de reír, Emilio pasó al antro montado sobre una nube. ¡Tenía salud, dinero y amor! ¿Qué más podía pedir? Su nueva identidad como confidente, ahora sí oficial, parecía garantizarle esa vidorra por muchos años. Y es que si que estaba claro era que después de su último encontronazo con el capataz, en la mina ésa de los cojones, no le llamarían salvo por una emergencia total… Pero ni ganas tenía de regresar. Prefería, con mucho, seguir trabajando para su cuñado, y sobre todo para ese Inspector tan majete.

¿Qué puede salir mal cuando tienes a la Poli de tu lado?

Manolón no era precisamente una sílfide. ¡Ancho y gordo cual bestia, por muy Inspector que fuera, nadie esperaba que saliera detrás de ningún camello a la carrera! Más bien presentaba el estereotipo de polizonte de las películas, buen bebedor y con pinta de bruto.

Lo de estos chavales no ha sido un accidente.

Ministerio del Interior, Centro de Madrid.

Comisaría de la Ertzanza de Bilbao: dos miembros de ETA han saltado ayer por los aires al explosionar[36], en Basurto, la carga de dinamita que transportaban en su vehículo. Uno de ellos ha sido identificado como Hodei Galarraga Irastorza, de 22 años, con un amplio historial delictivo en la “kale borroka[37]”. El otro ocupante fallecido aún no ha sido identificado debido al estado en que quedaron, ambos cadáveres, tras la fuerte explosión en el interior de su turismo…

La noticia del día no era ninguna sorpresa para el Ministro, que disponía en exclusiva de su propio periódico ministerial: el completo informe diario que le servían, cada mañana, para desayunarse con la realidad criminal del país. Un tenebroso pero muy útil dossier, conocido por canelo, en el que se recogían todos los trágicos eventos: atracos, asesinatos, secuestros, violaciones… Y de cuando en cuando, para compensar, la defunción de los propios criminales en acto de servicio.

¡Qué terrible! ¿Qué clase de familias pueden encajar una noticia semejante? Sus hijos convertidos en “mártires”, claro está, mientras iban a martirizar a otros…

Ya lo había dicho esa mañana, en su comparecencia ante la Prensa:

Los terroristas son los únicos responsables de esta situación. Por otra parte, ETA cada vez es más débil y su personal menos cualificado, como estamos viendo, pero intentará seguir generando dolor y sufrimiento…

Una vez salido de esa coraza, el Ministro volvía a ser un hombre: un padre de familia con hijos jóvenes, que también fue joven una vez. Era imposible evitar el recuerdo de un suceso similar, el de Idoia Castresana, otra chica que voló por los aires mientras manipulaba otro artefacto de dinamita Tytadin. ¡Su destrozado cuerpo cayó afuera de su vivienda, a la piscina del complejo turístico en que se hospedaba, y por poco no se lleva por delante a los niños que por allí jugaban! Un terrible final para unas delictivas vacaciones junto a su delictivo novio, otro etarra que huyó a toda prisa tras la explosión. Y más terrible por la justificación que de ello hizo Arnaldo Otegi, un cacique de esa tribu. ¡Una burda imitación de los funerales del IRA y asumiendo ese tipejo, cómo no, el papel de un Gerry Adams light! Porque el Ministro aún recordaba el discursito que este profeta regaló, a sus psicópatas fans, delante del féretro aún caliente.

Se nos ha ido a sus 22 años, como tanto gudari de ETA. Con la dignidad silenciosa y la muerte solidaria… Es la generación nacida en el Estatuto[38] que se adhiere a la lucha armada, que expresa así su compromiso político…

¡Qué horrible manipulación! El Ministro no podía evitar acordarse de los padres de tantas víctimas, inclusive las que causaba el terrorismo en sus propios militantes. Él mismo era padre y había sufrido, como en carne propia, las muertes de sus funcionarios de Policía.

Ángel, te llaman, le avisó su mujer: es Iñaki.

El Ministro fue hacia el teléfono y quiso pensar, por el camino, que el Secretario de Estado llamaba por esos etarras muertos. No por ninguna otra víctima más.

Supongo que llamas por las “buenas noticias”, entre comillas: estos dos, por lo menos, ya no vuelven a matar…

Así es, Ángel, pero no son tan buenas las noticias. Uno de esos tipos, el que aún no ha sido identificado, era un infiltrado nuestro.

¿En serio?

Eso parece. De hecho, el CNI ha impedido que la Ertzanza desvele su identidad por el momento, pero claro que sabemos quién es… Lo que pasa es que el asunto es complicado por lo que te digo, porque trabajaba para nosotros… ¡En fin! Yo también me acabo de enterar, ¿eh? Ya sabes cómo son los Servicios con sus infiltrados…

Infiltrado… ¿Y ejecutado? Ni siquiera el mismo Ministro de Interior ni su lugarteniente, el Secretario de Estado, podían llegar al trasfondo de todas las cosas: la gente del CNI, como cualquiera Servicio de Inteligencia, eran reacios a compartir ningún dato de sus infiltrados. Y el Ministro entendía bien esta reluctancia cuando, además, a nadie le gusta que fiscalicen demasiado su trabajo, pero sobre todo estaba en juego la seguridad de esos agentes. ¡Bastante peligro corrían ya, como acababa de demostrarse con el último caído! ¿Habría sido un accidente de trabajo, como parecía? En todo caso, la hora de ese joven había llegado así, probando la medicina que transportaba. ¿Había muerto por el dinero que le pagaría el CNI o por la Patria? Y si era la segunda opción, ¿qué Patria era ésa? ¿España? ¿Una Euskal-Herria socialista e independiente? Otros misterios a añadir a la lista, ésa que el muchacho acaso se llevaría a la tumba… ¡Y su sangre no iba a ser ni mucho menos la última cuando había aún, en manos de los terroristas, dinamita suficiente para parar un tren!

Supongo que lo estallado era de lo último que les quedaba, a esta gente, del robo famoso en Francia… ¿No es cierto?

Eso parece, sí, aunque uno nunca sabe del todo, contestó el Secretario. La banda siempre puede disponer de más vías de obtención para los explosivos, pero dos cosas tengo claras: contamos con un “gudari” menos en la organización. Y estos cabrones necesitan más dinamita.

Eso último estaba muy bien, de cara a su Estrategia contra ETA, pues la banda resultaba cada vez más accesible por su logística: ¡el primer infiltrado policial que se acercara a esos tipos, con cuatro cartuchos de dinamita, sería mejor que bien recibido! Lo del gudari muerto, por el contrario, en ningún caso era una ventaja. ¡El Ministro sabía bien lo difícil que resultaba, para los Servicios de Información, conseguir infiltrar a un agente! Cuánto más en un ambiente tan endogámico como el abertzale, que no dejaba de ceñirse a unos pueblos y barrios determinados.

¡Otros dos mártires para la causa! Nos podemos preparar para un nuevo funeral de Estado etarra… Y van muchos, últimamente.

Si quiere que le diga mi impresión personal, señor Ministro, lo que ha pasado con estos dos chavales no ha sido un accidente.

Ah, ¿no?

Lo de mi impresión personal, para el Ministro, sonaba a una confesión inopinada: la propia participación en la jugada del propio Secretario de Estado. Y la verdad era que sumaban muchos accidentes con bombas, en los últimos años… Justo los que llevaba el guipuzcoano en su Ministerio[39], al frente de su importante y cloaquil Cargo. Y la escabechina no parecía importarle lo más mínimo, claro estaba, fuera de sus fríos cálculos de Estratega.

Piensa una cosa, señor Ministro: con esta oleada de “accidentes laborales” de ETA, al final, para nosotros se matan varios pájaros de un tiro:

  1. En primer lugar, se desanima al entorno de la banda de que intervengan en la manipulación de explosivos. Y esto facilita nuestro control directo de la situación, como proveedores de dinamita de calidad y también introduciendo infiltrados.
  • Y, en segundo lugar, por ende, a la Opinión Pública se le hace manifiesta esta debilidad de la banda: recordemos que han muerto tantos etarras en acción, en menos de dos años, como víctimas han logrado cobrarse. Estará conmigo en que es un ratio penoso…

Al Ministro se le revolvieron las tripas. Aquello era peor que celebrar la muerte de un etarra, sin más, como era tan típico en un Ministerio castigado sin piedad por ellos. Y es que el Secretario comentaba la jugada como si fuera una fórmula química, con una frialdad que llamaba la atención del más pintado. Pero aún había un detalle peor, en toda la situación, que escandalizaba todavía más a su jefe.

Todo esto está muy bien, Iñaki, pero tengo una pregunta para ti: ¿por qué me estoy enterando ahora de esto?

Si te refieres a estas “bajas accidentales”, como recordarás, se apuntó hacia ello desde un principio. Era importante para todos esos objetivos que queremos conseguir y además, como comprenderás, no podemos consultarlo todo a todas horas. Para empezar porque estas cosas requieren de agilidad, luego corresponde a los mandos operativos el manejo de los detalles…

Detalles, repitió el Ministro. ¿Lo llamas detalles a cargarte a… Seis? No, espera… ¿Siete etarras? ¿En menos de dos años?

En efecto, antes de la muerte de esa joven etarra, en su apartamento alquilado en Alicante, cuatro compañeros suyos fueron reventados por su propio artefacto en su coche. La explosión fue tan brutal que partió en dos el vehículo, pero para el Secretario aquello no eran sino detalles operativos…

Si lo prefieres, Ángel, nos podemos referir a esto como ajustes de cuentas. Porque los propios etarras se pueden dar candela entre sí, ¿no te parece? ¡Lo llevan haciendo desde el principio de su historia! Y los caídos en tales ajustes son seis, por cierto: la tal Idoia murió por un verdadero accidente, porque no tenía ni idea de montar bombas y le estalló el petardo en la cara…

¡Seis o siete me da igual, Iñaki! ¡Lo que me sorprende es que estéis tomando estas decisiones por vuestra cuenta!

¡Hombre…! ¡Tanto como decidir…! Piensa que la Estrategia ya viene del anterior Ministro, y entonces…

Y entonces nada: el Ministro soy yo.

Por supuesto. Tú eres el Ministro, Ángel, y eso no nadie lo discute. A ti te corresponde la visión estratégica, claro, pero nosotros sólo hacemos el trabajo operativo. ¡Lo que nos toca, creo yo, y nada más!

No, Iñaki: lo que ocurre aquí es que el señor Director y tú lo hacéis todo tan bien que os dedicáis a ir por libre. Y os creéis que podéis puentearme para hacer lo que les dé la gana, en todo momento, tomando decisiones tan graves como ésta. ¿Cuándo me lo pensabais comentar?

¡Pero, Ángel! ¡Si estaba en los planes iniciales, todo esto! ¡Y no es la primera vez que se hace!

Sí, tú lo has dicho: iniciales. Pero es un Plan con muchos factores, ¿no te parece? Y eso unido a mis demás tareas, no sé… A lo mejor debería estar informado de estas cosas. ¡Si a ti te parece bien, eh! Pero no puede ser que el Ministro sea el último en enterarse, entiendo, en todo lo que afecta a la Lucha Antiterrorista…

La bronca que le echaba a su subalterno no ocultaba la verdad: su propia Responsabilidad en la situación. La verdad de que le asqueaban esos métodos cloaquiles y prefería delegar, en esos dos hombres, tan insidiosas decisiones. Pero ahora había llegado el momento, para el Ministro, de retomar las riendas de ese GAL tan disimulado, y a la vez tan efectivo, que ejecutaban en silencio sus lugartenientes. ¡Y nunca mejor dicho, lo de ejecutar!

De acuerdo, vamos a hacer una cosa: esta conversación es demasiado grave para tenerla por teléfono, aunque sea en una línea protegida. Y entonces nos vamos a reunir tú y yo, lo antes posible, con el Director del CNI y el Presidente. Y asumo en todo momento mi Responsabilidad, ¿de acuerdo? Pero entiende que todo esto es demasiado grave y debo contar con la autorización correspondiente: al Más Alto Nivel.

El Ministro colgó y la siguiente llamada fue, en efecto, para el jefe directo de todos ellos. Un Presidente del Gobierno que jugaba al pádel, en La Moncloa, pero interrumpió su ejercicio para ponerse al aparato.

Dime, Ángel, ¿qué pasa?

Nada demasiado grave, pero hay un tema que requiere tu presencia. Tiene que ver con la noticia del día, lo de los etarras que han explosionado…

No, mira: ya quedamos hace tiempo en que yo me mantendría al margen de eso y que todo lo que hagáis, en ese asunto, me parecerá bien. Ya sabes que confío en tu criterio, así que encárgate y lo que tú decidas, va a misa. Para eso eres el Ministro, ¿no? ¡Y ahora te dejo porque tengo a Pedro J a punto de tumbar y no quiero que se recupere!

Muy bien, Presi. Un abrazo.

Ese mantenerse al margen tenía lógica, razonaba el Ministro. Para nada convenía que su inmaculada figura se viera tocada, siquiera de refilón, por la sangre y el barro de esa Cloaca tan enrevesada. Bajo ningún concepto se podía permitir que su honorabilidad fuera puesta en entredicho, pero mucho menos la de la gran vaca sagrada del Régimen: Campechano I de España. ¡Para eso existía toda una Jerarquía que remataba en ellos, los generales de esa Cloaca! Unos mandados, al final, pero que asumían que ellos mismos serían arrojados a los leones si hiciera falta… Lo que fuera con tal de no permitir jamás que un Presidente, ni mucho menos el Rey, fueran llamados a declarar.

Acabo de hablar con el Director del CNI, le informó el Secretario: estaremos en el Ministerio en media hora, más o menos…

De acuerdo. Aquí os espero.

El Ministro se aprestó para ir a su oficina desde su residencia, sita en el mismo complejo ministerial. Era tiempo para de entenderse con sussubalternos y las respectivas agendas de esos dos, espadones de la Seguridad Nacional, se acababan de vaciar ante lo urgente de su reclamo. No tardarían en llegar al Ministerio, a bordo quizás de un mismo coche oficial, pues mantenían una sospechosa bien avenida relación. Uno por el Rey, pensó el Ministro, y el otro por el Gobierno: ¡la Cloaca ibérica no puede estar mejor representada!

La noticia del día no era ninguna sorpresa para el Ministro: todas las mañanas se desayunaba con atracos, asesinatos, secuestros, violaciones… Y de cuando en cuando, para compensar, la defunción de los propios criminales en acto de servicio. “¡Qué terrible! ¿Qué clase de familias pueden encajar una noticia semejante? Sus hijos convertidos en “mártires”, claro está, mientras iban a martirizar a otros”.


[1] Lluvia en bable.

[2] Me remito al testimonio directo del famoso Gobernador Civil de Guipúzcoa, Ramón Goñi Tirapu, plasmado en su libro El confidente. La caída de la cúpula de Bidart, en 1992, con el famoso Pakito al frente.

[3] Fiesta campestre, en bable.

[4] Chavales, en bable.

[5] Se llamaba así al estrés post-traumático de servir, como Policía, en una Región tan atormentada por el terrorismo.

[6] Se refiere a la burbuja inmobiliaria que se infló en España, en esa larga época de bonanza económica, y que en efecto estallaría del todo a finales de 2007.

[7] Contratista aquí se refiere a mercenario, a fin de cuentas, combatiente a sueldo de una compañía.

[8] Me refiero aquí al dinero falso que según la acusación de Fran, como contó un Policía en el Juicio del 11-M, Pípol intentaba introducir en el puticlub. Sin duda un sitio inmejorable para infiltrar partidas de billetes falsos.

[9] Bienvenidos, en vascuence: lo pone al llegar a la Autonomía y el cartel, en efecto, siempre mostraba impactos de bala.

[10] Se refiere a la principal Cárcel de Asturias, que ahora ha cambiado de nombre por las protestas de los vecinos de ese concejo.

[11] Clanes mercheros y gitanos, sin ánimo de generalizar…

[12] Se refiere a la Calle Montera de Madrid, donde se ejerce la prostitución callejera.

[13] ¡Cuánto dolor innecesario! ¡Cuánto hijo de puta aprovechándose de la ingenuidad de unos jóvenes, a los que han convertido en psicópatas!

[14] Esta parte de la amante es completamente inventada, como lo es la ludopatía del tunecino Serhane y otros pecados veniales, que endoso aquí a ciertos personajes. Permítase la licencia de autor.

[15] Teórico en cuanto fue el Rey de forma directa, y no el Presidente, quien nombró a este Director del CNI.

[16] Dios mío en vascuence.

[17] Se refiere a los bombardeos contra el Régimen de Gadafi y a la Guerra del Golfo, en los 80 y 90, no a las Guerras posteriores que han acabado de ocupar y arrasar esas dos Naciones.

[18] Mítica dirigente etarra que fue ejecutada, delante de su hijo pequeño, tras acogerse a una amnistía del Gobierno.

[19] Autorretrato, de Extremoduro.

[20] Protagonista, junto a su hermana Rosa, del cuento aludido: Adiós, Cordera, de Leopoldo Alas Clarín.

[21] Se trata de internos que gozan de especial consideración por parte de las Instituciones Penitenciarias, aunque aquí ese término tiene un doble significado para Pípol (infiltrado policial).

[22] El juramento de este Ministro, como el del Secretario de Estado aquí aludido, en realidad tuvo lugar en el verano siguiente. Y hubo otro Ministro entre los dos aquí nombrados: Mariano Julián.

[23] Ritual del Medievo, previo a la investidura de los caballeros, que debían pasar la noche en devota vigilia junto a sus armas.

[24] Cisne: yo fui espía de Franco. Uno de los libros escritos, en primera persona, por uno de los tres grandes espías reclutados por el Servicio de Carrero Blanco: el asturiano Cisne aunaba en su persona el ingenio de Francisco Paesa y el valor idealista de Lobo (Mikel Lejarza). Fue conocido como Ikor por la KGB, pues actuó en los tiempos de la Guerra Fría. Una joya histórica, este libro, que resultó escandaloso en su época y lo sigue siendo hoy.

[25] Mítico Cuartel de la Guardia Civil en Guipúzcoa, fundamental en esta Guerra Sucia del Estado contra ETA/Francia.

[26] Aquí se denota que Carlos no habla vascuence, cuando ni siquiera es vascongado, puesto que egun on es buenos días y aquí ya ha anochecido.

[27] Es la raya entre las Autonomías del País Vasco y Cantabria.

[28] Bienvenidos, en vascuence.

[29] Bienvenidos, en vascuence.

[30] Leonardo Graña fue asesinado en su casa de Munguia el 14 de septiembre de 2001. El Cabo Villa, el 25 del mismo mes en el Cuartel de La Salve (Bilbao).

[31] Atención a esta descripción de El Mundo, sobre el segundo asesinato (Cabo Villa): la esposa estaba de viaje por razones familiares y a él se le echó en falta cuando los hombres adscritos al servicio de vigilancia de explosivos encargados de verificar que la cantidad de material que sale del polvorín coincide con la que se emplea en las detonaciones en las canteras vieron que no se presentaba en el trabajo. Dos guardias asturianos que controlaban polvorines en el Norte de España… ¿Les suena de algo?

[32] Por supuesto que no fue un suicidio. Si el Cabo Villa hubiera podido alertarnos, a todos los españoles, el 11-M jamás se hubiera producido, o hubieran tenido que buscar otra excusa minera: miembro de la 98ª promoción de la Guardia Civil, tenía un expediente limpio y no había dado muestras de ser conflictivo ni había pedido bajas por enfermedad psicológica. Más preocupantes son otras revelaciones de estos hombres (sus compañeros): «Ángel sabía muchas cosas y lo peor es que estaba dispuesto a contarlas, porque era muy honrado y le picaba la conciencia. Por eso lo mataron». ¡Gracias por haber dado tu vida por España! Leonardo Raúl Graña y Ángel Manuel Villa, ¡presentes!

[33] José Luis Rebollo, DEP, fue el Fiscal Antidroga de Asturias que participó en estas extrañas negociaciones con el confidente José Emilio Suárez Mazorras y su controlador, Manolón.

[34] Bar, en bable.

[35] Blow, estrenada en 2001.

[36] Este hecho lamentable ocurrió un año después, en realidad, pero lo incluyo aquí por exigencias del guión: la fecha es la noche del 23 de septiembre de 2002. El otro accidente etarra al que se va a aludir, con resultado de cuatro terroristas muertos en un coche, tuvo lugar en agosto del 2000.

[37] Lucha callejera. El terrorismo de baja intensidad donde se fraguaba la cantera de ETA, todo ello ante la inoperante complicidad del Estado.

[38] El Estatuto de Autonomía del País Vasco, concedido entre bombas de ETA pero que no era del gusto de ETA…

[39] Licencia de autor: el Ministro del Interior y el Secretario de Estado para la Seguridad, en el momento del 11-M, fueron nombrados casi al tiempo en el verano de 2002.

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