¡A éste no tienen cojones a soltarle, porque sale de aquí pero con la bomba puesta!
Cárcel de Villabona, Asturias.
Hora de comer en la trena. Un mejor que buen momento para Antonio Mauro, Pípol para los amigos, para estrechar vínculos con otros internos. Acompañado del etarra Joseba, con quien había conseguido amistarse, el infiltrado penitenciario hacía la cola del rancho.
¿Te has enterado de lo de anoche? Lo de esos chavales que han reventado en Bilbao.
Sí, los de la bomba. No sé… Te acompaño en el sentimiento, Joseba, aunque ya sabes que no comulgo con tus ideas. ¿Cómo ha podido pasar?
A mí sólo se me ocurren dos cosas: o la dinamita que estamos comprando es una mierda o… Más probable que eso… Esos cerdos del CNI nos están dando matarile.
¡Anda ya! ¡Los tiempos del GAL ya pasaron, hombre!
¿Que ya qué? ¿No viste lo del otro día, los del Cuartel de La Salve? Esos dos guardias que se cargaron, uno de ellos en pleno Centro de Bilbao… ¿Y qué pasa, pues, que también eso lo ha hecho la ETA? ¡No se lo cree nadie! ¡Vamos, hombre! ¿No será que se están matando hasta entre ellos, más bien, como en tiempos de Galindo y sus GAL?
¡No te me vayas por las ramas, cabrón, que también vosotros os fumigáis entre etarras! Y luego enseguida sacáis el dedo, claro, para señalar al de enfrente… ¡Si al final tenéis mucho en común, unos y otros, aunque os joda a todos reconocerlo!
La indiferencia de Pípol no podía ser más falsa. Para empezar, había que convencer a ese etarra de que él no era un Policía emboscado. Aparentar frialdad, a la hora de hablar de la chacurrada. ¡Por el otro lado, en lo personal, la muerte de esos dos guardias le había tocado muy de cerca! Y es que uno de ellos, el más mayor, era el que les proveía hasta entonces de dinamita… Y había aparecido muerto de repente, con un certero disparo, que bien podría pasar por cualquier cosa: un simple suicidio, plaga de las Fuerzas de Seguridad, o incluso un ajuste de cuentas, pero había circunstancias sospechosas. Y el Guardia en cuestión se había movido, por años, en esa misma Cloaca en que él acababa de entrar: proxenetismo, tráfico de drogas y sobre todo ese tipo de operaciones, tan subterráneas. ¡Lo que estaba claro era que la Misión, cuyo éxito se basaba en el secreto, no podía dejar flecos sueltos! Y los amigos del CNI, verdaderos coordinadores de todo ese percal, se estaban asegurando muy bien de ello.
¡No sé de qué te quejas, Joseba! Si el CNI está matando etarras, pero también a los propios guardias, luego las mismas gallinas entran que las que salen. ¿No te parece? Además, respecto a esos chavales vuestros, lo que pasa es que tus amigos no les están enseñando bien… ¡Si contrataseis asturianos, mineros de toda la vida, no os pasarían esas cosas! ¿No ves que esa gente ya ha nacido con un cartucho en una mano y un detonador en la otra?
¡Me parece a mí que esos profesionales ya están trabajando en ello, Antonio, pero para la competencia! Los coches-bomba no se ponen solos y ese GAL que tú dices, perdona que te lleve la contraria, pero sigue muy vivo… ¡A esos chavales les han metido candela, te lo digo yo, que además no son los primeros[1]!
Intercambiar opiniones de terrorismo con un veterano tan cualificado, autor de tantos atentados, era para Antonio una lección impagable. Y así y todo no se quitaba de la mente su nuevo otro gran objetivo, para su estancia en prisión, aparte de los norteños etarras y narcos: el mundillo marginal y foráneo de los islamistas, tan de moda tras el Gran Atentado de Nueva York, se encontraba ahora en el punto de mira de sus jefes. Una lacra que en España se reducía a un puñado de aislados, aunque tercos prisioneros, que contaban en Asturias con uno de sus principales referentes. Y el Comisario le había hecho ahora el encargo, por primera vez, de acercarse también a ese sujeto.
Mira, Joseba: ¿has visto al tipo ése? El de la chilaba y el gorrito blanco, decía Antonio, sin cortarse a la hora de señalar. ¿Dónde se cree que está, en Pakistán? La verdad es que hay que echarle cojones para seguir vistiendo así, digo yo, después de la que han preparado en América sus amiguitos…
Para Antonio estaba de más sacar el tema, precisamente, con un preso de ETA. Sabía de sobra que el morito en cuestión se llevaba mejor que bien con los etarras, pero había aprendido que hacerse el tonto resultaba muy útil. Y de hecho, el bueno de Joseba se echó a reír.
¿Quién dices, Abdelkrim? ¡Pues cuidado con lo que largas de él, eh, que es muy amigo mío! Es un tío de puta madre, ya verás: vente conmigo y te lo presento. Suelo comer con él, está loquísimo pero es super legal. Y tiene un par de huevos, ¿eh? ¡A éste no tienen cojones a soltarle, ya te digo, porque sale de aquí pero con la bomba puesta!
Eso era justo lo que Antonio quería. Y bandeja en mano, los dos internos marcharon al encuentro del susodicho, que comía aparte en una especie de autoaislamiento. ¡Con sus pintas de predicador islamista, el gorrito blanco y las barbonas preceptivas, llamaba la atención a kilómetros! Llevaba en prisión desde hacía cinco años y parecía no tener prisa por salir: ¡la fiesta que se montó él solo en su celda, cuando el 11-S, se había hecho legendaria! Sin duda no era el mejor modo de mostrarse arrepentido, por sus cargos de terrorismo islamista, ni reinsertable en una Sociedad que no fuera la afgana…
¡As salam alaycum, hermano!
Wa alaycum assalam, Joseba. ¿Cómo estáis?
Mira, Antonio, te presento a Abdelkrim. Se llama como un independentista marroquí de cuando la Guerra de África, un patriota que mató a un montón de españoles y franchutes. ¿A que sí, Abdelkrim?
¡Bueno, hombre, él solamente luchaba por su país! Como hicisteis vosotros con los mismos franceses, ¿o no?
Ya veo, sí, como aquí Don Pelayo, respondió Antonio. Porque no se había apercibido de que éste había peleado, precisamente, contra los antepasados de ese paisano. Y el gesto contrariado de Joseba se lo recordó, aun a deshora. ¿Qué pasa, tío? ¡Es nuestro héroe local!
Por supuesto, contestó Abdelkrim, con una sonrisa que mostraba su seguridad en sí mismo. Y “el Cid” también fue un gran guerrero, claro, que luchaba codo con codo con otros héroes musulmanes. Pero dime, amigo: ¿qué has hecho tú para venir a estas vacaciones pagadas?
Antonio pensó qué responder a eso, pero Joseba se adelantó a sus probablemente torpes explicaciones.
Bueno, verás… Antonio es que es un tipo… ¿Cómo diría yo…? ¡Es del Norte! Y entonces va a lo suyo, ¿me entiendes? Pero le conocemos de hace tiempo y es muy de fiar, aunque tenga esa vitola de forajido… Ahora le estoy convenciendo de que dedique sus esfuerzos a una Causa, un Ideal que merezca la pena… Ya le he hablado de nuestra Lucha en común.
El islamista se atusó la barbona con gesto serio y Antonio se preguntó, mientras contenía la risa, qué habría que hacer para ser considerado un forajido por ese par. ¡En semejante compañía, flanqueado por tarados terroristas, no podían ser sus inocentes delitos contra la salud pública!
Veo que eres nuevo en esto, dijo el islamista. Pues bien, la prisión es un sitio donde aprendemos mucho y tenemos que aprovecharla al máximo. Para Dios no hay tiempo perdido, así que ya sabes: a aprender y a prepararse, que de aquí salimos más fuertes todavía. ¿Crees en Dios, Antonio?
La pregunta le pilló por sorpresa: la Religión no era en efecto su fuerte, como tampoco lo era la Historia.
Creer, sí creo. Lo que pasa es que eso de ir a misa y escuchar al cura y tal… Como que no es lo mío. Pero sí me considero una persona de ideales, eso sí. ¡Por algo he servido en el Ejército!
El fortachón islamista se echó a reír, y volvió su mirada hacia el etarra.
¡El Ejército, eh, qué bueno! ¡Pues ten cuidado, Antonio, que cuando te des la vuelta este cabrón te pone una bomba!
Los tres rieron a gusto. Formaban un trío variopinto, pero si algo estaba claro es que el etarra no veía a Antonio como un enemigo. Como proveedor habitual de la banda, tanto de drogas como de coches prestados, el asturiano se había hecho un hueco en la organización.
Ya te digo que Antonio es un tío preparado, Abdelkrim: un chaval de puta madre y con formación específica. Porque el Ejército Español dejará mucho que desear, pero no en el factor humano. Y de los Paracas sale gente muy buena, con la misma instrucción que los marines o mejor.
Seguramente mejor. ¡No hay que tener en un pedestal a esos cobardes, joder, que luchan sus putas guerras desde un ordenador! ¡Tirando bombas por todas partes, no te jode, pero con aviones teledirigidos! Estos cerdos sionistas, yankis y judios, no son tan invencibles como nos quieren contar en sus películas. ¿No visteis cómo el brazo de Alá les ha golpeado, a todos ellos, con la acción heroica que hicieron los hermanos? Su orgullo y su tiranía se vendrán abajo también, como esas dos Torres, cuando el Ejército de los Creyentes se movilice de verdad contra ellos… ¡Una Guerra Santa que ya ha empezado, por gracia de Alá!
Antonio asintió, sin saber qué decir, pero con una sonrisa que no era disimulada, porque estaba a punto de descojonarse. ¡Este hijo de puta está más loco de lo que parece! Y encima el otro riéndole la gracia, claro, ¡menudo par!
Panorama de organizaciones criminales e infiltrados, en la Cárcel de Villabona, según la perspectiva de Antonio (alias “Pípol”).
Ya te digo, siguió Joseba, encantado de la vida con tales planteamientos. Hay que golpear a estos cabrones donde estén, ya sea en Nueva York o en Madrid. ¡Si los integristas quisierais, te lo aseguro, los españoles echaban a correr de Ceuta y Melilla en una semana! Igual que echaron a correr del Sáhara, añadió, con una palmada en la espalda de Antonio. ¡Pero tú no te cabrees, anda, que ya sé que tú eres muy de España y tal!
Nosotros no corrimos del Sáhara, Joseba: ¡eso fue el Bribón, que es un acojonado, y no dio la orden de combatir! ¡Lo sabe todo el mundo!
Abdelkrim parecía gustar de su franqueza asturiana, que no cediera a guiños ni pullas de Joseba, pues de hecho él tampoco se andaba por las ramas.
Las guerras entre sionistas no deberían distraernos, hermanos. Piénsalo, Joseba, ¿qué diferencia hay entre el sátrapa judío de Marruecos y el de España? Recuerda además que yo soy argelino y apoyo, como a los palestinos, la Causa del Sáhara Libre…
Sí, bueno, nosotros desde ETA también. La Izquierda abertzale siempre ha apoyado el Derecho de Autodeterminación de los pueblos, pero hay que buscar aliados donde se pueda.
A Antonio no se le escapaba lo que el etarra quería decir: era la tesis de la doble presión, enunciada por el barbárico De Juana Chaos, según la cual el Estado Español no podría resistir una doble ofensiva. Una pinza coordinada desde Vascongadas y Marruecos que se le antojaba, en su fuero interno, demasiado ambiciosa para provenir de una herriko-taberna.
La “Operación Doble Samurai”, de De Juana, es un plan cojonudo para joder a los españolazos… ¡Al cabrón genocida de Alday! ¡Si les sacudimos a la vez desde África y Euzkadi, no hay cojones, les traeríamos a casa una Guerra peor que la de Irak! ¡Y entonces, eh, a ver qué hacen!
Abdelkrim se volvió hacia Antonio, que no ocultaba su disgusto por lo que oía.
¿Tú qué opinas de lo que dice este loco? ¡Y luego los islamistas somos unos violentos, eh!
¡Ah, a mí me da lo mismo! ¡Mientras no me toquen lo mío, que es Asturias, allá se maten los demás! Joseba ya lo sabe, cómo las gastamos por el Norte… ¡Porque en Asturias también sabemos poner bombas, oh, y bastante mejor que ellos! A los hechos me remito…
El islamista le indicó, en un suave gesto, que bajase el tono: como pirado terrorista que era, el barbudo estaría más que acostumbrado a que le espiaran. Y el exaltado de Joseba fue el primero en aplicarse el cuento, pues les hablaba ahora en un susurro.
Aquí donde le ves, este señor tiene acceso a la receta de la felicidad: Antonio es de aquí, Abdelkrim, de Asturias… ¿Me entiendes lo que quiero decir?
Sí, ya sé… Que estamos al lado de Galicia, ¿no? Lo dices por el tema de los polvos blancos…
Los dos norteños se echaron a reír.
¡De eso también vendo, hombre, por si te interesa! A ti o a tus amigos. Y te haría buen precio, claro, por ser colegas de presidio…
Abdelkrim se encogió de hombros, sorprendido acaso en un tema que desconocía… O del cual pretendía no saber.
Resulta interesante, sí. Según nuestra forma de verlo necesitamos dinero para la Lucha, venga de donde venga. Y tengo hermanos que se dedican a ello, a envenenar a los impíos a cambio de ese dinero: la droga es un invento del Demonio, pero así es como les sacamos los fondos a esos desgraciados, idólatras que sólo piensan en pasarlo bien… Y con ese dinero, por supuesto, llevamos adelante la Causa santa de Alá… Hacemos un mal menor para lograr un bien superior.
Joseba negó con la cabeza, siempre con esa expresión vacilona.
No me estás siguiendo, Abdelkrim: Antonio te puede vender toda la “farlopa” que quieras, que nosotros también le compramos para lo nuestro, pero es que además conoce a muchos mineros… No sé si me entiendes. ¡Que te consigue un material de primera para esos otros negocios nuestros, ya sabes…!
¿Algo que hace “pum”? Ya veo…
El islamista aparecía del todo convencido, ahora sí, de las bondades de hacerse amigo de Antonio. ¡Ese recién caído del cielo bien pudiera ser un regalo del Profeta, una ayuda importante para su alocada Lucha! Ésa que, en el fondo, pensaba Antonio, iba más de narco que de auténticos combates. Porque al igual que a los etarras antes que a él, estaba claro, el asturiano se le antojaría al argelino una especie de Papá Noel, y por supuesto que con nieve incluida… Pero también con otros polvos maravillosos, muy útiles para ese otro negocio de ellos, que producían la muerte de una manera más directa.
Encantado de conocerte, Antonio, y que Alá sea contigo. Seguiremos hablando, ¿vale?
Cuando quieras, hombre. ¡De aquí no me voy a mover!
¡Era obvio que los tres se entendían bien, al fin, como comerciantes que eran! Y apenas comieron, el argelino se fue a su chabolo y los dos norteños salieron al patio, para comentar allí la jugada.
¡Bueno, qué! ¿Qué te parece el amigo?
Antonio se echó a reír: ¡cualquiera diría que Joseba estaba enamorado del barbudo!
A ver… El tipo se cree el hijo de Bin Laden, pero bueno, me ha caído de puta madre. Se le ve convencido de sus ideas y la verdad, no es por joder, pero más incluso que a ti… ¡O será que a lo mejor está más loco todavía, no lo sé!
¡Eso sin duda alguna! Es de los hombres más decentes que conozco y está dispuesto a lo que sea, te lo aseguro, hasta a inmolarse en La Zarzuela… ¡Ya quisiera yo ese nivel de compromiso, me cago en la puta, en algún cabestro de la juventud vasca! Y no te hablo ya de servir de kamikazes, no, sino de ir a poner un petardo ahí al lado… ¡Ni para eso tienen cojones!
Bueno, hombre… ¡Kamikazes sí estáis aportando, aunque sea sin querer!
El chiste resultaba del todo inapropiado, pero Antonio era ante todo un comercial que tenía que colocar su producto. Y a ser posible, por qué no, también a los encargados de la instalación: más infiltrados de la Poli para la banda, topos como él, para controlar todas las fases de los atentados.
¿Qué te puedes esperar, Antoñito? Las nuevas generaciones no tienen ni puta idea, ¿vale? ¡Pasan de todo y claro, vamos de mal en peor! Porque esto de los accidentes con la dinamita ya es el colmo… Ni se molestan en enseñar a los nuevos, ¿y para qué? ¡Esos idiotas de la retaguardia sólo piensan en chiquitear, en decir mamonadas, y todo a costa de los que estamos aquí dentro!
El asturiano se encogió de hombros, sonriente como quien está de vuelta de todo.
La juventud vasca, como la española, está pendiente de la hipoteca y la fiesta: no de tomar las armas por nada. Y si no, mira: ¡cada vez que se ponen a colocar un petardo, joder, van y les estalla bajo el culo!
¡Ya te digo! ¡Y la culpa en el fondo es de la “chacurrada”, pues, esos hijos de puta que llevan décadas envenenando a nuestra juventud! Y te advierto que en cuanto salga de aquí, mis compañeros ya lo saben, pienso coger el “cacharro” y tomarme la justicia por mi mano. ¡Con los “chachos” o con los mamones de la Cúpula, el Ternera y compañía! ¡Esos vendidos son peores que los “chacurras”!
El infiltrado sabía que Joseba no hablaba por hablar. Tenía particular manía a los actuales líderes de la banda, pero no tanta como a los narco-gitanos que infectaban su idílica Euskal-Herria. Y uno de los numerosos cargos que pesaban sobre él, precisamente, era el haber ametrallado un narco-poblado en Vizcaya. Joseba decía que lo había hecho por ser sus ocupantes chivatos, además de intoxicadores de la juventud, pero al mismo tiempo reconocía ese mismo tráfico en su banda. ¡La misma doble moral que los políticos, a los que decían detestar, pero que mostraban su mismo narco-idealismo! Así y todo, la Lucha como tal estaba antes que nada, pues: ¿qué es una banda terrorista sin terror?
En cuanto salgas de aquí, Antonio, o antes… Si puedes… Voy a necesitar unos kilitos de esos “choricines” tuyos. La organización está escasa de material, ya sabes: ¡la “chacurrada” no nos deja ni cagar y estamos hasta arriba de chivatos!
Eso está hecho, hombre, pero diles a tus jefes que preparen la “panocha”. ¡El riesgo es grande, oh, para mí y para mi gente! Y ya sabes que tú y yo somos amigos, aparte de todo lo demás, pero la vaca por lo que vale: que no me conociste en una herriko-taberna…
Mira, Antonio, por eso no te preocupes. Que por mucho que nos jodan, en ETA sigue entrando la pasta. ¡Otra cosa es lo que algunos hagan con ello, ya sabes, pero dinero hay para gastar! Tú sólo consígueme el material y en buenas cantidades, pues, porque vamos a darle una buena paliza a los de Alday. ¡Y si sabes de alguien que pueda fabricar bombas con teléfonos móviles, tráemelo, porque te vas a forrar!
El islamista le indicó, en un suave gesto, que bajase el tono: como pirado terrorista que era, el barbudo estaría más que acostumbrado a que le espiaran. Llevaba en prisión desde hacía cinco años y parecía no tener prisa por salir: ¡la fiesta que se montó él solo en su celda, cuando el 11-S, se había hecho legendaria!
¡Nadie os ha autorizado a montar un GAL por vuestra cuenta!
Ministerio del Interior, Centro de Madrid.
El Ministro dejó a un lado el completo informe ministerial, llamado canelo[2], y abrió el periódico con la esperanza de cambiar de registro. A nadie le agrada leer tanto sobre asesinatos, violaciones y otras desgracias diarias, pero si pensaba descansar la mente estaba equivocado. Las malas noticias son las que venden, eso lo sabe todo el mundo, aunque las hay especialmente tremebundas. Por ejemplo, en Sudáfrica. Resultaba que una mujer dejó sola a su hija bebé, para irse de fiesta, y cuando volvió la encontró roída por ratas gigantes. La habían mordido entera y sacado ojos y orejas, incluso la lengua, en una lenta agonía que sólo un pequeño y paciente depredador puede causar. Una especie de animal que el Ministro, como jefe de cloacas, conocía demasiado bien.
El colmo de la civilización: ¿ser devorados por ratas? ¡Recordaba a ese juego de figuritas que le gustaba a su hijo, en el cual destacaban unas enormes ratas antropófagas! Alimañas que viven ocultas, royendo las entrañas de nuestras ciudades, y allá donde impera la inmoralidad y la anarquía emergen a la superficie. Si te fijas, la madre del bebé se fue de fiesta: le abandonó a tan pronta edad por sólo unas horas de diversión, y entonces vinieron los demonios y se la llevaron. Como en Alcácer.
El Ministro tragó saliva. Las pruebas contra los verdaderos culpables de aquello se encontraban allí mismo, en el Ministerio, bien custodiadas por funcionarios leales al Régimen. Como yo mismo.
La noche cayó sobre Sodoma y las ratas, en un “descuido[3]” de sus padres, se llevaron a esas pobres muchachas. Las arrastraron a sus madrigueras y se las comieron vivas, como a esta pobre bebé, en una lenta y dolorosa agonía… ¡Menos mal que luego encontramos a los “culpables”, siempre, así como una explicación “asumible” de lo sucedido! Y es que el pueblo no puede soportar la Verdad…
Una llamada por el interfono le sacó de su ensoñación, cosa que agradeció.
Señor Ministro: el Secretario de Estado para la Seguridad y el Director del CNI han llegado.
Sí, gracias, yo les mandé llamar. Prepara una cafetera, por favor.
El Ministro se arregló la corbata. Hablando del rey de Roma[4]… Y se asomó a la ventana del patio para ver, desde allí arriba, la llegada triunfal de ese par de sabuesos. Una extraña pareja que arribó en un mismo coche, al interior del parking privado del edificio, siempre con el consabido acompañamiento de guardaespaldas. Y cada uno salió por una puerta de esa berlina para tomar, los dos juntos, el camino hacia su despacho.
A ver con qué película me salen ahora estos dos… ¡Seguro que algo a medias entre «El Padrino» y «Los Intocables de Elliot Ness»!
En ese tiempo desde la primera llamada, como no podía ser de otra manera, el jefe de ambos se había empapado de datos. Y había confirmado que en verdad, en los últimos dos años, un total de siete etarras habían muerto en una llamativa serie de accidentes: seis de ellos en sus propios vehículos, mientras que la tal Idoia había explosionado en un apartamento vacaciones, Un verdadero accidente en su caso, según el Secretario de Estado, pero el Ministro estaba dispuesto a repasarlo todo desde el principio.
Buenas tardes, señor Ministro.
Sentaos, por favor, y gracias a los dos por venir tan rápido. ¿Queréis café? Supongo que Iñaki te habrá puesto al corriente, Jaume, sobre el motivo de haceros venir…
Sí, claro. Es por la Misión y en concreto por esos “accidentes laborales” de ETA.
El desparpajo del estiloso Director sólo podía ser igualado, en estos feos asuntos de Cloaca, por el de su jefe más directo: un Secretario de Estado al que no se parecía en lo físico, siendo Ignacio tan horrible, pero sí en esa frialdad reptiliana. Sin ánimo de irles a la zaga, por su lado, el Ministro estaba decidido a entrar cuanto antes a matar. Y nunca mejor dicho.
Decidme que no estamos ejecutando a nuestros infiltrados porque sí.
El Director fue el primero en sentirse aludido, por supuesto, como outsider que era en ese trío.
Perdone, señor Ministro, pero aquí nadie está ejecutando a los infiltrados ni mucho menos porque sí.
Bueno, lo puede usted llamar como quiera, pero el caso es que esos coches no están explotando por “accidente”. ¿No es cierto? Y nadie os ha autorizado a montar un GAL por vuestra cuenta y riesgo, ni mucho menos a ejecutar a nuestros propios infiltrados por el camino. ¿De qué se supone que va esto?
El Director consultó con la mirada a su superior directo, el Secretario, antes de responder de nuevo a ese envite.
Lamento discrepar con usted. Con el debido respeto, el Plan para esta Misión que nos ocupa fue trazado ya hace tiempo. Y todos, empezando por el Presidente, coincidimos en que era necesario dar un paso más en la Lucha contra ETA: no más infiltraciones porque sí, para recabar información o marcar objetivos, sino un paso definitivo hacia el fin definitivo de la banda… Una Estrategia nueva que pasa por controlar directamente a esta gente: adelantarse al enemigo y no más esperar sus golpes, sino darlos nosotros por ellos con el objeto de neutralizarlos. Porque… ¿Qué sino eso es la Misión?
Entiendo que ahí está el malentendido, respondió el Ministro: ¡pero que hayamos convenido en una determinada Estrategia no significa que tengan, ustedes dos, un cheque en blanco para hacer lo que les dé la gana en todo momento! Estas decisiones tan graves deben consultarlas antes conmigo, que para eso estoy, y a través de mí con el Presidente…
El Director quiso responder otra vez, pero el Secretario le paró a tiempo, cuando a él correspondía dar la cara en primer término.
Ángel, tú eres el Ministro y por supuesto que se cuenta con tu consentimiento y el del Presidente. Después de todo, dime: ¿no te estamos informando de los avances? ¡Te he llamado en cuanto el Director me ha informado a mí, y él a su vez se acababa de enterar!
¿Llamas informar a contarme lo que sale en el periódico? ¡Por el amor de Dios! En mi pueblo, y soy castellano como sabes, consultar tiene un significado distinto a informar: quiere decir informar antes de que las cosas sucedan y esperar consentimiento, ¿vale? ¡No explosionar a unos señores y luego llamarme para contármelo! ¡Porque eso ya lo veo en el “canelo” o incluso en el ABC, cada mañana, sin necesidad de que me llame nadie! ¿O es que vamos a hacer verídico el chiste de González? Eso de “yo me he enterado por la Prensa…”
Pues mira, ahora que lo dices, lo que se quería también era proteger tu figura… Protegerte de cara a posibles responsabilidades… Y ésa es sólo una de las razones por las que no hemos hablado antes contigo, yo en concreto. Porque las acciones de la Lucha Antiterrorista no se planifican de ayer para mañana. Y como bien dice el Director, en este Plan a largo plazo tenemos que tener muy claro cuáles son los objetivos a conseguir. Y qué medios vamos a emplear para llegar a ese fin, los cuales no son siempre los más ortodoxos…
Lo de ortodoxos no hace falta que me lo expliques, Iñaki. ¡Medios “explosivos”, diría yo!
Si queremos que estas acciones tengan efectividad, continuó el Director, no podemos esperar para ejecutarlas. Debemos dar soluciones sobre la marcha, a los problemas, y no recorrer toda la Jerarquía ni molestarle, a cualquier hora, cada vez que se presenta una situación operativa: es preciso reaccionar con toda la urgencia que el asunto requiera, con los medios que sean precisos…
El Ministro no pudo evitar sonreírse.
Ya veo que su CNI no puede esperar a consultarme, si es lo que quiere decir, antes de ponerles un coche-bomba a unos etarras… ¡Eso sí me ha quedado claro! Otra cosa es que yo les haya dicho a ustedes, en concreto, que no me molesten para este tipo de situaciones. ¿O será que el coche-bomba fue una decisión del momento? ¿Un “aquí te pillo y aquí te mato”?
Las directrices del Plan inicial contemplaban acciones directas contra esta gente, explicó el Secretario. Si queremos introducir a nuestros infiltrados, nuestra propia dinamita, debemos tomar medidas drásticas. ¡Es la única manera de abrir huecos en las filas de los terroristas, Ángel, no hay otra!
¡Bueno, hombre, ya está bien de directrices y de Plan inicial! ¡No podéis tomar esas decisiones sin preguntarme! ¿De acuerdo? ¡Y vale ya de directrices!
En un raro acceso de furia, el Ministro se levantó y les dio la espalda a los dos. Desde la ventana de su despacho, la que daba a la calle esta vez, se oteaba el trasiego cotidiano de La Castellana. Un fiel reflejo de la realidad de un país como cualquiera, con sus ciudadanos anónimos y sus vidas desconocidas. ¡Y aquí estoy yo, Ministro del Interior de España, hablando de ponerles una bomba a los terroristas! Y hace nada enterré a dos guardias, también, por otro asunto relacionado con la Misión… ¡Un tren en marcha del que no era posible bajarse, como se estaba demostrando, si no era con los pies por delante!
Sin directrices no se puede funcionar, señor Ministro. ¿Cómo lo hacemos, si no?
Pues pasando antes por mí, ¿no les parece? ¡Que para algo soy el Ministro! Y si tengo que cerrar los ojos, asumiendo eso sí mi Responsabilidad, ustedes saben que lo haré: ¿o acaso me opuse a lo de Vizcaya, eh, en el tema de esos guardias?
Esos dos eran un peligro para todos, Ángel. El CNI no tuvo alternativa, insistió el Secretario.
Y lo sé. Pero fui informado, Ignacio, como creo que debo ser, afirmó, al revivir en sus carnes ese horror. Ese ajusticiamiento de la Cloaca contra dos de sus miembros, más o menos justificado, que fue su bautismo de fuego en esas lides. Un auténtico fusilamiento por deserción o peor aún, por revelarle secretos al enemigo. ¿Qué espacio quedaba para la decisión cuando esos guardias, lanzados a la peor rebeldía, estaban dispuestos a airear la Misión por todas partes? Como era lógico, el CNI tuvo que actuar de inmediato: ¡era eso o permitir, de brazos cruzados, que echasen abajo al Estado entero! Un turbio asunto que estaba muy reciente, tal vez demasiado… Y esa pistola que él disparó, contra el cartel de bienvenida al País Vasco, había entrado en Vizcaya para seguir siendo utilizada.
Una pistola con mis huellas, se recordó, como la encontrada a esos etarras que murieron. ¡Un pacto mafioso del que no se puede salir!
Y ahí estaban ésos dos, para recordárselo.
Son decisiones difíciles, dijo el Secretario, pero alguien debe tomarlas. Es la Responsabilidad que hemos aceptado.
Gracias por recordármelo, Iñaki, pero permíteme a mí recordarte que existe una Cadena de Mando. ¿Te suena? No sé… A veces tengo la impresión de montar sobre un caballo desbocado que me lleva, sí, pero de esta manera…
El Director del CNI suspiró, sin ocultar su desacuerdo con su superior.
Por nuestra parte, señor Ministro, ha quedado claro: no moveremos un dedo más sin preguntarle antes… ¡Pero prepárese, eh, porque el teléfono no va a dejar de sonar!
¡Sí, claro! ¡A ver si ahora va a resultar que lo que quiero es fiscalizar vuestro trabajo, el de todas las unidades y a todas las horas! Pero creo que me habéis entendido mejor que eso: no se dará ningún paso de trascendencia, en la Misión contra ETA, sin recibir antes la correspondiente autorización. Sólo si la vida de un infiltrado corre peligro se podrá actuar en el acto y… ¡Qué narices! ¡Si precisamente estáis tomando la iniciativa justo en eso, en matar a nuestros propios infiltrados! Porque el tal… ¿Igor? No recuerdo ahora su nombre…
Jon.
¡Como se llame! El caso es que era un infiltrado, ¿no es cierto? Y vosotros le habéis dado de baja… O le han dado otros, claro está, con vuestro permiso… ¡Y ni siquiera ahora sé por qué! ¿No se supone que trabajaba para nosotros?
Eso ya son detalles más complicados… Y no es que yo ni el Director queramos ocultarle nada, por supuesto…
El Director reaccionó entonces, al ver a su jefe directo tan atascado.
El motivo de esa acción fue evitar un atentado, ¿vale? Ése era el motivo y de ahí la rapidez de nuestra acción y la contundencia, si se me permite la expresión, a la hora de zanjar el problema. De hecho, entre el amasijo se ha encontrado los restos de una pistola que ha sido utilizada en al menos otro atentado[5]. ¡Era su vida y la del otro, etarras al fin, contra las vidas de sus potenciales objetivos! Como verá, no podíamos arriesgarnos.
Un atentado… ¿Y por qué no me lo habíais dicho antes?
Sus dos lugartenientes se miraron entre sí, en medio de un tenso silencio, y al Ministro le saltaron todas las alarmas.
¿A quién pensaban matar?
El artefacto iba destinado a una Comisaría, en Santander. La decisión fue espontánea y no se iba a dar aviso: una orden que venía directamente de la Cúpula, los que mandan de verdad en ETA… La gente que tienen en Francia.
¿Y no lo pudisteis parar de otra manera? Quiero decir: ¿era preciso sacrificar a uno de los nuestros? ¿Detonar ese artefacto en su propio coche?
El Director volvió a tomar el relevo, como el buen tándem que formaban.
Los objetivos operativos no los marcamos ni usted ni nosotros, señor Ministro: los marcan las circunstancias y, por tanto, mis subalternos del CNI, que para eso son quienes llevan el día a día de las operaciones. ¡Sería una locura estar todos en todo, comprenderás, que al final nos haríamos la picha un lío! ¡Las bombas explotarían donde no tienen que explotar!
¡El verdadero lío es que el Ministro no se entere de la fiesta, señor Director! Porque no sé si se da usted cuenta, pero llevamos media mañana con esto y aún no me he enterado de quién dio esa orden ni por qué. Aun así, señores, como soy un hombre de Fe, voy a volver a preguntarlo: ¿por qué han muerto esos dos y en concreto ese joven?
¡No había otra manera de hacerlo! El coche iba a explotar en un lugar indeterminado, probablemente una Comisaría o Cuartel de Santander… Y el confidente iba en ese vehículo y estaba fuera de nuestro radio de acción: ¡era él o las potenciales víctimas! Además, el tipo era un “converso”: no un agente propiamente dicho. Le pagábamos para que nos diera soplos directos, sobre lo que hacían sus amigos desde dentro, ¡nada más! El tal Jon no era “Lobo”, precisamente…
Nada que ver con “Pípol”, entonces.
El Director del CNI hizo un sentido aspaviento y se volvió a su jefe directo, el Secretario, que aprobaba en silencio su exposición.
¡Si así fuera, señor Ministro, no habríamos dado ningún permiso para estallarle! ¡Nosotros no liquidamos a nuestra gente y menos así, a traición! ¿Por quién nos ha tomado?
Intento entender la situación, ¿qué te parece? ¡Si vamos a montar un GAL, segunda parte, por lo menos quiero saber qué cargos me van a pedir si esto llega a descubrirse! Porque os recuerdo que soy el Ministro y lo que hagáis todos, desde el Secretario hasta el último Policía, cae bajo mi Responsabilidad…
El Ministro notó que había tocado hueso. Sus lugartenientes se miraron de nuevo, como si hubiera otro tema incómodo que aún no se atrevían a plantear…
De eso también queríamos hablarte, dijo el Secretario. Esto es una Guerra para defender al Estado y ya lo dijo el expresidente González: “al Estado se le defiende también desde las cloacas y las cañerías…” Pues bien, ahí es precisamente donde estamos nosotros dos. Y ya que estamos juntos en el mismo lodo, Ángel, y tú por extensión, creemos necesario que no existan fisuras entre nosotros.
¿A dónde quieres llegar?
El Secretario hizo un gesto de resignación. Como el enterrador transilvano que parecía, la muerte estaba siempre muy presente para él.
Muy pronto, señor Ministro, el número de infiltrados “caídos en combate” aumentará. Es algo inevitable, como sabes, y tenemos que estar todos en la misma onda…
El Ministro se volvió otra vez hacia la ventana. Hacía un día de perros en Madrid, con una intensa lluvia que no cesaba. El inicio de un curso que ya no contaría más con esos dos, Jon y su camarada, que murió sin saber que viajaba con un Judas de los gudaris… Otro más.
Para estar en esa onda de ustedes, de momento, me gustaría aclarar una duda que tengo. ¿Cómo murió ese joven informante? Quiero decir…
Alguien activó la mochila que llevaba en el coche, explicó el Secretario. Una llamada al móvil de su mochila y listo: directo al paraíso de los etarras…
El Ministro se giró hacia ellos, sorprendido por una explicación que tampoco había pedido. Y es que no le habían dejado terminar.
No me refería al modus operandi, Iñaki, que me podía imaginar… Quería decir que si no murió como un héroe para ellos, entonces… ¿Lo es para nosotros?
Jon no ha sido un héroe para nadie, respondió el Director. Simplemente es… Mejor dicho, era… Otro cabeza hueca de la “kale borroka”. Otro chivato al que pagábamos bien… Y además le teníamos trincado con una condena del año pasado, que quedó pendiente, pero su caso no era ni mucho menos el de “Pípol”: era un etarra de carrera al que cambiamos la condena por “servicios a la comunidad”, ni más ni menos. ¡Ya sabe cómo funcionan estas cosas!
¡Cómo no le iba a sonar esa música! Era el modus operandi de siempre, en toda Policía, para asegurarse la lealtad de sus confidentes: sacarles de la cárcel o hasta librarles de entrar, siquiera, de manera que el afortunado les vendía su alma hasta el fin de sus días. ¡El caso de Jon resultaba paradigmático! Un pobre hombre que había cambiado la cárcel por un destino más negro, todavía, que pagar con cinco años su militancia en un comando…
Fue víctima de todos, al final: todos le han utilizado, reflexionó el Ministro. Y es que por mucho que nadara en esa Claoca no podía reprimir su faceta humana cuando el auténtico outsider ahí, más que el Director del CNI, era él mismo. ¡La carcajada de su Secretario de Estado, por su parte, le sonó como la otra cara de esa moneda!
¡Otro “Judas de los vascos», exclamó, haciendo reír al Director! Un vende-patrias como yo, con una única diferencia: ¡el día que servidor muera, quiera Dios que en muchos años, a mí no me harán un funeral de mártir! Porque en cuanto entreguemos los cuerpos a las familias, con la consabida identificación de nuestro hombre, empezarán con el show de siempre: ¡las pistolitas y las banderitas! “Eusko gudariak[6]…”
Si los que debiéramos estar tristes somos nosotros, dijo el Director: por la pérdida de un agente, claro, aunque no por la Misión en sí: que los etarras hagan su show nos beneficia, por supuesto, pues añade dramatismo a esta Guerra que es al fin necesaria. Y es el mejor síntoma de que nuestro trabajo de infiltración funciona, pues nuestros informadores no están siendo detectados… Ni siquiera después de muertos.
Ya había pasado más veces que un informador recibiera honores de mártir, por parte de la banda y su absurdo entorno. Ocurrió en tiempos del anterior Gobierno, por ejemplo, cuando un importante militante legal[7] traicionó a la misma Cúpula. Un importantísimo comando al que alojaba en su casa y que cayó de una vez, gracias a su inesperada colaboración. ¡En ese caso concreto, por ejemplo, el soborno correspondiente no fue el aliciente principal para tan espontánea ayuda! Lo fue un problema de cuernos. Y es que los etarras a los que hospedaba ese confidente, Pakito entre ellos, estaban disfrutando de todo lo que había en la casa de su anfitrión… ¡Incluso de su mujer y su hija, que era apenas una adolescente! Lo más irónico fue que al morir este hombre, por causas ajenas a la lucha armada, sus correligionarios le hicieron un funeral de héroe.
Disculpadme si he sido demasiado duro. Me atormentaba pensar que habíamos matado a uno de los nuestros… Otro más. Ahora veo que no.
El Ministro volvió a su asiento, de nuevo frente a sus dos comandantes: era como situarse frente a un espejo, pero sólo para ver el peor reflejo de uno mismo. Pasado ese momento de tensión, el Director adoptó su típica faceta campechana.
Como jefe que soy de espías, señor Ministro, me permito recordarle esa cita de un famoso General español: a los espías se les paga, no se les condecora. Y yo me atrevería a añadir que tampoco se les da de baja, claro… Pero en casos excepcionales como el que nos ocupa, cuando están en juego las vidas de otros… O los objetivos mismos de la Misión… Es preciso actuar sin contemplaciones. ¡De lo contrario, qué quiere que le diga, si nos va a temblar el pulso es mejor cerrar el chiringuito!
La pregunta es siempre la misma, prosiguió el Secretario: ¿hasta qué punto estamos dispuestos a llegar en la defensa del Estado? La gente piensa que es más fácil matar que morir, pero no es cierto, porque a nadie se le pide que apriete el gatillo para matarse… No sé si me explico.
El superior de ambos acarició su prominente barbilla, como si acabara de recibir un directo en el mentón.
Por lo que a mí respecta, no hay duda: estoy dispuesto a cumplir mi deber hasta el final. Lo que dije en esa cuneta lo mantengo.
Sus acompañantes recibieron su asentimiento con satisfacción. Era obvio que esos dos ya le habían cogido gusto al fango, pero no querían bañarse ahí sin su jefe.
Me alegra oír eso, dijo el Director. Esto es una Guerra y espero que no le moleste lo que voy a decir, pero… Se lo digo con total franqueza… Si no está convencido de seguir hasta el final con esto, no lo dude: es mejor que no esté en lo que va a venir. Mejor para usted y mejor para todos, para la Misión misma…
El Ministro aceptó el consejo como lo que era: la puta realidad de las cosas. Y se llevó la mano a la corbata para aferrarse, con disimulo, al rosario que colgaba bajo su camisa.
Señor mío Jesucristo…
Apenas se había ausentado en espíritu unos segundos. Y en medio del dilema moral de todo aquello, desconectado por un momento de la realidad, oyó maldecir a sus subalternos.
¿Qué pasa?
La venganza de estos cabrones, explicó el Director: acaban de matar a un Guardia en Navarra: una bomba-trampa… Al parecer, se detuvieron en una cuneta para quitar una pancarta y adiós.
La banda aplicaba a rajatabla esa norma básica, en todo combate armado, de no dejar un golpe psicológico sin respuesta. Así lo hicieron, también, tras la exitosa liberación de Ortega Lara: la represalia inmediata fue el secuestro y ejecución de Miguel Ángel Blanco, pero fue una jugada que no les salió tan bien. Una canallada tan grande que movilizó a España entera y hasta dividió a sus propias bases.
¡Serán hijos de puta! No ha pasado ni medio día y ahí les tenemos… ¡Ay! Voy a informar al Presidente.
El ya Ministro se consideraba un buen hombre, de fuertes principios, y estaba en lo mejor de la edad. No canoso aún, pero experimentado y con la entereza de un monje guerrero, su mentón prominente le enlazaba genéticamente con los Austrias. “¡Y aquí estoy yo, Ministro del Interior de España, hablando de ponerles una bomba a los terroristas! Y hace nada enterré a dos guardias, también, por otro asunto relacionado con la Misión…”
Una misma Cloaca policial les había atado a un mismo destino
Mezquita de Villaverde, Madrid.
Abdelkader presumía de mente abierta y las mezquitas, al contrario de los prejuicios que pesan sobre ellas, resultan un buen lugar para demostrarlo: la del Distrito madrileño de Villaverde, donde realizaba sus funciones de Imán, era un universo social donde se juntaban inmigrantes de todas partes. Magrebíes en su mayor parte, mostraban un paisanaje diverso: desde gente con cierta preparación, como él mismo, hasta peones de obra o desempleados sin oficio ni beneficio. Ni siquiera eran todos, necesariamente, seguidores de una misma rama de creyentes: en la diáspora musulmana no se tenía tanto en cuenta si uno era chií o suní, sino que unos y otros estrechaban sus lazos como inmigrantes. El mayor problema que tenía Abdelkader, a la hora de ejercer como Imán, era de muy otra naturaleza: la asistencia al templo de ladrones, traficantes de drogas y otros buscavidas. Musulmanes al cabo que creían en Dios, que respetaban el Corán, pero que traían aparejada esa situación. Y él, como Imán, les recibía a todos, para hacer práctica esa frase tan verdadera:
Cuando veas a un hombre bueno, trata de imitarle. Cuando veas a un malvado, examínate a ti mismo.
Y Abdelkader así hacía, trataba de llevar una vida santa. Aunque el ambiente de la mezquita, demasiado a menudo, ponía a prueba su aguante.
Tipos como Mowgli, por ejemplo, constituían un verdadero desafío para su templanza: reconocido traficante y chorizo, además de mujeriego impenitente, daba la impresión de acudir a la mezquita con el exclusivo afán de hacer negocios. Unos trapicheos que no contaban con su aprobación como Imán, por supuesto, pero que le granjeaban al delincuente un aura de hombre para todo. Una fama de conseguidor y mafioso que le hacía más que popular, entre los fieles, por lo general en una situación económica apurada. Y no era infrecuente que Mowgli involucrase a los hermanos en actos delictivos, sobre todo en el tema de las drogas, que también les vendía si era preciso. Hacía de todo y no lo ocultaba, sino que todo lo solucionaba luego con dinero: pequeñas pero significativas aportaciones para la mezquita, como si eso compensara lo demás.
¡Es el mundo al revés! Este delincuente y vividor haciendo lo que le da la gana, delante de todos, y nadie le para los pies… ¡Y mientras, yo, que lo único que quiero es trabajar, me encuentro con que la propia Policía me hace la vida imposible! Él puede drogarse y venderle esas drogas a quien quiera, en cualquier bar, y hasta organizar atracos… Pero yo no puedo ni trabajar, porque la Policía está empeñada en hundirme: ¡en que trabaje para ellos y sin cobrar, aunque no quiera!
La comparación era inevitable para Abdelkader. Se conoce que yo debo pagar por mis pecados y los de “Mowgli”, como otros hermanos que han caído en sus redes… ¡Y mientras, él cuenta con carta blanca, para hacer lo que le da la gana y sin ocultarse! Como si fuera un Mohammed VI en versión madrileña…
Indiferente a lo que pensara sobre él, Mowgli se atrevía a hacer de las suyas en su presencia. Hasta en la propia mezquita. ¡Pensaba que la pistola que llevaba siempre, y su tan popular opulencia, le daban el poder para hacer y deshacer! Y no obstante, pensaba Abdelkader, el templo debía ser respetado.
Yo no me meto con lo que hagas o dejes de hacer, “Mowgli”: sólo te pido que, si son cosas ilegales, se hagan afuera de la mezquita. No adentro. ¿Es mucho pedir?
¡Mira, hombre, si hago cualquier cosa aquí es porque alguien me lo pide! Para mis temas propios me voy a cualquier bar, ya lo sabes… Sólo intento ayudar a los hermanos, darles algo de trabajo y venderles mercancía a buen precio.
Al menos, por favor, que esa mercancía no sea droga: eso sí que es un pecado muy grande contra Dios, sobre todo, si se vende a los hermanos.
Mowgli le devolvió esa sonrisa sardónica, tan suya, que a Abdelkader sacaba de quicio.
Pero si no me lo compran a mí se lo cogerán a otro. ¿Qué opinaría el Profeta de esto?
Abdelkader no contestó a esta última insolencia, ¡para qué hablar! Además, estaba ante un tipo que no sólo era peligroso de por sí, pronto a los arranques violentos, sino que tenía comprada a media mezquita con sus favores. Aunque no siempre salieran bien. ¡En un robo de un coche que perpetraron, en Bilbao, un hermano de la mezquita terminó en la cárcel y para largo! Y las generosas limosnas que daba Mowgli, responsable último de tan penosa situación, no alcanzaban ni de lejos para mantener a la familia del preso.
Mira, Imán: tengo esto para los gastos de la mezquita, le dijo, mientras ponía en su mano un billete gris. Era un donativo sustancioso, habida cuenta de la pobreza en que vivían muchos de los hermanos, pero Mowgli aportaba allí más problemas que soluciones.
Gracias. Lo guardaré para la esposa de Moha: ya sabes que sigue en la cárcel, por el robo de coche que hicisteis en el Norte, y tiene tres hijos…
Su paisano no contestó a esto. La sonrisa se borró de su cara cuando sabía, perfectamente, a qué se refería el Imán: hasta dónde llegaba su parte en el asunto, que había terminado en tragedia para toda una familia. Por fortuna para el delincuente, otro hermano apareció entre los dos y rompió un tanto el hielo: era Serhane, el tunecino, un simpático pero pesado habitual de la mezquita. ¡El que faltaba!
Me ha gustado mucho tu enseñanza de hoy, Imán. Breve e intensa, como debe ser: directa al corazón.
Gracias.
Hace falta gente comprometida como tú, que viva la Religión como un todo: que no se conforme con venir a pasar el rato a la mezquita. Para serte sincero, amigo, estoy pensando en ir a Afganistán. ¿Qué opináis vosotros sobre hacer la Guerra Santa?
Ve tú, si quieres, respondió Mowgli. Yo estoy bien aquí.
Pensaba que estabas comprometido con la Causa.
Y lo estoy. Pero tengo familia, hijos que mantener aquí, luego tú me dirás. Eso también es una Causa, ¿o no?
Personajes de la mezquita de Villaverde, según la visión de Abdelkader (alias “Imán Cartagena”, para la Policía).
El tono marrullero de Mowgli no admitía más réplicas: era un hombre despiadado, que daba miedo a los demás y lo sabía, pero el tunecino Serhane no dejaba de ser otro elemento. Aun bajo esa apariencia de musulmán reivindicativo, que pretendía ser duro en sus convicciones, Abdelkader había oído muchas cosas negativas sobre él. Y era obvio que Mowgli también sabía algo, por mucho que el tunecino se hiciera el loco.
“Mowgli” tiene razón en eso, dijo Serhane: como nos recuerda siempre el Imán, aquí presente, el deber empieza en la propia casa de uno, pero piensa que la Lucha no se sostiene sin la ayuda de todos. Hacen falta voluntarios y donativos, ambas cosas en cantidad…
Como hiciera un momento antes con él, Mowgli abrió la cartera y le entregó otro billete a Serhane.
Espero que en verdad vaya a los hermanos del Frente y no a ninguna tragaperras, ¿eh, cabrón? ¡Que aquí nos conocemos todos!
¡La duda ofende! Si no crees en la bondad de estas colectas puedes venir tú mismo a las reuniones. Ahí verías cómo funciona todo y que hasta el último céntimo les llega, a nuestros héroes, en Afganistán y en Chechenia.
¡Ésa era, en efecto, la clase de rumores que corrían sobre Serhane! El tunecino parecía tener un serio problema de ludopatía, que como todo el mundo sabe es de los vicios más autodestructivos que hay. Y no dejaba de ser curiosa la estampa: ¡ver a todo un ladrón hacerle un donativo a otro ladrón, en este caso ludópata, que pasaba más o menos por yihadista! Ese día, pensaba Abdelkader, se había convertido para Mowgli en el de la caridad forzosa. Pero Serhane quería llegar a cada hermano, allí presente, con sus bélicas ideas, y el propio Imán no iba a ser una excepción.
¿Qué hay de ti? Ya sé que estás comprometido, pero nuestra Fe siempre nos pide otro esfuerzo. Ya sabes, Imán: “yihad” significa esfuerzo, como tú siempre nos dices.
¡Sus malditos discursos iniciales, cuando tomó las riendas de la mezquita, parecían perseguir a Abdelkader! Tanto la UCIE como los propios exaltados de su entorno, como Serhane, le recordaban todo el tiempo ciertas partes de sus sermones. Citas sacadas de contexto que le habían hecho esclavo, al parecer, de sus respectivas y forzosas pretensiones: los unos, agentes de la UCIE, de cara a espiar a los otros… Supuestos yihadistas como Serhane que querían implicarle, a su vez, en esas lejanas guerras. ¡Por un momento, a Abdelkader le tentó la idea de darle largas cambiadas! Responderle de manera parecida que a Mowgli, pero es que su caso era distinto: la UCIE le había dado instrucciones muy claras sobre acercarse, cuanto pudiera, a este tipo de personajes. Gente del perfil de Serhane, relacionados con posibles células islamistas. De hecho, estaba obligado a no decir que no si le proponían un acercamiento, una invitación a conocer sus secretos.
Ya sabes que estoy comprometido, Serhane, siempre, con mis hermanos musulmanes. Pero no sé si es el lugar adecuado para hablar de estas cosas…
Eso pienso yo también: aquí hasta las paredes tienen oídos y es por ello, precisamente, que quería invitaros a una reunión. Una cena en que hablaremos de estas cosas y que será este sábado, en mi casa. ¡Y espero que vengáis, eh! Los dos.
Apenas salió de la mezquita, en el camino a su casa, Abdelkader realizó una llamada a sus controladores. Y el Inspector Josefino le contestó como siempre, haciéndose el distraído: eran policías de Información y sabían del riesgo al que estaban sometidos sus confidentes. Un peligro que les rondaba en todo momento y para empezar en sus móviles, que podían ser interceptados, pero a Abdelkader no le dieron opción: tenía que trabajar para ellos, sí o sí, sin importar los riesgos aparejados.
¿Dígame?
Soy yo. “Cartagena”.
Imán Cartagena era un alias que habían inventado, esos policías, para encubrir su verdadera identidad. Así lo hacían ellos con la suya propia, para empezar, bajo nombres tan ridículos como Josefino.
Dime, “Cartagena”, ¿qué pasa?
Serhane, el tunecino, ha intentado captar a varias personas ante mí. Ha sido esta tarde y dijo que se reunirán en su casa, el sábado, para hablar de sus cosas… Ya sabes a qué me refiero.
Muy bien, ¿y qué hay de ti? ¡Porque te habrá invitado también, supongo!
Sí, a mí también, asintió Abdelkader, alias Cartagena para la Policía. ¡Había esperado que no le preguntaran por él, más allá de terceras personas, pero era obvio que el Imán no podía ser la excepción!
Y le habrás dicho que sí, espero. ¡Tienes que ir!
No le he dicho que no, respondió el marroquí. Y la verdad es que no estoy muy animado a asistir: ya sabes que no me gustan esas cosas, que no quiero que me mezclen en sus líos…
Pues es necesario que vayas, “Cartagena”. Eres nuestros ojos y oídos entre esa gente, ¿entiendes? ¡Si tú no vas, amigo, ya me dirás cómo nos enteramos de la fiesta! ¿Irá alguno de los que nos interesan? Ya sabes quiénes.
Abdelkader resopló, antes de contestar. Odiaba hacer de chivato, pero la gente de la UCIE no le dejaban alternativa: nunca se cansaban de repetirle que tenían más infiltrados, en ese ambiente de las mezquitas, luego podrían sorprenderle en cualquier mentira o evasiva.
A Abdelkader no le dieron opción: tenía que trabajar para ellos, sí o sí, sin importar los riesgos aparejados. “Imán Cartagena” era un alias que habían inventado, esos policías, para encubrir su verdadera identidad. Así lo hacían ellos con la suya propia, para empezar, bajo nombres tan ridículos como “Josefino”.
Estaba el criminal de “Mowgli”.
En el caso de ese tipo, a la hora de denunciarle,era más el miedo lo que le estorbaba: no cualquiera reparo entre hermanos.
Perfecto. ¿Irá a la reunión?
No creo. “Mowgli” le dijo a Serhane que no iría a combatir a ningún sitio, que estaba bien en España, así que se limitó a darle un billete de dinero… ¿En serio debo ir yo?
Por supuesto. Si no, no te lo pediría, pero no tienes que preocuparte por nada: estaremos al tanto de ti a través de tu teléfono móvil, ¿de acuerdo? Y no andaremos lejos del sitio de la reunión, por si acaso, pero te digo esto para que te quedes tranquilo. No hay mucho que temer de esta gente o, al menos, no aquí. Son reuniones para ver películas y hablar de Política, más que de otra cosa, aunque siempre tenemos que asegurarnos. ¡Correrías mucho más peligro en los alrededores del Bernabéu, te lo aseguro, en cualquier partido de Liga!
Ya, pero la mezquita no es un sitio al que yo vaya a pasar el rato, ¿sabes? Es como una segunda casa, “Josefino”, incluso más… Y hablando de casa, ahora tengo que dejarte: estoy llegando a la mía y no quiero que mi mujer me oiga hablar con vosotros. Ya sabes que no le gusta que me dedique a estas cosas…
De acuerdo, hombre, sin problemas, pero sí tengo que pedirte un favor: ya sé que es tarde, pero necesito que vayas a un sitio cuanto antes. Esta misma noche.
¿¿Ahora??
Con la gente de la UCIE era imposible estar tranquilo: en cualquier momento aparecían, con cualquiera petición, que no era en verdad sino una orden estricta. Un abuso que empezaba a sentir que le afectaba, como cualquiera tortura psicológica.
¿Habéis visto la hora que es?
Sí, “Cartagena”, pero es importante: quiero que vayas a este sitio que te voy a decir, y tiene que ser antes de la reunión con Serhane. Es un locutorio que hay en Lavapiés, en la Calle Tribulete: se llama Bazar Nuevo Siglo y lo atienden unos paisanos tuyos. Necesito que vayas y me digas quién está por allí, a estas horas, o si ves algo raro. ¿Podrás hacerlo?
Abdelkader rió para sí: ¿cómo que “podrás”? ¿Acaso tengo alternativa?
Está bien. Cojo el metro aquí al lado y voy para allá. Lo peor es que mi mujer me espera en casa y va a acabar pensando, con razón, que se la estoy pegando con otra…
Bueno, hombre, que estén un poco celosillas es bueno para la relación… ¡Luego se entregan más, “Cartagena”, piénsalo!
El marroquí escuchó las risas del compañero de Josefino, también, al otro lado del teléfono. ¡Encima de todo, ellos los pasaban bien, claro, qué más daba si era a costa de un puto moro! Aquello era peor que aguantar a un jefe impertinente, porque en ese caso lo peor que te pueden hacer es despedirte. ¡Sin embargo, ellos, como policías, no había muchas cosas que no pudieran hacerle! Como inmigrante indefenso, en situación irregular, no tenía manera de liberarse: esos desgraciados tenían la sartén por el mango, puesto que siempre les iban a creer a ellos. ¡Pasara lo que pasara, eran la Policía y él un simple moromierda!
Cuando Abdelkader llegó a ese locutorio, sito en Lavapiés, ya era noche cerrada. Enseguida advirtió que no era tal locutorio sino una tienda de telefonía, lucrativo negocio al que se apuntaban en masa los inmigrantes, y es que inmigrantes eran los propios usuarios del tema.
Dime, amigo: ¿en qué puedo ayudarte?
Su paisano le atendió sin saber que estaban unidos, a su pesar, por mucho más que una transacción comercial: una misma Cloaca policial los había atado a un mismo destino, pero ese hombre no tenía ninguna cara de malo. En la mezquita y antes que ahí, en Marruecos y en la patera, Abdelkader se había hecho experto en advertir que la cara sí suele ser el espejo del alma. Y lo cierto era que el tipo, a primera vista, tenía poco que ver con personajes como Mowgli o Serhane. Por un momento, se planteó si ese dependiente no sería otro inocente más, como él, al que hacían sin más la vida imposible.
Pues, mira, venía a preguntarte por un teléfono… Quiero cambiar el mío, empezó a decir, pero lo cierto era que no había pensado una excusa. Una razón para presentarse allí, como si nada, y es que Abdelkader odiaba la mentira. Por esto decidió expresar una duda que sí tenía, de verdad, y que acaso ese hombre podría resolverle: ¿cómo se hace para saber si a uno le están espiando el teléfono?
Su paisano sonrió antes de contestarle, en árabe él también:
¿Crees que te están espiando?
Abdelkader no dijo nada, pero sacó el teléfono y lo puso sobre el mostrador. Una mirada entre ambos bastó y el dependiente le quitó la carcasa, extrayendo la batería con agilidad.
Ahora se supone que está desconectado, aunque no te lo puedo asegurar porque no soy experto en esas cosas. ¡Si tu mujer sabe de telecomunicaciones, amigo, me temo que yo no llego a tanto!
Ese tendero se echó a reír, al otro lado del mostrador, aun con la prudencia que exigía el trato con un nuevo cliente. ¡Pero el caso fue que le contagió y Abdelkader rió también, y con ganas! Llevaba mucha presión acumulada, entre la gentuza que infectaba la mezquita y los de la UCIE. Y por el contrario, ese hombre de mirada limpia le había hecho sentir como en su casa. ¡Lo más curioso del caso era que se llamaba Jamal, como el salvaje de Mowgli, siendo tan obvio que resultaban polos opuestos!
Ha sido un gusto hablar contigo, Jamal, pero tengo que irme. ¡Ya sabes, mi mujer! Si no me localiza en el teléfono, sospechará todavía más…
¡Qué me vas a contar, amigo, son terribles! Tú dile que estuviste conmigo, todo el barrio me conoce y saben que soy de confianza. Que venga aquí cuando quiera y verá que no hay nada raro, ni mucho menos mujeres: sólo Bakkali y yo, y además Bakkali es muy feo. ¿No le ves?
Esto último lo dijo para que le oyera su socio, que iba y venía por la trastienda, y que se echó a reír él también. Parecían dos tipos majetes, más allá de su oficio de comerciantes. Gente de fiar.
Hecho, amigo. Me paso otro día para hablar del teléfono, ¿vale? ¡In chaa, Allah!
“Mowgli” (a la izquierda, también llamado “el Chino”) daba miedo a los demás y lo sabía, pero el tunecino Serhane (a la derecha) no dejaba de ser otro elemento. Aun bajo esa apariencia de musulmán reivindicativo, que pretendía ser duro en sus convicciones, Abdelkader había oído muchas cosas negativas sobre él.
Centro Nacional de Inteligencia. Cuesta de las Perdices, Madrid.
¡Señor Secretario! ¿A qué debemos esta visita tan imprevista?
Bueno, qué decirte… ¡Pasaba por aquí y no me pude resistir!
Haces bien, hombre, que un buen General debe pasar revista a sus tropas. ¡Y a ser posible, sin avisar! ¿Has desayunado?
El Director le ofreció asiento a su invitado y jefe, que se había dejado caer por allí. Unas instalaciones recién inauguradas para un renovado Centro de Inteligencia, con un diseño más acorde con los tiempos. Y lo mejor era que estaba en el campo y entonces, al contrario que su Ministerio, gozaban de buenas vistas y aire puro. ¡Como cerebro operativo de la Cloaca, la Sede del CNI debía estar en un sitio con buena ventilación! Los vientos de la Sierra compensarían un tanto el aroma del detritus cloaquil de Madrid, tan próximo, epicentro de un Estado corrompido hasta la médula.
También creí oportuno venir a verte, Jaume, ya sabes, por lo de la bronca del otro día en el Ministerio. Después de todo, estoy entre el Ministro y tú y bueno, ya sabes cómo pienso en estas cosas: estamos todos en el mismo bando y no caben fisuras entre nosotros, ¿no crees?
No te preocupes. Ya sé que contigo no hay problema, que estamos en la misma onda, y creo sinceramente que también el Ministro lo está. O lo estará, le guste o no, porque tampoco le va a quedar otra. ¿No te parece? Y si no, alguien tendrá que explicarle que la moralina hay que dejársela en casa cuando uno asume el Cargo. ¡Que esto no es Disneylandia, joder, ni tampoco la reunión de las Juventudes del Papa!
El Secretario sonrió, divertido. Al fin y al cabo, rajaban sobre su jefe en común, pero él mismo se veía reflejado en esas referencias a la Religión. Ésa que, pese a todo, sí compartía con su jefe el Ministro.
No creo que la Fe tenga tanto que ver con la cuestión, Jaume. ¡Acuérdate de por qué Barrionuevo dejó el Ministerio, en su día, y eso que venían de lo que venían! Del GAL, ni más ni menos. Y no creo que Barrionuevo sea del Opus, precisamente…
El Director se encogió de hombros.
Pues a eso te iba: cuando estamos en la Guerra, todos disparamos. ¿No? Y después de las batallas es cuando toca contar los muertos, como pasó con ese exministro, y entonces es cuando decides: o te quedas o te vas. ¡No hay otra!
El exministro de Interior, Barrionuevo, que lo fue cuando el asunto de los GAL, había terminado en la cárcel por asumir su papel en esa Lucha. Esa Guerra Sucia contra Francia, en realidad, pero que formaba parte de una Operación mucho mayor. A Nivel Europeo. Sin embargo y a pesar de tanta sangre derramada, y no sólo de terroristas, lo que le hizo abandonar fue un episodio en apariencia trivial: acababa de suceder el Atentado de Hipercor de Barcelona, el más sangriento de la ETA hasta la fecha, y al Ministro le pareció improcedente la actitud del Gobierno tras lo ocurrido. ¡Apenas venían de enterrar a los muertos y allí se empezó a hablar, sin más preámbulos, de las listas para las próximas Elecciones! Una frialdad que al Ministro Barrionuevo superó, si es que no había dicho ya antes basta. En cualquier caso, hacía falta mucho estómago para aguantar aquello y ellos dos lo sabían. Sobre todo, cuando estallan cosas que no están en poder de aficionados, como son los etarras… Materiales explosivos que sólo manejamos los Estados, como en Hipercor…
No estamos en catequesis, seguía el Director, que hizo reír de nuevo a su jefe directo. ¡Y a ver, no lo digo por un tema personal, eh, que me cae muy bien el tipo! Ángel me parece un buen tío, de hecho, a lo mejor demasiado para el Cargo… Pero confío en que acabará de entrar por el aro.
Desde luego. Si el Presidente le ha elegido, será por algo. Para empezar, porque todo lo que tiene de bueno y legal lo tiene para lo que sea. Y es muy leal a Alday y no es Patriotismo lo que le falta, créeme.
Lo sé. Ten en cuenta que es mi deber estar informado sobre todo el mundo y en especial sobre nuestros propios jefes. En el CNI sabemos la vida y milagros de todos, para empezar de mí mismo, por lo delicado de nuestra función. Porque esto es como en el Opus, ¿sabes? Tenemos que estar todos confesados. ¡Y si lo que le falta al Ministro son botas de agua, por Dios, aquí le prestamos unas! Lo que haga falta para que pueda moverse entre la mierda, como hacemos los demás, pero no se puede estar en misa y repicando. ¡Si hasta el Vaticano tiene sus cloacas, caramba, que no en vano las inventaron los romanos!
El Secretario agradeció ese último comentario, que le recordó una siempre pendiente pregunta. Al fin y al cabo, una de las grandes ventajas deestar ahí, en la Cloaca, era que uno tenía acceso a sus secretos. Arcanos que sólo una minoría conocía, y el Director era el guardián de la caja de Pandora: el primero de esa Cloaca en enterarse de las cosas, jefe como era de espías. Los ojos y oídos del Estado.
Ahora que dices eso, Jaume, hay algo que siempre quise preguntarte. El Caso Orlandi, ya sabes, lo de esa chica que desapareció en el Vaticano. ¿Qué paso ahí?
Sonó la puerta y ambos callaron: era el ujier, con los cafés que habían pedido, y también un tentempié para pasar la mañana. Apenas se hubo cerrado esa puerta, el Director respondió sin prisa.
Cuando estuve de Embajador en Marruecos me enteré de todo aquello, pero has dicho dos cosas inexactas: fueron dos chicas y las dos desaparecen en Roma, no en el Vaticano en concreto. Lo que pasa es que una de ellas, Orlandi, sí era ciudadana vaticana. Y la otra, que no me acuerdo ahora de su nombre, era ciudadana italiana.
Sí, vale, pero, ¿qué pasó ahí?
El Director puso cara de circunstancias.
Otro Alcácer[8].
Como impulsado por un resorte, en ese momento, el mallorquín pareció recordar algo y echó mano al cajón de su mesa.
Hablando de oscurantismos, jefe, tengo un regalo para usted. De parte de nuestro Departamento Anti-ETA.
Y le alargó un sobre al Secretario, dentro del cual había un casete con una cinta en su interior. En la etiqueta se podía leer un sencillo título: Bombazo Mix 2000.
¿Es lo que creo que es?
El estiloso mallorquín asintió, con su cara de póker, y el Secretario le dio al play. Era un diálogo en vascuence, con un ruido de motor de fondo, y el Secretario contuvo el aliento: eran el tipo de cosas que compensaban, por el morbo, las facetas menos agradables de su profesión.
¡Tranquila, mujer, se oyó, que Aratz es un tío prudente! Siempre se pone el cinturón y la gomita, también, antes de meterla, como habrás comprobado ya.
Vinieron risas. No había que ser un lince para saber que se trataba de etarras: los cuatro personajes que cayeron, el año anterior, en un explosivo accidente.
Si todo sale bien, dijo una chica, te dejo que me la metas por donde quieras. ¿Qué te parece?
En ese momento el sonido se interrumpió, aunque la cinta no había terminado. Era el sonido del silencio, un silencio de muerte, cuando el Secretario sabía muy bien lo que había sucedido a continuación. Lo mismo que en el último accidente explosivo de ETA, con Jon como protagonista: ¡la suerte azarosa de los infiltrados, siempre en el filo de la navaja!
Dime, Jaume: ¿hay algo más perro que ser confidente para nosotros?
Iba a hacer un chiste negro sobre eso, pero prefiero abstenerme.
¿Más negro que esto? ¡No jodas, hombre!
Y le enseñó la cinta que el Director le acababa de regalar, con ese título tan macabro.
Bueno, me preguntabas si había algo peor que ser confidente y te diría que no lo sé, que pregúntaselo a la Orlandi.
La sonrisa cabrona del Director fue lo que más le hizo reír, aunque no le agradaran tanto ese tipo de chistes. Después de todo, los dos tenían hijos jóvenes, pero era la locura de estar en esos círculos. Esos ambientes en que se concentraba la Información, lo que le daba otro realismo a las situaciones. Y la compañía de este hombre le agradaba sobremanera, a la vez, al Secretario, por distintas razones a un tiempo. Para empezar, porque el guipuzcoano se aplicaba el viejo lema de El Padrino:
Ten a tus amigos cerca, pero más aún a tus enemigos.
Y es que el mallorquín resultaba un auténtico colocado en el Gobierno, sin duda el más notorio por su elevada Responsabilidad, aupado directamente por el Jefe del Estado. Pero era a la vez un personaje que causaba sobre él un notable influjo, en lo personal, que el Secretario no se ocultaba a sí mismo: admiraba al Director y deseaba ser su amigo, es más, quisiera ser como él y así vencer su triste aura de hombre gris. Carente de ese carisma latino que tanto adornaba al Director, un encanto de zorro plateado que sin duda sí cautivaría a Tatiana: esa joven amante por la que el guipuzcoano había perdido ya la cabeza.
Como se dice en la película[9], Iñaki, hay tres reglas en la vida. Primero, siempre hay una víctima. Segundo, no seas una de ellas. Y la tercera la he olvidado…
Supongo que ser víctima es algo inherente al ser humano, respondió el Secretario. Yo mismo, en estos momentos, creo serlo de la crisis de los cincuenta… Ya sabes: esas tentaciones de volver a sentirse joven, otra vez, al precio que sea…
¡Ay, amigo! ¡Eso sí es lo peor que puede pasarte!
Si el idiota ése cae, tiramos de banquillo y el siguiente…
Gijón, Asturias.
La noche que es sinónimo de diversión, para la mayoría, en el caso de sus currantes lo es de trabajo. De aguantar a gilipollas, borrachos, pasados de coca y demás pesados, que tienen por pagadores a los pringados nocturnos de siempre: policías, camareros, prostitutas y por supuesto los porteros de los garitos. Impopulares profesionales que a menudo, a pesar del estado de alucinación de los clientes, deben franquearles la entrada a estos elementos. ¡Así era al menos en El Horóscopo, donde se cumplía la ley del que más paga! Y aunque Antonio seguía en la trena, como tanto merecía, sus esbirros frecuentaban aún el local y hacían su santa voluntad. Y esa noche hasta entonces tranquila, en lo que a follones se refiere, estaba a punto de complicarse con la visita del Emilio. Por allí se dejó caer, con esa enfarlopada sonrisa que no auguraba nada bueno, aunque Fran sabía que ese provocador le temía y con razón.
¡Oye, paisano, que ya tengo tus papeles del Saab! Cuando quieras te pasas a buscarlo.
No sé de qué coño me estás hablando, ¿vale? Pero tampoco me interesa.
Fran se esperaba cualquier bravuconada del personaje, pero lo del coche le sonaba aún peor que el rollo de la dinamita. Como bien le dijo su amigo, el Guardia Campillo, eso del Saab era una trampa saducea para enmarronarle. Y aun con Antonio en la cárcel, al parecer, su mascota Emilio se empeñaba en colarle ese gol puesto que de hecho… Pensaba Fran… A esos dos les habían metido por todo salvo por los coches. Una excepción extraña que lo era, también, para su amigo el Guardia Campillo, sobre todo cuando Emilio insistía en esa venta fraudulenta.
¡Pues consígueme algún comprador, oh! Tú que conoces gente…
¿Me ves cara de vendedor de coches?
¡Te hablaba de la dinamita, joder, que el coche se vende solo!
Fran no daba crédito a lo que oía: ¡este paisano cada día yes más tonto! Pues… ¿No vengo de denunciar a su amiguísimo? Lo que quiere es tocarme los cojones… Y es que de nada servía ignorarle.
¡No quieres coche, no quieres dinamita…! ¡Así no hay quien haga negocio!
¡Lo que quiero es que me dejes en paz, amigo, que estoy trabajando! ¿Por qué no te tomas una copa o lo que quieras?
Emilio se echó a reír y desapareció, tras la puerta del local. Estaba especialmente pesado esa noche, como si se hubiera excedido con su dosis de lo que fuera.
No le hagas caso, Fran, le dijo un parroquiano. ¡El paisano está loco! Y esa dinamita que dice se la ha ofrecido a medio Gijón… ¡Yo creo que debe estar pasado de vueltas, el tipo, o no sé qué le pasa!
Yo tampoco lo sé, pero que no me toque los cojones porque le sacudo…
¡Aparte de tocapelotas, Emilio era todo un culo inquieto! No acababa de entrar al garito y estaba ya de vuelta, camino del aparcamiento, acompañado de un par de guajines. Dos adolescentes malcarados que solían flanquearle, como si fueran aprendices de guardaespaldas, ¡menuda banda formaban! Por su parte, Fran siguió la charleta con cualquiera paisano que se arrimase: ¡era sábado y el club estaba hasta los topes! También y por supuesto el aparcamiento, del cual vino a la carrera otro cliente habitual.
¿Te has enterado, Fran? Ha habido un follón en el parking, ¿no lo has oído?
Ajeno a la situación, aunque preocupado por el asunto, el portero se asomó a ese hervidero de coches. Y a la par que él, mientras caminaban entre sombras, ese informado cliente le ponía al día.
Es el idiota ése, el amigo de Antonio: ¡resulta que estaba vendiendo no sé qué, unas cajas que llevaba en el maletero, y unos tipos se han llevado el coche con las cajas y todo! ¡Pero a punta de pistola, eh!
Para cuando quisieron llegar, en efecto, lo único que quedaba del asunto era Emilio, en plena discusión con los guajes… Así como un significativo hueco entre los vehículos.
¡Te dije que no trajeras todo de una vez, decía un guaje! ¡Ya verás cuando se entere Antonio!
¡El pobre Emilio no sabía ni dónde poner la mirada! Caminaba como el loco que era, por el aparcamiento, con el estrés de quien acaba de ser robado. Y al reparar de pronto en Fran, en el clímax de su locura, le señaló con cara de furia.
¡Y tú qué miras, oh! ¿Se te ha perdido algo?
Es posible, rió Fran: ¿no había un Saab por aquí?
Pozuelo de Alarcón, Madrid.
Ciudad Juárez se ha convertido en sinónimo de feminicidio. De asesinatos misteriosos, entre la ciudad y el desierto, que tienen siempre por víctimas a mujeres pobres. Jóvenes trabajadoras que migran del campo mexicano para incorporarse a las maquilas, fábricas norteamericanas sobre todo, que se nutren de esta mano de obra barata…
La bella presentadora dio paso a imágenes del desierto, convertido por el hombre en ciudad y descampado. Un escenario de película para esa historia de horror, en la Frontera entre México y su Big Brother gringo, pero era una película real.
Cuando veo estas cosas me pregunto qué clase de Policía tienen allí, decía su mujer, perpleja ante tanta impunidad, pero Carlos no se llamaba a engaño: la misma corrupción lastraba a la Justicia en España, disfrazada de sana inoperancia, porque había una clara intención política en todo eso. En esa inexplicable inseguridad ciudadana. Y el Inspector había sacado a su familia del Centro, cada vez más inhabitable, para traérselos a un mayor confort y seguridad en las afueras. ¡Pero más lejos que pensaba llevarles, afuera de esa jungla de asfalto, y a poder ser en su idílico Norte! Porque no hacía falta ser Policía para saber, de primera mano, la creciente inseguridad que infectaba las grandes ciudades. Una fiebre criminal que la heroína iniciase, en los albores de su carrera y en su juventud, pero que venía ahora espoleada por la inmigración sin control. Las Fronteras son las puertas de la casa, para todo país que se precie, y ésa era una de las razones por las cuales apoyaba al Gobierno. Porque creía que los de Alday habían dejado abierta la puerta, sí, pero los de enfrente la querían cambiar por una cortinilla raída. Como pretendían hacer en EE.UU sus pares Demócratas, los Clinton y compañía, para dar paso a una auténtica oleada de crimen común y organizado. El Inspector estaba convencido de que la barbarie venía del Sur y había que controlarla, de la mejor manera posible, que es cerrando a cal y canto esa puerta de atrás.
Nadie se explica cómo estas chicas pueden ser secuestradas así, seguía el documental, una tras otra y sin que las Autoridades sean capaces de poner freno a la situación. Las muchachas siguen desapareciendo para luego ser hallados sus cuerpos, de manera aún más misteriosa, en descampados y cunetas de la ciudad…
Qué horror, dijo su mujer, incapaz de encontrar más palabras para lo incalificable. ¿Quién puede hacer algo así? Raptar a una criatura inocente y hacerla esas barbaridades para luego matarla, tirarla a la calle como si fuera basura…
Es México, cariño, y además Ciudad Juárez. ¿Qué no va a pasar ahí?
Ya, pero la droga o la delincuencia tienen su explicación… No esto. ¿Matar así a esas chicas, de esa manera y tan en serie? ¿Quién estará detrás de esta locura? Tienen que ser los cárteles de la droga, ¿no crees? ¿Quién si no? O satanistas, como dicen ahí, gente enferma que hacen rituales con ellas…
Carlos sonrió, aunque no era un tema divertido, y es que su esposa había dado en el clavo.
Has mencionado todo lo que está sucediendo ahí: todo está relacionado. Piensa, si no, ¿para qué iban a arrojar los cuerpos así? ¿A la vista de todos? Si te fijas, no tiene sentido: ¡con lo grande que es el desierto y lo tienen ahí mismo, alrededor de esa ciudad! Pero en vez de enterrarlas y en paz, que sería lo lógico, las tiran por cualquier descampado. ¿Por qué hacen eso? Porque quieren crear un escándalo. Que todo el mundo seamos testigos de algo turbio: como en Alcácer.
Su esposa le miró perpleja, como era de esperar, todavía más confusa que al formularle sus preguntas. Por suerte o por desgracia, la mayoría de la Sociedad no entendía de Psicología de Masas, pero mucho menos de lo que es un Pacto de Estado. Y un Pacto de verdad, por supuesto, firmado con la sangre de una víctima. Como en Alcácer, las muchachas eran violadas hasta después de muertas, en grupal tormento, pero antes de matarlas les arrancaban los pezones a mordiscos. Eso es pactar.
Hablando de cloacas, musitó, al ver que su teléfono de empresa vibraba. Bueno, pensó, seguro que es más interesante que este programa “de investigación”…
El Inspector marchó a su despacho, anexo al salón, para atender con privacidad a su confidente.
Dime, “Mow”.
Ha pasado algo en Asturias. Tu amigo el loco, el de la dinamita…
Por un momento, el corazón de Carlos se detuvo. No era afecto personal, ni mucho menos, lo que le unía a esa clase de personajes, pero sí era cierto que les necesitaban. Y vivos, a poder ser.
¿Qué ha pasado? ¿Le han matado?
¡No, no! ¡Menos mal! Pero los etarras… Se han llevado su merca, ¿sabes? ¡Les sacaron las pipas y adiós, visto y no visto!
¡No jodas! Y esto, ¿te lo ha contado él mismo? Porque supongo que acaba de pasar…
Sí, bueno, de todo se entera uno. Ten en cuenta que soy yo el que les pone en contacto, para estos “trapis”, y los etarras se llevaron a mi primo a Asturias. Como rehén. ¡Pero vamos, que les ha salido cojonuda la jugada! ¿No te digo que se han llevado hasta el coche? Y entonces, ahora, ¿qué tengo que hacer?
Nada. Tú no eres más que un intermediario, como bien dices, pero muéstrate molesto con el asunto y házselo ver a los etarras. Nosotros podemos sacar más dinamita de esa mina y más coches, cuando nos salga de las pelotas, pero eso no significa que se lo vayan a llevar todo gratis. Y se supone que te llevas una comisión de esto, ¿no? Pues si ahora no te cabreas, que sería lo suyo, pues les va a parecer como raro… Te vas a delatar como chivato, ¿entiendes?
Por supuesto que entendía. Su agente moruno estaba inmerso en la primera línea de fuego, contra ésos y hasta peores mafiosos. Y sin pérdida de tiempo, Carlos dio aviso al siguiente escalón en la Jerarquía, un superior directo que tenía línea directa con el Gobierno: nada menos que el Comisario General de Información, Jefe absoluto de la Policía en la Lucha Antiterrorista.
Los etarras ya tienen lo suyo, jefe. Acaban de “volcar” al minero en Asturias, en el club del portero famoso, y se lo han llevado todo: la dinamita y el coche. Le recuerdo que es un Renault Clío con matrícula de Santander.
Gracias, Inspector. Avisaré de inmediato al Secretario de Estado.
Una cosa más: creo que deberíamos ir pensando en sacar a nuestro chico de la cárcel, a “Pípol”, para que pueda encargarse de nuevo de su red. Más que nada porque ya ha cumplido pena suficiente y es hora de tenerle en la calle, para seguir su proceso de infiltración en ETA. Y también para evitar que el minero pirado la siga liando.
¡Eso está de más decirlo, “Carlos”, pobre hombre! ¿Me crees capaz de hacerle comer el turrón en la trena? Por lo que a mí respecta, le puedes sacar cuando quieras: háblalo con el Fiscal y el Comisario de Avilés, que son los que se ocupan. Que pases buena noche.
El Comisario guardó su teléfono, no sin una sensación extraña. No era su estilo marcarle la agenda a su superior, pero entendía que tampoco había llegado hasta ahí por no tomarse en serio su trabajo. Y aunque la Misión en Asturias no la controlaba él, de manera tan directa, sí era cierto que la supervisaba para la Jefatura de la misma. Y que personajes como el minero o Pípol, verdadero as de esa baraja, guardaban una relación directa con los confidentes que sí controlaba, en el País Vasco mismo: la Misión del Norte era un todo y así lo entendía él.
Ministerio del Interior, Centro de Madrid.
El Secretario de Estado entró en su despacho como el ogro que era: voluminoso y feo como un demonio, pero sonriente cual Srek bonachón.
Buenos días, señor Ministro. ¿Quieres oír la última de nuestro amigo de Asturias? No de “Pípol”, no, del otro…
¿El esquizofrénico?
Sí, bueno… Pero problemas mentales aparte, lo que está claro es que el tal Emilio no es el más listo de su edad.
El Ministro consideraba que su capacidad de retención, que él consideraba buena, estaba siendo probada: ¡había tantos infiltrados y en tantas organizaciones! Así y todo, entre tantos moritos, etarras y narcos, a secas, todos con nombres similares, destacaban algunos nombres: ases en la manga de Interior, por el importante papel que les tenían asignados. Y el esquizofrénico Emilio, cómo no, con toda su ingenuidad y buscados antecedentes, desde luego que era uno de ellos.
Resulta que los etarras le han dado un “vuelco[10]”, dijo el Secretario, cada vez más imbuido de esa jerga delincuencial del Ministerio. Anoche fue a venderles dinamita a los etarras, pero éstos se la llevaron a punta de pistola y en el mismo coche en que la traían… ¡Y todo esto, por supuesto, en el parking de un puticlub de Gijón!
El Secretario de Estado se echó a reír y contagió al propio Ministro: ¡era tan absurdo todo aquello!
¿No había un lugar más discreto? ¡A quién se le ocurre!
Hombre… Lo suyo sí es hacerlo en un sitio público, más que nada para evitar problemas mayores… Pero es que tampoco han tomado ninguna precaución, por supuesto, y los etarras les han visto la cara y les birlaron la mercancía.
Como en una película…
¡Tanto mejor! Esto le dará a “Pípol” la ocasión de montarles un pollo a esos tipos, a los etarras… Ya sabes: que si me habéis robado y se os va a cortar el grifo, etc. Porque hay que ganarse la confianza de esta gente, hacer el paripé de mafiosillos. Y el suceso del robo ha quedado registrado, con testigos y todo, luego podremos utilizarlo más adelante.
El Ministro suspiró. ¡De utilizar iba la cosa! Los métodos cloaquiles de su Ministerio no eran conocidos por el gran público, por fortuna. Utilizar a un pobre tarado mental que además de todo, si seguían así las cosas, no tardaría en causar baja.
No me quiero meter en vuestro trabajo, Iñaki, pero si seguimos manejándolo así… A ese pobre hombre… Creo que no tardará en llegar su funeral.
¡Bueno, hombre, todo está previsto! Por el momento, utilizaremos este tema del robo para reencauzar al tipo hacia la mina. ¡A ver si esta vez nos dura unos meses trabajando, por lo menos, de cara a presentar mejor “el producto” a la ETA! Y si es baja por lo que sea, incluyendo un accidente laboral, para eso tenemos al tercero en discordia: “Nayo”. Otro bobo, cántabro él, al que mantenemos en prisión por si le necesitamos más adelante. Y si hay que sacarle a jugar, se le saca, que para eso es el recambio del tal Emilio, así que descuida: si nos dan de baja a este loco, por los motivos que sean, hay banquillo.
El Ministro se dio por vencido: era obvio que no iba a encontrar comprensión, en la faceta humana del asunto o, mejor dicho, la inhumana. Su Secretario de Estado era el hombre de plomo, en verdad, desprovisto de sentimientos a la hora de reemplazar a un tonto útil por otro. A un confidente-víctima por otro. Y tampoco podía andarse con miramientos: luchaban una Guerra y había que ir a por todas. Porque aún quedaba la madre del cordero, por supuesto.
¿Qué se supone que va a pasar a continuación? Porque ahora la banda… Y me refiero a ETA, por supuesto… Ahora ya tienen lo suyo, ¿no? ¿Cuántos kilos había?
Casi cien, aunque sabemos que disponen de más. Y no tardarás en verlos reaparecer por algún lado: ya hay varios atentados previstos, en diversos objetivos por todo el país. Y el primero de todos, como no podía ser de otra manera, es Santander.
[1] Es importante recordar que en el 2000 se produjo un accidente similar, casi dos años antes de la muerte de estos otros dos etarras a los que me refiero: nada menos que cuatro terroristas de ETA saltaron por los aires (también) en su propio vehículo y con su misma dinamita, según la investigación policial, de la misma marca titadine…
[2] Es un informe donde se recogen todas las denuncias del día anterior en toda España.
[3] El Secuestro de Alcácer no tuvo nada que ver con las familias de las niñas, que estaban muy pendientes de que volvieran a casa a su hora. Las niñas no se dirigían a ninguna discoteca ni mucho menos hicieron autostop: fueron levantadas por profesionales en el propio pueblo de Alcácer.
[4] Un Secretario de Estado para la Seguridad, muy anterior a este Gobierno aquí protagonista, resultó nombrado en público como una persona investigada en relación a estos hechos.
[5] El vil asesinato del Juez José María Lidón, cuya autoría sigue sin resolverse, fue ejecutado con una pistola que se encontró en el coche reventado en Bilbao, en 2002, con dos etarras en su interior. Es el caso que aquí estamos comentando, sólo que con un pequeño desfase temporal: los dos terroristas murieron en realidad en 2002, mientras que Lidón fue asesinado en noviembre de 2001.
[6] Inicio del himno del gudari o soldado vasco (separatista).
[7] No fichado por la Policía.
[8] Quiero aclarar aquí que no sé lo que ocurrió con estas dos muchachas, Emanuela Orlandi y Mirella Gregori, a las que Dios bendiga. Sí me parece probable que una situación al estilo Alcácer haya tenido lugar con una gran diferencia, en todo caso: sus cuerpos nunca han sido recuperados y su situación, al contrario que en Alcácer, nunca ha sido resuelta. La oscuridad total.
[9] Asesinato en 8 mm, de Joel Schumacher.
[10] Los vuelcos son robos entre traficantes.