¿Es Rosario Porto la Vera Claythorne de Diez negritos española? Si alguien no ha leído la novela de Agatha Christie de Diez negritos tal vez no debería leer este artículo, ya que podríamos contar alguna pista de lo que sucede en ese maravilloso libro de suspense y crimen.
En este análisis literario e histórico vamos a comparar dos personajes que son de auténtico libro y en el caso de una de ellas, de hecho, nunca existió, ya que es una pura invención de la escritora Agatha Christie. La señorita Vera Claythorne, que es en mi opinión la protagonista absoluta de la novela de Diez negritos de Agatha Christie y cuyo perfil recuerda muchísimo a la condenada por matar a su hija menor en Galicia, Rosario Porto.
Vera Claythorne es un maravilloso personaje femenino de Agatha Christie: una mujer atractiva, joven, amable, fuerte e independiente que, en el primer tercio del siglo XX, se sostiene únicamente con su propio trabajo. Por supuesto, preferiría no tener que hacerlo o, al menos, desempeñar un rol más agradable que el de secretaria o, peor aún, el de institutriz. Sin embargo, ahí está ella, una de las pocas recién llegadas a la Isla del Negro que no cree haber ido de vacaciones, pero otra cosa muy diferente le espera allí.
Resulta muy difícil para el lector sospechar de Vera Claythorne como una posible asesina, incluso como culpable del crimen que la grabación de la historia le imputa de improviso. Es más sencillo pensar que el accidente en el mar con el niño que cuidaba fue sólo eso, o que, en todo caso, hay una explicación perfectamente razonable detrás de ello. Además, es difícil no identificarse con ella, no ponerse de su lado mientras intenta descubrir la identidad de su verdadero anfitrión. O no interesarse por si su relación con el atractivo aventurero Philip Lombard tiene futuro o si, por el contrario, es otra trampa del destino. Después de todo, su corazón roto por el amor imposible con Hugo, su poco duradero novio, es el equipaje más pesado que trae a la isla en la que se desarrolla el drama de la novela.
Por su lado, Rosario Porto Ortega, nacida el 18 de diciembre de 1969, fue una mujer gallega con una vida marcada por su entorno familiar y personal. Hija única de Francisco Porto Mella, un abogado conocido en Santiago, y de María del Socorro Ortega Romero, profesora de historia del arte, Rosario recibió una educación excepcional que la llevó a estudiar derecho en la Universidad de Santiago. Después de finalizar sus estudios, comenzó a trabajar en el despacho de su padre y, en 1997, fue nombrada cónsul honoraria de la República Francesa, cargo que heredó de su padre.
En su vida personal, se casó con Alfonso Basterra, un periodista especializado en temas económicos. La relación enfrentó dificultades, especialmente cuando Rosario, que padecía lupus eritematoso, tomó la decisión de adoptar a una niña de China debido a la recomendación médica de evitar un embarazo. La tensión en su matrimonio aumentó cuando Alfonso descubrió la infidelidad de Rosario en enero de 2013, lo que llevó a una separación conflictiva. A pesar de los episodios difíciles, la pareja logró llegar a un acuerdo mutuo para el divorcio el 14 de febrero del mismo año. Pero lo peor estaba por venir, poco después, con el asesinato de esa hija adoptiva: Asunta.
El caso Asunta Basterra, también conocido como el caso Asunta, es una investigación judicial que gira en torno a la trágica muerte de Asunta Basterra Porto, una niña de doce años que desapareció el 21 de septiembre de 2013. Su cuerpo sin vida fue hallado al día siguiente, 22 de septiembre de 2013, en una pista forestal del municipio de Teo, en La Coruña, Galicia, España. La investigación, llevada a cabo por la Guardia Civil, recibió el nombre de Operación Nenúfar y se centró en esclarecer las circunstancias de la muerte de la menor, que conmovió a la sociedad española. A medida que se desarrollaban las indagaciones, surgieron múltiples hipótesis y se realizaron numerosos interrogatorios, generando un intenso interés mediático y público en torno al caso.
Durante este análisis, introduciremos fragmentos de la novela en los que aparece Vera, personaje al que tanto se parece Rosario Porto:
Vera Claythorne estaba muy callada. Pasaba la mayor parte del tiempo acurrucada en una silla. Sus ojos miraban fijamente hacia el vacío. Parecía aturdida. Era como un pájaro que ha golpeado su cabeza contra un vidrio y que ha sido recogido por una mano humana. Se acurruca allí, aterrorizada, incapaz de moverse, esperando salvarse mediante su inmovilidad.
Los paralelismos entre Vera Claythorne y Rosario Porto
Rosario Porto, por otro lado, no necesita presentación en España, pues es considerada como uno de los mayores monstruos de los últimos tiempos en este país. Una madre desnaturalizada que convierte el mayor acto de amor, como es tener un hijo y más por adopción, en todo lo contrario. Un crimen a sangre fría en el que necesariamente tuvieron que ayudarle terceras personas y por el que también está pagando en prisión el padre adoptivo de Asunta Basterra: esa niña de origen chino que estos dos presuntos anormales adoptaron y que luego, años después, mataron, según la condena de casi veinte años que les ha caído encima. Como muchos de vosotros sabréis, Rosario Porto decidió que no aguantaría más su penosa situación y decidió suicidarse después de varios intentos en la prisión donde estaba recluida. Un suicidio bastante raro del que hablaremos después, ya que hay indicios para considerar que tantas negligencias en su protocolo antisuicidios no pudieron ser casuales: prácticamente se la invitó a terminar de una vez con todo. ¿Resultaba Rosario Porto una testigo incómoda de algo?
Los paralelismos entre Vera Claythorne y Rosario Porto no tienen fin y vamos a analizarlos aquí, uno por uno.
En primer lugar, se trata de mujeres a las que se acusa de haber asesinado a menores que estaban bajo su custodia. En el caso del personaje ficticio de Agatha Christie es un niño y no se trata de su hijo, sino de un chiquillo que cuidaba como institutriz: simplemente dejó que se ahogase en el mar, de modo parecido a como Rosario Porto verdaderamente acabó con la vida de su hija con unas drogas fuertes. En ambos casos, también, ambas mujeres niegan haber tenido nada que ver con la muerte de esos menores a su cargo, que en el caso de Rosario Porto es ni más ni menos que su hija.
Ambas mujeres son relativamente jóvenes, aunque en el caso de Vera se trate de una persona bastante más joven que Rosario Porto. También cuando cometieron sus crímenes era más joven Vera que Rosario.
También tienen algo en común muy importante estas dos mujeres y es un amor imposible. En el caso de Rosario Porto, este amor no era precisamente su marido, del que estaba divorciada y al que probablemente siempre trató como a un inferior, sino un hombre casado llamado Manuel con el que mantenía una aventura que no iba a terminar nunca a su favor, ya que ese amante no estaba dispuesto a dejar a su mujer embarazada por ella. En el caso de Vera, ese amor imposible había sido un verdadero novio que había tenido antes de que se produjera el horrendo ahogamiento del sobrino de ese otro joven, Hugo Hamilton, quien es el único que sospecha de ella al final y se aleja para siempre de la que considera segura asesina de su sobrino. El móvil del crimen, en este caso, sería económico, ya que el sobrino de su amante se interponía en la impresionante herencia que iba a recibir su querido Hugo.
Todo el grupo había cenado bien. Estaban satisfechos consigo mismos y con la vida. Las manecillas del reloj señalaban las nueve y veinte.
Hubo un silencio—un silencio cómodo y pleno.
En ese silencio llegó La Voz. Sin previo aviso, inhumana, penetrante… «¡Damas y caballeros! ¡Silencio, por favor!»
Todos se sobresaltaron. Miraron a su alrededor—los unos a los otros, a las paredes. ¿Quién estaba hablando?
La Voz continuó—una voz alta y clara:
«Se les acusa de los siguientes crímenes:
… Vera Elizabeth Claythorne, que el 11 de agosto de 1935, mataste a Cyril Ogilvie Hamilton.
Prisioneros en el estrado: ¿tienen algo que decir en su defensa?
¿Hay algo más triste en la vida que un amor imposible y fracasado?
Pero lo más sorprendente de todo es ese remordimiento que acompaña a las dos durante todo el resto de su vida y por dos situaciones que son contrapuestas y que al mismo tiempo parecen relacionadas. Por un lado, está el verdadero remordimiento y la nostalgia que les produce su amor imposible, al que regresan constantemente, mientras que, por el otro lado, a millones de kilómetros de distancia, está es lógico arrepentimiento por lo que ha sucedido con un menor inocente que estaba bajo su responsabilidad. Pero esto último no es precisamente una prioridad en la mente de dos mujeres frías con el crimen y apasionadas con el amor. Si hubieran podido seguir adelante con sus aventuras amorosas, en los dos casos, ese arrepentimiento para haber tenido tanto que ver con la muerte de un menor habría pasado sin pena ni gloria por esas dos vidas truncadas de dos mujeres jóvenes que no quisieron aceptar lo que el destino les iba dando.
Sobre la juventud de estas mujeres también hay que decir que no es lo mismo la época que le toca vivir a Vera Claythorne, más o menos en los años 30, que la época de Rosario Porto, cuando la juventud de las personas se ha alargado. En esa época de antes de la Segunda Guerra Mundial, cualquier persona que tuviera más de 30 años no era considerada como joven de ninguna manera y era por lo general extraño que siguieran solteros a esa edad. Sin embargo, una mucho más madura Rosario Porto podía ser considerada como equivalente en edad a esa joven inglesa ficticia que se inventó Agatha Christie con gran habilidad.
Vera Claythorne habló con una voz temblorosa. Dijo:
«Me gustaría contarles. Sobre ese niño, Cyril Hamilton. Fui gobernanta de su sala de juegos. Se le prohibió nadar lejos. Un día, cuando mi atención se distrajo, él se lanzó al agua. Yo nadé tras él. No pude llegar a tiempo… Fue horrible… Pero no fue mi culpa. En la investigación, el forense me exoneró. Y su madre… Fue tan amable. Si ella tampoco me culpó, ¿por qué…? ¿Por qué se me dice esta cosa horrible? No es justo, no es justo».
Se derrumbó, llorando amargamente.
El general Macarthur le dio una palmadita en el hombro. Dijo:
«Ahí, ahí, querida. Por supuesto que no es cierto. Ese tipo es un loco. ¡Un loco! Tiene una idea fija. ¡Ha entendido todo mal!» Se puso erguido, cuadrando los hombros. Aulló:
«Lo mejor es dejar este tipo de cosas sin respuesta. Sin embargo, siento que debo decir—no hay verdad, no hay verdad alguna en lo que dijo sobre el joven Arthur Richmond. Richmond era uno de mis oficiales. Lo envié a una misión de reconocimiento. Fue asesinado. Es un curso natural de los eventos en tiempo de guerra. Quiero decir que lamento mucho—una mancha sobre mi esposa. La mejor mujer del mundo. Absolutamente—¡la esposa de César!»
El general Macarthur se sentó. Su mano temblorosa tiró de su bigote. El esfuerzo por hablar le había costado bastante.
Rosario Porto era una mujer muy determinada por la voluntad de sus padres
También hay que decir que sus circunstancias económicas no son las mismas ni mucho menos, ya que Rosario Porto era una mujer muy determinada por la voluntad de sus padres, que restringían muchísimo su libertad personal y siempre en una dirección concreta: no aceptar un estatus socioeconómico por debajo de sus pretensiones personales. Por el contrario, aunque Vera también es una persona que aspira a medrar muchísimo en ese plano socioeconómico, queda claro por la lectura de la novela que lo hace por voluntad propia y que es realmente lo que busca en la vida. Ser mucho más que una cuidadora de niños ricos y, a poder ser, compartir esa riqueza personal con su amante, que pese a pertenecer a una familia de mucho dinero no tiene un duro que puede llamar suyo. Más bien se ve apartado de toda herencia por él inoportuno nacimiento del vástago póstumo de su fallecido hermano mayor. Un embarazo y un nacimiento que determinarán el final de sus posibilidades de heredar título y fortuna, pero entonces aparece Vera con una solución tremenda: acabar con la vida de ese pobre niño cuya fortuna familiar se va a convertir en su condena de muerte, claro está, según las acusaciones que penden sobre ella desde el principio de la historia.
Sin embargo, en ambos casos veremos que el amor apasionado que siente en estas dos mujeres por sus hombres sobrepasa cualquier intencionalidad económica de ningún tipo. No son realmente mujeres que miren tanto el dinero cuando se trata de amar, aunque en el caso de Vera Claythorne sí parece bastante claro que el móvil económico va paralelo a su amor por Hugo cuando decide acabar, presuntamente, con la vida del niño que tiene a su cargo y que es el sobrino de ese amante al que quiere tanto.
«Te amo. Te amo. ¿Sabes que te amo, Vera?»
Las noches después de que Cyril estaba en la cama…
«Salga a dar un paseo, señorita Claythorne.»
«Creo que quizás lo haré.»
El decoroso paseo hasta la playa. La luz de la luna, el suave aire del Atlántico.
Y luego, los brazos de Hugo rodeándola.
«Te amo. Te amo. ¿Sabes que te amo, Vera?»
Sí, ella lo sabía.
(O creía saberlo).
«No puedo pedirte que te cases conmigo. No tengo un centavo. Apenas puedo mantenerme a mí mismo. Es curioso, sabes, que una vez, durante tres meses, tuve la posibilidad de esperar ser un hombre rico. Cyril no nació hasta tres meses después de la muerte de Maurice. Si hubiera sido una niña…»
Si el niño hubiera sido una niña, Hugo habría heredado todo. Había estado decepcionado, lo admitía.
«No había contado con ello, por supuesto. Pero fue un golpe. Bueno, la suerte es la suerte. Cyril es un buen chico. Le tengo mucho cariño.» Y de hecho, le tenía cariño. Siempre estaba dispuesto a jugar o entretener a su pequeño sobrino. No había rencor en la naturaleza de Hugo.
Cyril no era realmente fuerte. Un niño débil, sin resistencia. El tipo de niño que, quizás, no viviría para crecer.
¿Y entonces…?
«Señorita Claythorne, ¿por qué no puedo nadar hasta la roca?»
Esa repetición irritante y quejumbrosa.
“Es demasiado lejos, Cyril.”
“Pero, señorita Claythorne…”
Vera se levantó. Fue hacia el tocador y tomó tres aspirinas. Pensó:
“Ojalá tuviera algo para dormir de verdad.”
Pensó:
“Si me quitara la vida, tomaría una sobredosis de Veronal, algo así, ¡no cianuro!”
Se estremeció al recordar el rostro convulsionado y morado de Anthony Marston. Al pasar junto a la repisa de la chimenea, miró el poema enmarcado.
«Diez negritos fueron a cenar;
Uno se atragantó y quedaron nueve.»
Pensó para sí misma:
“Es horrible, igual que nosotros esta noche.”
¿Por qué querría morir Anthony Marston?
Ella no quería morir. No podía imaginar querer morir.
La muerte era para… La otra gente.
Curiosamente, aunque Rosario Porto estaba enamorada de otro señor, antes de eso ella también tenía un ex marido que tampoco tenía un centavo. Otra coincidencia más.
En las fotos: la ficticia asesina de un niño, Vera Claythorne, y la verdadera madre asesina española: Rosario Porto.
Ese sentimiento inevitable de querer a quien se ha ido de tu vida para siempre
El final de estas dos mujeres es más que similar. Los remordimientos que sienten desde el principio o más bien de nostalgia de un amor imposible las van empujando a ambas a una situación en la que ya no desean vivir más. Para el que haya leído la novela de Diez negritos es evidente lo que sucedió, pues es bastante notorio que desde el principio se está produciendo un proceso de recuerdos muy fuertes que mezclan el desamor con un fuerte sentimiento de culpa. Un sentimiento que en Rosario Porto era muy similar, ya que a la más que probable sensación de culpa por lo que había sucedido con la niña se une ese sentimiento inevitable de querer a un hombre que definitivamente se ha ido de su vida para siempre. Un amante al que tal vez hubiera podido retener de alguna manera si Rosario no se hubiera visto implicada tan directamente en la muerte de su hija.
¿Invitaron a suicidarse a Rosario Porto en prisión? Lo verdaderamente extraño de todo esto es que una interna que había intentado suicidarse varias veces en prisión recibe, de pronto, una bata con un cinturón perfecto para ahorcarse, mientras que la compañera de celda encargada de vigilarla de cerca salió oportunamente del «chabolo» para dejarla acabar en paz con su vida. Una situación que por supuesto nos recuerda muchísimo a Diez negritos, de Agatha Christie.
Los huevos estaban en la sartén. Vera, en la estufa, pensó para sí misma:
«¿Por qué me comporté como una tonta histérica? Fue un error. Mantén la calma, chica, mantén la calma.»
Después de todo, ¡siempre se había enorgullecido de ser sensata!
«La señorita Claythorne fue maravillosa, mantuvo la cabeza fría, y comenzó a nadar detrás de Cyril de inmediato.»
¿Por qué pensar en eso ahora? Todo eso ya había pasado, ya había terminado… Cyril había desaparecido mucho antes de que ella se acercara a la roca. Había sentido la corriente llevarlo… La arrastraba, llevándola mar adentro. Ella se había dejado llevar, nadando tranquilamente, flotando, hasta que el bote llegó finalmente…
La habían elogiado por su valentía y su sangre fría…
Pero no Hugo. Hugo, simplemente… La había mirado…
Dios, cuánto dolía, incluso ahora, pensar en Hugo…
¿Dónde estaba? ¿Qué estaría haciendo? ¿Estaría comprometido? ¿Casado?
Emily Brent dijo bruscamente:
«Vera: el tocino se está quemando.»
«Oh, lo siento, señorita Brent, es verdad. Qué tonta soy.»
¿Vera Claythorne y Rosario Porto sentían pena más allá del desamor?
¿Les dolía siquiera algo, dentro de su abotargada capacidad de sentir remordimiento por sus crímenes, lo que había sucedido con dos menores inocentes? A la vista de lo que hay, es difícil pensar que sí.
Vera Claythorne extrañaba desesperadamente a su novio, perdido por culpa de su crimen, aunque disfrutaba de una libertad en la que no era plenamente feliz por ese motivo. Por el contrario, Rosario Porto vivía su desamor con una intensidad mayor por su reclusión forzosa en un ambiente que según ella no era digno de su alta capacidad intelectual y cultural.
Como afirma Mark Guscin, autor de Lo que nunca te han contado del caso de Asunta, cuando entrevistó a Rosario Porto en la cárcel se encontró con una mujer destruida que ansiaba el suicidio por encima de todo y que había intentado previamente quitarse la vida. Una mujer que sólo se animaba cuando hablaba de su amante perdido. Ahí sí le brillaban los ojos.
Vera Claythorne, cansada por un reciente y agotador trimestre en la escuela, pensó para sí misma: «Ser maestra de deportes en una escuela de tercera clase no es gran cosa».
Y luego, con una sensación fría en el corazón, pensó: «Pero tengo suerte de tener siquiera esto. Después de todo, a la gente no le gusta una investigación del forense, ¡aunque el forense me haya exonerado de toda culpa!»
Incluso la había felicitado por su presencia de ánimo y valentía, lo recordaba. Para ser una investigación, no podría haber salido mejor. Y la señora Hamilton había sido muy amable con ella… Sólo Hugo (¡pero no debería pensar en Hugo!).
De repente, a pesar del calor en el vagón, se estremeció y deseó no estar yendo al mar. Una imagen se formó claramente en su mente: la cabeza de Cyril, subiendo y bajando, nadando hacia la roca… Arriba y abajo, arriba y abajo… Y ella misma, nadando con brazadas fáciles y practicadas detrás de él, abriéndose paso en el agua, pero sabiendo, con demasiada certeza, que no llegaría a tiempo… El mar, su profundo azul cálido, las mañanas pasadas tumbada en la arena… Hugo, Hugo, que había dicho que la amaba.
No debía pensar en Hugo… Abrió los ojos y frunció el ceño al hombre que estaba frente a ella. Un hombre alto con un rostro bronceado, ojos claros algo juntos y una boca arrogante, casi cruel.
Pensó para sí misma:
«Apuesto a que ha estado en algunas partes interesantes del mundo y ha visto cosas interesantes…»
En realidad, tanto en su caso como en el de su exmarido, llama la atención bastante la frialdad con la que comentan un asunto que es mucho más grave que su reclusión en la cárcel. Cualquier esperanza de que salieran con libertad ninguno de los dos de semejante lío es bastante absurda si tenemos en cuenta que ya deberían haber perdido mucho más que todo eso. Habían perdido a su hija menor y eso tenía que ser para cualquier padre mucho peor que la muerte o la pérdida de la libertad, pero queda claro del análisis de ambos personajes que no son los típicos padres al uso. Rosario Porto siempre sintió mucho más la pérdida de su amante, al parecer, quien por otro lado era un amor imposible para ella. Y mucho más después de la muerte de su hija en tan extrañas circunstancias. Pero en todo caso, y esto sí es una diferencia con Vera Claythorne, Rosario Porto nunca podría haber tenido a ese amante para sí: su aventura con Manuel era para este hombre nada más que eso, una aventura sexual.
Los remordimientos de Vera Claythorne y la anécdota de las algas
A las seis y veinte, Vera sintió que seguir sentada allí era insoportable. Iría a su habitación y se lavaría la cabeza y las sienes doloridas con agua fría. Se levantó y se dirigió hacia la puerta. Luego recordó y volvió para sacar una vela de la caja. La encendió, dejó que un poco de cera cayera en un platillo y pegó la vela firmemente en él. Luego salió de la habitación, cerrando la puerta detrás de ella y dejando a los cuatro hombres adentro. Subió las escaleras y caminó por el pasillo hacia su habitación.
Cuando abrió la puerta, de repente se detuvo y se quedó completamente inmóvil.
Sus fosas nasales se estremecieron.
El mar… El olor del mar en St. Tredennick…
Eso era. No podía estar equivocada. Por supuesto, se olía el mar de cualquier manera en una isla, pero esto era diferente. Era el olor que había en la playa ese día, con la marea baja y las rocas cubiertas de algas secándose al sol.
«¿Puedo nadar hasta la isla, señorita Claythorne? ¿Por qué no puedo nadar hasta la isla?»
¡Maldito mocoso, llorón y consentido! Si no fuera por él, Hugo sería rico… podría casarse con la chica que amaba…
Hugo…
Seguramente… seguramente… Hugo estaba a su lado, ¿verdad? No, esperándola en la habitación…
Dio un paso hacia adelante. La corriente de aire de la ventana atrapó la llama de la vela. Esta titiló y se apagó…
En la oscuridad, de repente tuvo miedo…
«No seas tonta», se dijo Vera Claythorne. «Está bien. Los demás están abajo. Los cuatro. No hay nadie en la habitación. No puede haber nadie. Estás imaginando cosas, muchacha.»
Pero ese olor… Ese olor a la playa en St. Tredennick… Eso no era imaginación. Era real…
Y había alguien en la habitación… Ella había oído algo, seguramente había oído algo…
Y entonces, mientras estaba allí de pie, escuchando… Una mano fría y húmeda le tocó la garganta, una mano mojada que olía a mar…
Vera gritó. Gritó y gritó, gritos de terror absoluto, desesperados clamores pidiendo ayuda.
No oyó los sonidos de abajo, de una silla siendo volcada, de una puerta abriéndose, de hombres corriendo escaleras arriba. Solo era consciente del terror supremo.
Entonces, devolviéndole la cordura, luces titilaron en la puerta: velas, hombres apresurándose a entrar en la habitación.
«¿Qué diablos?» «¿Qué ha pasado?» «Dios mío, ¿qué es eso?»
Ella tembló, dio un paso adelante y se desplomó en el suelo.
Estaba sólo medio consciente de alguien inclinándose sobre ella, de alguien forzando su cabeza hacia abajo entre sus rodillas.
Entonces una exclamación repentina, un rápido «¡Dios mío, mira eso!» devolvió sus sentidos. Abrió los ojos y levantó la cabeza. Vio lo que los hombres con las velas estaban mirando.
Una amplia cinta de algas mojadas colgaba del techo. Era eso lo que en la oscuridad se había movido contra su garganta. Era eso lo que había tomado por una mano fría, una mano de ahogado que volvía de entre los muertos para apretarle la vida…
Comenzó a reír histéricamente. Dijo:
«Era alga, sólo alga y eso es lo que olía…»
Rosario Porto en su solitario y nostálgico encierro
Lo que está claro es que ambas mujeres se ven envueltas en una deriva nostálgica y fatalista que las lleva a considerar que el suicidio es su única salida. Es inevitable pensar que estas frases que hemos ido sacando de la novela de Agatha Christie son perfectamente aplicables a Rosario Porto en su solitario y nostálgico encierro. Las constantes referencias a los escenarios donde Vera vivió el amor más auténtico y desesperado, además de correspondido, con su encantador y perdido novio, Hugo Hamilton. Las constantes referencias a ese deseo irrefrenable de estar pensando todo el día qué sería de ese hombre que había desaparecido de su vida para siempre. El sentimiento de culpa se circunscribe, en este caso de Vera, a su incapacidad de ocultarle a su amado novio que tal vez ella había tenido todo que ver con el ahogamiento aparentemente accidental del sobrino de éste.
La mirada de Hugo Hamilton cuando ambos se encuentran, después de que todo ha pasado, es bastante indicativa de que este hombre sospechaba de ella desde el primer momento y así se confirma más tarde, hacia el final de la novela, cuando queda bastante claro que para este joven bienintencionado no había dudas de que esa novia con la que se había planteado un futuro era la asesina de su sobrino amado. Y como era una persona de una naturaleza bondadosa en extremo no le cabía en la cabeza que hubiera podido hacer algo así y mucho menos por dinero.
Es curioso considerar que mientras Vera se pregunta, constantemente, qué sería de la vida de Hugo Hamilton, este joven estaba ahogando sus penas en el alcohol sin poder olvidarla a ella tampoco. Atrapado en una diatriba imposible que le lleva a despreciar y a odiar el crimen que ha cometido su novia sin poder olvidarse de lo mucho que la ama.
Comenzaba a pensar en Cornualles, en Hugo, en lo que le había dicho a Cyril. Ese niño horriblemente quejumbroso, siempre molestándola.
«Señorita Claythorne, ¿por qué no puedo nadar hasta la roca? Puedo hacerlo. Sé que puedo».
¿Había sido su voz la que respondió?
«Por supuesto que puedes, Cyril, de verdad. Lo sé.»
«¿Puedo ir entonces, señorita Claythorne?»
«Bueno, ya ves, Cyril, tu madre se pone muy nerviosa por ti. Te diré qué haremos. Mañana puedes nadar hasta la roca. Hablaré con tu madre en la playa y distraeré su atención. Y luego, cuando te busque, ¡ahí estarás tú, de pie en la roca, saludándola! ¡Será una sorpresa!»
«¡Oh, qué buena idea, señorita Claythorne! ¡Será divertido!»
Ya lo había dicho. ¡Mañana! Hugo iba a Newquay. Cuando regresara, todo habría terminado.
Sí, pero suponiendo que no fuera así, suponiendo que algo saliera mal. Cyril podría ser rescatado a tiempo. Y entonces, él diría: «La señorita Claythorne dijo que podía.»
Bueno, ¿y qué? ¡Uno debe correr algún riesgo! Si lo peor sucediera, lo enfrentaría con descaro. «¿Cómo puedes decir una mentira tan malvada, Cyril? ¡Por supuesto que nunca dije tal cosa!» Ellos le creerían, seguro. Cyril a menudo contaba historias. Era un niño mentiroso. Cyril lo sabría, por supuesto. Pero eso no importaba… Y, de todos modos, nada saldría mal. Fingiría nadar detrás de él. Pero llegaría demasiado tarde… Nadie sospecharía jamás…
¿Había sospechado Hugo? ¿Era por eso que la había mirado de esa manera tan extraña y distante…? ¿Había sabido Hugo?
¿Era por eso que se había ido tan apresuradamente después del juicio?
No había respondido la única carta que ella le había escrito…
Hugo…
Vera se giró inquieta en la cama. No, no debía pensar en Hugo. ¡Dolería demasiado! Todo eso ya había pasado, se había terminado.
Debía ser olvidado…
¿Por qué, esta noche, de repente, sintió que Hugo estaba en la habitación con ella?
Miró fijamente al techo, mirando el gran gancho negro en el centro de la habitación.
Nunca había notado ese gancho antes.
Las algas habían colgado de eso…
Se estremeció al recordar ese toque frío y húmedo en su cuello…
Hugo.
No le gustaba ese gancho en el techo. Atraía la mirada, te fascinaba… Un gran gancho negro.
El odio al niño que vamos a matar está presente en los dos personajes femeninos
El odio al niño que vamos a matar está presente en los dos personajes femeninos, uno real y el otro ficticio. Es una justificación constante de lo que están dispuestas a hacer y de lo que luego ya hicieron, desgraciadamente, aunque en el caso de la víctima de Vera es un niño ficticio también como ella. Pero es como si Agatha Christie se hubiera adelantado unas cuantas décadas a lo que luego iba a hacer verdaderamente Rosario Porto. Porque las palabras tan duras con las que se refiere a su hija adoptiva ante su psiquiatra son de lo más reveladoras de la situación.
Mi hija se ha convertido en un estorbo. No quiero pensar en qué ponerla de vestir ni en qué darle de comer. Me absorbe la vida. Ya no quiero tener que cuidar más de ella.
Y uno de los principales estorbos era precisamente el Hugo Hamilton de esta historia. El amante de Rosario Porto, quien era según ella un dios en la cama. Una persona a la que no podía ver cuando tenía que cuidar de Asunta, lo que la molestaba especialmente de la niña. Tampoco esto era del agrado de Alfonso Basterra, quien veía que cuando se tenía que quedar con la niña se producía una situación que era aprovechada por su exmujer para ir corriendo a los brazos de su amante. Un amante de cuya existencia era conocedor Alfonso Basterra, quien imponía a su exmujer la condición de no ver más a ese hombre para arreglar un matrimonio que no tenía solución posible. De hecho, Rosario Porto engañó muchísimas más veces a su marido, regresando cuando quiso y pudo con ese dios del sexo que la hacía sentir mujer y que la permitía recuperar los años perdidos de una juventud sometida a la voluntad paterna.
Por lo tanto, para desgracia de Asunta, su presencia en la casa y en esa familia rota era una verdadera molestia.
Existe también una gran semejanza entre Hugo Hamilton, el novio de Vera, y el amante de Rosario Porto. Y es que los dos se vieron involucrados en un lío tremendo del cual no eran conscientes y que suponía la muerte violenta y no explicada de un menor.
Un matrimonio de sirvientes al que se acusa de haber matado a la señora que tenían que cuidar
En el caso de Vera Claythorne, el crimen se comete en una mezcla de amor y de ambición por la fortuna familiar de Hugo. Una herencia tremenda que quiere compartir con su amado, su gran amor, una vez muerto el niño que impedía esa situación. En el caso de Rosario Porto, por el contrario, desconocemos el móvil posible para un crimen que nos deja sin palabras a todos, por lo que somos muchos los que pensamos que la sentencia y el proceso judicial en general no han sido muy efectivos en realidad. Es muy probable que nos quedemos sin saber para toda la vida lo que motivó a cualquiera de estos dos padres para cometer semejante atrocidad y encubrirse mutuamente. Porque sí que es cierto que han hecho un enorme trabajo juntos de frente común desde el principio. Exculpándose el uno al otro, aunque desde el principio dándose también recordatorios muy claros de que tanto el uno como la otra saben cosas muy peligrosas para sus respectivas libertades. Y mientras Basterra le comenta a su exmujer que ya sabe que no le gusta acercarse por el dormitorio de su madre, lo que podría indicar algo sobre el final de los padres de ella, Rosario Porto le contesta que su mente caleturienta le puede traer problemas gordos. Una referencia más que notoria sobre el comportamiento sexual un poco anormal de su exmarido.
Esto también nos puede recordar bastante la novela de Diez negritos, ya que en la isla del relato hay un matrimonio de sirvientes al que se acusa de haber matado a la señora que tenían que cuidar para quedarse con un dinero. Una acusación que luego se muestra como certera. Y es que uno de los tramos oscuros más inquietantes de toda esta historia de Asunta Basterra no es otro que las sospechas que recaen sobre este matrimonio fallido de haberse cargado también a los padres de Rosario Porto. Un asunto que nunca se ha llegado a clarificar, pero sobre el que pesan más que sospechas a la vista de lo que son capaces de hacer este par de tarados.
Los móviles del crimen de Asunta Basterra según la tesis de Marc Guscin
Los móviles del crimen de Asunta Basterra que se han planteado no resultan convincentes hasta que uno topa con la tesis de Marc Guscin, el inglés afincado en Galicia que ha investigado muchísimo sobre el tema y publicado un libro muy atrayente.
Según este autor, lo que se está haciendo aquí es tapar algún crimen previo que puede tener relación con estas dos situaciones, juntas o por separado.
En primer lugar, la sospechada muerte no natural de los padres de Rosario Porto. Tal vez la niña se habría enterado de la verdadera causa de muerte de sus abuelos y podía causarles problemas con esto.
En segundo lugar, para mí la versión más probable, lo que se trataría de ocultar serían los más que probables abusos sexuales del padre adoptivo de la cría contra ella, como parecen atestiguar diversas evidencias que no tienen ninguna explicación lógica a día de hoy más allá de dichos abusos. En especial, las manchas de semen en la pared del cuarto de la niña. ¿Drogaban a Asunta para abusar de ella? Al parecer, según la autopsia, Asunta no fue violada vaginalmente y murió virgen, pero hay muchas formas de abusar sexualmente de una persona y más si es una menor: drogarla para que no pueda despertarse mientras su padre la manosea, por ejemplo, es una de esas posibles alternativas.
La niña no era ninguna tonta y ya tenía edad para enterarse de muchas cosas
El silencio de Rosario Porto en esta situación tan lamentable también tiene una explicación bastante racional si relacionamos este hecho con el presunto asesinato de los padres de esta mujer. ¿Se estaba ocultando desde el principio el asesinato de los padres de ella y era completamente necesario para ello el acuerdo de los dos cónyuges y el silencio total de una niña que ya sabría demasiado? Para estas dos situaciones tenemos que tener en cuenta que la niña no era ninguna tonta y que ya tenía una edad suficiente como para enterarse de muchas de las cosas que sucedían en su casa.
En realidad, entre Basterra y Rosario Porto había una relación de interdependencia muy poco saludable para lo que debería ser un matrimonio o relación de pareja, pues ella podría aportar la situación económica que a él le faltaba por completo mientras recibía de Basterra un apoyo emocional del que andaba muy necesitada. Se necesitaban mutuamente y se siguieron necesitando después de haber sido detenidos, pues el silencio cómplice de los dos les protegía mutuamente: el famoso dilema del prisionero en el cual los dos callan para reducir su pena y salvarse los muebles el uno al otro en perfecta asociación.
Finalmente, estaba el caso de Vera Claythorne. Fue cuando estaba cruzando el Atlántico. A altas horas de la noche, los únicos ocupantes del fumoir éramos yo y un joven apuesto llamado Hugo Hamilton.
Hugo parecía estar un poco nervioso. En un momento, comenzó a hablar de su vida, de lo que había sucedido con Cyril y cómo se sentía culpable por no haber podido salvarlo.
Hugo Hamilton era infeliz. Había tomado una cantidad considerable de alcohol. Estaba en la etapa melancólica y confidencial. Sin muchas esperanzas de un resultado, automáticamente comencé mi rutina de conversación. La respuesta fue sorprendente. Recuerdo sus palabras ahora. Dijo: «Tienes razón. El asesinato no es lo que la mayoría de la gente piensa—darle a alguien una dosis de arsénico—empujarlo por un acantilado—ese tipo de cosas.»
Se inclinó hacia adelante, acercando su rostro al mío. Dijo: «He conocido a una asesina—la conocí, te lo digo. Y, además, estaba loco por ella… Dios me ayude, a veces creo que todavía lo estoy… Es un infierno, te lo digo—un infierno. Verás, ella lo hizo más o menos por mí… No es que alguna vez lo soñara. Las mujeres son demonios—demonios absolutos—no pensarías que una chica así—una buena chica alegre—no pensarías que haría algo así, ¿verdad? Que llevaría a un niño al mar y lo dejaría ahogarse—no pensarías que una mujer podría hacer algo así.»
Le dije:
«¿Estás seguro de que lo hizo?»
Él dijo y, al decirlo, parecía de repente recuperar la sobriedad:
«Estoy bastante seguro. Nadie más lo pensó. Pero supe en el momento en que la miré—cuando volví—después de… Y ella sabía que yo sabía… Lo que no se dio cuenta fue que amaba a ese niño…»
Los otros crímenes de Diez negritos, de Agatha Christie
Diez negritos. La que tal vez sea la obra cumbre de Agatha Christie, pero es que sobrepasa lo que es el relato policiaco y entra profundamente en la psique humana y en nuestras mayores debilidades. Y es que los diez protagonistas de esta historia viven más o menos atormentados por sus diez pecados capitales conocidos, de alguna manera, siendo en todos ellos responsables directos de la muerte de personas. Incluso se cuenta una hermosa y a la vez triste historia de amor entre dos jóvenes amantes que vean su destino juntos truncado por lo que se puede considerar como un asesinato a sangre fría. Es probablemente la historia más interesante de toda la novela, por el especial dramatismo que supone el desamor unido al sentimiento de culpa. Una culpa que la acusada de haber asesinado apenas puede digerir y que definitivamente ha marcado el resto de sus días para siempre.
Estamos hablando de Vera Claythorne, una joven atractiva y aparentemente inocente a la que se acusa, sin embargo, de un cruel asesinato en el que dejó morir al sobrino de su amado para que éste pudiera heredar la fortuna familiar y salir de la miseria en la que no se podía casar con ella.
No es mucho menos dramática la historia del general MacArthur, quién es acusado de dado a uno de sus hombres a una muerte segura en la primera Guerra Mundial. Todo para liberarse del amante de su mujer, que era subalterno suyo en el frente de Francia en esa cruel guerra. Y entonces, ¿qué mejor sitio y situación para ejecutar una venganza fría y calculada? Como él mismo reflexionaba en esos momentos, en medio del pánico y la confusión de la Guerra era muy fácil presentar un auténtico crimen como un error fatal, pero justificable. Todos los días estaban yendo jóvenes muy valiosos a misiones suicidas que no tenían sentido y el caso de su competidor sería uno más. Como él mismo reconoce para sus adentros, mientras está meditando su venganza, la gente podría decir que el viejo MacArthur había cometido errores garrafales y desperdiciado a varios de sus mejores hombres, pero no podrían decir mucho más.
Sin embargo, siempre pueden quedar por ahí testigos de un crimen impune y así se nombra a un tal Armitage. Otro joven subalterno del general a quien éste le reconocía unas buenas percepciones. De hecho, este joven veterano siempre dejó en el general una sensación de intranquilidad y sospecha. De eterna duda sobre hasta qué punto me he dado cuenta de lo ocurrido y si guardaría silencio, como reflexionó tantas veces cuando le pareció que la gente de su pueblo murmuraba sobre él. La novela explica en muy pocas palabras lo que es un desamor de este tipo. El momento brutal en que el enamorado se entera de lo que está pasando, exactamente como en los libros: una carta en el sobre equivocado, que era para el amante, en la que la propia adúltera le cuenta sin querer a su marido lo que está haciendo con su propio subalterno. Una historia trágica que refleja muy bien, en su estilo de pocas y significativas palabras, la autora de este maravilloso cuento con moraleja moral.
De lo que se trata aquí es de que se haga justicia a unas personas que han querido salir impunes de delitos muy graves. Pero en algún caso, antes de que eso suceda, algunos de estos protagonistas se tomaron previamente la justicia por su mano. Éste es el caso del general, quien se aplicó de manera fría y calculadora a vengarse del amante de su joven esposa, que servía a su mando en la I GM. Sin embargo, ninguna infidelidad puede merecer algo tan brutal e irreparable como un asesinato y eso fue lo que ocurrió aquí. También en el caso de Asunta hay una infidelidad matrimonial que tiene su importancia en lo que va a suceder a continuación, de alguna manera, ya que es el factor desestabilizante de la familia que pudo provocar o acelerar de alguna manera lo que sucedió con la niña a los pocos meses.
Los crímenes de Diez negritos son un muestrario bastante completo de las miserias humanas que pueden acabar muy mal. En auténticos asesinatos. Y no siempre se van a ejecutar de la forma que pueda salir en las películas, sino que a menudo pasan inadvertidos, como ocurrió con los abuelos de Asunta Basterra. ¿Quién se va a preocupar por unos ancianos que mueren en su casa de la forma más natural del mundo y sin aparentes signos de violencia ni de muerte intencionada?
Los padres adoptivos de Asunta Basterra no tuvieron un juicio justo al 100%
Sin embargo, para condenar hay que tener pruebas que sean válidas en un tribunal. Mark Guscin sostiene con su estudio del caso una realidad como un templo: los padres adoptivos de Asunta Basterra no tuvieron un juicio justo al 100%. ¿Por qué se desecharon testimonios tan importantes como los que espontánea e inmediatamente aparecieron para localizar a Asunta junto a su padre en una hora y un sitio que no convenía a la versión oficial? Un señor que lo reportó de forma voluntaria en la comisaría de la Policía Nacional y que luego se desdijo de forma extraña. Y había otro que negaba categóricamente que la niña estuviera tirada en esa senda a la hora en que marca también el relato de hechos probados. Un paisano de los contornos que vivía por allí y que afirmó haber pasado a 60 cm de donde se encontraba el cuerpo tirado según la cronología oficial.
Y esto por no hablar de los extraños borrachos que van en el coche y se encuentran el cuerpo. Es todo de lo más extraño.
Lo que es innegable es que la pareja se daba a la niña y lo estuvo haciendo de forma continuada durante meses, aumentando la dosis durante todo ese tiempo hasta que se hacía evidente para los profesores de Asunta que la niña venía mareada. La excusa de estos psicópatas padres fue que la estaban dando medicación para la alergia, pero era mentira. Esto de la sedación continuada y justificada por los propios padres es el mayor indicio a favor de su culpabilidad, sin importar que el día de autos puedan tener una mayor o menor coartada.
Dos mujeres para las que el enamoramiento fue más fuerte que el respeto a la vida de un niño a su cargo
Vera Claythorne y Rosario Porto. Dos asesinas de criaturas que están empezando a vivir y que sólo protección y cariño podrían esperar de una madre o tutora, pero que por el contrario recibieron una muerte cobarde y cínica. Dos mujeres que antepusieron sus intereses personales y su falta de escrúpulos a la responsabilidad más mínima que se esperaba de ellas. Dos mujeres para las que el enamoramiento fue más fuerte que el respeto a la vida de un niño a su cargo. Dos amores imposibles que las amargaron hasta el último suspiro de vida y que las hicieron perder cualquier interés por vivir.